28
Después de lo que le había contado Favashi, solo podía haber una respuesta posible. Rafael se puso en contacto con Nazarach para pedirle que interceptara a Elijah y que le invitara a su hogar en Atlanta.
—Yo me reuniré con vosotros en breve. —Aunque podía recorrer volando una distancia semejante, y lo había hecho en ocasiones, decidió conservar sus fuerzas por si acaso Elijah tenía en mente algo más que una conversación—. Dile a Veneno que prepare el helicóptero —le dijo a Dmitri después de colgar.
—Sire.
—Dmitri… —Esperó a que el vampiro se diera la vuelta para añadir—: Quiero que la vigiles.
—Hice un juramento. Y no lo romperé. —Sin embargo, la expresión de Dmitri decía que no las tenía todas consigo… no cuando lo ocurrido en Pekín había dejado claro que el vínculo entre Rafael y Elena lo hacía más débil: tardaba más en curarse y era más fácil herirlo; semejante desventaja podía ser letal para un arcángel.
—Es posible… —le dijo Rafael a su segundo— que un arcángel necesite una debilidad.
Dmitri hizo un gesto negativo con la cabeza.
—No si quiere sobrevivir al Grupo.
Sara charlaba con otra cazadora cuando Elena, que sujetaba la caja de la esencia bajo el brazo, asomó la cabeza por la puerta abierta de la oficina de la directora del Gremio.
—¡Ash!
La cazadora de ojos oscuros levantó la cabeza y sonrió como lo habría hecho una artista de cine.
—Hola, Ellie.
—¿Debo entender que ya es seguro que te aventures fuera de los Sótanos?
Ashwini, que tenía las piernas enfundadas en vaqueros y estiradas por delante de ella, empezó a limpiarse las uñas con su camiseta blanca.
—Sin comentarios.
Al otro lado del escritorio, Sara dejó escapar un gruñido muy poco elegante.
—Están coqueteando.
Elena se quedó boquiabierta.
—No… —Se volvió hacia Ashwini—. ¿Janvier y tú? No me lo creo.
—¿Quién es Janvier? —Una expresión angelical tan falsa que Elena estalló en carcajadas.
—¿De verdad le hiciste lo que creo que le hiciste? —preguntó. Los vestigios de la ansiedad y la frustración comenzaban a desaparecer. Porque aquel lugar y aquella gente también eran su hogar y su gente.
Los labios de Ashwini se curvaron en una sonrisa feroz.
—Lo único que voy a decir es que ese maldito vampiro se lo pensará dos veces antes de tontear conmigo a partir de ahora.
El teléfono de Sara sonó en aquel instante. Mientras ella respondía a la llamada, Ashwini dijo en voz baja:
—Esas alas son alucinantes… —Agitó los dedos—. ¿Puedo tocarlas o te resultaría demasiado incómodo?
Elena sabía que Ashwini no se ofendería si le decía que no; la otra cazadora tenía sus propios dones y cargaba con sus propias pesadillas.
—Por un toquecito en las plumas externas no pasa nada.
Ashwini deslizó un dedo sobre las largas plumas blancas y doradas del borde de sus alas.
—Vaya… Tienen vida. Están… calientes. Supongo que en realidad nunca me había parado a pensarlo.
—Ni te imaginas lo mucho que he tenido que aprender —dijo Elena en el momento en que Sara colgaba el teléfono.
—Ash —dijo Sara—. Tengo un trabajo para ti. —Una sonrisa lenta.
Ashwini entrecerró los párpados.
—Ni de coña…
—Cuida ese lenguaje. —Los ojos de Sara echaban chispas—. Al parecer, Janvier se ha metido de nuevo en problemas. Está en Florida, en algún lugar de Everglades.
—Allí hay pantanos. —Ashwini apretó los dientes—. Yo odio los pantanos. Él sabe que odio los pantanos. Se acabó… Esta vez lo mataré. Me da igual perder la paga extra. —Cogió el trozo de papel que Sara le ofrecía y salió a grandes zancadas de la oficina.
Elena esbozó una sonrisa.
—¿Sabes? Esto es justo lo que me hacía falta después de la mañana que he tenido. —Le contó a Sara lo que había ocurrido en el Bronx.
