VII

Hemos visto que, en Rusia, la huelga de masas no es el producto artificial de una táctica impuesta por la socialdemocracia, sino un fenómeno histórico natural nacido sobre el suelo de la revolución actual. Ahora bien, ¿cuáles son los factores que provocaron la nueva forma en que se ha producido la revolución? La revolución rusa tiene como primera tarea, la abolición del absolutismo y el establecimiento de un Estado moderno legal, con régimen parlamentario burgués. Formalmente, es la misma tarea que se había propuesto la revolución de marzo de 1848 en Alemania y la gran revolución burguesa francesa de fines del siglo XVIII. Pero estas revoluciones, que presentan analogías formales con la revolución actual, tuvieron lugar en condiciones y en un clima histórico totalmente diferente de los de la Rusia actual. La diferencia esencial es la siguiente: entre estas revoluciones burguesas de Occidente y la revolución burguesa actual en Oriente se expandió todo el ciclo del desarrollo capitalista. El capitalismo no afectó solamente a los países de Europa occidental, sino igualmente a la Rusia absolutista. La gran industria, con todas sus secuelas, se convirtió en el modo de producción dominante en Rusia, es decir, decisivo para la evolución social: la división moderna de las clases y las contradicciones sociales acentuadas, la vida de las grandes ciudades y el proletariado moderno. De todo ello resultó una situación histórica extraña y llena de contradicciones. Por sus objetivos formales, la revolución burguesa está dirigida, en principio, por un proletariado moderno, con una conciencia de clase desarrollada, en un medio internacional colocado bajo el signo de la decadencia burguesa. En la actualidad, el elemento motor en las revoluciones occidentales no es, como ocurría anteriormente, la burguesía —la masa proletaria estaba por ese entonces perdida en el seno de la pequeña burguesía y servía de fuerza de maniobra a las clases dominantes—. Hoy es el proletariado consciente el que constituye el elemento activo y dirigente, mientras que las capas de la gran burguesía se muestran ya sea abiertamente contrarrevolucionarias, ya sea moderadamente liberales, y sólo la pequeña burguesía rural y la intelligentzia pequeñoburguesa de las ciudades tienen una actitud francamente de oposición, incluso revolucionaria. Pero el proletariado ruso, llamado a desempeñar de este modo un papel dirigente en la revolución burguesa, emprende la lucha en el momento en que la posición entre el capital y el trabajo es particularmente tajante, y cuando está liberado de las ilusiones de la democracia burguesa, cuando posee en cambio una conciencia aguda de sus intereses específicos de clase. Esta situación contradictoria se manifiesta por el hecho de que en esta revolución, formalmente burguesa, el conflicto entre la sociedad burguesa y el absolutismo está dominado por el conflicto entre el proletariado y la sociedad burguesa, que el proletariado lucha a la vez contra el absolutismo y la explotación capitalista, que la lucha revolucionaria tiene por objeto a la vez la libertad política y la conquista de la jornada de ocho horas así como un nivel material de existencia conveniente para el proletariado Ese doble carácter de la revolución rusa se manifiesta en esa vinculación e interacción estrecha entre la lucha económica y la lucha política, que los acontecimientos de Rusia nos dieron a conocer y que se expresan precisamente en la huelga de masas. En las revoluciones burguesas anteriores eran los partidos burgueses los que tomaron a su cargo la educación política y la dirección de la masa revolucionaria, pero sólo se trataba de derribar al gobierno anterior. El combate de barricadas, de corta duración, era por ese entonces la forma más apropiada de lucha revolucionaria. En el presente, la clase obrera está obligada a educarse, reunirse y dirigirse a sí misma en el curso de la lucha, y de este modo la revolución está orientada tanto contra la explotación capitalista como contra el régimen de Estado anterior. La huelga de masas aparece así como el medio natural de reclutar, organizar y preparar para la revolución a las más amplias capas proletarias y es al mismo tiempo un medio de minar y abatir el Estado anterior o de contener la explotación capitalista. El proletariado industrial urbano es, en el presente, el alma de la revolución en Rusia. Pero, para llevar a cabo una acción política de masas es necesario, primero, que el proletariado se reúna en masa; para ello, es menester que salga de las fábricas y de los talleres, de las minas y de los altos hornos y que supere esa dispersión y derroche de fuerzas a que lo condena el yugo capitalista. La huelga de masas es, por consiguiente, la forma natural y espontánea de toda gran acción revolucionaria del proletariado en la revolución; cuanto más importante se vuelve la industria, como forma predominante de la economía de una sociedad, mayor es el papel desempeñado por el proletariado en la revolución, más exasperada es la oposición entre el capital y el trabajo, y mayor importancia y amplitud tienen necesariamente las huelgas de masas. La precedente forma básica de las revoluciones burguesas, la lucha de barricadas, el enfrentamiento directo con el poder armado del Estado es, en la revolución moderna, un mero punto exterior, un momento solamente de todo el proceso de la lucha de masas proletarias.

