II
Por lo que respecta a la huelga de masas, los acontecimientos en Rusia nos obligan a revisar, antes que nada, la concepción general del problema. Hasta el presente, aquellos que eran partidarios de «ensayar la huelga de masas» en Alemania, los Bernstein, Eisner, etc., así como los adversarios rigurosos de semejante tentativa, representados en el sindicato, por ejemplo, por Bomelburg[13], se atenían a una misma concepción, a saber, la concepción anarquista. Los polos opuestos, en apariencia, no sólo no se excluyen, sino que se condicionan y complementan recíprocamente. Para la concepción anarquista de las cosas, en efecto, la especulación sobre la «gran conmoción», sobre la revolución social, constituye solamente algo exterior y no esencial; lo esencial es la manera totalmente abstracta, antihistórica de considerar tanto la huelga de masas como, por otra parte, las condiciones de la lucha proletaria. El anarquista no concibe sino dos condiciones materiales previas de esas especulaciones «revolucionarias»; primero, el «espacio etéreo» y luego la buena voluntad y el coraje para salvar a la humanidad del valle de lágrimas capitalista donde gime hasta el presente. Es en ese «espacio etéreo» donde nació tal razonamiento, hace más de sesenta años, época en que la huelga de masas era ya el medio más corto, seguro y fácil de efectuar el salto peligroso hacia un más allá social mejor. Es en ese mismo «espacio abstracto» donde nació recientemente la idea, surgida de la especulación teórica, de que la lucha sindical es la única «acción de masas directa» real y, en consecuencia, la única lucha revolucionaria —último estribillo, como se sabe, de los «sindicalistas» franceses e italianos—. Pero para desgracia del anarquismo, los métodos de lucha improvisados en el «espacio etéreo» se revelaron siempre como meras utopías; además, como la mayoría de las veces se negaban a considerar la triste y despreciable realidad, dejaban insensiblemente de ser teorías revolucionarias, para convertirse en auxiliares prácticas de la reacción.
Ahora bien, es sobre el mismo terreno de la consideración abstracta y despreocupada por la historia donde se colocan hoy, por una parte, quienes quisieran desencadenar próximamente en Alemania la huelga de masas en un día determinado del calendario, mediante un decreto de la dirección del Partido y, por otra parte, aquellos que, como los delegados del congreso sindical de Hamburgo, quieren liquidar definitivamente el problema de la huelga de masas, prohibiendo su «propaganda». Tanto una como otra tendencia parten de la idea común y absolutamente anarquista de que la huelga de masas es sólo un arma puramente técnica que podría, según se lo juzgue útil, y a voluntad, ser «decidida» o inversamente «prohibida», como un cuchillo que se puede mantener, ante toda eventualidad, metido en el bolsillo o por el contrario listo para ser usado cuando uno lo decide. Indudablemente los adversarios de la huelga de masas reivindican con justicia el mérito de tener en cuenta el terreno histórico y las condiciones materiales de la situación actual en Alemania, en oposición a los «románticos de la revolución» que flotan en el espacio inmaterial y se niegan absolutamente a encarar la dura realidad, sus posibilidades e imposibilidades. «Hechos y cifras, cifras y hechos» exclaman como Grangrind en Los tiempos difíciles de Dickens. Lo que los adversarios sindicalistas de la huelga de masas entienden por «terreno histórico» y «condiciones materiales» son dos elementos diferentes: por una parte, la debilidad del proletariado, por otra, la fuerza del militarismo prusiano.
La insuficiencia de las organizaciones obreras y el estado de los fondos, el poder de las bayonetas prusianas: tales son los «hechos y cifras» sobre los que esos dirigentes sindicales fundan su concepción práctica del problema. Es cierto que, tanto la caja sindical como las bayonetas prusianas constituyen incontestablemente hechos materiales e incluso muy históricos, pero la concepción política fundada sobre esos hechos no es el materialismo histórico en el sentido de Marx, sino un materialismo policial del tipo de Puttkammer[14]. Incluso los representantes del Estado policial confían mucho, y hasta de modo exclusivo, en la potencia efectiva del proletariado organizado a cada momento y en el poder material de las bayonetas. Del cuadro comparativo de esas dos cifras no dejan de extraer esta conclusión tranquilizadora: el movimiento obrero revolucionario es producido por dirigentes, agitadores; ergo tenemos en las prisiones y en las bayonetas un medio suficiente para convertirnos en amos de ese «fenómeno pasajero y desagradable».
La clase obrera consciente que Alemania ha comprendido desde hace tiempo la comicidad de esta teoría policial según la cual, todo el movimiento obrero sería el producto artificial y arbitrario de un puñado de «agitadores y dirigentes» sin escrúpulos. Vemos manifestarse la misma concepción cuando dos o tres bravos camaradas forman un piquete de guardianes voluntarios, para alertar a la clase obrera alemana contra los manejos peligrosos de algunos «románticos de la revolución» y de su «propaganda en favor de la huelga de masas»; o también cuando desde el sector adversario se asiste al lanzamiento de una campaña indignada y lacrimosa por parte de aquellos que, sintiéndose decepcionados en su espera de una explosión de la huelga de masas en Alemania, se creen frustrados por no se sabe qué acuerdos «secretos» entre la dirección del partido y el Consejo central de los sindicatos. Si el desencadenamiento de las huelgas dependiese de la «propaganda» incendiaria de los «románticos de la revolución» o de las decisiones secretas o públicas de los comités directivos no hubiéramos tenido hasta aquí ninguna huelga de masas importante en Rusia. No existe país —como ya lo señalé en la Sächsische Arbeiterzeitung [Gaceta obrera de Sajonia] en marzo de 1905— donde se haya pensado en «propagar» e incluso discutir la huelga de masas tan poco como en Rusia. Y los pocos ejemplos aislados de resoluciones y acuerdos de la dirección del partido socialista ruso que decretaban la huelga total y general —como la última tentativa en agosto de 1905 después de la disolución de la Duma— han fracasado casi por completo. En consecuencia, la revolución rusa nos enseña que la huelga de masas no es ni «fabricada» artificialmente ni «decidida» o «propagada» en un espacio inmaterial y abstracto, sino que representa un fenómeno histórico resultante en un cierto momento de una situación social, a partir de una necesidad histórica.
