9

Sophia

—¿Y entonces qué? —preguntó Marcia.

Estaba de pie delante del espejo, aplicándose una segunda capa de rímel mientras Sophia le contaba su día en el rancho.

—¡No me digas que te acostaste con él! —continuó interrogándola al mismo tiempo que examinaba el reflejo de Sophia en el espejo.

—¡Por supuesto que no! —Sophia cruzó una pierna sobre la otra encima de la cama—. No íbamos en ese plan. Solo nos besamos, y luego hablamos un rato más. Cuando me despedí, volvió a besarme, en el coche. Fue tan… dulce.

—¡Vaya! —replicó Marcia, deteniendo por un momento los trazos en las pestañas.

—No hace falta que ocultes tu decepción, de verdad.

—¿Qué? —contraatacó ella en actitud ofendida—. Yo pensaba que eso era lo que querías, ¿no?

—¡Pero si apenas le conozco!

—Eso no es verdad. Has estado con él… ¿Qué? ¿Más de una hora anoche, y seis o siete horas hoy? ¡Eso son un montón de horas! Muchas horas para hablar. Un paseo a caballo, un par de cervecitas… Si yo hubiera estado en tu lugar, le habría agarrado la mano y lo habría arrastrado dentro de la cabaña.

—¡Marcia!

—¿Qué? Está buenísimo. No me dirás que no te has fijado en ese detalle, ¿eh?

Sophia no quería empezar otra vez a usar esa clase de términos para describir a Luke.

—Es un chico muy agradable —contestó, intentando zanjar el tema.

—¡Mejor todavía! —insistió Marcia, guiñándole el ojo.

Se aplicó una copiosa capa de pintalabios antes de buscar una pinza para el cabello y admitir:

—Pero, de acuerdo, lo entiendo. Tú y yo somos diferentes. Y lo respeto, de verdad. Solo es que me alegro de que hayas puesto punto final a tu culebrón con Brian.

—No he querido tener nada que ver con él desde que cortamos.

—Lo sé —afirmó ella, al tiempo que se recogía su exuberante melena castaña en una cola y la remataba con una flamante pinza—. Ya sabes que hablé con él, ¿verdad?

—¿Cuándo?

—En el rodeo, cuando desapareciste con el pedazo de bombón.

Sophia frunció el ceño.

—No me lo dijiste.

—¿Y qué querías que te contara? Solo intenté distraerlo. Por cierto, Brian no les cayó nada bien a los chicos de la Universidad de Duke. —Marcia se aderezó unos mechones que habían quedado sueltos de la cola con una gracia genuina; acto seguido, miró a Sophia a los ojos a través del espejo—. Tienes que admitir que soy la mejor compañera de habitación que una podría tener, ¿eh? Fui yo quien te convencí para que salieras de juerga. De no ser por mí, te hubieras pasado estos dos días encerrada en este cuarto. Me pregunto cuándo me presentarás a tu nuevo semental.

—No hemos quedado para volver a vernos.

Marcia esbozó una mueca de incredulidad.

—¿Cómo es posible que no hayáis quedado?

«Porque somos diferentes», pensó Sophia, y porque… La verdad es que no sabía el motivo, solo que la forma embriagadora en que Luke la había besado había eliminado su capacidad de pensar de forma práctica.

—Lo único que sé es que el próximo fin de semana estará fuera. Tiene un rodeo en Knoxville.

—¡Pues llámalo! Dile que antes se pase por aquí.

Sophia sacudió la cabeza.

—No pienso llamarlo.

—¿Y si él no te llama?

—Dijo que lo haría.

—Ya, pero muchas veces los chicos dicen eso y luego una no vuelve a saber nunca nada más de ellos.

—Él no es así —lo defendió Sophia, y como para demostrar su alegato, su teléfono empezó a sonar.

Sophia reconoció el número de Luke. Agarró el móvil y de un brinco se incorporó de la cama.

—¡No me digas que es él! ¿Ya?

—Me dijo que me llamaría para confirmar si había llegado sin ningún contratiempo.

Mientras Sophia enfilaba hacia la puerta, apenas se fijó en la cara atónita de su compañera de habitación ni en las palabras que se murmuró a sí misma mientras Sophia salía al pasillo: «De verdad, he de conocer a ese tío».

