TR3S
CONDENAR el psicodrama incluso en esta versión ampliada, sería condenar la naturaleza humana.
Empieza en la infancia. Jugar es algo necesario para el animal inmaduro: es un medio de conocer el cuerpo, las percepciones y el mundo exterior. El joven ser humano juega y debe jugar también con su cerebro.
Cuanto más inteligente es el niño, más ejercicios necesita su imaginación. Hay varios grados de actividad para ello; desde la contemplación pasiva de un espectáculo en la pantalla, hasta la lectura, el soñar despierto, el contar historias y el psicodrama, aunque el niño no utiliza una palabra tan sofisticada para nombrarlo.
No resulta fácil describir esta conducta, ya que suele cambiar según la forma y el curso que siga, dependiendo de una número casi infinito de variantes. El sexo, la edad, la cultura y los compañeros son los más obvios. Por ejemplo, en la Norteamérica preelectrónica, las niñas solían jugar a «casitas» y los niños a «indios y vaqueros» o «ladrones y policías». Sin embargo hoy en día un grupo normal de sus descendientes jugará posiblemente a «delfines» o «astronautas y alienígenas». En esencia la cosa es así; se forma un pequeño grupo, y cada uno de los individuos crea un personaje que representar o toma uno prestado de la ficción. Pueden utilizarse utensilios sencillos, tales como armas de juguete o un objeto encontrado por casualidad (un palo, por ejemplo), y estos se pueden convertir en otros, como un detector de metales. También puede darse el caso de que esos objetos, así como el decorado sean totalmente imaginarios. Los niños pueden representar un drama que van componiendo a medida que juegan. Cuando no pueden ejecutar físicamente cierta acción, la describen: «Doy un salto realmente grande, como esos que se pueden dar en Marte, y vuelo por encima del borde de ese viejo Valle Marineris y cojo al bandido por sorpresa». Es posible dar vida mediante un acto de fe, a todo un amplio reparto de personajes, especialmente a los villanos.
El miembro más imaginativo del grupo domina el juego y el desarrollo de su línea argumental, aunque lo haga de un modo bastante sutil ofreciendo las variantes más vividas. Sin embargo, esta forma altamente desarrollada del psicodrama no atrae a todo el mundo, por ejemplo a las personas que suelen ser más brillantes de lo normal. Pero para aquellos que sí les atrae, los efectos son beneficiosos y duran toda la vida. Aparte de incrementar su creatividad, les permite probar mediante esa versión del juego diferentes papeles y experiencias adultas. Gracias a ello empiezan a comprender cómo será la edad adulta.
Este tipo de representación suele cesar al entrar en la adolescencia, y a veces antes. Pero solo cesa en teoría y no necesariamente para siempre. Los adultos tienen muchos juegos de tipo onírico. Esto puede verse claramente en las logias, por ejemplo, con sus títulos, trajes y ceremonias; pero, además, ¿no es lo que anima todo tipo de disfraz y ritual? ¿Hasta qué punto nuestros actos de heroísmo, sacrificios y superaciones del ego son manifestaciones en las que se interpreta el personaje elegido? Algunos pensadores han intentado rastrear este elemento a lo largo de toda la sociedad.
Aquí, sin embargo, nos preocupa el psicodrama abierto entre adultos. En la civilización occidental apareció por primera vez en una escala digna de atención a mitad del siglo veinte. Los psiquiatras descubrieron que era un técnica de diagnóstico y terapia muy poderosa. Entre la gente corriente, los juegos de guerra y de fantasía, muchos de los cuales implicaban la identificación con personajes imaginarios o históricos, se hicieron cada vez más populares. En parte ello se debía indudablemente a una supresión de las restricciones y amenazas de aquella desgraciada época, pero es probable que para la mayoría se tratara de una rebelión de la mente contra las distracciones inactivas, básicamente la televisión, que había llegado a dominar el campo de los entretenimientos.
El caos puso fin a tales actividades. Pero volvieron a estar en auge en épocas recientes, es de esperar que sea por razones más sanas. Proyectando escenas tridimensionales con los sonidos adecuados a partir de un banco de datos (o, mejor aún, haciendo que una computadora se encargue de producirla según se le vaya pidiendo), los jugadores consiguen una sensación de realidad que intensifica su compromiso mental y emotivo. Sin embargo, en esos juegos que prosiguen episodio tras episodio durante años y años de tiempo real, cada vez que dos o más miembros de un grupo se reunían para jugar, fueron descubriendo que dependían cada vez menos de tales aparatos. Daba la impresión de que, mediante la práctica, habían logrado recuperar la vivida imaginación de su infancia y que podían modificar lo real y convertirlo en los objetos y mundos que deseaban, llegando incluso a crearlos de la nada.
Por esa razón, me ha parecido necesario recordar lo obvio para que podamos verlo desde una perspectiva adecuada. Las noticias que nos llegaron de Saturno han provocado una repulsa generalizada. (¿Por qué? ¿Qué miedos ocultos han sido afectados? Este es un tema que debería ser sometido a investigación por su importancia potencial). De la noche a la mañana el psicodrama adulto se ha vuelto impopular; puede que llegue a extinguirse. En muchos aspectos eso sería una tragedia aún peor que la ocurrida en el lejano espacio. No hay razón alguna para suponer que el juego haya causado daños a cualquier persona de mente equilibrada en la Tierra; antes al contrario. No cabe la menor duda de que ha servido de ayuda a los astronautas para mantenerse cuerdos y alerta en misiones largas y difíciles. Si está en desuso entre los médicos, es debido a que la psicoterapia ha llegado a ser una rama de la bioquímica aplicada.
Y en este último hecho, unido a la falta de experiencia que tiene el mundo moderno en cuanto a la locura, se encuentra la raíz de lo ocurrido. Aunque no podría haber predicho con exactitud el desenlace final, un psiquiatra del siglo veinte podría haber advertido de los peligros que presentaba el pasar ocho años, un lapso de tiempo sin precedentes, en un medio ambiente tan extraño como el de la Cronos. Desde luego que este medio ambiente es extraño pese a todos los esfuerzos que se hicieron: limitado, totalmente controlado por el hombre, despojado de innumerables impulsos para los cuales nos ha ido moldeando nuestra evolución en la Tierra. Hasta el momento los colonos extraterrestres han tenido a su disposición un número casi ilimitado de simulacros y compensaciones, entre los cuales el contacto pleno con el hogar y las oportunidades frecuentes de visitarlo son probablemente las más significativas. El viaje a Júpiter era largo, pero solo la mitad que el viaje hasta Saturno. Lo más relevante es que los científicos del Zeus, puesto que eran los primeros, tuvieron que hacer muchas investigaciones para mantenerse ocupados durante el trayecto. Pero carecería de objeto que los viajeros posteriores volvieran a hacer estas investigaciones; en ese momento, el espacio interplanetario entre los dos gigantes ya contenía pocas sorpresas.
