Capítulo XIII

UN LARGO VIAJE DE REGRESO

Matt tomó parte en la reconstrucción de la puerta interior de la cámara de descompresión de la Pathfinder y de las verificaciones de hermeticidad, todo bajo la mirada cuidadosa del ingeniero jefe. Había pocas averías más en el interior de la nave. La roca o meteoro, que había hecho la abertura en la puerta interior, había agotado en ello casi toda su fuerza. Había que reparar una mampara interior y unas abolladuras. La puerta exterior blindada estaba casi intacta, era claro que el invasor, por mala suerte, había entrado mientras la puerta exterior estaba abierta.

Las plantas en el acondicionador de aire habían muerto por falta de atención y de bióxido de carbono. Matt se encargó del asunto mientras los otros ayudaban en la tarea casi interminable de verificar cada circuito, cada instrumento, cada aparato pequeño, necesario para el funcionamiento de la nave. Era un trabajo de base de reparaciones y no hubiera podido ser realizado si los daños hubieran sido más grandes.

Oscar y Matt robaron una hora de su sueño para explorar el 1987 CD, un trabajo que mezclaba la escalada con el empleo de los reactores del traje. El asteroide tenía, naturalmente, un campo de gravedad, pero hasta el tamaño de una pequeña montaña era insignificante comparado con el de un planeta. Simplemente, no podían sentirlo, los músculos utilizados para oponerse a la fuerza tenaz de la gran Tierra no tenían nada que hacer con el tirón débil del 1987 CD.

Finalmente, la Pathfinder fue soltada y su motor probado por una tripulación improvisada, compuesta por el Capitán Yancey en los controles y el Teniente Novak en la sala de máquinas. El Aes Triplex se alejó unos kilómetros, esperó hasta que puso en marcha su cohete por algunos segundos, y entonces se unió a ella. Las dos naves fueron amarradas y el Capitán Yancey y el jefe ingeniero volvieron en el Aes Triplex.

—Toda para usted Hartley —anunció. Pruébela usted mismo y tome posesión de ella, cuando esté listo.

—Si usted está de acuerdo, yo también. Con su permiso, señor, transbordaré mi tripulación ahora.

—¿Sí? Muy bien, Capitán, tome el mando y lleve a cabo sus órdenes. Apúntelo en el diario de a bordo señor —añadió el Capitán Yancey por encima de su hombro, al oficial de guardia.

Treinta minutos más tarde la tripulación escogida pasó por la cámara de descompresión de la Aes Triplex hacia la cámara de descompresión de la otra. La N. C. P. Pathfinder estaba de nuevo en servicio.

En la Aes Triplex quedaban el Capitán Yancey, el Teniente Thurlow, ahora oficial ejecutivo y astrogador, el Subteniente Peters, ahora ingeniero jefe, el cadete Jensen, oficial Jefe de comunicaciones y los cadetes Jarman y Dodson, oficiales de guardia en todos los departamentos y el doctor Pickering de cirujano.

El Comandante Miller, Capitán de la Pathfinder tenía un oficial menos que el Capitán Yancey, pero todos sus oficiales tenían experiencia. El Capitán Yancey hubiera tomado él mismo el mando de la nave abandonada, y se hubiera arriesgado con ella, si una cosa no se lo hubiera impedido: la ley no lo permitía. Podía poner a su Primer Oficial a bordo y volverla a considerar en activo, pero no había ninguna autoridad para relevarse del mando de su propia nave, era prisionero de su propio y único estatuto: un oficial comandante, obrando sin contacto con sus superiores.

En su plan original de vuelo se había intentado que la Pathfinder atracara en Deimos, Marte, en el momento en que este planeta le alcanzara y se encontrase en posición favorable. El retraso producido por el desastre descartaba la órbita planeada. Marte no estaría en la cita. Además, el Capitán Yancey quería llevar el extraordinario testimonio contenido en la Pathfinder a la Base Tierra lo más pronto posible, no tenía sentido el mandarla a aquel puesto avanzado en el satélite exterior de Marte.

