Capítulo 9
Ethan guiaba el caballo al paso con Linette a horcajadas recostada en su pecho. Cuando llegaron a tierras de los Gallagher trató de incorporarse y él se lo impidió con suavidad.
—No hemos llegado.
—¿Adónde vamos?
—A un sitio que conoce muy poca gente.
Creyó que racionándole la información despertaría su curiosidad y así saldría del mutismo que arrastraba desde hacía más de media hora.
Linette se limitó a reclinarse de nuevo sosteniendo la cesta con ambos brazos. Al adentrarse en el pequeño bosque que se veía desde el rancho, Linette pensó que la llevaba allí, pero aquella zona la conocía bastante gente.
—Debimos parar en casa a coger mis botas —comentó.
—No te harán falta, iremos con cuidado. Y si no puedes andar, te cargaré al hombro.
Aquello por fin la hizo sonreír.
—Peso mucho.
—Pesas menos que una ardilla —murmuró él besándola en el cuello.
Ethan se relajó al ver que se encontraba a gusto. Desde el incidente de la fiesta no había hecho más que preocuparse por ella.
Cruzaron el bosquecillo casi hasta la mitad y, en un punto donde el camino se bifurcaba, tomaron una dirección desconocida para Linette.
—¿Es un sitio secreto?
—Secreto no, porque pertenece al rancho y lo conocemos todos los que hemos vivido aquí. Pero no sube casi nadie. Es un sitio especial.
Conforme iban dejando atrás la espesura, se adentraron en un claro tapizado de hierba y él mandó parar al caballo. Linette estaba fascinada por las distintas tonalidades de verde que tenía a su alrededor. Había una humedad mucho mayor que abajo en los prados y creyó oír el murmullo del agua. Pese a montar delante, bajó todo lo rápido que pudo y le dirigió una mirada interrogante a Ethan.
—Es aquí.
—¿Por qué no me habías traído nunca? Es precioso —le reprochó sin creer lo que veía.
—Porque nunca he traído a nadie, excepto a Matt. También venía con mi padre, pero era él quien me traía a mí. Y, cuando era pequeño, a veces en verano subíamos toda la familia.
Linette se sintió muy honrada de que la hubiese llevado a un lugar que sólo había compartido con personas tan especiales para él.
—Se oye agua —comentó ella.
—Ahora verás —dijo mientras desmontaba.
Ató al caballo a una rama a la sombra y le tendió la mano. Linette tomó la cesta, se aferró a él y lo siguió en silencio. Se habían alejado apenas un trecho cuando, al girar una curva, apareció ante sus ojos lo más hermoso que recordaba desde que llegó a Indian Creek. A su izquierda, lo que parecía un torrente se arremolinaba formando espuma, y discurría prosiguiendo la pendiente hasta llegar a un par de escalones de piedra a modo de pequeñas cascadas que caían en un remanso. Allí el agua parecía perder su fuerza y se aquietaba para continuar corriente abajo. Con el día tan claro, el arroyo reflejaba los rayos del sol como un espejo y en los márgenes salpicados de lirios de agua, donde las ramas de los pinos proyectaban su sombra, la transparencia era tal que permitía ver el fondo de arena y guijarros. Linette se abrazó a Ethan y hundió la cara en su pecho. No lloró pero sacudía los hombros por la emoción. Aquel contacto con la naturaleza era lo más parecido a su vida como lakota que tenía en los últimos ocho años.
—Le llamamos la cascada —le explicó acariciándole la cabeza—. En realidad no es más que un escalón. Llamarle cascada a esto es una tontería, pero siempre lo hemos conocido por ese nombre.
Linette, entre sus brazos, se recreó en la vista y los sonidos que la envolvían. Comprendió que debió de ser allí donde fue a mitigar su dolor el día que murió su padre y se sintió dichosa al ver que requería su compañía en aquel lugar.
—¿Te gusta? —Ella asintió—. Espérame aquí, he pensado que es mejor que traiga al caballo para que beba.
Linette se sentó bajo los árboles donde la hierba era más mullida. Merecía la pena el disgusto por la tarta si el premio consistía en disfrutar de aquello.
Ethan anudó las riendas a una rama baja de modo que el animal llegara al agua con holgura. Cuando él se acomodaba en el suelo, ella se puso en pie.
—¿Adónde vas? —preguntó alzando un poco la cabeza—. ¿Ya tienes hambre?
—No es eso, necesito hacer una cosa —le explicó empezando a desabotonarse el vestido.
—Linette, no es necesario —quiso frenarla.
No quería que pensase que la había llevado allí para hacerle el amor.
—Necesito quitarme el corsé, con él estoy incómoda en el suelo.
Ethan se sintió como un idiota por haber sacado una conclusión equivocada y se tumbó con el sombrero sobre la cara. Una vez notó que se acomodaba a su lado, levantó el sombrero. El vestido descansaba a un lado con el corsé encima.
—Mucho mejor así, ¿verdad? —aseguró Ethan.
Desde luego él así lo creía, solo cubierta por la enagua y la liviana camisa estaba muchísimo mejor. Levantó el corsé con una mano estudiando aquel extraño mecanismo. Linette se lo arrebató de un zarpazo y lo escondió debajo del vestido.
—Cuando tengas hambre me lo dices —comentó divertido.
A Ethan aún le costaba entender su curioso concepto del decoro. No le incomodaba la desnudez, en cambio se mostraba pudorosa si él observaba su corsé.
—Antes necesito hacer otra cosa más —añadió Linette.
Él la observaba apoyado sobre un codo. No sin dificultad, consiguió quitarse los zapatos al no disponer del abotonador. Se deshizo en un momento de las ligas y las medias. Cuando estuvo descalza se dirigió al agua con las enaguas arremangadas.
—¿Es muy profundo?
—Te cubrirá más o menos lo mismo que te cubre la camisa —calculó—. ¿Piensas bañarte?
—Solo mojarme los pies.
Siguió contemplándola mientras se adentraba con cuidado en el agua y le encantó ver que cerraba los ojos con una sonrisa de felicidad. Al poco, volvió estudiando con cuidado dónde pisaba para no lastimarse los pies y se sentó de nuevo a su lado. Él se arrimó despacio y jugó con un mechón rebelde que caía parejo a su mejilla. Se inclinó y la besó con dulzura.
