Capítulo II
PROCESOS DE ELIMINACIÓN
Las instrucciones de Matt le decían que tenía asignada la mesa 147, Refectorio Este. Un plano en el revés de la hoja indicaba donde estaba el refectorio Este. Por desgracia, no sabía dónde se encontraba él, pues había dado muchas vueltas durante la loca carrera de la mañana. Al principio se encontró solamente con importantes personajes, vestidos con el negro uniforme de la Patrulla, por lo que no pudo decidirse a preguntarle a ninguno de ellos.
Finalmente se orientó volviendo a la rotonda y empezando otra vez, pero le costó un retraso de diez minutos. Pasó a lo largo de una interminable fila de mesas, buscando el número 147, a la vista de todo el mundo. Cuando la encontró, estaba rojo de vergüenza.
Había un cadete a la cabeza de la mesa, los otros llevaban el mono de los candidatos. El cadete levantó la cabeza y dijo:
—Siéntese, señor… allá a la derecha. ¿Por qué se ha retrasado?
Matt tragó saliva.
—Me perdí, Señor.
Alguien sonrió. El cadete le lanzó una fría mirada.
—Usted, el de la sonrisa tonta de caballo. ¿Cuál es su nombre?
—¡Oh! Schultz, señor.
—Señor Schultz, no hay nada divertido en una respuesta honesta. ¿Nunca se ha perdido?
—¿Cómo? Bueno… Sí, una o dos veces, tal vez.
—Humm… Me gustaría verle trabajar en astrogación, si es que llega tan lejos.
El cadete dio la vuelta hacia Matt.
—¿No tiene hambre? ¿Cómo se llama?
—Sí, señor. Matthew Dodson, señor —Matt miró deprisa los controles que le hacían frente, rechazó la sopa y empujó los botones de «segundo plato», «postre» y «leche». El cadete continuaba mirándole, mientras la mesa le servía.
—Soy el Cadete Sabbatello. ¿No le gusta la sopa, señor Dodson?
—Sí señor, pero tenía prisa.
—No hay prisa, la sopa le sentará bien —el Cadete Sabbatello estiró un brazo y empujó el botón de sopa de Matt—. Además así le da al cocinero la oportunidad de poder limpiar el fogón.
El cadete se dio la vuelta, para alivio de Matt. Comió con ansia. La sopa era excelente, pero el resto de la comida parecía insípida, comparado con lo que le habían acostumbrado en casa.
Se quedó con los oídos atentos. Una observación del cadete se grabó en su memoria.
—Señor Van Zook, en la Patrulla nunca le preguntamos a un hombre de dónde es. Está bien que el Señor Romulus quiera decir que es de Manila, pero no es correcto que usted se lo pregunte.
La tarde estaba llena de pruebas: de inteligencia, control muscular, reflejos, tiempo de reacción, respuestas sensoriales. Otras le exigían hacer dos o tres cosas al mismo tiempo. Algunas parecían completamente tontas. Matt lo hizo todo lo mejor que pudo.
En cierto momento entró en una sala que sólo contenía una silla ancha y fijada al suelo. Un altavoz le dijo:
—Átese a la silla. Apretando los brazos de la silla se controla un destello de luz sobre la pared. Cuando las luces se apaguen, verá un círculo iluminado. Centre su destello de luz en el círculo y manténgalo centrado.
Matt se ató. Un destello de luz brillante apareció en la pared frente a él. Vio que el control de su mano derecha hacía mover la luz de arriba a abajo, mientras el de la mano izquierda la hacía mover de un lado a otro.
—¡Tranquilo! —se dijo Matt—. Me gustaría que empezaran ya.
Las luces de la sala se apagaron, el círculo luminoso se movió lentamente de arriba abajo. No encontró demasiado difícil llevar su destello de luz hasta el círculo y controlar el movimiento del mismo.
Entonces, su silla se puso boca abajo.
Cuando se recobró de la sorpresa de encontrarse colgado cabeza abajo en la oscuridad, vio que el destello de luz se había alejado del círculo. Frenéticamente los juntó, se desviaron y tuvo que rectificar.