Por consiguiente, fue pasada masa de reacción del Aes Triplex hacia la nave más pequeña, hasta que sus tanques estuvieron llenos y se trazó una órbita rápida, casi directa aunque antieconómica, hacia la Tierra. El Aes Triplex, utilizando una órbita mucho más grande, tipo «Hohmann» pasaría la órbita de Marte, la de la Tierra (la Tierra estaría en este momento en otro lugar), para, más lejos, girar alrededor del Sol y alejarse otra vez de este, alcanzando la Tierra casi un año más tarde que la Pathfinder. Tenía bastante masa para efectuar esto, aun después de volver a llenar la Pathfinder, pero quedaba limitada a órbitas que malgastaban tiempo para ganar combustible, más usuales en las naves mercantes que en las de la Patrulla.

Matt, en uno de sus múltiples trabajos, como astrogador auxiliar, notó una peculiaridad de la órbita y le llamó la atención a Oscar:

—Oye, Os, ven a mirar esto. Cuando lleguemos al punto del perihelio, al otro lado del Sol, casi pasaremos rozando a tu ciudad natal. ¿Ves?

Oscar observó las posiciones marcadas en la carta.

—Bueno, ¡maldita sea si no lo hacemos! ¿Cuál es el punto más cercano?

—Menos de ciento cincuenta mil kilómetros. Más o menos. Aunque he descubierto que el Viejo es un diablo para las órbitas efectivas. ¿Te gustaría apearte?

—Iremos demasiado rápido para poder hacerlo —comentó Oscar, fríamente.

—¿Oh, dónde está el viejo espíritu del explorador? Podrías coger una de las navecillas y marcharte antes de que lo descubriésemos.

—¡Dios, cómo me gustaría! Sería agradable tener un permiso —Oscar movió la cabeza tristemente y observó el mapa con atención.

—Sé lo que te preocupa…, —desde que eres jefe de un departamento, has adquirido cierto sentido de la responsabilidad ¿Cómo te sientes siendo uno de los poderosos?

Tex había entrado en la sala de mapas, mientras hablaban. Intervino en la conversación diciendo:

—Venga ya, Os, díselo a tu público.

La tez blanca de Oscar se volvió colorada.

—Basta ya de tomarme el pelo. Yo no tengo la culpa.

—De acuerdo, pero, hablando en serio —continuó Matt—. ¡Vaya suerte hemos tenido todos nosotros!, somos oficiales accidentales de nave, en lo que tenía que ser un viaje de estudio. ¿Sabéis lo que pienso?

—Y ¿piensas y todo? —preguntó Tex.

—Cállate. Si nos comportamos bien y tenemos la suerte de demostrar lo que sabemos, esto puede significar el nombramiento como miembros de la Patrulla.

—¿El Capitán Yancey darme a mí la graduación? —dijo Tex—. Lo dudo.

—Bueno, a Oscar es casi seguro. Después de todo, es el oficial jefe de comunicaciones.

—Te digo que esto no significa nada —protestó Oscar—. Seguro, tengo ese cargo, sin nadie con quien comunicarnos. Estamos fuera de alcance de la radio, salvo de la Pathfinder, y se está alejando rápidamente.

—No lo estaremos siempre.

—No cambiará nada. ¿Te puedes imaginar al Viejo dejándome, o a uno de vosotros, hacer algo sin estar mirando por encima de mi hombro? De todas maneras, no quiero aún la graduación. Imagínate que volviésemos y no fuera confirmada. ¡Sería embarazoso!

—Yo sí que aceptaría esa posibilidad —anunció Tex—. Puede ser la única manera que tenga de graduarme.

—No te comportes como un pobre huérfano, Tex. Supón que tu tío Bodie te oyese hablando de esta manera…

De hecho, el ambiente en la nave era muy diferente, aunque el Capitán o el Teniente Thurlow, o los dos, los vigilaban muy atentamente. El Capitán Yancey empezó a llamarlos por sus nombres de pila en la mesa y abandonó completamente el uso del apelativo cadetes. A veces se refería a los «oficiales» de la nave, utilizando el término de tal manera, que incluía a los tres cadetes. Pero no hizo ninguna sugerencia a propósito de su graduación.

Fuera del cinturón de asteroides, fuera del alcance de la radio, y en una caída libre interminable, las tareas de la nave eran fáciles. Los cadetes tenían mucho tiempo para estudiar, bastante tiempo para jugar a cartas y para discutir interminablemente. Matt lo compaginó con sus tareas y llegó el momento en que buscaba en la biblioteca de la nave trabajos más elevados, puesto que las clases pensadas para ellos cuando se fueron de la Randolph eran para un viaje corto.

