Capítulo 7
La sangre de Emmett estaba en un punto febril. Al volver al restaurante, captó el olor del tirador y empezó a rastrear. Dorian y Clay habían recogido el rastro mientras acompañaba a Ria a casa, pero ésta era su caza.
Los dedos recordaron la suave sensación de la piel de Ria, la aspereza delicada del rasguño que no debería haber estado en la cara. El leopardo caminó dentro de su cráneo, deseando salir, queriendo causar daños, pero Emmett se aferró a su humanidad. Por ahora.
Minutos más tarde, se encontró con Dorian y Clay parados en un cruce abarrotado y frustrados.
—Joder —dijo Emmett, sintiendo lo que ellos. El olor del tirador había desaparecido simplemente.
—Probablemente alguien le esperaba —murmuró Dorian, mirando alrededor—.No hay cámaras de vigilancia en esta área. Debemos arreglar eso.
Emmett entrecerró los ojos, haciendo un giro lento para abarcar los cuatro puntos del cruce. Estaba abarrotado de personas.
—No puede haber sido una camioneta. Sería demasiado difícil hacer una huida rápida —murmuró casi para sí mismo… y levantó la mirada.
La escalera de emergencia pasada de moda colgaba a unos pies del suelo, lo bastante alta para confundir el rastro de olor con tanta gente alrededor. Aterrizó sobre la escalera con un único salto poderoso y comenzó a seguir el rastro que se desvanecía con la fluida gracia del leopardo que era. Ningún humano podría esperar competir con un depredador cambiante moviéndose a plena velocidad.
Llegando a lo alto del edificio en segundos, siguió el olor hacia el otro lado. Otra escalera, ésta mirando a una pequeña área de parking atestada de ancianos jugando a lo que parecía una combinación de Mahjong y ajedrez. Ignorando la escalera, saltó directamente al suelo, provocando que varias personas chillaran. Su gato aseguró que aterrizara de pie, su cuerpo perfectamente equilibrado.
Otra vez, el olor estaba enturbiado por el número de personas del parque. Pero peor, a unos pocos metros estuvo totalmente tapado por el fuerte desinfectante utilizado para los cercanos lavabos públicos automatizados. Jurando entre dientes, rodeó el parque y no se topó con nada. La frustración le clavó las garras. Estaba seguro que era aquí donde habían recogido al tirador, en una de estas estrechas calles.
Pasándose una mano por el pelo, caminó a zancadas por donde había venido cuando un anciano le hizo gestos.
—Aquí, dejó su motocicleta aparcada en el sendero. Muy grosero.
El anciano le dio un trozo de papel. Al abrirlo, encontró un número de matrícula.
Caliente.
—Gracias —su móvil estaba en la mano un instante más tarde. El anciano le hizo gestos con la mano para alejar las gracias y volvió a su juego mientras Emmett hacía uso de la tecnología DarkRiver. Los cambiantes se habían ocupado de estar al día en toda la tecnología conocida por el hombre, porque si los fríamente poderosos psi tenían una debilidad, era que confiaban demasiado en sus máquinas.
Pero ese conocimiento técnico también resultaba útil cuando los DarkRiver necesitaban piratear las bases de datos de las fuerzas del orden. Emmett tuvo la dirección que encajaba con la matrícula cinco minutos más tarde. Reunir un equipo sólo llevó otros tres minutos, Lucas, Vaughn y Clay, con Dorian vigilando. El joven soldado se estaba volviendo un francotirador tremendo.
—¿Cómo hacemos esto? —preguntó Lucas mientras salían del vehículo a corta distancia de la casa del tirador, sus ojos fríos.
—Quiero al bastardo vivo —dijo Emmett entre los dientes apretados—. Necesitamos conseguir la ubicación de Vincent —miró a Lucas—. Estamos rozando la ley aquí —los cambiantes tenían jurisdicción sobre los crímenes que implicaba a los de su clase, pero este tirador era probablemente humano—. Es de día. Nos verán.
Su alfa se encogió de hombros.
—Déjame a mí manejar eso.
Fiándose de su palabra, Emmett dio la señal y se abrieron en abanico, entrando en el remolque sucio del sospechoso desde todos lados. La moto estaba cerca de la parte trasera, pegajosa con el olor que Emmett había discernido en el restaurante.
