TERCERA SESIÓN
Discusión del problema sindical alemán
La sesión fue abierta a las 9 horas y 30 minutos con la lectura de un telegrama de salutación remitido por los mineros de Schwientochlowitz… El presidente propuso responder con otro en los mismos términos que el enviado la víspera, pero esta vez dirigido a todos los mineros de la Alta Silesia. El Congreso se declaró de acuerdo en su totalidad.
LA CUESTIÓN SINDICAL
El presidente sugirió tratar en un principio el punto quinto de la orden del día, titulado «Las luchas económicas». La moción fue aceptada por el Congreso.
El camarada Lange comenzó mostrando su opinión de la forma siguiente:
»El entendimiento de los Scheidemann con la burguesía se acompaña de la capitulación de los jefes sindicales ante el patronato, como lo prueba el hecho de que cualquiera de nosotros pueda leer a diario en la prensa burguesa los más variados elogios en favor de los funcionarios de los sindicatos. Por ejemplo, “Volkische Zeitung” les reconoce una extrema moderación, y el “Berliner Tageblatt” se ve obligado a gritar: “Estamos volviendo al viejo sistema sindical, al mercachifleo por unos pocos centavos de los aumentos de las tarifas salariales”. Como regresar al sistema sindical, que ha sido corriente hasta ahora, presupone retroceder a la idea de la “socialización de las empresas”, esta situación debe ser rechazada por nosotros, porque no debemos nunca aceptar una marcha hacia atrás, sino una marcha hacia adelante. Los que detentan aún hoy la dominación estatal, tomaron las medidas correspondientes en su día para poder conservarla después de la guerra. Han hecho desaparecer un número incalculable de pequeñas y medianas empresas correspondientes a las ramas más diversas de la industria, concentrando la producción en unas pocas empresas y asumiendo así la producción bajo un esquema regulador dictado por el propio Estado. Comprobada la falta de materias primas y de carbón, se comenzó a distribuir al empresario el material y el combustible, para así poder ser regulada la salida de los productos por instituciones oficiales o semioficiales. Las medidas no son todos obstáculos objetivos a la socialización de las empresas, pero la facilitan técnicamente. Las gentes de Scheidemann pretenden querer ellos también la socialización de las empresas… pero más tarde y por decisión parlamentaria. Quieren dejar que el capitalismo pueda volver a funcionar con plena libertad, y después discutir y legislar de manera que parezca real y lógica su pretensión de introducir una supuesta socialización de los medios de producción. Es la cantinela que repite una y otra vez, como un estribillo, el periódico de los independientes Freiheit.
»La oleada de huelgas en Berlín, los amplios movimientos de masas que se han producido en el Rhur y en la Alta Silesia, nos demuestran sobre todo que los obreros no están dispuestos a retroceder sobre la semana de los cuatro jueves. Los socialdemócratas ponen todo de su parte para servirles a los obreros sus habituales artificios oratorios llenos de demagogia y, a veces, incluso mezclados con su ración de “habichuelas azules” (balas de fusil). Sin embargo, todo parece indicar que no se saldrán con la suya. El proletariado no deja respiro a los empresarios. La misión de nuestro partido debe ser, por lo tanto, la de sostener y respaldar de aquí en adelante todos los movimientos que se operen en este sentido, hasta que el objetivo último del socialismo haya sido conseguido». (Numerosos aplausos).
«El Comité Central de los socialistas de Scheidemann (bajo la firma de R. Leinert y de Max Cohen) nos acusa en un ridículo manifiesto de ser quienes “impedimos” la progresiva socialización de las empresas que se hallan ya maduras para este tipo de transformación. Pero al mismo tiempo, un tal Auguste Müller, secretario de Estado de la Oficina Económica del Reich, ha declarado a la prensa burguesa (véase el Berliner Tageblatt) que en su opinión la socialización de los medios de producción en las minas era una estupidez, es decir, casi un crimen. Por su parte, el líder sindical del textil y ex diputado Krátzig ha intentado demostrar en las páginas de una revista patronal que la socialización no era posible en esta industria y que no podría tener lugar, en todo caso, más que después de que se diera en las demás industrias. Siguiendo este esquema, se debe suponer que todos los jefes sindicales se presentaron, ante sus respectivos patronos, para demostrar que —justamente en su rama industrial— es poco menos que imposible el hecho de que tenga lugar la socialización».
