QUINTA SESIÓN
Espartaquistas y delegados revolucionarios
El camarada Walcher abrió la sesión a las 11 horas, comunicando que las negociaciones con los delegados revolucionarios de las grandes empresas de Berlín no habían concluido aún, por lo que proponía retrasar el comienzo de la sesión una hora.
(El camarada Meyer solicita entonces que esta hora sea dedicada a la toma de contacto entre los delegados de las diversas provincias y regiones, sugerencia que es aceptada).
A las 13 horas y 30 minutos, el camarada Pieck se haría nuevamente cargo de la presidencia para anunciar una comunicación sobre las negociaciones con los delegados revolucionarios berlineses.
A tales efectos, sería el camarada Liebknecht quien tomaría la palabra, diciendo así: «Las negociaciones se han prolongado desde ayer por la tarde hasta estos momentos, y han tenido lugar con un grupo de siete hombres, entre los cuales se encontraban los camaradas Ledebour, Däumig, Richard Müller y Nowakosvki. En un principio, pensamos que la “diferencia” más importante entre nosotros sería la referente a la participación en las elecciones, pero resultó que ellos tampoco querían participar en ellas, si bien el camarada Ledebour se mostró partidario de la participación. Como no existía ninguna diferencia mayor, de principios o de táctica, nosotros mismos propusimos que fuera elevado a cinco el número de miembros representantes de los delegados revolucionarios en la Comisión del programa. En fin, espero que el congreso esté de acuerdo con ello, aun cuando el número de los representantes berlineses en la citada Comisión sea mayor de lo que podríamos calificar como proporciones normales».
»Por lo demás, el camarada Richard Müller nos reprochó lo que él calificaría como nuestra continua táctica del putsch, respondiéndole yo que, al oírle, cualquiera podría decir que estaba hablando algún colaborador del periódico Vorwaerts, y que su observación parecía tanto más desplazada cuanto más se consideraran las últimas acciones llevadas a cabo por la Liga Espartaquista.
»Después de este incidente, surgió de pronto una oposición aparente sobre los principios y las tácticas, exigiendo además la delegación de los berlineses una paridad numérica en la Comisión del programa. Pero el Congreso había elegido la Comisión a escala nacional, y así se lo hemos hecho ver a los delegados revolucionarios, a pesar de todo lo cual, y para demostrar nuestro profundo deseo de entendimiento, así como nuestra gran estima hacia el trabajo realizado por ellos, propusimos continuar esta mañana las negociaciones, pidiendo al Congreso que tomara en consideración el resultado de las conversaciones en su última sesión, que es la que en estos momentos se está celebrando.
»Nuestra postura fue aceptada por la delegación berlinesa, que mostró así a su vez su clara voluntad de llegar a un entendimiento… Esta mañana, sin embargo, no pudimos reanudar las negociaciones a la hora convenida porque la delegación no estaba completa y, cuando al final se halló reunida, decidió retirarse para deliberar separadamente de nosotros. A su regreso, nos fueron expuestas cinco reivindicaciones: 1) el congreso debería anular su decisión en principio a favor del antiparlamentarismo; 2) completa paridad del grupo berlinés en la Comisión del programa; 3) decisión de la táctica de calle en común con los delegados revolucionarios berlineses; 4) participación igualitaria de los mismos en nuestra prensa, y 5) el nombre del nuevo partido debía ser establecido de forma que desaparezca toda mención a la Liga Espartaquista.
»Nosotros les hemos replicado, ante estas exigencias, diciendo que tal postura no era la que correspondía a los verdaderos delegados revolucionarios que nosotros creíamos conocer. En cuanto a las antedichas reivindicaciones, les hemos respondido diciéndoles que: el Congreso no se había pronunciado a favor de un antiparlamentarismo total, sino que únicamente había decidido no participar en el caso concreto de las próximas elecciones para la Asamblea Nacional; que sobre el segundo punto ya nos habíamos pronunciado; y que, en lo del cambio de nombre, nuestra opinión era la de que no podía ni debía ser un gran obstáculo para nuestro entendimiento. En cuanto a los puntos tercero y cuarto, adujimos que mostraban un grado tal de desconfianza que ello nos obligaba a colocarnos a nosotros en el mismo terreno, si de verdad queríamos llegar a un acuerdo.
