IV
En las páginas que preceden hemos tratado de esbozar sumariamente la historia de la huelga de masas en Rusia. Una simple ojeada sobre esta historia, nos ofrece una imagen de la huelga de masas que no se parece en nada a la que nos hacemos en Alemania en el curso de las discusiones. En lugar de un esquema rígido y vacío que nos muestra una «acción» política lineal ejecutada con prudencia y según un plan decidido por las instancias supremas de los sindicatos, vemos un fragmento de vida real hecho de carne y de sangre que no se puede separar del medio revolucionario, unida por el contrario por mil vínculos al organismo revolucionario en su totalidad. La huelga de masas tal como nos la muestra la revolución rusa es un fenómeno tan fluido que refleja en sí todas las fases de la lucha política y económica, todos los estadios y todos los momentos de la revolución. Su campo de aplicación, su fuerza de acción, los factores de su desencadenamiento, se transforman de continuo. Repentinamente abre perspectivas nuevas a la revolución en un momento en que ésta parecía encaminarse hacia un estancamiento. Y se niega a funcionar en el momento en que se creía poder contar con ella con toda seguridad. A veces la ola del movimiento invade todo el Imperio, a veces se divide en una red infinita de pequeños arroyos; a veces brota del suelo como una fuente viva, a veces se pierde dentro de la tierra, Huelgas económicas y políticas, huelgas de masas y huelgas parciales, huelgas de demostración o de combate, huelgas generales que afectan a sectores particulares o a ciudades enteras, luchas reivindicativas pacíficas o batallas callejeras, combate de barricas: todas estas formas de lucha se entrecruzan o se rozan, se atraviesan o desbordan una sobre la otra; es un océano de fenómenos eternamente nuevos y fluctuantes. Y la ley del movimiento de esos fenómenos aparece claramente: no reside en la huelga de masas en sí misma, en sus particularidades técnicas, sino en la relación de las fuerzas políticas y sociales de la revolución. La huelga de masas es simplemente la forma que adopta la lucha revolucionaria y toda desnivelación en la relación de las fuerzas en lucha, en el desarrollo del Partido y la división de las clases, en la posición de la contrarrevolución, influye inmediatamente sobre la acción de la huelga a través de mil caminos invisibles e incontrolables. Sin embargo, la acción de la huelga en sí misma no se detiene prácticamente ni un solo instante. No hace más que revestir otras formas, modificar su extensión, sus objetivos, sus efectos. Es el pulso vivo de la revolución y al mismo tiempo su motor más poderoso. En una palabra, la huelga de masas, tal como nos la ofrece la revolución rusa, no es un medio ingenioso inventado para reforzar la lucha proletaria; representa el movimiento mismo de la masa proletaria, la forma de manifestación de la lucha proletaria en el curso de la revolución.
A partir de esto se pueden deducir algunos puntos de vista generales que permitirán juzgar el problema de la huelga de masas.
1) Es absolutamente erróneo concebir la huelga de masas como una acción aislada; es más bien el signo, el concepto unificador de todo un periodo de años, quizás de decenios, de la lucha de clases. Si se consideran las innumerables y diferentes huelgas de masas que tuvieron lugar en Rusia desde hace cuatro años, una sola variante e incluso de importancia secundaria corresponde a su definición como acto único y breve de características puramente políticas, desencadenado y detenido a voluntad según un plan preconcebido: me refiero aquí a la simple huelga de protesta. Durante todo este periodo de cinco años sólo vemos en Rusia algunas huelgas de ese género en pequeño número y, lo que es notable, limitadas por lo común a una ciudad. Citemos entre otras la huelga general anual del 1 de mayo en Varsovia y Lodz —en Rusia propiamente dicha la costumbre de celebrar el 1 de mayo mediante la paralización del trabajo no está aún extendida ampliamente—, la huelga de masas en Varsovia el 11 de septiembre de 1905, en ocasión del entierro del condenado a muerte Martín Kasprzak[21]; la de noviembre de 1905 en San Petersburgo en señal de protesta contra la proclamación del estado de sitio en Polonia y Livonia; la del 22 de enero de 1906 en Varsovia, Lodz, Czenstochau y en la cuenca minera de Combrowa, lo mismo que en algunas ciudades rusas en conmemoración del domingo sangriento de San Petersburgo; en julio de 1906, una huelga general de Tiflís en manifestación de solidaridad con los soldados condenados por sublevación y finalmente por la misma razón en septiembre de ese año durante el proceso militar de Reval. Todas las otras huelgas de masas parciales o huelgas generales son huelgas de lucha y no de protesta. Con ese carácter nacieron espontáneamente en ocasión de incidentes particulares locales y fortuitos y no de acuerdo con un plan preconcebido y deliberado y, merced a la potencia de fuerzas elementales, adquirieron dimensiones de un movimiento de gran envergadura. No concluían con la retirada ordenada, sino que se transformaban a veces en luchas económicas, a veces en combates callejeros y otras veces decaían por sí mismas.
