Capítulo 5
Simon carraspeó.
—Madre —dijo, su tono el de un hombre que sabe que está perdido—, ¿eso es verdad?
—¿Crees que miento?
—Creo que harías lo que fuera por tu nieta favorita.
Recostándose, Miaoling cacareó.
—Esta vez, no tengo que hacerlo. Espera —se levantó y se dirigió a su habitación.
Ria se encogió de hombros cuando todos los ojos se giraron hacia ella.
—A mí no me miréis.
—Comed algo de tofu —dijo Alex cuando todos se sentaron—. Se pondrá malo si no lo terminamos esta noche.
Todos comieron. Pero en el momento que Miaoling volvió al cuarto, todos los cubiertos fueron abandonados, el alimento olvidado. Llevando la misma sonrisa que siempre mostraba cuando salía de casa del señor Wong, Miaoling se sentó y abrió un sobre. Los ojos de Ria se abrieron de par en par cuando vio la fotografía en la mano de su abuela, el padre de Tom pasando la lengua por la garganta de la mujer que todos conocían como su secretaria.
—Oh, Dios mío.
—No me lo muestres —dijo Alex, poniéndose las manos sobre los ojos—. No puedo soportarlo. ¡Essie es una de mis mejores amigas!
Miaoling alejó la objeción con la mano.
—Ella ya lo sabe. No le importa, evita que Tom le interrumpa sus pasatiempos. Este año hace linternas.
—Popo —dijo Ria ahogándose—, ¿cómo has…
—¿De qué crees que hablamos el señor Wong y yo? —giró su mirada a los padres del Ria—. ¿Queréis saber del apartamento que Tom compró a su amante?
Alex parecía estar a punto de desplomarse.
—¿Amante? —fue un sonido casi inaudible.
Un sentido de juego limpio indujo a Ria a intentar defender a Tom. Después de todo, ella estaba ahora implicada con Emmett.
—Abuela, nadie tiene amantes ya. Tom probablemente esperaba el momento oportuno para contarme que se ha enamorado de otra persona —sí, él debería haber sido lo bastante hombre para detener la charada de su no-compromiso tan pronto como conoció a su novia, pero Ria no iba a pegarle por eso. Las posibilidades eran, que había necesitado tiempo para reunir fuerza para mantenerse firme contra la presión familiar.
—Hablé con ella.
Jet gritó ante las palabras de Miaoling, mientras Amber le hacía callar y decía:
—¿Cómo, abuela?
—Soy una anciana débil, siempre necesito tanta ayuda —los ojos de Miaoling brillaron—. Una chica agradable, demasiado agradable para Tom. ¡Está tan triste por él porque tiene que casarse con alguna chica sencilla y gorda…
—¡Esa serpiente! —la mano de Alex apretó el afilado cuchillo mientras la simpatía de Ria hacia Tom moría de una muerte rápida y permanente.
—… pero nada cambiará entre ellos después de la boda. Tom lo ha dispuesto todo para poder visitarla camino a casa cada noche. Incluso ha prometido llevarla a París después de que le explique cómo son las cosas a su esposa.
Simon miró a Ria con un tic en la mandíbula.
—Si todavía piensas casarte con Tom, te ataré de pies y manos y te enviaré a vivir con mis padres a Idaho.
—Sí, papá —sonriendo, Ria rodeó la mesa para abrazar a sus padres. Pero esperó hasta estar a solas con su abuela para preguntar—, ¿eso fue en caso de que no tuviera las agallas de echarme atrás?
—No, sólo fue respaldo —la mano arrugada de Miaoling fue un toque de amor contra su mejilla—. Siempre supe que encontrarías tu voz. No permitas jamás que te la quiten.
Complacido y frustrado a partes iguales por su anterior encuentro con Ria, Emmett se forzó a concentrarse mientras dirigía su clase nocturna entre algunos movimientos de combate cuerpo a cuerpo. Sólo había cuatro en este grupo, prefería pasar más tiempo de uno a uno con los estudiantes mayores, de más alto nivel.
—Jazz —dijo, cuando la única chica del grupo sonrió lentamente a uno de los chicos antes de soplarle un beso coqueto, el pobre chico perdió su ritmo completamente.
El gato de Emmett encontró sus pequeñas artimañas divertidas, pero él puso una cara severa, sabiendo que si no lo hacía, ella seguiría haciendo exactamente lo que quería. Los leopardos hembra eran un conjunto de hormonas adolescentes mezcladas y no era de extrañar que medio clan le hubiera enviado tarjetas de condolencias cuando Lucas le puso al frente de esta tarea. La otra mitad le había ofrecido llevarle a tomar un trago.
—¿Sí, señor? —una mirada inocente.