Pero Linette respondió con frialdad.
—¿Qué pasa?
—¿Con ella también era así?
El disgusto era demasiado reciente y despertó antiguos fantasmas. Ethan cerró los ojos tratando de mantener la calma.
—No, con ella todo fue superficial. ¡Todo! Y aquel día no fui yo quién la buscó, fue ella la que me buscó a mí.
—Entonces, ¿por qué te dio una bofetada? —replicó, si él estaba dolido, ella también lo estaba.
—Porque en aquel momento dije tu nombre.
Linette creyó morir de felicidad. Se aferró a él y hundió la frente en su hombro.
—Será mejor que volvamos —dijo Ethan con sequedad.
Se puso en pie y ella lo secundó. Aceptó que la ternura y la intimidad se habían acabado, pero antes tendría que escucharla.
—Siempre sospeché algo así, pero necesitaba oírlo de tu boca, eso es todo. Ella me retó asegurando que podía conseguirte en cualquier momento y yo te odié al creerte un juguete en sus manos.
—Ahora soy yo el que exige explicaciones. Si sospechabas que todo lo había urdido ella, ¿por qué te lanzaste contra mí como una fiera? —se revolvió con tono bajo.
—¡¿No has oído hablar de los celos?! —le gritó.
Aquello hizo cambiar de pronto el humor de Ethan, que volvió a sentarse en la hierba y tiró de ella para que lo hiciese a su lado.
—Si hay celos, significa que hay algún tipo de sentimiento —dijo mirándola a los ojos.
Ethan la tumbó. Al principio se mostró agitada pero su mirada bastó para apaciguarla y él se recreó en ello, consciente de su poder.
—No puedo compartirte, Ethan —confesó en voz baja—. Tus besos, los quiero todos para mí.
Su confesión lo llenó de orgullo, se acercó a su boca y la tomó con pasión. Esta vez Linette le respondió con idéntica entrega. La besó durante largo rato, y ella disfrutó de él acariciando su cuerpo con osadía. Ethan le abrió la camisa y tomó por primera vez su pecho desnudo. Bajó la cabeza para besarla en el cuello, lo saboreó con pequeños mordiscos que la hicieron temblar. Le acarició el pecho con la mano abierta, jugando a excitarla. Sin dejar de besarla, tomó el otro pecho rozando su endurecido pezón con la palma. Volvió a su boca y ella le hundió los dedos en su pelo; no quería que acabase y lo retuvo para gozar con la delicia que le ofrecía.
Ethan se separó poco a poco y, en contra de su deseo, se obligó a acabar con el juego.
—Tenemos que parar —jadeó.
Se tumbó boca arriba y quedaron uno junto a otro en la misma postura. Durante un rato permanecieron en silencio.
Linette se sentía frustrada. Durante las últimas noches se limitaba a besarla y abrazarla con delicadeza. Si continuaba tratándola con tanta caballerosidad, iba a acabar gritando como una poseída.
Se giró boca abajo y se irguió apoyándose en los antebrazos. Él ladeó la cabeza para mirarla y le guiñó un ojo, con lo que arrancó una sonrisa de Linette.
—Es la primera vez que haces eso.
—Es la primera vez de muchas cosas, pero habrá más —aseguró—. Ahora no tenemos tiempo.
Ethan quería disponer de todo el tiempo del mundo para iniciarla en cada nueva forma de placer y hacerla gozar hasta el éxtasis. Y ése no era el mejor momento.
Linette recordó el asco y la rabia de verse sometida bajo el cuerpo de McNabb, así como el repugnante contacto de su aliento aguardentoso.
—Esto es algo más que lujuria... Supongo que los hombres no creéis en ese tipo de emociones y solo lo consideráis una satisfacción física —comentó bajando la vista.
—No me juzgues por lo que te hizo aquel miserable. Si sólo se tratase de ese tipo de satisfacción, no tendría tanta paciencia. Me bastaría con acercarme a Kiowa. Tú has vivido allí y debes de saber que hay sitios para eso —replicó mordaz.
Ella se quedó mirándolo fijamente, pero su mirada se fue transformando en ira tal como se le fueron entornando los ojos. La idea de imaginarlo con otras mujeres la hacía bullir de celos. Ethan adivinó su pensamiento, asombrado ante la capacidad para comunicarse sin palabras que estaban adquiriendo día a día.
—La respuesta a lo que estás pensando es «sí». —Ella giró la cabeza—. ¿Qué esperabas? Tengo veintinueve años y no he sido un monje. Te aseguro que lo mejor es que uno de los dos tenga cierta experiencia y, como comprenderás, prefiero ser yo el que la tenga.
—Si mi comportamiento fuera el de una dama, como Cordelia se esforzó en enseñarme, te abofetearía por ese comentario tan arrogante —murmuró atravesándolo con la mirada.
—Si fueses una de esas damiselas altivas y remilgadas, el día que te conocí habría salido corriendo.
Aquel comentario divirtió a Linette. Disipada la tensión, Ethan la atrajo dispuesto a no remover más el asunto.
—Desde hace un mes y dieciocho días, solo tengo ojos para una mujer.
—¿Crees en la fidelidad? —le preguntó con los ojos fijos en los de él.
—Creo que nadie va a buscar oro a California si tiene un tesoro en su casa.
Su mirada fue tan sincera que a Linette se le formó un nudo en la garganta, pero quería aprovechar el momento en que él había decidido abrirle su corazón.
—¿Qué harías si pudieses retroceder al 21 de junio?
—Ese es tu problema, Linette, miras demasiado hacia atrás —le reprochó recorriendo el óvalo de su cara con un dedo—. He perdido un tiempo precioso compadeciéndome de mí mismo. Pero ¿cómo voy a mirar hacia el futuro si tú te empeñas en lo contrario?
—Respóndeme, por favor. Para mí es importante.
—Pondría todos mis esfuerzos en seducir a la única mujer que me interesa, en conquistarla para mí y luego le pediría que fuese mi esposa —confesó mientras le acariciaba el pelo—. Me ganaría su confianza y, sobre todo, intentaría comprenderla.
—Ella te diría que sí sin dudarlo —interrumpió con la voz entrecortada.
