Ordeno
—¿Pero qué desbarajuste es este? —ha dicho mamá, enseñándome mi cuarto.
Es verdad que está algo desordenado, sobre todo por los juguetes, los libros y los tebeos que hay por todas partes. Mamá intenta poner orden, pero hay que reconocer que no es muy fácil, y hoy se ha enfadado bastante.
—Voy a salir durante una hora —me ha dicho— y te quedas tú solo en casa. Cuando vuelva, quiero que tu cuarto esté en orden. Y no vayas a hacer ninguna bobada.
Me he puesto a ordenar en cuanto mamá ha salido. Y lo de las bobadas no me ha preocupado porque, desde que soy mayor, ya no hago ninguna. Por lo menos no tantas como antes de mi cumpleaños, hace tres meses.
He empezado a sacar las cosas que había debajo de mi cama. Y ahí es donde he encontrado el avión que vuela, el de una hélice que se le da cuerda con una goma.
A mamá no le gusta que juegue con ese avión y siempre dice que voy a romper alguna cosa. He probado a ver si el avión volaba todavía y mamá tenía razón, porque ha salido por la puerta de mi cuarto y ha ido derecho a romper el jarrón de la mesa del comedor después de un vuelo fantástico. No es que la cosa sea grave, porque papá ha dicho varias veces que ese jarrón que nos había regalado la abuela no era muy bonito que digamos. El jarrón tenía agua y flores, claro, y había agua por toda la mesa y también en el tapetito de encaje. Pero el agua no mancha. No era grave, la verdad, y el avión no tenía nada, así que he vuelto a mi cuarto y me he puesto a guardar en el armario los juguetes que tenía debajo de la cama. En el armario he encontrado mi osito de peluche, con el que jugaba cuando era pequeño. Mi pobre osito no tenía buen aspecto y le faltaban grandes trasquilones de pelo, de modo que he decidido arreglarlo. Con esa idea, he ido al cuarto de baño a por la afeitadora de papá. Si le afeitaba todo el pelo al oso, no se le notarían los sitios donde ya no había.
Además, la afeitadora de papá es muy divertida; hace bzzz, y se van todos los pelos. Mi oso estaba aún a medio afeitar cuando la afeitadora ha dejado de hacer bzzz, ha soltado una chispa y luego ya nada. La cosa no es que sea muy grave, porque papá siempre dice que la afeitadora es vieja y que va a comprarse una nueva, pero es una faena para el oso, porque ahora tiene afeitada la mitad de arriba y la otra no. Parece como si llevara pantalones.
He vuelto a poner el oso en el armario y la afeitadora de papá en el cuarto de baño y he vuelto enseguida a mi cuarto para acabar de ordenar. Lo malo era que no cabían todos los juguetes en el armario, de modo que he decidido vaciarlo entero para ver qué podía tirar. Y así es como he encontrado coches a los que les faltaban las ruedas, ruedas a las que les faltaban los coches, un balón de fútbol pinchado, montones de fichas del juego de la oca, piezas de construcciones y libros que ya había leído con dibujos que ya había coloreado. Nada de eso servía ya, así que lo he puesto todo en la colcha de mi cama y he hecho un envoltorio para bajarlo yo mismo y tirarlo al cubo de la basura. Se me ha ocurrido una idea: para hacerlo más rápido y que no se me cayera nada en la escalera, he decidido tirar el envoltorio por la ventana. Ha sido una lástima que no me acordara de la marquesina de cristal que hay encima de la puerta de entrada, porque se ha roto. Menos mal que la cosa no es muy grave, porque mamá siempre está diciendo que esa marquesina es imposible limpiarla, y que a quién se le ocurre haberla puesto justo encima de la puerta, y entonces a papá le da la risa y dice que no se puede poner la marquesina donde está el felpudo, y eso a mamá no le gusta y me dice que salga porque tiene que hablar con papá.
Lo que yo no quería era dejar delante de la puerta todos los juguetes que se habían caído, así que fui a buscar la aspiradora de mamá.
