4

Sophia

No estaba exactamente segura de por qué lo había dicho. Las palabras habían acudido a su boca y no había podido hacer nada por contenerlas. Por un momento se le ocurrió intentar rectificar o darle la vuelta al sentido, pero, por alguna razón, se dio cuenta de que no quería hacerlo.

No tenía nada que ver con su físico, si bien Marcia había dicho una gran verdad: Luke era, sin lugar a dudas, muy atractivo, con un aspecto infantil y con esa sonrisa franca y afable… flanqueada por ese par de hoyuelos. Era delgado y esbelto, con unos hombros anchos que contrastaban con sus caderas estrechas, y la indomable mata de rizos castaños que asomaba por debajo de su tronado sombrero resultaba tremendamente atractiva. Pero lo que más destacaba de su aspecto eran sus ojos; Sophia siempre se quedaba prendada de un par de ojos bonitos. Los de Luke eran de un azul estival, tan vívidos y radiantes que te podían hacer sospechar que se trataba de lentes de contacto de colores, por más que estuviera segura de que él tacharía de absurda esa moda.

Sophia tenía que admitir que también ayudaba que a él le pareciera atractiva. De adolescente había sido un tanto desgarbada, con unas piernas largas y flacuchas, sin nada de redondeces en las caderas, y con cierta tendencia a ocasionales episodios de acné. Hasta el penúltimo año en el instituto no necesitó llevar más que un sujetador de deporte. Todo su cuerpo empezó a cambiar en el último curso, aunque eso lo único que consiguió, básicamente, fue que se sintiera incómoda y acomplejada. Incluso en esos momentos, si se observaba en el espejo, a veces todavía detectaba algún rastro de la quinceañera que había sido, y se sorprendía de que nadie más se diera cuenta.

Por más halagadora que fuera la apreciación de Luke, lo que más le atraía de él era cómo conseguía imprimir esa sensación de que nada era complicado, desde la impavidez con que se había encarado a Brian hasta la serena y accesible conversación que mantenían. Sophia no había tenido en ningún momento la impresión de que él intentara impresionarla, pero su sereno autodominio lo diferenciaba de los chicos que ella conocía en Wake Forest, especialmente de Brian.

También le gustaba que él se mostrara cómodo cuando ella se encerraba en sus propios pensamientos. Mucha gente sentía la necesidad de llenar cualquier silencio, pero Luke simplemente se dedicaba a mirar los toros, satisfecho en su mundo particular. Después de un rato, Sophia cayó en la cuenta de que la música en el granero había cesado por el momento (seguramente, la banda de música se había tomado un breve descanso), y se preguntó si Marcia la estaría buscando. Deseó que no fuera así, al menos de momento.

—¿Qué tal es la vida en un rancho? —preguntó, rompiendo el silencio—. ¿Qué haces durante todo el día?

Observó que él cruzaba una pierna encima de la otra y clavaba la punta de la bota en el suelo.

—Agitada, supongo. Siempre hay algo que hacer.

—¿Como qué?

Luke se masajeó distraídamente una mano con la otra mientras reflexionaba.

—Bueno, para empezar, hay que dar de comer a los caballos, los cerdos y las gallinas a primera hora de la mañana, y también hay que limpiar los rediles. Hay que examinar el ganado. Cada día he de confirmar el buen estado de todas las reses (que no tengan infecciones oculares, ni cortes hechos con la alambrada de púas, esa clase de exploración). Si hay una que está herida o enferma, intento ocuparme al instante. Después, hay que regar los pastizales, y varias veces al año he de llevar todo el ganado de un prado al siguiente, para que siempre disponga de forraje fresco. Además, un par de veces al año toca vacunarlos, lo que significa que hay que atarlos uno a uno y luego mantenerlos aislados. Aparte tenemos un huerto bastante grande, de uso familiar, y también he de ocuparme de todo lo que hay plantado…

Sophia lo miró, impresionada.

—¿Eso es todo? —bromeó.

