MÁXIMAS DE ROMANOS

Manio Curio[204]

1. Manio Curio, al acusarle algunos de que repartía a cada uno una pequeña porción de la tierra conquistada y convertía la mayor parte en pública, dijo con énfasis que no había ningún romano que considerase pequeña la tierra que lo alimentaba.

2. Cuando los samnitas llegaron a él después de su 194Fvictoria y le ofrecieron oro, estaba precisamente cocinando nabos en ollas. Contestó a los samnitas que no tenía ninguna necesidad de dinero mientras pudiese preparar una cena de este tipo y que para él era mejor que tener dinero, dominar a quienes lo tenían[205].

Gayo Fabricio [206]

1. Gayo Fabricio, al enterarse de la derrota de los romanos por Pirro dijo: «Pirro ha vencido a Levino [207], pero no los epirotas a los romanos».

2. Cuando fue a ver a Pirro para la liberación de los cautivos, éste le ofreció mucho dinero, pero no lo aceptó. 195AAl día siguiente preparó Pirro su mayor elefante para que, sin saberlo Fabricio, apareciera y rompiera a berrear detrás de él. Así sucedió. Y Fabricio se dio la vuelta y dijo sonriendo: «A mí no me inmutó ni el oro ayer, ni la bestia hoy».

3. Pirro pidió a Fabricio que se quedara con él y que compartiera con él el poder, pero le respondió: «Para ti esto no es ventajoso, pues los epirotas, si nos conocen a los dos, preferirán ser regidos por mí antes que por ti[208]».

B4. Cuando Fabricio era cónsul, el médico de Pirro le mandó una carta, en la que se ofrecía, si él lo ordenaba, a matar con fármacos a Pirro. Fabricio mandó la carta a Pirro y le aconsejó que se percatara de por qué era el peor juez tanto de amigos como de enemigos.

5. Cuando Pirro descubrió la conjura, hizo colgar al médico, y a Fabricio le devolvió los prisioneros sin rescate; éste no los aceptó como regalo, sino que le dio a su vez un número igual para que no pareciese que aceptaba una recompensa. Pues no había desvelado la trama para ganar el favor de Pirro, sino para que no diese la impresión de que los romanos matan con engaño, como si no pudieran vencer abiertamente [209].

Fabio Máximo [210]C

1. Fabio Máximo, que no quería entablar combate con Aníbal sino consumir con el tiempo la fuerza de éste, necesitada de dinero y alimentos, lo siguió de cerca, tomando una ruta paralela por lugares ásperos y montañosos. A pesar de que muchos se burlaban y le llamaban esclavo preceptor de Aníbal, les hizo poco caso y siguió sus propios pensamientos. A sus amigos les decía que consideraba más cobarde al que teme las burlas y censuras que al que huye de los enemigos[211].

2. Cuando su colega en el mando, Minucio, derribó a algunos enemigos y mucha era su fama de ser un hombre digno de Roma, Fabio dijo que temía más la fortuna que el infortunio de Minucio. Después de poco tiempo cayó Déste en una emboscada, y cuando corría el riesgo de perecer junto con su tropa, acudió Fabio en su ayuda, mató a muchos enemigos y a él lo salvó. Entonces, Aníbal dijo a sus amigos: «¿No predije yo muchas veces que la nube de las montañas produciría alguna vez una tempestad sobre nosotros?».

3. Después del desastre de la ciudad en Cannas fue elegido cónsul junto con Claudio Marcelo, hombre que poseía audacia y deseo de luchar siempre contra Aníbal. EFabio esperaba que, si nadie luchaba, las tropas de Aníbal en continua tensión rápidamente se agotarían. Aníbal decía que temía más a Fabio que no luchaba que a Marcelo que luchaba [212].

4. Un soldado lucano había sido acusado ante él de que por las noches paseaba muchas veces fuera del campamento por amor a una mujer. Pero, por lo demás, informado Fabio de que era admirable en el manejo de las armas, ordenó que en secreto capturaran a su amada y la trajeran ante él. Cuando se la trajeron, hizo venir al homFbre, y le dijo: «No ha pasado inadvertido que por las noches te vas en contra de la ley; ni tampoco antes habían pasado inadvertidos tus buenos servicios. Sean, pues, tus faltas reparadas por tus nobles hazañas y en el futuro estarás con nosotros. Pues tengo una garantía». Y condujo a la mujer hacia adelante y se la encomendó a él.

5. A Aníbal que retenía con una guarnición a los tarentinos, excepto la zona de la Acrópolis, Fabio lo apartó lejos mediante un engaño, tomó la ciudad y la saqueó. Al preguntarle su escribano qué decisión tomaba respecto a las imágenes sagradas, dijo: «Dejemos a los tarentinos sus encolerizados dioses[213]».

6. Marco Livio, que defendía con una guarnición la Acrópolis, decía que la ciudad se había tomado por él. Los demás se burlaron, pero Fabio dijo: «Dices la verdad, 196Apues si tú no hubieses perdido la ciudad, yo no la habría reconquistado».

7. Cuando ya era mayor y su hijo, que era cónsul, trataba asuntos de su cargo en presencia de muchas personas, avanzaba Fabio montado a caballo. Como el joven enviara un lictor[214] y le ordenara desmontarse, los demás quedaron confundidos, pero Fabio se bajó del caballo y, corriendo más de lo que su edad le permitía, abrazó a su hijo y le dijo: «Haces bien, hijo, al darte cuenta de a quiénes gobiernas y de la magnitud del poder que has tomado sobre ti».

Escipión el Mayor [215]B

1. Escipión el Mayor dedicaba el tiempo libre de sus obligaciones políticas y militares a la literatura y solía decir que, cuando tenía tiempo libre, trabajaba más[216].

2. Cuando tomó Cartago[217] por la fuerza, unos soldados cogieron cautiva a una bella doncella, y como fueran con ella y se la entregaran, les dijo: «La aceptaría con mucho gusto si fuera un particular y no un gobernante».

3. Mientras asediaba la ciudad de Bacia[218], cuyo templo de Afrodita todo lo dominaba, ordenó que se garantizara allí la seguridad para escuchar a los litigantes durante Cdos días en el templo de Afrodita. Y esto hizo, como previamente había dicho, cuando hubo tomado la ciudad.

4. Al preguntar uno en Sicilia en qué confiaba para disponerse a hacer atravesar el ejército por Cartago, le señaló a trescientos hombres armados que se estaban ejercitando y una alta torre que dominaba el mar, y le dijo: «No hay ninguno de éstos que no suba a esta torre y se tire de cabeza si yo lo ordeno».

