III

La huelga de masas, tal como se presenta actualmente en Alemania, en cuanto tema de discusión, es un fenómeno muy claro y muy simple de concebir, sus limitaciones son precisas: se trata solamente de la huelga política de masas. Por tal se entiende un paro masivo y único del proletariado industrial, emprendido con ocasión de un hecho político de mayor alcance, sobre la base de un acuerdo recíproco entre las direcciones del partido y de los sindicatos, y que, llevado adelante en el orden más perfecto y dentro de un espíritu de disciplina, cesa en un orden más perfecto aun ante una consigna dada en el momento oportuno por los centros dirigentes. Queda establecido, como es natural, que el ajuste de cuentas de los subsidios, gastos, sacrificios, en una palabra, todo el balance material de la huelga, es determinado previamente con precisión.

Ahora bien, si comparamos este esquema teórico con la huelga de masas tal como se manifiesta en Rusia desde hace cinco años, nos vemos obligados a señalar que el concepto alrededor del cual giran todas las discusiones alemanas no corresponden a la realidad de ninguna de las huelgas de masas que se ha producido, y que, por otra parte, las huelgas de masas en Rusia se presentan bajo formas tan variadas que es absolutamente imposible hablar de «la» huelga de masas, de una huelga esquemáticamente abstracta.

No sólo cada uno de los elementos de la huelga de masas, al igual que sus caracteres, difieren según las ciudades y las regiones, sino que hasta su propio carácter general se ha modificado muchas veces en el curso de la revolución. Las huelgas de masas conocieron en Rusia una cierta evolución histórica que aún continúa. De este modo, quien quiera hablar de la huelga de masas en Rusia, deberá ante todo, tener esa historia ante sus ojos.

El periodo actual, por así decirlo oficial, de la revolución rusa es datado, y con razón, a partir de la sublevación rusa del proletariado de San Petersburgo el 22 de enero de 1905, ese desfile de 200 000 obreros delante del palacio de los zares y que concluyó con una terrible masacre. El sangriento tiroteo de San Petersburgo fue, como se sabe, la señal que desencadenó la primera serie de huelgas de masas. En pocos días éstas se extendieron por toda Rusia e hicieron resonar el llamamiento a la revolución en todos los rincones del imperio, ganando a todas las capas del proletariado.