Su mejor amiga no le dio demasiada importancia.
—La fascinación no durará mucho, Ellie. No eres lo bastante guapa.
—Vaya, muchas gracias.
—Oye, yo no tengo la culpa de que vayas por ahí con tíos despampanantes. —Su expresión se volvió más seria—. Pase lo que pase, siempre podrás contar con el apoyo de todos los cazadores del Gremio. No lo olvides nunca.
—No lo haré. —Rafael era su hogar, pero Sara y el Gremio eran la base sobre la que había construido su vida adulta, sobre la que había afianzado sus pies, pensó Elena—. ¿Cómo te has convertido en una persona tan sabia y perspicaz?
—Espero que Zoe piense lo mismo que tú cuando tenga quince años y quiera salir con algún imbécil del último curso. —Sara enarcó una ceja—. Me da la impresión de que has venido aquí a hablar de otra cosa.
—¿Tienes sangre de Vivek en el almacén? —El Gremio almacenaba la sangre de los cazadores para utilizarla en casos de emergencias médicas, pero Vivek no era un cazador en activo.
Sara la observó con detenimiento.
—No, pero el mes que viene le toca el chequeo anual. —Una pausa—. ¿Cuánta necesitas?
—Un vial.
—Me aseguraré de que lo consigas.
Diez minutos después, tras superar con éxito la carrera de obstáculos de los Sótanos situados bajo el Gremio (y el enfado de Vivek, que estaba molesto porque no lo había visitado antes), Elena se adentró en la cámara de esencias.
Era una estancia sin muebles pintada de blanco. Y tenía el tamaño de una caja de zapatos. Apretó los dientes para mantener a raya la sensación de claustrofobia e inhaló con fuerza para asegurarse de que la sala no contenía esencias externas (aparte de las que ella traía consigo) antes de destapar el frasquito de líquido que le había costado una considerable suma de dinero.
Exuberante. Sensual. Intensa… Adictiva.
Parpadeó, retrocedió mentalmente un paso y lo intentó de nuevo.
Oscura, con matices ocultos de luz solar… de todos los impulsos femeninos. Nada peligroso para una mujer.
Una esencia compleja, pensó Elena, muy apropiada para un arcángel.
Sin embargo, aunque ahora tenía la certeza de que había detectado aquella misma combinación de matices en los cuerpos que colgaban del puente y en la chica con el vestido de nomeolvides, no era la que había percibido sobre el Hudson, ni la que había sentido en el dormitorio cuando Caliane susurró el nombre de su hijo.
Frunció el ceño.
Era muy posible que le fallara la memoria, dada la cantidad de adrenalina que tenía en el cuerpo en aquellas dos últimas ocasiones. Además, tanto el cadáver destrozado de la chica como los vampiros del puente habían quedado expuestos a la intemperie, así que era probable que los matices más sutiles se hubieran desvanecido mucho antes de que ella apareciera en escena.
Aun así…
Cuando Rafael llegó, Elijah se encontraba de pie junto al río que pasaba tras la casa de la plantación desde la que Nazarach controlaba Atlanta. Tras aterrizar a poca distancia, caminó a la sombra de los frondosos árboles que se alineaban junto a la orilla, al borde de la tranquila corriente de agua. Las ramas de un sauce llorón acariciaban la superficie transparente en el otro lado, y Rafael oía los trinos de los pájaros ocultos en el follaje.
Era un lugar hermoso y nada en él evidenciaba los actos violentos que Nazarach había cometido. Cada ángel tenía su propia forma de gobernar. Nazarach utilizaba el miedo. Sin embargo, no era al ángel de alas de color ámbar a quien Rafael quería ver.
—¿Por qué estás en mi territorio, Elijah?
El arcángel que reinaba en Sudamérica alzó la cabeza. Sus ojos, entre castaños y dorados, parecían angustiados, y su cabello estaba enmarañado, como si hubiera enterrado los dedos en él.
—He venido a pedirte refugio, Rafael.
—Pero no para ti. —Elijah era mayor que él, y poderoso por derecho propio.
Su compañero tenía la mirada perdida en el agua, y sus alas se arrastraban sobre el suelo cubierto de musgo.