5. Una vez que hubo atravesado, dominado la tierra y quemado el campamento de los enemigos, los cartagineses le enviaron mensajeros e hicieron pactos: acordaron que Dles entregarían los animales, las naves y el dinero. Pero, al llegar por mar Aníbal de Italia, se arrepintieron de los acuerdos, pues sintieron confianza. Cuando Escipión se enteró, dijo que ni aunque ellos lo quisieran guardaría ya los pactos, a no ser que pagaran cinco mil talentos más, dado que hicieron venir a Aníbal.

6. Cuando los cartagineses fueron completamente vencidos, le enviaron mensajeros para negociar un tratado de paz, pero él ordenó a los que habían venido que se marcharan de inmediato, rehusando escucharlos antes de que le trajeran a Lucio Terencio. Era Terencio un romano, hombre acomodado, que fue hecho prisionero por los cartagineses. Cuando vinieron y trajeron al hombre, Escipión en Ela asamblea se sentó junto a él en la tribuna y negoció así con los cartagineses y puso fin a la guerra.

7. Terencio marchó tras él en el desfile triunfal con un sombrerillo de fieltro a modo de liberto. Cuando Escipión murió, Terencio preparó a los que asistieron al funeral, vino con miel para beber y se esforzó en tributarle todos los honores en lo relativo al entierro. Esto, por supuesto, fue posterior.

8. Antíoco, el rey, después que los romanos hubieron pasado a Asia para atacarle, envió un legado a Escipión para negociar la paz, pero éste le dijo: «Hubiera sido neceFsario antes, pero no ahora, cuando tú has admitido el bocado y el jinete[219]».

9. El senado decretó concederle un dinero del tesoro, pero los tesoreros no quisieron abrir aquel día; por lo que él mismo dijo que abriría, pues estaba cerrado porque él había llenado el tesoro de una gran cantidad de dinero.

10. Cuando Petilio y Quinto le hicieron muchas acusaciones ante el pueblo, dijo que en aquel día había vencido a los cartagineses y a Aníbal, y manifestó que él en persona, coronado, subía al Capitolio para ofrecer un sacrificio y pidió que quien quisiera emitiera su voto sobre él. Una 197Avez dicho esto, subió y el pueblo lo siguió dejando tras sí a los acusadores con la palabra en la boca[220].

Tito Quincio[221]

1. Tito Quincio fue un hombre tan brillante desde muy al principio, que fue elegido cónsul sin haber sido antes tribuno, pretor o edil. Fue enviado como general contra Filipo y se le persuadió a mantener una conversación con él. Filipo estimaba que debía tomar unos rehenes pues aquél estaba con muchos romanos y él solo representaba a los macedonios. Pero Quincio le dijo: «Tú te redujiste a ti mismo a la soledad, pues mataste a tus amigos y parientes[222]».

B2. Después de haber vencido a Filipo en combate, pregonó en los Juegos Ístmicos que dejaba a los griegos en libertad y autonomía. De aquí que cuantos romanos fueron hechos prisioneros en tiempos de Aníbal y eran esclavos de señores griegos, los griegos, tras haberlos comprado a cada uno por quinientas dracmas, se los entregaron como regalo a Quincio, y aquéllos en Roma lo siguieron en desfile triunfal, llevando un gorrillo de fieltro en la cabeza, como era costumbre entre los que habían alcanzado la libertad[223].

3. A los aqueos que tenían en mente realizar una expedición militar contra la isla de Zacinto, les recomendó Cque tuvieran cuidado, no fuera que al estirar su cabeza, como las tortugas, fuera del Peloponeso, se pusieran en peligro.

4. Cuando Antíoco[224], el rey, llegó con una gran tropa a la Hélade y todos se aterrorizaron por la multitud de hombres y su armamento, Quincio contó la siguiente historia a los aqueos. Dijo, en efecto, que en Calcis al cenar con un amigo, quedó sorprendido por la cantidad de carnes, pero que su amigo le comentó que todo ello era carne de cerdo, diferente por la preparación y condimentación. «Pues bien —añadió—, no os asombréis vosotros ante la tropa real al oír de lanceros, acorazados, infantes y arqueros con dos caballos, pues todos son sirios que se difeDrencian unos de otros en sus atavíos».

5. A Filopemen[225], general de los aqueos, que tenía muchos jinetes y hoplitas, pero no iba bien de dinero, bromeando le dijo que Filopemen tenía brazos y piernas, pero no tenía estómago. Y, efectivamente, Filopemen por la constitución de su cuerpo era algo así.

Gneo Domicio[226]

Gneo Domicio, a quien Escipión el Grande puso en lugar suyo como colega de su hermano Lucio en la guerra contra Antíoco, después de haber inspeccionado las falanEges de los enemigos, y como los oficiales le urgieran para que atacara enseguida, dijo que no había tiempo suficiente para derribar a tantas decenas de miles, saquear su bagaje, volver al campamento y disfrutar de lo suyo, pero que esto lo harían a la mañana siguiente a su debida hora. Y al día siguiente se lanzó contra los enemigos y mató a cincuenta mil.

Publio Licinio[227]

Publio Licinio, cónsul al cargo del ejército, derrotado por Perseo, rey de los macedonios, en batalla ecuesFtre, perdió dos mil ochocientos hombres, de los que unos murieron y otros fueron capturados. Después de la batalla, Perseo envió embajadores para tratar sobre la paz y el vencido pidió al vencedor que confiara su caso a los romanos.

Paulo Emilio[228]

1. Paulo Emilio al participar como candidato para un segundo consulado fracasó en la elección. Pero, como la guerra contra Perseo y los macedonios se prolongara por la inexperiencia y debilidad de los generales y le nombraran cónsul a él, dijo que no les debía ningún agradecimiento. Pues fue elegido general no porque él necesitara un cargo público, sino ellos un gobernante.

2. Cuando llegó a casa desde el foro, se encontró a su hijita Tercia llorando y le preguntó el motivo. Ella le contestó: «Se nos ha muerto Perseo (era un perrito llamado así).» Él dijo: «Para buena suerte, hija, y aceptó el 198Aaugurio».

3. Al encontrar en el campamento mucha audacia y palabrería por parte de supuestos generales y de intrigantes ordenó que guardaran tranquilidad y que solamente afilaran las espadas, pues él se encargaría de lo restante.