Pero ese levantamiento de San Petersburgo, del 22 de enero, era sólo el punto culminante de una huelga de masas que había puesto en movimiento a todo el proletariado de la capital del zar en enero de 1905. A su vez, esta huelga de enero en San Petersburgo era la consecuencia inmediata de la gigantesca huelga general que había estallado poco antes, en diciembre de 1904, en el Cáucaso (Bakú) y que mantuvo a Rusia pendiente durante mucho tiempo. Ahora bien, los acontecimientos de diciembre en Bakú eran en sí mismos, sólo un último y poderoso eco de las grandes huelgas que en 1903 y 1904, semejantes a temblores de tierra episódicos, sacudieron todo el sur de Rusia y cuyo prólogo fue la huelga de Batum, en el Cáucaso, en marzo de 1902. En última instancia esta primera serie de huelgas, en la cadena de erupciones revolucionarias actuales, está alejada sólo en cinco o seis años de la huelga general de los obreros textiles de San Petersburgo, en 1896-1897. Se podría creer que algunos años de tranquilidad aparente y de reacción severa separan el movimiento de entonces de la revolución de hoy; pero basta conocer un poco la evolución política interna de su conciencia de clase y de su energía revolucionaria, para remontar la historia del periodo presente de las luchas de masas a las huelgas generales de San Petersburgo. Éstas son importantes para nuestro problema, porque contienen ya, en germen, todos los elementos principales de las huelgas de masas que siguieron. En una primera aproximación, la huelga general de 1896 de San Petersburgo aparece como una lucha reivindicativa parcial, con objetivos puramente económicos. Fue provocada por las condiciones intolerables de trabajo de los hilanderos y de los tejedores de esa ciudad: jornadas de trabajo de trece, catorce y quince horas, salarios por piezas miserables; a esto se le agrega el conjunto de vejaciones patronales. Sin embargo, los obreros textiles soportaron mucho tiempo esta situación hasta que un incidente mínimo en apariencia hizo desbordar la medida. En efecto, en mayo de 1896 tuvo lugar la coronación del actual zar, Nicolás II, que se había diferido durante dos años por miedo a los revolucionarios. En esta ocasión, los patronos manifestaron su celo patriótico, imponiendo a sus obreros tres días de paro forzoso, negándose por otra parte, cosa notable, a pagar los salarios de esas jornadas. Los obreros textiles exasperados, se pusieron en movimiento. Después de una asamblea en el jardín de Ekaterinov, en la que participaron alrededor de trescientos obreros entre los más duros políticamente. Se decidió ir a la huelga, formulándose las reivindicaciones siguientes: 1) las jornadas de coronación debían ser pagadas; 2) duración del trabajo reducida a diez horas; 3) aumento del salario. Esto ocurría el 24 de mayo. Una semana después todas las fábricas de tejidos y las hilanderías estaban cerradas y 40 000 obreros estaban en huelga. Hoy este acontecimiento, comparado con las vastas huelgas de la revolución, puede parecer mínimo. Dentro del clima de estancamiento político de Rusia en esa época, una huelga general era algo inaudito: representaba toda una revolución en miniatura. Naturalmente que a continuación se desató la represión más brutal; alrededor de un millar de obreros fueron detenidos y enviados a sus lugares de origen, la huelga general fue aplastada. Vemos ya perfilarse todos los caracteres de la futura huelga de masas: primero, la ocasión que desencadenó el movimiento fue fortuita e incluso accesoria, la explosión fue espontánea. Pero en la manera en que el movimiento fue puesto en marcha se manifestaron los frutos de la propaganda llevada adelante durante varios años por la socialdemocracia. En el curso de la huelga general los propagandistas socialdemócratas permanecieron a la cabeza del movimiento, lo dirigieron e hicieron de él un trampolín para una viva agitación revolucionaria. Por otra parte, si las huelgas parecían, exteriormente, limitarse a una reivindicación puramente económica referida a los salarios, la actitud del gobierno, así como la agitación socialista, las convirtieron en un acontecimiento político de primer orden. Al fin de cuentas la huelga fue aplastada, los obreros sufrieron una «derrota». No obstante, a partir del mes de enero del año siguiente (1897), los obreros textiles de San Petersburgo volvieron a la huelga general, obteniendo esta vez un éxito evidente: la instauración de la jornada de once horas y media en toda Rusia. Pero hubo un resultado más importante aún: después de la primera huelga general de 1896, que fue emprendida sin asomos siquiera de organización obrera y sin fondos de huelga, se organizó poco a poco en Rusia propiamente dicha una lucha sindical intensiva que se extendió muy pronto de San Petersburgo al resto del país, abriendo perspectivas totalmente nuevas a la propaganda y a la organización de la socialdemocracia. De este modo, un trabajo invisible y subterráneo preparaba, en el aparente silencio sepulcral de los años que siguieron, la revolución proletaria. La huelga del Cáucaso, en marzo de 1902, explotó de manera tan fortuita como la de 1896, y parecía también ser el resultado de factores puramente económicos, atenerse a las reivindicaciones parciales. Esta huelga está vinculada con la dura crisis industrial y comercial que precedió en Rusia a la guerra ruso-japonesa y contribuyó mucho a crear, lo mismo que esa guerra, la fermentación revolucionaria. La crisis engendró una desocupación enorme que alimentó el descontento en la masa de los proletarios. El gobierno emprendió también la tarea de remitir progresivamente la «mano de obra inútil» a su región de origen para tranquilizar a la clase obrera. Esta medida, que debía afectar a unos cuatrocientos obreros petroleros, provocó, precisamente en Batum, una protesta masiva. Hubo manifestaciones, arrestos, una represión sangrienta y, finalmente, un proceso político, durante el cual la lucha por reivindicaciones parciales y puramente económicas adquirió el carácter de un acontecimiento político y revolucionario. Esta misma huelga de Batum, que no logró éxito y que culminó en una derrota, tuvo por resultado una serie de manifestaciones revolucionarias de masa en Nijni-Novgorod, en Saratov, en otras ciudades; en consecuencia fue el origen de una ola revolucionaria general. A partir de noviembre de 1902, vemos su primera repercusión verdadera bajo la forma de una huelga general en Rostov del Don. Este movimiento fue desencadenado por un conflicto que se produjo en los talleres del ferrocarril de Vladicáucaso a causa de los salarios. Como la administración quiso reducir los salarios, el Comité socialdemócrata del Don publicó un manifiesto llamando a la huelga y planteando las siguientes reivindicaciones: jornada de nueve horas, aumento de salarios, supresión de los castigos, despido de los ingenieros impopulares, etc. Todos los talleres del ferrocarril entraron en huelga. Todas las otras ramas de actividades se unieron al paro, y Rostov conoció repentinamente una situación sin precedentes: había un paro general del trabajo en la industria, todos los días tenían lugar mítines monstruos de 15 a 20 000 obreros al aire libre, a veces los manifestantes estaban rodeados por un cordón de cosacos; los oradores socialdemócratas tomaron allí la palabra públicamente por primera vez; se pronunciaban discursos inflamados sobre el socialismo y la