Capítulo 2

Sara no podía apartar los ojos de Kincaid mientras él la miraba como si fuera un microbio. Sin lugar a dudas, estaba intentando leer sus pensamientos. A la luz clara de la mañana, el color de sus ojos era más verde que gris.

—¿Hay alguna razón por la que no me hayas dicho eso antes? —preguntó él con voz calmada. No acababa de entender a aquella mujer de ojos enormes y preciosos.

—Lo siento —dijo ella, pensando que las emociones le estaban afectando demasiado—. Debería habértelo dicho antes; pero no pensé que tuviera nada que ver con la desaparición de Mike.

—¿Y ahora sí? —hizo una pausa, pensando—. Veamos. Tenemos a un niño que ha salido de viaje con un padre que no parece muy de fiar. Me dijiste que tu hermana fue a la universidad, ¿y Lenny?

—Lo conoció cuando fue a casa de hacer algunas reparaciones.

—Parece que no son del mismo círculo social. ¿Es muy guapo, encantador o algo así?

Sara se encogió de hombros.

—No es feo. Estatura normal, pelo castaño, bigote. Te puedo dar una fotografía. Para serte sincera, creo que Meg, con veintiún años, se sintió abrumada ante la idea de tener que cuidar de una niña de doce años ella sola y se casó con el primer hombre que mostró algún interés.

—Estuvieron cinco años casados antes de tener a Mike, ¿verdad? ¿Parecían felices?

—Me imagino que sí. Discutían de vez en cuando, pero me imagino que eso es lo normal. ¿Qué tiene que ver su matrimonio con la desaparición de Mike?

—Quizá nada. Quizá todo. Sabré algo más después de hablar con tu hermana y con el jefe de Lenny.

La cara de Sara se iluminó inmediatamente.

—¿Quiere eso decir que aceptas el caso?

—Eso quiere decir que te lo diré cuando sepa algo más. Estaremos en contacto —Kincaid se levantó y salió de la cocina.

Ella corrió detrás de él.

—¡Espera momento! Yo voy contigo.

En la puerta, él se giró.

—Lo siento, pero trabajo solo.

Ella puso su expresión más convincente, su sonrisa más atractiva.

—Por favor, Kincaid, necesito hacer esto. Mike... significa demasiado para mí. Ya lo he arreglado todo para estar unos días fuera del negocio. Te prometo que te molestaré, y quizá pueda resultarte de ayuda.

Él la miró en silencio.

—De acuerdo. Puedes venir conmigo, pero si descubro que me estás entorpeciendo o que el asunto se pone peligroso, quedas fuera del caso. ¿Estás de acuerdo?

—De acuerdo —ella se aseguraría de convertirse en un elemento imprescindible. Después de todo, conocía a Lenny y a Mike, eso por no hablar de Meg—. Voy a cambiarme, vuelvo en un minuto —se metió una habitación y cerró la puerta. Kincaid entró en la otra habitación al lado de la de Sara.

Era la habitación típica de un niño: una cama en forma de vagón de colores, un escritorio y una televisión en un estante con un videojuego; una estantería llena de papeles, cómics y todos los libros de Harry Potter. Debajo de la ventana había un acuario con tortugas. Gracias a la tía Sara, el niño tenía allí todo lo que cualquier niño pudiera desear. No era de extrañar que le gustara pasar los fines de semana con ella.

Kincaid volvió a la sala de estar. Se preguntaba si habría cometido un terrible error al dejar que Sara fuera con él. Seguro que, después de una o dos entrevistas, descubriría que no había desaparecido ningún niño, que sólo se trataba de problemas familiares. De todas formas, lo que le había contado de Lenny no le había gustado mucho. Antes de rechazar el caso, quería hacer algunas averiguaciones.

Y pasar algún tiempo con la preciosa tía rubia del niño, no sería nada difícil.

Meg Nelson era muy pequeña, como su hermana. Esa fue la primera impresión de Kincaid cuando la mujer abrió la puerta de una casa de dos plantas que necesitaba una buena mano de pintura y que estaba situada en una calle tranquila de un barrio residencial de Mesa. El pelo y los ojos eran del mismo color, pero allí acababa todo parecido, ya que a la mujer le debían sobrar unos veinte kilos.