De este modo, la nueva forma de la revolución ha permitido alcanzar ese nivel «civilizado» y «atenuado» de las luchas de clase, profetizado por los oportunistas de la socialdemocracia alemana, los Bernstein, los David[25] y secuaces. A decir verdad, imaginaban esta lucha de clases «atenuada», «civilizada», según sus deseos, a través de las ilusiones pequeñoburguesas y democráticas: creían que la lucha de clases se limitaría exclusivamente a la batalla parlamentaria y que la revolución —en el sentido de combates callejeros sería simplemente suprimida—. La historia ha resuelto el problema a su manera, que es a la vez la más profunda y la más sutil: hizo surgir la huelga de masas que, ciertamente, no reemplaza ni torna superfluos los enfrentamientos directos y brutales en la calle, sino que los reduce a un simple momento en el largo periodo de luchas políticas y, al mismo tiempo, vincula la revolución con un trabajo gigantesco de civilización en el sentido estricto del término: la elevación material e intelectual del conjunto de la clase obrera, «civilizando» las formas bárbaras de la explotación capitalista.

La huelga de masas aparece de ese modo, no como un producto específicamente ruso regenerado por el absolutismo, sino como una forma universal de la lucha de clases proletaria determinada por el nivel actual del desarrollo capitalista y de las relaciones de clase. Las tres revoluciones burguesas: la francesa, de 1789, la alemana, de marzo de 1848 y, la actual revolución rusa, constituyen, desde este punto de vista, una cadena de evolución continua: reflejan la grandeza y la decadencia del siglo capitalista. En la Gran Revolución francesa, los conflictos internos de la sociedad burguesa, todavía latentes, ceden el lugar a un largo periodo de luchas brutales donde todas las oposiciones brotan y maduran al calor de la revolución y estallan con una violencia extrema y sin ninguna traba. Medio siglo más tarde la revolución burguesa alemana, que se produce a mitad de camino de la evolución capitalista, es detenida por la oposición de los intereses y el equilibrio de fuerzas entre el capital y el trabajo, ahogada por un compromiso entre feudalismo y burguesía, reducida a un breve y lastimoso interludio, rápidamente amordazado. Pasa otro medio siglo y la revolución rusa actual estalla en un punto de la evolución histórica situado ya sobre la otra vertiente de la montaña, más allá del apogeo de la sociedad capitalista. La revolución burguesa no puede más ser ahogada por la oposición entre burguesía y proletariado, por el contrario, se extiende durante un largo periodo de conflictos sociales violentos que hacen aparecer los viejos ajustes de cuentas con el absolutismo como irrisorios comparados a los nuevos exigidos por la revolución. La revolución de hoy realiza los resultados del desarrollo capitalista internacional en este caso particular de la Rusia absolutista: aparece menos como la heredera de las viejas revoluciones burguesas que como la precursora de una nueva serie de revoluciones proletarias. El país más atrasado, precisamente porque tiene un retraso imperdonable en la tarea de cumplir la revolución burguesa, muestra al proletariado de Alemania y de los países más avanzados las vías y los métodos de la lucha de clases futura. Incluso desde este punto de vista, es completamente erróneo considerar de lejos a la revolución rusa como un espectáculo grandioso, como algo específicamente ruso, contentándose con admirar el heroísmo de los combatientes, dicho de otro modo, los accesorios exteriores de la batalla. Por el contrario, es importante que los obreros alemanes aprendan a mirar la revolución rusa como algo que les concierne directamente; no basta con que experimenten una solidaridad internacional con el proletariado ruso, deben considerar a esta revolución como un capítulo de su propia historia social y política. Los dirigentes y los parlamentarios que piensan que el proletariado alemán es «demasiado débil» y la situación en Alemania poco madura para las luchas revolucionarias de masa no sospechan que lo que refleja el grado de madurez de la situación de clase y la potencia del proletariado en Alemania no son las estadísticas de los sindicatos ni las estadísticas electorales, sino los acontecimientos de la revolución rusa. El grado de madurez de las luchas de clases en Francia, bajo la monarquía de Julio y las batallas de julio en París se midió en la revolución de marzo de 1848, en Alemania, en su evolución y en su fracaso. Asimismo hoy la madurez de las