Capítulo 4

Habiendo hecho dos rondas de la rutina que Emmett le había enseñado, Ria se giró para verle caminar de vuelta hacia ella.

La mirada salvaje de sus ojos erizaba cada vello de su cuerpo.

El hombre parecía hambriento. Nadie jamás había mirado a Ria de ese modo. Era casi aterrador. Pero se mantuvo en el sitio, esperando, preguntándose.

—¿Preparada para el siguiente paso? —su voz era profunda, contenía los principios de lo que sonaba como un gruñido… un leopardo apenas contenido.

Tragó.

—Claro.

Acolchó un lugar frente a ella, todavía vestido con los vaqueros y la camiseta que llevaba antes. Era obvio porqué no se había molestado en cambiarse, no había sudado mucho con lo que habían hecho, mientras que sus músculos comenzaban a protestar. Ahora, él torcía un dedo.

—Vamos, visón, utiliza lo que acabo de enseñarte.

Ella estaba tan sorprendida por cómo la había llamado que perdió la concentración. Él estuvo delante de su cara un instante más tarde.

—¿Qué demonios fue eso? —gruñó—. Si te quedas en blanco en una pelea, estás muerta.

—¡Me has llamado visón! —se negó a retroceder.

—¿Eso he hecho? —moviéndose con velocidad inhumana, cerró una mano alrededor de su garganta antes de que ella supiera lo que estaba sucediendo— Asegurémonos de que no eres un visón muerto.

Ella entrecerró los ojos, levantó una mano y trató de romperle la nariz utilizando la palma de la mano. Él la atrapó utilizando la mano libre. La rodilla ya apuntaba hacia la entrepierna y cuando él la bloqueó, ella se inclinó hacia delante y hundió los dientes con fuerza en su antebrazo.

—¡Joder! —la mano alrededor del cuello permaneció en el lugar, pero le soltó la otra mano. Ella fue inmediatamente a por sus ojos y su entrepierna otra vez. La rodilla rozó algo muy duro, antes de que él se retorciera y jurara. Ella continuó, pateando y tratando de arañarle, incluso intentando romperle el meñique de la mano que tenía alrededor de la garganta.

—Tregua —dejó salir finalmente.

Ella tenía el corazón en la garganta, euforia en la sangre. Sabía que él había estado jugando con ella con su fuerza y entrenamiento, podría haberla tumbado en el suelo en un segundo.

—¿Qué he hecho?

Él se miró el antebrazo.

—Yo no te he enseñado a morder —fue un gruñido.

O quizá él no había estado jugando todo el tiempo.

—Decidí agregarlo por mi cuenta —dijo, aunque la verdad, había sido una respuesta instintiva a su provocación arrogante. Sus ojos fueron a las marcas que le había hecho. Profundas, rojas y perfectamente formadas. La culpa la invadió—. No quería morderte con tanta fuerza. Pero… no lo siento.

—¿Oh? —fue hacia ella, lenta, muy lentamente. Estaba vez, ella retrocedió. Una cosa era jugar con un depredador que mantenía las garras enfundadas, otra saber que tú eras la presa. Él siguió acercándose. Ella sabía que la puerta del sótano estaba a sólo unos pasos. Haciendo un movimiento rápido, echó a correr.

Demasiado tarde.

Él estuvo ante ella y de algún modo, se encontró pegada contra la puerta cerrada, muy consciente de que estaba sola con un leopardo grande y peligroso con piel humana. Excepto que en vez de temor, era un vívido entusiasmo lo que latía en su sangre mientras él colocaba las palmas a ambos lados de su cabeza y se inclinaba hasta que los alientos se mezclaron.

—Bu.

Saltó, luego quiso abofetearse por hacerlo.

—Deja de actuar como un gran gato malo.

Un parpadeo y cuando levantó los párpados, los ojos que la miraban no eran de ninguna manera humanos.

—Mmm, huelo a una pequeña humana bonita en mi territorio —un susurro suave contra los labios de ella, brillantes ojos verde dorados que la desafiaban a responder.

Los senos le rozaron el pecho cuando él se acercó más, Ria respiró con jadeos.

—Te estás comportando muy mal —fue un ronco reproche.

—Me has mordido —orientó la cabeza un poco a la izquierda y aunque ella no podía ver esos asombrosos ojos a excepción de un destello entre las pestañas, sabía que le estaba mirando los labios—. Di lo siento.

Ella no sabía que le hizo decirlo pero separando los labios contestó:

—No.

Emmett bajó la boca sobre la suya antes de que terminara de decir la sílaba. Ella se encontró siendo besada como nunca había sido besada en su vida. Él tomó su boca, la lamió con la lengua y la saboreó como si fuera el caramelo más dulce y estuviera muerto de hambre. Contra ella, su cuerpo era una pared caliente, dura e inexpugnable. De algún modo, Ria metió las manos bajo su camiseta en la espalda, tocando piel que ardía con una fiebre salvaje que la hizo gemir.

Un sonido semejante a un gruñido subió por el pecho de Emmett hasta su boca.