—No me dijiste que vendrías con alguien —su tono era suspicaz.

—Kincaid es un especialista en niños desaparecidos —dijo Sara.

La mujer lo miró preocupada.

—¿Es un policía? Lenny se va a enfadar mucho si lo has denunciado a la policía.

Meg no sabía nada de su suspensión de empleo.

—Tenemos que encontrarlos, Meg, y no podemos hacerlo solas. Porque quieres encontrar al niño, ¿verdad?

—Por supuesto —soltó y retrocedió. Después, caminó hacia una silla y agarró su costura.

Molesta con su hermana, Sara llevó a Kincaid al salón. Se sentaron en el sofá, enfrente de Meg.

Kincaid sabía que tenía que ganarse a aquella mujer.

—Entiendo que tenga sus dudas, señora Nelson, pero le aseguro que con su ayuda será más fácil encontrar a su marido y a su hijo

Meg suspiró y pareció relajarse.

—¿Qué quiere saber?

—Quiero que me lo cuente todo, desde el principio.

Meg dejó escapar un suspiro y comenzó su historia, que concordaba con la que Sara le había contado. Mientras Meg hablaba, con los ojos clavados en su costura, Kincaid miró a su alrededor. En lugar estaba limpio, pero los suelos de madera necesitaban que los pulieran y los enceraran, y la alfombra persa estaba realmente desgastada.

Estudió a la mujer durante un momento mientras ella iba detallando los sucesos. Era curioso que pareciera mucho menos implicada que Sara y menos preocupada con la desaparición de Mike. Cuando terminó el relato, no levantó la cara, pero tomó aliento y espero.

—Señora Nelson, ¿cree que su hijo está en peligro, aunque esté con su padre? —preguntó Kincaid.

De nuevo, Meg miró a Sara, obviamente molesta por la pregunta.

—Lenny no le haría daño a Mike. De eso estoy segura —su voz tenía un tono defensivo.

—¿Había Lenny hecho esto antes?

—No, exactamente; pero se habían ido de pesca sin mí.

Sara observó y escuchó, preguntándose por qué su hermana se mostraba tan reacia. Sin embargo, desde que se había mudado, ya no hablaban mucho. Aunque, en realidad, nunca lo habían hecho debido a la diferencia de edad.

—Tengo entendido que Lenny dejó una nota ¿puedo verla?

Meg resopló, pero se levantó y se dirigió hacia un pequeño escritorio que había en una esquina; después, volvió con la nota.

Meg:

Mike y yo hemos decidido hacer una excursión. No sé cuánto tiempo estaremos fuera. Me pondré en contacto contigo. No te preocupes por nosotros.

Lenny

La nota estaba escrita a mano, con una letra muy poco clara, como si el que la hubiera escrito tuviera prisa.

—¿Por qué cree que Lenny no se lo dijo antes de marcharse? —Kincaid observó su reacción.

La mujer apretó los labios, como si estuviera molesta. ¿O tal vez avergonzada?

—Mike llevaba mucho tiempo molestando a Lenny para que lo llevara de acampada. Quizá Lenny pensó que sería un buen momento.

—¿Podemos ir a ver la habitación del niño? Para ver lo que falta. Por si eso pudiera servimos para ver cuánto tiempo pensaban estar fuera.

—No, no pienso dejar que un extraño entre en la habitación de mi hijo. Sara ya lo miró todo.

Kincaid miró a Sara, levantando las cejas y ella adivinó lo que quería decirle.

—Meg, ¿qué tal estabais Lenny y tú últimamente?

Meg levantó la cara enfadada.

—Bien. De vez en cuando discutimos, como todas las parejas. Si tú fueras capaz de conseguir que un hombre se interesara por ti el tiempo suficiente como para tener una relación seria, lo sabrías. Tú solo trabajas, trabajas y trabajas. Y malcrías a Mike —se levantó y dejó la costura sobre el asiento—. Te pedí que me ayudaras a encontrar a mi hijo; no que analizaras mi matrimonio. Y no me gusta que hayas traído a un extraño. Creí que recordarías lo que me debes. Me debes mucho.