Dentro de este cuadro de conjunto, las huelgas de protesta política pura desempeñaron un papel de segundo orden: el de puntos minúsculos y aislados en medio de una gran superficie. Si consideramos las cosas según la cronología, comprobamos lo siguiente: las huelgas de protesta que, a diferencia de las huelgas de luchas, exigen un nivel muy elevado de disciplina del partido, una dirección política y una ideología política conscientes, y aparecen en consecuencia según el esquema como la forma más alta y madura de la huelga de masas, son importantes sobre todo al comienzo del movimiento. De este modo, el paro total del 1 de mayo de 1905 en Varsovia, primer ejemplo de la aplicación perfecta de una decisión del partido, fue un acontecimiento de gran alcance para el movimiento proletario de Polonia. Igualmente la huelga de solidaridad en noviembre de 1905 en San Petersburgo, primer ejemplo de una acción de masas concertada, causó sensación. También el «ensayo de huelga general» de los camaradas de Hamburgo el 17 de enero de 1906, que ocupa un lugar destacado en la historia de la futura huelga de masas en Alemania, constituye el primer intento espontáneo de usar esta arma tan discutida, intento que, por otra parte, tuvo éxito y que testimonia la combatividad de los obreros hamburgueses.
De igual modo, una vez comenzado el periodo de huelgas de masas en Alemania, éste culminará seguramente con la instauración de la fiesta del 1 de mayo con un paro general del trabajo. Esta fiesta podrá celebrarse como la primera demostración bajo el signo de las luchas de masas. En tal sentido, ese «viejo caballo de batalla», como se ha llamado al 1 de mayo en el Congreso Sindical de Colonia, tiene todavía un gran porvenir y está llamado a desempeñar un papel importante en las luchas de clase proletarias en Alemania. Sin embargo, con el desarrollo de las luchas revolucionarias la importancia de tales demostraciones disminuye con rapidez. Los mismos factores que hacen objetivamente posible el desencadenamiento de las huelgas de protesta, según un plan preconcebido y de acuerdo a una consigna de los partidos, a saber, el crecimiento de la conciencia política y de la educación del proletariado, hacen imposible esta clase de huelgas. En las actuales circunstancias, el proletariado ruso y, más concretamente, su vanguardia más activa, no quiere saber ya nada de las huelgas demostrativas, los obreros no tienen ganas de bromas y sólo quieren luchas serias, con todas sus consecuencias. Si es verdad que en el curso de la primera gran huelga de masas, en enero de 1905, el elemento demostrativo desempeñaba todavía un gran papel —bajo una forma no deliberada sino instintiva y espontánea—, en cambio la tentativa del Comité Central del Partido socialdemócrata ruso por llamar en el mes de agosto a una huelga de masas en favor de la Duma fracasó entre otras causas por la aversión del proletariado consciente hacia las acciones tibias y de mera demostración.