—Todavía hay más —continuó Luke—. Vendemos calabazas, arándanos, miel y abetos en Navidad, así que a veces me paso parte del día plantando o deshierbando o regando, o recolectando la miel de las colmenas. Y si llega algún cliente, he de estar allí para atar el abeto o ayudarle a llevar las calabazas al coche, o lo que haga falta. Y luego, por supuesto, siempre hay algo roto que hay que reparar, ya sea el tractor, ya sea el Gator o la valla del granero o el tejado de la casa. —Esbozó una mueca de fastidio—. Créeme, siempre hay algo que hacer.

—Es imposible que hagas todo eso solo —objetó Sophia con incredulidad.

—Cuento con mi madre, y también con un chico que lleva años trabajando para nosotros: José. Básicamente se encarga de aquellas tareas que nosotros no podemos hacer por falta de tiempo. Y cuando es necesario, contratamos a un puñado de jornaleros durante un par de días para que nos ayuden a podar los árboles o lo que haga falta.

Sophia frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir con eso de podar los árboles? ¿Te refieres a los abetos?

—Por si no lo sabías, los abetos no crecen con esa forma cónica. Hay que podarlos mientras crecen para lograr ese efecto deseado de «árbol de Navidad».

—¿De veras?

—Además, también hay que rotar las calabazas. No queremos que se pudran por la base; queremos que sean redondas o, como mínimo, ovaladas. De lo contrario, nadie las compraría.

Sophia arrugó la nariz.

—¿De verdad hay que rotarlas, literalmente?

—Sí, y con cuidado, para no romper el tallo.

—Nunca lo habría dicho.

—Mucha gente lo ignora. Pero probablemente tú sabes un montón de cosas que yo no sé.

—Sabes dónde está Eslovaquia.

—Siempre me gustó la geografía y la historia. Pero si me preguntas sobre química o álgebra, probablemente estaría perdido.

—A mí tampoco es que me gustaran mucho esas asignaturas.

—Pero se te daban bien, seguro. Me apuesto lo que quieras a que estabas entre los mejores de tu clase.

—¿Por qué lo dices?

—Vas a Wake Forest. Supongo que debías sacar excelente en todo. ¿Qué estudias?

—Nada que ver con los ranchos, como es obvio.

Luke sonrió y los dos hoyuelos volvieron a resaltar.

Sophia rascó un listón de madera con la uña.

—Bellas Artes.

—¿Es algo que siempre te ha gustado?

—¡Qué va! Cuando llegué a Wake Forest no tenía ni idea de lo que quería hacer con mi vida. Empecé a ir a las típicas clases a las que van todos los novatos, con la esperanza de descubrir mi verdadera vocación. Quería encontrar algo que me despertara una verdadera… pasión, ¿sabes?

Hizo una pausa y notó que Luke le dedicaba toda su atención, sin perder detalle. Su interés, auténtico, le hizo recordar de nuevo lo distinto que era de los chicos que conocía en el campus.

—Pero, bueno, era mi primer año, me matriculé en Impresionismo francés, básicamente para llenar el horario, no por ninguna razón en particular. Pero el profesor era extraordinario; sus clases eran amenas e interesantes, y transmitía la pasión que sentía por su especialidad, tal y como deberían hacer todos los profesores. Él conseguía que el arte cobrara vida y pareciera, en cierto modo, relevante… Después de un par de clases, lo tuve claro. Supe qué quería hacer. A medida que iba a más clases de historia del arte, más claro lo tenía: quería formar parte de ese mundo.

—Supongo que estarás encantada de haber asistido a esa primera clase, ¿no?

—Sí, aunque mis padres no tanto. Ellos querían que estudiara Medicina, Derecho o Contabilidad; algo que tuviera una salida laboral.

Luke se alisó la camisa.

—Por lo que sé, lo que importa es tener un título universitario. Si lo tienes, probablemente conseguirás un empleo.

—Eso les digo yo. Pero mi verdadero sueño es trabajar en un museo.

—Pues hazlo.