El jueves por la noche, una hora después de la puesta de sol, Sophia se estaba acabando de arreglar el peinado cuando Marcia se dio la vuelta hacia ella. Llevaba un rato de pie junto a la ventana, a la espera de ver la camioneta de Luke, con lo que había conseguido poner a Sophia más nerviosa de lo que ya estaba.

Marcia había desaprobado tres de sus conjuntos, le había prestado un par de pendientes largos de oro y un collar a juego, y ni se preocupó en ocultar su entusiasmo al saltar emocionada delante de Sophia.

—¡Ya ha llegado! ¡Bajaré a abrir la puerta!

Sophia resopló un poco tensa.

—Muy bien, estoy lista. ¡Vamos allá!

—¡No! ¡Tú te quedas unos minutos en la habitación! No querrás que él piense que lo estabas esperando, ¿verdad?

—No era yo la que lo estaba esperando, sino tú —dijo Sophia.

—Ya sabes a qué me refiero. ¡Necesitas hacer una entrada triunfal! Él ha de admirarte mientras bajas las escaleras. No querrás que piense que estás desesperada, ¿verdad?

—¿Por qué complicas tanto las cosas? —protestó Sophia.

—Confía en mí —apuntó Marcia—. Sé lo que me hago. ¡Baja dentro de tres minutos! ¡Cuenta hasta cien, más o menos! ¡Adiós!

Marcia salió disparada. Sophia se quedó sola con los nervios en la boca del estómago, lo que le pareció raro, ya que las tres noches previas había estado hablando con Luke una hora o más por teléfono, retomando la conversación anterior en el punto donde la habían dejado. Luke solía llamarla al anochecer, y ella salía al porche para hablar más cómodamente al tiempo que intentaba imaginar qué aspecto tendría él en ese momento y sin poder parar de recordar el día tan especial que habían pasado juntos.

Pasar unas horas con él en el rancho era una cosa. Eso era sencillo. Pero ¿ver a Luke allí, en la residencia de estudiantes? Para él sería lo mismo que visitar Marte. Durante los tres años que Sophia llevaba viviendo allí, los únicos chicos que habían entrado en la casa —aparte de hermanos, padres o novios que acudían del pueblo o la ciudad natal— eran, o bien chicos de la fraternidad, o bien chicos de la fraternidad recién graduados, o chicos de alguna fraternidad de otra universidad.

Sophia había intentado advertirlo con diplomacia, pero no estaba segura de cómo decirle que las chicas en la residencia probablemente lo mirarían como a un espécimen exótico, lo que daría mucho que hablar tan pronto como se marchara.

Le había sugerido quedar en algún lugar fuera del campus, pero él había contestado que nunca había pisado Wake Forest y que quería ver las instalaciones. Sophia contuvo las ganas de bajar corriendo las escaleras y alejarse con él de aquel edificio tan pronto como fuera posible.

Recordó el insistente consejo de Marcia. Aspiró hondo y se examinó por última vez en el espejo. Pantalones vaqueros, blusa y zapatos planos; muy similar al atuendo que había llevado la última vez que habían estado juntos. Se volvió primero hacia un lado y luego hacia el otro, y pensó: «Es todo lo que puedo hacer». A continuación, se regaló una sonrisa coqueta a través del espejo y admitió: «Pero no está nada mal».

Echó un vistazo al reloj de pulsera y dejó que pasara otro minuto antes de abandonar la habitación. Durante la semana, los hombres podían entrar solo hasta el vestíbulo y la salita. Esta, que disponía de sofás y una gigantesca pantalla plana, era el espacio donde a muchas de sus compañeras de residencia les gustaba matar las horas.

Mientras se acercaba a las escaleras al final del pasillo, oyó a Marcia reír. Le sorprendió el silencio de la estancia. Caminó un poco más deprisa, rezando para que ella y Luke pudieran escapar inadvertidos.

Lo vio rápidamente, de pie en el centro de la sala junto a Marcia, con el sombrero en la mano. Como siempre, llevaba botas camperas y pantalones vaqueros, y completaba el atuendo con un cinturón que tenía una enorme hebilla resplandeciente.

Sophia se quedó sin aliento cuando vio que él y Marcia no estaban solos en la salita. De hecho, estaba más concurrida que de costumbre, aunque insólitamente en silencio. Había tres chicos de la fraternidad ataviados con polos, pantalones cortos y mocasines, que miraban a Luke con la misma cara de pasmados que Mary-Kate desde el sofá al otro lado, igual que Jenny, Drew y Brittany, e igual que cuatro o cinco chicas más medio acurrucadas en silencio en el rincón más apartado. Todos intentaban averiguar quién era ese extraño al que nadie había esperado.