2) Pero, si en lugar de esta categoría secundaria de las huelgas de demostración, consideramos la huelga combativa, tal como la vemos hoy en Rusia, constituyendo el soporte real de la acción proletaria, nos sorprende el hecho de que el elemento económico y el elemento político se presenten tan indisolublemente vinculados. Aquí también la realidad se aparta del esquema teórico; la concepción pedante que hace derivar lógicamente la huelga de masas política pura de la huelga general económica, como si la primera fuera el estadio más maduro y elevado y que distingue cuidadosamente una forma de otra, es desmentida por la experiencia de la revolución rusa. Esto no ha quedado demostrado solamente por el hecho de que las huelgas de masas —desde la primera gran huelga reivindicativa de los obreros textiles de San Petersburgo en 1896-1897 hasta la última gran huelga de diciembre de 1905— hayan pasado insensiblemente del campo de las reivindicaciones económicas al de la política, aunque es casi imposible trazar fronteras entre unas y otras. Sin embargo, cada una de las grandes huelgas de masas vuelve a trazar, en miniatura por así decirlo, la historia general de las huelgas en Rusia, comenzando por un conflicto sindical puramente reivindicativo, o al menos parcial, recorriendo luego todos los grados hasta la manifestación política. La tempestad que sacudió el sur de Rusia en 1902 y 1903 comenzó en Bakú, como ya vimos, con una protesta contra las medidas tomadas contra los parados; en Rostov, con reivindicaciones salariales; en Tiflís, con un lucha de los empleados de comercio para obtener una disminución de la jornada de trabajo; en Odesa, con una reivindicación de salarios en una pequeña fábrica aislada. La huelga de masas de enero de 1905 se inició con un conflicto en el interior de las fábricas Putilov, la huelga de octubre, con reivindicaciones de los ferroviarios por su caja de jubilaciones, la huelga de diciembre, finalmente, con la lucha de los empleados de correos y telégrafos para obtener el derecho de asociación. El progreso del movimiento no se manifiesta por el hecho de que el elemento económico desaparezca, sino más bien por la rapidez con que se recorren todas las etapas hasta la manifestación política, y por la posición, más o menos extrema, del punto final alcanzado por la huelga de masas.
Sin embargo, el movimiento en su conjunto no se orienta únicamente en el sentido de un paso de lo económico a lo político, sino también en el sentido inverso. Cada una de las acciones políticas de las masas se transforma, luego de haber alcanzado su apogeo, en una multitud de huelgas económicas. Esto es válido no sólo para cada una de las grandes huelgas, sino también para la revolución en su conjunto. Cuando la lucha política se extiende, se clarifica y se intensifica, la lucha reivindicativa no sólo no desaparece, sino que se extiende, organiza e intensifica paralelamente. Existe interacción completa entre ambas.
Cada nuevo impulso y cada nueva victoria de la lucha política dan un ímpetu poderoso a la lucha económica, ampliando sus posibilidades de acción exterior y dando a los obreros nuevos bríos para mejorar su situación, aumentando su combatividad. Cada ola de acción política deja detrás suyo un limo fértil de donde surgen inmediatamente mil brotes nuevos: las reivindicaciones económicas. E inversamente, la guerra económica incesante que los obreros libran contra el capital mantiene despierta la energía combativa, incluso en las horas de tranquilidad política; de alguna manera constituye una reserva permanente de energía de la que la lucha política extrae siempre fuerzas nuevas. Al mismo tiempo, el trabajo infatigable de corrosión reivindicativa desencadena aquí y allá conflictos agudos a partir de los cuales estallan bruscamente las batallas políticas.
En una palabra, la lucha económica presenta una continuidad, es el hilo que vincula los diferentes núcleos políticos; la lucha política es una fecundación periódica que prepara el terreno a las luchas económicas. La causa y el efecto se suceden y alternan sin cesar, y, de este modo, el factor económico y el factor político, lejos de distinguirse completamente o incluso de excluirse recíprocamente como lo pretende el esquema pedante, constituyen en un periodo de huelgas de masas dos aspectos complementarios de las luchas de clases proletarias en Rusia. La huelga de masas constituye precisamente su unidad. La teoría sutil diseca artificialmente, con la ayuda de la lógica, la huelga de masas para obtener una «huelga política pura», pero he aquí que, una disección semejante, al igual que todas las disecciones, no nos permite ver el fenómeno vivo, nos entrega un cadáver.