Los psicólogos contemporáneos se daban cuenta de ello. Comprendieron que las personas más adversamente afectadas serían las más inteligentes, dinámicas e imaginativas: aquellas de las que podía suponerse harían los descubrimientos que motivaban la misión a Saturno. Estando menos familiarizados que sus predecesores con el laberinto que se oculta detrás de cada conciencia humana, con su «Minotauro» en el centro, los psicólogos solo esperaban consecuencias benignas de los psicodramas que la tripulación engendrara.
Minamoto.
LA DESIGNACIÓN de equipos no se hizo con anterioridad a la partida. Lo más inteligente era permitir que la capacidad profesional de cada uno se fuera revelando y creciendo durante el viaje, y que sucediera lo mismo con las relaciones personales. Con el tiempo, esos factores ayudarían a decidir qué individuos debían ser entrenados para determinadas tareas. En un grupo de jugadores, la participación prolongada forjaba normalmente lazos de amistad muy deseables, si los miembros de ese grupo poseían las capacidades requeridas.
En la vida real, Scobie siempre se había comportado con Broberg con la más estricta cortesía. Era atractiva pero también monógama, y él apreciaba a su esposo.
(Tom nunca participó en el juego. Como astrónomo tenía muchas cosas en las que mantener felizmente ocupada su atención). Ya habían jugado juntos durante un par de años, y su grupo había adquirido tantos personajes como podían tener cabida en un argumento cuyo medio ambiente y jugadores se estaban haciendo ya muy complejos, antes de que Scobie y Broberg mantuvieran una conversación tan íntima.
Cuando eso ocurrió, la historia que interpretaban también pasaba por una fase similar y quizá no se debiera al azar que ambos se encontraran cuando disponía de varias horas libres. El encuentro tuvo lugar en la zona recreativa carente de gravedad que se hallaba en el eje de giro. Estuvieron haciendo acrobacias, gritando y riendo, hasta sentirse agradablemente cansados: luego fueron al club, entregaron sus trajes ala y se dieron una ducha. No se habían visto desnudos con anterioridad, y ninguno de los dos hizo comentario alguno, pero Scobie no disimuló demasiado el placer que le causaba verla, mientras que Broberg se sonrojaba y apartaba la mirada con todo el tacto de que era capaz. Luego, ya vestidos, decidieron beber algo antes de irse a casa, y fueron al bar.
Dado que se estaba aproximando ya el turno de noche, tuvieron el lugar para ellos solos. Él tecleó un escocés y ella un Pinot Chardonnay. La máquina obedeció sus instrucciones y salieron a la terraza para tomar sus bebidas. Se instalaron en una mesa y contemplaron la inmensidad. El club había sido construido en un nivel de gravedad lunar. Por encima de ellos veían el cielo en el que se habían movido cual pájaros. Los soportes dispuestos a grandes intervalos parecían como nubes que apenas limitaban la visión de la inmensidad de este espacio abierto. Hacía adelante se veían otras cubiertas, una compleja amalgama de masa y siluetas que a esta hora, al oscurecer, parecía misteriosa. Entre esas sombras se podían distinguir los bosques, los arroyos y los pequeños lagos que relucían o se apagaban bajo la luz de las estrellas que colmaban las franjas dedicadas a la visión celeste. A la izquierda y a la derecha se extendía el casco hasta perderse de vista, una inmensa extensión oscura en la que se hundían las pocas luces encendidas.
El aire era fresco, olía levemente a jazmines y estaba cargado de silencio. Bajo el silencio, atravesándolo de un modo imperceptible, latían los incontables ritmos de la nave.
—Magnífico —dijo Broberg en voz baja, mirando a lo lejos—. Vaya sorpresa.
—¿Cómo? —le preguntó Scobie.
—Solo había estado aquí en el turno de día. No había pensado que bastase una rotación de los reflectores para hacer que esto fuera tan maravilloso.
—Oh, yo no despreciaría la vista que hay de día. Es impresionante.
—Sí, pero…, pero entonces se ve con demasiada claridad que todo es obra del hombre, que no hay nada libre, salvaje, desconocido. El sol esconde las estrellas; es como si no existiera universo alguno más allá de este cascarón en el que nos hallamos. Esta noche es como estar en Maranoa. «El reino del cual es princesa Ricia, un reino lleno de viejos caminos, tierras salvajes y encantamientos insondables»…
—Hum… sí, a veces yo también me siento atrapado —admitió Scobie—. Pensé que el viaje valdría la pena porque me permitiría estudiar muchos datos geológicos, pero mi proyecto no está llegando a ningún sitio demasiado interesante.
—Me ocurre lo mismo —Broberg se irguió en su asiento, y se volvió hacia él esbozando una sonrisa. La penumbra suavizaba sus rasgos y la hacía parecer más joven—. Claro que no debemos sentir compasión por nosotros mismos. Estaremos seguros y cómodos hasta que lleguemos a Saturno. Después de eso no creo que vayan a faltarnos ni emociones ni material sobre el que trabajar durante el trayecto de vuelta.
—Cierto —Scobie alzó su bebida—. Bien, Skoal. Espero que no lo haya pronunciado demasiado mal.
—¿Cómo voy a saberlo? —dijo ella, riendo—. Mi nombre de soltera era Almyer.
—Es cierto, tú adoptaste el apellido de Tom, estaba distraído. Aunque la verdad es que eso no suele ser muy común hoy en día, ¿no?
Ella extendió las manos hacia Scobie.
—Mi familia es muy agradable pero eran, no son, católicos de Jerusalén. En algunas cosas son muy estrictos, incluso se podría decir arcaicos —alzó su copa de vino y tomó un sorbo—. Oh, sí, he dejado la iglesia pero en más de un aspecto la iglesia jamás me dejará a mí.
—Ya entiendo. No es que pretenda fisgonear pero bueno, creo que eso explica ciertos rasgos de tu carácter que me parecieron algo extraños.
Ella lo contempló por encima del borde de su copa.
—¿Como cuáles?
—Bueno, dentro de ti hay mucha vida y vigor y sabes divertirte, pero también, ¿cuál es la palabra exacta?, eres mucho más hogareña de lo habitual. Me has dicho que fuiste un tranquilo y callado miembro de la facultad, en la universidad de Yukon, hasta que te casaste con Tom —Scobie sonrió—. Dado que tuvisteis la amabilidad de invitarme a vuestra última fiesta de aniversario y que sé cuál es tu edad actual, deduzco que entonces tenías treinta años —No mencionó cuán probable le parecía que en aquel entonces fuera también virgen—. Aun así., oh, olvídalo. Dije que no pretendía fisgonear.
—Sigue, Colin —le instó ella—. Desde que me hiciste conocer su poesía hay una línea de Burns que se me ha quedado en la cabeza: «¡Vernos cual los otros nos ven!». Dado que al parecer podemos visitar el mismo satélite.
Scobie tomó un buen trago de escocés.
—Oh, no es gran cosa —dijo, sintiéndose extrañamente incómodo—. Bien, si quieres saberlo, tengo la impresión de que el hecho de estar enamorada no fue la única razón por la que te casaste con Tom. Ya le habían aceptado para esta expedición y, dadas tus capacidades personales, era de esperar que te aceptarían también a ti. Para decirlo brevemente, te habías cansado de la respetabilidad rutinaria y este era un buen camino para tapar toda huella de tu vida anterior. ¿Acierto?