4. Ordenó a los vigilantes nocturnos que hicieran la guardia sin lanzas ni espadas para que, al renunciar a defenderse de los enemigos, luchasen así mejor contra el sueño.

5. Después de penetrar en Macedonia por las montañas, y ver a los enemigos colocados en orden de batalla, a Nasica que le urgía a atacar enseguida le dijo: «Sí, si Btuviera tu edad, pero mi mucha experiencia me impide luchar, después de una marcha, contra una falange en orden de batalla».

6. Después de haber vencido a Perseo, y mientras celebraba las fiestas por la victoria, decía que es fruto de una misma experiencia el preparar el más temible ejército contra los enemigos y el banquete más agradable para los amigos[229].

7. Cuando Perseo fue hecho prisionero, como le indignara el formar parte de la procesión triunfal, le dijo: «Esto está en tu mano». Y le dio autorización para matarse.

8. Al ser descubierto un inmenso tesoro, él no tomó Cnada, pero dio a su yerno Tuberón una vasija de plata de cinco libras de peso en reconocimiento a su valor. Y esto, dicen, es el primer objeto de plata que entró en casa de los Elios.

9. Sucedía que de los cuatro hijos varones que tuvo, a los dos primeros los había dado en adopción a otros. De los dos que quedaron en casa, uno murió cinco días antes de su triunfo, a la edad de 14 años, y el otro cinco días después de su triunfo, a los 12 años. Cuando llegó, como el pueblo estuviera condolido y deplorara la pérdida junto con él, dijo que ahora estaba fuera de peligro y sin Dmiedo respecto a la patria, puesto que la fortuna ya había fijado en su casa la retribución de sus éxitos y él lo había aceptado en favor de todos[230].

Catón el Viejo[231]

1. Catón el Viejo, al atacar el libertinaje y lujo en el pueblo, dijo que era difícil hablar a un estómago que no tenía orejas[232].

2. Decía que le asombraba cómo puede salir adelante una ciudad en la que un pescado se vende más caro que un buey.

3. En una ocasión, al criticar el prevaleciente dominio de las mujeres, dijo: «Todos los hombres gobiernan a sus mujeres, nosotros a todos los hombres y nuestras mujeres a nosotros[233]».

4. Decía que prefería, después de haber hecho un Efavor, no recibir agradecimiento a no sufrir castigo después de cometer una injusticia, y concedía siempre perdón a todos los que erraban, excepto a sí mismo.

5. Al estimular a los oficiales a castigar a quienes cometían errores, decía que quienes pueden apartar a los que obran mal, si no los apartan, los incitan a ello.

6. Decía que le causaban mayor alegría los jóvenes que enrojecían que los que palidecían.

7. Y que odiaba al soldado que movía las manos al caminar y los pies al luchar y cuyo ronquido era más fuerte que su grito de guerra.

8. Solía decir que el peor gobernante era el que no podía gobernarse a sí mismo.F

9. Consideraba que era de la mayor importancia que cada uno se respetase a sí mismo, pues nadie jamás se separa de sí.

10. Al ver que se levantaban estatuas en honor de muchos, dijo: «De mí prefiero que los hombres pregunten que por qué no hay una estatua de Catón, a que pregunten por qué la hay[234]».

11. Exhortaba, a quienes estaban en el poder, a que fueran parcos en el uso de la autoridad, para que siempre les asistiera la posibilidad de ejercitarla.

12. Decía que quienes quitaban el honor a la virtud, quitaban la virtud a la juventud.

13. Solía decir que ni a un oficial ni a un juez debía rogársele en favor de lo justo, ni suplicarle en favor de lo injusto.

199A14. Decía que la injusticia, aunque no cause un peligro para los que la cometen, lo causa para todos.

15. Por haber muchas cosas deshonrosas en relación con la vejez, estimaba que no se le debía añadir el deshonor proveniente de la maldad.

16. Consideraba que el encolerizado se diferencia del loco por una cuestión de tiempo[235].

17. Decía que quienes usan la fortuna con mesura y moderación son los menos envidiados; pues no se nos envidia a nosotros, sino a lo que nos rodea.

18. Solía decir que los que se toman en serio los asuntos ridículos, serán ridículos en los asuntos serios.

19. Decía que era preciso asegurar las hazañas nobles con hazañas nobles para que no decayese su reputación.

20. Censuraba a los ciudadanos que elegían siempre Ba los mismos gobernantes. Les decía: «Parece, en efecto, que no consideráis el gobernar digno de mucha estima o que no hay muchos dignos de gobernar».

21. Simulaba admirar al que había vendido las tierras costeras como si fuese más fuerte que el mar: «Pues lo que éste apenas toca, aquél se lo ha tragado con facilidad».

22. Cuando participaba en las elecciones a censor, al ver que otros necesitaban la masa y la adulaban, él gritaba que el pueblo tenía necesidad de un médico severo y de una limpieza a fondo. Pues era preciso elegir no al más agradable, sino al más inexorable. Y al hablar así, fue elegido por delante de todos.

23. Al enseñar a los jóvenes a luchar con valor decía muchas veces que la palabra es mejor que la espada, y Cla voz mejor que la mano, para poner en fuga y espantar a los enemigos.

24. Cuando estaba en guerra con los que habitaban en las riberas del río Betis, estuvo en peligro por el gran número de sus enemigos; los celtíberos se mostraron dispuestos a venir en su ayuda por doscientos talentos, pero los romanos no permitieron concertar un sueldo para hombres bárbaros, y Catón les dijo que estaban en un error: pues si vencían no pagarían de lo suyo, sino de lo de sus enemigos, y si eran derrotados no serían ni deudores ni acreedores[236].

25. Después de capturar más ciudades, según decía, Dque días pasó entre los enemigos, él no cogió del país enemigo más que lo que comió y bebió.

26. Distribuyó a cada soldado una libra de plata diciendo que era mejor que muchos regresaran de la expedición con plata que pocos con oro. Pues no tenían otro deber los oficiales en las provincias que incrementar su reputación.

27. Tenía cinco criados en el campamento; de ellos uno compró tres cautivos, y como no le pasara desapercibido a Catón, antes de comparecer ante él, se colgó.

E28. Cuando fue invitado por Escipión el Africano a ayudar a los aqueos desterrados para que regresaran a su patria, simuló no preocuparle el asunto. Pero, al producirse una gran discusión en el senado, se levantó y dijo: «Nos sentamos aquí como si no tuviéramos otra cosa que hacer que debatir si unos griegos ancianos serán llevados a enterrar por nuestros enterradores o por los de allí[237]».