La mujer salió de la habitación sorprendentemente rápido para una mujer de su peso. Unos segundos más tarde cerró la puerta de golpe.

Sara se quedó de piedra, intentando entender lo que había pasado, Kincaid se puso de pie y caminó hacia la chimenea, dándole a Sara un momento para recomponerse. ¿Qué había hecho que su hermana reaccionara de aquella manera? Al final, se giró hacia ella.

—No te pregunté qué tal os llevabais tu hermana y tú.

Ella meneó la cabeza.

—Bastante bien, pensaba. Hasta ahora.

—Parece que tiene envidia de tu relación con su hijo.

Sara se levantó y se pasó una mano por el pelo.

—Me imagino que tiene motivos. Realmente malcrío a Mike. Es un niño tan bueno y tan inteligente... Siempre le hago algún regalo cuando saca buenas notas, cuando gana a algún premio. Lo llevó a cenar, a dar paseos, a ver partidos, incluso le he comprado una bici... Meg es demasiado estirada para hacer algo divertido, así que me aprovecho. Sin embargo, no sabía que estuviera tan enfadada conmigo.

—También evitó la pregunta que le hiciste sobre su matrimonio. ¿Crees que riñen mucho?

—Ya lo hacían cuando yo estaba con ellos —confesó ella.

—Vámonos —dijo Kincaid caminando hacia la puerta—. Quizá riñeron y Mike los oyó y Lenny, para tranquilizarlo, se lo llevó de excursión. Así de paso, le fastidiaba a ella.

Sara no parecía muy convencida.

—No creo que Lenny quiera dejar a la gallina de los huevos de oro.

—¿Es ella la que controla el dinero?

Sara se puso las gafas de sol.

—¡Oh, sí! Además, me ha dicho que él le da toda la paga y que ella la administra. Si se la dejara a él, desaparecería antes de llegar a mediados de mes.

Kincaid la ayudó a subir al coche y después se dirigió hacia su puerta.

—Acabo de recordar —comenzó a decir Sara— que Lenny vino a verme hace unas semanas para pedirme dinero. Veinte mil dólares. Le pregunté para qué quería tanto dinero y me dijo que era una oportunidad de inversión; algo seguro. Yo nunca he confiado en esas cosas, así que le dije que le pidiera el dinero a Meg. Me dijo que no, que no podía, y me pidió que no le dijera nada a ella.

—¿Se lo dijiste?

—No.

—Ese podía ser el motivo por el que se marchó, pero ¿por qué se llevó al niño?

—Eso es lo que me preocupa. No me creo eso de que quisiera pasar unos días con él —Sara se recostó en el asiento y cerró los ojos.

Menudo lío. Le encantaría tener a Lenny delante para poder darle un puñetazo.

Se llevó una mano a la frente. Empezaba a dolerle la cabeza.

—Quizá pienses que se trata de una disputa conyugal, ¿no?

Quizá. Pero había un par de cosas que le preocupaban. En primer lugar, la madre del niño no parecía tan preocupada como la tía; en lugar de eso, se mostraba beligerante hacia la gente que estaba intentando ayudarla. En segundo lugar, Sara Morgan no le parecía una mujer que exagerara. Parecía realmente preocupada.

Si había alguna posibilidad de que el niño estuviera en peligro, él debía hacer algo. Después de todo, tenía tiempo de sobra.

—Todavía no —dijo él mientras arrancaba el coche—. Aún quiero hablar con el jefe de Lenny. ¿Quieres venir?

Ella lo miró esperanzada.

—Sí —dijo con suavidad—. Gracias.

Kincaid no tenía ni la menor idea de por qué la había invitado. ¿Sería por aquellos grandes ojos suplicantes?

Kincaid y Sara hablaron con el jefe de Lenny y descubrieron que éste estaba suspendido de empleo y sueldo bajo sospecha de haber ido robando pruebas de una habitación para después venderlas.

Un hombre que necesitaba dinero y, como no lo conseguía de su esposa, se dedicaba a robar. Una persona así podría estar desesperada y era impredecible. ‘

Y estaba en alguna parte con un niño de doce años.