»En mi opinión —prosiguió diciendo el camarada Liebknecht—, nuestro joven partido no puede admitir en su seno diferencias importantes de principios y de táctica, a no ser que quiera perder una gran parte de su capacidad de acción… cosa que, hoy por hoy, es esencial para nuestra supervivencia. As lo comprendió también el camarada Daumig, que se opuso radicalmente, en el curso de las negociaciones, al camarada Ledebour, un fanático adversario de los espartaquistas. Esto me resulta tanto más penoso decirlo en público cuanto que una amistad de largos años me une personalmente a Ledebour. En fin, como condición previa para ulteriores conversaciones, hemos creído conveniente pedir a nuestros amigos que votaran entre ellos sus reivindicaciones, para saber hasta qué punto tales exigencias eran exigencias de la mayoría de su delegación. Una vez de acuerdo, ha tenido lugar la consulta, cuyos resultados han sido: veintiséis votos contra dieciséis, exigiendo nuestra participación en las elecciones, y treinta y cinco contra siete en favor de su paridad en la Comisión del programa, después de que nuestra proposición hubiera tenido ocho votos.
»Como resumen final de este incidente aún no concluido, mi opinión es la de que no debe cundir la alarma, confiando en que al final surgirá el acuerdo entre nosotros y los delegados revolucionarios berlineses, en los que yo personalmente confío, porque han demostrado ser unos de los mejores y más activos elementos del proletariado berlinés, que sobrepasan por cien codos a todos los bonzos del USPD. Insisto, en mi opinión, son dignos de toda nuestra confianza, y el trabajo en común con ellos puede servir de base a uno de los capítulos más destacados de nuestra actividad política. A pesar de todo ello, no debemos sin embargo hacernos falsas ilusiones sobre el hecho de que todos ellos se hallan situados a la extrema izquierda de la clase obrera revolucionaria, pues existen en algunos de ellos una cierta prevención contra nosotros. Una votación puede resultar simplemente el producto de la voluntad de unos pocos hombres y de su influencia sobre el resto de una minoría. Pero lo esencial no es esto, a mi entender, sino la seguridad que podemos tener de que, en un caso concreto y ante cualquier necesidad, los delegados revolucionarios berlineses se encontrarán de nuevo a nuestro lado como en tantas otras ocasiones. Muchos de sus representantes en las grandes fábricas están ya de nuestro lado, y esto hace esperar que, con el tiempo, los demás irán haciendo lo mismo bajo la presión de los acontecimientos en curso.
Después de esta exposición del camarada Liebknecht, los camaradas Sturm y Becker pasarían a proponer una resolución que, tras algunas modificaciones, fue aprobada por unanimidad, y que dice así: «El primer Congreso del Partido Comunista de Alemania, a través de lo expuesto por el camarada Liebknecht, ha podido constatar y no sin pesar que la actitud de algunos dirigentes pseudoextremistas del USPD pretenden llevar la confusión a las filas de los delegados revolucionarios del gran Berlín, tratando al mismo tiempo de boicotear la fiel comunidad existente entre los mismos y el grupo de los espartaquistas berlineses, para con todo ello tratar de paralizar la vigorosa acción de nuestro partido. Ante todo ello, el Congreso declara que el Partido Comunista de Alemania no se dejará influenciar en ningún momento por tales maniobras, esperando que los delegados revolucionarios berlineses acaben cerrándose en filas con nosotros bajo el estandarte de la revolución mundial, una bandera que en Alemania tan sólo es enarbolada por nuestro partido. En fin, el Congreso está seguro también de que, ante la disyuntiva del Partido Comunista de Alemania y el USPD, el proletariado revolucionario del gran Berlín acabará poniéndose de nuestro lado».
En último término, sería aceptada por unanimidad la proposición del camarada Liebknecht, pidiendo que la Central haga todo lo posible para reforzar la comunidad de lucha con los «delegados» revolucionarios berlineses, así como para facilitar su adhesión al Partido Comunista.