Los nuevos vecinos

¡Desde esta mañana, tenemos nuevos vecinos!

Teníamos ya un vecino, el señor Blédurt, que es muy gracioso y se pelea todo el rato con papá, pero al otro lado de nuestra casa había otra casa vacía que estaba en venta. Papá aprovechaba que en esa casa no vivía nadie para echar por encima del seto las hojas secas de nuestro jardín y, a veces, también papeles y cosas. Como no había nadie, no se armaba ninguna bronca por eso, y no como cuando papá tiró una peladura de naranja al jardín del señor Blédurt y el señor Blédurt no le habló durante un mes. Pero la semana pasada mamá nos dijo que la de la tienda de quesos le había dicho que habían vendido la casa de al lado a un tal señor Courteplaque, que es el jefe del departamento de zapatería que hay en el tercer piso de los almacenes El Pequeño Ahorrador, que está casado con una señora a la que le gusta mucho tocar el piano y que tienen una hija pequeña de mi edad. Aparte de eso, la de la tienda de quesos no sabía nada; solo se había enterado de que la mudanza estaría a cargo de Van den Pluig y Cía. y de que la cosa sería dentro de cinco días, o sea hoy.

—¡Ya están aquí! ¡Ya están aquí! —he gritado al ver el gran camión de mudanzas con letreros de Van den Pluig por todos lados, y papá y mamá han venido a mirar conmigo por la ventana del cuarto de estar.

Detrás del camión había un coche del que han salido un señor con unas cejas de lo más gordas encima de los ojos, una señora con vestido de flores que llevaba unos paquetes y una jaula con un pájaro, y una niña de mi tamaño que sujetaba una muñeca.

—¿Has visto cómo va de emperifollada la vecina? —le ha dicho mamá a papá—. ¡Parece que se ha puesto una cortina!

—Sí —ha dicho papá—, creo que su coche es de un modelo anterior al mío.

Los hombres de la mudanza han bajado de su camión y, mientras el señor de las cejas iba a abrir las puertas del jardín y de la casa, la señora se ha puesto a explicarles cosas haciendo gestos con su jaula. Mientras, la niña daba saltos alrededor de la señora, pero la señora le ha dicho algo y ha dejado de saltar.

—¿Puedo salir al jardín? —he preguntado.

—Sí —me ha dicho papá—, pero no molestes a los nuevos vecinos.

—Y no los mires como si fueran unos bichos raros —ha dicho mamá—. ¡No hay que ser indiscretos!

De todas formas ha venido conmigo porque era urgentísimo que regase las begonias. Cuando hemos salido al jardín, los hombres de la mudanza estaban sacando un montón de muebles del camión y dejándolos en la acera, donde estaba el señor Blédurt limpiando su coche, y eso me ha extrañado porque, cuando el señor Blédurt limpia su coche, lo hace en su garaje. Sobre todo si llueve, como hoy.

—¡Cuidado con mi butaca Luis dieciséis! —gritaba la señora—. ¡Cúbranla para que no se moje, que la tapicería es de mucho valor!

Luego, los de la mudanza han sacado un gran piano que tenía pinta de pesar una burrada.

—¡Bájenlo con delicadeza! —ha gritado la señora—. ¡Es un Dreyel de concierto y cuesta una fortuna!

El que no debía de divertirse nada era el pájaro, porque la señora sacudía la jaula sin parar. Por fin los hombres han empezado a meter los muebles en la casa seguidos por la señora, que no paraba de explicarles que no había que romper nada porque eran cosas que valían mucho dinero. Lo que no he comprendido es por qué gritaba tan fuerte; quizá era porque parecía que los de la mudanza no escuchaban y se reían entre ellos.

Después me he acercado al seto y he visto a la niña, que estaba entretenida saltando sobre un solo pie y luego sobre el otro.

—Hola —me ha dicho—. Me llamo María Eduvigis, ¿y tú?

—Yo, Nicolás —le he dicho, y me he puesto de lo más rojo, qué tontería.

—¿Vas al colegio? —me ha preguntado ella.

—Sí —he contestado.

—Yo también —me ha dicho María Eduvigis—. Y he tenido paperas.

—¿Sabes hacer esto? —he preguntado, y he dado una voltereta, y menos mal que mamá no estaba mirando porque la hierba mojada me deja manchas en la camisa.

—Donde vivía antes —ha dicho María Eduvigis—, tenía un amigo que podía dar tres volteretas seguidas…

¡Bah! —he dicho yo—. Yo puedo dar todas las que quiera, ¡verás!

Y me he puesto a dar volteretas, pero esta vez he tenido mala pata porque mamá me ha visto.

—¿Pero qué haces revoleándote por la hierba de esa manera? —ha gritado mamá—. ¡Mira cómo te has puesto! ¡Además, a quién se le ocurre estar fuera con este tiempo!

Entonces papá ha salido de la casa y ha preguntado:

—¿Qué es lo que pasa?

—¡Pues nada! —he dicho—. Que estaba dando volteretas, como todo el mundo.

—Me enseñaba cómo lo hace —ha dicho María Eduvigis—. No está mal.

—¡María Eduvigis! —ha gritado el señor Courteplaque—. ¿Qué haces ahí fuera, junto al seto?

—Jugar con el niño de al lado —ha aclarado María Eduvigis.

Entonces el señor Courteplaque se ha acercado con sus cejas gordas y le ha dicho a María Eduvivigis que no se quedara fuera y que entrara en casa para ayudar a su madre. Papá se ha acercado al seto con una gran sonrisa.

—Hay que disculpar a los niños —ha dicho—. Creo que ha sido un flechazo.

El señor Courteplaque ha movido las cejas, pero no se ha reído.

—¿Es usted el nuevo vecino? —ha preguntado.

¡Je, je! —se ha reído papá—. No exactamente. El nuevo vecino es usted. ¡Je, je!

—Ya —ha dicho el señor Courteplaque—. Pues escuche, ¡va a hacer usted el favor de no volver a tirarme sus porquerías por encima del seto!

Papá ha dejado de reírse y ha abierto mucho los ojos.

—Que quede claro —ha seguido diciendo el señor Courteplaque—. ¡Mi jardín no es el vertedero de sus desperdicios!

Eso a papá no le ha gustado.

—Oiga, oiga —ha dicho papá—, que no hace falta ponerse en ese tono. Comprendo que esté nervioso con lo de la mudanza, pero aun así…

—¡Yo no estoy nervioso! —ha dicho el señor Courteplaque—. Y me pongo en el tono que me da la gana. Si no quiere usted líos, deje de considerar mi propiedad como un cubo de la basura. ¡Vamos, hombre! ¡Es increíble!

—Yo no me daría esos humos con esa cafetera de coche y esa birria de muebles. ¡No te digo! —ha gritado papá.

—Ah, ¿con que esas tenemos? —ha preguntado el señor Courteplaque—. Pues espere y verá. ¡Mientras tanto voy a devolverle lo que es suyo!

Y el señor Courteplaque se ha agachado y ha empezado a lanzar montones de papeles y de hojas secas y tres botellas a nuestro jardín, y luego se ha metido en su casa.

Papá se ha quedado boquiabierto y luego se ha vuelto hacia el señor Blédurt, que seguía limpiando su coche, y le ha dicho:

—Pero bueno, ¿tú has visto eso, Blédurt?

Y entonces el señor Blédurt ha arrugado la boca haciendo un morrito y ha dicho:

—Sí, ya he visto. Desde que tienes un nuevo vecino, yo ya no existo. Sí, señor, lo he entendido —y se ha metido él también en su casa.

Por lo visto el señor Blédurt está celoso.