libertad política y eran recibidos con un entusiasmo extraordinario; los panfletos revolucionarios eran difundidos por decenas de millares de ejemplares. En medio de la Rusia inmovilizada en su absolutismo, el proletariado de Rostov conquista, por primera vez, en el fuego de la acción, el derecho de reunión, la libertad de palabra. Como es natural la represión sangrienta no se hizo esperar. En pocos días, las reivindicaciones salariales en los talleres de ferrocarril de Vladicáucaso habían tomado las proporciones de una huelga general política y de una batalla callejera revolucionaria. Una segunda huelga general siguió inmediatamente a la primera, esta vez en la estación de Tichoretzkaia, sobre la misma línea de ferrocarril. Allí también dio lugar a una represión sangrienta, luego a un proceso y, a su turno, Tichoretzkaia ocupó un sitio en la cadena ininterrumpida de los episodios revolucionarios. La primavera de 1903 trajo consigo un desquite a las derrotas de las huelgas de Rostov y Tichoretzkaia: en mayo, junio, julio, todo el sur de Rusia arde. Literalmente hay una huelga general en Bakú, Tiflís, Batum, Elisavetgrad, Odesa, Kiev, Nicolaiev, Ekaterinoslav. Pero tampoco allí el movimiento es iniciado a partir de un centro, según un plan preconcebido: se desencadena en diversos puntos, por diversos motivos y bajo formas diferentes para confluir luego. Bakú abre la marcha: varias reivindicaciones parciales de salarios en diversas fábricas y ramos culminan en una huelga general. En Tiflís son dos mil empleados de comercio, cuyas jornadas de trabajo van de las seis de la mañana a las once de la noche, los que comienzan la huelga; el 4 de julio, a las ocho de la noche, todos abandonan los negocios y desfilan en manifestación a través de la ciudad para obligar a los comerciantes a cerrar. La victoria es completa: los empleados de comercio obtienen la jornada de trabajo de ocho a ocho horas y media; el movimiento se extiende inmediatamente a las fábricas, a los talleres, a las oficinas. Los diarios dejan de aparecer, los tranvías sólo circulan bajo la protección de la tropa. En Elisavetgrad, la huelga se desató el 10 de julio en todas las fábricas, teniendo como objetivo reivindicaciones puramente económicas. Éstas son aceptadas en su mayoría y la huelga cesa el 14 de julio. Pero dos semanas más tarde estalla de nuevo; esta vez son los panaderos los que dan la consigna, seguidos por los canteros, los carpinteros, los tintoreros, los molineros y, finalmente, por todos los obreros de las fábricas. En Odesa el movimiento comienza por una reivindicación salarial, en la que participa la asociación obrera «legal» fundada por los agentes del gobierno según el programa del célebre policía Zubatov. Ésta es también una de las más sorprendentes astucias de la dialéctica histórica. Las luchas económicas del periodo precedente —entre otras, la gran huelga general de San Petersburgo (en 1896)— habían llevado a la socialdemocracia rusa a exagerar, lo que se ha dado en llamar, el «economicismo», preparando por ese costado en la clase obrera el terreno a las actividades demagógicas de Zubatov. Pero un poco más tarde la gran corriente revolucionaria hizo virar de norte al esquife de los falsos pabellones y lo obligó a bogar a la cabeza de la flotilla proletaria revolucionaria. Son las asociaciones de Zubatov las que dieron en la primavera de 1904 la consigna de la huelga general de San Petersburgo. Los trabajadores de Odesa, que se habían acunado hasta entonces con la ilusión de la benevolencia del gobierno con respecto a ellos y con su simpatía en favor de una lucha puramente económica, quisieron de repente ponerlas a prueba: obligaron a la «Asociación obrera» de Zubatov a proclamar la huelga con objetivos reivindicativos modestos. El patrón los echó simplemente a la calle, y, cuando reclamaron al jefe de la Asociación el apoyo gubernamental prometido, este personaje los evitó, cosa que llevó al colmo la fermentación revolucionaria. Inmediatamente los socialdemócratas tomaron el mando del movimiento de huelga, que ganó otras fábricas. El 1 de julio, huelga de 2500 obreros de los ferrocarriles; el 4 de julio, los obreros del puerto entran en huelga, reclamando un aumento de salarios que iba de los 80 kopeks a dos rublos y una reducción de una media hora en la jornada de trabajo. El 6 de julio los marinos se unen al movimiento. El 13 de julio, paro del personal de los tranvías. Tiene lugar una reunión de todos los huelguistas —7 a 8000 personas—; la manifestación se forma y va de fábrica en fábrica, crece como una avalancha, hasta contar con una masa de 40 a 50 000 personas, y llega hasta el puerto para organizar un paro general. Muy pronto en toda la ciudad reina la huelga general. En Kiev, paro general el 21 de julio en los talleres de ferrocarril. Allí también lo que desencadena el paro son las condiciones miserables de trabajo y las reivindicaciones salariales. Al día siguiente las fundiciones siguen el ejemplo. El 23 de julio se produce un incidente que da la señal de la huelga general. A la noche dos delegados de los ferroviarios son detenidos; los huelguistas reclaman su inmediata libertad; ante la negativa que se les opone deciden impedir que los trenes salgan de la ciudad. En la estación todos los huelguistas con sus mujeres y sus hijos se apostan sobre los rieles como una verdadera marea humana. Se amenaza con abrir fuego sobre ellos. Los obreros desnudan sus pechos gritando: «¡Tiren!». Se tira sobre la multitud, hay de treinta a cuarenta muertos, entre los cuales se cuentan mujeres y niños. Ante esta noticia, todo Kiev se alza en huelga. Los cadáveres de las víctimas son transportados a hombros acompañados por un cortejo impresionante. Reuniones, discursos, arrestos, combates aislados en la calle —Kiev está en plena revolución. El movimiento se detiene rápidamente; pero los tipógrafos han ganado una reducción de una hora en la jornada de trabajo, así como un aumento de salario de un rublo; se concede la jornada de ocho horas en una fábrica de porcelana; los talleres de ferrocarril son cerrados por decisión ministerial; otras profesiones continúan huelgas parciales por sus reivindicaciones. Por contagio, la huelga general gana Nicolaiev, bajo la influencia inmediata de las noticias de Odesa, de Bakú, de Batum y de Tiflís, y a pesar de la resistencia del comité socialdemócrata, que quería retardar el estallido del movimiento hasta el momento en que la tropa saliera de la ciudad para las maniobras, no se pudo frenar el movimiento de masa. Los huelguistas iban de taller en taller; la resistencia de la tropa no hizo más que echar aceite al fuego. Inmediatamente se vio formarse manifestaciones enormes que arrastraban, al son de cantos revolucionarios a todos los obreros, empleados, personal de tranvías, hombres y mujeres. El paro era total. En Ekaterinoslav los panaderos comienzan la huelga el 5 de agosto; el 7, son los obreros de los talleres de ferrocarril; luego todas las otras fábricas; el 8 de agosto, la circulación de tranvías se detiene, los diarios dejan de aparecer. Es así como se formó la grandiosa huelga general del sur de Rusia en el curso del verano de 1903. Mil conflictos económicos parciales, mil incidentes «fortuitos» convergieron, confluyendo en un océano poderoso; en algunas semanas todo el sur del Imperio zarista fue transformado en una extraña república obrera revolucionaria.