—Sí —Sus ojos le examinaron atentamente, sin apartarse de su rostro—. Eres más perspicaz de lo que pensaba.
—No, en realidad, no. No soy más que un endurecido buscador de piedras. Pero Ricia me ha permitido ver que eres algo más que una buena esposa, madre y científica —Ella abrió los labios y él levantó una mano—. No, por favor, déjame terminar. Ya sé que no resulta de muy buena educación decir que el personaje que uno interpreta no es más que el reflejo de lo que uno desearía ser y no pretendo afirmar tal cosa. Está muy claro que tú no deseas ser una mujer aguerrida con amantes por doquier, más de lo que yo deseo cabalgar por ahí cortándole el cuello a todo un variado surtido de enemigos. Aun así, si hubieras nacido en el mundo de nuestro juego y te hubieras educado en él, estoy seguro de que te parecerías mucho a Ricia. Y ese potencial es parte de ti —Jean. Acabó lo que le quedaba de su bebida—. Si he hablado demasiado, te ruego que me disculpes. ¿Quieres otra copa?
—Será mejor que no, pero no dejes que eso te detenga si tú quieres otra.
—Claro que no.
Se puso en pie y fue hacia el bar.
Cuando volvió se dio cuenta de que ella le había estado observando a través de la puerta de vitrilo. Volvió a sentarse y ella sonrió, inclinándose levemente sobre la mesa.
—Me alegro de que me hayas contado todo esto. Ahora puedo contarte por fin las complicaciones que revela tu Kendrick —le dijo con dulzura.
—¿Cómo? —le preguntó Scobie, sinceramente sorprendido—. ¡Vamos! Es un vagabundo provisto de espada y escudo, un tipo al que le gusta viajar, igual que a mí; y cuando era joven fui tan pendenciero y bravucón como él, nada más.
—Puede que le falte pulirse un poco pero es un caballero, un gobernante compasivo, alguien que conoce las sagas y las tradiciones, que sabe apreciar la poesía y la música, un buen bardo dentro de sus limitaciones. Ricia le echa de menos. ¿Cuándo volverá de su última misión?
—Tengo que volver a casa enseguida. N’Kuma y yo conseguimos despistar a esos piratas y atracamos en Haverness hace dos días. Después de enterrar el botín él quería visitar a Bela y a Karina para acompañarles en lo que estuvieran haciendo, así que nos despedimos durante un tiempo.
Scobie y Harding habían pasado últimamente unas cuantas horas concluyendo esa aventura suya. El resto del grupo había estado durante cierto tiempo ocupado con sus vidas cotidianas.
Los ojos de Broberg demostraron cierta sorpresa.
—¿De Haverness a las Islas? Pero si yo estoy en el castillo Devaranda, justo a medio camino.
—Tenía esa esperanza.
—Estoy impaciente por oír tu historia.
—Sigo avanzando después del anochecer. La luna brilla en el cielo, y tengo un par de monturas de recambio que compré con unas cuantas monedas de oro del botín —«El polvo blanco se agita bajo el estruendo de los cascos. Cada vez que la herradura de una caballo golpea un guijarro de pedernal, hace saltar una nube de chispas». Kendrick frunce el ceño—. Tú estás con ¿cómo se llama? ¿Jorán el Rojo? No me gusta.
—Le despedí hace un mes. Empezó a pensar que el compartir mi lecho le daba autoridad sobre mí. Nunca fue más que un capricho pasajero. Ahora me encuentro sola en la torre del Gavilán, contemplando los campos iluminados por la luna que se extienden hacia el sur, y preguntándome qué será de ti. El camino fluye hacia mí como un río grisáceo. ¿Estoy viendo llegar a lo lejos un jinete al galope?
Después de tantos meses de juego no hacía falta ninguna pantalla con imágenes. «Los estandartes ondean entre las estrellas impulsados por el viento de la noche».
—Estoy llegando. Hago sonar mi cuerno para despertar a los centinelas de la puerta.
—Cuán bien recuerdo esas alegres notas.
Esa misma noche Kendrick y Ricia se hicieron amantes. Teniendo experiencia en el juego y deseando mantener su etiqueta, Scobie y Broberg no revelaron detalle alguno sobre su unión; nunca se tocaron, limitándose a una que otra mirada ocasional y su despedida final estuvo por completo dentro de los límites del decoro.
Después de todo, era solo una historia que habían compuesto sobre dos personajes ficticios en un mundo que nunca existió.
Las partes inferiores del jókull se alzaban formando una serie de terrazas cóncavas de gran profundidad; los humanos fueron rodeándolas y admiraron las extravagantes formaciones que se encontraban bajo ellos. Los nombres iban brotando de sus labios: el Jardín de Hielo, el Puente Fantasma, el Trono de la Reina de las Nieves, «mientras Kendrick avanza hacia la ciudad, y Ricia le aguarda en el Salón de Baile, y el espíritu de Alvarlan viene y va llevando mensajes entre ellos de tal modo que es como si también ella estuviera viajando junto a su caballero». Pese a todo, avanzaron con cautela y buscando señales de peligro, especialmente allí donde hubiese un cambio en la textura, el color o cualquier otro aspecto de la superficie que pisaban que pudiese indicar un cambio en su naturaleza.
Por encima de la última escarpadura se alzaba un acantilado demasiado liso como para que fuera posible escalarlo, con o sin la gravedad de Japeto, «el muro de la fortaleza». Sin embargo, estando en órbita la tripulación había distinguido una abertura bastante cercana que formaba un paso, producido seguramente por un pequeño meteorito, «en la guerra entre los dioses y los magos, cuando las piedras bajaron cantando del cielo para sembrar la destrucción, maldiciendo esta tierra de tal modo que nadie osó construir de nuevo en ella». Ascendían por un paisaje de ensueño, rodeados por cimas que ardían bajo el crepúsculo azul que ellas mismas proyectaban, con el cielo convertido en una estrecha franja donde las estrellas parecían incendiarse con redoblada luminosidad.
—Tiene que haber centinelas en el paso —dice Kendrick.
—Solo hay uno —responde en un susurro la mente de Alvarlan—, pero es un dragón. Si combates con él, las llamas y el ruido harán que todos los guerreros de este lugar caigan sobre ti. No temas. Me deslizaré en su ardiente cerebro y tejeré para él tal sueño que jamás te verá.
—El rey podría notar el hechizo —dice Ricia a través de él—. Ya que de todas formas quedarías separado de nosotros mientras cabalgas en la mente de esa bestia, yo me encargaré de hacer que se distraiga.
Kendrick frunce el ceño, sabiendo muy bien cuáles son los medios que posee para conseguirlo. Le ha dicho cuánto ansia la libertad y a su caballero; también le ha insinuado que en el amor los elfos superan a cualquier humano. ¿Desea acaso una última ocasión antes de su rescate? Bien, Ricia y Kendrick jamás se han prometido ni han practicado tampoco la fidelidad. Desde luego, Colin Scobie no lo había hecho. Se forzó a sonreír y siguió caminando rodeado de aquel silencio que ahora los dominaba a los tres.
