Capítulo 9

Sara no podía creerse que hubiera dicho esas palabras en voz alta. Nunca en la vida le había pedido a un hombre que le hiciera el amor. Estaba completamente sorprendida. Pero no podía pretender que él no la había oído. Era demasiado tarde. Haciendo un gran esfuerzo, sostuvo su mirada mientras esperaba su reacción.

El tiempo pareció detenerse. Kincaid la miró fijamente. Era hermosa y su piel brillaba a la luz de la hoguera. Se había dejado el pelo suelto y el fuego se reflejaba en sus mechones dorados. Sus ojos eran de un azul profundo y mostraban excitación.

La deseaba más que respirar.

Pero había algunas reglas. Por mucho que la deseara, su propio código ético no le permitía aprovecharse de una mujer vulnerable.

Levantó la mano para acariciarle la mejilla y ella inclinó la cabeza para sentir su caricia. Kincaid estuvo a punto de ceder.

—Lo estoy pasando bastante mal pretendiendo que no hay nada entre nosotros; pero soy más consciente de ti que de mi propio ser. Quiero hacer el amor contigo, Sara. Pero éste no es ni el momento ni el lugar. Estás enfadada, emocionalmente vapuleada y también asustada. No me deseas. Sólo quieres que alguien haga desaparecer este mundo durante un rato para quitarte el peso de encima durante un momento. Por la mañana te arrepentirías.

Era un discurso muy agradable, pero ella no estaba dispuesta a aceptarlo.

—Crees que me conoces muy bien —se inclinó hacia él y le tocó la boca con sus labios mientras con los brazos le rodeaba el cuello.

En un instante, la pasión explotó y sus deseos escondidos despertaron. Quería seducirlo y había sido seducida. La boca de él era dura y, sin embargo, tierna sobre sus labios. Su lengua se enroscaba con la de ella y la dejaba sin aliento.

Ella inhaló el aroma masculino y sintió una punzada de placer al pasarle una mano por la barba de tres días. Se acercó más a él. Kincaid le recorrió la espalda con las manos mientras se decía que debía parar, que debía acabar el beso y recuperar el control que ella le había robado de manera tan inesperada. Pero, en cuanto ella se había abierto a él, él había perdido, igual que le había pasado la primera vez que la besó. Desde entonces, había pasado dos noches despierto, rememorando aquel beso; pero los recuerdos no tenían nada que ver con la realidad, Oyó un gemido y no supo si provenía de ella o de él. Por fin, Sara se echó un poco hacia atrás y pestañeó con fuerza para apartar la humedad de sus ojos.

—Ahora —dijo con la voz ahogada por el deseo—, ¿crees que ése es el beso de una mujer que no te desea?

Él la miró con la respiración entrecortada, intentando aclarar la mente.

—Sólo estaba pensando en ti. No quiero que hagas algo de lo que después tengas que arrepentirte.

—Oh, vamos, cállate —murmuró ella contra su boca. Si no podía convencerlo con palabras, lo haría con acciones. Lo besó como había soñado que lo besaba... lentamente, profundamente, con ternura. Él la acarició con manos temblorosas y encontró lugares secretos que ella deseaba que encontrara.

Ahora fue Kincaid el que se apartó, pero sólo un instante para ponerse de rodillas y atraerla más hacia él. Había un límite sobre el tiempo que un hombre tenía que portarse noblemente. Estaban los dos allí, de rodillas sobre los sacos, al lado del fuego centelleante mientras el aroma dulce de la noche bailaba a su alrededor. El cielo estaba lleno de estrellas y la luna jugaba al escondite con las pocas nubes que aún quedaban. No se oía nada, sólo sus respiraciones entrecortadas. No sentían nada, sólo su pasión creciente y sólo se veían el uno al otro.

Aquella noche estaban solos en el mundo.

Kincaid vio que Sara tenía los ojos cerrados mientras le acariciaba la cara.

—Quiero tocarte por todas partes —susurró él con voz ronca. Quería ir despacio, hacerlo todo bien. No tenía por qué, pero presentía que aquella experiencia iba a ser muy especial, que la recordaría para siempre.

¿Cómo era posible que ninguna mujer hubiera sido capaz de llenar el hueco que tenía? Sólo ella. Al abrazarla, al tocarla, se sentía lleno de nuevo. Sara empezó a desabrocharle los botones de la camisa con manos temblorosas.