3) Finalmente los acontecimientos de Rusia nos muestran que la huelga de masas es inseparable de la revolución; su historia se confunde con la historia de la revolución. Sin duda, cuando los campeones del oportunismo en Alemania escuchan hablar de revolución, piensan inmediatamente en la sangre vertida, en batallas callejeras, en la pólvora y el plomo, y deducen con toda lógica que la huelga de masas conduce inevitablemente a la revolución, concluyen que es menester abstenerse de realizarla. Y de hecho verificamos que en Rusia casi todas las huelgas de masas terminan en un enfrentamiento sangriento con las fuerzas zaristas del orden; lo cual es tan cierto para las huelgas pretendidamente políticas como para los conflictos económicos. Pero la revolución es otra cosa, es algo más que un simple baño de sangre. A diferencia de la policía que entiende por revolución simplemente la batalla callejera y la pelea, es decir, el «desorden», el socialismo científico ve en la revolución, antes que nada, una transformación interna profunda de las relaciones de clase. Desde ese punto de vista, entre la revolución y la huelga de masas existe en Rusia una relación mucho más estrecha que la que se establece a través de la comprobación trivial, a saber, que la huelga de masas concluye generalmente en un baño de sangre.
Hemos estudiado el mecanismo interno de la huelga de masas rusa fundada sobre una relación de causalidad recíproca entre el conflicto político y el conflicto económico. Pero esta relación de causalidad recíproca está determinada precisamente por el periodo revolucionario. Solamente en la tempestad revolucionaria cada lucha parcial entre el capital y el trabajo adquiere las dimensiones de una explosión general. En Alemania se asiste todos los años, todos los días, a los conflictos más violentos, más brutales entre los obreros y los patronos, sin que la lucha supere los límites de la rama de industria, de la ciudad e incluso de la fábrica en cuestión. El despido de obreros organizados como en San Petersburgo, la desocupación como en Bakú, reivindicaciones salariales como en Odesa, luchas por el derecho de asociación como en Moscú: todo esto se produce diariamente en Alemania. Pero ninguno de esos incidentes da lugar a una acción de clase común. E incluso si esos conflictos se extienden hasta convertirse en huelgas de masas con carácter netamente político no desembocan en una explosión general. La huelga general de los ferroviarios holandeses que a pesar de las simpatías ardientes que suscitó se extinguió en medio de la inmovilidad absoluta del conjunto del proletariado, nos proporciona un ejemplo aleccionador de ello.
A la inversa, sólo en un periodo revolucionario, cuando los fundamentos sociales y las barreras que separan a las clases sociales están quebrantados, cualquier acción política del proletariado puede arrancar de la indiferencia en pocas horas a las capas populares que habían permanecido hasta entonces apartadas, lo que se manifiesta naturalmente, a través de una batalla económica tumultuosa. Súbitamente electrizados por la acción política los obreros reaccionan de inmediato en el campo que les es más próximo: se sublevan contra su condición de esclavitud económica. El gesto de revuelta, que es la lucha política, les hace sentir con una intensidad insospechada el peso de sus cadenas económicas. Mientras que en Alemania la lucha política más violenta, la campaña electoral o los debates parlamentarios a propósito de las tarifas aduaneras, no tienen más que una importancia mínima sobre el curso de la intensidad de las luchas reivindicativas que se llevan a cabo al mismo tiempo, en Rusia toda acción del proletariado se manifiesta inmediatamente por una extensión e intensificación de la lucha económica.
De este modo, sólo la revolución crea las condiciones sociales que permiten dar un paso inmediato de la lucha económica a la lucha política, y de ésta a aquélla, lo que se expresa a través de la huelga de masas. El esquema vulgar sólo percibe una relación entre la huelga de masas y la revolución, en los enfrentamientos sangrientos con que concluyen las huelgas de masas; pero un examen más profundo de los acontecimientos rusos, nos hace descubrir una relación inversa. En realidad no es la huelga de masas la que produce la revolución, sino la revolución la que produce la huelga de masas.