Pero Luke no se sentía amedrentado por ese escrutinio tan descarado. Parecía a gusto escuchando a Marcia, que parloteaba sin parar y se ayudaba de las manos para ser más descriptiva. Cuando Sophia se plantó en el umbral, él alzó la vista. Al verla, sonrió. Los hoyuelos se acentuaron. Fue como si Marcia hubiera desaparecido de golpe y como si él y Sophia fueran las dos únicas personas de la habitación.

Aspiró hondo antes de entrar en la salita. Enseguida notó que todas las miradas se posaban en ella. En ese momento, Jenny se inclinó hacia Drew y Brittany y les cuchicheó algo al oído. A pesar de que algo sabían sobre la ruptura entre ella y Brian, era evidente que ninguna conocía a Luke. Sophia se preguntó cuánto tardaría Brian en saber que un vaquero había ido a recogerla a la residencia. Estaba segura de que la noticia correría como la pólvora. No le costaba nada imaginar a varias compañeras marcando algún número de teléfono en sus móviles, incluso antes de que ella y Luke llegaran a la camioneta.

Eso significaba que Brian lo sabría, y no tardaría mucho en averiguar que era el mismo vaquero que lo había humillado el fin de semana anterior. Seguro que no le haría ni la menor gracia, ni tampoco a sus compañeros de la fraternidad. Además, en función de si habían bebido más de la cuenta —los jueves, todo el mundo empezaba a beber antes—, quizá se les pasaría por la cabeza buscar venganza. Súbitamente se sintió incómoda y se preguntó por qué no había reparado antes en aquella posibilidad.

—¿Qué tal? —lo saludó, procurando ocultar su ansiedad.

La sonrisa de Luke se expandió.

—Estás fantástica.

—Gracias —murmuró Sophia.

—¡Este chico me gusta! —intervino Marcia.

Luke la miró sorprendido, antes de volverse hacia Sophia.

—He tenido la suerte de conocer a tu compañera de habitación.

—He intentado averiguar si tiene algún amigo soltero —admitió Marcia.

—¿Y?

—Ha dicho que verá lo que puede hacer.

Sophia hizo una señal con la cabeza.

—¿Nos vamos?

Marcia empezó a sacudir efusivamente la cabeza.

—¡Ah, no! ¡Todavía no! ¡Acaba de llegar!

Sophia fulminó a Marcia con la mirada, esperando que su amiga detectara el aviso.

—No podemos quedarnos, de verdad.

—¡Vamos! ¡Tomemos antes una copa juntos! —gorjeó Marcia—. Es jueves por la noche, ¿recuerdas? Quiero que Luke me cuente anécdotas sobre la monta de toros.

Al otro lado de la sala, la expresión de Mary-Kate se iluminó cuando encajó las piezas en el rompecabezas. De pronto había recordado que el sábado pasado Brian había regresado y había contado a todo el mundo que una pandilla de vaqueros lo habían vapuleado. Brian y Mary-Kate siempre habían sido buenos amigos, y cuando ella sacó el móvil, se puso de pie y abandonó la sala, Sophia temió lo peor y reaccionó sin vacilar.

—No podemos quedarnos. Tenemos una reserva —insistió con firmeza.

—¿Qué? —Marcia pestañeó—. ¡No me lo habías dicho! ¿Dónde?

Sophia palideció; se había quedado totalmente en blanco. Notó que Luke la escrutaba antes de carraspear.

—En el Fabian’s —anunció él de repente.

Marcia desvió la vista de uno al otro.

—Bueno, seguro que no pasará nada si llegáis unos minutos tarde.

—Por desgracia, ya vamos con retraso —terció Luke. Luego miró a Sophia y añadió—: ¿Estás lista?

Sophia se sintió súbitamente aliviada y se ajustó la correa del bolso en el hombro.

—Sí, vamos.

Luke la cogió por el codo con extrema suavidad y la guio hacia la puerta.

—Ha sido un placer conocerte, Marcia.

—Lo mismo digo —soltó ella, desconcertada.

Luke abrió la puerta y se detuvo para ponerse el sombrero. Lucía una expresión divertida mientras se lo ajustaba, como si se diera cuenta de la confusión general en la salita. Con una risita de niño travieso, atravesó el umbral con Sophia agarrada del brazo.