29. Postumio Albino[238] escribió una historia en lenFgua griega y pidió perdón a sus lectores. Catón dijo con ironía que se le debía conceder el perdón, si la escribió obligado por un decreto de los anfictiones.

Escipión el Joven[239]

1. Dicen que Escipión el Joven en los cincuenta y cuatro años que vivió no compró nada, ni nada vendió, ni nada edificó y que dejó solamente treinta y tres libras de plata y dos de oro en una gran hacienda. Y esto, a pesar de que fue dueño de Cartago y fue el general que más enriqueció a sus soldados[240].

2. Observaba el precepto de Polibio y procuraba no salir del foro antes de hacer de alguna manera compañero y amigo a alguno de los que se encontraba.

3. Cuando aún era joven tenía tal reputación por su 200Avalentía y sagacidad, que, al preguntársele a Catón el Viejo por los hombres que estaban en campaña en Cartago, entre quiénes se encontraba Escipión, dijo:

Él solo es inteligente, los otros son sombras que revolotean[241].

4. Cuando llegó a Roma de una campaña, lo llamaron, no en muestra de agradecimiento, sino en la idea de tomar Cartago con él rápida y fácilmente.

5. Una vez que había pasado dentro de la muralla, los cartagineses se defendían con fuerza desde la ciudadela. Él se dio cuenta de que el mar que quedaba por medio no era profundo, y Polibio le aconsejó clavar bolas de hierro con puntas o poner estacas con pinchos, para que los enemigos no pasaran y atacaran las plataformas romanas. BPero Escipión dijo que sería ridículo, después de haber tomado las murallas y estar ya dentro de la ciudad, actuar para no luchar contra los enemigos[242].

6. Al encontrar que la ciudad estaba llena de estatuas griegas y de ofrendas votivas de Sicilia, proclamó que quienes estuvieran allí de aquellas ciudades las identificaran y se las llevaran.

7. No permitía ni a esclavo ni a libre tomar nada del tesoro ni siquiera comprar, cuando todos se dedicaban a saquear.

C8. Cuando apoyaba a Gayo Lelio, su amigo más íntimo, que participaba como candidato al consulado, preguntó a Pompeyo si también él tomaba parte en la elección de cónsul. (Pompeyo tenía reputación de ser hijo de flautista). Le dijo que no participaba, sino que se ofreció a llevar con él a Lelio a todas partes y a ayudarle en su campaña electoral; ellos lo creyeron y esperaron, pero fueron totalmente engañados, pues se cuenta que éste se paseaba por el foro y solicitaba el voto a los ciudadanos. Los otros se indignaron, pero Escipión riendo dijo: «Es por nuestra necedad, como si nos dispusiéramos a exhortar no a hombres sino a dioses, por lo que nos hemos entretenido esperando a un flautista[243]».

9. Apio Claudio, que competía con él para la censuDra, decía que él saludaba a todos los romanos por el nombre, mientras que a Escipión le faltaba poco para desconocerlos a todos. Escipión le contestó: «Dices la verdad, pues yo no me he preocupado de conocer a muchos, sino de no ser desconocido por nadie[244]».

10. Pedía a los ciudadanos, cuando precisamente luchaba contra los celtíberos, que les enviaran a los dos a la campaña o como legados o como tribunos militares y que tomasen como jueces y testigos del valor de cada uno a los que combatían.

11. Una vez nombrado censor, quitó a un joven su caballo, porque en el tiempo en que se hacía la guerra a Cartago dio una cena muy cara e hizo preparar un pastel Ede miel con la forma de la ciudad, lo llamó Cartago y lo colocó ante los presentes para que lo saquearan. Al preguntar el joven el motivo por el que se le había quitado el caballo, respondió Escipión: «Porque saqueaste Cartago antes que yo».

12. Al ver a Gayo Licinio que pasaba a su lado, dijo: «Sé que este hombre ha perjurado pero, puesto que nadie lo acusa, yo no puedo ser a la vez acusador y juez».

13. Fue enviado por el senado en una tercera misión, según dice Clitómaco,

a vigilar el buen orden y los actos de arrogancia de los hombres[245],

como inspector de ciudades, pueblos y reyes. Como al llegar a Alejandría y después de desembarcar paseara con la Fcabeza cubierta por el manto, los alejandrinos que lo rodeaban le pidieron que se descubriera y les mostrara el rostro a quienes lo deseaban. Cuando se descubrió, gritaron y aplaudieron. El rey, en cambio, a duras penas podía emular a los que caminaban por su inactividad y la molicie 201Ade su cuerpo. Y Escipión dijo a Panecio en un suave susurro: «Ya los alejandrinos se han beneficiado en algo de nuestra visita, pues por nosotros han visto a su rey pasear».

14. Viajaba con él un amigo filósofo, Panecio, y cinco esclavos; cuando uno de ellos murió en tierra extranjera, se hizo mandar a uno de Roma porque no quería comprar otro.

15. Por tener los numantinos reputación de invencibles y después de haber vencido a muchos generales, el pueblo designó a Escipión cónsul por segunda vez para esta guerra. Pero el senado impidió que se enrolaran muchos para la campaña, con el fin de que Italia no quedara desierta. Tampoco le permitieron tomar dinero del dispoBnible, sino que le asignaron los ingresos de los impuestos cuyo plazo aún no había vencido. Escipión dijo que no necesitaba dinero, pues el suyo y el de sus amigos le bastaría, pero censuró lo de los soldados, pues la guerra era difícil; si por la valentía de los enemigos habían sido vencidos tantas veces, era difícil por ser contra tales hombres, pero si habían sido vencidos por la cobardía de los ciudadanos, entonces lo era por ir con tales hombres[246].

16. Cuando al llegar al campamento encontró mucho desorden, libertinaje, superstición y molicie, expulsó al punto a los adivinos, sacrificadores y alcahuetes; ordenó sacar fuera todos los utensilios, excepto una olla, un asador y Cun vaso de barro, y concedió una copa de plata de no más de dos libras a los que quisieran tenerla. Prohibió bañarse y, respecto a los que se daban ungüentos, ordenó que cada uno se lo aplicara a sí mismo; pues las acémilas, al no tener manos, necesitan que otro las frote. Y ordenó que comieran en pie algún alimento crudo y que cenaran recostados pan o sopa de avena simplemente y carne asada o cocida. Y él mismo iba cubierto con un sayo negro y decía que estaba de luto por el deshonor del ejército[247].