—No es tan fácil como crees. Hay muchos graduados en Bellas Artes, y solo un puñado de puestos de trabajo disponibles. Además, muchos museos no disponen de presupuesto, lo que significa que están reduciendo personal. Tuve suerte de conseguir una entrevista con el Museo de Arte de Denver. No es un trabajo remunerado, sino de becaria, pero me dijeron que había posibilidades de acabar ocupando un puesto remunerado. Y eso me lleva a preguntarme irremediablemente cómo seré capaz de pagar mis facturas mientras trabaje allí. Y no quiero que mis padres me mantengan; además, de todos modos, tampoco podrían permitírselo. Mi hermana menor estudia en Rutgers, y tengo dos hermanas más que pronto irán a la universidad y…

De repente se quedó callada, abrumada. Luke pareció leerle el pensamiento y no insistió.

—¿A qué se dedican tus padres? —preguntó, cambiando de tema.

—Tienen una charcutería. La especialidad son los quesos y los embutidos, el pan recién horneado, los bocadillos y las sopas caseras.

—¿Comida de calidad?

—Así es, de buena calidad.

—Entonces, si un día me paso por vuestra charcutería, ¿qué me recomiendas que pida?

—Lo que quieras. Todo está riquísimo. Mi madre prepara una magnífica crema de champiñones. Es mi favorita, pero probablemente la clientela nos conoce más por las hamburguesas con queso. A la hora del almuerzo, siempre hay una larga cola y eso es lo que la mayoría de la gente pide. Incluso ganamos un premio hace un par de años por preparar el mejor bocadillo de la ciudad.

—¿De veras?

—¡Pues sí! El periódico organizó un concurso en el que la gente podía votar. Mi padre enmarcó el certificado y lo tiene colgado junto a la caja registradora. Quizá te lo enseñe algún día.

Luke unió las manos, imitando la postura que ella había adoptado un rato antes y dijo:

—Pues la verdad es que me encantaría, ¿sabes, Sophia?

Ella rompió a reír al reconocer la imitación. Además, le había gustado la forma en que él había pronunciado su nombre, más despacio de lo que estaba acostumbrada a oírlo, pero también con más dulzura; las sílabas se habían enredado en su lengua en una cadencia agradable, sin prisa. Se recordó que apenas le conocía, pero lo más curioso era que no tenía esa impresión. Apoyó nuevamente los codos en la valla.

—Así que los otros chicos que se han acercado a ayudarte… ¿Has venido al rodeo con ellos?

Luke desvió la vista hacia los jinetes y luego volvió a mirarla.

—No —contestó—. La verdad es que solo conozco a uno. Mis amigos están dentro. Probablemente sin quitar ojo a tus amigas.

—¿Por qué no estás con ellos?

Empujó suavemente el sombrero hacia atrás con un dedo.

—Estaba con ellos; bueno, hasta hace un rato. Pero no tenía ganas de conversar, así que he salido a tomar el aire.

—Pues ahora sí que parece que tengas ganas de hablar.

—Eso parece —esbozó una tímida sonrisa—, aunque no hay mucho que contar, aparte de lo que ya te he dicho. Monto toros y trabajo en el rancho de la familia. Mi vida no es muy interesante, que digamos.

Sophia lo estudió con la mirada.

—Entonces cuéntame algo que no le digas normalmente a la gente.

—¿Como qué? —receló.

—Lo que quieras —sugirió ella, alzando las manos—. ¿Qué pensabas hace un rato, cuando estabas aquí fuera solo?

Luke se movió incómodo y desvió la vista hacia un punto lejano. Al principio no dijo nada. En un intento de ganar tiempo, dobló las manos sobre la valla.

—Para comprenderlo, creo que necesitarías verlo —respondió despacio—. Pero el problema es que no está exactamente aquí.

—¿Dónde está? —preguntó ella, desconcertada.

—Allí —dijo él, y señaló hacia los rediles.

