14
El jefe de espías se dio la vuelta para que la luz del sol incidiera de forma directa sobre su tatuaje, que ponía de manifiesto una dedicación que iba mucho más allá del dolor.
—Lo haré yo mismo, sire. Y entonces podrás ejecutarme, tal y como me prometiste cuando me convertí en uno de tus Siete.
Rafael enfrentó la mirada de Jason.
—Esa fue la promesa que te hice, y la cumpliré si es necesario, pero prefiero que sigas con vida. Eres el mejor jefe de espionaje del Grupo.
Los labios de Jason esbozaron la más sutil de las sonrisas. Una visión extraña.
—Todos han intentado reclutarme… sobre todo Charisemnon y Favashi.
—No habría esperado otra cosa.
Sin embargo, Rafael sabía que Jason no lo traicionaría. El ángel de alas negras le había jurado fidelidad en un prado cubierto de sangre que no le pertenecía, pese a que su espada estaba manchada. El siguiente objetivo de aquella hoja habría sido su propio cuerpo si el arcángel no hubiera intervenido.
Los vínculos forjados en semejante fuego negro no se rompían con facilidad.
—Le hablaré a Elena sobre la esencia —dijo Rafael para retomar el asunto que se traían entre manos. Su instinto le decía que debía protegerla de los aspectos menos agradables del mundo, pero lo cierto era que ella era una cazadora nata.
«No te atrevas a pedirme que deje de ser lo que soy. No te atrevas.»
Cuando Elena le dijo aquello estaba débil, ni siquiera era capaz de volar. Pero él jamás olvidaría la expresión de sus ojos. Si cruzaba aquella línea, si rechazaba esa parte de ella, la destrozaría. Se sabía capaz de semejante crueldad, pero también sabía que si destrozaba a Elena se destrozaría a sí mismo.
—Sire… —dijo Jason, sacándolo de aquel hilo de pensamientos—, he regresado a la ciudad por otra razón. Me pediste que mantuviera los oídos atentos a cualquier señal de comportamiento inquietante en los demás arcángeles.
Rafael recordó la neblina roja que había enturbiado su visión, la rabia que le había robado todo salvo su voluntad.
—¿Quién?
—Astaad. —Jason nombró al arcángel de las islas del Pacífico en el mismo instante en que una ráfaga de viento les azotó desde la izquierda—. Resulta muy difícil espiar dentro de su círculo interno. A su modo, su gente le es tan leal como los Siete lo son contigo.
Rafael acomodó sus alas sin darse cuenta y mantuvo la posición sobre las nubes.
—Gobierna con una mezcla de bondad y mano dura.
—También trata a sus mujeres como si fueran tesoros.
El harén de Astaad estaba formado por las más hermosas y exquisitas vampiras del mundo, criaturas a quienes mimaba y protegía. Aquel aspecto de su carácter era bien conocido, pero el hecho de que Jason lo pusiera de manifiesto…
—Le ha hecho algo a sus mujeres.
Un gesto de asentimiento que hizo que el cabello de Jason adquiriera un tono azul bajo la luz.
—La agente que conseguí introducir en su corte es una sirvienta de baja ralea, pero ha escuchado lo que dicen las mujeres que atienden el harén, y se ha enterado de que Astaad golpeó a una de sus concubinas favoritas hasta convertirla en una masa de carne sanguinolenta.
—Astaad consideraría una mancha en su honor algo semejante. —Rafael pensó una vez más en cómo había ejecutado a Ignatius. Sabía que si Astaad había caído presa de aquella misma furia, la concubina tenía suerte de seguir con vida—. Continúa vigilando la situación y avísame en cuanto tengas más información.
Rafael dejó a Jason y se dirigió de nuevo hacia Manhattan. Volaba lo bastante bajo para ver a otros ángeles que se dirigían a sus obligaciones sobrevolando el brillo del acero y el cristal de los rascacielos. Aquel día el sol brillaba con fuerza, y su ciudad resplandecía como una gema tallada bajo los rayos de luz; no era de extrañar que ciertos miembros del Grupo la miraran con ojos codiciosos. Lo que ellos no entendían era que para controlar aquella ciudad era necesario no sentir desprecio por la humanidad.
Arcángel.