17. Al detectar que las acémilas de Memmio, tribuno militar, llevaban unos recipientes para enfriar el vino con Dincrustaciones de piedras preciosas, obra de Tericles[248] le dijo: «Por ser así te has hecho inútil para mí y para la patria por treinta días, pero para ti por toda la vida».

18. Cuando otro le enseñó un escudo bellamente ornamentado dijo: «El escudo, oh joven, es bello, pero conviene que un hombre romano mantenga sus esperanzas más en la mano derecha que en la izquierda».

19. A otro, al levantar una estaca de la empalizada y decir que era muy pesada, le dijo: «Muy probable, pues tú confías más en el leño que en la espada».

20. Al ver el descuido de los enemigos, decía que compraba la seguridad con el tiempo; pues un buen general, como un médico, trata la curación con el hierro como última instancia. Y, ciertamente, atacó en el momento oporEtuno y puso en fuga a los numantinos.

21. Cuando los ancianos reprochaban a los vencidos que habían huido de quienes tantas veces persiguieron, se cuenta que uno de los numantinos dijo que el ganado era ahora también el mismo, pero otro el pastor.

22. Después de haber tomado Numancia y desfilado triunfalmente por segunda vez, le surgió una discrepancia con Gayo Graco respecto al senado y a los aliados, y el pueblo, agraviado, le protestó en la tribuna de oradores, Fpero él dijo: «Jamás el grito de guerra de los ejércitos me inquietó y menos el de una chusma, de quienes sé que Italia no es su madre, sino su madrastra[249]».

23. Cuando los hombres de Graco gritaban que se matase al tirano, dijo: «Probablemente quienes hacen la guerra a la patria quieran deshacerse antes de mí, pues no es posible que Roma caiga mientras esté Escipión, ni que Escipión viva cuando Roma caiga».

Cecilio Metelo[250]

1. Cecilio Metelo, que quería introducir su tropa en 202Aun lugar fortificado, como le dijera un centurión que con la sola pérdida de diez hombres tomaría el lugar, le preguntó si quería ser uno de los diez.

2. Al preguntarle un tribuno militar de los más jóvenes, qué iba a hacer, le contestó: «Si considerara que mi túnica lo sabe, me la quitaría y la echaría al fuego[251]».

3. A pesar de ser hostil a Escipión en vida de éste, cuando murió se entristeció, y ordenó a sus hijos que colaboraran en llevar el féretro, y dijo que por Roma agradecía a los dioses que Escipión no hubiera nacido en otro pueblo.

Gayo Mario[252]

1. Gayo Mario que procedía de una humilde familia, al llegar a la vida política por sus servicios militares, se anunció a sí mismo como candidato al edilato mayor. BPero, al darse cuenta de que se quedaba atrás, aquel mismo día se alistó como candidato al edilato menor. Y como fracasara también en aquél, no por eso renunció a ser el primero entre los romanos[253].

2. Por tener varices en ambas piernas se sometió sin ser atado a una operación médica. Y sin gritar ni pestañear soportó con fortaleza la intervención. Pero cuando el médico se dirigía a intervenir la otra pierna, Mario no quiso, alegando que la curación no merecía el dolor.

3. En su segundo consulado, Lusio, su sobrino, maltrató a un joven del ejército de nombre Tribonio, y éste Clo mató. Como muchos lo acusaran, no negó haber matado al oficial, y dijo y mostró el motivo. En efecto, Mario ordenó traer la corona otorgada por las hazañas de supremo valor y la colocó sobre Tribonio.

4. Cuando estaba acampado frente a los teutones en un lugar con poca agua, como los soldados dijeran que tenían sed, les mostró un río que fluía próximo a la empalizada de los enemigos y les dijo: «Allí tenéis bebida comprable con sangre». Ellos le exhortaron a que les llevara mientras tuvieran la sangre fluida y no cuando estuviera cuajada a causa de la sed.

5. En las guerras cimbrias proclamó ciudadanos romanos a mil hombres de Camerino que habían sido valienDtes al margen de toda ley. A los que se quejaban les decía que no oía las leyes por el fragor de las armas.

6. En la guerra civil, al encontrarse cercado y asediado en una trinchera, se mantenía firme y aguardaba el momento propicio. Pompedio Silón le dijo: «Si eres un gran general, Mario, baja a luchar». A lo que respondió: «Si tú eres un gran general, oblígame a luchar incluso cuando no quiero[254]».

Catulo Lutacio[255]

Catulo Lutacio, en la guerra cimbria, estaba acampado junto al río Atiso; los romanos, cuando vieron que los bárbaros lo cruzaban para atacar, retrocedieron, y éste, sin Epoder contenerlos, se puso entre los primeros que corrían, para que no dieran la impresión de huir de los enemigos, sino de seguir a su general.

Sila[256]

Sila, llamado «El Afortunado», tenía dos de las mayores fortunas, la amistad de Pío Metelo y el hecho de no haber asolado Atenas, sino de haber perdonado a la ciudad[257].

Gayo Popilio[258]F

Gayo Popilio fue enviado a Antíoco con una carta del senado, que le ordenaba sacar de Egipto el ejército y no usurpar el reino de los hijos de Ptolomeo, que estaban huérfanos. Al aproximarse a él por el campamento, Antíoco de lejos lo saludó amistosamente, pero Popilio sin saludarle le entregó la carta. Cuando el rey la leyó, dijo que deliberaría y le daría la respuesta, pero Popilio trazó un círculo en torno a él con una rama y dijo: «Pues bien, mientras 203Aestás aquí delibera y contesta». Todos se asombraron de la sabiduría de este hombre y Antíoco acordó hacer lo decretado por los romanos; entonces Popilio lo saludó y lo abrazó.

Lúculo[259]

1. Lúculo avanzaba en Armenia con diez mil hoplitas y mil jinetes contra Tigranes que poseía un ejército de ciento cincuenta mil hombres el día seis de Octubre, día en el que, años atrás, las fuerzas de Cepión fueron aniquiladas por los cimbrios. Como alguien dijera que los romanos temían y ofrecían sacrificios expiatorios aquel día, contestó: «Entonces hoy lucharemos con valor para convertir este día nefasto y triste en uno alegre y agradable a los romanos».

