Capítulo XVIII
EN EL DESPACHO DEL COMANDANTE
Los cadetes aprobados Dodson y Jarman, recién salidos de la NCP Pegasus, al llegar a la Estación Tierra, procedentes de New Auckland, saltaron de la navecilla de la Randolph, entrando en esta nave. El cadete Jensen no estaba con ellos; a Oscar, le habían concedido, mediante un mensaje oficial de la Academia, seis meses de permiso para ir a su casa, con el acuerdo de que, durante este tiempo, tendría que volver temporalmente a sus obligaciones, para acompañar al primer cónsul a las regiones ecuatoriales, ver que se hiciese cargo de su puesto, y ayudarle a entablar relaciones.
Matt y Tex mostraron sus órdenes al oficial de guardia y le dejaron las inevitables copias. Les dio el alojamiento que les correspondía en el Callejón del Puerco, en una habitación con distinto número pero que, de todas formas, se parecía mucho a la que habían tenido.
—Parece como si nunca la hubiéramos dejado —dijo Tex, mientras deshacía su bolsa de costado.
—Sólo que parece extraño que Os y Pete no estén por aquí.
—Sí, aún espero ver aparecer la cabeza de Oscar preguntando si nos gustaría formar equipo con él y Pete:
El teléfono de la habitación sonó, Tex respondió:
—¿El cadete Jarman?
—Al habla.
—Saludos del comandante. Tiene que presentarse en su oficina.
—Sí, señor —desconectó y se dirigió a Matt—. No pierden demasiado tiempo, ¿verdad? —Quedó pensativo y añadió—: ¿Sabes lo que pienso?
—Creo que puedo adivinarlo.
—Bien, este rápido servicio parece prometedor. E hicimos un buen trabajo, Matt. No hay porque darle vueltas.
—Lo supongo. Devolver la Astarte, perdida hace noventa y ocho años, fue algo que puede darnos un destino; incluso si la hubiéramos arrastrado sobre ruedas, todavía sería algo importante. De todas formas, no te llamaré teniente todavía.
—Cruza los dedos, ¿qué tal estoy?
—No eres guapo, pero sí que se te ve diecinueve veces mejor que cuando aterrizamos en el Polo Sur. Más vale que te des prisa.
—De acuerdo —Tex se fue y Matt esperó ansiosamente. Al fin, llegó la llamada que esperaba, diciéndole que también se presentara al Comandante.
Todavía encontró a Tex dentro. Antes que ponerse nervioso, bajo la mirada de los demás, en la oficina exterior del Comandante, prefirió esperar en el pasillo. Al cabo de un rato, Tex salió. Matt se dirigió a él con impaciencia.
—¿Qué pasó?
Tex le dirigió una extraña mirada.
—Entra.
—¿No puedes hablar?
—Hablaremos más tarde. Entra.
—¡Cadete Dodson! —gritó alguien desde la oficina.
Presentándose, respondió. Dos segundos después, estaba en presencia del Comandante.
—Se presenta el cadete Dodson tal como usted ordenó, señor.
El Comandante volvióse hacia él y, de nuevo, Matt sintió la horrorosa sensación de que el Comodoro Arkwright podía verle mejor que cualquier hombre normal, que tuviera ojos:
—Oh, sí, señor Dodson. Acomódese. —El veterano miembro de la Patrulla cogió de su mesa, y sin ningún titubeo, un sujetapapeles—. He estado mirando su informe. Ha solucionado su deficiencia en astrogación y la ha complementado con un poco de trabajo práctico. El capitán Yancey parece darle por bueno, en general, pero señala que a veces está distraído y tiene tendencia a preocuparse con una tarea, a expensas de las otras. En un hombre joven, esto no me parece muy grave.
—Gracias, señor.
—No fue un cumplido, sino sólo una observación. Ahora, dígame lo que haría si…, —cuarenta y cinco minutos más tarde, Matt pudo respirar lo suficiente como para darse cuenta de que había estado sometido a un examen muy profundo. Había entrado en la oficina del Comandante sintiendo que medía tres metros de alto, metro treinta de ancho y que estaba completamente cubierto de pelo. Tal sentimiento ya había desaparecido.