La silla osciló hacia un lado, el círculo hacia otro, y una explosión fuerte se produjo en su oreja izquierda. La silla saltó, se balanceó, una sacudida eléctrica agitó violentamente sus manos, y perdió el círculo por completo.
Matt empezaba a sentirse dolorido. Obligó al destello a volver al círculo y lo clavó en él.
—Te tengo.
La sala se llenó de humo, haciéndole toser, llorar y ocultando el blanco. Parpadeó y se obstinó ferozmente intentando pegarse a este fastidioso círculo de luz, mientras continuaban produciéndose otras explosiones, ruidos agudos y penosos, relámpagos de luces, soplos de viento en sus ojos, y movimientos locos e interminables de su silla.
De repente, las luces de la sala se encendieron y la voz mecánica dijo:
—Fin de la prueba, lleve a cabo su próxima misión.
Una vez le dieron un puñado de judías blancas y una pequeña botella, le pidieron que se sentase y pusiera la botella sobre una marca hecha en el suelo, y localizara en su memoria la posición exacta de la botella. Después tenía que cerrar los ojos y echar las judías blancas una tras otra en la botella… si es que podía.
Podía averiguar por el sonido que no estaba acertando mucho, pero se sintió humillado al encontrar, cuando abrió los ojos, que solamente había una judía en la botella.
Escondió el fondo de su botella en su puño e hizo cola hacia la mesa del examinador. Varios chicos haciendo cola tenían un buen número de judías en sus botellas, aunque notó dos sin ninguna. Entonces entregó la suya al examinador.
—Dodson, Matthew, señor, una judía.
El examinador lo anotó, sin comentario alguno. Matt no pudo contenerse y le dijo:
—Excúseme, señor… pero ¿qué es lo que le va a impedir a alguien el mirar y hacer trampa?
El examinador sonrió.
—No hay nada que se lo impida. Vaya a su próxima prueba.
Matt se fue, murmurando entre dientes. No se le ocurrió el pensar que quizá no supiese qué era lo que querían averiguar con aquella prueba.
Más tarde, aquel mismo día, fue metido en una pequeña habitación que contenía una silla, un aparato montado sobre un escritorio, lápiz y papel, y unas instrucciones enmarcadas.
Si en la ventanilla marcada «Tanteo», leyó Matt, aparece el tanteo de la anterior prueba, vuelva la manecilla de inicio a la posición señalada «cero», para limpiar la pantalla para su prueba.
Matt halló la ventanilla marcada «Tanteo»: en ella se veía una anotación: «37». Bueno, pensó, esto me da una marca que superar. Decidió no limpiar la pantalla hasta que hubiera leído las instrucciones.
Después de que se inicie la prueba, leyó, resultará un tanteo de «1» cada vez que apriete el botón de la izquierda excepto en las situaciones que se especifican a continuación. Oprima el botón de la izquierda cada vez que aparezca la luz roja, siempre que la luz verde no esté encendida, así como con la excepción de que no debe oprimirse ningún botón cuando está abierta la portezuela derecha, a menos que todas las luces estén apagadas. Si la portezuela derecha está abierta y la portezuela izquierda está cerrada, no resultará ningún tanteo al oprimir cualquier botón, pero, de todos modos, debe oprimirse el botón de la izquierda bajo tales circunstancias si todas las demás condiciones permiten que se oprima un botón antes de que pueda llevarse a cabo algún tanteo en las fases sucesivas de la prueba. Para apagar la luz verde, oprima el botón de la derecha. Si la portezuela izquierda no está cerrada, no debe oprimir ningún botón. Si la portezuela izquierda está cerrada mientras la luz roja está encendida, no apriete el botón de la izquierda si la luz verde está encendida, a menos que la portezuela derecha esté abierta. Para iniciar la prueba mueva la palanca de inicio desde el punto cero hasta la derecha, a fondo. La prueba tiene lugar durante dos minutos desde el momento en que usted mueva la palanca de inicio a la derecha. Estudie estas instrucciones y elija usted mismo el momento que crea más oportuno para comenzar la prueba. No se le permite hacer preguntas al examinador, de modo que asegúrese de comprender las instrucciones. Debe realizar un tanteo tan alto como le sea posible.