El lunes tenía que presentarse a una vista con el juez.

Sara estaba pálida.

—¿Y sino se presenta? —preguntó ella.

—Tendremos que arrestarlo —dijo el policía.

—Gracias —dijo Kincaid y le ofreció una mano mientras se levantaba. Después, agarró a Sara del brazo y la acompañó fuera del despacho.

Antes de salir, Kincaid se dirigió a hablar con otro policía.

Por la expresión del otro hombre, parecía que lo había reconocido.

—¿Es usted amigo de Lenny?

—Sí, señor Kincaid, ¿en qué puedo ayudarlo?

—Sabemos que tiene problemas y queremos ayudarlo. ¿Usted sabría dónde podríamos encontrarlo?

—Sé que tiene un apartamento en Mill Avenue 125. Pero yo no le he dicho nada, ¿de acuerdo?

A pesar del calor que hacía, Sara sintió un escalofrío. ¿Para qué quería Lenny un apartamento? Cuando un hombre casado tenía un apartamento sólo había un motivo.

Pronto lo averiguarían.

Cuando llegaron a la dirección, vieron que se trataba de un hostal.

—¿Quieren alquilar un apartamento? —les dijo el encargado al verlos.

—No —respondió Kincaid—. Estamos buscando a Lenny Nelson.

El hombre meneó la cabeza.

—Hace más de una semana que no lo veo.

—Tenemos que ver su apartamento —dijo Kincaid mostrando su placa—. Asunto de la policía —aclaró.

La expresión amistosa del hombre desapareció.

Agarró un manojo de llaves y los acompañó hasta el tercer piso.

—¿Cuánto tiempo lleva aquí?

—No quiero problemas con Lenny; él también es policía. De hecho, me ayuda a que todo vaya bien por aquí. Antes solíamos tener problemas; pero no desde que Lenny llegó.

—¿Cuánto tiempo lleva viniendo? —preguntó Kincaid.

—Casi un año —pararon delante de la puerta marcada con un 3-D.

Sara se rodeó con los brazos mientras el encargado llamaba por segunda vez. Esperó un minuto más y abrió la puerta.

—Gracias —dijo Kincaid al darse cuenta de que el hombre parecía tener intenciones de entrar con ellos—. Cerraremos cuando nos vayamos.

Estuvieron registrando la habitación. Encontraron ropa de mujer y de hombre, artículos de belleza y un cepillo con cabellos rubios.

Kincaid abrió el cajón del escritorio. Sacó varios mapas y papeles mientras Sara se acercaba a él.

—¿Qué has encontrado?

El se lo enseñó.

Se trataba de un mapa del parque nacional de Coco fino con una carretera marcada, otro del nordeste de Fénix con el camino hacia el lago Roosevelt señalado y un folleto de Disneyland con algunas anotaciones.

—¿Reconoces esta letra?

Ella dejó escapar un suspiro.

—Es de Mike. ¿Crees que lo ha llevado allí?

—No. Probablemente se trajo aquí los mapas par que su mujer no los viera —Kincaid sospechaba que aquello no era cierto; pero no quería preocuparla más.

Abrió el siguiente cajón y sacó varios cupones de lotería de un casino. También había una factura de hotel por noventa y nueve dólares.

—No sólo engaña a su mujer con otra sino que también juega.

Kincaid asintió.

—Vamos. Salgamos de aquí.

De nuevo en el coche, Sara dejó escapar un suspiro de preocupación.

—Me pregunto si llevaría a Mike ahí, con esa... con esa mujer...

Kincaid le apretó la mano.

—No pienses en ello —le dio los mapas—. Vamos a algún sitio a mirar detenidamente estos mapas; quizá podamos imaginamos adónde han ido.

Sara asintió, demasiado enfadada para responder.

—Hay un pequeño restaurante mexicano en la avenida Mill. Vamos a comer; estoy hambriento.