4) Es suficiente con resumir lo que precede para descubrir una solución al problema de la dirección y de la iniciativa de la huelga de masas. Si no significa un acto aislado, sino todo un periodo de la lucha de clases, si este periodo se confunde con el periodo revolucionario, es evidente que no se puede desencadenar arbitrariamente, aunque la decisión emane de las instancias supremas del más poderoso de los partidos socialistas. Mientras no esté al alcance de la social-democracia el poner en marcha o anular las revoluciones a su gusto, ni siquiera el entusiasmo y la impaciencia más fogosa de las tropas socialistas serán suficientes para crear un verdadero periodo de huelga general como movimiento popular potente y vivo. La audacia de la dirección del partido y la disciplina de los obreros pueden lograr sin duda organizar una manifestación única y de corta duración: tal fue el caso de la huelga de masas en Suecia o más recientemente en Austria o también de la huelga del 17 de enero en Hamburgo[22] Pero estas manifestaciones se parecen a un verdadero periodo revolucionario de huelgas de masas tanto como unas maniobras navales realizadas en un puerto extranjero, cuando las relaciones diplomáticas son tensas, se parecen a una guerra. Una huelga de masas nacida simplemente de la disciplina y del entusiasmo desempeñará en el mejor de los casos sólo el papel de un síntoma de la combatividad de los trabajadores, después del cual la situación retornará a la apacible rutina cotidiana. Ciertamente, incluso durante la revolución, las huelgas no caen del cielo. Es necesario que, de una y otra manera, sean realizadas por los obreros. La resolución y la decisión de la clase obrera desempeñará también un papel y es menester precisar que tanto la iniciativa como la dirección de las operaciones ulteriores incumben muy naturalmente a la parte más esclarecida y mejor organizada del proletariado: la socialdemocracia. Pero esta iniciativa y esta dirección sólo se aplican a la ejecución de tal o cual acción aislada, de tal o cual huelga de masas, cuando el periodo revolucionario está ya en curso, y las más de las veces, esto ocurre en el interior de una ciudad dada. Por ejemplo, ya hemos visto que, alguna vez, la socialdemocracia ha lanzado expresamente, y con éxito, la consigna de huelga en Bakú, en Varsovia, en Lodz, en San Petersburgo. Semejante iniciativa tiene muchas menos posibilidades de éxito si se aplica a movimientos generales que afectan al conjunto del proletariado. Por otra parte, la iniciativa y la dirección de las operaciones tienen sus límites determinados. Precisamente durante la revolución es en extremo difícil para un organismo dirigente del movimiento obrero prevenir y calcular la ocasión y los factores que pueden desencadenar o no explosiones. Tomar la iniciativa y la dirección de las operaciones no consiste aquí tampoco en dar arbitrariamente órdenes, sino en adaptarse lo más hábilmente posible a la situación y en mantener el contacto más estrecho con la moral de las masas. El elemento espontáneo, según ya vimos, desempeña un gran papel en todas las huelgas de masas en Rusia, ya sea como elemento impulsor, ya sea como freno. Pero esto es así, no porque en Rusia la socialdemocracia sea aún joven y débil, sino por el hecho de que cada operación particular es el resultado de una tal infinidad de factores económicos, políticos, sociales, generales y locales, materiales y psicológicos, que ninguno de ellos puede definirse ni calcularse como un ejemplo aritmético. Incluso si el proletariado, con la socialdemocracia a la cabeza, desempeña un papel dirigente, la revolución no es una maniobra del proletariado, sino una batalla que se desarrolla cuando todos los fundamentos sociales crujen, se desmoronan y se desplazan incesantemente. Si el elemento espontáneo desempeña un papel tan importante en las huelgas de masas en Rusia, no es porque el proletariado ruso sea «insuficientemente educado», sino porque las revoluciones no se aprenden en la escuela.