2. Dado que sus soldados temían especialmente a los Bacorazados, los exhortó a tener valor: «Pues es más trabajo despojar a éstos de sus armas que vencerlos». Fue el primero en avanzar a la colina, y, al ver el movimiento de los bárbaros, gritó: «Hemos vencido, compañeros». Y sin encontrar resistencia los persiguió. Perdió sólo cinco romanos que cayeron y mató a más de cien mil enemigos.

Gneo Pompeyo[260]

1. Gneo Pompeyo fue tan amado por los romanos cuanto odiado fue su padre. En su juventud se adhirió por completo al partido de Sila. Y sin ser oficial, ni pertenecer al senado, alistó en el ejército a muchos hombres de Italia. Cuando Sila lo llamó, dijo que no presentaría su tropa Cal dictador sin botín y sin mancha de sangre. Y no fue antes de haber vencido en muchas batallas a los generales de los enemigos.

2. Cuando fue enviado como general a Sicilia por Sila, se dio cuenta de que los soldados en las marchas se desviaban para cometer actos de violencia y robar. A los que se apartaban sin razón y corrían de un lado a otro, los castigó y selló las espadas de los que eran enviados por él[261].

3. Estaba a punto de matar a todos los mamertinos Dpor haberse pasado al partido contrario. Pero Estenio, el jefe del partido popular, le dijo que no actuaba con justicia al castigar a muchos inocentes en lugar de al único responsable, y que éste era él, que había convencido a sus amigos y obligado a sus enemigos a elegir el partido de Mario. Pompeyo, asombrado, dijo que concedía el perdón a los mamertinos por haber sido persuadidos por un hombre tal que estimaba más la patria que su propia vida. Y liberó la ciudad y a Estenio.

4. Cruzó a Libia contra Domicio[262] y lo venció en una gran batalla. Como los soldados lo saludaran como comandante y jefe, dijo que no aceptaba el honor mientras Ela empalizada de los enemigos estuviera en pie. Éstos, a pesar de la fuerte lluvia que los cubría, se lanzaron al ataque y destruyeron por completo el campamento.

5. Cuando regresó, Sila lo recibió amistosamente con muchos honores y fue el primero en llamarlo Magno. Él deseaba celebrar su triunfo, pero Sila no se lo permitió porque no pertenecía aún al senado. Como Pompeyo dijera a los presentes que Sila no sabía que más personas adoran al sol naciente que al poniente, gritó éste: «Que celebre su triunfo». Servilio, aristócrata, se irritó y muchos soldaFdos lo apoyaron y reclamaron algunos privilegios por el triunfo. Cuando Pompeyo dijo que prefería renunciar al triunfo antes que halagar a aquéllos, Servilio dijo que ahora veía que Pompeyo era realmente grande y merecedor del triunfo[263].

6. Era costumbre en Roma entre los soldados de caballería, cuando habían cumplido en el ejército el tiempo reglamentario, llevar su caballo al foro ante los dos hombres que llaman censores y, después de enumerar sus campañas y los generales a cuyas órdenes habían servido, recibir el elogio o la censura, según conviniera. Pompeyo, 204Acuando era cónsul, llevó él mismo su caballo a los censores Gelio y Léntulo, Aquéllos le preguntaron, de acuerdo con la costumbre, si había servido en todas las campañas y él respondió: «En todas y a mis órdenes como comandante en jefe».

7. Al apoderarse de los escritos de Sertorio en Iberia, entre los cuales había cartas de muchos generales que invitaban a Sertorio a Roma para una revolución y un cambio de gobierno, las quemó todas concediendo a los perversos la oportunidad de arrepentirse y de hacerse mejores.

8. Cuando Frates, el rey de los partos, le envió un mensajero, reclamando el derecho de establecer su frontera en el Éufrates, dijo que los romanos establecían como frontera ante los partos lo que era justo.

9. Lucio Lúculo, después de las campañas, se entregó Ba los placeres y a una vida suntuosa y censuraba a Pompeyo que, según él, aspiraba a hacer muchas cosas que ya no eran de su edad. Pompeyo le contestó que, para un anciano, iba más contra su edad llevar una vida voluptuosa que gobernar[264].

10. Cuando estuvo enfermo, su médico le prescribió tomar tordo; quienes lo buscaron, no lo encontraron, pues no era la temporada, pero alguien dijo que se podía encontrar en casa de Lúculo, dado que los criaba durante todo el año. «Bien —dijo—, si Lúculo no llevase una vida de lujo, Pompeyo no podría vivir». Permitió al médico marcharse y tomó cosas fáciles de procurarse.

11. En una época en que hubo en Roma una fuerte Cescasez de grano, fue designado, de palabra, intendente del mercado, pero, de hecho, dueño de tierra y mar. Navegó a África, a Cerdeña y a Sicilia y, después de reunir mucho grano, se apresuraba a volver a Roma. Pero, como se levantara una gran tormenta y los pilotos vacilaran, embarcó el primero, ordenó levar anclas y gritó: «Navegar es una necesidad, vivir no es una necesidad[265]».

12. Al descubrirse su discrepancia con César, Marcelino, uno de los que tenían fama de haber sido promovidos por Pompeyo, después de haberse pasado a César, hablaDba mucho contra aquél en el Senado. Pompeyo le dijo: «¿No te avergüenzas, Marcelino, de vilipendiarme a mí, gracias a quien te convertiste de mudo en elocuente, y de ser un muerto de hambre en uno que vomita para comer de nuevo?».

13. A Catón que lo criticaba duramente, porque, cuando muchas veces predijo que el poder y el auge de César no era por el bien de la democracia, él se le oponía, le contestó: «Lo tuyo era más profético pero lo mío más amistoso[266]».

14. Al hablar con libertad sobre sí mismo, dijo que él había obtenido cada magistratura más deprisa de lo que él esperaba y que la había perdido mucho antes de lo que esperaban los demás.

15. Después de la batalla de Farsalia huyó a Egipto y cuando estaba a punto de pasar de una trirreme a una Ebarca pesquera que el rey le había enviado, se volvió a su mujer y a su hijo y no dijo sino aquello de Sófocles:

Quien comercia con un rey

es esclavo de aquél, por más que llegue como libre[267].

Y cuando se hubo cambiado, se clavó una espada, y profirió un único lamento, y sin decir nada sino cubriéndose se entregó.

Cicerón[268]

1. Cicerón, el orador, era objeto de burla por su nombre. Sus amigos le aconsejaban cambiárselo, pero dijo que él haría a Cicerón más ilustre que los Catones, los Catulos y los Escauros[269].