«Abrazos fraternales, gritos de entusiasmo y de arrebato, cantos de libertad, risas felices, alegría y una dicha delirante; se escuchaba todo un concierto en esta multitud de personas, yendo y viniendo a través de la ciudad de la mañana a la noche. Reinaba una atmósfera de euforia; casi se podía creer que una vida nueva y mejor comenzaba sobre la tierra. Espectáculo emocionante y al mismo tiempo idílico y conmovedor». Así escribía entonces el corresponsal de Osvobozdhenie[17], órgano liberal de Struve.

A partir de comienzos del año 1904 comenzó la guerra, que provocó por un tiempo una interrupción del movimiento de huelga general. Al principio se expandió en el país una ola turbia de manifestaciones «patrióticas» organizadas por la policía. El chauvinismo zarista oficial comenzó por sacrificar a la sociedad burguesa «liberal». Pero inmediatamente la socialdemocracia dominó nuevamente el campo de batalla; a las manifestaciones policiales de la canalla patriótica se oponen manifestaciones obreras revolucionarias. Finalmente, las bochornosas derrotas del ejército zarista despiertan a la propia sociedad liberal de su sueño. Comienza la era de los congresos, de los discursos, de las demandas y manifiestos liberales y democráticos. El absolutismo, momentáneamente aplastado por la vergüenza de la derrota, en medio de su confusión, deja actuar a esos señores que ya ven abrirse ante ellos el paraíso liberal. El liberalismo ocupa la primera fila de la escena política durante seis meses, el proletariado se hunde en las sombras. Solamente después de una larga depresión el absolutismo se reincorpora, la camarilla reúne sus fuerzas; es suficiente con un buen golpe de la bota de los cosacos para enviar a los liberales a su covacha, especialmente desde el mes de diciembre. Y los discursos, los congresos, son tachados de «pretensión insolente» y prohibidos de un plumazo; el liberalismo se encuentra súbitamente con que se le termina la cuerda. Pero en el momento mismo en que el liberalismo está desorientado comienza la acción del proletariado. En diciembre de 1904 al calor de la desocupación estalla la gigantesca huelga de Bakú: la clase obrera ocupa de nuevo el campo de batalla. Prohibida y reducida al silencio la palabra vuelve a comenzar la acción. En Bakú, durante varias semanas, en plena huelga general, la socialdemocracia domina enteramente la situación; los extraños acontecimientos ocurridos en el Cáucaso en diciembre habrían provocado una gran conmoción si no hubiesen sido rápidamente desbordados por la marea ascendente de la revolución de la que ellos mismo eran el origen. Las noticias fantasiosas y confusas sobre la huelga general de Bakú no habían llegado aún a todos los rincones del Imperio, cuando, en enero de 1905, estalla la huelga general de San Petersburgo. También allí el pretexto que desencadenó el movimiento fue mínimo, como se sabe. Dos obreros de las canteras de Putilov fueron despedidos porque pertenecían a la asociación «legal» de Zubatov. Esta medida de rigor provocó, el 16 de enero, una huelga de solidaridad de todos los obreros de esas canteras que contó con más de 12 000 huelguistas. Ésta fue para los socialdemócratas la ocasión de emprender una propaganda activa por la extensión de las reivindicaciones: reclamaban la jornada de ocho horas, el derecho de asociación, la libertad de palabra y de prensa, etc. La agitación que animaba los talleres de Putilov se extendió rápidamente a otras fábricas y, algunos días después, 140 000 obreros estaban en huelga. Después de las deliberaciones en común y de discusiones tormentosas fue elaborada la carta proletaria de las libertades cívicas, mencionando como primera reivindicación la jornada de ocho horas; 200 000 obreros conducidos por el sacerdote Gapon[18] desfilaron delante del palacio del zar el 22 de enero llevando esta carta. En una semana el despido de dos obreros de las canteras de Putilov se convertía en el prólogo de la más poderosa revolución de los tiempos modernos. Los acontecimientos que siguieron son conocidos: la sangrienta represión de San Petersburgo daba lugar, en enero y en febrero, en todos los centros industriales y las ciudades de Rusia, de Polonia, de Lituania, de las provincias bálticas, del Cáucaso, de la Siberia, del Norte al Sur, del Este al Oeste, a gigantescas huelgas de masas y a huelgas generales. Pero si se examinan las cosas más de cerca, las huelgas de masas toman formas diferentes de las del periodo precedente: esta vez, son las organizaciones socialdemócratas las que, en todas partes, llamaron a la huelga, en todo momento, es la solidaridad revolucionaria con el proletariado de San Petersburgo lo que fue expresamente designado como el motivo y el objetivo de la huelga general, en todas partes hubo desde el principio de las manifestaciones, discursos y enfrentamientos con la tropa. Sin embargo tampoco allí se puede hablar de plan previo, ni de acción organizada, porque los llamamientos de los partidos apenas seguían a los levantamientos espontáneos de las masas; los dirigentes apenas tenían tiempo para formular las consignas cuando ya la masa de proletarios se lanzaba al asalto. Otra diferencia: las huelgas de masas y las huelgas generales anteriores tenían su origen en la convergencia de las reivindicaciones salariales parciales; éstas, en la atmósfera general de la situación revolucionaria y bajo el impulso de la propaganda socialdemócrata, se convertían rápidamente en manifestaciones políticas; el elemento económico y la expansión sindical eran su punto de partida, la acción de clase coordinada y la dirección política constituían su resultado final. Aquí el movimiento es inverso. Las huelgas generales de enero-febrero estallaron antes que nada bajo la forma de una acción coordinada y dirigida por la socialdemocracia; pero esta acción se diseminó rápidamente en una infinidad de huelgas locales, parcelarias, económicas en diversas regiones, ciudades, profesiones, fábricas. Durante toda la primavera de 1905 hasta el pleno verano se ve surgir en este Imperio gigantesco una poderosa lucha política de todos el proletariado contra el capital; la agitación gana por arriba a las profesiones liberales y pequeñoburgueses, los empleados de comercio, de la banca, los ingenieros, los actores, los artistas, y penetra hacia abajo hasta los domésticos, los agentes subalternos de la policía, incluso hasta las capas del subproletariado, extendiéndose al mismo tiempo a los campos y golpeando a las puertas de los cuarteles. He aquí el fresco inmenso y variado de la batalla general del trabajo contra el capital; en ella vemos reflejarse todo la complejidad del organismo social, de la conciencia política de cada categoría y de cada región; vemos desarrollarse toda la gama de conflictos, desde la lucha sindical llevada adelante en buena y debida forma por el ejército de élite bien entrenado del proletariado industrial, hasta la explosión anárquica de rebelión de un puñado de obreros agrícolas y el levantamiento confuso de una guarnición militar, desde la revuelta distinguida y discreta en puños de camisa y cuello duro en el mostrador de un banco hasta las protestas, a la vez tímidas y audaces, de policías descontentos reunidos en secreto en un puesto lleno de humo, oscuro y sucio.

Los partidarios de «batallas ordenadas y disciplinadas» concebidas según un plan y un esquema, en particular los que pretenden saber siempre exactamente y desde lejos cómo «habría que haber actuado», estiman que fue un «grave error» el parcelar la gran acción de huelga general política de enero de 1905 en una infinidad de luchas económicas, porque esto desemboca a sus ojos en la parálisis de la acción y en su conversión en un «fuego de artificio». Incluso el partido socialdemócrata ruso, que participó realmente de la revolución, aunque no fuera su autor, y que debe aprender sus leyes a medida que se van desarrollando, se encontró durante algún tiempo un poco desorientado por el reflujo aparentemente estéril de la primera marea de huelgas generales. Sin embargo, la historia, que había cometido este «grave error», realizaba de tal modo un trabajo revolucionario gigantesco tan inevitable como incalculable en sus consecuencias, sin preocuparse de los razonamientos de aquellos que hacían de maestros de escuela sin que nadie se lo pidiera.