—No podemos volver atrás, pero tengo toda una vida para convencerte de que soy digno de ti.
—En mi presencia nadie habla mal de ti —le advirtió con seriedad—. Ni a ti te lo consiento.
La besó con tanta ternura que a Linette se le llenaron los ojos de lágrimas. Él notó que ambos rondaban el precipicio del derrumbe emocional y lo que más deseaba era verla feliz. Le acarició la cintura provocándole cosquillas que la hicieron reír y, cuando lo miró con la felicidad reflejada en los ojos, supo cuánto necesitaba mirarse en ellos.
—¿Hazme un favor, quieres? —le pidió suplicante—. Cambia de postura.
Linette se miró el escote, tal como estaba tumbada, la camisa se le abría mostrando los senos casi por entero. Lo miró y comprobó que él no apartaba la vista.
—Si sigues enseñándome eso —entrecerró los ojos y le tomó la mano para que palpase su erección—, esto de aquí no va a disminuir nunca.
Abrió mucho los ojos impactada, más por el tamaño que aquello podía llegar a adquirir que por el atrevimiento de él. Pero se acercó a su boca y lo besó con una seducción muy lenta. Ethan supuso que apartaría la mano como si quemase, por lo que se quedó turbado al sentir cómo lo acariciaba por encima del pantalón.
Linette se separó de él con una sonrisa satisfecha.
—¿Te apetece comer? —preguntó pensando en la cesta de la comida.
La atrapó por la nuca y la besó con ardor. Linette habría deseado prolongar aquellas caricias, pero al ver que él no pensaba seguir, decidió cambiar de postura.
—No me has contestado. ¿Quieres que comamos?
—Que comamos... Tú no sabes lo lasciva que resultas con esa inocencia. —La miró con avidez.
—No te entiendo.
—Ya te enseñaré, pero poco a poco. Una cosa detrás de otra —añadió sutil.
—Voy a por la cesta —dijo poniéndose en pie.
Ethan se sentó apoyando la espalda en un árbol. Linette acarició al caballo en el cuello y volvió con la comida en la mano. Se sentó a su lado con las piernas cruzadas y destapó la cesta, curiosa por ver qué les habría preparado Emma. Tomó un muslo de pollo y le indicó a Ethan con la mano que escogiese a su gusto. Él tomó un emparedado que comió en silencio hasta darle fin.
—Estás muy guapa con ese vestido... ¿o debo decir tu pareja de baile? —comentó burlón.
—No te burles, cada día lo hago mejor. Y, en cuanto al vestido, no se para qué tanto esfuerzo.
—¿Cómo que para qué? Para que te vea yo.
—Las mujeres no lucimos la ropa para los hombres, lo hacemos para despertar la envidia de otras mujeres —sentenció convencida.
—¿Quién te ha dicho eso?
—Emma.
—Vaya con mi hermana. ¿Te ha enseñado más cosas? —preguntó suspicaz, pero de pronto se arrepintió—. Deja, no me lo cuentes, no quiero saber nada. No me hago a la idea de mi hermana y Matt liados en ese tipo de asuntos.
Ella se echo a reír pero al ver su cara decidió no continuar. Ese tipo de reacciones en él la divertían, como su extraña renuencia a mostrarse con lentes.
Una vez satisfechos, Linette se levantó para volver al agua. Mientras se lavaba las manos en la orilla, lo oyó acercarse a su espalda.
—Ni te atrevas —le advirtió sin girarse.
Ethan la alzó por la cintura y, sin darle tiempo a reaccionar, la giró para tenerla de frente. Vio en sus ojos una mezcla entre sorpresa y deseo.
—Pensabas que iba a lanzarte al agua. ¿No confías en mí? —preguntó acariciándola con la mirada.
—Más de lo que crees.
A Ethan le gustó aquella respuesta. La tomó de la mano y la hizo seguirle.
—Quiero enseñarte una cosa.
La llevó por la orilla cuajada de cañas de abrojo y rodearon el remanso hacia la derecha. Ethan paró un poco más adelante.
—¿Sabes qué es?
— Mninatakapi —sonrió por lo evidente del enigma—, una presa de castores.
—A veces olvido dónde te criaste. Debiste contármelo todo, me hubiese ayudado a entenderte mejor.
—Lo sé, pero durante ocho años me obligaron a ocultarlo. Pensé que me rechazarías.
—Entre ellos, ¿alguna vez te sentiste rechazada?
—Jamás. Tú no conociste a mi padre. Era respetado por todos y él nunca lo hubiese permitido.
—¿Era jefe?
—No, los jefes lakotas suelen ser hombres jóvenes. Pero fue un gran guerrero.
—Gracias a ese gran guerrero yo tengo una hermosa mujer de pelo amarillo.
Linette sonrió al ver que él no lo había olvidado.
Continuaron hasta donde el río ganaba en anchura y a su vez perdía profundidad. A partir de allí, el agua discurría paralela al bosque, continuando su curso a través de las propiedades de los Gallagher. Aquel riachuelo constituía, junto a la calidad de los pastos, de las cualidades que hacían de aquellas tierras unas de las más fértiles y ricas de todo Colorado.
Ethan se detuvo y le rodeo los hombros. Ante ellos se extendían hasta donde la vista alcanzaba, como un inmenso tapiz de distintas tonalidades de verde y ocre, las tierras que constituían el rancho Gallagher.
—Esto que ves ante ti es todo lo que tengo: no conozco otro mar. —Contempló la inmensidad de sus tierras—. Este es mi océano, Linette.
—Eres un hombre afortunado —reconoció Linette extasiada ante aquella belleza—. Tienes un sitio al que perteneces y un motivo por qué luchar, como Ahab.
Ethan sonrió por la comparación y la estrechó aún más.
—Es un continuo desafío. Hemos pasado inviernos durísimos que mermaron la cabaña de reses y sequías que nos llevaron al borde del desastre.
—Y los has superado con tesón, tienes que sentirte orgulloso —replicó con admiración.
—Esa dedicación sin límite constituye mi fracaso. He defraudado las esperanzas que puso mi padre en mí para continuar su trabajo. Solo soy un hombre con miles de acres. A mi edad, debería haber formado ya una familia a la que legar tantos años de esfuerzos y ni si quiera he conseguido la suficiente prosperidad para devolver a este rancho su esplendor original.