—A menos que planees abatir a tus adversarios con nada excepto una sonrisa y un contoneo de caderas —dijo—, sugiero que trabajes la coordinación ojo-mano. Está desequilibrada.
—No lo está —enderezó la espalda—. Puedo moverme de forma más suave que nadie de esta clase.
Emmett se encontró con su mirada peleona.
—Diez vueltas. Ahora.
Tragando ante ese tono excepcionalmente duro, la chica de piel de ébano se marchó para hacer las vueltas requeridas. Emmett se giró hacía los tres chicos que quedaban.
—¿Caballeros, tienen algo que decir?
Uno de ellos, un chico esbelto llamado Aaron, dio un paso adelante.
—Ella tiene razón, es mejor que todos nosotros en el asunto de mano y vista.
—Hoy no, está demasiado ocupada jugando —enviándolos de vuelta al entrenamiento, esperó a que Jazz volviera.
—Agarra una bebida y siéntate —dijo cuando ella regresó, la cara roja por haber hecho las vueltas a la velocidad de un cambiante como se requería. Después de asegurarse de que los chicos tenían bastante con lo que continuar, caminó para agacharse delante de ella—. ¿Por qué crees que te he hecho hacer eso?
Un encogimiento de hombros.
—Por fanfarronear.
—Sí —y porque él sabía algo sobre el orgullo de las jóvenes, estiró una mano para tirarle de una de las trenzas—. Eres la mejor de la clase.
Una pequeña sonrisa se insinuó.
—Pero, gatita —dijo, encontrándose con su mirada—, eso no te llevará lejos si no puedes contener tu genio. Todavía puedes ser Jazz, todavía una sabelotodo también, si quieres… —eso le ganó otra pequeña sonrisa—, pero debes aprender a trabajar dentro de una jerarquía.
Porque así era como un clan de cambiantes permanecía fuerte, aunque a menudo fueran menos en número que cualquiera de las dos otras razas. Y si su madre tenía razón en sus predicciones, esa fuerza interna llegaría a ser aún más importante en los años venideros. Estos niños eran depredadores cambiantes sumamente independientes, su trabajo era empezar a enseñarles a trabajar como una unidad.
—Creo que entiendo —dijo Jazz después de una pausa pensativa—. Es cómo los centinelas y los soldados trabajan para proteger al alfa, saben que siempre pueden depender el uno del otro.
—Exactamente —levantándose, tiró de ella para ponerla de pie—, vamos, acaba tu rutina de entrenamiento y luego haremos algún combate uno contra uno.
Una sonrisa ancha.
—Voy a patear culos de chicos esta noche.
Emmett rió entre dientes mientras la veía deslizarse fácilmente en el ritmo elegante del combate, se preguntó qué pensaría Ria de las medidas que los DarkRiver estaban adoptando para proteger su futuro. ¿Comprendería o se sentiría repelida por la amenaza de violencia, por la agresividad que era una parte inherente de la naturaleza de un cambiante depredador? No es que tuviera ninguna intención de discutir esas cosas con ella, no mientras pudiera evitarlo. Claramente ella había sido educada en un ambiente protegido, ¿por qué pedirle que se preocupara por cosas de las que no tenía que preocuparse? La protección era su trabajo. Sus planes para Ria Wembley trataban de placer… de la clase más decadente y deliciosa.
Todo su cuerpo zumbó con anticipación.
Ria se quedó en casa durante dos días después de los acontecimientos explosivos del gimnasio, viendo a Emmett sólo para decirle hola.
Él le frunció el ceño cuando ella miró por la ventana el segundo día. Ria tenía un buen presentimiento de que sabía lo que él estaba pensando, que corría asustada después de deshacerse en sus brazos, pero por tentador como fuera salir y ponerle las cosas claras, se quedó dentro.
Por supuesto, esa tentación no era lo único en lo que se refería a Emmett, su cuerpo no le dejaba dormir mucho. Ahora que había saboreado el placer verdadero, quería más. Las noches en blanco la dejaban frustrada en muchos sentidos y tenía intención de castigar el maldito gato por ello.
Pero primero, tenía que hacer algo.
Al tercer día después de que la hubiera aplastado contra la puerta del sótano y besado hasta dejarla sin sentido, salió vestida con una falda color melocotón a juego con una blusa blanca suelta de seda. Emmett la miró de arriba y abajo, entonces lo hizo otra vez… lentamente.
Ria sintió como las mejillas tomaban el mismo color del traje.
—Me gusta —un ronroneo lento y felino.
Le empujó una lista.
—Localizaciones de entrevistas.
Él levantó una ceja mientras escudriñaba la lista, pero todo lo que dijo fue:
—Espera. Conseguiré respaldo para tu casa para que podamos irnos.