2. Al ofrecer una copa de plata a los dioses, hizo grabar en la inscripción las letras de sus dos primeros nombres, pero en lugar de Cicerón hizo esculpir un garbanzo[270].F

3. Decía que los oradores que daban grandes voces montaban por debilidad sobre el grito, como los cojos sobre el caballo[271].

4. Verres que tenía un hijo que no había hecho buen uso de su cuerpo en la juventud, criticaba a Cicerón de afeminamiento y lo trataba de depravado. Cicerón le dijo: «¿Desconoces que conviene criticar a los hijos dentro de las puertas de casa?»[272].

5. Al decirle Metelo Nepote: «Con tus testimonios has matado a más que has salvado con tus defensas», le con205Atestó: «Sí, porque tengo mayor credibilidad que elocuencia[273]».

6. Cuando Metelo le preguntó quién era su padre, le respondió: «Esta contestación tu madre la ha hecho muy difícil». Pues la madre de Metelo era licenciosa y el propio Metelo era ligero de cascos, inseguro y se dejaba arrastrar por sus impulsos[274].

7. Cuando murió Diódoto[275], el maestro de los oradores, Metelo colocó un cuervo de piedra sobre su tumba y Cicerón dijo que el tributo era justo, pues éste le había enseñado a volar, pero no a hablar.

8. Al oír que había muerto Vatinio, hombre muy diferente a él y malvado por demás, y saber después que Bvivía, exclamó: «¡Mal muera quien tan mal ha mentido!»[276].

9. A uno que parecía ser de raza africana y que decía que no escuchaba a Cicerón cuando hablaba, le dijo: «Ciertamente, no tienes la oreja sin agujerear[277]».

10. A Casto Popilio, que quería ser abogado, pero era un ignorante y un inepto, lo convocó como testigo a un juicio. Al alegar aquél que no sabía nada, le dijo Cicerón: «¿Pues crees tal vez que se te va a preguntar sobre leyes?»[278].

11. Al recibir Hortensio, el orador, como recompensa una esfinge de plata de parte de Verres, como Cicerón le dijera una indirecta, le replicó que él era inexperto en la resolución de enigmas, a lo que Cicerón le respondió: «Ciertamente, la esfinge está en tu casa[279]».C

12. Al encontrarse a Voconio con tres hijas muy feas de cara, dijo en voz baja a sus amigos:

Sin permitirlo jamás Febo, engendró hijos [280].

13. Cuando Fausto, el hijo de Sila, por la cantidad de sus deudas publicó la lista de sus bienes para venta pública, dijo: «Me agrada esta lista más que la de su padre[281]».

14. Cuando Pompeyo y César se enemistaron, dijo: «Sé de quién huyo sin saber hacia quién huyo[282]».

15. Censuraba a Pompeyo por abandonar la ciudad e imitar a Temístocles más que a Pericles, cuando sus asuntos no eran semejantes a los de aquél, sino a los de éste [283].

16. Cuando se pasó a Pompeyo en un nuevo cambio de opinión, como le preguntara Pompeyo dónde había dejado a Pisón, su yerno, le respondió: «Con tu suegro[284]».D

17. A uno que había cambiado del partido de César al de Pompeyo, y decía que por la prisa y la excitación había dejado el caballo detrás, le dijo que lo mejor lo había decidido respecto al caballo[285].

18. A uno que proclamaba que los amigos de César estaban sombríos, le dijo: «Hablas como si fueran hostiles a César».

E19. Después de la batalla de Farsalia, cuando Pompeyo había huido, un tal Nonio dijo que entre ellos aún había siete águilas y por esto exhortaba a tener coraje. Le dijo Cicerón: «Bien aconsejarías si hiciéramos la guerra contra grajos».

20. César, tras su victoria, levantó con honor las estatuas de Pompeyo que habían sido derribadas. Cicerón hablando de él dijo: «César al levantar las estatuas de Pompeyo se asegura las suyas[286]».

21. Tenía en tan alta estima el hablar bien y luchaba tanto por ello, que, fijado un pleito ante los centunviros, Fcuando el día llegaba, al anunciarle su esclavo Eros que el caso se había pospuesto para el día siguiente, le concedió la libertad.

Gayo César[287]

1. Gayo César, cuando siendo aún joven huía de Sila, cayó en manos de unos piratas. En primer lugar, cuando se le pidió una cantidad de dinero se rió de los ladrones por desconocer a quién tenían y acordó darles el doble; después, cuando se le vigilaba mientras reunía el dinero, ordenó que callaran y que le proporcionasen tranquilidad para dormir. Escribió discursos y poemas y se los leyó, y a los que no lo elogiaban lo suficiente los llamaba bárbaros insensibles y, riendo, los amenazaba con colgarlos, lo que incluso cumplió algo después. Pues cuando se trajo 206Ael rescate y fue liberado reunió hombres y barcos de Asia, cogió a los piratas y los crucificó[288].

2. En Roma entró en competencia con Catulo, primero entre los romanos para el sumo sacerdocio[289], y, acompañado por su madre hasta las puertas, le dijo: «Madre, hoy tendrás un hijo, o pontífice máximo, o exilado».

3. Repudió a Pompeya, su mujer, de la que se habían oído malos rumores en relación con Clodio; después, cuando Clodio fue acusado en un proceso por esto, y César fue citado como testigo, no dijo nada malo de su mujer. Al preguntarle el acusador: «¿Por qué, pues, la expulsaste?», le contestó que la mujer de César debía también estar Blibre de sospecha[290].

4. Al leer las hazañas de Alejandro, lloró y dijo a sus amigos: «A esta edad había vencido a Darío y yo hasta ahora no he hecho nada».

5. Al pasar por un pobre y pequeño poblado en los Alpes y suscitar sus amigos la cuestión de si también allí habría disensiones y competencias por los primeros puestos, se detuvo y muy pensativo dijo: «Preferiría ser el primero aquí que el segundo en Roma».

6. Decía que lo grande y atrevido de las acciones audaCces exigía actuar, mas no reflexionar.

7. Al pasar el Rubicón de la provincia de la Galia contra Pompeyo, dijo ante todos: «La suerte está echada[291]».

8. Cuando Pompeyo huyó al mar desde Roma, y Metelo, que era eparco, impidió el deseo de César de tomar dinero del tesoro y cercó el tesoro, César amenazó con matarlo. Metelo quedó atónito, mas César le dijo: «Me es más difícil decir esto, jovenzuelo, que ejecutarlo[292]».