Incluso tan cerca, nadie les disparó y un par de segundos más tarde, el leopardo de Emmett captó un nuevo olor. Sangre. Fresca y espesa.
—Maldición —murmuró entre dientes, sabiendo lo que encontrarían. Tuvo razón.
El tirador yacía desplomado sobre una mesa desvencijada, la nuca volada a modo ejecución.
—Vincent sabía que habíamos captado su olor —dijo Lucas, abarcando la escena desde la puerta al lado de Emmett—. Apuesto a que la sangre todavía está caliente.
Los dos retrocedieron, la frustración de Emmett le hacía querer patear algo.
—¿Crees que podría haber información ahí dentro que pueda guiarnos hasta Vincent?
Lucas cabeceó hacia los vecinos de los remolques circundantes, algunos de los cuales miraban abiertamente.
—No podemos arriesgarnos a entrar y dar a los policías una razón para fastidiarnos. Como sea, esta gente nos vio abrir la puerta y quedarnos en el umbral.
Ningún daño, ninguna falta.
—Yo no dejaría que te molestara —dijo Clay, rompiendo su silencio de costumbre—. Este tipo, era prescindible. Le habrán dicho que se agachara.
Emmett trató de creer eso mientras rodeaba el remolque.
Una insinuación de movimiento en su visión periférica, la presa empezando a correr.
Ni pensó en ello, cambiando a persecución entre un segundo y el siguiente. El tipo flaco delante de él no miró hacia atrás mientras serpenteaba por el parque de caravanas. No hasta que pasó a un grupo de niños que pateaban una pelota polvorienta de fútbol. El estómago de Emmett se congeló cuando el hombre levantó la mano.
—¡Abajo! —gritó, empujándose en un arranque increíble de velocidad.
Estrellándose contra el brazo del tirador, lo levantó mientras el hombre disparaba. El disparo fue silencioso, la bala se perdió en el cielo.
El tirador ya se estaba moviendo, utilizando su cuerpo con la fluida gracia de un combatiente de la calle experimentado. El puño golpeó la mejilla de Emmett con la suficiente fuerza para tirarle hacia atrás, pero Emmett no soltó la muñeca del hombre, manteniendo la pistola apuntando hacia arriba, incluso mientras usaba el codo libre para golpear la mandíbula del asesino. El bastardo no cayó.
Que se joda. Emmett apretó la muñeca del hombre, aplastando los frágiles huesos humanos.
Con un chillido, el tirador cayó de rodillas, el arma resbalando de la mano.
—Vigílalo —ordenó Emmett a Vaughn.
El jaguar asintió y se aseguró de que cualquier niño que no se hubiera dispersado se marchara.
Emmett mantuvo la mano alrededor de la muñeca del tirador mientras el hombre arrodillado en el polvo lloriqueaba. Este, pensó Emmett, sabría algo sobre Vincent.
Agachándose, clavó la mirada en los ojos brillantes y húmedos.
—Dime lo que quiero saber —dijo muy tranquilamente—, o aplastaré tanto tu muñeca que nunca podrán recomponerla.
El hombre le escupió.
—Conseguiré un reemplazo clonado.
Emmett oyó el sonido débil de sirenas de las fuerzas del orden y supo que tenía un par de minutos a lo máximo. Inclinándose, dejó deliberadamente que sus ojos se volvieran felinos, disparando las garras. Luego sonrió.
—Sabes, no son muy buenos en la clonación de ojos.
Tocó el borde del ojo derecho del hombre con una garra.
—Es gracioso cómo una garra puede cegar accidentalmente a un hombre durante la lucha.
El temor ardió por el tirador, acre y espeso.
—No puedes hacer eso. Hay testigos.
—¿De verdad?
Miró mientras el hombre se giraba… para ver puertas y ventanas cerradas.
—Amenazaste a sus hijos —susurró Emmett—. ¿Quién crees que vendrá a salvarte? —apretó la garra hasta que el borde tocó la superficie delicada.
El temor se volvió puro terror.
—¡Contestaré a tus preguntas!