«Las únicas organizaciones que pueden introducir la socialización en nuestra industria son precisamente los consejos de fábrica, los cuales sabrán tomar, de acuerdo con los consejos locales de obreros, el orden interior de las empresas en sus manos, así como reglar las condiciones de trabajo, controlar la producción y, por último, asumir también la completa dirección de las fábricas».
«En caso de seguir con este proyecto, establecido por una comisión de Berlín, es indudable que debería ser formado un consejo especial en cada región económica. Dichos consejos tendrían que estudiar de forma independiente todas las cuestiones concernientes a las condiciones de trabajo, al control de la producción y al comercio de cada región. Un consejo económico central se encargaría entonces de las cuestiones generales relacionadas con el conjunto de todo el país».
«La Oficina del Trabajo para todo el Reich, animada por el espíritu de Scheidemann, ha reconocido abiertamente el peligro que suponen los consejos de empresa y los consejos obreros para la supervivencia del régimen capitalista, y ha lanzado hace muy pocos días un decreto prescribiendo la formación de toda clase de comités obreros, así como toda clase de organismos auxiliares legales, en cualquier empresa. En él se marca la obligación de mantener los contratos colectivos sindicales y de llevar a cabo “un correcto entendimiento entre los obreros y los patronos”. Es de esperar que la clase obrera le enseñe bien pronto al señor secretario de la Oficina del Trabajo que no son sus sucios papeles los que le arrancarán a aquélla el arma de los consejos de empresa y de los consejos obreros, que por el momento constituyen el fundamento esencial organizativo de su poder revolucionario». (Aplausos).
El camarada Hammer (Essen) fue el primer orador que tomó la palabra en la discusión, diciendo: «El acuerdo concluido entre la federación de los mineros y los propietarios de las mismas asegura a los obreros un aumento de salario muy próximo al quince por ciento, si bien es subordinado a un aumento del precio del carbón. Esto demuestra perfectamente hasta qué punto los jefes sindicales se sienten inclinados y comprometidos a proteger los intereses de los patronos. De hecho, los jefes sindicales han perdido toda la confianza de los mineros, y lo que le ha faltado al orador precedente ha sido formular una actitud concreta frente a los sindicatos. Los jefes sindicales de los mineros buscan sobre todo excluir a estos últimos de toda clase de negociaciones, a fin de que puedan ser ellos los que se encarguen de hacer los tratos directamente con los propietarios de las minas. Y tanto es así que hasta han llegado a tolerar la instalación de ametralladoras para la protección de los pozos. Nosotros, el consejo de obreros y soldados de Essen, hemos puesto fin a tal estado de cosas en aquel sector, pero ello sólo nos ha sido posible confiando a los propios obreros las medidas de salvamento destinadas a evitar el anegamiento de los pozos… ¡Es por tanto una calumnia el hecho de presentar a los obreros como unos saboteadores incorregibles! De hecho, los consejos de empresa de Essen trabajan ya en gran parte de acuerdo con los planes deseados por todos nosotros, aun a pesar de los propietarios de las minas y de los sindicatos. No obstante, todavía queda una cuestión. Ahora, cuando los mineros vienen ya hasta nosotros en gran número, y nos preguntan sobre la actitud que pensamos tomar frente a los sindicatos, ¿qué les vamos a responder?».
