Capítulo III
Ahora bien, he dicho que la comunidad, por medio de la organización de maquinarias, abastecerá las cosas útiles, y que las cosas hermosas las hará el individuo. Esto no solamente es necesario sino que es la única forma posible por la que podemos conseguir lo uno y lo otro. Un individuo que debe hacer cosas para uso de otros, atendiendo las necesidades y los deseos de los demás, no trabaja con interés, y por consiguiente no puede poner en su trabajo lo que hay mejor dentro suyo. Por otra parte, cuando una comunidad o una importante parte de una comunidad, o un gobierno de cualquier tipo, trata de dictar al artista lo que debe hacer, el Arte, o desaparece totalmente, o se estereotipa, o se degenera en una forma baja e innoble de artesanía. Una obra de arte es el resultado único de un temperamento único. Su belleza es la consecuencia de que el autor sea lo que es. No tiene nada que ver con lo que otra gente pueda querer. En realidad, en el momento en que el artista se da cuenta de lo que quiere la otra gente, y trata de satisfacer la demanda, deja de ser un artista y se convierte en un artesano, aburrido o divertido, un comerciante honesto o deshonesto. No tiene derecho a exigir que se lo considere un artista. El arte es la forma más intensa de Individualismo que el mundo ha conocido. Me inclino a decir que es la única forma real de Individualismo que el mundo ha conocido. El crimen, que bajo ciertas condiciones puede parecer como creador de Individualismo, debe tomar conocimiento de otra gente y relacionarse con ella. Pertenece a la esfera de la acción. Pero el artista puede modelar una cosa hermosa; lo hace solo, sin tener en cuenta a sus vecinos y sin interferir con los demás; y si no hace su obra para su exclusivo placer, no es de ninguna manera un artista.
Y debe notarse que siendo el Arte esta forma intensa de Individualismo, el público trata de ejercer sobre él una autoridad que es tan inmoral como ridícula y tan corruptora como despreciable. No es toda su culpa. El público ha sido siempre, en todos los tiempos, mal educado. Constantemente se pide que el Arte sea popular para satisfacer su falta de gusto, para adular su absurda vanidad, para decirles lo que ya se les dijo antes, para mostrarles lo que debieran estar cansados de ver, para divertirlos cuando se sienten pesados después de haber comido demasiado, y para distraer sus pensamientos cuando están cansados de su propia estupidez. El Arte nunca debiera ser popular. Es el público quien debiera tratar de hacerse artístico. Existe entre esto una gran diferencia. Si a un hombre de ciencia se le dijese que los resultados de sus experiencias, y las conclusiones a las que llegare, no deben alterar los conocimientos populares sobre el tema, no deben molestar los prejuicios populares, o lastimar la sensibilidad de aquella gente que nada sabía sobre ciencia; si a un filósofo se le dijera que tiene todo el derecho de especular en las más altas esferas del pensamiento, siempre que llegue a las mismas conclusiones sostenidas por los que nunca pensaron en esfera alguna; bueno, actualmente al filósofo y al hombre de ciencia esto les haría mucha gracia. Sin embargo, hasta hace pocos años la filosofía y la ciencia estaban sometidas a un brutal control popular, en realidad, a la autoridad: autoridad, ya sea de la ignorancia general de la comunidad, o del terror y la avidez de poder de una clase eclesiástica o gubernamental. Por supuesto, nos hemos liberado en gran parte de cualquier tentativa de la comunidad, o de la Iglesia, o del Gobierno, de interferir con el individualismo del pensamiento especulativo, pero todavía subsiste el deseo de trabar el individualismo del arte imaginativo. En realidad, esta tentativa hace más que subsistir: es agresiva, ofensiva y brutalizadora.