Emergieron en lo alto de la masa helada y miraron a su alrededor. Scobie lanzó un silbido.
—Yo, yo. ¡Dios! —tartamudeó Garcilaso.
Sin darse cuenta, Broberg dio una palmada de puro asombro.
Debajo de ellos, el precipicio se desplomaba sobre los riscos y sus atormentadas formas cobraban ahora un aspecto totalmente fantasmagórico y nuevo, hecho de luces y sombras, hasta terminar en la llanura. Vista desde aquí arriba, la curvatura de la luna hacía que los dedos de los pies se tensaran en el interior de sus botas, como intentando agarrarse a lo que fuera para no salir volando por entre las estrellas que ahora no parecían brillar en lo alto, sino que rodeaban la esfera en que estaban. La nave espacial se alzaba como un objeto minúsculo sobre la negra piedra cubierta de cráteres, igual que un cenotafio consagrado a la soledad.
Hacia el este, el hielo se extendía hasta más allá del horizonte, ahora mucho más cercano.
—Más allá podría estar el extremo del mundo —dijo Garcilaso.
—Sí, por ahí se encuentra la ciudad.
Concavidades de muchos tamaños, promontorios y barrancos se habían formado de tal manera, que ninguno de ellos se asemejaba a su vecino, convirtiendo lo que habría sido un simple paisaje en un laberinto irreal. Un puente alzaba su arabesco sobre la meta de los exploradores, subiendo más allá del horizonte. Todo lo que recibía luz, brillaba suavemente. Por muy radiante que fuera el sol aquí solo arrojaba una luz como la que producían cinco mil lunas llenas sobre la Tierra. Hacia el sur, el enorme semidisco de Saturno emitía por sí solo la mitad de la claridad lunar; pero en esa dirección el terreno brillaba con pálidas tonalidades ambarinas.
Scobie salió de su estupor con un estremecimiento.
—Bien, ¿seguimos? —Su prosaica pregunta sorprendió a los otros; Garcilaso frunció el ceño y Broberg dio un leve respingo, pero se recobró rápidamente.
—Sí, y aprisa —dice Ricia—. Ya me encuentro otra vez en posesión de mi ser. ¿Has salido del dragón, Alvarlan?
—Sí —le informa el hechicero—. Kendrick se halla a salvo tras las ruinas de un palacio. Dinos cuál es el mejor modo de llegar hasta ti.
—Estás en la casa de la Corona, roída por el tiempo. Ante ti se encuentra la calle de los Fabricantes de Escudos.
Scobie frunció las cejas hasta convertirlas en una línea ininterrumpida.
—Ahora es mediodía, cuando los elfos no osan salir de sus refugios —dice Kendrick en un tono de voz pensativo y a la vez imperioso—. No deseo encontrarme con ninguno de ellos. Si no hay combates no habrá complicaciones. Vamos a rescatarte y huiremos sin más peligro.
Broberg y Garcilaso parecieron algo decepcionados pero le comprendían. Cuando alguien se niega a creer lo que uno de sus compañeros de juego introduce en él, el juego se rompe. Ocurría con frecuencia que el hilo de la narración quedara interrumpido durante muchos días. Broberg suspiró.
—Sigue la calle hasta que finalice en un foro donde brota una fuente de nieve —le indica Ricia—. Crúzalo y sigue por el bulevar Aleph Zain. Lo reconocerás por la entrada en forma de cráneo con las mandíbulas abiertas. Si en algún lugar ves brillar un arco iris en el aire, quédate inmóvil hasta que haya desaparecido, pues será un lobo de la aurora…
Corriendo bajo la débil gravedad tardaron unos treinta minutos en recorrer la distancia. En la última parte del trayecto se vieron obligados a rodear grandes bancos de un hielo tan fino que resbalaba bajo las suelas de sus botas e intentaba engullirlas. Antes de llegar a su destino encontraron varias capas de ese hielo, dispuestas a intervalos irregulares.
Una vez allí los viajeros permanecieron durante un tiempo inmóviles, atónitos y maravillados.
La concavidad que se hallaba a sus pies debía llegar casi hasta el lecho de roca, algo así como unos cien metros de distancia, y tenía dos veces esa anchura. En su borde se alzaba el muro que habían visto desde el acantilado, un arco que tenía cincuenta metros de largo por otros tantos de ancho y cuyo grosor en ningún sitio era inferior a los cinco metros, perforado por una compleja serie de hendiduras en forma de filigrana que relucían con un brillo verdoso allí donde no dejaban pasar la luz.
Era el borde superior de un estrato que se iba extendiendo en forma de dientes de sierra hasta el cráter. Había barrancos y estribaciones que aún parecían más dignas de un sueño. ¿Era aquello la cabeza de un unicornio? ¿Se veía allí una columnata de cariátides? ¿No había allí una glorieta de espigones helados? El fondo de la concavidad era como un lago de fría sombra azul.
—¡Has venido, Kendrick, amado mío! —exclama Ricia, arrojándose en sus brazos.
—Silencio —les advierte el espíritu de Alvarlan, el sabio—. No despertéis a nuestros enemigos inmortales.
—Sí, debemos volver —dijo Scobie, parpadeando—. Por el nombre de Judas, ¿qué nos ha pasado? Una cosa es divertirse, pero creo que hemos llegado mucho más lejos y hemos ido más aprisa de lo que resulta prudente, ¿no?
—Quedémonos un poco más —suplicó Broberg—. Este lugar es como un milagro, el salón de Baile del rey de los elfos, construido para él por el Señor de la danza.
—Recuerda que si nos quedamos aquí acabarán cogiéndonos y puede que tu cautiverio dure para siempre —Scobie activó con un seco golpe del pulgar el circuito principal de su radio—. Oye, Mark, ¿me recibes?
Ni Broberg ni Garcilaso le imitaron. No oyeron la voz de Danzig:
—¡Oh, sí! He estado todo el rato inclinado sobre el receptor royéndome los nudillos. ¿Cómo estáis?
—Bien. Estamos en el gran agujero y volveremos tan pronto como haya sacado unas cuantas fotos.
—Todavía no han inventado las palabras suficientes para que pueda decirte cuán aliviado me siento por eso. Desde un punto de vista científico, ¿el riesgo valía la pena? —Scobie jadeó, contemplando lo que tenía delante.
—¿Colín? —dijo Danzig—. ¿Sigues ahí?
—Sí. Sí.
—Te he preguntado si habéis hecho observaciones de importancia.
—No lo sé —murmuró Scobie—. No me acuerdo. Después de que empezamos a trepar nada me pareció real.
—Será mejor que volváis ahora mismo —dijo Danzig con voz preocupada—. Olvídate de esas fotos.
—Correcto —Scobie se volvió hacia sus compañeros—. Venga, en marcha.