El Comandante hizo una pausa momentánea, como si pensara, y después continuó:
—¿Cuándo estará listo para ser comisionado, señor Dodson?
Matt se quedó un poco cortado, después consiguió responder:
—No lo sé, señor. Dentro de tres o cuatro años, quizá.
—Creo que un año debería ser suficiente, si se esmera. Le voy a enviar a Hayworth Hall. Puede tomar el transbordador en la Estación, esta tarde. Con el permiso acostumbrado, claro —añadió.
—Estupendo, señor.
—Diviértase. Tengo algo para usted…, —aquel hombre ciego titubeó una décima de segundo, después alcanzó otro portapapeles—… una copia de la carta de la madre del Teniente Thurlow. Otra copia está en su informe.
—¡Oh! ¿Cómo está el teniente, señor?
—Completamente repuesto, me dijeron. Otra cosa, antes de que se vaya.
—Sí, señor.
—Deme algunos informes acerca de los problemas que tuvieron para volver a poner la Astarte en marcha, especificando lo que tuvieron que aprender en su camino… especialmente, cualquier equivocación que cometieran.
—De acuerdo, señor.
—Sus observaciones serán consideradas cuando se revise el manual del material en desuso. No se apresure, hágalo cuando vuelva de su permiso.
Matt se alejó de la presencia del Comandante, sintiendo que su tamaño era sólo una fracción del que tenía cuando entró; pero, de todas formas, más que deprimido se sentía exaltado. Se precipitó hacia la habitación que compartía con Tex y le encontró esperándole. Tex le miró de arriba abajo.
—Veo que lo has conseguido.
—Correcto.
—¿Hayworth Hall?
—Así es —Matt parecía perplejo. No lo entiendo. Entré allí realmente convencido de que iba a recibir ya mi despacho, pero me siento maravillosamente. ¿Por qué será?
—A mí no me lo preguntes. Me siento igual y, a pesar de todo, no puedo recordar que me dirigiera ni una sola palabra amable. No hizo más que dar por sentado todo lo ocurrido en Venus.
Matt dijo:
—Eso es.
—¿El qué?
—Simplemente lo dio por sentado. Por eso nos sentimos bien. No le dio mayor importancia, porque no esperaba otra cosa, ¡porque somos miembros de la Patrulla!
—¡Caramba! ¡Eso es, eso es exactamente! Como si nosotros tuviéramos la categoría treinta y dos y él la primera, pero fuéramos miembros de la misma logia —Tex empezó a silbar.
—Me siento mejor —dijo Matt—. Antes me sentía bien, pero ahora me siento mejor, ahora que entiendo el porqué. Oye, otra cosa…
—¿Qué?
—No le contaste nada de la pelea que tuve con Burke en New Auckland, ¿verdad?
—Claro que no —Tex se sentía indignado.
—Es extraño. No se lo dije a nadie más que a ti, y podría jurar que nadie lo vio. Así lo planeé.
—¿Lo sabía él?
—Seguro que sí.
—¿Estaba molesto?
—No, dijo que se daba cuenta de que Burke estaba en libertad bajo fianza, y que yo estaba de permiso, y no quería meterse en mi vida privada. Pero quiso darme un consejo.
—¿Sí? ¿Cuál fue?
—No fiarme excesivamente de mi izquierda.
Tex parecía asombrado, y después pensativo.
—Creo que también quería decir que no te fiases de tu barbilla.
—Probablemente —Matt empezó de nuevo a hacer el equipaje—. ¿Cuándo sale la próxima navecilla hacia la Estación?
—Dentro de unos treinta minutos. Oye Matt, tú también tienes permiso, claro.
—Desde luego.
—¿Qué tal si aceptaras mi invitación para pasar unas semanas con todos los Jarman? Quiero que conozcas a mi gente… y a Tío Bodie.
—A Tío Bodie, desde luego que quiero conocerlo… pero, Tex…
—¿Sí?
—¿Pasteles calientes para desayunar?
—Nada de pasteles calientes.
—¡Trato hecho!
—Chócala.