—Nadie espera de ti que seas mejor que tu hermano Sean. —Él giró el rostro—. Ethan, la gente te quiere por ser quien eres. Lucha por tu sueño, no por el sueño de otros. Tu padre así lo habría querido.
—No sabes lo difícil que resulta comprobar que todos tus desvelos pertenecen a estas tierras. Algunas veces he pensado en abandonar, pero se que no podría hacerlo y ahora menos que nunca. —La apretó más a él.
—Si te fuese concedido un deseo, ¿qué pedirías? —Trató de levantarle el ánimo.
—Pediría ver este rancho tan productivo como siempre debió ser. Y tú, ¿qué pedirías?
—Volver a ver a mis padres.
—Me refiero a un deseo que se pueda cumplir —dijo mirándola con ternura.
—Entonces, mi deseo ya se ha cumplido. Tú eres mi familia y mi hogar está donde tú estés —contestó sin dejar de mirar al frente a la vez que se abrazaba a su cintura.
Ethan no fue capaz responder. Se le formó un nudo en la garganta al advertir con qué poco se conformaba aquella mujer que tenía a su lado. Durante años, le había cegado el propósito de tener el rancho más rico y la mujer más admirada; y, sin buscarla, se había cruzado en su vida una persona tan desinteresada que para ser feliz solo necesitaba permanecer aferrada a su costado. Cuando por fin pudo hablar, la tomó por los hombros y la miró de frente.
—Quiero que sepas una cosa —se sinceró en tono íntimo—. Harriet Keller me rechazó una vez y le estaré agradecido por ello mientras viva.
Linette se acercó a sus labios y durante largo rato permanecieron fundidos en un beso. Poco a poco, fue ella la que deshizo el abrazo y entrelazó su mano con la suya. Comprobando a cada paso donde pisaba, volvieron hasta el remanso. Una vez allí, sin necesidad de hablar, supieron que era hora de volver a casa. Ethan tomó al caballo de las riendas mientras Linette terminó de vestirse y se colgó la cesta del brazo. Antes de marchar, le dedicó una última mirada a aquel paraje intentando retener toda su belleza.
—La próxima vez vendremos a pie, antes siempre lo hacía así —comentó Ethan calándose el sombrero.
—Como quieras. No sé por qué hemos venido a caballo.
—Por tus zapatos —le explicó—. ¿Te has vuelto a poner el corsé?
—Pues claro que me lo he puesto —replicó indignada—. No esperarás que ande por ahí arriesgándome a que alguien me vea con el corsé en la mano.
Él se limitó a reír por lo bajo, dado que de camino a casa era casi imposible que se cruzasen con nadie. La tomó por la cintura para ayudarla a montar, pero antes de que la elevara, Linette se agarró a sus hombros y se lo impidió.
—Me gusta como eres, Ethan. —Él la miró intrigado—. Hasta ahora conocía al hombre arrogante, autoritario, peligroso cuando se enfada, rudo, mordaz, serio, reservado...
—¿Tengo que darte las gracias? —interrumpió con asombro.
—Y ahora sé que ese hombre que me gusta tanto, además es divertido, irónico, tierno, caballeroso, sensual e incluso a veces se atreve a abrir la puerta de sus sentimientos.
Ethan no pudo sostenerle la mirada, Linette no albergaba ningún rencor hacia él.
—Hubo otras —musitó pegándola a él—, pero te aseguro que ninguna mujer que haya conocido puede compararse contigo. Fui muy afortunado al encontrarte.
—Entonces yo he tenido más suerte que tú —le acarició la mejilla—, porque conseguí al mejor hombre al primer intento.
Conmovido, cerró los ojos y, tomándole la mano, le besó la palma justo en la cicatriz. Para Linette aquel gesto tuvo más valor que cualquier palabra.
A la vuelta de la cascada, Ethan tuvo que ocuparse de las tareas más imprescindibles, ya que en un rancho no existían los días festivos.
Cuando acabó de revisar el estado de un tramo del vallado, volvió al pueblo. No pensaba hacerlo antes del baile, pero necesitaba comprar soga nueva y prefirió hacerlo en ese momento que dejarlo para el día siguiente.
Se encontraba atando el rollo de soga al cuerno de la silla cuando una voz le hizo girar la cabeza.
—Señor Gallagher, no pensaba verlo por aquí —le saludó la viuda Keller.
—Señora —correspondió sin mucho entusiasmo tocándose el ala del sombrero.
—En realidad, su esposa no debió tomarse la molestia de acercarse hasta mi casa. Habida cuenta que usted tenía asuntos que resolver en el pueblo, podría haberse evitado un viaje.
Por el tono dedujo que aquella mujer intentaba decirle algo. Aquello le irritó porque no era hombre dado a andarse con rodeos y odiaba ese tipo de conversación.
—No es tan grande la distancia —añadió evitando darle pie a seguir.
—Pero seguro que en su casa, tratándose de un rancho, debe de estar muy ocupada. Me sorprendió bastante su visita, porque saldar la cuenta antes de la venta de ganado no es la costumbre.
Ethan recibió el mensaje con toda claridad, y si la viuda Keller esperaba que mostrase sorpresa por ello, estaba muy equivocada. Él no contestó, se limitó a mirarla inexpresivo y siguió con lo que estaba haciendo.
—En fin, no hace falta que le diga que en mi casa, como el resto de rancheros y granjeros, tiene las puertas abiertas y que con toda tranquilidad puede comprar a cuenta. Así ha sido siempre y así pienso seguir llevando mi negocio. Que tenga usted un buen día, señor Gallagher.
Ethan la saludó con un movimiento de cabeza y montó con calma. Notó cómo toda la sangre del cuerpo corría con velocidad agolpándose en su cabeza y luego retrocedía iniciando un veloz descenso para volver a subir. Aquella mujer había cumplido con su cometido, le había informado de que su dócil esposa había saldado la cuenta en la tienda a sus espaldas. Espoleó apenas al caballo para que iniciase la marcha y se alejó despacio. Una vez se encontró lo suficiente lejos de las últimas casas, clavó espuelas con fuerza levantando un remolino de polvo.