—No puedo —responde Alvarlan—. Un hechizo errabundo ha envuelto mi espíritu en zarcillos de humo.
—Yo sé dónde hay oculta una daga de fuego —dice Ricia—. Intentaré robarla.
Broberg dio un paso hacia adelante, como si pensara bajar al cráter. Minúsculas esquirlas de hielo se desprendieron del borde al moverse sus botas. Podía perder fácilmente el equilibrio y resbalar hacia abajo.
—No, espera —le grita Kendrick—. Mi lanza está hecha con aleación lunar. Puede cortar.
El glaciar se estremeció. El borde se resquebrajó, haciéndose pedazos. La zona en la cual se encontraban los tres humanos quedó suelta y se precipitó hacia el cráter. Unos segundos después cayó tras ella una avalancha. Los cristales que se desprendían de lo alto brillaban con el resplandor de un prisma desafiando las estrellas y, tras un lento descenso, se posaron silenciosamente en el fondo.
Salvo por las ondas de choque transmitidas a través de la materia sólida, todo había tenido lugar en el silencio absoluto del espacio.
Poco a poco, Scobie fue recobrando el conocimiento. Se encontró tendido en el suelo, inmovilizado, sumido en la oscuridad y el dolor. Su armadura le había salvado y seguía salvándole la vida; había quedado aturdido pero no había sufrido una auténtica conmoción. Pese a ello, a cada aliento sentía un dolor abominable. Parecía que en su costado izquierdo se habían roto una o dos costillas; un impacto monstruoso tenía que haber abollado el metal. Y estaba enterrado bajo un peso tal que no podía moverlo.
—Hola —tosió—. ¿Me recibe alguien?
Por toda respuesta obtuvo la pulsación de su sangre. Si su radio seguía funcionando (cosa bastante probable, dado que estaba incorporada al traje), la masa que le rodeaba absorbía sus emisiones.
También absorbía el calor en una progresión desconocida pero asombrosamente rápida. No sentía frío porque el sistema eléctrico sacaba energía de su célula de combustible tan deprisa como hacía falta para mantenerla caliente y reciclar de forma química su aire. En circunstancias normales, cuando perdía calor mediante el lento proceso de la radiación y, un poco, a través de las suelas de sus botas, recubiertas de cueroespuma, de las dos exigencias la última era mucho mayor. Ahora la conducción estaba obrando sobre cada centímetro cuadrado de su cuerpo. Tenía otra unidad de repuesto en la espalda de su traje, pero no poseía medio alguno de llegar hasta ella.
—A menos que… —Lanzó una risita. Tensó el cuerpo y sintió que la sustancia que le mantenía sepultado cedía una fracción de milímetro bajo la presión de sus brazos y piernas. Y su casco resonó levemente con una especie de gorgoteo. No estaba preso en agua helada, sino en algo que tenía un punto de congelación mucho más bajo.
Estaba derritiéndolo, sublimándolo hasta obtener un espacio donde moverse.
Si seguía inmóvil acabaría hundiéndose en tanto que más materia helada iba resbalando en lo alto sobre él para mantenerle en su tumba. Quizá hiciera surgir nuevas y soberbias formaciones pero nunca las vería. En vez de ello, debía usar el pequeño espacio que tenía para ascender centímetro a centímetro, impulsándose contra esa materia que todavía no se había vuelto líquida y que formaba su túmulo bajo las estrellas.
Empezó a moverse.
Muy pronto se debatió en las garras de la agonía. El aire entraba y salía con breves jadeos de sus pulmones en llamas. Sentía que sus fuerzas se iban desmoronando y pronto su cuerpo empezó a temblar de tal modo que no pudo saber si ascendía o resbalaba hacia atrás. Ciego, medio ahogado, Scobie usó sus manos como si fueran las zarpas de un topo y siguió cavando.
Era insoportable. Tenía que huir de aquello.
«Al fracasar sus potentes hechizos, el rey de los elfos, presa del miedo, hizo que sus torres se derrumbasen. Si el espíritu de Alvarlan volvía a su cuerpo, el hechicero podría meditar sobre todo lo que había visto, comprender su significado y, con tal conocimiento, dar a los mortales un terrible poder que usar contra la tierra de las Hadas. Despertando de su letargo, el rey vio a Kendrick a punto de liberar a su cautivo. No había tiempo para hacer algo que no fuera romper el hechizo mediante el cual se sostenía el Salón de Baile. Estaba construido básicamente de niebla y luz de estrellas, pero contenía suficientes bloques traídos del lado frío de Ginnungagap como para que al caer mataran al caballero. Ricia perecería también, y el espíritu del rey, rápido y vivaz como el mercurio, lo lamentó. Sin embargo, pronunció la palabra necesaria».
»No comprendía el castigo que la carne y los huesos pueden soportar, sir Kendrick lucha para salir de entre las ruinas, para ir en busca de su dama y salvarla. Mientras avanza se fortalece pensando en las aventuras del pasado y del futuro.
… y de repente dejó de estar ciego y ante él se alzó Saturno rodeado por sus anillos.
Scobie se dejó caer de bruces en el suelo y se quedó inmóvil, temblando levemente.
Debía ponerse en pie por mucho que protestaran sus heridas, a menos que deseara crearse una nueva tumba derritiendo el hielo. Se levantó, tambaleándose, y miró a su alrededor.
De la escultura anterior solo quedaban algunos promontorios y meras cicatrices. En su mayor parte el cráter se había convertido en una masa blanca de contornos pulidos que relucía bajo el cielo. La escasez de sombras hacía difícil evaluar la distancia, pero Scobie supuso que ahora el nuevo cráter tendría unos setenta y cinco metros. Y estaba vacío, totalmente vacío.
—Mark, ¿me oyes? —gritó.
—¿Eres tú, Colin? —resonó la respuesta en sus audífonos—. Por todos los santos, ¿qué ha pasado? Te oí decir algo y entonces vi brotar una nube que acabó desvaneciéndose y luego nada durante más de una hora. ¿Te encuentras bien?
—Más o menos. No veo a Jean ni a Luis. Una avalancha nos cogió por sorpresa, enterrándonos. Mantén el contacto mientras investigo.
Si se mantenía bien erguido le dolían menos las costillas. Yendo con cuidado podía moverse sin demasiadas dificultades. Los dos tipos de analgésico habitual de su equipo eran inútiles: uno era demasiado débil para suponer un alivio perceptible, en tanto que el otro era tan fuerte que le dejaría aturdido. Mirando hacia los lados no tardó en hallar lo que esperaba, una concavidad que destacaba en la sustancia parecida a la nieve y que burbujeaba levemente.
Su equipo incluía también una herramienta para excavar. Haciendo caso omiso del dolor, Scobie empezó a usarla. Pronto apareció un casco. Dentro de él estaba la cabeza de Broberg. También ella había estado haciendo un túnel.
—¡Jean!
—¡Kendrick! —Salió a rastras de su prisión y sus dos trajes se fundieron en un abrazo—. Oh, Colin.
—¿Cómo estás? —le preguntó él con voz quebradiza.