Sophia vaciló. Todo el mundo había oído alguna de esas historias sobre «chica conoce a chico, y este parece la mar de agradable y simpático, hasta que se queda a solas con ella…». Con todo, mientras lo miraba con atención, no detectó ninguna señal de alarma. Por alguna razón se fiaba de él, y no simplemente porque hubiera acudido en su ayuda. No tenía la sensación de que quisiera engañarla, nada más; incluso tenía la impresión de que si le pedía que la dejara en paz, él se alejaría y nunca más volvería a verlo. Además, aquella noche la había hecho reír. En el poco rato que habían pasado juntos, Sophia se había olvidado de Brian por completo.

—De acuerdo —contestó—. Te acompaño.

Si a Luke le sorprendió su respuesta, no lo demostró. En vez de eso, se limitó a asentir con la cabeza; acto seguido, apoyó ambas manos en la valla y la saltó con pasmosa agilidad.

—¡No te hagas el chulo! —bromeó ella.

Sophia se agachó y pasó entre los listones de madera. Al cabo de un momento, ambos emprendieron el camino hacia los rediles.

Mientras cruzaban el prado en dirección a la valla situada al otro lado, Luke mantuvo una distancia prudente. Sophia estudió las ondulaciones de la valla que trazaba los contornos del campo, maravillándose de la gran diferencia entre ese lugar y la ciudad donde se había criado. Se dio cuenta de que había llegado a apreciar la belleza silenciosa, casi austera de aquel paisaje.

En Carolina del Norte había unas mil comunidades rurales, cada una con su propio carácter e historia. Sophia había llegado a comprender por qué muchos lugareños nunca abandonaban su pueblo natal. A lo lejos, los pinos entreverados con los robles formaban una tupida malla negra. Detrás de ellos, la música se fue amortiguando gradualmente y el canto distante de los grillos en los prados emergió a su paso. Pese a la oscuridad, Sophia notaba que Luke la observaba, aunque con disimulo.

—Después de la siguiente valla hay un atajo —anunció él—. Desde allí podremos llegar a mi camioneta.

El comentario la pilló desprevenida.

—¿Tu camioneta?

—Tranquila —dijo él, alzando las manos—. No iremos a ninguna parte. Ni siquiera nos meteremos dentro. Solo lo digo porque creo que desde la plataforma lo verás mejor. Queda más elevada y es más cómoda. Además, llevo un par de sillas plegables.

—¿Llevas sillas plegables en la camioneta? —lo interrogó Sophia, entrecerrando los ojos en señal de desconfianza.

—Llevo muchas cosas en la caja de la camioneta.

Por supuesto. Como todo el mundo. Seguro que Marcia consideraría que eso daba para un «trabajo de campo».

En ese momento ya habían llegado a la siguiente valla, desde donde se podía apreciar mejor el brillo de las luces en los ruedos. De nuevo, Luke saltó la valla con agilidad, pero esta vez los listones estaban demasiado juntos entre sí como para que Sophia pudiera pasar entre ellos, por más que se encogiera. Al final, se encaramó a la valla y permaneció un momento sentada antes de pasar las piernas al otro lado. Aceptó las manos que Luke le ofrecía como punto de apoyo y de un brinco saltó al suelo. Le gustó su tacto cálido y áspero.

Caminaron hacia una valla cercana y viraron hacia las camionetas. Luke enfiló hacia una negra reluciente con grandes ruedas y una barra de luces en el techo, la única que estaba aparcada con el morro en la dirección opuesta. Luke abrió la puerta trasera abatible y de otro salto se encaramó a la plataforma. Nuevamente, Sophia se agarró a sus manos y solo bastó un pequeño impulso para quedar de pie junto a él en la parte trasera y descubierta de la camioneta.

Luke dio media vuelta y empezó a hurgar entre algunos trastos, apartando objetos, de espaldas a Sophia. Ella cruzó los brazos y se preguntó qué opinaría Marcia de su osadía. La podía imaginar sometiéndola a un interrogatorio: «Estamos hablando del chico mono, ¿verdad? ¿Te llevó a su camioneta? Pero ¿en qué estabas pensando? ¿Y si hubiera sido un desequilibrado?». Entre tanto, Luke continuaba enfrascado rebuscando entre los trastos. Sophia oyó un traqueteo metálico antes de que él reapareciera a su lado con la típica silla plegable que la gente suele llevar a la playa. Después de abrirla, la colocó sobre la tarima elevada de la camioneta y le hizo un gesto.