Por lo tanto, el problema no se resolverá mediante especulaciones abstractas acerca de la posibilidad o la imposibilidad, sobre la utilidad o el riesgo de la huelga de masas, sino a través del estudio de los factores y de la situación social que provoca la huelga de masas en la fase actual de la lucha de clases. Ese problema no será comprendido y no podrá ser discutido a partir de una apreciación subjetiva de la huelga general tomando en consideración lo que es deseable o no, sino a partir de un examen objetivo de los orígenes de la huelga de masas, interrogándonos sobre si es históricamente necesaria.
En el espacio inmaterial del análisis lógico abstracto se puede probar, con el mismo rigor, tanto la imposibilidad absoluta, la derrota indudable de la huelga de masas, como su posibilidad absoluta y su victoria segura. De este modo el valor de la demostración es, en los dos casos, el mismo, quiero decir, nulo. Por eso, temer a la propaganda en favor de la huelga de masas, pretender excomulgar formalmente a los culpables de ese crimen, es caer víctima de un malentendido absurdo. Es tan imposible «propagar» la huelga de masas como medio abstracto de lucha como «propagar» la revolución. La «revolución» y la «huelga de masas» son conceptos que, en sí mismos, constituyen únicamente la forma exterior de la lucha de clases y sólo tienen sentido y contenido en relación a situaciones políticas bien determinadas.
Emprender una propagando en regla en favor de la huelga de masas como forma de la acción proletaria, querer extender esta «idea» para ganar poco a poco a la clase obrera sería una ocupación tan ociosa, tan vana e insípida como emprender una campaña de propaganda por la idea de la revolución o del combate en las barricadas. Si en la hora presente la huelga de masas se convirtió en el centro de vivo interés de la clase obrera alemana e internacional, es porque representa una nueva forma de lucha y, como tal, es el síntoma auténtico de profundos cambios interiores en las relaciones de las clases y en las condiciones de la lucha de clases. El hecho de que la masa de los proletarios alemanes manifieste un interés tan ardiente por este problema nuevo —a pesar de la resistencia obstinada de sus dirigentes sindicales— es un testimonio de su seguro instinto revolucionario y de su clara inteligencia. Pero no se responderá a este interés, a esta noble sed intelectual, a este impulso de los obreros hacia la acción revolucionaria disertando con una gimnasia cerebral abstracta acerca de la posibilidad o imposibilidad de la huelga de masas; se responderá explicando el desarrollo de la revolución rusa, su importancia internacional, la exasperación de los conflictos de clase en Europa Occidental, las nuevas perspectivas políticas de la lucha de clases en Alemania, el papel y los deberes de las masas en las luchas futuras. Sólo bajo esta forma la discusión sobre la huelga de masas servirá para ampliar el horizonte intelectual del proletariado, contribuirá a aguzar su conciencia de clase, a profundizar sus ideas y fortificar su energía para la acción. En esta perspectiva, por lo demás, aparece la ridiculez del proceso criminal intentado por los adversarios del «romanticismo revolucionario» que acusan a los sustentadores de esta tendencia de no haber obedecido al pie de la letra la resolución de Jena[15]. Los partidarios de una política «razonable y práctica» aceptan en rigor esta resolución porque vincula la huelga de masas con el destino del sufragio universal. Creen poder extraer dos conclusiones: 1) que la huelga de masas conserva un carácter puramente defensivo; 2) que está subordinada al parlamentarismo, transformado en un simple anexo del parlamentarismo. Pero el verdadero fondo de la resolución de Jena es el análisis según el cual en el estado actual de Alemania un ataque de la reacción y del poder contra el sufragio universal en las elecciones al Reichstag, podría ser el factor que desencadenara un periodo de luchas políticas tempestuosas. Entonces por primera vez en Alemania la huelga de masas podría ser aplicada.
Querer restringir y mutilar artificialmente mediante el texto de una resolución de congreso el alcance social y el campo histórico de la huelga de masas, como problema y como fenómeno de la lucha de clases, es dar pruebas de un espíritu tan estrecho y limitado como el que se manifiesta en la resolución del Congreso de Colonia[16], que prohíbe la discusión de la huelga de masas. En la resolución de Jena, la socialdemocracia alemana ha levantado acta oficialmente de la profunda transformación lograda por la revolución rusa en las condiciones internacionales de la lucha de clases; allí manifestaba su capacidad de evolución revolucionaria, de adaptación a las nuevas exigencias de la fase futura de las luchas de clases. En esto reside la importancia de la resolución de Jena. En cuanto a la aplicación práctica de la huelga de masas en Alemania, la historia decidirá sobre ello como lo hizo en Rusia. Para la historia, la socialdemocracia y sus resoluciones constituyen un factor importante, ciertamente, pero un factor entre muchos otros.