El camino le pareció más corto que nunca. Subió la ladera tan rápido que apenas noto el desnivel y a las puertas de casa tiró de las riendas con tanta fuerza que el caballo levantó las patas. De un salto, puso los pies en el suelo y se quedó clavado tratando de mantener la calma. Sin perder tiempo en amarrar al animal, en dos zancadas se presentó en el porche de casa.
Linette se preparó para el chaparrón. Pensaba haberle informado durante la cena, no esperaba que se enterase tan pronto. A fin de cuentas, suponía que no iba a reaccionar con alegría, de manera que siguió con lo que estaba haciendo volviendo apenas la cabeza cuando advirtió su presencia.
—La cena no tardará nada —comentó en un tono de lo más habitual.
—Quiero que me expliques cómo has cancelado la cuenta en la tienda. —Utilizó un tono bajo y amenazador.
—Pensaba contártelo mientras cenamos, así que por favor ve a lavarte las manos y en cuanto te sientes te daré una explicación.
—He dicho ahora —recalcó masticando cada palabra.
Linette se giró con mucha calma y le sostuvo la mirada con toda tranquilidad.
—¿Has ido a la tienda? ¿Te ha informado Harriet? ¡Qué detalle por su parte! Pero la próxima vez que la veas le dices que se meta en sus asuntos porque, para informar a mi esposo de lo que hago o dejo de hacer, me basto yo misma —replicó sin alzar la voz.
—No sigas por ahí. Ha sido su madre. Con Harriet no tengo nada qué hablar así que olvídate de ella de una maldita vez —respondió con una mirada fiera de advertencia.
Linette se sintió miserable por atacarle por ese flanco. Se habían prometido que el tema estaba cerrado.
—Siéntate, por favor, ¿o seguimos hablando de pie? Como prefieras, seguimos de pie —se rindió ante su silencio.
—Quiero una explicación ahora mismo. Me gustaría saber por qué he tenido que enterarme por otra persona de que actúas a mis espaldas.
—Jamás he actuado con intención de ocultarte nada. Te he dicho que pensaba contártelo durante la cena y ya sabía cómo ibas a reaccionar, porque no sé si sabes que empiezo a conocerte mejor de lo que crees —añadió sin alterarse—. Si de algo tengo que disculparme, es de no habértelo dicho. Pero, de haberlo hecho, ¿me habrías dejado ir?
—Aquí las preguntas las hago yo y no te andes con rodeos —replicó apretando los puños—. Mis cuentas en la tienda y el almacén se saldan todos los años cuando se vende el ganado. ¿Qué te hace pensar que podías ir tú y hacerlo?
—Tome esa decisión porque también son mis cuentas.
—De tus cuentas y las mías me encargo yo. ¿De dónde has sacado cuarenta dólares?
—Cuarenta y cinco. La mayor parte me la diste tú el día que me recordaste dónde está la puerta. El resto ha salido de la venta que he ido haciendo al hotel.
Linette comprendió que la situación estaba empeorando por momentos. A Ethan se le tensaron los músculos de los brazos como no había visto nunca y se acercó a ella con el sigilo de un depredador.
—Te acabo de decir que las cuentas las pago yo, ¿cómo te atreves a utilizar tu dinero para los asuntos del rancho?
—No era mi dinero, me lo diste tú —replicó Linette a punto de perder la paciencia.
—Escúchame bien —dijo acercándose más a ella—: éste es mi rancho y lo llevo a mi manera. Aquí mando yo y se hace lo que yo digo. Eso lo sabe todo el mundo y todos me obedecen sin rechistar, pobre del que no lo haga. Así que, en lo sucesivo, no te atrevas a hacer algo a espaldas mías, ¿te ha quedado claro?
—Escúchame tú a mí, Gallagher —se revolvió como una fiera a menos de una pulgada de su cara—, ésta también es mi casa. No te atrevas a hablarme como a una empleada porque no lo soy. Te guste o no, tus problemas son los míos y tus deudas son las mías. Esta mañana he tomado una decisión y nada ni nadie me va a echar atrás, ni siquiera tú. No quiero tener nada que ver con las Keller y, mientras me queden fuerzas, los Gallagher no vamos a tener ninguna deuda pendiente con esa gente, ¡¿entendido?! —afirmó elevando la voz con rabia.
—Nunca me ha hecho gracia el asunto de las tartas. No necesito que una mujer trabaje para mí —insistió arrastrando las palabras.
—Cuando te calmes, te darás cuenta que no pretendo trabajar para ti sino contigo —concluyó dándole la espalda.
Ethan se apoyó en la mesa con las dos manos en un esfuerzo por no dar un golpe. Rara vez perdía el control, pero Linette, con su cabezonería, demostraba una habilidad extraordinaria para acabar con su paciencia. Tras unos segundos, se irguió y dándole la espalda se dispuso a marcharse.
—¿No piensas cenar? —le preguntó Linette con frialdad.
—Se me ha ido el hambre —respondió desde la puerta.
—Más tarde tengo que ir a casa de Emma por el vestido nuevo —trató de retenerlo.
Le dolía que se marchase sin solucionar la discusión.
—Ve con ellos. Nos veremos en el baile —le respondió saliendo por la puerta.
—¡Ethan! —gritó y logró que él se quedara clavado sin girarse—. Una cosa más. Lamento haber comentado lo de Harriet, ha sido mezquino por mi parte y no estoy orgullosa de ello. Te prometo que no volverá a suceder.
Él no se volvió siquiera para despedirse y Linette no pudo ver que su rostro se relajó por una décima de segundo al oír la disculpa. Cuando se quedó sola, los ojos se le inundaron de lágrimas, pero se prohibió derramar ni una: no iba a darle el gusto a ese terco irlandés que tenía por marido. El problema es que ambos eran igual de obstinados y tendrían que acostumbrarse a vivir con ello. Se entristeció pensando en los maravillosos momentos que habían compartido hasta esa misma tarde. Justo habían tenido que discutir cuando faltaban pocas horas para el baile. Rogó con todas sus fuerzas que las cosas entre ellos se calmaran antes de la noche. Por lo menos le había dicho que se verían allí, eso le dio esperanzas.
