LIBRO X[793]
1
Símaco a Teodosio el Mayor[794] (375)
Aunque sé que el pudor está emparentado con la virtud, sin embargo he echado de menos en la carta de tu excelsa persona una abundancia acorde con la gloria de los hechos más grandes, primero porque la amistad exigía que ante quien te ama no temieras el lunar de la presunción; luego porque dado que tienes la misma resolución en tu mano y en tu boca, hubieras debido dotar con el honor de tu lengua la verdad de tus gestas. Ahora me remites a las habladurías y permites que preste oídos a los rumores acerca de ti, cuando la dignidad de una empresa tan grande precisa un testigo que esté a la altura; pero como estás seguro de mi disposición de ánimo, has confiado tus méritos a la voz pública, 2 satisfecho con la verdad y no con las alabanzas. Así que África se ha recuperado de su mal[795], sin duda al ser tratada por los designios de los príncipes invictos, cuyo remedio has sido tú[796]. En efecto, los que son hábiles en la medicina, cuando ascienden ya al magisterio por una intensa práctica y se liberan del ejercicio, suelen mandar sobre los más próximos y ayudar por medio de prescripciones al tratamiento, dejando sus manos ociosas. En suma, tu palma es una alabanza de los tiempos[797]; yo me referiría a ella en su plenitud y con más complacencia si no me plegara a tu singular pudor y no me guardara mucho de dar la sensación de que restituía con interés[798] mi gratitud al haber sido alabado hace muy poco por tu Excelencia. Dicen que los mulos se restriegan 3 mutuamente[799]. Para que no parezca que estoy próximo a este proverbio, restrinjo apretando los dientes la proclamación de tus virtudes y dejo que tu preclara conciencia aprecie qué mereces tú, por cuya dirección respira una provincia que amo[800], o qué te debo yo, cuya fama nunca sucumbirá a la envidia bajo tal testigo. Que te vaya bien.
2
A Graciano Augusto[801] (376)
Sé que se ha dado la circunstancia de que se recurriera a mí como lector para vuestro discurso sacro[802] por el amor del que a menudo juzgáis dignos a varones notables; pero cuando comprendo que esa alocución eclipsa en todos los sentidos a los demás rescriptos, cualesquiera que fueran, que el senado ha oído hasta este momento, también juzgo que se me ha tenido en más que al resto, pues en los grandes asuntos se procede igual que en las grandes comedias, donde se emplean actores selectos: al recitar piezas, Publilio Pelión no obtuvo la misma consideración que Ambivio, y no se extendió de la misma manera la fama para Esopo y Roscio[803]. 2 Por ello, óptimos príncipes[804], acojo como recibidas de parte de los dioses las decisiones que tomáis en mi favor. Es mi deber alabarte, señor Graciano, porque tienes tal disposición de ánimo que cuando pones remedio al Estado te procuras el concurso de mi voz. Tú has devuelto por nosotros la tranquilidad a las masas populares. Faltó muy poco para que todos sucumbiéramos: tan grandes eran las infamias que habían dispuesto quienes poseían por sus malas 3 artes las magistraturas más importantes[805]. Gracias a la situación propicia, aquel feroz Maximino[806], usurpador de tribunales, intratable a la hora de resolver disputas, bien dispuesto para emprenderlas, ha expiado con la pérdida de su cabeza las lágrimas de todos. Esta luz se muestra ahora al hombre, el senado obtiene su antiguo poder; es agradable vivir, no se lamenta haber nacido y todo mira a nuestro bienestar. Nadie es discriminado por su pobreza[807]. El Estado ha vuelto a la antigüedad y los ánimos han pasado de la oscuridad a la placidez[808] una vez que vosotros habéis apelado a la virtud. Vemos que se ha atendido con igual vigilancia a 4 que se imponga un aprovisionamiento más generoso para saciar la Urbe, a que una amplia purga[809] reduzca la adulteración en la acuñación de moneda, a que el tasador no haga inclinarse ya la balanza con un incremento del oro aportado por las provincias[810], a otras mil medidas, y si quisiera exponerlas, se descubriría que recuerdo vuestra gloria, pero no mi incapacidad para expresarme[811]. No hay duda de que nadie con sentido ha alterado los oráculos por medio de palabras humanas. En consecuencia, que tu mente divina, joven 5 Augusto, honra del nombre romano, sea conducida en el carro de su propia elocuencia[812]: al dar gracias, nosotros nos arrastramos humildemente porque somos más aptos para el zueco que para el coturno[813] una vez que la facilidad de palabra ha comenzado a ser patrimonio del Imperio; efectivamente, que yo sepa tú has dado regalos de hospitalidad a las Musas en tu palacio[814]. Ojalá esa acción se vuelva próspera para vosotros y vuestra piedad, ya que no os interesáis nada por los fastos y por el ocio, que son defectos de una condición superior. Yo cuento con bienestar suficiente cuando estáis bien. La felicidad implorada por el voto público garantizará que vuestra Clemencia tenga a su disposición una facultad para promover empresas tan grande como es la voluntad de entrega.