12. «Me llamo Shyam»
ME llamo Shyam González Álvarez. Soy moreno y bajito. El más moreno y bajito de la clase. Eso es porque vengo de un país lejano en el que las personas somos morenas y bajitas y las montañas son blancas y altas.
Mi país se llama Nepal. Está en Asia, debajo de China y sobre la India. A lo mejor no habéis oído el nombre de Nepal porque es un país muy pequeño, pero en mi país está el Everest, la montaña más alta del mundo.
Cuando vivía en mi país, todas las mañanas al levantarme veía desde mi ventana una cordillera de montañas altas y nevadas, que me gustaban más que los edificios altos que veo ahora desde la ventana de mi habitación. Yo vivía con mis padres, mis dos hermanos mayores y mi hermana pequeña en un valle muy verde y frondoso, que se llama Katmandú. Allí teníamos una casa, un huerto y animales. Por eso, yo sé hacer cosas que ninguno de los niños de mi clase sabe hacer.
Yo sé ordeñar vacas. Se pone uno en una banqueta y se aprietan las ubres de la vaca para que salga leche, pero hay que hacerlo bien, como me enseñó mi padre, porque si se aprieta demasiado fuerte, la vaca se enfada y te tira de una patada el cubo de leche, pero si se hace muy suave, no sale la leche. También sé recoger los huevos que ponen las gallinas, aunque esto, la verdad, es muy sencillo. Y sé regar el huerto, que también es sencillo, y recoger los tomates cuando están maduros y las demás verduras, como las judías verdes, patatas, calabacines, pimientos… y lo más importante, creo yo, es que sé hacer una casa. Bueno, sé ayudar a hacer una casa, porque la casa donde vivíamos la hicimos entre mi padre, mis hermanos y yo. Yo, como era el más pequeño, era el que subía por los troncos y ataba las maderas arriba para hacer el techo. Para las paredes hacíamos adobe —que es una mezcla de barro y paja— y lo colocábamos entre todos.
Ya veis que, aunque cuando vivía en Nepal yo era muy pequeño, tenía muchas cosas que hacer: ordeñar, regar, cuidar el huerto y vigilar que no robaran, porque en mi país si te descuidas te roban. Porque en Nepal es como si la gente no tuviera dinero y pasara hambre y estuviera siempre buscando alimentos, o pasara frío y buscara mantas para abrigarse. Yo también pasaba un poco de hambre, sobre todo porque mis hermanos mayores nunca me dejaban arroz para mí, solo la leche y el pan que mi madre hacía en el horno. Mi madre hacía pan una vez a la semana, así que muchos días el pan estaba duro.
De mi madre no puedo hablar porque ya no me acuerdo de cómo era. Murió y mi padre dijo que la encontraríamos en la siguiente vida. Porque en mi país cuando te mueres no vas al infierno ni al cielo, sino que empiezas otra vida como animal o planta u otra persona.
Una de las cosas peores de mi país es que las personas se mueren muy jóvenes y el que llega a los cincuenta años ya parece que es muy viejo. Así que un día, cuando solo tenía 39 años, también murió mi padre. Entonces yo era mayor y me enteraba de todo y me parecía que íbamos a estar muy solos mis hermanos y yo. Estuve muy triste. Mis hermanos mayores me consolaban y me empezaron a dar arroz. Se portaron muy bien conmigo y con mi hermana pequeña. Seguimos cuidando el huerto y los animales. Mis hermanos llevaban las hortalizas que nos sobraban al mercado para venderlas y con el dinero unas veces comprábamos arroz, otras harina o zapatos, o cosas que necesitábamos.
Un día me tocó ir al mercado para vender nuestras verduras. En el camino, yo creo que porque era muy pequeño, tres chicos más grandes salieron con palos para robarme el saco de hortalizas. Yo me defendí, pero me pegaron muy fuerte con los palos. Me hicieron mucho daño, tanto daño que perdí el conocimiento.
Cuando me desperté no estaba ni en el camino, ni en mi casa, ni en mi aldea. Me habían llevado a la capital, a un edificio que se llama orfanato, donde vivíamos juntos los niños pequeños que no teníamos padres ni familia. Otra vez empecé a estar triste y me pasaba el día detrás de los jefes del orfanato intentando convencerlos de que yo sí que tenía una familia, que quería irme con mis hermanos. Pero no me hacían caso y solo una monja muy buena me acariciaba la cabeza y me decía:
—Ya verás como vendrán unos padres que te llevarán a otro país donde tendrás una nueva familia y amigos que te querrán mucho. Allí vivirás muy bien y serás feliz, no te preocupes.
Yo pensaba que lo decía por decir, pero era verdad.
Un día vinieron a verme un señor y una señora que eran mucho más blancos y más altos que todos nosotros. Hablaban una lengua extraña para mí y me miraban todo el rato sonriendo y diciéndome cosas que no entendía.
La monja hacía de intérprete y yo a todo lo que me preguntaban contestaba que sí, porque al principio me daban un poco de miedo. Ellos decían:
—¿Quieres vivir en España?
Y yo:
—Sí.
—¿Quieres tener unos nuevos padres?
—Sí.
—¿Nos quieres a nosotros como padres?
—Sí… sí… sí.
Y como a todo dije que sí, mis padres adoptivos me trajeron a España.
Ya entiendo, sé hablar y escribir español, pero no muy bien… así que yo he contado todo esto a mis nuevos padres y ellos me lo han escrito bien.
Aquí estoy muy contento. Mis padres son buenos y me quieren mucho, voy al colegio, tengo amigos y ya soy redactor de un periódico.
Ahora como mucho pescado, aunque no me gusta, porque mis padres dicen que el pescado me hará crecer como los demás niños de mi clase. Por eso yo quiero volver a visitar mi país, Nepal, antes de que haya crecido y sea tan alto que cuando llegue nadie me conozca. Como soy un poco extranjero en España, no me gustaría parecer también un extranjero en mi aldea.
Shyam levantó la vista de los papeles que lentamente nos había estado leyendo al resto de la redacción y nos miró.
Estábamos emocionados. Yo y todos. Y creo que para que no se notara que teníamos ganas de llorar un poquito por la vida de Shyam y sus hermanos, nos pusimos a aplaudirle.
De repente, un ansia de escribir contagió a toda la redacción. ¿No era ese día cuando yo tenía decidido hablarles del síndrome del folio en blanco? ¡Qué extraña enfermedad que tiene una curación tan repentina y caprichosa! En esos momentos no recordaba ni su nombre ni haberla padecido. Así que de manera natural pasamos a la acción. Asumí otra vez la responsabilidad de ser el director y con el mejor instinto periodístico, que seguro que habré heredado de mi padre, dije:
—Este artículo va a causar sensación, le dedicaremos las páginas centrales.
Y nos pusimos a hacer un trabajo sobre Nepal, el país de Shyam. Comprobamos que era un país pequeño, que tenía forma achatada… parecía un país bajito como Shyam. Vimos que tenía la cordillera del Himalaya con los picos más altos del mundo y, en fin, aprendimos un montón de cosas más de esas que se escriben cuando se quiere hacer un buen trabajo en clase. Empleamos toda la tarde, que si dibujos, que si escanear las postales de Nepal que Shyam nos había traído, que si un titular enorme con un color muy bonito. Nos quedó una doble página preciosa.
Shyam se lo merecía.
¡El Trueno Informativo de nuevo en marcha!