Kincaid la miró de reojo y vio la expresión de preocupación en su rostro. Deseó poder hacer algo; pero aquello iba a ser difícil. Además, aunque los encontraran, ¿de qué podrían acusarlo? Lenny podría tener planeado volver para la audiencia del lunes y, a menos que no lo hiciera, no tendría ningún motivo para detenerlo. Las investigaciones podrían ser consideradas como acoso.

Sin embargo, a pesar de todo, quería ayudar a Sara.

Después, dejó escapar un bufido. Otra vez estaba atrapado en una situación que habría querido evitar, al menos, por un tiempo.

—¿Qué pasa? —preguntó Sara, girándose hacia él.

—Nada —murmuró Kincaid mientras se incorporaba al tráfico de la autopista.

Sara se sentía aturdida y dejó que Kincaid la llevara a una mesa. Eran las dos, por lo que ya quedaba poca gente en el restaurante. El camarero les llevó patatas con salsa picante y dos grandes vasos de agua, después los dejó solos para que miraran el menú.

—¿Que te gustaría tomar? —preguntó Kincaid, inhalando el delicioso aroma picante.

—No tengo hambre —respondió Sara mientras buscaba una aspirina en el bolso. El dolor de cabeza había empeorado. El no habló hasta que ella lo miró a la cara.

—Sara, tienes que comer. Si no te mantienes con fuerzas, no le serás de gran ayuda a Mike.

Aquello captó su atención. Desesperadamente, quería ir a buscar a Mike con Kincaid; si éste aceptaba el caso.

Si para ello tenía que comer, comería.

—De acuerdo, pídeme lo que quieras.

Eso hizo él. Dos cervezas frías y dos platos combinados.

—Hay demasiados sitios dedicados al juego en Arizona, demasiadas tentaciones —dijo él pensando en voz alta.

Sara pensó que el burrito estaba delicioso; de repente, había recobrado el apetito.

—Nunca habría imaginado eso de Lenny. Nunca le oí mencionar nada sobre el juego y Meg es demasiado precavida para jugarse el dinero. Debe estar haciéndolo él solo. O con la mujer con la que comparte apartamento.

Kincaid asintió.

—Veamos, ¿qué tenemos?

Ella jugueteó con el arroz.

—Bueno, sabemos que mi cuñado tiene un apartamento con otra mujer. O quizá varias. Meg no tiene ni idea porque si no ya lo habría echado de casa. También sabemos que es sospechoso de robar cosas de la comisaría para venderlas, probablemente para jugarse el dinero.

Kincaid acabó de comer y se reclinó en el asiento, saboreando la cerveza.

—Se está arriesgando mucho con un apartamento —continuó Sara—. ¿Por qué no alquilará una habitación de hotel de vez en cuanto?

Kincaid se dio cuenta de que ella se estaba acabando la comida del plato, aunque sin darse cuenta.

—Quizá —señaló él— la paga que le daba su mujer no le permitía pagarse un hotel —algo le estaba rondando la cabeza y se preguntaba si Sara también se habría dado cuenta—. ¿Qué te pareció el encargado?

Sara dio un trago a su cerveza. No era su bebida favorita, pero estaba fresca.

—¿Qué quiso decir con que Lenny le ayudaba a que todo fuera bien por allí?

El sonrió, se alegraba de que ella también se hubiera dado cuenta.

—Eso hace que me pregunte si Lenny tiene un acuerdo con el encargado: un apartamento gratis a cambio de sus servicios profesionales.

Sara abrió los ojos.

—Eso es ilegal, ¿no?

—Sí —Kincaid se acabó el vaso.

Sara dejó el cubierto sobre el plato, sorprendida de haber comido tanto.

—¿Qué sugieres que hagamos?

—¿Crees que Lenny se llevaría a Mike de pesca?

—Quizá, además sabía que yo pensaba llevarlo a Disneyland. Lo que no me puedo imaginar es por qué se ha llevado al niño si pensaba hacer algo ilegal.

—¿Tiene Lenny teléfono móvil?

—Sí, pero ya lo he intentado. Lo tiene desconectado.

—Qué extraño. Es como si no quisiera que dieran con él. —Quizá sea eso —miró los papeles que había sobre la mesa—. Si tuviera que elegir, diría que se ha llevado a Mike de camping. Una vez me lo llevé yo y él se enfadó mucho porque no le invité. Quizá, ahora se lo ha llevado porque sabe que a mí no me gusta.