—Para Hannah.
—¿Crees que podrías hacerle daño? —Rafael había temido eso mismo después de ejecutar a Ignatius, cuando había tratado a Elena con tanta dureza.
—Yo nunca le haría daño —respondió Elijah con un tono de voz apagado—, pero no siempre soy yo mismo.
—¿Una furia cegadora nubla tu visión?
Elijah alzó la cabeza de inmediato.
—¿Tú también la has sentido?
Rafael meditó su respuesta mientras las grandes ramas de los árboles que había sobre ellos y a su alrededor susurraban en silencio. Aquello podría ser una especie de actuación; era posible que Elijah buscara un punto débil. Sin embargo, el arcángel de Sudamérica era también uno de los que siempre había apoyado a Rafael en el Grupo, el único que le había dicho que poseía el potencial necesario para convertirse en el líder.
—Sí, aunque no en las últimas semanas.
Una rápida negativa sacudió aquella cabeza dorada que había inspirado a muchos escultores y poetas.
—Pero una vez es suficiente. No confío en mí mismo… Actué con una crueldad que me atormentará durante los siglos venideros. Los vampiros en cuestión sobrevivieron solo gracias a la intervención de Hannah. —Elijah convirtió sus manos en puños—. Podría haber atacado a Hannah con la misma violencia.
Rafael había aprendido a localizar y aprovechar las fisuras en las armaduras de sus oponentes mucho tiempo atrás. Había tenido que hacerlo para sobrevivir al Grupo. No obstante, también conocía a Dmitri desde hacía casi mil años, y algo sabía sobre la amistad.
—Sin embargo no lo hiciste, Elijah. Esa es la línea. Y no la cruzaste.
Elijah guardó silencio durante un buen rato. El agua fluía con serena paciencia sobre los guijarros y las rocas mientras ellos permanecían inmóviles en la orilla. Al otro lado, las hojas del sauce llorón se mecían con lentitud, impulsadas por la corriente de agua. Pero los pájaros se habían quedado callados, y de repente, el mundo parecía un lugar mucho más siniestro.
—Si ella es capaz de hacer esto mientras duerme, Rafael —dijo Elijah al final—, ¿qué hará cuando despierte?
Una vez que se duchó y se cambió tras el entrenamiento con Illium (en el que todos los ejercicios estaban dirigidos a otorgarle la fuerza necesaria para un despegue vertical), Elena entró en la biblioteca, donde Montgomery le había preparado una cena informal, y se quedó paralizada.
—Aodhan… —El ángel se encontraba junto a la ventana, observando la tormenta que se había desatado sobre Manhattan una vez más. La oscuridad que reinaba en el exterior resaltaba el intenso brillo de su cuerpo.
El hecho era que Aodhan nunca conseguía encajar. No encajaba entre los ángeles, y mucho menos en el mundo de los mortales. Sus ojos se agrietaban desde la pupila hacia afuera en esquirlas de un verde vívido y un azul transparente. Sus alas fraccionaban la luz. Su cabello estaba formado por mechones brillantes llenos de polvo de diamantes. La suma de todas aquellas características debería haberle dado el aspecto de un ser frío formado por hielo y mármol, pero su piel poseía una connotación dorada que resultaba cálida y acogedora.
—Elena. —Inclinó la cabeza en una leve reverencia. Su voz aún le resultaba extraña, ya que Elena la había oído en muy pocas ocasiones.
—Rafael llegará enseguida. —Se acercó a la mesa y se sirvió una humeante taza de café. El vino le habría provocado sueño después de la dura sesión de entrenamiento—. Regresó de Atlanta hace diez minutos. —Del territorio de un ángel que a Elena le ponía la piel de gallina antes incluso de que Ashwini la pusiera en antecedentes. «Gritos. Las paredes están llenas de gritos», le había dicho Ash al describirle el hogar de Nazarach.
Aodhan no dijo nada, se limitó a contemplar la lluvia una vez más. Elena sabía que aquel aislamiento era deliberado. El ángel la fascinaba. Era una especie de obra de arte, algo que uno podía admirar sin llegar a entenderlo en realidad. Pero había mucho más en él. Dolor, sufrimiento y una herida que lo mantenía encerrado en sí mismo, como la mayoría de los animales heridos.