—¡Fiu! —resopló Matt.
No obstante, la prueba parecía simple: una palanca, dos botones, dos luces de colores, dos portezuelas. Una vez hubiera aprendido las instrucciones, sería tan fácil como echar a volar una cometa y desde luego muchísimo más que pilotar un helicóptero… y Matt había tenido su licencia para pilotar helicópteros desde los doce años de edad. Se puso a trabajar.
En primer lugar, se dijo a sí mismo, parece haber sólo dos modos en que lograr un tanto. Uno con la luz roja encendida y otro con ambas luces apagadas y una portezuela abierta.
Ahora, las otras instrucciones… Veamos, si la portezuela de la izquierda no está cerrada… no, si la portezuela de la izquierda está cerrada… se detuvo, y volvió a leer las instrucciones.
Algunos minutos más tarde tenía listadas dieciséis posiciones posibles de las portezuelas, con sus condiciones de luz. Las comprobó leyendo de nuevo las instrucciones, buscando combinaciones que permitiesen lograr tantos. Cuando hubo terminado, miró el resultado, y luego lo comprobó todo de nuevo.
Tras la nueva comprobación, se quedó mirando al papel, lanzó un silbido átono y se rascó la cabeza.
Luego, tomó el papel, salió del cuartito y fue hasta el examinador.
Este alzó la cabeza.
—Por favor, no me haga preguntas.
—No tengo ninguna pregunta que hacer —dijo Matt—. Deseo informarle de algo. Hay algo equivocado en esa prueba. Quizá pusieran unas instrucciones equivocadas. En cualquier caso, no hay modo alguno en que sea posible efectuar un tanteo, siguiendo las instrucciones que hay ahí dentro.
—¡Oh, vamos ya! —le respondió el examinador—. ¿Está usted seguro de esto?
Matt dudó, y luego respondió con firmeza:
—Estoy seguro. ¿Desea ver mi comprobación?
—No. ¿Se llama usted Dodson? —El examinador miró el cronómetro y luego escribió algo en una ficha—. Eso es todo.
—Pero… ¿es que no tendré la oportunidad de efectuar un tanteo?
—¡Nada de preguntas, por favor! Ya he anotado su tanteo. Ahora, váyase… es hora de cenar.
A la hora de cenar había un gran número de plazas vacantes. El cadete Sabbatello miró a través de la larga mesa.
—Veo que se han producido algunas bajas —comentó—. Felicitaciones, caballeros, por haber sobrevivido hasta el momento.
—¿Quiere decir esto que hemos pasado todas las pruebas a las que hemos estado sometidos hoy, señor? —preguntó uno de los candidatos.
—O al menos, que se han ganado la posibilidad de repetirlas. No han sido suspendidos.
Matt lanzó un suspiro de alivio.
—Pero no se hagan muchas esperanzas —prosiguió el cadete—. Mañana, aquí quedarán muchos menos de ustedes.
—¿Es que las cosas empeoran? —preguntó de nuevo el candidato.
Sabbatello hizo una mueca malévola.
—Se hacen mucho peores. Y les aconsejo a todos que coman muy poco desayuno. Sin embargo, también tengo buenas noticias. Se rumorea que el Comandante en persona va a bajar a la Tierra para honrarles con su presencia cuando tenga lugar su jura… si es que llegan a la jura.
La mayor parte de los presentes pusieron expresiones de no entender nada. El cadete miró a su alrededor.
—¡Vamos, vamos, caballeros! —dijo con tono seco—. Seguramente no deben ser todos ustedes tan ignorantes. ¡Usted! —se dirigió a Matt—. Señor… esto… Dodson. Parece tener alguna idea de lo que estoy hablando. ¿Por qué debería usted sentirse honrado por la presencia del Comandante?
Matt tragó saliva.
—¿Se refiere al Comandante de la Academia, señor?
—Naturalmente. ¿Qué es lo que sabe de él?
—Bueno, señor, es el Comodoro Arkwright —Matt se interrumpió, como si el solo nombre ya fuera suficiente explicación.