—Quiero tocarte —murmuró ella, sintiéndose más atrevida de lo que se había sentido jamás. Aquella vez, aquella vez mágica, sentía la necesidad poderosa de conocer a ese hombre, de explorarlo, de hacer el amor con él.

Ella que había jurado que no volvería a hacerlo; ahora volvía a soñar. «Quizás esta vez», le susurró el corazón. «Quizás con este hombre».

Le quitó la camisa y, todavía de rodillas, lo recorrió con la mirada. Después, acariciando la suavidad de su piel, la fortaleza de sus músculos; deslizando los dedos en el suave vello de su pecho. Sintió que él temblaba y sonrió. Ningún hombre había temblado jamás con su caricia.

Levantó la cara y lo miró a los ojos brillantes y hambrientos que la observaban. Sara sabía que estaba arriesgándose al invitarlo a que le hiciera el amor. Un hombre al que conocía desde hacía menos de una semana. También sabía que la mayoría de la gente se moría arrepintiéndose de las cosas que no había hecho; no de las que sí había hecho. Aquello estaba bien, lo sentía.

Le ofreció la boca con la misma ansiedad de antes. Su corazón iba detrás, a pesar de que ella había decidido lo contrario. Joven y tonta, le había entregado el corazón a Rod Stephens; pero eso no había sido suficiente para hacer que él se quedara. Ahora ya no era tan joven y tan tonta; sin embargo, allí estaba, entregándole el corazón a otro hombre. Probablemente, tampoco sería suficiente para que él se quedara con ella. Pero, al menos, aquella vez, iba a hacerlo con los ojos muy abiertos.

Kincaid, sintiendo que todavía tenía un poco de control, se apartó. Necesitaba ir más despacio.

—Me toca a mí —dijo y comenzó a desabrocharle la blusa. Se deshizo de ella y, a continuación, le quitó el sujetador. Sabía que ella se sentía un poco incómoda mientras le miraba el pecho desnudo con admiración.

—Eres preciosa —susurró. Después le recorrió el pecho lentamente con la punta de los dedos.

Vio que se le erizaba la piel y vio cómo se le endurecían los pezones justo antes de que él inclinara la cabeza hacia ellos. Agarró el primero con la boca y lo besó, después el segundo hasta que arrancó un gemido de sus labios.

Lentamente la tumbó sobre el saco y se tumbó al lado. A la luz de la hoguera, vio que ella temblaba.

—¿Tienes frío?

Tenía calor. Y no sólo por la hoguera, también por sus caricias.

Sara meneó la cabeza y lo atrajo hacia ella para darle otro beso, temiendo no poder saciarse nunca.

Mientras la besaba con ardor, Kincaid empezó a recorrerle todo el cuerpo. Primero, le quitó la ropa que le quedaba; después se concentró en besarle cada centímetro de piel, deleitándose en sus pechos durante unos minutos. Ella gimió y suspiró disfrutando de sus caricias, con los dedos dentro de su pelo. El continuó besándola, desplazándose hacia abajo centímetro a centímetro.

—Por favor —susurró ella. La necesidad que sentía era abrumadora.

Desde el principio, él había pensado que ella era una mujer con estudios, educada, elegante y sofisticada gue controlaba su vida perfectamente; ahora, más que nada, quería romper ese control, oírla gritar y saber que sólo estaba pensando en él.

Su cuerpo estaba duro como una piedra. Pero podía contenerse, aguantar hasta el límite.

Sara estaba inquieta e impaciente, deseosa de saberlo todo, de hacerlo todo, de sentirlo todo. El estaba acariciándola como si fuera una mujer frágil y delicada, cuando ella sabía que no era nada de eso. La besaba como si nunca fuera a tener suficiente, como si pudiera seguir nsí toda la noche, y ella quería que lo hiciera.

De nuevo, Kincaid la besó mientras sus dedos encontraban su Parte más delicada. La respuesta de ella fue inmediata, Él levantó la cabeza para mirarla a la cara mientras hacía que llegara cada vez más alto hasta que finalmente explotara y dijera su nombre.

El sonrió al ver su cara roja mientras luchaba por respirar. Pero había más, mucho más que quería enseñarle.

De repente, Sara se despejó: no podía hacer aquello; no, sin protección. Otra vez no.