—Siéntate y ponte cómoda. Enseguida estoy contigo.

Ella permaneció de pie sin moverse, y de nuevo imaginó la cara escéptica de Marcia, pero entonces se dijo: «¿Por qué no?». En cierto modo, toda la noche le había parecido surrealista, así que verse sentada de sopetón en una silla plegable en la parte trasera descubierta de una camioneta cuyo propietario era un chico que se dedicaba a montar toros en rodeos le parecía casi una extensión natural.

Cayó en la cuenta de que, aparte de Brian, la última vez que había estado a solas con un chico había sido el verano antes de su primer año en Wake Forest, cuando salió a pasear con Tony Russo por el paseo marítimo. Hacía años que se conocían, pero, después de graduarse en el instituto, su relación no llegó a buen puerto. Él era mono e inteligente (en otoño iba a empezar sus estudios en Princetown), pero en su tercera cita intentó meterle mano y…

Luke colocó la otra silla a su lado, interrumpiendo sus pensamientos. Sin embargo, en lugar de sentarse, saltó al suelo, rodeó la camioneta hasta la puerta del conductor y se inclinó hacia el interior de la cabina. Al cabo de un momento, Sophia oyó la radio.

«Country. ¡Cómo no!», pensó para sí, divertida. ¿Qué otra música podría ser?

Después de volver junto a ella, Luke tomó asiento y estiró las piernas, cruzándolas a la altura de los tobillos.

—¿Cómoda? —le preguntó.

—Más o menos. —Ella se revolvió un poco, consciente de lo cerca que estaban el uno del otro.

—¿Quieres que cambiemos de silla?

—No es eso. Es… esto —dijo, acompañando las palabras con un suave bamboleo de los brazos—. Estar aquí sentados en un par de sillas plegables en la parte trasera de tu camioneta. Es una experiencia nueva para mí.

—¿No haces esto en Nueva Jersey?

—Hacemos otras cosas, como ir al cine, salir a cenar, pasar el rato en casa de alguna amiga. Supongo que tú no hacías esas cosas cuando estabas en el instituto, ¿no?

—Claro que las hacía, y las sigo haciendo.

—A ver, ¿cuál es la última película que has visto en el cine?

—¿Qué es un cine?

Sophia necesitó un segundo para comprender que le estaba tomando el pelo, y Luke se echó a reír ante el rápido cambio en su expresión. A continuación, señaló hacia la valla.

—Vistos de cerca, son aún más imponentes, ¿verdad?

Sophia se dio la vuelta y vio un toro que avanzaba lentamente hacia ellos, a pocos metros de distancia, con los músculos del tórax contraídos. Su tamaño la dejó sin aliento; así de cerca, no era como en el ruedo.

—¡Madre mía! —exclamó, sin poder ocultar la sorpresa en su tono. Se inclinó hacia delante al tiempo que añadía—: Es… impresionante. —Se dio la vuelta hacia Luke—. ¿Y tú montas estos bichos? ¿Voluntariamente?

—Cuando se dejan.

—¿Era esto lo que querías que viera?

—Más o menos, bueno, quería que vieras ese de ahí.

Luke señaló hacia el redil más apartado, donde había un toro bayo que movía las orejas y la cola, pero que permanecía inmóvil. Tenía un cuerno torcido, e incluso a distancia Sophia pudo ver el entramado de cicatrices en su costado. Pese a que no era más grande que los demás especímenes, había algo salvaje y desafiante en su pose, y ella tuvo la impresión de que desafiaba a cualquier toro que osara acercarse a él. Podía oír cómo sus hoscos resoplidos rompían el silencio del aire nocturno.

Cuando se dio la vuelta de nuevo hacia Luke, detectó un cambio en su expresión. Él miraba fijamente al toro, con una aparente calma, pero había algo más, algo que Sophia no acertaba a descifrar.