oposiciones de clase en Alemania se refleja en los acontecimientos y el poder de la revolución rusa. Los burócratas registran los cajones de sus escritorios para encontrar la prueba del poder y de la madurez del movimiento obrero alemán sin ver que lo que buscan está delante de sus ojos, en una gran revolución histórica. Porque históricamente la revolución rusa es un reflejo de la potencia y de la madurez del movimiento obrero internacional y antes que nada del movimiento alemán. Se reduciría la revolución rusa a un resultado muy pequeño, grotescamente mezquino, si se extrajera de ella, para el proletariado alemán, la simple lección que extraen los camaradas Frohme, Elm[26] y otros: pedir prestada a la revolución rusa la forma exterior de la lucha, la huelga de masas, y guardarla en el arsenal de reserva para el caso de que se suprima el sufragio universal; dicho de otro modo, reducirla al papel pasivo de un arma de defensa para el parlamentarismo[27]. Si nos quitan el derecho de sufragio en el Reichstag, nos defenderemos. Éste es un principio que no se discute. Pero para mantener ese principio, es inútil adoptar la postura heroica de un Danton, como hizo el camarada Elm en el Congreso de Jena; la defensa de los derechos parlamentarios modestos que poseemos ya no es una innovación sublime que reclame las terribles hecatombes de la revolución rusa para alentar su aplicación. Pero la política del proletariado en el periodo revolucionario no debe reducirse en ningún caso a una simple actitud defensiva. Sin duda es difícil prever con certeza si la abolición del sufragio universal en Alemania conducirá a una situación que provoque inmediatamente una huelga de masas; por otra parte, es verdad que una vez que Alemania entre en un periodo de huelgas de masas le sería imposible a la socialdemocracia detener su táctica en una simple defensa de los derechos parlamentarios. Está fuera del alcance de la socialdemocracia determinar por adelantado la ocasión y el momento en que se desencadenarán las huelgas de masas, porque está fuera de su alcance hacer nacer situaciones por medio de simples resoluciones de congreso. Pero lo que sí está a su alcance, y constituye su deber, es precisar la orientación política de esas luchas cuando se produzcan y traducirla en una táctica resuelta y consecuente. No se pueden dirigir a voluntad los acontecimientos históricos imponiéndoles reglas, pero se pueden calcular por adelantado sus consecuencias probables y regular de acorde con éstas la propia conducta.

El peligro más inminente que acecha al movimiento obrero alemán desde hace años es el de un golpe de Estado de la reacción, que pretendería privar a las masas populares más amplias su derecho político más importante, a saber, el sufragio universal para las elecciones del Reichstag. A pesar de los alcances inmensos que tendría un acontecimiento semejante, es imposible predecir con certeza, repitámoslo, que habrá inmediatamente una respuesta popular directa a ese golpe de Estado, bajo la forma de una huelga de masas. Hoy ignoramos, en efecto, la infinidad de circunstancias y de factores que en un movimiento de masas contribuyen a determinar la situación. Sin embargo, si se considera la exasperación de los antagonismos de clases en Alemania y por otra parte las consecuencias internacionales múltiples de la revolución rusa, así como una Rusia renovada en el futuro, es evidente que el trastorno político que provocaría en Alemania la abolición del sufragio universal no se atrincheraría sólo en la defensa de ese derecho. Un golpe de Estado semejante desencadenaría inevitablemente, en un lapso de tiempo más o menos largo, una expresión elemental de cólera; una vez despiertas las masas populares ajustarían todas sus cuentas políticas con la reacción: se levantarían contra el precio usuario del pan y el encarecimiento artificial de la carne; contra las cargas impuestas por los gastos ilimitados del militarismo y del «marinismo»; contra la corrupción de la política colonial, la vergüenza nacional del proceso de Koenisberg y la detención de las reformas sociales; contra las medidas que apuntan a la privación de los derechos a los ferroviarios, los empleados de correos y los obreros agrícolas; contra las medidas represivas tomadas contra los mineros; contra el juicio de Löbtau y toda justicia clasista; contra el sistema brutal de lock-out. En resumen, contra toda la opresión ejercida desde hace veinte años por el poder coaligado de los terratenientes de Prusia oriental y del gran capital de los cartels.