Antes de que pudiera procesarlo, él tenía las manos en su cintura y la levantaba contra la puerta. Envolviendo las piernas alrededor de él, se rindió a la demanda posesiva de su beso. Alimentó el fuego con su cuerpo, una tormenta caliente y pulsante. Entonces una de esas manos grandes bajó por su espalda acariciándola hasta apretar su culo.

Jadeó, rompiendo el beso.

Él continuó, tomando su boca otra vez antes de que ella pudiera hacer nada más que aspirar un aliento. Oh, Señor. Emmett le acariciaba el trasero, apretándolo y tocándolo incluso mientras le devoraba la boca. Era salvaje, crudo, primitivo. El calor en su estómago se emparejaba con la humedad entre los muslos. Parte de ella estaba escandalizada ante su respuesta, pero esa parte estaba ahogada en el trueno salvaje de su pulso mientras el placer crepitaba por sus venas, pura llama líquida.

Emmett rompió el beso justo cuando la cabeza de Ria comenzaba a girar. Un instante más tarde, sintió esos deliciosos labios masculinos en la mandíbula, bajando por la garganta. Y esa mano en su trasero… tragó, trató de pensar pero perdió el hilo cuando Emmett cambió su agarre para que los dedos rozaran el calor entre las piernas.

—Para —gritó.

Un revoloteó creó un arco de electricidad que la atravesó.

—Por favor, dime que no quieres decir eso —el comienzo de la barba de Emmett le arañó la garganta cuando se inclinó para mordisquearle la oreja—. Vamos, visón. Sólo un poco más.

Dios, el hombre era un diablo. Y olía tan bien. Una insinuación débil de sudor, el suculento calor de un cuerpo masculino y el olor único de Emmett. Se encontró besándole la mandíbula, fascinada por el contraste entre la barba y su piel.

—El sexo porque sí no es mi estilo.

—¿Quién ha dicho algo de porque sí? —otro roce provocativo, otra ráfaga de placer exquisito—. Planeo tener sexo contigo con regularidad.

La arrogancia del comentario debería haberla golpeado. En vez de eso, su mente la bombardeó con imágenes de miembros desnudos entrelazados, un pesado muslo masculino empujando entre los suyos. No sería un amante tranquilo y suave. Exigiría y tomaría. Podría incluso morder.

—Eso es asumir mucho —de algún modo encontró la fuerza de voluntad necesaria para contestar.

Una presión de los dedos esta vez, no un roce. Ella jadeó, cerrando los ojos mientras esperaba que pasara. Pero él no se detuvo. En su lugar, la levantó hasta que estuvo colocada en el lugar correcto… y comenzó a frotarse contra ella en lentos círculos. Ella casi chilló. Y entonces sus dedos estuvieron sobre ella otra vez y gritó.

Emmett capturó el grito de Ria con la boca mientras continuaba excitándola con su cuerpo, atormentándose en el proceso. Pero el olor de su calor húmedo, era pura ambrosía. Quería sentarla, no, tumbarla, extenderla en el campo de juegos de una cama, abrirle los muslos y saborearla. Su polla latió, el hambre del leopardo amenazaba con abrumar el control del hombre.

Luchando contra el impulso de arrancarle los pantalones, se concentró en conducirla más allá del borde del placer. No había necesitado que ella se lo dijera, había sabido instintivamente que Ria no era una mujer que se tomara el sexo a la ligera. Tendría que engatusarla para meterla en su cama. Tomarla contra la puerta marcada de un gimnasio apenas iba a asegurarle que su placer le importaba. Le importó lo suficiente para que cuando el cuerpo de Ria se tensó, él rechinara los dientes y la acariciara mientras atravesaba el orgasmo.

Ella le hundió las uñas en los hombros a través de la camiseta, Emmett deseó haberse quitado la maldita cosa. Quería esas marcas en la piel, quería saber que ella las había puesto allí. La próxima vez, prometió al gato. La próxima vez.

—Hermosa —murmuró, acariciándole el cuello con la nariz mientras ella se estremecía contra él, su cuerpo sin fuerzas—. Preciosa, suave y hermosa.— Y mía. El leopardo mostró los dientes ante el pensamiento, mientras el hombre se tragaba la sonrisa crudamente posesiva.

Por fin apartó su agarre de la curva magnífica del trasero, subió las manos por los lados mientras la besaba y la acariciaba a través de las réplicas del placer. Los ojos de Ria todavía estaban un poco desenfocados cuando dijo:

—Bájame —era una orden.

El leopardo gruñó, pero él hizo lo que le pedía. Ria apretó las manos contra la puerta y alzó la mirada.

—Eres… —El color pasó como un rayo por sus pómulos. Él le dirigió una sonrisa de que sabía que tenía un borde claramente salvaje.

—Estoy pensando que quiero gran cantidad de tiempo cuando me deslice dentro de ti.

—¿Todos los gatos son tan arrogantes como tú?

Él se encogió de hombros y se inclinó más cerca.

—Soy el único gato en quien necesitas pensar.