—¿Por qué no te gusta que Lenny se lleve a Mike? Después de todo, es el padre del chico.

Ella se encogió de hombros mientras se retorcía las manos.

—El no se llevaría al niño por gusto; lo haría para fastidiar a Meg o a mí. Además, no tiene ni idea de cómo cuidar de Mike porque nunca lo ha hecho.

Con nerviosismo, se puso a romper la servilleta de papel en pedazos. El puso las manos sobre las de ella para calmarla.

Tenía unas manos fuertes de dedos largos pensó Sara, y su contacto era suave. Sintió un calor que la invadía. Al final, lo miró a los ojos y sintió una necesidad imperiosa a apartar el mechón rizado de pelo negro que le había caído sobre la frente; pero logró contenerse. Pensó que era realmente guapo. Pero no como un modelo; sino con unas facciones más sólidas y más atractivas, como una cara en la que se podía confiar.

Sólo lo conocía desde hacía menos de veinticuatro horas, aunque le parecía mucho más. Sus instintos le decían que era un hombre honesto y sus acciones así lo indicaban. Aunque, sobre todo, lo conocía por su fama.

¿Podría confiar en él?

Kincaid vio que le temblaban los labios ligeramente y sintió la tentación de acariciarlos. Apenas la conocía y, aunque le había contado muchas cosas, tenía la sensación de que se estaba guardando algo importante. Gracias a su trabajo, había aprendido a analizar a la gente, a saber cuál era su carácter y su personalidad. Sara Morgan escondía algo y sólo conseguiría averiguar de qué se trataba acercándose más a ella. Por supuesto, podía esperar.

Desde luego, también debía estar volviéndose loco. ¿Es que no había aprendido todavía la lección?

Kincaid retiró las manos haciendo un gran esfuerzo, pero no apartó la mirada.

—Tengo que volver a decírtelo, Sara: no parece que aquí haya delito.

Los ojos de ella estaban tan cargados de emociones que él tuvo que apartar la mirada antes de continuar:

—Lenny tiene problemas en el trabajo y es un marido que engaña a su mujer; aunque eso sea entre ellos dos. Pero quizá se marchó porque pensaba que pronto iría a la cárcel y quería pasar un tiempo con el niño. No sé en qué estaría pensando, pero, ¿qué podríamos hacerle silos encontráramos? No ha hecho nada en contra de la ley, que nosotros sepamos —vio que ella estaba haciendo un esfuerzo por controlarse—. Lo siento, Sara. Lo siento mucho.

Ella asintió. Abrió el bolso y sacó el monedero.

—Por favor, deja que pague yo —dijo Kincaid, con un billete en la mano.

Salieron juntos del restaurante y volvieron a casa en silencio. Sara se preguntó a quién podría recurrir. Probablemente a nadie, porque cualquiera llegaría a las mismas conclusiones que Kincaid. Pero ellos no sabían lo que ella sabía de Lenny, y tampoco querían a Mike. Tampoco tendrían el extraño presentimiento de que algo marchaba mal.

Tendría que hacerlo sola.

Al llegar a su casa, Sara guardó los mapas en su bolso.

Kincaid pensó que sabía exactamente lo que estaba planeando.

—No lo hagas, Sara. Espera un poco, seguro que vuelven. Lenny no se atrevería a faltar a la audiencia; sería una locura.

Aparcó el coche en la puerta, y enseguida vio a una mujer que se acercaba hacia ellos.

—Me pregunto qué estará haciendo aquí tu hermana —dijo él, deseando que Lenny y el niño hubieran aparecido.

—No tengo ni idea —respondió Sara mientras salía del coche.

—¿Por qué estás todavía con él? Sara ignoró la pregunta.

—¿Qué haces aquí, Meg? Meg le entregó un sobre.

—Por esto. Lo encontré en el buzón; pero no tiene sello. Es para ti, pero, de todas formas, lo he leído. Es una nota pidiendo un rescate de doscientos cincuenta mil dólares por Mike.