Cuando la puerta se cerró tras ellos, Sophia oyó el estallido de rumores en el interior del edificio. Probablemente Luke también los oyó, pero reaccionó como si nada. En vez de eso, la guio hacia la camioneta y abrió la puerta; luego recorrió el espacio que lo separaba de la otra puerta. Mientras se dirigía al asiento del conductor, Sophia se fijó en una hilera de rostros exaltados —incluido el de Marcia— que habían aparecido en las ventanas de la salita. Se estaba debatiendo entre si despedirse de ellas con la mano o si simplemente no prestarles atención cuando Luke se sentó a su lado y cerró la puerta de golpe.

—¡Vaya! Por lo visto has despertado su curiosidad —exclamó él.

Sophia sacudió la cabeza.

—Te equivocas. No sienten curiosidad por mí.

—¡Ah! Ya lo entiendo. Es porque soy muy flaco, ¿verdad?

Ella se echó a reír, y de repente se dio cuenta de que no le importaba en absoluto lo que los demás pensaran o dijeran de ellos.

—Gracias por seguirme el rollo en la salita.

—¿Por qué te has puesto tan nerviosa?

Sophia le comentó su intranquilidad acerca de Brian y sus sospechas sobre Mary-Kate.

—Lo temía. Me habías dicho que él no te dejaba en paz. En cierta manera, estaba esperando que tu ex irrumpiera por la puerta en cualquier momento.

—Sin embargo, te has atrevido a venir.

—Tenía que hacerlo. —Luke se encogió de hombros—. Me habías invitado.

Ella apoyó la nuca en el reposacabezas, encantada de la actitud sosegada con la que él parecía tomarse todas las cosas.

—Lo siento, pero creo que no podré enseñarte el campus esta noche.

—Tampoco es tan importante.

—Si quieres, te lo enseñaré otro día —prometió ella—, cuando Brian no sepa que estás aquí, claro. Te mostraré los sitios más interesantes.

—Te tomo la palabra.

Así, de cerca, los ojos de Luke eran de un intenso azul celeste, muy llamativo por su pureza. Sophia se quitó una pelusa imaginaria de los pantalones vaqueros.

—¿Qué te gustaría hacer?

Él permaneció unos momentos pensativo.

—¿Tienes hambre?

—Un poco —admitió ella.

—¿Quieres que vayamos al Fabian’s? No sé si habrá sitio. Sin reserva… Pero podríamos intentarlo si quieres.

Sophia reflexionó y sacudió la cabeza.

—No, esta noche no. Prefiero ir a un lugar diferente, que no sea uno de los establecimientos de moda. ¿Te apetece cenar sushi?

Luke no respondió de inmediato.

—De acuerdo —aceptó al final.

Ella lo miró fijamente.

—¿Has probado el sushi alguna vez?

—Oye, que viva en un rancho no quiere decir que de vez en cuando no salga por ahí.

—¿Y? Todavía no has contestado a mi pregunta.

Él rebuscó entre las llaves antes de insertar la correcta y arrancar el motor.

—No —admitió—, jamás he probado el sushi.

Sophia se echó a reír.

Luke siguió las instrucciones de Sophia y condujo hasta el restaurante japonés Sakura. En el interior, la mayoría de las mesas estaban ocupadas, al igual que la barra. Mientras esperaban a la camarera, Sophia echó un rápido vistazo a su alrededor, rezando para que no hubiera nadie conocido. No era el típico local frecuentado por estudiantes —la comida favorita de cualquier universitario eran las pizzas y las hamburguesas—, pero el Sakura tampoco era un desconocido. Sophia había ido alguna vez allí con Marcia. No reconoció a nadie, pero, igualmente, prefirió pedir una mesa en el patio exterior.

En las esquinas resplandecían unas lámparas de calor que emitían ondas cálidas para contrarrestar la gelidez del atardecer. Solo había una mesa ocupada por otra pareja, que estaba a punto de acabar de cenar. En el patio se respiraba una agradable sensación de silencio. La vista no era muy interesante, pero el suave brillo amarillo que proyectaba la lámpara japonesa sobre sus cabezas le confería a aquel lugar un toque romántico.

Después de sentarse, Sophia se inclinó hacia Luke.

—¿Qué te ha parecido Marcia?