Durante el camino de vuelta a los pastos, a Ethan le sobró tiempo para disipar el enfado y reflexionar sobre lo ocurrido. Continuaba furioso, pero hubo de reconocer que, de haberle comentado sus planes, habría puesto el grito en el cielo. Recordó su nobleza al disculparse por un comentario injusto. Obstinada y noble. ¿Tendría sangre irlandesa y no lo sabía?
Jamás la había visto así. Sabía cómo era Linette cuando se enojaba, porque tuvo ocasión de comprobarlo la horrible noche de la lluvia. Pero esta vez era diferente. «Gallagher», lo había llamado Gallagher de hombre a hombre.
Tuvo que reconocer que parte de su crispación era fruto de la contención de las últimas noches. Se lo debía después de haberse comportado la primera noche como un patán insensible. Pero tantos abrazos tiernos, besos y caricias sutiles lo estaban volviendo loco. Para colmo, su tímida y dócil resultaba seductora, aquellas explosiones de carácter la hacían mucho más provocativa y deseable. No veía el momento de saborear el placer de verse atacado por esa fiera salvaje que tenía como esposa. Lo necesitaba cuanto antes y, deleitándose en la idea, pensó con una sonrisa golosa que el sitio perfecto para domesticarla sería su propia cama.
Una par de horas después, Linette, sentada frente al tocador del cuarto de Emma, sonreía encantada con la imagen que le devolvía el espejo. Mereció la pena soportar el engorro de las tenacillas calientes, ya que Minnie y Hanna se habían empeñado en llenarle la cabeza de bucles. Tenía que reconocer que le favorecía el pelo recogido en un mono, del que caían un sinfín de rizos hasta más abajo de la nuca.
Durante la laboriosa sesión de peinado, la habitación se convirtió en un trasiego de gente entrando y saliendo. Patty la observaba ensimismada y le confesó que de mayor quería ser tan guapa como ella. Linette, perpleja ante tal muestra de adoración, le aseguró que cuando creciese se convertiría en la mujercita más hermosa de Colorado.
Matt no paraba de refunfuñar, ya que la invasión femenina del que también era su dormitorio lo obligó a vestirse en el cuarto de los chicos. Entre tanto, el pequeño Tommy no paraba de gritar gateando por la cocina al ver que todo el mundo pasaba junto a él sin prestarle atención.
Albert no dejó de molestar a su madre hasta que consiguió que le planchase la camisa antes que a los demás. Y Joseph insistió e insistió hasta que Linette le reservó su primer baile.
—Este chico parece tonto —aseguró Minnie con ojos entornados.
Hanna no pudo aguantar la risa y Minnie la fulminó con la mirada.
—No tengo demasiada experiencia —dijo Linette—, pero creo que los hombres muestran más interés cuanto menos caso se les hace.
—Qué gran verdad. Al sentirse ignorados se despierta en ellos un instinto de cazador —corroboró Emma humedeciéndose el dedo para probar el calor de la plancha—. Minnie, se está haciendo tarde, es hora de que vuelvas a tu casa para vestirte. Y tú, Hanna, vístete y encárgate de tu hermana —dijo alargándole su vestido recién planchado.
Antes de irse, Minnie regresó al cuarto con Tommy, que no paraba de gimotear.
—Toma —bromeó entregándoselo a Linette—, un hombrecito que se siente ignorado.
Emma rio la ocurrencia y la apremió para que no se demorase más.
—No hay nada peor que planchar en verano —protestó colocando el vestido de Linette sobre la tabla.
—Déjalo, por favor, puedo encargarme yo.
—Tú ya haces bastante encargándote de Tommy.
Linette acarició la cabeza del pequeño pensando en la pelea de hacía un rato. Ethan no era vengativo, pero cuando se fue de casa estaba tan enojado que quizá ni asistiese al baile, y sin él presente no tenía intención de bailar con otros hombres. Puede que esa noche fuera la más elegante del banco de las que no bailan nunca.
Cuando toda la familia estuvo dispuesta para salir, Albert enganchó los caballos. En el pescante, junto a Matt, se acomodaron Linette y Emma con Tommy en el regazo de su madre. En la trasera subieron los cuatro hermanos mayores. Los chicos protestaron por tener que ir detrás, pero Emma y Linette no estaban dispuestas a arrugar sus vestidos, así que tuvieron que conformarse.
Emma esperaba ansiosa la reacción de los presentes ante la nueva imagen de Linette, en especial quería ver la cara de su hermano, y de paso también la de Harriet. Se amonestó a sí misma mentalmente por tener una idea tan mezquina, pero la verdad es que se moría de ganas. Miró a su cuñada y se sintió muy satisfecha del resultado. Lo cierto es que no había sido tarea difícil, porque Linette tenía una belleza natural y una figura envidiable, ocultas hasta entonces por su falta de coquetería. Ella solo había tenido que darle un par de consejos y enseñarle algunos trucos femeninos. Había sido tan sencillo como destapar un paquete.
A la puerta del salón comunitario, bajó toda la familia y Matt llevó el carro un poco más adelante para atar los caballos.
—¿Quién de vosotros se encarga del bebé? —preguntó Emma a sus cuatro hijos mayores.
El pobre Tommy se quedó con los brazos extendidos y la boquita abierta porque los cuatro huyeron como comadrejas. Emma contempló la desbandada con los labios apretados.
—Habían prometido turnarse para que Matt y yo podamos bailar al menos un rato —protestó.
—A mí no me importa hacerlo —sugirió Linette.
Estaba inquieta, quizá todas sus ilusiones quedasen rotas en un momento.
—No estés nerviosa —la regañó su cuñada—, vas a ser la más admirada, te lo aseguro. Habrá cola para bailar contigo. Mira, ya viene Matt por ahí. Muérdete los labios y humedécelos con la lengua —le dijo mientras le pellizcaba las mejillas y miraba el resultado—. Ahora estás perfecta.
—Señoras —se colocó entre las dos, rodeándolas por la cintura—, déjenme disfrutar de este momento, porque voy a ser el hombre más envidiado de Indian Creek.