El Capitán organizó una serie de seminarios, en parte para pasar su propio tiempo y en parte como suplemento a la educación de los cadetes. Pretendían ilustrar varios problemas encontrados por un oficial de la Patrulla como hombre del espacio, o en su tarea más seria como representante diplomático. Yancey hizo bien los cursos, y los cadetes descubrieron, también, que se le podían arrancar reminiscencias. Era, a la vez, agradable e instructivo y les ayudó a pasar aquellas aburridas semanas.

Después de un tiempo muy largo llegaron al alcance de radio de Venus, y había correo para ellos, mensajes que les habían perseguido por la mitad del Sistema Solar. Un despacho oficial, del Departamento, felicitaba al oficial comandante y a la tripulación de la nave por la recuperación de la Pathfinder, esto fue registrado, a su tiempo, en los informes de cada uno. Un mensaje privado de Hartley Miller decía al Capitán Yancey que el viaje a casa había sido bueno y que los sabios se arrancaban los cabellos, discutiendo sobre el contenido de la nave. Yancey les leyó esto en voz alta.

Además de cartas de casa, Matt recibió el anuncio de compromiso de Marianne. Se preguntó si se habría casado con el joven que había conocido en el picnic, pero no estaba seguro del nombre, todo aquello le parecía muy lejano. Había una carta también, para los tres cadetes despachada desde: «Leda, Ganímedes», de Pete. Era del tipo: «aquí hace un tiempo maravilloso, me gustaría que estuvieseis aquí».

—¡Vaya suerte tiene el tipo! —dijo Tex— y nosotros por el mundo… ¡Uff!

Llegaron otros mensajes sobre los movimientos de las naves, órdenes técnicas, cambios de personal, la minucia acumulada de una organización militar importante, y un resumen detallado de las noticias de cuatro planetas desde el momento en que perdieron contacto, hasta el presente.

Oscar descubrió que el Capitán Yancey no le estaba controlando estrictamente como jefe de comunicaciones… pero eso ya no le sorprendía. Simplemente, Oscar era el jefe de comunicaciones, y casi había olvidado que antes había sido otra cosa.

Sin embargo, se dio cuenta de que estaba realmente confirmado en su puesto el día en que llegó un mensaje en la cifra más secreta, el primero que no era en idioma vulgar. Tuvo que pedir al Capitán la máquina de descifrar, que estaba guardada en su caja fuerte. Se la dio sin comentarios.

Oscar abrió mucho los ojos cuando le llevó el mensaje traducido a Yancey. Decía: TRIPLEX: PUEDE INVESTIGAR DIFICULTADES REGIÓN ECUATORIAL VENUS. OPERACIONES.

Yancey lo miró:

—Dígale al Oficial Ejecutivo que quiero verlo y, por favor, no hable de esto.

—Sí, señor.

Thurlow entró un poco desconcertado.

—¿Qué ocurre, Capitán?

Yancey le dio el papel. El Teniente lo leyó y silbó.

—¿Ve alguna manera de cumplir esto?

—¿Sabe cuanta potencia de reacción tenemos, Capitán? Podríamos alcanzar una órbita circular, pero no podemos aterrizar.

—Así lo veo yo. Supongo que tendremos que negarnos. Pero, caramba, preferiría ser flagelado antes que mandar una respuesta negativa. ¿Por qué nos escogieron a nosotros? Debe haber otra media docena de naves mejor situadas.

—No lo creo, Capitán. Me parece que somos la única nave disponible. ¿Ha estudiado la lista de movimientos?

—No con detenimiento, ¿por qué?

—Bien, la Thomas Paine tendría que ser la nave que se ocupase de esto, pero está en New Auckland, para efectuar reparaciones de emergencia.

—Ya veo. Tendría que haber una patrulla permanente alrededor de Venus… algún día tendrá que haberla —Yancey se rascó la barbilla, parecía que se sentía desgraciado.

—¿Qué tal le parecería una cosa, Capitán…?

—¿Sí?

—Si cambiáramos el curso ahora mismo, podríamos hacerlo con poco gasto. Entonces, podríamos efectuar un frenado atmosférico, sin más gastos y, después, bajarla con el cohete.

—Humm, ¿cuánto margen tendríamos?

La mirada del Teniente Thurlow se perdía a lo lejos, mientras calculaba mentalmente una ecuación de cuarto orden. El Capitán Yancey se unió en el trance, moviendo los labios en silencio.