—¿Tu compañera de habitación? Parece muy simpática. Aunque un poco tocona, ¿no?

Ella ladeó la cabeza.

—¿Quieres decir pesada?

—No, quiero decir que no paraba de sobarme el brazo mientras hablaba.

Con un gesto indiferente de la mano, Sophia comentó:

—Ella es así. Lo hace con todos. Es la chica más coqueta del mundo.

—¿Sabes qué ha sido lo primero que me ha dicho? ¿Incluso antes de entrar en el vestíbulo?

—Me da miedo preguntar.

—Me ha dicho: «Ya sé que has besado a mi amiga».

Sophia no se mostró sorprendida.

—Marcia es así, es verdad. Suele decir lo que piensa, sin ambages.

—Pero te gusta.

—Sí —concedió Sophia—, me gusta. Siempre ha estado a mi lado cuando la he necesitado. Cree que soy un poco… ingenua.

—¿Y tiene razón?

—En cierto modo sí —admitió Sophia.

Tomó los palillos y los rompió por la parte superior para separarlos.

—Antes de ir a estudiar a la universidad, nunca había tenido novio. En el instituto, mis compañeros me consideraban un bicho raro. Además, como trabajaba con mis padres en la charcutería, no tenía demasiado tiempo para ir de fiesta ni nada parecido. Tampoco es que fuera una asocial ni que no supiera lo que la gente hacía los fines de semana. Sabía que en el instituto había drogas, sexo y todo eso, pero básicamente se trataba de rumores o cuchicheos que había oído por casualidad. La verdad es que nunca vi nada específico.

Hizo una pausa antes de continuar.

—Durante mi primer semestre en el campus, aluciné al ver con qué descaro hacían esas cosas. Había oído a algunas chicas que comentaban que se lo habían montado con chicos a los que acababan de conocer, y no estaba segura de si entendía a qué se referían. La mitad de las veces sigo sin estar segura, porque parece como si el significado varíe en función de quien hable. Para algunas, solo quiere decir besuquearse, pero para otras significa acostarse con alguien, y para otras, algo entre medio, no sé si me entiendes. Me pasé buena parte de mi primer año intentando descifrar el significado.

Luke sonrió, y Sophia continuó con su disertación.

—Además, la vida en la hermandad, en general, no es lo que había esperado. Se pasan los días de fiesta en fiesta, y para mucha gente eso significa borracheras y drogas o lo que sea. Admito que en un par de ocasiones me pasé de la raya con el alcohol, hasta acabar fatal, tanto como para vomitar en el cuarto de baño de la residencia. No me enorgullezco, ni mucho menos, pero en el campus hay chicas que se emborrachan todas las semanas y que están todo el fin de semana ebrias. No digo que sea lo habitual en la vida de la hermandad; es una realidad tanto en las residencias como en los apartamentos de estudiantes que viven fuera del campus. Por lo visto, es un hábito bien arraigado. Pero lo que pasa es que no me siento a gusto en esos ambientes, y para mucha gente (incluida Marcia) eso significa que soy una ingenua. Si añadimos el hecho de que no formo parte de la cultura de montármelo con el primero que pase, muchas piensan que soy una mojigata. Incluso Marcia lo cree, un poco. Ella jamás ha entendido por qué alguien querría un novio formal en la universidad. Siempre me dice que lo que menos desea es una relación estable.

Luke cogió sus palillos y también los separó, imitando a Sophia.

—Sé de bastantes chicos que estarían interesados en una chica como ella.

—No, no hace falta que se los presentes, porque, a pesar de lo que ella diga, no sé si es verdad. Creo que Marcia busca algo más genuino, pero no sabe cómo encontrar a un chico que busque lo mismo. En la universidad no hay muchos chicos así. ¿Por qué habría de haberlos, si las chicas se entregan sin reservas? Lo que quiero decir es que puedo comprender por qué uno se acuesta con alguien a quien quiere, pero si apenas le conoce, ¿dónde está la gracia? Eso solo sirve para degradar las relaciones.

Sophia se quedó en silencio, y entonces cayó en la cuenta de que Luke era la primera persona a la que había confesado su punto de vista, algo extraño.

Luke jugueteó con los palillos, sosteniéndolos por los extremos desiguales por donde los había separado, mientras se tomaba su tiempo para considerar la exposición de Sophia. Al cabo, se inclinó hacia delante, hasta quedar justo debajo de la lámpara, y dijo:

—Parece una reflexión muy madura, si quieres que te diga la verdad.

