6 FALSAS NOVELAS

Parafraseándole a Ramón al decir sobre el jazz que es mezcla “de lo selvático y de lo moderno”, “desahogo de la vida moderna”, podemos afirmar que las Falsas novelas no son en definitiva otra cosa que lo moderno y lo selvático primitivo enfrentados y unidos por el mismo Dios pagano: el Instinto. Eros y Thanatos frente a frente, en una desenfrenada fuga dionisíaca, en ritmo de jazz...

Sobre esta significación profunda de las Falsas novelas se van encontrando y entretejiendo temas obsesivos ramonianos, tal como la divinización de la virginidad: recordemos en este sentido la “leyenda”, según nuestra formulación, sobre la mujer, imaginada por el autor en El libro mudo: “de un asesinato brotó el sexo de la mujer... un hombre absurdo... la asesinó con un arma de sílex”; aquí está el mito de Luma y de su “caída” y el orgullo de la decidida virgen alemana, Marien. Otro tema recurrente es la profunda antipatía de Ramón por el dinero: el padre, el millonario Americo Karvaler “no veía la inmoralidad terrible del dinero abrumando a un jovencito...”.

Un tema varias veces tocado por el escritor es el recorrido por los “sitios privilegiados”14 de la ciudad moderna y la presencia de los nuevos mitos de la misma, por ejemplo, el coche, en este caso el de David “admiración de todo Nueva York, silencioso, con mucho de gabinete de emperador, ideal como cartera fina, con mucho de la más cara maleta de viaje, con bastante de palco de teatro... Todo el frente de aquel auto era como el secretaire del que, en vez de trabajar, recorre el mundo...”. “Sitios privilegiados” y mitos de la ciudad moderna, así como el ritmo veloz de la acción y de la escritura en elipsis, los retomará Ramón Gómez de la Serna en las novelas grandes, El caballero del hongo gris y Policéfalo y Señora15. La sensación de velocidad de “carrousel” de toda la ciudad la metaforiza magníficamente el autor, en La mujer vestida de hombre cuando presenta el fulgor de los bailes sobre música de jazz en el “gran cabaret americano” berlinés; nombrado “Kip”: “El salón giraba, como si todos los cigarrillos, en una rueda de cigarros, se hubiesen vuelto locos en revuelta zarabanda... Se evaporan las piernas de aquella mujer en la música...” El ruido y la velocidad borran la vida verdadera, la hacen evaporarse, en un movimiento plástico que supera la sensación cinética de cualquier cuadro de Delaunay o Duchamp.

También está en las Falsas novelas la metáfora obsesiva del bosque con sus dos distintas y fundamentales referencias: paraíso soñado, lugar de “huida” de “ellos”, los hipócritas componentes de la vida social, para encontrarse con la mujer primordial (El libro mudo), y selva desatada de los instintos, asimilada en una vertiginosa comparación con la “selva de la calle”, donde están presentes la “persecución” (“Mi autobiografía” en S. C. Pb.), el “canibalismo” y el “acecho a la virgen” (Piso bajo).

Aun escritas a distancia de años entre ellas (de 1923 a 1927) y publicadas primero, como sabemos, por separado, hay una gran interpenetración de temas y obsesiones entre todas, evidente, en primer lugar por el epíteto que las une bajo una misma denominación: Falsas novelas. Aunque el espacio en sí de cada novela sea distinto, naturaleza o ciudad, todas ellas tienen un espacio común, no sólo el directamente textual, de volumen imprimido, sino también un espacio abstracto, el de la negación de sus mismos espacios concretos; son falsas porque evocan; o en feliz expresión de José Carlos Mainer16 al comentar el sutil artículo de 1927 de Fernando Vela “El arte al cubo”, en la Revista de Occidente, “rebotan” en otra creación artística anterior. Esta visión oblicua, “juego con el arte” según F. Vela, es del todo evidente en la falsa novela rusa: “Han muerto todas las novelas rusas... Nostálgico de aquellas novelas, voy a escribir la última novela rusa inédita del pasado” dice Ramón en el “Prólogo” a la misma. Esta novela tiene además, como lejano atisbo del mundo ruso, la novela corta de Ramón titulada El Ruso (1913), publicada en recuerdo de las frecuentes cenas del escritor, con su primo Corpus Barga en París; en el restaurante “El Ruso” durante el invierno de 1910-1911, cenas recordadas también en Automoribundia. El mutismo gestual de los personajes, la “sordera” de la nieve y, en general, el desfile de personajes extraños en esta falsa novela tienen el punto de partida en el ambiente del restaurante “El Ruso” novelado en 1913 como vimos. “Aquel caballero” de María Yasilovna es “el extranjero” de El Ruso, es decir Ramón, que lo observa todo a través de la “vidriera” del tiempo, todo enmudecido por el algodón de la nieve y ahogado en aquellas “psicologías enrevesadas”.