El camarada Rieger (Berlín) se refirió a la importancia que pueden llegar a tener los acuerdos sobre las tarifas, asegurando que lo que se denominaba como «contratos de paz» no eran otra cosa que pactos de esclavitud. «Los obreros —dijo— son prácticamente obligados a actuar contra sus propios intereses de consumidores. La clase obrera es así fragmentada, ya que los contratos colectivos impiden todo tipo de solidaridad o aglutinamiento en caso de huelga. La organización por oficios es igualmente un absurdo, pues así nacen las diferencias de salarios, que no son justificables bajo ningún aspecto, como no sea el de tratar solapadamente de crear la aludida fragmentación entre los trabajadores. La dirección de las luchas obrero-económicas debe ser una tarea de nuestro partido y, en consecuencia, los sindicatos deberían ser transformados en un sentido estrictamente revolucionario».
El camarada Frölich (Hamburgo) recordó que en todas las grandes empresas de dicha ciudad la creación de los cambios de fábrica era ya una cosa frecuente antes de la revolución, y que tal sistema solía suplir con ventajas a los sindicatos allí donde no podía contarse con éstos. «La actitud de los dirigentes sindicales —añadió el camarada Frölich— viene del hecho de que estos señores no desean una socialización efectiva, ya que ésta les privaría de los puestos oficiales que ahora ocupan. Por otra parte, saben también perfectamente que las actuales reivindicaciones de los obreros pueden llegar hasta hacer que peligre la misma existencia del capitalismo. Los camaradas de Hamburgo saben por experiencia que en la actualidad es prácticamente imposible atacar al capitalismo por medio de los sindicatos. Esta situación hace pensar que, en principio, la separación de los obreros en organizaciones políticas y en organizaciones sindicales es hoy absolutamente ineficaz. Para nosotros, revolucionarios, no puede haber más que una consigna, que es la de gritar: “¡Fuera los sindicatos!”. Ahora bien, ¿por qué reemplazarlos?… En Hamburgo hemos formado organizaciones unitarias (einheitliche), mientras que nuestros camaradas forman la base en los grupos de empresa».
El camarada Jacob (Berlín) informó de que el proletariado agrícola espera igualmente la socialización de la gran propiedad privada. «Si de verdad queremos movilizar a las masas para la lucha revolucionaria —dijo— no debemos olvidarnos de trabajar en este sentido».
El camarada Seidel (Düsseldorf) tomó posición contra el camarada Frölich, diciendo: «La actitud de los jefes sindicales se explica, no por el deseo de servir a la patronal, sino por el miedo que tienen a perder sus funciones de dirigentes. Es tan sólo a causa de esto por lo que ellos ponen tanto empeño en condenar a los comités de empresa, haciendo todo lo posible también por condenarlos a la impotencia». Por otro lado, el camarada Seidel llamó la atención sobre algunos incidentes dignos de interés que se han producido en el norte de Alemania, donde los industriales llevan sus materias primas desde las regiones industriales al interior del país, a fin de hacer más difícil la socialización mediante el control de dichos materiales. En otro orden de cosas, ocurre un hecho increíble, y es el de que se continúa fabricando material de guerra, que por lo general es llevado también a otra parte, donde es destruido… y así sucesivamente. Los empresarios parecen no querer fabricar productos de paz, siendo su opinión la de que «el gobierno les paga el material de guerra, mientras que por el contrario no tienen ninguna garantía sobre quién les va a comprar el material de paz».
El camarada Sturm (Hamburgo) entró en detalles sobre la sumisión de las directivas políticas frente al congreso, haciendo proposiciones para diversos cambios basados en las experiencias ocurridas en Rusia.
El camarada Müller (Brandenburgo) certificó las palabras del camarada Seidel referentes a la fabricación y demolición ulterior del material de guerra.
El camarada Schröder (Dortmund) hizo algunas sugerencias sobre la forma en que podrían realizarse los trabajos preparatorios para la socialización de las fábricas.
El camarada Eder (Essen) hizo una exposición de sus experiencias durante la guerra, cuando los jefes sindicales se esforzaban por soliviantar a los camaradas del frente contra aquellos que se quedaban en la retaguardia.