Ella se centró en el menú, un poco avergonzada por el comentario.

—¿Sabes? No has de pedir sushi si no quieres. También tienen pollo y ternera teriyaki.

Luke estudió su menú.

—¿Qué tomarás tú?

—Sushi —contestó ella.

—¿Desde cuándo te gusta el sushi?

—Desde que iba al instituto. Una de mis mejores amigas era japonesa, y siempre me decía que había un restaurante fantástico en Edgewater al que ella iba cuando sentía nostalgia de una buena comida japonesa. Como yo siempre comía en la charcutería, tenía ganas de probar algo nuevo, así que un día fui con ella y me convertí en una adepta. Así que a veces, mientras estudiábamos, nos montábamos en su coche e íbamos a Edgewater, a ese pequeño local indescriptible. Al final nos convertimos en clientes asiduas. Desde entonces, de vez en cuando me entran unas incontrolables ganas de comer sushi, como esta noche.

—Te entiendo —convino él—. En el instituto, cuando competía en el programa para la juventud rural, me iba a una feria local y siempre pedía un Twinkie frito, ya sabes, esos esponjosos pastelitos con crema pastelera.

Sophia se lo quedó mirando sin pestañear.

—¿Estás comparando el sushi con los Twinkies?

—¿Alguna vez has probado un Twinkie frito?

—¡Puaj! ¡Qué asco!

—Sí, ya, bueno, hasta que no pruebes uno, no vale emitir ningún juicio. Están buenísimos. Si te comes muchos, probablemente sufrirás un ataque al corazón, pero, de vez en cuando, no hay nada mejor. Por lo menos es mejor que los Oreos fritos.

—¿Oreos fritos?

—Si necesitas una sugerencia nueva para la charcutería de tus padres, tal como te he dicho, yo apostaría por los Twinkies fritos.

Al principio, Sophia no supo qué decir, hasta que al final soltó en tono serio:

—No creo que nadie en Nueva Jersey sea capaz de comerse esa porquería.

—Te sorprenderías. Podría ser la gran novedad en la ciudad. La gente haría largas colas delante de la tienda todo el día.

Sophia sacudió levemente la cabeza y volvió a centrar la atención en el menú.

—Conque el programa para la juventud rural, ¿eh?

—Empecé cuando era un crío. Con cerdos.

—¿De qué se trata, exactamente? He oído hablar del programa, pero no sé qué es.

—De promover el civismo, la responsabilidad y esa clase de actitudes. Pero cuando hablamos de la competición, se trata más de aprender a elegir un buen cerdo cuando todavía es un lechón. Examinas a sus padres, si puedes, con fotos o como sea. Luego intentas elegir el lechón que consideras que tiene posibilidades de convertirse en un codiciado cerdo en la feria. Se trata de escoger una cría robusta, con mucho músculo y no demasiada grasa, y sin imperfecciones. Después, básicamente, te encargas de ella durante un año. Le das de comer y te ocupas de todo. En cierto modo, es como tener un animal doméstico.

—A ver si lo averiguo. A tu lechón le llamaste Cerdo.

—Pues no. La primera que cuidé se llamaba Edith; el segundo, Fred, la tercera fue Maggie. Puedo continuar con la lista, si quieres.

—¿Cuántos tuviste en total?

Luke contó con los dedos sobre la mesa.

—Nueve, creo. Empecé en tercero y continué hasta el penúltimo año del instituto.

—Y entonces, cuando crecían, ¿dónde competías?

—En la feria del estado. Los jueces los examinan y luego anuncian el ganador.

—¿Y si ganas?

—Te dan una insignia. Pero ganes o pierdas, igualmente acabas vendiendo el cerdo.

—¿Qué hacen con él?

—Lo que suelen hacer con los cerdos —contestó él—. Llevarlos al matadero.

Sophia arrugó la nariz.

—Quieres decir que lo crías desde que es un lechón, le pones un nombre, te ocupas de él durante un año, ¿y luego lo vendes para que lo maten?

Luke la observó quedamente, con curiosidad.

—¿Qué más quieres hacer con un cerdo?

Ella se quedó boquiabierta, incapaz de responder. Al final, sacudió la cabeza.

—Quiero que sepas que jamás he conocido a nadie como tú, jamás.

—Creo que yo podría decir lo mismo acerca de ti —contraatacó Luke.