Emmett le interrogó rápida y duramente. Para cuando las fuerzas del orden llegaron, el miembro de los Crew estaba tan agradecido de verlos, que confesó el disparo para huir de Emmett. Las policías parecieron querer llevarse también a Emmett, pero de repente, hubo veinte testigos que lo habían visto todo y que juraron que Emmett era un héroe.
Enfrentados a tantos partidarios apasionados, los policías cedieron. Una policía fijo la mirada en los ojos de Emmett.
—No tenía que aplastarle la muñeca —no era censura, sino más una pregunta.
Emmett levantó una ceja. Ella sonrió y se alejó. Directa hacia Dorian.
El soldado rubio sonrió.
—¿Qué tal si me dejas comprarte la cena?
La policía se rió.
—Eres adorable. Pero dejé de asaltar cunas unos años atrás.
Dorian era descarado. Caminó hacia Emmett después de que la mujer se fuera, cruzó los brazos.
—Entonces… ¿qué ocurre si coqueteo con Ria?
—Utilizaré tus costillas para hacer un móvil de campanillas.
—Eso es lo que pensaba.
Emmett les contó lo que había revelado el asesino.
—Vincent permanece fuera de la vista viviendo en una caravana, está sobre un camión, negra y cambia constantemente de matrículas. Pero es brillante, toda decorada. Al bastardo le gusta vivir con estilo.
—Eso hará más fácil localizarle —dijo Lucas—. Comenzaremos a circular la descripción. Alguien hablará.
—También dijo que Vincent tiene una reserva de armas, así que necesitamos estar preparados para lo que pueda hacer cuando le arrinconemos —al bastardo no le importaría a quién golpeara.
—Tienen conexiones con una de las grandes familias del crimen del norte, esto es una prueba. Si no le echamos, tendremos más problemas.
Lucas asintió.
—No tendremos que preocuparnos solamente de las bandas humanas, sino manejamos esto bien, otros grupos de cambiantes comenzarán a mirar nuestro territorio.
—Entonces asegurémonos de que nos ocupamos del negocio.
Emmett pasó el resto del día asegurándose de que sus informantes en la sombra sabían que tenían que estar atentos al camión. Cuando cayó la noche, sólo había una cosa que quería hacer… y sólo una persona con la que quería hacerlo.
Desafortunadamente, aunque el labio partido se había curado a la velocidad cambiante, todavía tenía un ojo morado. No había ninguna condenada manera de que la familia de Ria le dejara atravesar la puerta principal, especialmente en este momento de la noche. Si hubiera sido su hija, pensó Emmett con el corazón retorcido, habría hecho lo mismo. Pero eso no significaba que fuera a permanecer lejos de Ria.
Al llegar a la parte trasera de la casa de dos pisos que era la casa de los Wembley, cabeceó hacia Nate, que tenía turno de vigilancia y alzó la mirada hacia la ventana que sabía pertenecía al dormitorio de Ria. Nate le echó una mirada interesada.
—La pared no tiene asideros.
—Si puedo engancharme a esa ventana —dijo Emmett, pensando en la mecánica del asunto—, puedo izarme.
El otro hombre juzgó el hueco.
—Factible.
Tomada la decisión, Emmett retrocedió hasta estar a bastante distancia, se preparó y saltó. El leopardo se aseguró de que agarrara el saliente al que había apuntado y desde allí, trepar fue sencillo. Sosteniéndose con una mano en el borde bajo de la ventana oscurecida de Ria, mientras los pies encontraban un apoyo precario en el leve saliente de la ventana de la cocina de abajo, dio unos golpecitos en el cristal.
Silencio. Entonces un ruido susurrado, como si ella llevara algo que se arrastrara por el suelo.
Su mente se llenó de mil imágenes eróticas, pero la ventana no se levantó. En vez de eso, oyó el teléfono de Nate. Ria era muy cuidadosa. Sonriendo mientras oía la respuesta del centinela, esperó.
La ventana se levantó unos pocos segundos más tarde.
—¿Estás loco? —siseó Ria, sacando la cabeza—. ¿Cómo es que estás de pie?
—No es fácil —contestó con una sonrisa, la tensión del día se fue ante la vista de ella, toda despeinada por el sueño y besable—. ¿Me dejas entrar?
Retrocediendo, le hizo gestos.