Conociendo el contexto artístico del momento al cual aludimos con motivo de la renovación de fuentes, las demás Falsas novelas “rebotan” sobre estas mismas fuentes: Extremo Oriente: estampas y haikai —Los dos marineros— arte negro —La virgen pintada de rojo—; arte negro asimilado en los comienzos de su penetración en Occidente con la psicología primitiva, bárbara en general, absolutamente distinta, contraria a la civilización occidental —La Fúnebre, publicada en el mismo año que la falsa novela negra—; y el modelo de la vida moderna, en la ciudad moderna o influida por ella —El hijo del millonario y La mujer vestida de hombre—. Esta última novela, aunque también de “rebote”, parece mucho más directamente influida por la realidad inmediata, de un espacio concreto —Berlín—, aunque modélica por presentar sitios privilegiados, válidos para cualquier ciudad moderna.

Más acá o más allá de una realidad o de un recuerdo; las Falsas novelas respiran con el autor el aire del tiempo y constituyen una valiosa aportación española a la literatura ecléctica y cosmopolita de los años veinte.

Desde el punto de vista de la novelística ramoniana, las Falsas novelas son de las obras que más se acercan a los planteamientos de los ensayos “Humorismo” y “Novelismo”, ambos en Ismos. El humor, dice Ramón “... inunda la vida contemporánea... domina casi todos los estilos... muestra el doble de toda cosa”. El humor es también un instrumento de “control” de la escritura, y además absolutamente imprescindible para la época, ya que “el lector de hoy tiene ojos de humorista”. Tanto más necesario se hará el humorismo como “control” en las “novelas cortas”, dada la necesaria rapidez de reflejos en las mismas: “La vida queda vista pronto, y a otra vida”; con otras palabras, Paul Morand, contemporáneo estricto de Ramón —nacido en 1888—, refiriéndose a la buena salud de la “novela corta” en los años cincuenta, considera que ésta “opera en caliente, mientras que la novela larga, en frío”17. En esta “operación en caliente”, el humor, que necesariamente, según Ramón, tiene que contener “un tanto por ciento” de “grotesco” y también algo de “pura incongruencia”, corta como un bisturí los momentos que tienden a alargarse, sublimarse o agravarse en demasiadas tensiones trágicas.

Veamos algunos ejemplos: en la silla eléctrica, David “se fue a poner el monóculo. En la mitad de ese gesto le sorprendió la muerte. Algún gesto tenía que quedar inacabado”; el lector, embelesado, soñando con la belleza de Luma, se entera de repente, que “sus grandes manos varoniles y como con guantes... parecían manos que podían volverse contra ella, lascivas y avariciosas”, o que “tenía majestad como si llevase el toisón cencerreando sobre la balumba de su pecho”. Toda la belleza intensa de Luma que se desvelará poco a poco, queda corregida por este rasgo de humor, con su medida necesaria de “grotesco” y de “incongruencia pura” (¡el toisón en el África negra!). Igual, la terrible Astrakipak, tildada de “fúnebre” por “haber matado ya a siete maridos” con “el latiguillo del goce”, nunca podrá ser en nuestra mentalidad la verdadera devoradora de hombres, la mujer fatal, “por ser una mujer gigantesca que se rascaba mi diente con una horquilla”, y además, sentada en “la puerta de su casa se rascaba una pierna con otra”. Dentro de un anacronismo verdaderamente incongruente, los habitantes de Kikir hablan de ella no sólo como de la “fúnebre” sino también como de “la Barba Azul” del pueblo. Esta monstruosa y lujuriosa mujer nos recuerda a la terrible “Femme en pied” (1927) de Picasso, contemplada en la reciente exposición madrileña “El siglo de Picasso”18. En el plano literario, no es del todo imposible que la falsa novela tártara sea el contrapunto sacrílego y humorista de la bíblica historia del Libro de Tobías y de Sara recogida por Cansino Assens en Los valores eróticos de las Religiones. El vengador de los hombres, el que le cortará la cabeza a la insaciable mujer se llama en la novela tártara Tubal... no tan lejos de Tobías...

Decir del cruel David que es “podador de orejas” y de Mari en que es “mujer que hombreaba”, estar “aquel caballero” en casa de María Yarsilovna, mujer soltera, oír un gemido y pensar que era un niño: “El niño se ha despertado”, dijo. “Ha sido el gato, Gogol Ivanovich”, le contestó la institutriz, a lo cual “aquel caballero se quedó cohibido. Realmente había sido una grosería pensar en que pudiera haber un niño en las habitaciones privadas de una casa en que sólo había una señorita soltera...”, son algunas muestras del humor ramoniano, sin sarcasmo ni ironía, sólo con pinceladas de cómico, de grotesco y de divertida incongruencia, que abundan en las Falsas novelas, como además en toda su obra... Puede ser que la lectura de estas novelas incite al lector a leerlo de manera distinta y más atractiva a Ramón Gómez de la Serna...

Las pinceladas humorísticas en la Falsa novela alemana se cargan con tintas más gruesas, como si indirectamente, Ramón nos quisiera presentar por el arte de la escritura lo que Otto Dix o George Grosz veían plásticamente en los enriquecidos burgueses alemanes, a través de la “Nueva Objetividad”: “Los rotundos alemanes, que ven la tierra primera con sus miradas abarcantes, se guarecían en el Rupestre”, o bien: “Otto tenía el tipo recuadrado y linfático del que nace para cura y se niega a su vocación”, etc.