Elena no conocía los detalles de lo que le habían hecho, pero sabía lo que se sentía cuando uno estaba tan malherido. Dejó el café a un lado y sirvió una copa de vino.
—Aodhan.
Con las alas replegadas sobre la espalda, el ángel recorrió la distancia que los separaba para coger la copa de vino.
—Gracias.
—De nada.
Asegurándose de no tocarlo, Elena se sentó a la mesa y comenzó a preparar un bocadillo. Montgomery se habría horrorizado al ver el uso que le daba a los platos que había situado sobre la mesa, pero un buen bocadillo le parecía el alimento perfecto en aquel momento. Preparó también uno para Rafael, solo para ver la cara que ponía.
Después de casi un minuto de silencio, Aodhan se acercó para tomar asiento en la silla que había frente a ella y apoyó las alas con elegancia sobre el respaldo diseñado para los ángeles. No comió, pero bebió vino, y cuando Elena levantó la vista, descubrió que aquellos extraños y hermosos ojos estaban clavados en ella.
—Eres un artista —le dijo, preguntándose qué veía él—. ¿Te has fijado en mi jarrón, el que está en el vestíbulo principal?
Una chispa de interés.
—Sí.
Elena se tragó el trozo de bocadillo que había mordido.
—Pues no puedes llevártelo. —Compuso una expresión seria—. Montgomery te lo robaría para traerlo de vuelta.
Aodhan inclinó la cabeza hacia un lado, como si intentara entender sus palabras. Sin embargo, no dijo nada, así que Elena decidió no bromear más. No era como Illium, que habría replicado al instante con algún comentario perverso. A Aodhan había que tratarlo con mucho más cuidado… porque en realidad era igual de letal. Lo había visto en la lucha y sabía que podía ser muy peligroso con aquellas dos espadas que llevaba en unas fundas paralelas sobre su espalda; por algo formaba parte de los Siete de Rafael. No obstante, era una criatura destrozada al más profundo de los niveles.
Oyó el susurro de unas alas a su espalda y notó la esencia del mar en su mente.
—Hola, arcángel. —Eso sí que ha sido una ducha rápida.
No había tentaciones que me impulsaran a demorarla. Un contacto firme sobre la parte superior del ala de Elena, un contacto que le provocó un hormigueo por todo el cuerpo. Delante de ella, Aodhan se puso en pie.
—Sire.
—¿Qué tienes para mí, Aodhan? —Tras inclinar la cabeza para indicarle al ángel que se sentara, Rafael se acomodó en su propia silla. Esbozó una sonrisa al ver lo que Elena le había puesto en el plato—. Creo que esto no es lo que Montgomery tenía en mente cuando trajo los bollos de pan. —Con todo, le dio un mordisco al bocadillo.
—Están hechos con amor —replicó Elena, y vio que en los ojos de Aodhan había una chispa de… ¿sorpresa?
Su voz, no obstante, no revelaba nada.
—Como sabes, el mundo entero ha padecido el azote de la lluvia, el viento y la nieve. El Lejano Oriente sufrió daños considerables a causa de las inundaciones, los tifones y los terremotos. Japón también se vio afectado, salvo una región que ha salido indemne del terremoto que sacudió el resto de la isla.
A Elena se le erizó el vello de la nuca, y dejó la taza de café vacía sobre la mesa en el momento en que Rafael abandonó su cena y se puso en pie.
—¿No ha sufrido ninguna alteración? —preguntó mientras se acercaba a la chimenea apagada.
—Ninguna. —Aodhan también se levantó, y aquellas alas compuestas por luz y fragmentos de cristal se desplegaron un poco, como si se sintiera lo bastante cómodo para confiar en que nadie intentaría tocarlo.
—¿Dónde?
—Se trata de un área localizada en el interior de una prefectura montañosa denominada Kagoshima.
Elena se levantó también y se apoyó sobre una de las estanterías para poder hablar más fácilmente con ambos hombres, aunque sus siguientes palabras iban dirigidas a Rafael.
—Vas a ir allí.