El brusco levantamiento general del proletariado en enero, desencadenado por los acontecimientos de San Petersburgo, era, un su acción exterior, un acto revolucionario, una declaración de guerra al absolutismo. Pero esta primera lucha general y directa de clases desencadenó una reacción tanto más poderosa en el interior por cuanto despertaba por primera vez, como por una sacudida eléctrica, el sentimiento y la conciencia de clase en millones y millones de hombres. Este despertar de la conciencia de clase se manifiesta, de inmediato, de la manera siguiente: una masa de millones de proletarios descubre repentinamente, con una agudeza insoportable, el carácter intolerable de su existencia social y económica, a la que estaba sometida desde hacía decenios, bajo el yugo del capitalismo. Inmediatamente se desata un levantamiento general y espontáneo para sacudir el yugo, para romper esas cadenas. Los sufrimientos del proletariado moderno reavivan, bajo mil formas diferentes, el recuerdo de esas viejas heridas siempre sangrantes. Aquí se lucha por la jornada de ocho horas, allí contra el trabajo a destajo; aquí se lleva sobre carretillas a los amos brutales después de haberlos amarrado y metido dentro de una bolsa; en otra parte se combate el infame sistema de las multas; en todos lados se lucha por mejores salarios, aquí y allí por la supresión del trabajo a domicilio. Los talleres anacrónicos y degradados de las grandes ciudades, las pequeñas ciudades provincianas adormecidas hasta allí por un sueño idílico, la aldea con su sistema de propiedad heredada de la servidumbre —todo eso es bruscamente extraído del sueño por el brusco trueno de enero— toma conciencia de sus derechos y busca febrilmente reparar el tiempo perdido. En este caso, la lucha económica no fue en realidad un parcelamiento, un desperdicio de la acción, sino un cambio de frente: la primera batalla general contra el absolutismo se convierte, repentinamente y con gran naturalidad, en un ajuste de cuentas general con el capital, ajunte de cuentas que, de acuerdo con su naturaleza, revistió la forma de lucha aislada y dispersa por los salarios. Es falso decir que la acción política de clase en febrero fue abatida porque la huelga general se fragmentó en huelgas económicas. Lo contrario es verdad: una vez agotado el contenido posible de la acción política, considerando la situación dada y la fase en que se encontraba la revolución, ésta se dividió o mejor se transformó en acción económica. De hecho, ¿qué más podía obtener la huelga general de enero? Había que ser inconsciente para esperar que el absolutismo fuera abatido de golpe por una sola huelga general «prolongada» según el modelo anarquista. Es el proletariado el que debe derrocar al absolutismo en Rusia. Pero el proletariado tiene necesidad para eso de un alto grado de educación política, de conciencia de clase y de organización. No puede aprender todo esto en los folletos o en los panfletos, sino que esta educación debe ser adquirida en la escuela política viva, en la lucha y por la lucha, en el curso de la revolución en marcha. Por otra parte, el absolutismo no puede ser derrocado en cualquier momento, simplemente con la ayuda de una dosis suficiente «de esfuerzo» y de «perseverancia». La caída del absolutismo sólo es un signo exterior de la evolución interna de las clases en la sociedad rusa. Antes que nada, para que el absolutismo sea derrotado, es necesario establecer la estructura interna de la futura Rusia burguesa, constituir su estructura de Estado moderno de clases. Esto implica la división y la diversificación de las capas sociales y de los intereses, la constitución no sólo del partido proletario revolucionario, sino también de los diversos partidos: liberal, radical, pequeño burgués, conservador y reaccionario; esto implica el despertar al conocimiento, a la conciencia de clase no sólo de las capas populares, sino también de las capas burguesas; pero estas últimas sólo pueden constituirse y madurar en el curso de la lucha revolucionaria, en la escuela viva de los acontecimientos, en la confrontación con el proletariado y entre ellas mismas en un roce continuo y recíproco. Esta división y esta maduración de las clases en la sociedad burguesa, así como su acción en la lucha contra el absolutismo, son a la vez entorpecidas y trabadas por una parte, estimuladas y aceleradas por otra, por el papel dominante y particular del proletariado y por su acción de clase. Las diversas corrientes subterráneas del proceso revolucionario se entrecruzan, se obstaculizan mutuamente, avivan las contradicciones internas de la revolución, sin embargo esto tiene por resultado precipitar e intensificar la poderosa explosión. De tal modo este problema, en apariencia tan simple, tan poco complejo, puramente mecánico —el derrocamiento del absolutismo— exige todo un proceso social muy largo; es necesario que el terreno social sea roturado de arriba a abajo, que lo que está abajo aparezca en la superficie, que lo que está arriba se hunda profundamente, que «el orden» aparente se cambie en caos y que a partir de la «anarquía» aparente sea creado un orden nuevo. Ahora bien, en este proceso de trasformación de las estructuras sociales de la antigua Rusia, desempeñaron un papel irreemplazable no sólo el trueno de la huelga general de enero, sino mucho más aún la gran tormenta de la primavera y el verano siguientes y las huelgas económicas. La batalla general y encarnizada del asalariado contra el capital ha contribuido a la vez a la diferenciación de las diversas capas populares y a la de las capas burguesas, a la formación de una conciencia de clase tanto en el proletariado revolucionario como en la burguesía liberal y conservadora. Si en las ciudades las reivindicaciones salariales contribuyeron a la creación del gran partido monárquico de los industriales de Moscú, la gran revuelta campesina de Livonia significó la rápida liquidación del famoso liberalismo aristócrata y agrario de los zemstvos. Pero al mismo tiempo el periodo de las batallas económicas de la primavera y del verano de 1905 permitió al proletariado de las ciudades extraer, inmediatamente después, las lecciones del prólogo de enero y tomar conciencia de las tareas futuras de la revolución, gracias a la propaganda intensa dirigida por la socialdemocracia y su dirección política. A este primer resultado se suma otro de carácter social durable: la elevación general del nivel de vida del proletariado en el plano económico, social e intelectual. Casi todas las huelgas de la primavera de 1905 tuvieron una culminación victoriosa. Citemos solamente, a título de ejemplo elegido entre una colección de hechos enormes y cuya amplitud aún no se puede medir, un cierto número de datos sobre algunas huelgas importantes, que se desarrollaron todas en Varsovia bajo la conducción de la socialdemocracia polaca y lituana. En las más grandes empresas metalúrgicas de Varsovia: Sociedad Anónima Lilpop, Rau y Lowenstein, Rudzky y Cía., Bormann Schwede y Cía., Handtke, Gerlach y Pulst, Geisler Hnos., Eberhard, Wolski y Cía., Sociedad Anónima Conrad y Jarmuskiescicz, Weber y Daehm, Gwizdzinski y Cía., Fábrica de alambres Wolanoski, Sociedad Anónima Gostynski y Cía., K. Brun e hijos, Fraget, Norblin, Werner, Buch, Kenneberg Hnos., Labor, Fábrica de lámparas Dittmar, Serkowski, Weszynski, en total 22 establecimientos, los obreros obtuvieron, después de una huelga de 4 a 5 semanas (comenzada el 25 y el 26 de enero) la jornada de trabajo de nueve horas, así como un aumentos de salarios del 15 al 25 por 100; obtuvieron igualmente diversas mejoras de menor importancia. En los más grandes talleres de la industria de la madera de Varsovia, sobre todo Karmansky, Damiecki, Gromel, Szerbinski, Trenerovski, Horn, Bevensee, Twarkovski, Daab y Martens, en total diez establecimientos, los huelguistas obtuvieron a partir del 23 de febrero la jornada de nueve horas; sin embargo no se contentaron y mantuvieron la exigencia de la jornada de ocho horas, cosa que lograron una semana más tarde, al mismo tiempo que un aumentos de salario. Toda la industria de la construcción entró en huelga el 27 de febrero, reclamando, según la consigna de la socialdemocracia, la jornada de ocho horas; el 11 de marzo obtenían la jornada de nueve horas, un aumento de salarios para todas las categorías, el pago regular del salario por semana, etc. Los pintores de obra, los carpinteros, los talabarteros y los herreros obtuvieron juntos la jornada de ocho horas sin reducción de salario. Las fábricas de teléfonos estuvieron en huelga durante diez días y obtuvieron la jornada de ocho horas y un aumento de salario del 10 al 15 por 100. La gran fábrica de tejido de lino de Hielle y Dietrich (10 000 obreros) obtuvo después de nueve semanas de huelga una reducción de una hora en la jornada de trabajo y aumentos de salario que iban del 5 al 10 por 100. Resultados análogos con variantes infinitas se dan en todas las industrias de Varsovia, de Lodz, de Sosnovice.