—¿Y qué es lo que distingue al Comodoro Arkwright?
—Esto… que está ciego, señor.
—No está ciego, señor Dodson, ¡no está ciego! Simplemente, sucede que tiene los ojos quemados. ¿Y cómo perdió la vista? —El cadete le interrumpió cuando iba a contestar—. No… no se lo diga. Que lo averigüen por sí mismos.
El cadete siguió comiendo y Matt hizo lo mismo, mientras pensaba sobre el Comodoro Arkwright. Cuando había sucedido era demasiado joven para que le interesasen las noticias, pero su padre le había leído un relato de lo sucedido: el espectacular rescate en solitario de un yate privado averiado entre Mercurio y el Sol. Se había olvidado de cómo el patrullero había expuesto sus ojos al Sol… había tenido algo que ver con la transferencia del personal del yate, pero aún podía oír a su padre leyendo el final del articulo: «… esas acciones no están fuera de lo corriente, en la tradición de la Patrulla».
Se preguntó si alguna acción que él llevase a cabo llegaría alguna vez a recibir una mención tan superlativa. Era poco probable, decidió; «realizó su trabajo de modo satisfactorio», acostumbraba a ser la mejor mención que podía esperar tener un hombre normal.
Matt se encontró con Tex Jarman cuando salía del comedor. Este le golpeó en la espalda.
—Me alegra el verte, chico. ¿Qué habitación tienes?
—Aún he de ir a verlo.
—Veamos tu hoja —Jarman la tomó—. Estamos en el mismo pasillo, estupendo. Vayamos allí.
Hallaron la habitación y entraron en la misma. En la litera inferior, tumbado leyendo y fumando un cigarrillo, se hallaba otro candidato. Alzó la vista.
—Entrad, camaradas —dijo—. No os molestéis en llamar.
—No lo hemos hecho —le respondió Tex.
—Ya lo veo —el chico se sentó. Matt reconoció al que había hecho el comentario sobre las botas de Tex. Decidió no decir nada… quizá no se reconociesen el uno al otro. El muchacho continuó—. ¿Buscáis a alguien?
—No —le contestó Matt—. Esta es la habitación a la que he sido asignado.
—Mi compañero de cuarto, ¿eh? Pues bienvenido al palacio. No tropieces con las bailarinas. He colocado tus cosas en tu cama.
El saco que contenía la bolsa y las ropas civiles de Matt descansaba en la litera superior. Lo bajó.
—¿Qué quieres decir con eso de su cama? —le preguntó Tex—. Deberíais echar a suertes la litera de abajo.
El compañero de cuarto de Matt se alzó de hombros.
—El primero que llega elige.
Tex frunció el ceño.
—Olvídalo, Tex —le dijo Matt—. Prefiero la de arriba. A propósito —prosiguió, hablando con el otro chico—. Soy Matt Dodson.
—Girard Burke, a tu servicio.
La habitación era adecuada pero austera. Matt dormía en su casa en una cama de agua, pero había utilizado camas con colchones de muelles en el campamento de verano. El lavabo adjunto era severamente funcional pero muy moderno y Matt notó con placer que en la ducha había instalado un masaje automático. No había mascarilla de afeitado, pero el afeitarse no le costaba aún demasiado trabajo.
En su armario halló un paquete, marcado con su número de serial, que contenía dos mudas de ropa y un segundo par de botas espaciales. Lo guardó, y también el resto de sus pertenencias, y luego se volvió hacia Tex.
—Bueno, ¿qué hacemos ahora?
—Vamos a echarle una mirada a este lugar.
—Excelente. Quizá podamos llegar hasta el Kilroy.
Burke lanzó su cigarrillo hacia la taza del retrete.
—Esperad un segundo. Iré con vosotros —desapareció dentro del lavabo.
—Dile que se vaya a freír espárragos —le dijo Tex a Matt en voz baja.
—Me gustaría mucho, pero creo que será mejor ir con él, Tex.
—Bueno, quizá lo eliminen mañana.
—O a mí —sonrió hoscamente Matt.