En Inglaterra, las artes que han podido escapar más son aquellas por las que el público no muestra gran interés. La poesía es un ejemplo de lo que quiero decir. Hemos podido tener buena poesía en Inglaterra porque el público no la lee, y por lo tanto no la influye. Al público le gusta insultar a los poetas porque son individuales, pero una vez que los han insultado, los dejan en paz. En el caso de la novela y el teatro, artes por las cuales el público sí se interesa, el resultado del ejercicio de la autoridad popular ha sido absolutamente ridículo. Ningún país produce ficción tan mal escrita, trabajo tedioso y trivial en forma de novela, y piezas de teatro tan tontas y vulgares como en Inglaterra. Tiene necesariamente que ser así. El estándar popular es tal que ningún artista puede adaptarse a él. Es a la vez demasiado fácil y demasiado difícil ser un artista popular. Es demasiado fácil, porque los requisitos del público en materia de argumento, estilo, psicología, tratamiento de la vida y tratamiento de la literatura, están al alcance de la capacidad más elemental y la mente menos cultivada. Es demasiado difícil pues para llenar esos requisitos el artista debería violentar su temperamento, escribir no por el goce artístico que esto le brinda sino para el entretenimiento de gente semieducada, suprimir así su individualismo, olvidando su cultura, aniquilando su estilo, dejando de lado todo lo que es valioso en él. En el caso del teatro, la situación es algo mejor: el público que concurre al teatro gusta de lo obvio, es verdad, pero no le agrada lo tedioso; y la comedia burlesca y bufa, las dos formas más populares, son formas de carácter particular. Dentro de este género se pueden producir trabajos encantadores y en obras de este tipo se le concede al artista en Inglaterra gran libertad. Es al llegar a las formas más elevadas del drama cuando se ve el resultado del control popular. Lo que al público le disgusta es la novedad. Cualquier intento de ampliar el tema del arte resulta sumamente desagradable; y sin embargo, la vitalidad y el progreso del arte dependen en gran medida de su continua expansión. A la gente no le agrada la novedad porque le teme. Representa para ellos una forma de Individualismo, una demostración del artista de que es él quien elige su tema, y lo trata como le gusta. El público tiene perfecta razón en su actitud. Arte es Individualismo y el Individualismo es una fuerza perturbadora y desintegradora. Ese es su inmenso valor. Porque lo que trata de perturbar es la monotonía del género, la esclavitud de la costumbre, la tiranía del hábito, y la reducción del hombre al nivel de una máquina. En el Arte, el público acepta lo que se ha hecho ya, no porque lo aprecie sino porque no lo puede alterar. Tragan a sus clásicos, pero nunca los saborean. Los toleran como algo inevitable, y como no los pueden desfigurar, los proclaman. Es raro, o quizás no, de acuerdo a los puntos de vista que se tengan, pero esta aceptación de los clásicos hace mucho daño. La admiración sin crítica de la Biblia, o de Shakespeare en Inglaterra, es un ejemplo de lo que quiero decir. Con respecto a la Biblia, entra a incidir sobre este tema la autoridad eclesiástica, de manera que no me explayaré sobre el mismo.
Pero en el caso de Shakespeare, es bien obvio que el público realmente no percibe ni las bellezas ni los defectos de sus obras. Si vieran las bellezas, no objetarían el desarrollo del drama; y si vieran los defectos, tampoco objetarían el desarrollo del drama2. Lo que sucede es que el público utiliza los clásicos de un país como medio de controlar los progresos del Arte. Degradan a los clásicos al convertirlos en autoridades. Los utilizan como garrotes para evitar la libre expresión de la Belleza en nuevas formas. Preguntan siempre al escritor por qué no escribe como otros, o a un pintor, por qué no pinta como otros, sin darse cuenta de que si alguno de ellos hiciera algo así dejaría de ser artista. Cualquier forma fresca de Belleza les resulta desagradable y cuando aparece se enojan y extrañan tanto, que utilizan siempre dos estúpidas expresiones: una es que la obra de arte es absolutamente incomprensible; la otra, que la obra de arte es absolutamente inmoral. Lo que quieren decir con estas palabras a mi parecer es lo siguiente: cuando dicen que una obra es absolutamente incomprensible, quieren decir que el artista ha dicho o hecho una cosa hermosa que es nueva; cuando describen una obra como absolutamente inmoral, quieren decir que el artista ha dicho o hecho una cosa hermosa que es verdadera. La primera expresión hace referencia al estilo; la segunda al tema. Pero, probablemente, usan palabras en forma vaga. Así como una muchedumbre utilizaría adoquines para apedrear. No existe un solo poeta auténtico, o escritor en prosa de este siglo, por ejemplo, a quienes el público inglés no haya solemnemente conferido diplomas de inmoralidad y estos diplomas, entre nosotros, prácticamente ocupan el lugar de lo que en Francia es el formal reconocimiento de una Academia de Letras y, afortunadamente, hacen que el establecimiento de una institución tal, sea completamente innecesario en Inglaterra. Por supuesto, el público utiliza esta palabra en forma temeraria. Podía esperarse que llamaran a Wordsworth un poeta inmoral. Wordsworth era un poeta. Pero que hayan llamado a Charles Kingsley novelista inmoral, es extraordinario. La prosa de Kingsley no era de muy buena calidad. Sin embargo, he ahí la palabra, y la utilizan en la mejor forma posible. Por supuesto, un artista no se altera por ello. El verdadero artista es el hombre que cree absolutamente en sí mismo, porque es absolutamente él mismo. Pero puedo imaginar que si un artista produjese en Inglaterra una obra de arte que inmediatamente de aparecer fuese reconocida por el público, a través de su medio que es la prensa pública, como trabajo inteligible y muy moral, empezaría seriamente a dudar si en su creación se habría mostrado realmente él mismo, y por lo tanto, si el trabajo fuera digno de él, o era de segundo orden, y no tenía ningún valor artístico.