En Rusia propiamente dicha la jornada de ocho horas fue conquistada:

  1. en diciembre de 1904, por varias categorías de los obreros petroleros de Bakú;
  2. en mayo de 1905, por los obreros azucareros del distrito de Kiev;
  3. en enero, en el conjunto de las imprentas de la ciudad de Samara (al mismo tiempo que un aumento de los salarios del trabajo a destajo y la supresión de las multas);
  4. en febrero, en la fábrica de instrumentos de medicina del ejército, en una ebanistería y en la fábrica de municiones de San Petersburgo. Además se instauró en las minas de Vladivostok un sistema de trabajo por equipos de ocho horas;
  5. en marzo, en el taller mecánico de la impresora de papeles del Estado, perteneciente al Estado;
  6. en abril, los herreros de la ciudad de Bodroujsk;
  7. en mayo, los empleados de tranvías eléctricos en Tiflís, en mayo igualmente la jornada de ocho horas y media fue introducida en la enorme empresa de tejido de lana de Morosov (al mismo tiempo que se suprimía el trabajo de noche y que se aumentaba los salarios en un 8 por 100;
  8. en junio, se introducía la jornada de ocho horas en varios molinos aceiteros de San Petersburgo y de Moscú.

La jornada de ocho horas y media en julio, para los herreros del puerto de San Petersburgo; en noviembre, en todas las imprentas privadas de la ciudad de Orel, así como un aumento del 20 por 100 de los salarios por hora y del 100 por 100 de los salarios a destajo, se instituía igualmente un comité de arbitraje compuesto por un número igual de patrones y obreros.

La jornada de nueve horas en todos los talleres de ferrocarril en febrero; en muchos arsenales nacionales de guerra y astilleros navales; en la mayoría de las fábricas de Berdjansk; en todas las imprentas de Poltava y de Minsk; la jornada de nueve horas y media en las cuencas marítimas, el astillero y la fundición mecánica de Nicolaiev; en junio, después de una huelga general de los mozos de café de Varsovia, fue introducida en la mayoría de los restaurantes y cafés al mismo tiempo que un aumento de salarios del 20 al 40 por 100 vacaciones de quince días por año.

La jornada de diez horas en casi todas las fábricas de Lodz, Sosnovice, Riga, Kovno, Reval, Dorpat, Minsk, Varkov; para los panaderos de Odesa; en los talleres artesanales de Kichinev; en varias fábricas de sombreros de San Petersburgo; en las fábricas de fósforos de Kovno (junto con un aumento de salarios del 10 por 100), en todos los astilleros navales del Estado y para todos los obreros de los puertos.

Los aumentos de salarios son generalmente menos considerables que la reducción del tiempo de trabajo, pero son sin embargo importantes: así, en Varsovia, durante el mes de marzo de 1905, los talleres municipales impusieron un aumento de salario del 5 por 100; en Ivanovo-Voznesenk, centro industrial textil, los aumentos de salarios alcanzaron entre el 7 y el 15 por 100; en Kovno, 75 por 100 de la población obrera total se benefició con los aumentos de salarios. Se instauró un salario mínimo fijo en un cierto número de panaderías de Odesa, en los astilleros marítimos del Neva en San Petersburgo, etc.

A decir verdad estas ventajas han sido retiradas más de una vez en uno y otro lugar. Pero esto sólo sirvió de pretexto para nuevas batallas, para respuestas aún más encarnizadas; es así como el periodo de las huelgas de la primavera de 1905 introdujo una serie infinita de conflictos económicos, siempre más vastos y enmarañados que todavía subsisten en la actualidad. En los periodos de tranquilidad exterior de la revolución, cuando los telegramas no comunican al mundo ninguna noticia sensacional del frente ruso, cuando el lector de Europa occidental deja su periódico de la mañana, con una aire desilusionado, comprobando que no hay «nada de nuevo» en Rusia, en realidad el gran trabajo de topo de la revolución prosigue sin tregua, día tras día, hora tras hora, su inmenso trabajo subterráneo, minando las profundidades de todo el Imperio. La lucha económica intensa hace que se produzca rápidamente el paso, por medio de métodos acelerados, del estadio de la acumulación primitiva de la economía patriarcal, fundada sobre el pillaje, al estadio de la civilización más moderna. Actualmente Rusia está adelantada en lo que concierne a la duración real del trabajo, no sólo con respecto a la legislación rusa que prevé una jornada de trabajo de once horas y media, sino también con respecto a las condiciones efectivas del trabajo en Alemania. En la mayoría de las ramas de la gran industria rusa se practica hoy la jornada de ocho horas, lo cual constituye, a los ojos mismos de la socialdemocracia alemana, un objetivo inaccesible. Más aún, este «constitucionalismo industrial» tan deseado en Alemania, objeto de todos los anhelos, en nombre del cual los adeptos de una táctica oportunista quisieran preservar las aguas estancadas del parlamentarismo —única vía posible de salvación— al abrigo de toda brisa un poco fuerte, ha visto la luz en Rusia, en plena tempestad revolucionaria, al mismo tiempo que el «constitucionalismo» político. En realidad, lo que se produjo, no fue solamente una elevación general del nivel de vida de la clase obrera, sino también de su nivel cultural. El nivel de vida, bajo una forma durable de bienestar material, no tiene cabida en la revolución. Ésta está llena de contradicciones y de contrastes e implica a veces victorias económicas sorprendentes, a veces las respuestas más brutales del capitalismo: hoy la jornada de ocho horas, mañana los lock-out en masa y el hambre total para centenares de miles de personas. El resultado más precioso, porque es el más permanente de este flujo y reflujo brusco de la revolución, es su poso intelectual. El crecimiento por saltos del proletariado en el plano intelectual y cultural ofrece una garantía absoluta de su irresistible progreso futuro tanto en la lucha económica como en la política.

Pero esto no es todo, las mismas relaciones entre obreros y patrones son subvertidas: a partir de la huelga general de enero y de las huelgas siguientes de 1905 el principio del capitalista amo en su casa fue prácticamente suprimido. Hemos visto constituirse espontáneamente en las grandes fábricas de todos los centros industriales importantes, consejos obreros, únicas instancias con la que el patrón trata y que arbitran en todos los conflictos. Y además, las huelgas en apariencia caóticas y la acción revolucionaria «desorganizada» que siguieron a la huelga general de enero se convierten en el punto de partida de un enfebrecido trabajo de organización. La historia se burla de los burócratas enamorados de los esquemas prefabricados, guardianes celosos de la prosperidad de los sindicatos alemanes. Las organizaciones sólidas, concebidas como fortalezas inexpugnables, y cuya existencia hay que asegurar antes de soñar eventualmente con emprender una hipotética huelga de masas en Alemania, han salido por el contrario en Rusia de la misma huelga de masas. Y mientras los guardianes celosos de los sindicatos alemanes temen ante todo ver romperse en mil pedazos esas organizaciones, como una preciosa porcelana en medio del torbellino revolucionario, la revolución rusa nos presenta un cuadro totalmente diferente: lo que emerge de los torbellinos, de las tempestades, de las llamas y de la hoguera de las huelgas de masas, como Afrodita surgiendo de la espuma del mar, son… los sindicatos nuevos y jóvenes, vigorosos y ardientes. Citemos aún un pequeño ejemplo, aunque típico para todo el Imperio. En el curso de la segunda conferencia de los sindicatos rusos, que tuvo lugar a fines de febrero de 1906 en San Petersburgo, el delegado de los sindicatos petersburgueses presentó un informe sobre el desarrollo de las organizaciones sindicales en la capital de los zares, informe en el que decía:

«El 22 de enero de 1905, que ha barrido a la asociación de Gapon, ha marcado una etapa. La masa de los trabajadores aprendió, por la fuerza de los acontecimiento, a apreciar la importancia de la organización y comprendió que podía crear por sí sola esas organizaciones El primer sindicato de San Petersburgo, el de los tipógrafos, nace en estrecha relación con el movimiento de enero. La comisión elegida para el estudio de las remuneraciones elaboró los estatutos y el 19 de junio fue el primer día de existencia del sindicato. Los sindicatos de los oficinistas y tenedores de libros vieron la luz aproximadamente al mismo tiempo. Al lado de estas organizaciones, cuya existencia era casi pública (y legal), vimos surgir, entre enero y octubre de 1905, los sindicatos semilegales e ilegales. Citemos entre los primeros al de los empleados de farmacia y al de los empleados de comercio. Entre los sindicatos ilegales hay que mencionar a la Unión de relojeros, cuya primera reunión secreta tuvo lugar el 24 de abril. Todas las tentativas para convocar una asamblea general pública chocaron contra la resistencia obstinada de la policía y de los patronos, representados por la Cámara de Comercio. Este fracaso no impidió la existencia del sindicato que realizó asambleas secretas con sus adherentes el 9 de junio y el 14 de agosto, sin contar las sesiones del Buró de los sindicatos. El sindicato de sastres y cortadores fue fundado en la primavera de 1905 en el curso de una reunión secreta llevada a cabo en un bosque, con la asistencia de 70 sastres. Después de haber discutido el problema de la fundación, una comisión elegida fue encargada de elaborar los estatutos Todas las tentativas de la comisión por asegurar al sindicato una existencia legal no tuvieron éxito. Su acción se limita a la propaganda o al reclutamiento en los diferentes talleres. Una suerte semejante le estaba reservada al sindicato de los zapateros. En julio fue convocada una reunión secreta por la noche en un bosque fuera de la ciudad. Más de 100 zapateros se reunieron; se presentó un informe sobre la importancia de los sindicatos, sobre su historia en Europa occidental y su misión en Rusia. Inmediatamente se decidió fundarlo y fue elegida una comisión de doce miembros encargada de redactar los estatutos y de convocar una asamblea general de zapateros. Los estatutos fueron redactados, pero hasta ahora no se pudo imprimirlos ni convocar la asamblea general».

Tales fueron los comienzos de los sindicatos. Después vinieron las jornadas de octubre, la segunda huelga general, el Ukase del 30 de octubre y el corto «periodo constitucional». Los trabajadores se arrojaron con entusiasmo en las olas de la libertad política a fin de utilizarla para el trabajo de organización. Al lado de las actividades políticas cotidianas —reuniones, discusiones, fundación de grupos— se comenzó inmediatamente el trabajo de organización de los sindicatos. En octubre y noviembre fueron creados cuarenta sindicatos nuevos en San Petersburgo. De inmediato se creó un «Buró central», es decir, una unión de sindicatos; aparecieron varios periódicos sindicales e incluso a partir de noviembre un órgano central: El Sindicato.

La descripción de lo que ocurrió en San Petersburgo se aplica a Moscú y a Odesa, a Kiev y a Nicolaiev, a Saratov y a Voronej, a Samara y a Nijni-Novgorod, a todas las grandes ciudades de Rusia y con más razón de Polonia. Los sindicatos de esas ciudades buscan tomar contacto entre sí, llevan a cabo conferencias. El fin del «periodo constitucional» y el retorno a la reacción de diciembre de 1905 pone provisionalmente término a la actividad pública amplia de los sindicatos, sin provocar por eso su desaparición. Continúan actuando como organizaciones secretas y prosiguen al mismo tiempo abiertamente la lucha por los salarios. Constituyen una mezcla original de actividad sindical a la vez legal e ilegal que corresponde a las contradicciones de la situación revolucionaria. Pero incluso en medio de la lucha el trabajo de organización se prosigue con seriedad y hasta con pedantería. Los sindicatos de la socialdemocracia polaca y lituana, por ejemplo, que en el último Congreso del Partido (en julio de 1906) estaban representadas por cinco delegados y comprendían diez mil miembros que cotizaban, están provistos de estatutos regulares, de carnets impresos de adherentes, de estampillas, etc. Y esos mismo panaderos y zapateros, metalúrgicos y tipógrafos, de Varsovia y de Lodz, que en junio de 1905 estaban en las barricadas y que en diciembre sólo esperan una consigna de San Petersburgo para salir a la calle, encuentran el tiempo necesario para reflexionar seriamente entre dos huelgas, entre la prisión y el lock-out, en pleno estado de sitio, y para discutir a fondo y atentamente los estatutos sindicales. Más aún, los que se batían ayer y se batirán mañana en las barricadas, algunas veces reconvinieron severamente a sus dirigentes en el curso de alguna reunión y los amenazaron con abandonar el partido porque no se habían podido imprimir más rápidamente los carnets de afiliación —en imprentas clandestinas y bajo la constante amenaza de persecución policial—.

Este entusiasmo y esta seriedad duran aún hasta el presente. En el curso de las dos primeras semanas de julio de 1906 fueron creados —para citar un ejemplo— quince nuevos sindicatos en Ekaterinoslav; en Kostroma seis, otros en Kiev, Poltava, en Smolensk, en Tcherkassy, en Proskurov, y hasta en las más pequeñas localidades de los distritos provinciales. En la sesión realizada el 5 de junio último (1906) por la Unión de Sindicatos de Moscú, se decidió, de conformidad con las conclusiones e informes de los delegados de cada organización, que los sindicatos deberían velar por la disciplina de sus adherentes e impedirles tomar parte en combates callejeros, porque la huelga de masas es considerada como inoportuna. Frente a las provocaciones eventuales del gobierno deben vigilar para que la masa no salga a la calle. Finalmente la Unión decidió que durante todo el tiempo en que un sindicato realice una huelga, los otros deben abstenerse de presentar reivindicaciones salariales. En lo sucesivo la mayoría de las luchas económicas serán dirigidas por los sindicatos[19].