Cuando Matt entró en el baile, rio satisfecho ante los silbidos de admiración de algunos hombres, que no dudaron en acercarse y bromear con él sobre lo bien escoltado que iba. Linette buscó entre los presentes a su esposo y cuando lo vio se le aceleró el pulso. En un lateral, charlaba con otros hombres de espaldas a ella. Le temblaron las piernas al contemplarlo, tan alto que destacaba del resto. Lo admiró de arriba a abajo, el pelo ondulado se le rizaba un poco en el cuello. Los músculos de sus brazos y hombros se adivinaban bajo la camisa de rayas. Contempló con deleite las estrechas caderas, y se sorprendió porque la visión de su trasero le provocó un cosquilleo tan intenso que la obligó a apretar los muslos. Las largas piernas enfundadas en un pantalón color tabaco, que mantenía un poco abiertas en lo que era su pose habitual, acababan en las botas negras relucientes. Linette dio por bien empleado todo el tiempo que paso abrillantándolas y planchando la ropa, porque el resultado saltaba a la vista: contemplarlo era una auténtica delicia.
Ethan conversaba sobre el negocio con otros ganaderos. De pronto, los que estaban con él cesaron de hablar mirando al frente con la boca abierta. Con curiosidad, se giró a ver que llamaba tanto la atención del grupo.
—Diablos, Gallagher, por eso la tenías tan escondida —dijo uno de ellos con los ojos muy abiertos.
Se quedó como si le hubiesen soldado las botas al suelo. Allí, en la puerta del salón, junto a su hermana y su cuñado que charlaban animadamente con otros vecinos, estaba la mujer más tentadora que recordaba haber visto jamás.
El elegante vestido de satén azul se le ajustaba al cuerpo resaltando sus curvas. Se había peinado de una manera distinta. El pelo recogido dejaba caer algunas ondas que le enmarcaban el rostro de una manera muy seductora. Recorrió las mejillas y los labios sonrosados, y aquellos ojos azules que iluminaban su rostro. Se obligó a moverse y se acercó a Linette, que quieta y con las manos en el regazo, no dejaba de mirarlo a los ojos. Se plantó frente a ella y la tomó por las manos.
—Linette, estás... preciosa. —Miró a su alrededor y frunció el ceño al ver las miradas que despertaba su esposa entre el resto de los hombres—. Esta noche me parece que voy a tener que permanecer pegado a ti como si fuera tu sombra.
—Nada me gustaría más —confesó ella mirándolo sin pestañear—. ¿Te gusta mi vestido?
—Me gustas tú —le susurró al oído.
Ethan se contuvo para no sucumbir al deseo de cogerla allí mismo en brazos y llevársela lejos, donde la tuviera solo para él.
Minnie, que la había visto llegar, se acercó a ellos.
—¡Dios mío, Linette! Esto si es lucir un vestido.
—Minnie, por favor, estoy como siempre —mintió azorada; la mirada de Ethan la ponía nerviosa.
Los músicos empezaron a tocar la pegadiza melodía de «Nelly Billy» y el violinista animó a las parejas a colocarse en la pista para participar en un baile de cuadrillas. Unos cuantos chicos se acercaron a Hanna con la actitud de gallos de pelea. El escogido fue David, el hijo de los dueños del hotel. El chico la tomó de la mano un poco cohibido y, tras mirar de reojo a Matt, la sacó a bailar. Hanna aceptó con fingida timidez ante la mirada de advertencia que desde la distancia le enviaba su padre.
—¿Quieres bailar?
No era una pregunta, Ethan ya llevaba a Linette al centro del salón.
—Ethan, no puedo bailar contigo ahora, tengo mi primer baile reservado.
Él paró en seco con evidente contrariedad. En ese momento, llegó Joseph que, haciendo caso omiso de la presencia de su tío, tomó a Linette de la mano.
—¿Me concedes este baile? —preguntó con aire solemne.
—Será un placer —aceptó haciendo una reverencia.
Ethan se quedó prendado ante la elegancia de su esposa con aquel gesto tan desacostumbrado en aquel territorio. Sin duda, Linette conservaba los modales de una dama. Pensó con admiración que no desentonaría en un ambiente distinguido. Aquella rubia de ojos claros lo tenía cautivado, tan pronto se mostraba aguerrida como cualquier vaquero, como de improviso enseñaba su faceta más refinada. Los vio unirse a las demás parejas que, en grupos de cuatro, se disponían a bailar. Mientras bailaba con Joseph no paraba de sonreír y se alegró de verla feliz.
—Parece que nos hemos quedado sin pareja —dijo con un suspiro de resignación dirigiéndose a Minnie, que permanecía a su lado.
—¿Quién yo? Joseph no es mi pareja, no es nada mío...
Él la miró alzando las cejas y ella, roja hasta las orejas, huyó sin decir palabra hacia un grupo de chicas de la escuela.
Ethan, de reojo, estudió a Harriet. En ese momento, bailaba con un hombre que la contemplaba con adoración. No le importaba en absoluto su presencia, es más, hubiese preferido no verla por allí, y no le gustó nada la manera en que miraba a Linette porque en sus ojos no vio desdén ni burla, sino odio. Se notaba de lejos que detestaba que le hubiesen arrebatado todo el protagonismo aquella noche. No le dio importancia, estando él presente no se atrevería a acercarse a ella.
Los más pequeños correteaban por la sala. Algunas madres decidieron sacarlos de allí para que dejaran de incordiar y el porche terminó por convertirse en un baile infantil paralelo.
Cuando la pieza estaba a punto de terminar, Ethan se acercó a su hermana y su cuñado. Tommy, sin ganas de irse a dormir, daba palmas muy animado por la novedad. Matt tomó al niño de los brazos de Emma y se lo entregó a Ethan.
—Hazte cargo de tu sobrino. Vamos, cariño, acabo de hacer una petición a los músicos —dijo arrastrándola tras él.
Empezó a sonar una rápida pieza tejana, y ambos comenzaron a moverse por la pista al ritmo de la música. La maestría del matrimonio fue enseguida la admiración de los presentes. Nadie dominaba aquel baile como ellos y no tardaron en quedarse solos mientras el resto los animaba con palmas.
Linette se enterneció al ver a Ethan con el bebé, se acercó a él y, colgándose de su brazo, descansó la mejilla en su hombro. Él se sorprendió de esta nueva actitud, pues en público se cuidaba mucho de mantener la compostura. Respiró contento, ya que lo último que quería esa noche era notar cualquier atisbo de enfado. Pero la proximidad no duró mucho porque el niño, al verla, le tendió las manitas y ella lo tomó en brazos.