—Viva —respondió ella—. Creo que no he sufrido ningún daño serio. Hay que decir mucho en favor de esa baja gravedad. ¿Y tú? ¿Y Luis?
—Tenía un poco de sangre seca bajo la nariz y en su frente había un morado que se estaba poniendo ya de color púrpura, pero hablaba claramente y no le costaba mantener el equilibrio.
—Puedo funcionar. Todavía no he encontrado a Luis. Ayúdame a buscar. Pero antes deberíamos comprobar nuestro equipo.
Jean se rodeó el pecho con los brazos, como si eso pudiera servirle de algo aquí.
—Estoy helada —admitió.
Scobie señaló uno de sus indicadores.
—No me extraña. Tu célula de combustible está emitiendo su último par de ergios. La mía no está mucho mejor. Cambiémoslas.
No perdieron el tiempo abriendo sus mochilas sino que cada uno se encargó de buscar en la del otro. Arrojaron las unidades agotadas al suelo, donde aparecieron inmediatamente agujeros humeantes que se congelaron rápidamente y luego metieron en sus trajes las nuevas células.
—Baja tu termostato —le aconsejó Scobie—. Tardaremos bastante tiempo en hallar refugio. La actividad física nos ayudará a mantenernos calientes.
—Y exigirá un reciclaje más rápido del aire —le recordó Broberg.
—Sí. Pero al menos por ahora podemos conservar la energía en las células. Bien, vamos a comprobar ahora zonas debilitadas en los trajes, posibles fugas y cualquier tipo de avería o pérdida. Rápido, Luis sigue ahí abajo.
La inspección se había convertido en una rutina automática tras años de entrenamiento. Mientras sus dedos inspeccionaban el traje espacial de Scobie, Broberg dejó que sus ojos se volvieran hacia la lejanía.
—El Salón de Baile ha desaparecido —murmura Ricia—. Creo que el rey lo derrumbó para evitar que huyéramos.
—Yo también lo creo. Si descubre que estamos vivos y buscando el alma de Alvarlan… ¡Eh, espera! ¡Basta de juego!
—¿Qué tal os va? —dijo Danzig con voz algo temblorosa.
—Parece que estamos en buen estado —replicó Scobie—. Mi peto ha sufrido una buena paliza pero no se ha partido. Ahora, a encontrar a Luis. Jean, traza una espiral hacia la derecha por el suelo del cráter. Yo lo haré a la izquierda.
Tardaron cierto tiempo, pues el hervor que marcaba el sitio donde estaba enterrado Garcilaso era casi imperceptible. Scobie empezó a cavar. Broberg observó cómo se movía, oyó cómo respiraba y le dijo:
—Dame la herramienta. ¿Dónde recibiste el golpe?
Scobie admitió que estaba herido y retrocedió un par de pasos. Broberg empezó a trabajar, arrancándole al suelo pedazos helados. Avanzaba deprisa, ya que fuera cual fuese el tipo de hielo de esta zona, por suerte se desmenuzaba con facilidad y dada la gravedad de Japeto podía hacer un agujero con los lados casi verticales.
—Voy a ver si puedo servir de algo encontrando un camino para salir de aquí —dijo Scobie.
Cuando intentó subir por la cuesta más cercana, esta tembló. Un segundo después se encontró devuelto a su punto de partida en una marea que susurraba sobre su armadura, mientras una niebla de secas motas blanquecinas le dejaba ciego. Una vez en el fondo logró liberarse con un esfuerzo, y probó por otro camino.
—Me temo que no hay ninguna ruta fácil —le informó por fin a Danzig—. Cuando se derrumbó la zona en la que estábamos, no solo se produjo una conmoción que hizo pedazos las delicadas formaciones de hielo que cubrían el cráter, sino que también dejó caer toneladas de materia de la superficie, una especie particular de hielo que, en las condiciones locales, es tan fino como la arena. Las paredes están cubiertas de él. En la mayoría de los sitios hay un espesor de metros antes de llegar al material más estable. Nos deslizaríamos más aprisa de lo que podemos trepar allí donde la capa es delgada; allí donde es gruesa nos hundiríamos.
Danzig lanzó un suspiro.
—Supongo que tendré que dar un largo y saludable paseo.
—Doy por sentado que has llamado pidiendo ayuda, ¿no?
—Claro. Tendrán aquí dos botes dentro de unas cien horas. Es todo lo que pueden hacer. Ya lo sabías.
—Ajá. Y nuestras células de combustible puede que duren unas cincuenta horas.
—Oh, bueno, no hay que preocuparse por eso. Traeré unas cuantas más y os las arrojaré si es que no podéis salir de ahí antes de que llegue el grupo de rescate.
Mmm. quizá sería mejor que preparase antes una especie de honda o algo parecido.
—Puede que te cueste encontrarnos. Esto no es un cráter auténtico: es más bien una especie de gran agujero cuyo borde se confunde con la cima del glaciar. Nos habíamos guiado por ese risco tan peculiar y ahora esa señal ha desaparecido.
—No es problema. Recuerda que tengo una lectura fijada en vosotros a partir de la antena direccional. Puede que aquí no sirva de nada un compás magnético pero puedo mantenerme orientado por el cielo. Saturno apenas se mueve y ni el sol ni las estrellas son muy rápidos.
—¡Maldita sea! Tienes razón. No estaba pensando con lógica. Tengo la mente demasiado ocupada con Luis, aparte del resto.
—Scobie se volvió hacia donde estaba Broberg. Tenía que estarse tomando un pequeño descanso, pues vio sus hombros inclinados sobre la excavación. Sus audífonos le hicieron llegar el ronco sonido de su respiración.
Debía conservar la poca fuerza que le restaba por si hacía falta luego. Tomó un sorbo de su conducto del agua y empujó un fragmento de comida por el pestillo de su masticador, intentando fingir que tenía apetito.
—Quizá deba intentar reconstruir lo ocurrido —dijo—. De acuerdo, Mark, tenías razón: nos comportamos como unos locos imprudentes. El juego. Ocho años era demasiado tiempo para jugar a eso en un medio ambiente que no nos deja gran cosa para acordarnos de la realidad. Pero ¿quién podía haberlo previsto? ¡Dios mío, advierte a la Cronos! Me he enterado de que uno de los equipos de Titán empezó a jugar a una expedición con destino al pueblo del mar bajo el océano.
—Escarlata, por las nieblas rojas que vimos. Lo hicieron deliberadamente, como nosotros, antes de partir —Scobie tragó saliva—. Bueno —dijo, intentando hablar más despacio—, supongo que jamás llegaremos a saber exactamente lo que fue mal aquí. Pero es fácil ver que la configuración no resulta estable. También en la Tierra es fatídicamente sencillo producir avalanchas con solo tocar la nieve. Supongo que debe existir una capa de metano bajo la superficie. Cuando las temperaturas subieron después del amanecer se licuó un poco, pero eso no importaba en el vacío y la baja gravedad hasta que llegamos nosotros. Calor, vibración. Fuera como fuese, todo el estrato resbaló bajo nosotros y eso puso en marcha un derrumbamiento general. ¿Te parece razonable mi hipótesis?