Es así como la gran lucha económica cuyo punto de partida ha sido la huelga general de enero que continúa hasta el presente constituye el trasfondo de la revolución, de donde a veces vemos brotar explosiones aisladas o estallar inmensas batallas del proletariado en su totalidad —bajo la influencia conjugada y alternada de la propaganda política y de los acontecimientos externos—. Citemos algunas de estas explosiones sucesivas: en Varsovia el 1 de mayo de 1905, en ocasión de la fiesta del trabajo, una huelga general total, sin ejemplo hasta entones, acompañada por una manifestación de masas, perfectamente pacífica, terminó en un enfrentamiento sangriento de la multitud desarmada con la tropa. En Lodz, en el mes de junio, la dispersión por parte del ejército de una reunión de masas dio lugar a una manifestación de cien mil obreros; en ocasión del entierro de algunas de las víctimas de la soldadesca, se produce un nuevo encuentro con el ejército, y finalmente se declara la huelga general. Esta termina los días 23, 24 y 25 de mayo con un combate de barricadas, el primero del Imperio de los zares. En junio igualmente estalló en el puerto de Odesa, a propósito de un pequeño incidente a bordo del acorazado Potemkin, la primera gran sublevación de marineros de la flota del Mar Negro que provocó, a su vez, una inmensa huelga de masas en Odesa y Nicolaiev. Este motín tuvo otras repercusiones aún: una huelga y algunas rebeliones de marinos en Kronstadt, Libau y Vladivostock.

En octubre, tuvo lugar en San Petersburgo la experiencia revolucionaria de la instauración de la jornada de ocho horas. El consejo de los delegados obreros decide introducir por métodos revolucionarios la jornada de ocho horas. De este modo, en una fecha determinada, todos los obreros de San Petersburgo declaran a sus patrones que se niegan a trabajar más de ocho horas por día y abandonan sus lugares de trabajo a la hora fijada. Esta idea sirvió de pretexto para una intensa campaña de propaganda, fue acogida y ejecutada por el proletariado que no escatimó los más grandes sacrificios; por ejemplo, por los obreros textiles, que hasta entonces eran pagados a destajo y cuya jornada de trabajo era de once horas, la reducción a ocho horas representaba una pérdida enorme de salario, pero sin embargo la aceptaron sin vacilaciones. Por espacio de una semana la jornada de ocho horas se había introducido en San Petersburgo y la alegría de la clase obrera no conoce límites. No obstante, inmediatamente la patronal, en un principio desamparada, se prepara para la reacción: en todas partes se amenaza con cerrar las fábricas. Un cierto número de obreros acepta negociar y obtienen la jornada de diez horas en algunos sitios y la de nuevo en otros. Sin embargo, la élite del proletariado de San Petersburgo, los obreros de las grandes fábricas nacionales de metalurgia permanecen inconmovibles: sigue un lock-out; de 45 a 50 000 obreros son despedidos durante un mes. De este hecho, el movimiento en favor de la jornada de ocho horas, se consigue la huelga general de diciembre, desencadenada en gran parte por el lock-out. En el intervalo sobreviene en octubre, en respuesta al proyecto de Duma de Bulygin[20], la segunda y poderosísima huelga general desencadenada ante una consigna de los ferroviarios y que se extiende por todo el Imperio. Esta segunda gran acción revolucionaria del proletariado reviste un carácter sensiblemente diferente al de la primera huelga de enero. En ella la conciencia política desempeña un papel mucho más importante. Ciertamente, la ocasión que desencadenó la huelga de masas fue también aquí, accesoria y aparentemente fortuita: se trata del conflicto entre los ferroviarios y la administración, a propósito de la Caja de Jubilaciones. Pero el levantamiento general del proletariado que se produjo se sustenta en un pensamiento político claro. El prólogo de la huelga de enero había sido una súplica dirigida al zar a fin de obtener la libertad política; la consigna de la huelga de octubre era: «¡Terminemos con la comedia institucional del zarismo!» y gracias al éxito inmediato de la huelga, que se traduce en el manifiesto zarista del 30 de octubre, el movimiento no se repliega sobre sí mismo, como en enero, para volver al comienzo de la lucha económica, sino que desborda hacia el exterior, ejerciendo con ardor la libertad política recientemente conquistada. Manifestaciones, reuniones, una prensa naciente, discusiones públicas, masacres sangrientas para terminar con la alegría, seguidos de nuevas huelgas de masas y de nuevas manifestaciones, tal es el cuadro agitado de las jornadas de noviembre y diciembre. En noviembre, ante el llamamiento de la socialdemocracia, se organiza en San Petersburgo la primera huelga de protesta contra la represión sangrienta y la proclamación del estado de sitio en Livonia y en Polonia. El sueño de la Constitución es seguido por un despertar brutal, y la sorda agitación termina por desatar en diciembre la tercera huelga general de masas, que se extiende a todo el Imperio. Esta vez el desarrollo y la culminación son totalmente diferentes que en los casos anteriores. La acción política no cede el lugar a la acción económica como en enero, tampoco obtiene una victoria rápida, como en octubre. La camarilla zarista no renueva sus tentativas por instaurar una libertad política verdadera y la acción revolucionaria choca así, por primera vez, con toda la extensión de ese muro inquebrantable: la fuerza material del absolutismo. Por la lógica evolución interna de los acontecimientos en curso, la huelga de masas se transforma en rebelión abierta, en lucha armada, en combates callejeros y en barricadas en Moscú. Las jornadas de diciembre en Moscú constituyen el punto culminante de la acción política y del movimiento de huelgas de masas, cerrando de este modo el primer año laborioso de la revolución. Los acontecimientos de Moscú muestran en imagen reducida la evolución lógica y el porvenir del movimiento revolucionario en su conjunto: su culminación inevitable en una rebelión general abierta. Sin embargo, ésta sólo puede producirse después de un entrenamiento adquirido en una serie de rebeliones parciales y preparatorias, que desembocan provisionalmente en «derrotas» exteriores y parciales, pudiendo aparecer cada una como «prematura».

El año 1906 es el de las elecciones y del episodio de la Duma. El proletariado, animado por un poderoso instinto revolucionario, que le permite tener una visión clara de la situación, boicotea la farsa constitucional zarista. El liberalismo ocupa de nuevo, por algunos meses, el escenario político. Parece volverse a la situación de 1904. La acción cede el lugar a la palabra y el proletariado entra en la sombra por algún tiempo, para consagrarse con más ardor aún a la lucha sindical y al trabajo de organización. Las huelgas de masas cesan, mientras día tras día los liberales hacen estallar los petardos de su elocuencia. Finalmente, la cortina de hierro cae bruscamente, los actores son dispersados, de los petardos de elocuencia liberal sólo queda el humo y el polvo. Una tentativa de la socialdemocracia por llamar a manifestarse con una corta huelga de masas en favor de la Duma y del restablecimiento de la libertad de palabra cae en el vacío. La huelga política de masas agotó su papel como tal y el paso de la huelga al levantamiento general del pueblo y a los combates callejeros no está maduro. El episodio liberal está terminado, el episodio proletario no ha recomenzado aún. La escena permanece provisionalmente vacía.