—O a mí. Maldita sea, no, Matt… lograremos pasar. ¿Has pensado en un compañero de cuarto permanente? ¿Quieres compartir un cuarto conmigo?
—Trato hecho —se estrecharon las manos.
—Me alegra haber solucionado esto —prosiguió Tex—. Mi compañero de celda es un buen tipo, de poca estatura, pero tiene un hermano de sangre o algo así, con el que quiere estar. Lo vino a ver antes de la cena. Charlaron en algo que creo que era indostaní. Me pusieron nervioso. Luego pasaron al Básico por educación, y esto aún me puso más nervioso.
—No pareces ser un tipo muy nervioso.
—Oh, todos nosotros los Jarman somos muy impacientes. Ahí tienes a mi tío Bodie. Se excitó tanto en una feria campestre que saltó entre los cuernos de un toro y lo derribó dos veces antes de que pudieran atraparlo y echarlo fuera.
—¿Es verdad eso que me dices?
—Te doy mi palabra de honor. Sin embargo, no le sirvió de nada: lo descalificaron, porque aún no había cumplido los dos años de edad.
Burke se unió a ellos y fueron hacia la rotonda. Varios centenares de candidatos habían tenido la misma idea pero la administración había previsto la multitud. Un cadete, estacionado en la escalera que bajaba al pozo permitía que los visitantes descendieron únicamente en grupos de a diez, cada uno de ellos supervisado por un cadete. Burke contempló la cola.
—La simple aritmética me dice que no vale la pena esperar.
Matt dudó. Tex le dijo:
—Vamos, Matt. Alguno se cansará y lo dejará correr.
Burke se alzó de hombros y dijo:
—Hasta luego, mamones —y se marchó.
Matt comentó, dubitativo:
—Creo que tienes razón, Tex.
—Seguro… pero me libré de él, ¿no?
Toda la rotonda era un museo y lugar de exposiciones de la Patrulla. Los chicos hallaron exhibición tras exhibición dispuesta alrededor de las paredes: el diario de a bordo auténtico de la primera nave que llegó a Marte, una foto del despegue de la desastrosa primera expedición a Venus, modelos de los cohetes alemanes usados en la Segunda Guerra Global, un mapa, dibujado a mano, del lado oculto de la Luna, hallado entre los restos del Kilroy.
Llegaron a un nicho en la negra pared que contenía una imagen estereoscópica de una escena en un exterior. Entraron y se encontraron mirando, en una convincente ilusión, a través de una tórrida y deslumbrante llanura lunar, con el cielo muy negro, estrellas y la Madre Tierra en último plano.
En primer plano, a tamaño natural, se veía a un joven vestido con un traje de presión de tipo antiguo. Se podían ver sus facciones claramente a través de su casco: una boca grande, unos ojos alegres y un espeso cabello color arena, cortado al estilo del siglo anterior.
Bajo la imagen se veía una inscripción: Teniente Ezra Dahlquist, que ayudó a crear la tradición de la Patrulla 1969-1996.
Matt susurró:
—Debería haber un cartel colocado en algún lugar para decirnos qué fue lo que hizo.
—Pues no veo ninguno —le contestó Tex, también en un susurro—. Pero ¿por qué estamos susurrando?
—No estoy… Sí, supongo que lo estaba. Y, después de todo, él no puede oírnos, ¿verdad? ¡Oh, aquí hay un guía auditivo!
—Bueno, ponlo en marcha.
Matt apretó el botón; el nicho se llenó con los primeros compases de la Quinta de Beethoven. La música dio paso a una voz:
—La Patrulla estaba originalmente compuesta por agentes enviados a la misma por las naciones que entonces formaban la Federación Occidental. Algunos eran dignos de confianza, otros no. En 1996 se produjo un día vergonzoso y al mismo tiempo glorioso en la historia de la Patrulla, un intento de golpe de estado, la llamada Revuelta de los Coroneles. Un complot de oficiales de alto rango, llevado a cabo en la Base Lunar, trató de hacerse con el poder en todo el mundo. El plan hubiera tenido éxito de no haber desarmado el Teniente Dahlquist todos y cada uno de los cohetes de cabeza atómica de la Base Lunar, quitándoles el material fisionable y destruyendo los mecanismos de cebado. Al hacer tal cosa recibió tanta radiación que murió de las quemaduras —la voz dejó de hablar y fue seguida por el tema del Valhalla del Götterdämmerung.