—Me lo parece, aunque solo soy un aficionado —dijo Danzig—. Me admira que puedas seguir siendo tan académico dadas las circunstancias.
—Estoy siendo práctico —replicó Scobie—. Puede que Luis necesite atención médica antes de que esos botes puedan venir a buscarle. Si es así, ¿cómo podemos llevarle a nuestra nave?
—¿Alguna idea? —dijo Danzig con voz lúgubre.
—A eso intento llegar. Mira, el cuenco del cráter sigue teniendo la misma forma básica. La conmoción no ha hecho que se derrumbe. Eso implica material duro: agua helada y roca auténtica. De hecho puedo ver unos cuantos promontorios que han sobrevivido y que asoman por encima de esa sustancia que parece arena. En cuanto a lo que es., puede que sea una combinación de dióxido carbónico y amoníaco o puede que sea algo más exótico, pero es cosa tuya descubrirlo después. En este momento, mis instrumentos geológicos deberían ayudarme a descubrir dónde están menos cubiertas esas masas sólidas. Todos tenemos herramientas para excavar, así que podemos intentar abrir un camino despejado siguiendo el trazado que nos cueste menos esfuerzo. Puede que eso haga llover sobre nosotros un poco más de esta basura de arriba, pero quizá eso también nos ayude a ir con más rapidez. Allí donde la sustancia que vayamos desenterrando sea demasiado resbaladiza o abrupta para trepar, siempre podemos hacer peldaños en ella. Será un trabajo lento y duro; y puede que nos encontremos un risco más alto de lo que nos sea posible saltar, o algo por el estilo.
—Puedo ayudar —propuso Danzig—. Mientras estaba esperando noticias vuestras hice un inventario de nuestro surtido de cables, cuerdas, equipo del que puedo sacar alambres, vestidos y ropa de cama que puedo cortar en tiras, todo aquello que puede atarse para formar una cuerda. No nos hace falta mucha resistencia a la tensión. Bueno, creo que puedo obtener unos cuarenta metros. Según tu descripción, eso es media ladera de la trampa en la que estáis. Si podéis trepar hasta medio camino mientras que yo vengo hacia ahí, puedo haceros subir el resto.
—Gracias, Mark —dijo Scobie—, aunque…
—¡Luis! —aulló una voz en su casco—. ¡Colin, ven deprisa, ayúdame, esto es horrible!
Sin hacer caso del dolor, aunque este le hiciese lanzar una o dos maldiciones, Scobie fue corriendo en ayuda de Broberg.
Garcilaso no se hallaba del todo inconsciente y allí estaba gran parte del horror. Le oyeron murmurar: «el infierno, el rey arrojó mi alma al infierno. No puedo encontrar la salida, estoy perdido. Si al menos el infierno no fuera tan frío». No podían ver su rostro; la parte interior de su casco estaba cubierta de escarcha.
Enterrado más hondo que ellos dos y durante más tiempo, y habiendo sufrido heridas más graves, no hubiese podido sobrevivir mucho tiempo después de que su célula de combustible se agotase. Broberg lo había, encontrado justo a tiempo, si es que estaba efectivamente vivo.
Se metió en la excavación que había practicado y le dio la vuelta para ponerle de espaldas. Garcilaso se agitó débilmente.
—Me ataca un demonio —balbuceó—. Aquí estoy ciego pero siento el viento en sus alas.
—Hablaba de forma monótona y casi ininteligible. Broberg desconectó su célula de energía y la arrojó a un lado.
—Tendríamos que llevarle a la nave, si es posible —dijo.
En lo alto de la excavación Scobie contempló la célula de energía con mórbida fascinación. No le quedaba el suficiente calor para producir el vapor que las suyas habían emitido, y el hielo sobre el que reposaba no se había alterado. La caja metálica, de treinta centímetros por quince y por seis, era totalmente lisa salvo por dos prolongaciones que la conectaban al traje en uno de los lados. Los controles, incorporados a los circuitos del traje espacial, permitían poner en marcha y detener las reacciones químicas que se efectuaban en su interior y regular su índice manualmente; pero, por regla general, esa tarea era confiada al termostato y al aerostato. Ahora esas reacciones habían llegado a su fin. Hasta que fuera recargada, la célula no era más que un objeto inerte.
Scobie se inclinó sobre la excavación para observar a Broberg, que se encontraba a unos diez metros por debajo de él. Había sacado la unidad de reserva del equipo de Garcilaso, colocándola en su lugar adecuado, a la espalda del traje, y asegurándola a su mochila mediante abrazaderas.
—Veamos cuál es tu contribución, Colin —dijo.
Scobie dejó caer un metro de alambre grueso aislado, que formaba parte del equipo habitual para cualquier misión que tuviera que realizarse fuera de la nave, por si era necesaria alguna conexión eléctrica especial o alguna reparación. Broberg la conectó a los dos que ya tenía, hizo un nudo al final y, tanteando torpemente por encima de su hombro izquierdo, puso en contacto el otro extremo con la parte superior de su mochila. El alambre, ahora triple, osciló sobre ella como una antena.
Se agachó y cogió a Garcilaso en brazos. En Japeto, él y su equipo pesaban menos de diez kilos, y el peso de ella era parecido. Teóricamente podía salir de la excavación con su carga dando un salto. En la práctica, su traje espacial resultaba demasiado incómodo; las articulaciones de volumen constante permitían una considerable libertad de movimiento pero no tanta como la que se obtenía no llevándolo, en especial cuando las temperaturas de Saturno y sus alrededores precisaban de un aislamiento extra. Además, aunque hubiese podido llegar de un salto hasta arriba no conseguiría mantenerse allí. El hielo se habría hecho pedazos bajo sus pies y volvería a caer dentro del agujero.
—Ahí vamos —dijo—. Será mejor que salga bien a la primera, Colin. No creo que Luis pueda soportar muchas sacudidas.
—Kendrick, Ricia, ¿dónde estáis? —gimió Garcilaso—. ¿Estáis también en el infierno?
Scobie se preparó, clavó bien los pies en el suelo al borde de la excavación y se agazapó. El lazo que había al final del alambre apareció ante sus ojos, y logró cogerlo con su mano derecha. Se echó hacia atrás, intentando no resbalar hacia el agujero, y entonces notó como la carga que tenía agarrada quedaba frenada de golpe. Por poco la angustia y el dolor hacen explotar su caja torácica. Sin saber muy bien cómo, logró dejar a salvo su carga antes de sufrir un desmayo.
Recobró el conocimiento un minuto después.
—Estoy bien —respondió con un graznido a las voces preocupadas de Broberg y Danzig—. Dejadme descansar un poco.
Ella asintió y se arrodilló junto al piloto para examinarlo. Le sacó la mochila para que pudiera descansar mejor de espaldas y luego con la ayuda de dos mochilas le puso en alto las piernas y la cabeza. Eso evitaría una considerable pérdida de calor por convección, y eliminaría la que pudiera producirse por conducción. Pese a todo, su célula de combustible se agotaría antes que si estuviera en pie y, además, ya había tenido que compensar un terrible déficit de energía.