9. Como sus soldados fueran transportados lentamente desde Bríndisi a Dirraquio, embarcó, pasando inadvertido a todos, en una pequeña nave e intentó hacer la travesía Dmarítima. Como la nave fuera abatida por el oleaje, reveló su identidad al piloto y gritó: «Confía en la suerte, pues sábete que llevas a César[293]».

10. En esta ocasión le fue impedida la travesía por ser fuerte la tormenta. Los soldados se reunieron en torno a él y estaban muy afectados de que esperase otras fuerzas por no confiar en ellos. Se dio la batalla y venció Pompeyo, pero éste no siguió adelante, sino que se retiró al campamento. César dijo: «Hoy la victoria fue para los enemigos, pero no tienen al hombre que sabe vencer[294]».

11. En Farsalia, Pompeyo dio orden a su infantería, Euna vez formada en orden de batalla, de que permaneciera quieta y a pie firme en su puesto y aguardara a los enemigos, pero César decía que cometió un error al sustraer a los soldados la tensión y la intensidad de un ataque con entusiasmo[295].

12. Cuando venció a Farnaces del Ponto en una incursión, escribió a sus amigos: «Llegué, vi, vencí[296]».

13. Después de la derrota y de la huida a África de los seguidores de Escipión, Catón se quitó la vida. César dijo: «Catón te envidio por tu muerte, pero también tú me envidiaste a mí por tu salvación[297]».

14. Algunos miraban con desconfianza a Antonio y Fa Dolabela y aconsejaron a César que fueran vigilados. Pero César dijo que él no temía a los menestrales ni a los que brillaban de ungüentos, sino a aquellos delgados y pálidos, y señaló a Bruto y a Casio[298].

15. Cuando en una cena surgió una conversación sobre cuál muerte era la mejor, dijo: «La repentina».

César Augusto[299]

1. César, el primero en ser llamado Augusto, cuando aún era joven, pidió a Antonio los veinticinco millones del primer César asesinado que Antonio se había llevado de la casa del César a la suya propia. Quería devolver a los romanos la suma dejada por César, a saber, setenta y cinco dracmas a cada uno. Pero Antonio retenía el dinero 207Ay le aconsejó que si estaba en sus cabales se olvidara de su petición. César anunció mediante heraldo su patrimonio paterno y lo vendió. Al restituir lo legado adquirió para sí la benevolencia de los ciudadanos y el odio para aquél[300].

2. Remetalces, rey de los tracios, que se había pasado de Antonio a César no se moderaba en la bebida, sino que se hacía odioso haciendo reproches a la nueva alianza. César bebió a la salud de uno de los otros reyes y dijo: «Yo amo la traición, pero no elogio a los traidores[301]».

3. Los alejandrinos, después de la conquista de la ciudad, esperaban sufrir lo peor, pero César subió a la tribuna, Bsituó junto a él a Arío de Alejandría y dijo que perdonaba a la ciudad, en primer lugar por su grandeza y belleza, en segundo por Alejandro, su fundador, y en tercero por Arío, su amigo[302].

4. Cuando le llegó la noticia de que Eros, el procurador de Egipto, compró una codorniz que había vencido a todas en la lucha y que era invicta, y que la había asado y se la había comido, lo hizo llamar y le incoó un proceso. Puesto que reconoció el hecho, ordenó clavarlo en el mástil de una nave.

5. En Sicilia designó a Arío en lugar de a Teodoro como gobernador. Al entregarle uno un papel en el que estaba escrito: «Teodoro de Tarso es un pelado o un ladrón, ¿qué piensas tú?». César lo leyó y escribió debajo: «Estoy de acuerdo».C

6. De Mecenas, su confidente, recibía cada año en su cumpleaños una copa de regalo.

7. A Atenodoro[303], el filósofo que pidió que lo mandara a casa por su edad, se lo concedió. Pero, cuando Atenodoro se despidió de él, le dijo: «Cuando te irrites, César, no digas ni hagas nada antes de haberte recorrido las veinticuatro letras del alfabeto». César lo cogió de la mano y le dijo: «Aún necesito tu presencia», y lo retuvo un año entero, y dijo:

Del premio del silencio es también seguro[304].

8. Cuando oyó que Alejandro, a la edad de treinta y dos años, al haber realizado la mayor parte de sus conquistas, no sabía qué haría el resto de su vida, César se asombró de que Alejandro no considerara empresa más importante que conquistar la hegemonía, la de ordenar lo que había sometido.

9. Después de haber promulgado la ley sobre los adúlteros[305], en la que se fijaba cómo se debía juzgar a los acusados y cómo se debía castigar a los convictos, a continuación arrebatado por la cólera, golpeó con sus puños a un joven que había ultrajado a su hija Julia. Éste le Egritó: «Has establecido una ley, César». Hasta tal punto se arrepintió que el día aquel rehusó la comida.

10. Cuando envió a su yerno Gayo a Armenia, suplicaba a los dioses que la popularidad de Pompeyo, la audacia de Alejandro y la suerte suya lo acompañaran[306].

11. Decía a los romanos que iba a dejar en el poder a un sucesor que no había reflexionado dos veces sobre el mismo asunto. Se refería a Tiberio.

12. Cuando intentaba calmar a los jóvenes de elevado rango social que alborotaban, como no le prestaban atención, sino que seguían alborotando, les dijo: «Jóvenes, escuchad a un anciano a quien de joven los ancianos lo escuchaban[307]».

13. Como el pueblo ateniense, al parecer, hubiera Fcometido una ofensa desde Egina escribió que pensaba que no les pasaría inadvertido que estaba enfadado; pues de otro modo no hubiera pasado el invierno en Egina. Pero ni dijo ni les hizo ninguna otra cosa.

14. Uno de los acusadores de Euricles que hablaba con libertad, sin contemplaciones y excesivamente, llegó a decirle algo así: «Si esto, César, a ti no te parece importante, ordénale que me repita el libro séptimo de Tucídides». César, enfadado, ordenó detenerlo. Pero al informarse de que éste era el único descendiente de Brásidas, lo hizo llamar y después de amonestarlo moderadamente, lo dejó en libertad.

15. Cuando Pisón edificaba su casa cuidadosamente 208Adesde los cimientos hasta el techo, le dijo: «Me alegro de que construyas así, como si Roma fuera a ser eterna[308]».