Ria no podía no pensar en Emmett. Esa noche, mientras se sentaba enfrente de sus padres en la mesa de comedor, siguió encontrándose divagando en medio de las conversaciones. El olor de Emmett parecía haberse metido en el interior de su cerebro. Fantaseaba con enterrar la cara en su cuello, su fuerte cuerpo duro y tenso contra el suyo cuando la voz de Alex penetró.

—¡Ria!

Saltando, Ria se encontró con los ojos de su madre, esperando que no asomara la culpa.

—Lo siento, ¿qué decías?

—Tom se va a pasar a tomar un café esta noche. ¿Por qué no te pones un vestido?

Los dedos de Ria se convirtieron en hierro alrededor de los palillos. Pensó que ya era suficiente. Y extrañamente, no tenía nada que ver con Emmett. Quizás él la había empujado a este punto más rápido, pero ella siempre había estado caminando hacia allí.

—Mamá —dijo, bajando los maltratados palillos—, no tengo ningún interés en Tom.

Silencio absoluto.

Simon fue quien lo rompió.

—¿Qué te ha dado, Ria? Tú y Tom habéis crecido juntos, le conoces. Será un buen marido —el tono de su voz decía que el asunto estaba resuelto.

—Te quiero, papá, pero ni siquiera por ti me casaré con un hombre que piensa que debería darme golpecitos en la cabeza de vez en cuando y ponerme en el rincón como una niña buena el resto del tiempo.

Líneas blancas enmarcaron la boca de Simon.

—Ese chico sólo te ha tratado con respeto.

—Me trata como a una imbécil —dijo Ria, la piel le ardía con genio—. La semana pasada, me dijo que yo no tendría que preocuparme por las finanzas cuando estuviéramos casados, que sabe que las matemáticas confunden a las mujeres.

Alex hizo un pequeño sonido estrangulado que consiguió arrancar la atención de Ria de la cara de reproche de su padre. La expresión de Alex era una combinación de atrocidad e incredulidad.

—Él no dijo eso. Te lo estás inventando.

—¿Popo? —Ria se giró a la derecha.

Miaoling comió una gamba frita y asintió.

—Lo dijo. Luego sonrió como si esperara un elogio.

Las manos de Alex apretaron el mantel.

—¿Y quién cree que lleva los libros de la tienda?

—Alex —Simon cerró la mano sobre la de su esposa—. Nos alejamos del tema.

Respirando hondo, Alex asintió.

—Tienes razón. Cariño, Tom es una buena pareja para ti. Nunca tuviste problemas con él hasta que conociste a ese leopardo de mala reputación.

Ria supuso que Emmett era de mala reputación, esa barba, esas manos que habían apretado y acariciado, esos ojos que le decía que quería hacer toda clase de cosas malvadas con ella. Pero…

—Es un hombre honorable —ese centro de honor era parte de él, ella se preguntó si él era consciente de ello. Fue por eso que le había sido tan fácil perder el control en el gimnasio hoy, había confiado en Emmett para que la cuidara. Y eso, pensó, era algo peligroso… la clase de cosas que podría conducirte a un corazón roto si no tenías cuidado—. Protege a nuestra familia.

—Exactamente —dijo Jet, saltando en la conversación—. Quizá está pasando tiempo contigo mientras cumple con su deber, pero no se casará, Ria. Esos gatos se mantienen unidos.

El estómago de Ria se retorció, porque sabía que su hermano tenía razón.

—Esto no es sobre Emmett. Es sobre mí. Bajo ningún concepto me casaré con Tom.

—¿Por qué no? —preguntó Alex, los ojos brillando—. Es inteligente, guapo, tiene un buen trabajo y te trae flores.

Frustrada, Ria tiró su servilleta y se levantó.

—Si es ten bueno, cásate tú con él. Yo no me casaré con un hombre que ni siquiera ha intentado darme un beso francés en todo el año que estamos «saliendo».

Sus padres gritaron su nombre, pero la voz incrédula de Jet los ahogó.

—¿De verdad? ¿Ni un poco de lengua? Tienes razón, el tío es imbécil.

—¡JET! —fue Alex. Explotó en un rápido mandarín.

Miaoling levantó la mirada hacia Ria y le guiñó un ojo.

—Siéntate. Come.

Y extrañamente, Ria lo hizo. La familia pasó toda la comida peleando, pero ahora los padres estaban enfadados con Jet porque él creía que Tom tenía que ser gay.

Alex fulminó a su hijo.

—Quizá sólo está siendo respetuoso con tu hermana.

—De ninguna maldita manera —un bufido escéptico—. Los hombres no son nobles en lo que se refiere a las mujeres que desean.

Jet se giró hacia su esposa, su voz cayó de tono.

—Cuando vi a Amber, todo lo que quise hacer fue…

—Termina esa frase —amenazó Alex—, y respirarás fuego de tanto chili como pondré en tu comida.

Amber sonrió y le sopló un beso a Jet.

—Sabes, a mí me suena como si Tom planeara casarse con Ria y conseguir una esposa agradable y respetable, mientras anda por el otro lado.

La boca de Simon se abrió ante esta contribución escandalosa de su perfectamente elegante nuera.

Miaoling comió otra gamba.

—Tienes razón. De tal palo tal astilla.

Silencio. Más profundo. Más sorprendente.