—Querido Dios, Emmett —dijo ella en el instante que estuvo adentro—. Podrías haberte caído y roto tu tonto cuello.
—Soy un leopardo, visón. Trepar es lo mío.
—No creo que los leopardos evolucionaran para trepar a casas de dos pisos… —un jadeo y le empujó la cara hacia la ligera luz que entraba por la ventana—. ¿Qué ha sucedido?
—No me agaché lo bastante rápido —bajó la ventana, sabiendo que Nate no podría oír nada ahora si mantenían las voces bajas—. Mi culpa.
Ria le golpeó el pecho con una mano.
—Quiero una respuesta clara. Habla.
Él toqueteó el tirante de su camisón de raso hasta los tobillos. El material parecía suave y totalmente sedoso. Quería recogerlo en sus manos y descubrir algo aún más suave y más sedoso.
—¡Emmett! —un susurro bajo, pero sus ojos despedían fuego.
Deslizando las manos bajo sus brazos, él la atrajo más cerca.
—¿Quién quiere hablar? —dejó caer la cabeza y la acarició con la nariz, atrayendo su olor a los pulmones.
Calor femenino y un perfume delicado y exótico.
Lamer para saborearlo fue instintivo. Quería saberlo todo sobre su compañera. El leopardo sonrió ante la fácil y absoluta comprensión. Por supuesto que ella era su compañera. ¿Por qué sino había trepado por esa condenada pared? Sólo por Ria.
—Me gusta tu perfume.
Ella se estremeció.
—Estás siendo malo otra vez.
—¿Lo compraste para mí? —le acarició la espalda, apretando su blandura contra el calor de su polla.
—Lo cogí de una caja regalo —enredó las manos en el pelo de Emmett—. Dice que está formulado para cambiantes.
—Mmm —mordisqueándole el cuello hasta los labios, tomó la boca en un beso lento y perezoso—. Nuestro sentido del olfato es tan fuerte que el perfume normal es demasiado intenso.
—Yo ni siquiera puedo oler este —murmuró ella contra sus labios—. Imagino que tendrás que comprarme tú el perfume.
Su gato ronroneó, preguntándose si ella se daba cuenta de lo que había revelado.
—Te compraré gel de baño, también.
—Emmett —un gemido.
Él lo calló con un beso.
—¿Tiene tu puerta cerrojo?
—Sí —presionó los labios contra el pulso del cuello—. Pero no está puesto.
Gimiendo, la alzó en brazos y la llevó a la puerta.
—Hazlo.
—Di por favor.
Él miró esa cara tentadora y cedió al impulso de morder y de hundir los dientes, muy cuidadosamente, en ese lugar sensible entre el hombro y cuello. Ella tembló y él la sintió cómo echaba el cerrojo.
—¿Cómo de tranquilidad? —preguntó, lamiendo la marca mientras la llevaba a la cama.
—Mi madre tiene las orejas de un murciélago.
Sonriendo, Emmett la dejó caer levemente sobre el colchón, bajando encima de ella mientras terminaba la frase. Era toda suave y curvilínea bajo él, el raso de su camisón era un tormento delicioso. Le pasó la mano por un lado. Se enganchó.
—Maldición —las manos eran ásperas, callosas, nada como su carne cremosa.
—Adoro tus manos, Emmett —fue un cuchicheo íntimo en la oscuridad de su habitación.
Él miró a esos ojos inteligentes y supo que estaba perdido. Levantándose y poniéndose a un lado, dijo:
—No quiero estropear tu bonito camisón. Arráncatelo por mí.
Ella tragó, pero las manos movieron el raso, subiéndoselo con lentos y sensuales tirones.
—Se supone que estoy enfadada contigo.
—Hmm —le ahuecó la rodilla mientras era revelada, esperando más, esperando todo.
—¿Vas a fastidiar mis entrevistas la próxima vez también?
La cuesta dulce del muslo.
—Probablemente —subió la mano, acariciando, sabía que tendría que saborearla.
Un gemido suave y Ria levantó la pierna ligeramente, doblando la rodilla mientras frotaba el pie sobre la sábana.
—¿Cómo me haces esto?
Moviendo la mano entre sus piernas, la ahuecó.