—Espera. No puedo...

Kincaid le mostró un preservativo y vio que ella se relajaba.

—Gracias —le dijo, agradecida de que uno de los dos hubiera pensado en ello.

Con rapidez y soltura, él se quitó el resto de la ropa y se tumbó sobre ella. Los ojos de ella estaban llenos de pasión y él la besó con delicadeza mientras se metía en su interior. Aspiró el suave suspiro que escapó de sus labios cuando todos sus músculos lo presionaron. Después comenzó a moverse, lentamente al principio; después más rápido.

Sara oyó los ruidos de la noche como si procedieran de muy lejos. Sólo podía concentrarse en ese hombre que la envolvía, que estaba muy dentro de ella, que ya le había mostrado placeres que ella nunca había imaginado.

Giró la cabeza y se encontró con sus ojos, aquellos preciosos ojos de un gris verdoso, e intentó contenerse. Después, de repente, estaba elevándose, volando sin control, sin miedos. Al rato, sintió que él se unía a ella en aquel lugar especial que habían creado juntos.

Cuando por fin volvió al mundo real, él estaba allí, todavía abrazándola, con una sonrisa íntima.

Sara abrió los ojos lentamente y vio que tenía la piel roja y que no tenía nada que ver con el fuego que todavía ardía al lado de ellos. Aquel brillo venía de dentro y había sido provocado por Kincaid.

Todavía estaba en sus brazos con la mejilla sobre su pecho, escuchando su corazón retumbar al ritmo del de ella. Intentó sonreír, pero, de repente, se sintió tímida. El le había advertido que después podría arrepentirse; pero no. ¿Se estaría arrepintiendo él?

—Si tienes frío, puedo abrir el otro saco para echárnoslo por encima —sugirió Kincaid con voz melosa y satisfecha.

La sonrisa de ella se hizo más cálida.

—Estoy bien. ¿Peso mucho? Puedo apartarme.

—¡No! —la rodeó con los brazos apretándola más contra él—. Podía pasarme así toda la noche.

Sara se relajó.

—¡Qué idea más fantástica! Eres mucho más cómodo que el suelo —se estiró para darle un beso en la mejilla—. Podrías considerar lo de dejarte barba. Te queda bien. Te confiere un aspecto un poco peligroso.

—Si te gusta, quizá me la deje.

El estudió su cara a la luz del fuego y vio que iba poniéndose seria.

—¿Qué pasa?

—Nada. Sólo estaba pensando.

—¿En qué? —Kincaid le pasó los dedos por el pelo, apartándole unos mechones de la cara.

—Pensarás que soy rara si te lo digo —la timidez había vuelto y ella deseó no haber comenzado nunca aquella conversación.

—No lo haré. Dímelo.

Ella tomó aliento y jugueteó con el pelo de su pecho.

—No estoy acostumbrada a los hombres como tú. Después de lo de Rod, salí con un par de chicos, pero no me parecieron interesantes. Pensé que no iba a encontrar nunca a nadie que fuera atractivo e interesante hasta que te encontré a ti.

El la miró con ternura.

—Quiero que sepas que no tienes ninguna obligación por lo que ha pasado —continuó ella.

El sonrió y la abrazó con fuerza.

—Sara, no puedo creerme que vaya a decirte esto; pero estoy algo más que un poco loco por ti.

Ella abrió los ojos sorprendida.

—¿En serio?

—¿Por qué lo encuentras tan sorprendente? Seguro que muchos hombres sentirían lo mismo si les permitieras acercarse a ti.

Ella meneó la cabeza.

—Acercarse a alguien emocionalmente implica confianza. Para mí es muy difícil confiar en los hombres. No es nada personal, pero...

—Rod te hizo desconfiar de los hombres. Jo entiendo; a mí me pasó lo mismo con mi ex-mujer. Afortunadamente, tú no eres Debbie y yo no soy Rod.

—Es cierto.

—Mira, no sé dónde nos llevará esto. Si el sexo entre un hombre y una mujer no funciona, el resto puede ser fantástico; pero siempre tendrán problemas —dudó un instante, estudiándola—. El sexo entre nosotros fue bien, ¿verdad?

Ella se puso colorada.

—¿Hace falta que lo preguntes?

Elle dio un beso sugerente y sintió su respuesta inmediata.

—Me imagino que no.