Quizás me haya equivocado frente al público al limitarlo al empleo de palabras tales como inmoral, exótico, inteligible y malsano. Hay una palabra que utilizan y que es morboso. No la utilizan con frecuencia. El significado de la palabra es tan simple que tienen miedo de usarla. Sin embargo, a veces la emplean, y ocasionalmente uno se cruza con ella en los periódicos populares. Es por supuesto una palabra ridícula para usar con referencia a una obra de arte, pues ¿qué es lo morboso sino un estado de emoción o una forma de pensamiento que uno no puede expresar? El público es totalmente morboso, porque el público nunca puede encontrar expresión para nada. El artista nunca es morboso. Expresa todo. Está fuera de su tema y a través de una forma de expresión produce efectos incomparables y artísticos. Llamar a un artista morboso porque utiliza como tema la morbosidad es tan tonto como llamar a Shakespeare loco porque escribió El Rey Lear.
Finalmente, un artista en Inglaterra se beneficia cuando se le ataca. Se hace completamente él mismo. Por supuesto, los ataques son muy burdos, muy impertinentes y muy despreciables. De todas maneras, ningún artista espera gracia de la mente vulgar, o estilo en el intelecto suburbano. La vulgaridad y la estupidez son dos hechos muy vividos en la vida moderna. Naturalmente, uno los lamenta, pero allí están. Son temas de estudio, como todo lo demás. Y es justo declarar, con respecto a los modernos periodistas, que siempre se disculpan ante uno en privado por lo que han escrito contra uno en la prensa.
En los últimos años se han agregado otros dos adjetivos al muy limitado vocabulario de abuso del arte que está a disposición del público. Uno es la palabra malsano ; el otro, la palabra exótico. Esta última simplemente expresa la rabia del hongo efímero frente a la inmortal, fascinante y exquisitamente encantadora orquídea. Es un tributo, pero un tributo sin importancia. La palabra malsano admite, sin embargo, un análisis. Es una palabra bastante interesante. En realidad es tan interesante que la gente que la usa no sabe lo que significa.
¿Qué significa, a qué se llama una obra de arte saludable, y a qué una obra de arte malsana? Todos los términos que se aplican a una obra de arte, siempre que se los aplique racionalmente hacen referencia a su estilo, a su tema, o a ambos. Desde el punto de vista del estilo, una obra de arte sana es aquella cuyo estilo aprecia la belleza del material que emplea, ya sea éste palabras o bronce, color o marfil, y emplea esta belleza para producir el efecto estético. Desde el punto de vista del tema, una obra de arte sana es aquella en la que la elección del tema está condicionada por el temperamento del artista y surge directamente de él. En fin, una obra de arte sana es aquella que tiene perfección y personalidad. Por supuesto, la forma y la substancia no pueden separarse en una obra de arte; forman una unidad. Pero con fines de análisis y dejando de lado por un momento la unidad de la impresión estética, intelectualmente podemos separarlas. Una obra de arte malsana, por otra parte, es una obra cuyo estilo es obvio, anticuado y común, y cuyo tema es elegido deliberadamente, no porque el artista encuentre placer en él, sino porque cree que el público se lo pagará. En realidad, la novela popular que el público llama sana es siempre un trabajo malsano, y lo que el público llama novela malsana es siempre una hermosa y saludable obra de arte.
De ninguna manera quiero decir que me estoy quejando de que el público y la prensa pública utilice mal estas palabras. No sabría cómo, con su falta de comprensión de lo que es Arte, pudieran utilizarlas en el sentido adecuado. Simplemente señalo su mal empleo; y en cuanto al origen de ese mal empleo y el significado que se esconde detrás de todo eso, la explicación es muy simple. Proviene de la bárbara concepción de autoridad. Proviene de la incapacidad natural de una comunidad corrompida por la autoridad, para comprender y apreciar el Individualismo. En una palabra, proviene de algo monstruoso e ignorante que se llama Opinión Pública, la cual, bien o mal intencionada como es cuando trata de controlar la acción, se hace infame y baja cuando trata de controlar el Pensamiento o el Arte.