Cuando Rafael inclinó la cabeza hacia aquella voz teñida de primavera y acero, pudo ver el brillo inconfundible del cabello de Elena a un lado de la Torre. Contempló a su consorte, que volaba hacia él batiendo sus alas con movimientos lentos y marcados. Solo llevaba despierta unos meses, pero ya volaba con fuerza y elegancia.
Ven aquí, cazadora del Gremio.
Elena cambió de dirección para seguir el camino que él mismo había tomado sobre los gigantescos edificios y aprovechó la corriente de aire del East River para elevarse hasta el tejado de un pequeño bloque de apartamentos. Tras situarse junto a las translúcidas aguas azules de la piscina que había en la parte central, Rafael se volvió para observar cómo su cazadora aterrizaba con suavidad a escasos metros de distancia. Las puntas de sus alas tenían el brillo dorado del alba.
—Has practicado los aterrizajes.
— Ayer Illium no me dejó descansar hasta que conseguí nueve aciertos de diez. Y Montgomery había preparado una tarta de melocotón, nada más y nada menos. —El intento de bromear no logró ocultar del todo la expresión dolida de sus ojos.
La furia recorrió las venas de Rafael, una furia fría y despiadada que no encontraba nada malo en el dolor, en la muerte.
—¿Qué te dijo tu padre?
Elena se pasó una mano por el pelo y caminó más allá de los enormes macizos de flores, hasta el borde de la piscina. Se puso en cuclillas para hundir los dedos en el agua con aire abatido.
—Nada. Solo… las gilipolleces habituales. —Luego le contó lo de su medio hermana con un tono airado—. Eso ha echado su jodida moral por los suelos, ¿no te parece?
—Me da la impresión de que tu padre es de ese tipo de hombres que nunca admiten sus errores. —Cierto, Jeffrey Deveraux estaba demasiado decidido a ganar a cualquier precio.
Elena se incorporó y se alejó del agua.
—Sí. —Y entonces hizo algo que Rafael jamás habría esperado. Dio un paso hacia delante y enterró la cara en su pecho.
Confianza, pensó el arcángel mientras la encerraba en la protección de sus brazos y sus alas; había mucha confianza en aquel gesto.
—Tengo una tarea para ti, cazadora del Gremio —dijo al tiempo que enterraba los dedos de una mano entre los sedosos mechones platino para deshacerle la trenza.
—Genial. —Un comentario seco.
—El vampiro que derramó sangre la pasada noche tal vez se encuentre en este edificio. Debes darle caza.
Rafael sintió un zumbido de energía en el cuerpo que tenía bajo las manos, y un instante después, Elena se apartó para encaminarse hacia la entrada del edificio.
—La esencia era intensa, inconfundible; y los matices, de lo más inusuales. Debería ser capaz de localizarlo muy rápido si ese tipo está, o ha estado, en algún lugar por aquí cerca.
No es él, sino ella, Elena, la corrigió Rafael, que recordaba que una vez había puesto a prueba a la cazadora con dos vampiros recién Convertidos. A Elena la había desconcertado su aspecto huidizo y animal, pero no había vacilado en su tarea. La asesina de Neha es una mujer.
—Mira tú por dónde… —Vaciló después de abrir la puerta—. Este sitio es demasiado estrecho para las alas. No sería un buen movimiento táctico quedarse atrapado aquí, y además no es necesario. La esencia de las adelfas en flor… casi puedo tocarla. Demasiado intensa para que ella no esté dentro.
—No será difícil conseguir que salga —dijo Rafael en cuanto ella regresó a su lado. Sin embargo, cuando voló hacia la ventana de la habitación de la vampira, lo que vio hizo que suspendiera la cacería.
Está muerta. Tiene una soga alrededor del cuello… Estoy casi seguro que no es una soga, sino una serpiente.
Elena descendió hasta situarse a su lado.
Neha ha decidido limpiar lo que ensució.
Eso parece. Dmitri se encargará de recuperar el cuerpo.
Una vez que la saquen de ahí, quiero verificar la esencia. Solo por si acaso.
Voló por debajo de él y luego volvió a ascender con una elegancia que revelaba el increíble potencial de la criatura en la que se convertiría algún día. Elena se apartó los sedosos mechones de los ojos y le dijo: ¿Tienes tiempo para entrenar conmigo?
¿Echas de menos a Galen?
A ella no le hizo gracia la pregunta.
Ese cabrón era bueno. Pero tú eres más mezquino cuando estás de humor.