El camarada Heckent (Chemnitz) opinó en detalle sobre lo que debe ser nuestra posición frente a los sindicatos. «Es indudable —dijo— que los sindicatos han desarrollado durante la guerra actividades contrarrevolucionarias. Lo que querría preguntar, a este respecto, es lo siguiente: ¿por qué los obreros se dejan hacer continuamente? En mi opinión, una gran parte de los participantes en este congreso se dejan seducir por una posición demasiado fácil». Según siguió diciendo el camarada Heckent, los sindicatos irán ejerciendo cada vez menos su vieja política, en la medida que avance la revolución, lo que quiere decir que quedan aún muchas tareas por hacer y que, entre tanto, los sindicatos tienen todavía un papel que jugar. Las instituciones de apoyo, las cajas de mutualidades y otros organismos parecidos obligarán a los sindicatos a adaptarse si ellos no quieren desaparecer, pero mientras tanto… La opinión del camarada Heckent es la de que la consigna de «¡Fuera los sindicatos!» puede ejercer una influencia nociva, ya que podría convertirse en un obstáculo más para nuestro trabajo, en tanto que los sindicatos no representan un peligro real, puesto que han de verse obligados a plegarse a la marcha de la revolución… si no quieren optar por su desaparición.
La camarada Luxemburgo tomó la palabra como último orador que intervenía en el debate, y dijo: «Por mi parte, no lamento que una discusión sobre los sindicatos se haya desarrollado aquí, tal como viene sucediendo, sino todo lo contrario, pues apruebo de todo corazón esta tentativa de profundizar en una cuestión tan decisiva. Alemania es el único país que, debido a la infame actitud de los sindicatos, no ha podido vivir una posguerra marcada por las correspondientes luchas económicas propias de tal situación. Aun cuando los sindicatos no tuvieran conciencia de esta responsabilidad, serían culpables y merecedores de la pena de su desaparición. De hecho, no son ya organizaciones obreras, sino los más sólidos y solícitos protectores del Estado y de la sociedad burguesa. Como consecuencia de todo ello, es evidente que la lucha para la socialización no podrá ser impulsada hacia adelante sin tender hacia la liquidación de los sindicatos. Al parecer, estamos todos de acuerdo sobre este punto. Donde difieren nuestras opiniones es en lo que se refiere al camino a seguir. A este respecto, yo estimo errónea la proposición de los camaradas de Hamburgo, referente a la formación de organizaciones únicas económico-políticas (cinheitsorganisation), ya que a mi entender las tareas de los sindicatos tan sólo pueden ser retomadas de una forma revolucionaria por los consejos de obreros, de soldados y de fábricas. Por otra parte, no debemos olvidar que la liquidación de los sindicatos acarreará nuevos problemas, cuyas soluciones deberán ser estudiadas a fondo y resueltas de manera decisiva. Yo propongo, por tanto, enviar a la comisión encargada de las cuestiones económicas las proposiciones expuestas por los diversos camaradas que han tomado la palabra, y que dicha comisión someta sus conclusiones a los miembros del congreso, a fin de que éstos puedan tomar una posición con el mayor número de garantías posible».
El camarada Pieck (Comité Central) sugirió aún someter todos los proyectos a una comisión por designar, declarándose los interesados de acuerdo con tal proposición.
El debate fue cerrado por el camarada Lange, quien opinó que la concepción de uno de los oradores (la referente a una renovación del espíritu de lucha de los cuadros sindicales, al ser empujados éstos por la revolución) estaba impregnada de un excesivo optimismo. «Precisamente a partir del 9 de noviembre —añadió el camarada Lange— la actitud de los jefes sindicales ha dado un giro de marcado carácter contrarrevolucionario que no deja lugar a ninguna clase de dudas. Nuestro partido no debe tender por lo tanto a convertirse en una organización única económico-política, en el sentido de llevar a cabo solamente las luchas por los salarios, sino que deberá ampliar su acción al terreno político, siendo los obreros —mediante los consejos de fábrica— los que se encarguen de tomar directamente las medidas económicas que crean convenientes».