—Prácticamente ninguno, Capitán. Después de permanecer en círculo, se tendría que hacer una inmersión y aceptar la velocidad atmosférica terminal, o acercarse mucho a ella, antes de encender el cohete.

Yancey sacudió la cabeza.

—¿En Venus? Preferiría ir a la noche de Valpurgis, montado en una escoba. No, señor Thurlow, sólo podemos llamarles y confesar nuestra impotencia.

—Un minuto, Capitán, ellos saben que no tenemos infantes de marina.

—Claro.

—Entonces, no esperan que actuemos como Policía, así que lo que podemos hacer, es mandar una navecilla auxiliar.

—Me preguntaba cuándo acabaría por pensar esto. De acuerdo, señor Thurlow, le toca a usted. Se lo entrego de mala gana, pero me parece que no puedo hacer otra cosa. Nunca tuvo una misión a su cargo, ¿verdad?

—No, señor.

—Pues lo ha conseguido de joven. Bien, pediré los detalles a Operaciones, mientras usted se prepara para el cambio de curso.

—Bien, señor. ¿Quiere designar usted al cadete que vaya conmigo, o lo elijo yo?

—No va a salir con uno solo, Teniente, irá con los tres. Quiero que, en cualquier momento, la nave esté tripulada y que tenga un hombre armado a su lado. La región ecuatorial de Venus… nadie sabe dónde se va a meter.

—Pero usted se queda únicamente con Peters, señor. No contando al cirujano, claro.

—El señor Peters y yo estaremos bien, Peters juega muy bien a las cartas.

Los detalles que obtuvieron de Operaciones eran muy pocos. La nave mercante Gary había enviado un mensaje por radio, diciendo que estaba en peligro a causa de una sublevación de los nativos. Había dado su posición y entonces se había perdido el contacto.

Yancey decidió usar el frenado atmosférico, de todos modos, para ahorrar masa de reacción para más adelante… de lo contrario, el Aes Triplex podía haber tenido que orbitar en torno a Venus, hasta que hubiera sido socorrida.

La tripulación pasó cincuenta y seis horas agotadoras, encerrada en la sala de control, mientras la nave se adentraba en las nubes de Venus y volvía a salir de ellas, cada vez un poco más adentro y un poco más despacio. Se fue poniendo penosamente caliente, y el tiempo que pasaban en el espacio en cada salto casi no era suficiente para irradiar el calor que captaba. La mayor parte de la nave estaba intolerablemente caliente, ya que la sala de control y la «granja» se refrigeraban, a expensas del resto. En el espacio, no hay forma de eliminar un calor no deseado, permanentemente, excepto por radiación, y la diferencia de energía cinética entre la órbita original y la circunsvenusiana, que quería el Capitán, tuvo que ser absorbida como calor, un poco cada vez, para luego irradiarla al espacio.

Pero al final, tres acalorados, cansados y muy emocionados jóvenes, uno de ellos un poco mayor, estaban listos para subir a la navecilla número 2.

De pronto, Matt se acordó de algo.

—Oh, doctor. Doctor Pickering —el cirujano había pasado aquel viaje, sin acontecimientos médicos, escribiendo una monografía titulada: «Algunas notas sobre patología comparativa de los planetas habitados», y andaba ahora por el final. Había relevado a Matt como «granjero».

—¿Sí, Matt?

—Esas nuevas plantas tomateras… tiene que cruzar su polen dentro de tres días. ¿Lo hará por mí? ¿No se olvidará?

—¿Cómo voy a hacerlo?

El Capitán se echó a reír:

—Salga ya de los surcos, Dodson, olvide la granja, nosotros la cuidaremos. Ahora, caballeros —miró alrededor captando sus miradas—. Procuren mantenerse vivos. Dudo de que esta misión justifique la pérdida de cuatro oficiales de la Patrulla.

Cuando salían, Tex apretó a Matt en las costillas:

—¿Oíste eso, muchacho? ¡Cuatro oficiales de la Patrulla!

—Sí, pero mira lo que dijo además.

Thurlow guardó las órdenes en su bolsillo. Eran muy simples: seguir dos grados siete latitud norte, longitud doscientos doce grados cero, localizar la Gary e investigar el supuesto levantamiento de los nativos. Mantener la paz.

El Teniente se instaló y miró a su tripulación:

—¡Mantengan agarrados sus sombreros, muchachos, allá vamos!