Rafael no tenía claro si le gustaba el comentario.
Yo nunca te haría daño, Elena.
Por supuesto que no. Saludó a un joven ángel rubio que se había sentado en la barandilla de uno de los balcones más altos de la Torre, con las piernas colgando hacia fuera. El ángel sonrió de oreja a oreja y le devolvió el saludo. Pero tampoco tendrás que preocuparte por la posibilidad de que un arcángel te haga pedazos si me sale un moratón. Podemos entregarnos a fondo, y lo cierto es que necesito unas cuantas sesiones sin trabas.
Solo ella podía hablarle de aquella forma. Solo ella podía hacerle sentir como el jovenzuelo que no había sido en más de mil años.
Entrenaremos en casa. Adelantaron a un grupo de ángeles que se disponían a aterrizar en el tejado de la Torre mientras avanzaban hacia el Hudson. Después, dijo mientras surcaba el aire sobre las aguas, podrás mostrarle tu agradecimiento al entrenador de la más antigua de las formas.
Elena notó una oleada de calidez en el vientre al escuchar aquella orden, y tenía en mente fastidiar un poco a Rafael cuando una feroz ráfaga de viento apareció de la nada, le aplastó las alas y amenazó con enviarla de cabeza a las rápidas aguas que corrían más abajo.
¡Rafael! El grito mental fue instintivo, un grito que la desgarró por dentro. Percibió una extraña esencia a su alrededor, una esencia exótica y desconocida tan sofocante para sus sentidos como una manta.
El viento y la lluvia inundaban su mente, una tormenta cargada de agua que eliminó todas las demás impresiones.
Mis disculpas, Elena. Rafael se hizo con el control y aplastó su voluntad con mano de hierro. Retorció el cuerpo de Elena de una manera que a ella le habría resultado imposible a fin de permitir que pudiera volver a extender las alas y estabilizarse momentos antes de estrellarse contra el agua.
La cazadora volvió a recuperar el control de su mente un instante después.
Todo había ocurrido tan rápido que Elena no había tenido tiempo de sentir nada más que la descarga de adrenalina que inundaba su cuerpo, pero en aquel momento, mientras sacudía las alas para adoptar una posición equilibrada, dejó escapar un suspiro. En una ocasión, cuando se conocieron, Rafael le había dicho: «Podría hacer que te arrastraras, Elena. ¿De verdad quieres que te obligue a postrarte ante mí?».
—Creí que ya no podías hacer eso —susurró en voz alta, consciente de que el arcángel seguía conectado a ella—. Creí que ahora tenía escudos.
Y así es, pero debes concentrarte para mantenerlos firmes. El pánico te deja expuesta.
—Mierda. —Sabía que él tenía razón. Le había entrado el pánico. Volar era todavía algo muy nuevo para ella, y el terror de la caída era tan visceral que resultaba difícil aferrarse al razonamiento lógico.
Rafael descendió para situarse a la misma altura que Elena, que a ella le costaba mantener ya que sus músculos aún estaban tensos a causa del shock, y voló a su lado en dirección a su casa. A Elena le pareció que el vuelo duraba una eternidad, pero al final realizó un vacilante aterrizaje en los terrenos que había bajo el dormitorio que compartían. Rafael se posó delante de ella un segundo después y sostuvo su tembloroso cuerpo sujetándola por los brazos.
—Gracias —dijo Elena, apoyando las palmas de las manos sobre sus muslos cuando él la soltó—. Y no solo por lo de ahora. —Alzó la vista—. También por lo de antes.
Los ojos del arcángel se llenaron de asombro.
—Esperaba un arranque de furia.
—No soy ninguna estúpida. Testaruda quizá sí, pero no estúpida. —Se enderezó y dejó escapar un suspiro—. No me gusta ser tan vulnerable ante ti, pero tengo que aceptar que eso no cambiará de la noche a la mañana. —Había tomado a un arcángel como amante conociendo la disparidad de fuerza que existía entre ellos—. Sabes que lucharía hasta mi último aliento si intentaras coaccionarme en una situación normal. Lo que ocurrió sobre el río —se le aceleró el corazón al recordar aquel instante— no fue una situación normal. —Una ráfaga de viento los atacó justo entonces, una ráfaga que se llevó las últimas palabras que salieron de sus labios y tiró de sus alas como si quisiera arrancárselas.