—Te presento a Big Ugly Critter —anunció él, sin apartar la vista del animal—. Pensaba en él hace un rato, mientras estaba apoyado en la valla junto al granero.

—¿Es uno de los toros que has montado esta noche?

—No, pero después del rodeo he tenido la sensación de que no podía irme sin verlo. Es muy extraño, ya que al llegar aquí precisamente era el último toro que quería ver. Por eso he aparcado la camioneta de espaldas al redil. Y si me hubiera tocado montarlo esta noche, no sé qué habría hecho.

Sophia esperó a que él continuara, pero no lo hizo.

—Por lo que dices, deduzco que lo has montado antes.

—Lo he intentado en tres ocasiones, pero sin éxito —respondió él, sacudiendo la cabeza—. Es lo que se denomina un toro bravo. Solo un par de personas han conseguido aguantar el tiempo reglamentario a lomos de esa bestia, y eso fue hace unos cuantos años. Da vueltas y coces y cambia de dirección, y si te tira al suelo, te embiste con saña por haber intentado montarlo. He tenido pesadillas con ese toro. Le tengo miedo. —Se volvió hacia ella, con la cara medio oculta entre las sombras—. Esto es algo que casi nadie sabe.

Había algo atormentado en su expresión, algo que Sophia no se había esperado.

—Me cuesta creer que le tengas miedo a algo —dijo despacio.

—Ya, bueno…, soy humano —bromeó él—. Tampoco me gustan demasiado los relámpagos, para que lo sepas.

Sophia se sentó con la espalda más erguida.

—Pues a mí me gustan los relámpagos.

—Es distinto cuando estás en medio de un pastizal, sin un lugar donde ponerte a cubierto.

—En eso seguro que tienes razón.

—Es mi turno. Me toca a mí hacerte una pregunta. La que quiera.

—Adelante.

—¿Cuánto tiempo saliste con Brian? —preguntó él.

Sophia casi se echó a reír, aliviada.

—¿Eso es todo? —preguntó, sin esperar una respuesta—. Empezamos a salir cuando yo estaba en el segundo curso de la universidad.

—Es un tipo muy fornido —observó Luke.

—Tiene una beca como jugador de lacrosse.

—Debe de ser bueno.

—En lacrosse sí —admitió ella—, pero como novio no.

—Sin embargo, saliste con él dos años.

—Sí, bueno… —Sophia encogió las rodillas y las abrazó—. ¿Alguna vez has estado enamorado?

Luke alzó la cabeza, como si intentara buscar la respuesta en las estrellas.

—No estoy seguro.

—Si no estás seguro, eso es que probablemente no lo has estado.

Él consideró la respuesta unos segundos.

—Es posible.

—¿Cómo? ¿No vas a llevarme la contraria?

—Ya te lo he dicho, no estoy seguro.

—¿Te afectó…, cuando lo vuestro acabó, quiero decir?

Luke frunció los labios y sopesó la respuesta.

—La verdad es que no, pero a Angie tampoco. Solo fue el típico amor adolescente. Después de graduarnos en el instituto, creo que los dos comprendimos que íbamos por caminos distintos. Pero todavía somos amigos. Incluso me invitó a su boda. Me lo pasé muy bien en la fiesta posterior, con una de las damas de honor.

Sophia miró hacia el suelo.

—Yo quería a Brian, quiero decir. Antes me había prendado alguna vez, ya sabes, esos enamoramientos infantiles, como cuando escribes el nombre de un chico en tu carpeta y dibujas unos corazones alrededor. Supongo que la gente acostumbra a poner su primer amor en un pedestal, y al principio yo hacía lo mismo. Ni siquiera estaba segura de por qué él quería salir conmigo; es guapo y tiene una beca por ser un excelente deportista. Además, es popular y rico… Me quedé tan alucinada al ver que se fijaba en mí. Y al principio era tan divertido y encantador… La primera vez que me besó, ya me tenía en el bote. Me enamoré perdidamente, y entonces… —Sophia se contuvo; no deseaba ahondar en los detalles—. Bueno, la cuestión es que rompí con él justo después de que empezaran las clases este año. Por lo visto, se había enrollado con otra chica de su vecindario, durante todo el verano.