Ella cerró los ojos, absorbiendo el placer, y él vio las enormes ojeras. Tenía que dejarla descansar. Tenían que empezar a andar antes de que amaneciera para recuperar el tiempo perdido. Por un rato, la había hecho olvidar el motivo por el que estaban en aquella montaña. Pero, pronto, lo recordaría y él sabía que estaría deseando encontrar a su hijo.

Levantó la mano y le acarició el pelo, maravillado por lo suave que era. Por lo suave que era ella.

—¿Te estás durmiendo? —le preguntó al ver que tenía los ojos cerrados.

—Mmm... estoy tan cansada —abrió los ojos para mirarlo—. Y ahora me siento tan satisfecha y tan a gusto —volvió a cerrar los ojos y dejó escapar un suspiro.

Enseguida, él oyó su respiración rítmica y supo que se había dormido. Como pudo, agarró el otro saco de dormir y lo utilizó para cubrirse. Después, cerró los ojos y se durmió.

¿Sería su imaginación o caminaban mucho mejor ahora que estaban más unidos?, se preguntó Sara. El camino era el mismo; el tiempo, él mismo. Allí nada había cambiado. Sin embargo, para ella todo era diferente.

Kincaid seguía tan atento con ella como antes; pero la actitud era diferente. Sonreía más y le apretaba más la mano, la tocaba con más frecuencia. A ella le estaba costando un poco acostumbrarse al cambio. Y por la expresión pensativa de él, dedujo que a él le pasaba lo mismo.

Mientras lo seguía, no pudo evitar pensar en algo que llevaba tiempo dándole vueltas a la cabeza; desde que se habían dado el primer beso. ¿Lo que había pasado entre ellos se debería a las hormonas? ¿Sería porque ninguno de los dos había tenido relaciones en mucho tiempo? ¿Sería porque estaban solos en una montaña?

¿O se trataba de amor?

Sólo pensarlo, le daba pánico. Ella había creído que estaba enamorada de Rod y había llegado a aquella conclusión muy de prisa, como lo solían hacer las chicas de diecisiete años. Cuando él le hizo daño, dejó de pensar en el amor.

Y ahora allí estaba, totalmente enamorada de Kincaid. No era por su reputación, la cual era fabulosa; ni por su atractivo masculino y sexy. Era mucho más que eso. Era su compasión, su amabilidad, su compromiso con los niños a los cuales ayudaba a encontrar.

Pero no estaba comprometido con ella y eso era algo con lo que tenía que aprender a vivir.

Sara decidió que la próxima vez que hablaran en serio, tenía que decirle que no esperaba nada más de él sólo porque hubieran hecho el amor. Ella había querido experimentar la satisfacción de su unión física; pero no se hacía ilusiones de que aquello llevará a algo más. Era verdad que él le había dicho que estaba loco por ella; pero sus palabras eran muy comunes entre un hombre y una mujer y no significaban nada. No; disfrutaría de él mientras pudiera; después dejaría que se marchara. Por muy verdaderos que fueran sus sentimientos, no podía acorralarlo.

Se secó el sudor de la frente mientras seguía el ritmo de Kincaid montaña arriba.

Decidió que tenía que pensar en lo que iba hacer. Cuando encontrara a Mike y se lo llevara de allí, tendría que explicarle todo. Tendría que contarle la verdad y hacerle frente a lo que sucediera. Confiaba en el amor que el niño sentía por ella y en el de ella por él. Al final entendería.

Ella podía educarlo de la mejor manera que sabía. Quizá incluso vendiera el apartamento y comprara una casa. Un chico necesitaba un patio y un perro y una calle tranquila donde montar en bicicleta. También intentaría buscar ayuda profesional para Meg; porque, obviamente, tenía problemas muy graves. Y, por lo que se refería a Lenny, con la ayuda de Kincaid lograría que recibiera su merecido. Después de todo lo que; había hecho, lo único que se merecía era ir a la cárcel.

Quizá pudiera ver a Kincaid de vez en cuando. Aunque no iba a ser nada fácil. Kincaid tenía sus propios demonios que vencer. Además, tenía su trabajo, un trabajo peligroso que requería mucha concentración.