—Debo hacerlo. —Con una expresión vacía, el arcángel contempló la oscura tormenta a través de la ventana—. Ahora que hemos logrado reducir el marco de búsqueda hasta una localización tan específica, es posible que sea capaz de percibir el lugar donde duerme.
Elena formuló su siguiente pregunta en privado.
¿Qué harás si la encuentras?
Lo que tenga que hacer.
La cazadora sintió una opresión en el pecho ante la frialdad de aquellas palabras, porque sabía lo que significaban. Había sentido el poder del corazón de Rafael, sabía lo mucho que sangraría si resultaba que Caliane seguía estando loca.
—Iré contigo.
Unos ojos del color de la medianoche se clavaron en ella.
—Tienes responsabilidades aquí.
—Tu gente vigila a mi familia, y si existe alguna posibilidad de que se repita lo de Boston… lo mejor es dirigirse a la fuente del problema y solucionarlo. —No podía hacerlo por él, no tenía poder suficiente para matar a un arcángel, pero sí podía estar a su lado. Y allí estaría.
—Ella es mucho peor que Uram, Elena.
Se le hizo un nudo en el estómago y su corazón empezó a latir a mil por hora. El arcángel nacido a la sangre, con el cuerpo inundado de veneno, había matado a centenares de personas, y habría asesinado a miles si no se lo hubieran impedido.
—Conseguimos detenerlo —señaló ella, que hablaba tanto para él como para sí misma—, y ahora somos más fuertes de lo que lo éramos entonces.
Tal vez.
Rafael se dirigió a Aodhan antes de que ella pudiera cuestionar aquel comentario tan ambiguo.
—Habla con Dmitri. Organizad todo lo relacionado con el transporte. Volaremos hacia allí en cuanto cese la tormenta.
Elena esperó a que Aodhan saliera de la biblioteca para recorrer la distancia que los separaba.
—Rafael… —dijo, con el estómago convertido en un dolorosísimo nudo—, tu fuerza… ¿Sigues siendo más susceptible a las heridas? ¿Todavía tardas más en curarte?
—Sí.
La culpabilidad clavó sus garras en ella. Era por su culpa. De algún modo, era la culpable de que le ocurriera aquello.
—¿Es grave?
—Mi capacidad para curar a otros no ha dejado de aumentar, cazadora del Gremio. No me parece un mal negocio.
Sí lo era en el Grupo. Sí lo era si quería sobrevivir.
—Cuéntamelo.
Rafael esbozó una pequeña sonrisa, una peligrosa señal de que al inmortal aquello le había hecho gracia.
—Importa poco, Elena. Incluso aunque mi poder estuviera al máximo de sus capacidades, mi madre sería una adversaria letal. Es posible que tenga cien veces más poder que Lijuan.
A Elena se le heló la sangre.
—Yo…
—Quédate aquí, Elena. Esto no será como dar caza a un inmortal recién nacido.
Eso lo sabía muy bien. Pero también sabía otra cosa.
—La lógica no tiene nada que ver con esto, arcángel. Me estás pidiendo que me quede aquí a salvo mientras tú te adentras en una pesadilla. No. —Un movimiento negativo de la cabeza—. No puedo hacerlo. No soy así.
—¿Y si te dejo atrás?
—Conoces la respuesta a esa pregunta. —Se limitaría a seguirlo y punto.
Rafael le apartó el pelo de la cara con una mano y sonrió. Una sonrisa diminuta.
—¿Estás segura de que no deseas parecerte más a Hannah?
—Si me lo pides con amabilidad, tal vez acceda a aprender algo de caligrafía. —Sin embargo, las risas se apagaron pronto—. ¿Los demás miembros del Grupo te ayudarán a luchar contra ella?
—Elijah y Favashi sí, pero los demás… no lo sé. El comportamiento de Astaad sigue siendo errático. Michaela ya no responde a nadie, y acabo de enterarme de que Titus y Charisemnon muestran arrebatos de violencia. Favashi dice que Neha permanece estable, pero la Reina de los Venenos posee la habilidad de atacar sin previo aviso.
Elena escuchó las siguientes palabras en su mente: Mi madre es el monstruo que asusta a los demás monstruos.