—Y quiere recuperarte.

—Sí, pero ¿por qué? ¿Es porque me quiere, o porque no puede tenerme?

—¿Me lo estás preguntando?

—Te pido tu valoración. No porque piense volver con él, porque no lo haré. Te pregunto tu opinión como hombre.

Luke midió las palabras.

—Un poco de ambas cosas, tal vez. Pero deduzco que es básicamente porque se ha dado cuenta de que ha cometido un gran error.

Sophia asimiló el cumplido en silencio. Le gustaba su discreción.

—Me alegro de haberte visto montar esta noche —añadió ella, con absoluta sinceridad—. Lo has hecho increíblemente bien.

—He tenido suerte. Estaba bastante nervioso. Hacía bastante tiempo que no montaba.

—¿De veras? ¿Cuánto tiempo?

Luke se alisó los vaqueros, procurando ganar tiempo antes de contestar.

—Dieciocho meses.

Por un instante, Sophia pensó que había oído mal.

—¿Llevabas un año y medio sin montar?

—Así es.

—¿Por qué?

Ella tenía la impresión de que él no sabía cómo contestar.

—Mi última actuación no salió bien…

—¿Tan mal?

—Desastrosamente mal.

Con aquella respuesta, Sophia creyó encajar una pieza en el rompecabezas.

—Por Big Ugly Critter —dedujo ella.

—Así es —admitió él.

Con intención de evitar la siguiente pregunta, Luke volvió a centrar el tema de conversación en ella.

—Así que vives en una residencia de estudiantes, ¿eh?

Sophia se dio cuenta del cambio brusco de tema, pero no tuvo inconveniente en seguir el hilo.

—Es mi tercer año en la residencia.

Los ojos de Luke se iluminaron traviesamente.

—¿Es tal como la gente lo describe? ¿Siempre con fiestas de pijamas y guerras de almohadas?

—¡Qué va! Más bien se trata de desfiles de ropa interior y guerras de almohadas.

—¡Vaya! ¡Creo que me gustaría vivir en un lugar como ese!

—Ya, seguro. —Se echó a reír.

—En serio, ¿qué tal es la vida en una residencia de estudiantes? —preguntó, curioso.

—Bueno, somos un puñado de chicas que vivimos juntas, y la mayor parte del tiempo eso está bien. Otras veces, no tanto. Es un mundo con sus normas particulares y su propia jerarquía, lo cual está bien si te van esos rollos. Pero yo nunca los he soportado… Soy de Nueva Jersey, y crecí ayudando a mis padres en un negocio familiar que no daba para mucho. La única razón por la que puedo permitirme estudiar en Wake Forest es porque conseguí una beca que me cubre todos los estudios. No hay muchas chicas con mi perfil en la residencia. No digo que el resto sean todas unas niñas ricas, porque no lo son. Y muchas de ellas trabajaban mientras estudiaban en el instituto. Es solo que…

—Eres diferente —dijo Luke, rematando la frase por ella—. Me apuesto lo que quieras a que no muchas de tus compañeras en la hermandad se arriesgarían a que las pillaran en medio de un prado examinando un toro.

«No estaría tan segura de eso», pensó ella. Luke era el campeón de la noche, y, sin lugar a dudas, se lo podía catalogar de «pedazo de bombón», según las palabras de Marcia. Para algunas de sus compañeras en la residencia de estudiantes, eso habría sido más que suficiente.

—¿Has dicho que tienes caballos en el rancho? —preguntó ella.

—Así es.

—¿Sales a cabalgar a menudo?

—Casi todos los días —contestó él—. Cuando estoy vigilando el ganado. Podría usar el tractor, pero crecí haciendo ese trabajo a caballo. Es lo que estoy acostumbrado a hacer.

—¿Alguna vez sales a cabalgar solo por diversión?

—De vez en cuando. ¿Por qué? ¿Montas a caballo?

