El comienzo de la fortuna personal del rey

Oficialmente, Juan Carlos llegó a España literalmente con lo que llevaba puesto. Para viajar a Atenas a visitar a su novia tenía que pedir dinero a su padre, que a su vez vivía de lo que le daban los amigos nobles leales a la monarquía. Estos mismos nobles tuvieron que sufragar el viaje de novios. Se cuenta, como si hubiese sido una gran tragedia, que cuando hicieron escala en Tailandia, la entonces princesa Sofía se enamoró de un zafiro que vio en un escaparate de Bangkok, y que Juan Carlos estaba avergonzado porque no se lo podía regalar. Por este y otros detalles, nadie se rasgó las vestiduras cuando se descubrieron los primeros movimientos del príncipe para empezar a consolidar un pequeño patrimonio propio. Su ambición, como la de cualquier españolito medio, era ser económicamente independiente. Desde 1962, es decir, desde que se casó con Sofía, el banquero Luis Valls Taberner empezó a administrar una «subscripción popular» que aportaría liquidez económica a los recién casados, en la cual colaboraban, además de otros banqueros, muchos nobles y empresarios del franquismo. Valls Taberner fue un juanista fiel hasta que se dio cuenta que el futuro era Juan Carlos, y se pasó al bando de éste. Entonces intentó convencer también a los otros para que hicieran lo mismo. En concreto, según explican algunas fuentes, Calvo Serer se resistió bastante, no ya en cuestiones de apoyo económico, sino político, a través del diario Madrid que dirigía. Y, al parecer, aquella desavenencia tuvo bastante que ver con el cierre del diario, en 1973, una decisión que Valls, con gran influencia en el Régimen, ayudó muy activamente a tomar.

Durante aquellos años comenzaba a despuntar en la vida económica del Estado español un Ruiz Mateos todavía en potencia, que improvisaba como mejor sabía lo que tenía que hacer para estar cerca del poder. Su padre había sido alcalde de Jerez en la época de Franco, pero él no sabía demasiado de política. Era perito mercantil, y lo único que sabía hacer bien era ganar dinero. Se le ocurrió ir a hablar con Luis Valls Tabemer y Gregorio López Bravo para que le asesoraran.

Comentó con ellos que ya hacía tiempo que iba a ver Don Juan a Estoril, como primera medida.

Pero Valls y López Bravo le dijeron que estaba perdiendo el tiempo y el dinero. «Tú lo que tienes que ser es amigo de Juan Carlos». Y Ruiz Mareos tomó nota y entró en contacto con La Zarzuela inmediatamente. La relación empezó cuando Juan Carlos todavía era príncipe y continuó después, cuando ya era rey. Ruiz Mateos ha contado —varias veces y a más de uno— que, al estilo de como se hacían las cosas en aquella época, le llevaba a Juan Carlos grandes cantidades de dineros en maletas de Loewe, directamente al palacio, donde los guardias de seguridad no se esforzaban demasiado en revisar lo que pasaba o dejaba de pasar por el control de la entrada. Ponía la maleta sobre la mesa del despacho de Juan Carlos, éste la arrojaba a un rincón y caía exactamente siempre en el mismo sitio. «¡Cuánto ha tenido que practicar!», decía Ruiz Mateos. No había ninguna cantidad estipulada ni nada que semejante, y Juan Carlos tampoco le pedía nada, como cualquiera puede suponer.

Sencillamente, le telefoneaba y se lamentaba como quien no quiere la cosa de las dificultades económicas que estaba pasando: «¡Es que no tengo ni para pagarle al servicio!». O bien: «Esto no puede ser, Constantino me cuesta mucho dinero… son unos inútiles, no ganan dinero… No puedo más». Y Ruiz Mateos rápidamente le tranquilizaba: «No se preocupe usted de nada, Alteza. Usted dedíquese a los problemas de España, que para lo demás ya estamos nosotros, estoy yo». A veces, Juan Carlos también recurría al empresario del Opus para que «diera un golpe de mano» a alguna amiga. Una vez le llamó por teléfono para decirle que le iría a ver una «señora» de parte suya: «Se trata de una persona que se dedica a la beneficencia, que no tiene sede…». Y Ruiz Mateos, aunque la señora en cuestión no tenía el aspecto de pertenecer al club de la madre Teresa de Calcuta, pues le compraba un piso. Alguna vez, el empresario de Jerez también había hecho transferencias importantes desde Nueva York. De estas operaciones sí que conserva los papeles. Y aquello sí que preocupó a la Casa Real cuando, tras la expropiación de Rumasa, Ruiz Mateos, prófugo de la justicia, que había huido a Londres, los quiso utilizar como presión para que el monarca no le dejara tirado. La intervención del Banco de España supuso un cacharrazo que no se acababa de creer. Pero el monarca, en plena euforia socialista, no le hizo caso. Ruiz Mateos acusó entonces al rey de haber recibido 1.000 millones de pesetas, con lo cual José María había pensado que tendría las espaldas bien cubiertas ante cualquier acción del Gobierno. Se entrevistó con el entonces secretario general de UGT de la Banca, Justo Fernández, y le pasó toda la documentación respecto a este hecho. Pero cuando Justo Fernández volaba en avión hacia Madrid, ya estaban esperándole en el aeropuerto personas nunca identificadas para explicarle cómo estaban las cosas. Y algo bastante fuerte debieron decirle, porque se olvidó del asunto para siempre. Ruiz Mateos todavía siguió insistiendo por su cuenta durante un tiempo y el fiscal general del Estado acabó acusándole de un delito de injurias al jefe del Estado. Pronto comprendieron, sin embargo, que aquello sería un callejón sin salida. Este juicio se habría podido convertir en un auténtico circo y Ruiz Mateos se escapó no se sabe muy bien cómo. El Estado prefirió olvidar el tema y archivó la causa basándose en tecnicismos.

Otro empresario muy relacionado con el monarca desde los tiempos de éste como sucesor de Franco fue Camilo Mira, el introductor de la cultura de la hamburguesa en España como pionero de la instalación de los restaurantes McDonald's. El granadino Camilo Mira había conocido a Armada a través del general Juan Castañón de Mena, ministro del Ejército con Franco. Además de presidente de La Unión y el Fénix, Camilo Mira entonces era socio, en una empresa inmobiliaria, de Florentino Martínez, cuya hija, Maita, estaba casada con Juan Castañón hijo. En 1969, aprovechando las conexiones en La Zarzuela, consiguió que el príncipe acudiera a inaugurar el selecto Club Las Lomas, una urbanización de lujo. El difícilmente explicable apoyo del príncipe garantizó el éxito de la promoción de la urbanización. Además de don Juan Carlos, asistieron los ministros más influyentes en aquel momento, como por ejemplo López Rodó y Silva Muñoz. Mira se convirtió en un visitante asiduo de La Zarzuela a partir de entonces y congenió especialmente bien con Armada, que lo intentó meter en el equipo de la Casa varias veces, sin conseguirlo. Se dedicó de lleno a los negocios, pero siguiendo todos los avatares políticos de cerca.

Un rey golpe a golpe
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