Rafael la acurrucó contra su cuerpo para protegerla y extendió las alas sobre ellos mientras el viento los azotaba una y otra vez.
¿Lo notas?
Elena se quedó inmóvil ante aquella pregunta. El viento… transportaba una esencia. Leve. Muy, muy leve. Y tan inusual que no lograba identificarla. Solo sabía que era la misma que había percibido cuando se le aplastaron las alas mientras sobrevolaba el río.
¿Qué aroma es ese?
El de una rarísima orquídea negra que solo se encuentra en las profundidades de la selva amazónica.
Elena se estremeció.
—¿De verdad es ella?
Eso parece.
Cuando por fin se aplacó la furia del viento con una última ráfaga cortante, Elena alzó la vista y apartó los mechones azabache del rostro de Rafael para revelar aquella increíble belleza que tenía el poder de hacer llorar a los mortales.
—Todavía no es muy fuerte. —El viento solo había durado un minuto, como máximo.
—No. —Y añadió mentalmente: Pero parece que ha distinguido a mi consorte.
—Dios, hoy estoy lenta de entendederas… —Aquella ráfaga de viento sobre el Hudson no había sido casual. Había sido una flecha cuyo único objetivo era que se rompiera todos los huesos al caer sobre el agua a toda velocidad—. ¿Está consciente, entonces?
Rafael negó con la cabeza.
—Le he pedido a Jessamy que investigara un poco —dijo, refiriéndose a la depositaria de los conocimientos angelicales, a la guardiana de sus historias… y uno de los ángeles más amables que Elena había conocido jamás—. Ven, hablaremos de ello dentro.
Entraron en la casa y se dirigieron a la biblioteca, una estancia que despertaba la naturaleza curiosa de Elena. La primera vez que entró en aquel lugar, solo se había fijado en los libros dispuestos en las estanterías que cubrían las paredes, en la chimenea que había a la izquierda y en el maravilloso juego de mesa y sillas situado junto a la ventana.
Sin embargo, al igual que las demás habitaciones de los ángeles, aquella tenía un techo increíblemente alto… y aquel techo era una obra de arte: las vigas de madera habían sido talladas con una encomiable atención al detalle, y tenían incrustadas varias piezas de color más oscuro que encajaban a la perfección.
—¿Aodhan?
—No —dijo Rafael tras seguir su mirada—. Eso es obra de un humano, un maestro en su trabajo.
—Asombroso. —Seguro que el hombre había sentido un inmenso orgullo después de construir semejante estancia para un arcángel.
Rafael acarició su cabello con la mano. Una caricia extrañamente tierna.
—¿Arcángel?
—Soy mucho más poderoso que cuando Caliane desapareció. —Sus palabras revelaban una atormentada sensación de agonía y muchos recuerdos—. Pero sigo siendo su hijo, Elena. Miles y miles de años más joven.
Ella hizo un gesto negativo con la cabeza.
—También eras más joven que Uram. Y aun así lo venciste.
—Mi madre está por encima de Uram, por encima de Lijuan. —Elena sintió un escalofrío en la espalda al escuchar aquellas palabras—. Ha vivido como arcángel durante decenas de miles de años. No hay forma de saber en qué se ha convertido.
Al pensar en lo que Lijuan había hecho en Pekín, en la mancha de humo y muerte que, según se decía, aún sobrevolaba el cráter vacío que en su día había sido una ciudad vibrante y llena de vida, Elena notó que el miedo intentaba aferrarse a su corazón. Se negó a permitirlo, ya que el amor que sentía por aquel arcángel era mucho más fuerte que cualquier posible enemigo.
—Ella tampoco sabe en qué te has convertido tú, Rafael.
La expresión del arcángel no cambió, pero Elena sabía que la había oído.
—Jessamy —añadió él— me ha dicho que Caliane se encuentra ahora en un estado entre el sueño y la vigilia. Posee cierta conciencia, pero no tiene un conocimiento real de sus actos.
—¿Es posible que crea que todo es un sueño?
Rafael cerró la mano sobre su nuca y tiró de ella para acercarla.
—Sí. —Su beso fue algo más que peligroso. Pero nosotros no hemos venido aquí a hablar de Caliane.
Elena apretó los labios contra el marcado ángulo de su mandíbula, y la emoción convirtió en cenizas los últimos vestigios del miedo que había sentido mientras caía.
—A ver si sudamos un poco…