Kincaid iba caminando delante de Sara, sumergido en sus propios pensamientos. Mientras avanzaba, miraba hacia todos lados para no perder ni un detalle. No había visto ninguna huella ni ningún rastro que indicara que alguien había pasado por allí, delante de ellos; aunque no era de extrañar después de tanta lluvia. Sin embargo, estaba preocupado. Al principio, había pensado que Lenny pensaba llevar al niño a la cabaña en helicóptero, justo antes del intercambio. Pero, ¿cómo se explicaba lo de la gorra del chico y su camisa? ¿Lo habría hecho expresamente para mantener a Sara en tensión?

¿Cual era el maldito juego de aquel tipo?

¿Pensaba que se podría escapar tan fácilmente? Aunque logrará escapar, la policía ordenaría una búsqueda internacional y, por mucho dinero que tuviera, le resultaría muy difícil esconderse.

Kincaid se paró para estirarse.

Lenny no sabía que Sara iría acompañada, a menos que alguien se lo hubiera dicho. Si no lo sabía, todavía tenían alguna oportunidad de atraparlo antes de que escapara con el dinero. También podía llamar al capitán Forrester que, rápidamente, enviaría un helicóptero de la policía detrás de él.

Sólo esperaba que no le hubiera hecho daño a Mike.

Kincaid se pasó la mano por el pelo, sin querer considerar siquiera aquella posibilidad. Meneó la cabeza y miró a Sara con una sonrisa.

Aunque ella se sintió agradecida por la parada, lo miró intrigada.

—¿Por qué paramos?

Cuando ella llegó a su lado, él la rodeó con sus brazos.

—Para esto —le dijo antes de inclinarse para darle un beso.

El sabor dulce de su boca explotó en su cabeza, ahuyentando sus preocupaciones, Ninguna mujer le había sabido así antes. Mientras su boca se movía sobre la de ella, ella se derretía, respondiéndole con un ¿ ardor equiparable al suyo. Después de eso, ¿dónde iba a encontrar a una mujer que pudiera comparar con Sara?

Ella se separó con una sonrisa y lo miró a los ojos.

—Mmm... Eso ha estado mejor que parar para tomar un café.

Kincaid le mordisqueé la oreja.

—¿Por qué será que no puedo dejar de pensar en tí? ¿De desearte? —le preguntó con sinceridad.

—No lo sé; pero me alegro —con un dedo, Sara le acarició los labios—, a mí me pasa lo mismo.

El la rodeó por la cintura y la apreté con fuerza, preguntándose cómo sería pasar los días y las noches con alguien como Sara. Como Sara y su pasión.

—Estaba preguntándome cómo sería pasar cada día y cada noche contigo —dijo en voz alta.

Sara pensó que estaban entrando en un territorio peligroso; un tema que todavía no quería explorar.

—No lo sé —ella podía ver la duda en sus ojos y supo que hacía bien al vacilar—. No pensemos demasiado en esto por ahora, Kincaid. Vamos a disfrutar el uno del otro sin pensar en el futuro todavía. Todo esto ha sido un poco sorprendente para los dos y creo que necesitamos un poco de tiempo. Yo nunca he confiado en las emociones repentinas. El fuego normalmente se apaga con la misma rapidez.

¿Era alivio aquello que reflejaban los ojos de él?

—Tienes razón —dijo él, sin soltarla.

Que fueran compatibles sexualmente no significaba nada más. El era una persona acostumbrada a estar sola y hacer lo que quería. Necesitaba su espacio y su libertad. El matrimonio era un compromiso enorme.

Además ella tenía un hijo; un niño al que le podía dar miedo todo aquello. Criar a un hijo era una responsabilidad enorme. Sabía que deseaba a Sara; pero ¿significaría eso que también deseaba casarse con ella?

Sara dio un paso hacia atrás y lo miró.

—Pareces preocupado. Espero que no sea por mi culpa porque...

—Mira allí —dijo él, señalando hacia un punto. Ella miró hacia donde él le estaba indicando.

—¿Qué? No veo nada.

—Ese es el mismo arbusto donde encontramos la camisa de Mike. ¿Ves ese trozo de tela roja?

—Parece el mismo —dijo Sara que por fin había visto lo que le señalaba.

El se acercó al extremo.

—Estoy seguro. Mira, aquí está el árbol en el que me apoyé para agarrarla. ¡Maldición!

—¡Oh, no! —dijo ella, desencantada.

—Oh, sí. Nos equivocamos en algún lugar. Estamos perdidos.