Capítulo 8
—¿Y ése es el experimento? ¿Meterse adentro del baúl? —protestó el chico—. ¿Y sentarse en una silla también lo consideran «experimento»?
—Es que para nosotros es muy importante —le explicó por décima vez Matías, mientras emprendían el camino hacia la casa maldita.
—¿Cómo es tu nombre?
—Liborio Riolobos. Mi papá es escritor.
Cuando llegaron a la casa, Liborio se demoró en mirar los alrededores como si temiera entrar. Matías Elias e Irene Rene debieron insistir para que se animara a hacerlo.
Una vez adentro, los chicos pudieron llevar a cabo los distintos pasos que exigían las instrucciones: dar una vuelta alrededor del baúl en el sentido de las agujas del reloj (hacia el futuro), sentarse sobre la tapa, golpear el costado izquierdo, meterse adentro y esperar sentados a que transcurrieran cuarenta minutos (Liborio debía controlar el tiempo).
Por las dudas, también indicaron con el dedo el lugar del mapa adonde querían viajar. El pueblito naturalmente no figuraba en un mapa de todo el mundo, pero Matías sabía en qué punto de la provincia de Buenos Aires se encontraba.
Liborio permaneció sentado en el suelo al lado del baúl, mirando la siniestra habitación donde se encontraba.
Habrían transcurrido unos veinte minutos cuando Liborio Riolobos comenzó a impacientarse.
—¡Eh! ¿Todavía están ahí?
—¡Sí! ¡Callate y controlá bien el reloj! —le exigió Matías, furioso desde adentro del baúl.
—¿Qué hacen?
—¡Nada, qué vamos a hacer!
—¿Puedo meterme? —preguntó el chico y se incorporó iniciando el gesto de levantar la tapa.
—¡No, idiota! —gritó desesperado Matías, que por las dudas vigilaba a través del agujerito de la cerradura del baúl.
Liborio volvió a sentarse y miró la hora. Recordó que su reloj no andaba muy bien pero inmediatamente pensó que si llegaba a contárselo a esos dos, pondrían el grito en el cielo. Mejor no decirles nada y cuando transcurrieran más o menos los minutos que faltaban les golpeaba la tapa como le habían pedido y listo. En realidad podría avisarles ya mismo, pensó, porque ese caserón horrible era inaguantable.
Pero no, ya que habían insistido tanto, esperaría un ratito más. Mientras, se puso a hojear la revista que había comprado antes de toparse con esos dos pesados. Empezó a hojear las historietas y le dieron ganas de leerlas ya mismo.
—Ma’ sí, yo les toco la tapa del baúl —resolvió, y efectivamente golpeó tres veces la tapa.
—Bueno, listo —les dijo—. ¿Y ahora qué?
Como no obtuvo respuesta, esperó unos segundos y volvió a llamarlos. Tampoco le contestaron.
Con todo cuidado levantó la tapa y con sorpresa vio que adentro no había nada. Pensó que los chicos lo habrían engañado y que el baúl debía tener un fondo secreto. Pero luego lo inspeccionó minuciosamente y comprobó que no había nada de eso.
—Ah… ya sé: se volvieron invisibles —resolvió—. ¡Yo también quiero ser invisible! ¿Cómo fue que hicieron? Primero, dieron una vuelta, después se sentaron en la tapa y pegaron acá… después…