Por otra parte, comprobamos que en Rusia, esta revolución que hace tan difícil a la socialdemocracia conquistar la dirección de la huelga y que tan pronto se la arranca, como tan pronto le ofrece la batuta de director de orquesta, resuelve por el contrario precisamente todas las dificultades de la huelga, esas dificultades que el esquema teórico, tal como es discutido en Alemania, considera como la preocupación principal de la dirección: el problema del «aprovisionamiento», de los «gastos», de los «sacrificios materiales». Indudablemente no los resuelve de la misma forma en que se solucionan, lápiz en mano, en el curso de una apacible conferencia secreta, mantenida por las instancias superiores del movimiento obrero. El «arreglo» de todos esos problemas se resumen en lo siguiente: la revolución hace entrar en escena masas populares tan inmensas que toda tentativa de regular por adelantado o estimar los gastos del movimiento —tal como se hace la estimación de los gastos de un proceso civil— aparece como una empresa desesperada. Es verdad que en la propia Rusia los organismos directivos tratan de sostener, con sus mejores medios, a las víctimas del combate. De este modo, por ejemplo, el Partido ayudó durante semanas a las valerosas víctimas del gigantesco lock-out que tuvo lugar en San Petersburgo, después de la campaña por la jornada de ocho horas. Pero en el inmenso balance de la revolución esto equivale a una gota de agua en el mar. En el momento en que comienza un periodo de huelgas de masas de gran envergadura, todas las previsiones y cálculos de gastos son tan vanos como la pretensión de vaciar el océano con un vaso. En efecto, el precio que paga la masa proletaria por toda revolución es un océano de privaciones y de sufrimientos terribles. Un periodo revolucionario resuelve esta dificultad, en apariencia insoluble, desencadenando en la masa una suma tal de idealismo que la vuelve insensible a los sufrimientos más agudos. No se puede hacer ni la revolución ni la huelga de masas con la psicología de un sindicato que sólo consentiría en detener el trabajo el 1 de mayo con la condición de poder contar con precisión con un subsidio determinado por adelantado en caso de ser despedido. Pero en la tempestad revolucionaria el proletariado, el padre de familia prudente, se transforma en un «revolucionario romántico» para el cual el bien supremo mismo —la vida— y con mayor razón el bienestar material tienen poco valor en comparación con el ideal de lucha. En consecuencia, si es verdad que el periodo revolucionario se encarga de la dirección de la huelga, en el sentido de la iniciativa de su desencadenamiento y de la carga de los gastos, no es menos cierto que, en un sentido completamente diferente, la dirección de la huelga de masas corresponde a la socialdemocracia y a sus organismos directivos. En lugar de plantearse el problema de la técnica y del mecanismo de la huelga de masas en un periodo revolucionario, la socialdemocracia está llamada a asumir la dirección política. La tarea de «dirección» más importante en el periodo de la huelga de masas consiste en dar la consigna de la lucha, en orientar, en regular la táctica de la lucha política de manera tal, que en cada fase y en cada instante del combate, sea realizada y movilizada la totalidad del poder del proletariado ya comprometido y lanzado a la batalla, y que este poder se exprese por la posición del Partido en la lucha; es necesario que la táctica de la socialdemocracia nunca se encuentre, en lo que respecta a la energía y a la precisión, por debajo del nivel de la relación de las fuerzas en acción, sino que por el contrario sobrepase ese nivel; en tal caso dicha dirección política se transformará automáticamente, en cierta medida, en dirección técnica. Una táctica socialista consecuente, resuelta, avanzada, provoca en las masas un sentimiento de seguridad, de confianza, de combatividad; una táctica vacilante, débil, fundada en una sobreestimación de las fuerzas del proletariado, paraliza y desorienta a las masas. En el primer caso, las huelgas estallan «espontáneamente» y siempre «en el momento oportuno»; en el segundo caso, será inútil que el partido llame directamente a la huelga. Todo será en vano. La revolución rusa nos ofrece ejemplos que hablan de uno y del otro caso.