—¿Todavía no ha habido suerte rastreando a Vincent?
Deslizando el teléfono en el bolsillo después de reorganizar a su gente, sacudió la cabeza.
—Se está arrastrando. Cree que abandonaremos.
Ella sabía que eso no era una posibilidad.
—No te has quedado quieto.
Él solo había aparecido por su casa por la mañana y por la noche. Las otras veces, había habido una rotación de soldados DarkRiver, hombres y mujeres.
—Tenemos la mirada puesta en su base de operaciones —una sonrisa que fue abiertamente fiera—. Le atraparemos.
Ella asintió, pero tenía el claro presentimiento de que no le estaba contando todo.
Y por qué debería, le indicó parte de ella. Sólo era alguien a quien estaba protegiendo.
Quizá también la deseaba, pero Jet tenía razón, los gatos se mantenían unidos. No conocía a ningún DarkRiver que hubiera entablado una relación a largo plazo con humanos, sexual, de negocio o de otro tipo.
—Emmett —empezó, pensando hacer esa pregunta, luego dándose cuenta de que él podría verlo como esperanza.
—¿Sí?
—Nada —sacudió la cabeza—. Creo que la primera cita es un paseo de diez minutos.
Durante un segundo, pareció que Emmett iba a perseguir su declaración abortada, pero para su alivio, la siguió y se marcharon, con Ria metida entre la seguridad de las paredes de las tiendas y la forma grande de Emmett. Su vigilancia constante la hacía sentirse segura al nivel más interno.
—¿Qué clase de trabajo estás buscando? —preguntó a una manzana de la primera ubicación de su lista.
—Administrativo —dijo, luego hizo una mueca—. Adoraría dirigir mi propia oficina, ya sabes, estar al cargo de toda la organización para el jefe, pero eso será en un futuro lejano. Primero, necesito experiencia, así que acabaré siendo el lacayo de alguien.
Emmett se rió de su tono.
—No creo que vayas a ser un lacayo mucho tiempo.
—No, no lo seré —contestó y tomó varias respiraciones profundas—. Aquí es. Deséame suerte.
—Te desearé suerte dentro —abrió la puerta exterior.
—Emmett, no puedo entrar a una entrevista con un guardaespaldas.
Los ojos de él se volvieron duros como piedras.
—Vincent sabía cuando volverías a casa desde las clases. Las posibilidades de que haya imaginado donde solicitarías trabajo es muy alta.
Ella rechinó los dientes.
—Esta es una empresa de reconocido prestigio. Apenas creo que vaya a estar en peligro con un director de sesenta años.
—No vas a estar detrás de una puerta cerrada con nadie.
Ria discutió hasta que estuvo a punto de chillar pero él no cedió. Previsiblemente, sus entrevistas no fueron bien. El primer director estuvo tan ofendido ante la idea de ser considerado una amenaza que la echó a patadas sin entrevistarla. Las dos siguientes fueron mujeres y no pudieron dejar de mirar fijamente a Emmett para escuchar lo suficiente a Ria. Cuando una por fin le ofreció un poco de atención, fue para darle una sonrisa condescendiente y decirle que quizá no estaba hecha para el trabajo de oficina.
Una niñera no inspiraba exactamente confianza.
Para la cuarta entrevista Ria estaba cerca de las lágrimas, pero no de ansiedad. De pura rabia.
—Gracias por destruir mis oportunidades de empleo —dijo mientras se bajaban del tren aéreo cerca de Chinatown, habiendo rodeado la ciudad para sus citas.
—Ria —empezó.
Ella levantó la mano, con la palma hacia fuera.
—Estoy hecha para el trabajo de oficina. Llevo los libros de mi madre. No sólo eso, llevo los libros de toda mi familia. Me aseguro de que mi padre vaya a sus citas y Amber vea al obstetra a tiempo, que la abuela tome sus medicinas y Jet no olvide escribir las postales de Año Nuevo para nuestras tías de Albuquerque. ¡Estoy condenadamente bien hecha para el trabajo de oficina!
—Nunca he dicho que no.
El tono calmante en su voz hizo que Ria quisiera morderlo.
—No, tú simplemente te has quedado ahí como si yo no pudiera cuidar de mí misma si alguien tratara de hacerme daño. Ese día, en el gimnasio, ¡todo fue una gilipollez!
Su ceño fue feroz.
—Retira eso.
—No estoy hablando de eso, idiota. Estoy hablando del asunto de la autodefensa. Fue sólo para calmarme. Ni siquiera confías en que grite —esa había sido la primera lección que le había enseñado, chillar tan fuerte como puedas y correr—. ¿Sabes qué?, creo que eso convierte al otro asunto en gilipolleces también.
—Espera un jodido minuto…