En realidad, hay mucho más para decir a favor de la fuerza física del público que a favor de la Opinión Pública. La primera puede ser buena. La segunda es tonta. Con frecuencia se dice que la fuerza no es argumento. Eso sin embargo depende enteramente de lo que uno quiera probar. Muchos de los más importantes problemas de los últimos siglos, tales como la continuación del gobierno personal en Inglaterra o del Feudalismo en Francia, fueron enteramente resultado de la fuerza física. La misma violencia de una revolución puede hacer, por un momento, grande y espléndido al público. Fue un día fatal aquel en que el público descubrió que la pluma es más poderosa que el adoquín y puede hacerse tan ofensiva como un ladrillo. De inmediato buscaron al periodista, lo encontraron, lo desarrollaron e hicieron de él un industrioso y bien pagado sirviente. Es muy lamentable, para ambas partes. Detrás de la barricada puede haber mucha nobleza y heroísmo. Pero, ¿qué hay detrás del artículo de fondo sino prejuicio, estupidez, hipocresía y disparate? y cuando estos cuatro se unen constituyen una fuerza terrible y se transforman en la nueva autoridad.
Antiguamente existía la tortura. Ahora tienen la prensa. Ciertamente esto constituye un adelanto. Pero todavía el medio es malo, equivocado y desmoralizador. Alguien -¿fue Burke?- llamó al Periodismo el cuarto estado. Eso sin duda era cierto en ese momento. Pero en el presente es el único estado. Se ha comido a los otros tres. Los Señores Temporales no dicen nada, los Señores Espirituales no tienen nada que decir; y la Casa de los Comunes no tiene nada que decir y lo dice. Estamos dominados por el Periodismo. En Norteamérica, el Presidente reina por cuatro años, y el Periodismo gobierna por siempre jamás. Por suerte, en Norteamérica el Periodismo ha llevado su autoridad a los extremos más burdos y brutales y como consecuencia natural, ha comenzado a crear un espíritu de rebelión. A la gente le divierte, o le disgusta, de acuerdo a su temperamento. Pero ya no es más la fuerza que era. No se la considera seriamente. El Periodismo en Inglaterra, exceptuando algunos pocos ejemplos conocidos, como no ha sido llevado a tales extremos de brutalidad, es todavía un gran factor, un poder realmente importante. Considero verdaderamente extraordinaria la tiranía que se propone ejercer sobre las vidas privadas de la gente. El hecho es que el público tiene una curiosidad insaciable por conocer todo, excepto aquello que vale la pena conocer. El Periodismo, consciente de esto y con sus hábitos comerciales, satisface sus demandas. En siglos anteriores al nuestro, el público clavaba a los periodistas por las orejas en la picota. Eso era terrible. En este siglo, los periodistas han clavado sus propias orejas en los agujeros de la cerradura. Eso es aun peor. Y lo que agrava esta desgracia es que los periodistas más culpables no son los periodistas divertidos que escriben para los llamados periódicos de sociedad. El daño lo hacen los periodistas serios, reflexivos, sinceros, quienes solemnemente, como lo están haciendo actualmente, mostrarán ante los ojos del público algún incidente de la vida privada de un gran estadista, de algún líder del pensamiento político, ya que se trata de un creador de fuerza política, e invitan al público a discutir el incidente, a ejercer su autoridad sobre el asunto, dar su punto de vista, y no solamente dar su punto de vista sino también llevarlo a la acción, imponiendo sus ideas sobre otros puntos al hombre, a su partido, al país; en otras palabras, se hacen ridículos, ofensivos y dañinos. Las vidas privadas de los hombres y las mujeres no debieran contarse en público. El público no tiene absolutamente nada que ver con ellos.
En Francia las cosas se arreglan mejor. No se permite que los detalles de los juicios por divorcio se publiquen para la diversión o la crítica del público. Todo lo que el público puede conocer es que se ha llevado a cabo un divorcio y que fue concedido a pedido de una, u otra, o ambas partes. En Francia, en realidad, se limita al periodista y se permite al artista casi perfecta libertad. Aquí otorgamos absoluta libertad al periodista y limitamos enteramente al artista. La opinión pública inglesa trata de constreñir y obstaculizar al hombre que hace cosas que son hermosas y obliga al periodista a detallar cosas que son feas, desagradables o asqueantes, de modo que tenemos los más serios periodistas del mundo y los periódicos más indecentes. No es exagerado hablar de compulsión. Posiblemente existan periodistas que encuentran placer en publicar cosas horribles, o quienes, siendo pobres, buscan escándalos como fuente permanente de ingresos. Pero existen otros periodistas, estoy seguro, hombres de educación y cultivados, a quienes realmente disgusta publicar estas cosas, que saben que está incorrecto hacerlo, y solamente lo hacen porque las condiciones malsanas en que ejercen su profesión les obligan a dar al público lo que el público demanda, y competir con otros periodistas significa proporcionar este material en la forma más completa y satisfactoria posible, para satisfacer el burdo apetito popular. Es una posición muy degradante para cualquier persona educada, y no me cabe duda que la mayoría de ellos lo siente intensamente.