Una vez que la bola de nieve se pone a rodar no puede detenerse, lo quiera o no la socialdemocracia. Los adversarios de la huelga de masas niegan la lección y el ejemplo de la revolución rusa como inaplicables a Alemania, bajo el pretexto de que en Rusia era necesario primero saltar sin transición de un régimen de despotismo oriental a un orden legal burgués moderno. Esta separación normal entre el régimen político antiguo y el moderno sería suficiente para explicar la vehemencia y la violencia de la revolución rusa. En Alemania poseemos, desde hace largo tiempo, las formas y las garantías de un régimen de Estado fundado sobre el derecho; es por ello que un desencadenamiento tan elemental de conflictos sociales es imposible a sus ojos. Los que así razonan olvidan que en cambio en Alemania, una vez iniciadas las luchas políticas, el objetivo histórico será totalmente distinto al de la Rusia de hoy. Es justamente porque en Alemania el régimen constitucional existe desde hace mucho y tuvo el tiempo de agotarse y de llegar a su declinación, porque la democracia burguesa y el liberalismo han llegado a su término, que ya no puede plantearse más la revolución burguesa en Alemania. Un periodo de luchas políticas abiertas no tendría necesariamente en Alemania como único objetivo histórico, la dictadura del proletariado. Pero la distancia que separa la situación actual en Alemania de ese objetivo es todavía mucho mayor que la que separa el régimen legal burgués del régimen del despotismo oriental. Por eso el objetivo no puede ser logrado de una sola vez; sólo puede ser alcanzado después de un largo periodo de conflictos sociales gigantescos.

Pero ¿no hay contradicciones flagrantes en las perspectivas que abrimos? Por una parte afirmamos que, en el curso de un eventual periodo de acciones de masa futuras, quienes comenzarán por obtener el derecho de coalición serán, al principio, las capas sociales más atrasadas de Alemania, los obreros agrícolas, los empleados de ferrocarril y de correos, y afirmamos también que será necesario suprimir primero los excesos más odiosos de la explotación capitalista; por otra parte, el objetivo político de este periodo sería ya la conquista del poder político por el proletariado. Por un lado se trataría de reivindicaciones económicas y sindicales teniendo en cuenta intereses inmediatos y por el otro del objetivo final de la socialdemocracia. Ciertamente, tenemos aquí contradicciones flagrantes, pero que no surgen de nuestra lógica sino de la evolución siguiendo una hermosa línea recta, sigue un recorrido caprichoso y lleno de bruscos zig-zag. Así como los diferentes países capitalistas representan los estadios más diversos de la evolución, en el interior de cada país se encuentran las capas más diversas de una misma clase obrera. Pero la historia no espera con paciencia a que los países y las capas más atrasadas alcancen a los países y a las capas más avanzadas, para que el conjunto pueda ponerse en marcha en formación simétrica, en columnas cerradas. Se dan las explosiones en los puntos neurálgicos cuando la situación está madura y en la tormenta revolucionaria bastan algunos días, o algunos meses, para compensar los retrasos, corregir las desigualdades, poner en marcha de golpe todo el progreso social. En la revolución rusa, todos los estadios de desarrollo, toda la escala de intereses de las categorías distintas de obreros estaban representados en el programa revolucionario de la socialdemocracia y el número infinito de luchas parciales confluía en la inmensa acción común de clase del proletariado; lo mismo ocurrirá en Alemania cuando la situación esté madura. La tarea de la socialdemocracia consistirá en regular su táctica no en base a los niveles más atrasados, sino en base a los más avanzados de la evolución.