Tex lanzó un largo suspiro; Matt se dio cuenta de que también él había estado conteniendo la respiración. Exhaló y luego inspiró; aquello pareció aliviarle el dolor que notaba en el pecho.
Oyeron un cloqueo tras ellos. Girard Burke estaba recostado contra el marco del nicho.
—Esta gente se toma muchas molestias para venderte una idea —comentó—. Id con cuidado, amigos míos, o acabaréis comprándosela.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué es lo que nos quieren vender?
Burke hizo un gesto hacia la imagen.
—Eso. Y la cháchara que la acompaña. Si os gustan estas cosas, hay tres más, una en cada punto cardinal de la brújula.
Matt se lo quedó mirando.
—¿Qué es lo que pasa contigo, Burke? ¿Es que no quieres formar parte de la Patrulla?
Burke se echó a reír.
—Claro que sí, pero soy un hombre práctico: no tienen que convencerme con un montón de propaganda emotiva. —Señaló hacia la imagen de Ezra Dahlquist—. Ahí tenéis a ese. No le dicen a uno que desobedeció las órdenes de un oficial superior… Si hubiese cambiado la tortilla, le hubiesen llamado traidor. Además, no indican que si se quemó, fue por pura incompetencia. ¿Acaso esperáis que piense que era Superman?
Matt se puso rojo.
—No, no me esperaría tal cosa —dio un paso hacia adelante—. Pero, dado que eres un hombre práctico, ¿qué te parecería un hermoso y muy práctico puñetazo en los morros?
Burke era un poco más bajo que Matt y no más corpulento, pero se inclinó hacia adelante, equilibrado sobre la parte delantera de sus pies, y dijo en voz baja:
—Me encantaría. ¿Y quién me lo iba a dar: tú y quién más?
Tex dio un paso ahora adelante.
—Si se necesita alguien más, aquí estoy yo.
—¡No te metas en esto, Tex! —le espetó Matt.
—¡Ya lo creo que me voy a meter! ¡No creo que merezca la pena luchar de un modo limpio con la gentuza como este!
—Ni hablar. Quiero participar. Tú le das un buen puñetazo y yo le pateo el estómago cuando caiga.
Burke miró a Jarman y se relajó, como si supiera que ya había pasado el momento en que era posible una lucha.
—¡Vamos, caballeros! Están peleándose entre ustedes mismos —les dio la espalda—. Buenas noches, Dodson, no me despiertes al entrar.
Tex aún estaba resoplando:
—Teníamos que haberle dado una buena lección. Te hará la vida imposible, hasta que le des una paliza. Mi tío Bodie dice que la forma en que tratar a ese tipo de gentuza es darles de puñetazos hasta que se excusan.
—¿Y hacer que me echen de la Patrulla ya antes de haber entrado en ella? Dejé que me consiguiese enfadar, lo cual le da ventaja. Vamos… veamos que más hay por aquí.
Pero antes de que pudieran llegar al siguiente de los cuatro nichos sonó retreta. Matt le dijo buenas noches a Tex en su puerta, y se metió en el cuarto. Burke estaba durmiendo, o lo hacía ver. Matt se despojó de la ropa, subió a su litera, buscó el contacto de la luz, lo descubrió y le ordenó que se apagase.
La presencia, nada amistosa, que notaba bajo él le hacía sentirse inquieto, pero ya estaba casi dormido, cuando recordó que no había vuelto a llamar a su padre. La idea lo despertó. Entonces, se dio cuenta de una vaga molestia que notaba en algún lugar de su interior. ¿Le estaría sucediendo algo?
¿Podría ser nostalgia? ¿A su edad? Cuanto más pensaba en ello más probable le parecía, por mucho que le molestase el admitirlo. Y aún estaba pensando en ello cuando se quedó dormido.