Mamá no usa nunca la aspiradora fuera de la casa, y hace mal, porque el cable es lo bastante largo y además esas máquinas son estupendas y lo aspiran todo: juguetes, gravilla y hasta trozos de cristal de la marquesina. Por cierto que deben de haber sido los trozos de cristal los que han pinchado la bolsa de polvo de la aspiradora. La cosa no es grave, porque mamá podrá coser el desgarrón o encargar que pongan una bolsa nueva. Lo que ha tenido menos gracia es que todas las cosas que había en la bolsa se han desparramado otra vez delante de la puerta, o sea, que no había valido la pena pasearlas metidas en el aspirador para luego volver a dejarlas en el mismo sitio… He quitado enseguida lo más gordo, lo he tirado al cubo de la basura y he tenido una idea estupenda para limpiar el resto: he decidido fregar el suelo de delante de la puerta. He ido a la cocina a por agua, pero ha surgido un problema: por más que lo he puesto todo patas arriba, no ha habido forma de encontrar el cubo para llevar el agua. Como no me quedaba mucho tiempo antes de que volviera mamá y quería darle una buena sorpresa lavándolo bien todo, he decidido coger la sopera grande, la que tiene una rayita dorada y que mamá saca cuando hay invitados. Es la mayor que tenemos. Para alcanzar la sopera, que estaba en la alacena, he tenido que subirme al taburete, y eso es algo que me gusta mucho, pero que no es fácil. Delante de la sopera había una pila de platos. Y hay que reconocer que mamá es un poco desordenada, la verdad, porque una sopera no debería estar guardada en el fondo de una alacena; uno no sabe cuándo va a necesitarla para fregar algo. Tendré que decírselo a mamá.
Por fin, como soy habilidoso, he alcanzado mi sopera. Los dos platos rotos no son cosa grave porque al fin y al cabo, todavía quedan veintidós y nunca hemos tenido en casa veintidós invitados la vez.
He ido con mi sopera llena de agua hacia la puerta de entrada y he tenido que hacer dos viajes antes de llegar, porque la sopera es tan grande que no me dejaba ver dónde ponía los pies y me los he enganchado en la alfombra. La verdad es que he vuelto a tener suerte, porque no he soltado la sopera y la alfombra se secará.
Por fin he echado el agua en el polvo que había delante de la puerta y he frotado con una toalla. Tengo que admitir que el resultado no ha sido un gran éxito porque se ha formado barrillo. Pero bueno, la cosa no es muy grave porque, cuando se seque, se quitará todo sin problemas.
Lo que ha sido una lástima es que se haya roto la sopera, sobre todo porque, aunque hay un montón de platos, había solo una sopera… ¡A quién se le ocurre! De todos modos no pasa nada porque, cuando vienen invitados, papá prefiere que haya entremeses en vez de sopa. Dice que queda más fino, y mamá le contesta que una crema Saint-Germain es de mucho mejor tono que un huevo con mayonesa, y discuten así, a lo tonto, en plan de broma. Ahora ya no podrán discutir porque ya no hay donde poner la crema Saint-Germain.
Como ya no tenía que volver a la cocina para guardar la dichosa sopera, he ganado algo de tiempo. Así que he subido a mi cuarto rápidamente y he terminado de guardarlo todo en el armario, bien ordenado. Lo he hecho deprisa, sobre todo si se piensa que, de todas formas, he tenido que volver a la cocina porque me he dado cuenta de que me había olvidado de cerrar el grifo y, como el desagüe estaba atascado con trozos de plato, había agua por todas partes. Con el suelo de baldosas, no es nada grave, y mañana, con el sol, se secará todo rápido y además mamá no tendrá que fregar el suelo, que es algo que le cansa mucho y no le gusta nada.
Total, que todo estaba listo en mi cuarto cuando ha llegado mamá. Estaba convencido de que me iba a felicitar y se iba a poner contentísima.
Bueno, pues os vais a quedar estupefactos, pero os aseguro que es la verdad: ¡me ha echado una bronca!