—No, no he montado nunca. No hay demasiados caballos en la ciudad de Nueva Jersey. Pero de pequeña me hacía ilusión montar. Creo que todas las niñas sueñan con ello. —Hizo una pausa—. ¿Cómo se llama tu caballo?

Caballo.

Sophia esperó a que él completara el chiste, pero no lo hizo.

—¿Tu caballo se llama Caballo?

—A él le da igual.

—Deberías ponerle un nombre noble. Como Príncipe de los Ladrones o algo parecido.

—Probablemente lo confundiría.

—Te aseguro que cualquier cosa es mejor que Caballo. Es como llamar «perro» a un perro.

—Pues yo tengo un perro que se llama Perro. Es un perro boyero australiano. —Luke la miró con absoluta tranquilidad—. Es fantástico con el ganado.

—¿Y a tu madre no le pareció mal?

—Fue ella quien le puso el nombre.

Sophia sacudió la cabeza.

—Mi compañera de habitación no se lo creerá cuando se lo cuente.

—¿El qué? ¿Que mis animales tienen, a tu modo de ver, nombres raros?

—Por ejemplo —bromeó ella.

—Háblame de la universidad —sugirió él.

Durante la siguiente media hora, Sophia se dedicó a desgranar su vida diaria. Incluso a ella misma su relato le parecía tedioso (que si clases, que si estudiar, que si vida social los fines de semana). Luke, en cambio, parecía interesado; incluso le hizo alguna pregunta, aunque la mayor parte del tiempo permitió que Sophia divagara.

Ella describió la hermandad —especialmente a Mary-Kate— y habló un poco sobre Brian y cómo se había estado comportando desde el principio de curso. Mientras hablaban, la gente empezó a aparecer por la parcela; algunos se encaminaban directamente a sus camionetas y los saludaban a su paso con una leve inclinación del sombrero, otros se detenían a felicitar a Luke por su actuación.

A medida que transcurría la noche y la temperatura descendía, Sophia empezó a notar que se le erizaba el vello. Cruzó los brazos y se hundió un poco más en la silla.

—Tengo una manta en la cabina, si quieres —le ofreció él.

—Gracias, pero no hará falta —contestó ella—. Será mejor que regrese. No quiero que mis amigas se marchen sin mí.

—Tienes razón. Te acompañaré.

Luke la ayudó a apearse de la camioneta y regresaron por el mismo camino que habían seguido un rato antes; la música fue ganando volumen a medida que se acercaban. Pronto llegaron al granero, que estaba un poco menos concurrido que un rato antes, cuando se habían alejado. Sophia tenía la impresión de haber estado fuera durante horas.

—¿Quieres que entre contigo, por si Brian todavía está por aquí?

—No, no hace falta. No me separaré de mi amiga.

Luke estudió el suelo, luego alzó los ojos.

—Lo he pasado muy bien contigo.

—Yo también. ¡Ah! Y gracias de nuevo. Por lo de antes, quiero decir.

—Ha sido un placer.

Él se despidió con una sutil inclinación de cabeza y después dio media vuelta. Sophia lo observó mientras se alejaba. La historia podría haber terminado allí —y algún tiempo después ella se preguntaría si debería haber permitido que así fuera—, pero, en vez de eso, dio un paso hacia él y las palabras fluyeron por su boca de forma automática.

—¡Espera, Luke!

Él se volvió para mirarla, y ella alzó la barbilla levemente.

—Me has dicho que me enseñarías tu granero. En teoría está más destartalado que este.

Él sonrió, y volvieron a resaltar los hoyuelos en sus mejillas.

—¿Mañana a la una? —propuso—. Por la mañana he de hacer varias cosas. ¿Quieres que pase a buscarte?

—No, ya iré en mi coche —sugirió ella—. Envíame un mensaje al móvil con tu dirección y cómo llegar.

—No tengo tu número.

—Dime el tuyo.

Luke se lo dio y ella lo marcó. Acto seguido, se oyó el timbre. Sophia colgó y se quedó mirando fijamente a Luke, preguntándose por qué había actuado de una forma tan impulsiva.

—Ya lo tienes.