Cesó la música y el matrimonio fue jaleado con silbidos por su excelente demostración. Matt besó con fuerza a su esposa en los labios, lo que animó todavía más a los que silbaban.
—¿Qué pasa Sutton, no tienes bastante con cinco chicos? —gritó alguien entre el público.
Linette contemplaba la escena, mientras Ethan le explicaba lo que iba a pasar en cada momento.
—Ahora Emma se acercará y le dirá que le quiere. Mira, ¿ves que él le habla al oído? Le estará haciendo alguna proposición cargada de lujuria, y ahora mi hermana se fingirá escandalizada y tratará de apartarlo. Ahora, Matt hinchará el pecho como un semental y la retendrá con más fuerza. He crecido viendo escenas como ésta.
—Se nota que son muy importantes para ti.
—Los dos lo son —reconoció—. Matt es más que un hermano para mí. Y a mi hermana ya la ves, es imposible no quererla.
Emma se acercó a donde estaban ellos, todavía con la respiración acelerada.
—¡Me he divertido como hacía mucho tiempo!
—Parecía que teníais una conversación muy interesante —comentó Ethan guiñando un ojo a Linette.
—No sé qué locura me estaba diciendo de cinco niños más. —Agitó la mano desechando la idea, pero se la veía radiante—. De eso nada, ahora os toca a vosotros.
—Ethan no se conformará con cinco —anunció Linette.
Ethan y Linette intercambiaron una mirada capaz de encender un fuego, pero la llegada de Matt los hizo retornar a la fiesta.
—No creas que éste es tu último baile —dijo tomando al niño de brazos de Linette—, espero que Tommy aguante despierto y nos deje bailar un par de piezas más.
—Este niño es como tú, ¿no ves lo bien que lo está pasando? Voy a por algo de beber.
El pequeño reía ante la mirada satisfecha de su padre, que estampó un beso en su rolliza mejilla.
—Tráeme algo, ¿quieres? Si no queda cerveza, que sea ponche —rogó Matt.
La música volvió a sonar, en esta ocasión era un vals, y Linette fue arrastrada de la mano al centro de la sala por un decidido Ethan que no pensaba volver a quedarse mirando. La abrazó por la cintura tomando su mano y ella apoyó la otra mano en su hombro.
—Por fin me llega el turno —dijo entre dientes.
Ambos vieron a Joseph acercarse a Minnie. Al principio ésta lo rechazó. Pero, ante la insistencia del muchacho, accedió a bailar con él como si le estuviera haciendo un favor. Se unieron a las demás parejas y cuando pasaron junto a Ethan y Linette, Minnie cruzó los dedos a su espalda y Linette le guiñó un ojo sonriendo a la vez que cruzaba también los dedos.
—¡Vaya par de intrigantes! —aseguró Ethan divertido.
Compadeció a su sobrino que bailaba con una sonrisa beatífica, ajeno a lo que se cocía a espaldas suyas.
—Algunas personas necesitan un empujón para decidirse.
Lo miró a los ojos, consciente de la doble intención de sus palabras.
—Sigue mirándome de ese modo y nos echarán de aquí por conducta indecorosa —susurró.
A Linette el corazón se le aceleró de nuevo. Giraba en sus brazos sintiéndose ligera, sin apartar ni un segundo su mirada de la de él. No necesitaba pensar en los pasos de baile porque él dominaba la situación. Notaba el calor de su mano abierta en la espalda y habría deseado estar a solas con él para no tener que mantener la distancia del decoro. Acarició su hombro duro y él le apretó la mano al notar su caricia.
—¿Qué pasaría si te besara aquí delante de todos? —murmuró parando en seco.
—No lo hagas —gimió.
No hubo ocasión. La música cesó y tuvieron que apartarse a un lado, ya que las parejas se disponían de nuevo a bailar a ritmo de polca.
El doctor Holbein sacó a bailar a Linette. Desde la muerte de su esposa, no frecuentaba bailes y fiestas, pero no había resistido la tentación de acercarse un rato.
Ethan fue a saludar a un corrillo de hombres que charlaban a la entrada del salón.
Desde el fondo, Emma contemplaba a su hija Hanna bailar la polca con David, y frunció el ceño al ver que él aprovechaba cualquier giro para acercar su cara a la de ella.
—Matthew Sutton, ve inmediatamente y quítale a mi niña a ese aprovechado de encima.
—Por la cara de felicidad que pone «tu niña», si hago lo que dices estará enfadada conmigo durante una semana.
Cuando empezó la siguiente melodía, Linette y el doctor se acercaron a los Sutton. Mientras comentaban la buena salud del niño, ambas cuñadas se separaron un poco de los hombres. De pronto, las dos guardaron silencio atentas a la escena que ocurría al otro lado de la sala.
Ethan estaba apoyado en el quicio de la puerta de brazos cruzados. Harriet cruzó el salón, se puso frente a él y lo tomó por el codo. Pero él le apartó la mano a la vez que negaba con la cabeza, ni siquiera se molestó en abrir la boca. Ella le dio la espalda pálida de rabia. La señorita Harriet Keller paladeaba el amargo sabor de verse rechazada en público.
Emma observó a su cuñada que miraba la escena sin pestañear y en sus ojos vio el brillo del triunfo.
En ese momento, las dos fueron requeridas por un par de hombres que las sacaron a bailar. Emma observó a su hermano que no quitaba ojo a Linette, mientras ésta giraba por la sala en brazos de un fornido ayudante del sheriff.
Cuando acabó la pieza, los músicos anunciaron un breve receso que fue recibido con algunas protestas. Emma se acercó a su cuñada y la tomó del brazo.
—¿Lo estás pasando bien?
—Mejor que nunca —respondió Linette dichosa.
—Ya te lo dije. Hay alguien que lleva toda la noche mirándote con ojos de halcón —dijo señalando a su hermano con la barbilla.
Ethan se encontraba en ese momento en plena conversación con el dueño del hotel y con el padre de Minnie. Clavó en ella su mirada color castaño y Linette sintió que un escalofrío le recorría la espalda.
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