—La escarcha del interior de su casco ya está desapareciendo —informó Broberg—. ¡Virgen Santa, la sangre! Creo que procede casi toda del cuero cabelludo; y parece que ya ha dejado de sangrar. Debe de haberse golpeado el occipucio contra el vitrilo. Tendríamos que llevar algún tipo de almohadilla dentro de estos chismes.
Sí, ya sé que antes no han ocurrido accidentes similares pero… —Cogió la linterna que llevaba en el cinturón, se inclinó sobre él y la encendió—. Tiene los ojos abiertos. Las pupilas, sí, tiene una seria conmoción y es probable que haya fractura de cráneo, la cual puede estar causando una hemorragia cerebral. Me sorprende que no esté vomitando. ¿Se lo habrá impedido el frío? ¿Empezará a vomitar ahora? Podría ahogarse con sus propios vómitos dentro de ese casco: ahí nadie puede ayudarle.
El dolor de Scobie había disminuido hasta un grado soportable. Se puso de pie, fue hacia él y, después de mirarle, lanzó un silbido.
—Si no le llevamos pronto a la nave para administrarle los cuidados necesarios, creo que no tendrá salvación. Y eso es imposible.
—Oh, Luis.
Las lágrimas corrían en silencio por las mejillas de Broberg.
—¿Crees que puede aguantar hasta que llegue yo con mi cuerda y le llevemos a la nave? —preguntó Danzig.
—Me temo que no —replicó Scobie—. He seguido cursos de enfermería. Además, ya he visto antes un caso parecido. ¿Y tú, Jean, cómo estabas tan enterada de los síntomas?
—Leo mucho —dijo ella con voz abatida.
—Lloran, los niños muertos lloran —murmuró Garcilaso.
Danzig suspiró.
—Entonces, de acuerdo. Iré con la nave hacia vosotros.
—¿Eh? —dijo Scobie sin poder contenerse.
—¿Es que tú también te has vuelto loco? —le dijo Broberg.
—No, escuchadme —se apresuró a contestar Danzig—. No soy un piloto muy experimentado pero he tenido el mismo entrenamiento básico para este tipo de nave que el que se le da a cualquier otro piloto. Podemos sacrificarla; y los botes de rescate pueden llevarnos de vuelta. Si aterrizase cerca del glaciar no ganaríamos gran cosa: seguiría teniendo que fabricar la cuerda y todo eso. Además, después de lo que ocurrió con la sonda, sabemos que podría resultar muy peligroso si lo intentara. Lo mejor será que vaya directamente a vuestro cráter.
—¿Para bajar a una superficie que los reactores convertirán en vapor debajo de ti? —resopló Scobie—. Supongo que incluso Luis pensaría que eso es muy arriesgado. Tú, amigo mío, conseguirías estrellarte.
—¿Y? —Casi pudieron ver su encogimiento de hombros—. Estrellarme desde una altura tan baja con esta gravedad no debería producirme más que un buen castañeteo de dientes. El chorro formará un agujero limpio hasta el lecho rocoso. Es cierto que el hielo circundante se derrumbará sobre el casco y lo dejará atrapado.
—Puede que os haga falta cavar un poco para llegar a la escotilla, aunque sospecho que la radiación térmica de la cabina mantendrá libres las partes superiores del aparato. Incluso si este cae de lado, bueno, no sufriría daños demasiado serios aunque golpeara la roca desnuda. Ha sido diseñado para soportar choques peores —Danzig vaciló unos segundos—. Claro que esto podría resultar peligroso para vosotros. Confío en no asaros con los reactores, suponiendo que yo baje cerca del centro y vosotros os pongáis tan cerca del borde como podáis. Claro que es posible que se produzca un hielomoto y que os mate. No tendría sentido perder otras dos vidas.
—O tres, Mark —dijo Broberg en voz baja—. Pese a tus valientes palabras, también tú podrías salir herido.
—Oh, bueno, yo ya soy viejo. Me gusta la vida, cierto, pero vosotros tenéis muchos más años por delante. Mirad, supongamos lo peor, supongamos que no solo consigo hacer un aterrizaje desastroso sino que además logro averiar sin remedio la nave. Entonces Luis muere, pero de todas formas morirá. Sin embargo, vosotros dos podríais aprovisionaros de los almacenes que hay a bordo, incluyendo las células de combustible extra. Estoy dispuesto a correr lo que considero un pequeño riesgo para mí, a cambio de darle a Luis una oportunidad de que sobreviva.
—Um-m-m —dijo Scobie, con un gruñido gutural que apenas si pudo oírse.
Inconscientemente, su mano se alzó en busca de su mentón mientras sus ojos contemplaban el leve resplandor del cráter.
—Repito que si pensáis que esto puede suponer algún riesgo para vosotros, nos olvidaremos de ello —siguió diciendo Danzig—. Nada de heroísmos, por favor.
Luis estaría seguramente de acuerdo en que es mejor tener tres personas a salvo y una muerta que cuatro atrapadas con pocas probabilidades de sobrevivir.
—Déjame pensar —Scobie se quedó callado durante unos minutos y por fin dijo—: No, no creo que podamos tener grandes problemas aquí. Tal y como dije antes, ya hemos tenido nuestra avalancha y ahora este lugar debe encontrarse en una configuración razonablemente segura. Es cierto que el hielo se volatilizará. En el caso de que haya depósito de material con un bajo punto de ebullición puede que el proceso tenga lugar de forma explosiva y cause algún temblor. Pero el vapor eliminará el calor resultante de forma tan rápida que solo el material que se encuentre muy cerca de ti debería sufrir cambios de estado. Me atrevo a decir que esa sustancia tan fina caerá por las laderas del cráter, pero su densidad es demasiado baja como para causar serios daños; en realidad, debería ser como una breve tormenta de nieve. Claro que el suelo se ajustará un poco, lo cual puede resultar bastante violento. Sin embargo, podemos situarnos encima de él. ¿Ves ese pequeño risco rocoso que se encuentra más allá, Jean, ese al que podemos llegar de un salto? Tiene que ser parte de una colina enterrada y será sólido. Será nuestro lugar de encuentro.
—De acuerdo, Mark, por lo que a nosotros concierne está bien. No puedo estar absolutamente seguro, pero ¿quién puede estar totalmente seguro de nada? Me parece que es una apuesta con buenas posibilidades de victoria.
—¿Qué estamos pasando por alto? —se preguntó Broberg. Miró a Luis, que yacía a sus pies—. Mientras consideramos todas las posibilidades, Luis puede morir. De acuerdo, Mark, ven aquí con la nave si quieres, y que Dios te bendiga.
Después de ayudar a Scobie a llevar a Garcilaso hasta el pequeño risco, levantó su mano desde Saturno a Polaris Y.
—Cantaré pronunciando un hechizo, enviando la poca magia que poseo en ayuda del señor de los Dragones, para que pueda liberar del infierno el alma de Alvarlan —dice Ricia.