Emancipación total: el matrimonio de Mozart

6. Los acontecimientos expuestos hasta aquí, la ruptura con el arzobispo, la decisión de Mozart de abandonar su ciudad paterna y establecerse en Viena como «artista libre», fueron sólo los primeros pasos en el camino que le llevaba a separarse de su padre. La siguiente fase emancipadora fue la determinación de Mozart de casarse.

Se puede pensar que un padre tan astuto como Leopold Mozart habría podido tomarse la noticia de que su hijo de veinticinco años quería casarse como algo largamente esperado; tomárselo, pues, con tranquilidad, si no con alegría. Pero no le fue posible y por motivos bastante comprensibles. También él odiaba estar al servicio de la corte salzburguesa. Como segundo Kapellmeister no disfrutaba de un sueldo especialmente elevado, tenía una posición social relativamente baja que no se correspondía en modo alguno con sus cualidades intelectuales y estaba expuesto a un trato vejatorio con bastante frecuencia. Pero a diferencia de Mozart, se sometía a lo inevitable; soportaba la humillación con un rechinar de dientes, pero se doblegaba. Su única posibilidad de salir de esa insoportable situación se cifraba en que su hijo consiguiera un cargo elevado y bien remunerado. Siempre había soñado —al igual que su esposa, hasta que murió en París— que entonces podría seguirlo, y Mozart no dejó nunca de alimentar estas esperanzas a lo largo de sus años de viajes y aprendizaje durante los cuales al fin y al cabo dependía económicamente de su padre. En el círculo familiar se daba por hecho que seguirían viviendo juntos cuando el chico encontrara finalmente su gran colocación.

Ahora Mozart tenía veinticinco años; e involuntariamente seguía conservando esa idea que le era tan familiar cuando se alejó de Salzburgo. Con el afán de tranquilizar a su padre le escribió que le daría la mitad de sus ingresos tan pronto como tuviera una colocación segura[101]. Le prometió a su hermana que los sacaría a ella y a su prometido secreto de Salzburgo, donde al parecer no se les permitía casarse, no se sabe por qué[102]. Tras los duros reproches que el padre le hacía a su hijo al decidirse por Viena y los intensos esfuerzos para apartarle de tal resolución, se encontraba el temor del preso que ve desaparecer sus esperanzas de escapar algún día de su cautiverio. La mayoría de las cartas de entonces se han perdido. Pero en las respuestas a sus cartas se ven reflejados la preocupación y el temor con los que intentaba no perder de vista desde la lejanía las actividades de su hijo.

En ese mundo reducido, relativamente limitado, las cartas llevaban rápidamente las habladurías de Viena a Salzburgo, y al revés, el eco de los chismes de Salzburgo hasta Viena. Desconcertado por la creciente independencia de su hijo, de cuyo proceder dependía ahora lisa y llanamente su propio futuro, por lo visto el padre se preguntaba una y otra vez: ¡¿Pero qué hace el joven realmente en Viena?! Oía cada vez nuevos rumores que no le dejaban tranquilo y le enviaba a su hijo directamente las correspondientes preguntas y las advertencias llenas de preocupación. Había llegado a sus oídos que Mozart comía carne también los días de abstinencia y que incluso se jactaba de ello. ¿Acaso no pensaba en absoluto en la salvación de su alma? Y el hijo le contestaba con todo detalle que no se había vanagloriado de comer carne todas las vigilias, sino que sólo había dicho que no lo consideraba pecado. Según había oído —seguía el padre— se había visto a Mozart en el baile de máscaras en compañía de una persona de muy mala reputación. Y este contestaba con la ingeniosa franqueza que le caracterizaba, y que también encubría muchas cosas, que había conocido a la mujer en cuestión mucho antes de saber que no tenía buena fama, y como necesitaba de todas formas una pareja para los bailes de máscaras, no habría sido correcto que hubiera interrumpido repentinamente la relación; pero poco a poco había ido bailando también con otras[103].

Además había la cuestión del alojamiento. Era lo que más inquietaba al padre. Mozart se había trasladado a la casa de la viuda Weber y sus hijas, conocidas de Mannheim. De una de las hijas, que entretanto se había casado y se había convertido en una conocida cantante, se había enamorado por aquel entonces; fue un gran amor. Le escribió a su padre con toda sinceridad que sus sentimientos hacia ella todavía seguían bastante vivos. Pero esto no quería decir nada, añadía, porque ella ya no era libre[104]. Pero, en ese momento, Mozart vivía en casa de la viuda Weber y de sus hijas todavía solteras como gallo en el gallinero y el padre estaba preocupadísimo. ¿No podía ser que se estuviera cociendo algo? Así que le aconsejó a su hijo con creciente apremio que se buscara otro alojamiento. Sobre el carácter de la viuda Weber se contaban cosas poco tranquilizadoras. Era una mujer dominante que quería colocar a sus hijas por cualquier medio, incluso alquilando habitaciones. Mozart contestó que miraría de encontrar otro alojamiento, pero que tenía otras cosas en la cabeza en lugar del matrimonio; ya era bastante difícil mantenerse a flote uno solo[105].

La correspondencia no se limitó a las preocupaciones paternas sobre la vida amorosa de su hijo y a los esfuerzos de este para calmarlo. Mozart contaba cosas sobre la ópera en la que estaba trabajando. Le absorbía tanto que, ¿cómo iba a pensar en casarse? Pero el libretista, Stephanie, no le entregó el texto con suficiente celeridad[106]:

«Pero pronto voy a perder la paciencia, que no puedo escribir otra cosa que no sea la ópera. Naturalmente también escribo otras cosas además de esta, sin embargo la pasión me embarga, y para lo que en general precisaría 14 días, ahora sólo necesitaría 4.»

Ambos entablaban también discusiones técnicas sobre la ópera. El padre advertía que las palabras que Stephanie había puesto en boca de Osmin eran demasiado toscas y que como versos no eran demasiado buenas, y el hijo contestaba que ciertamente tenía razón, pero que así la poesía se adecuaba al carácter de Osmin, que justamente era un tipo rudo, malvado y necio. Precisamente, gracias a su aspereza y tosquedad, los versos se adaptaban perfectamente a las ideas musicales que ya antes se «habían paseado» por su mente[107]. Por lo visto, Mozart estaba satisfecho con el texto, le inspiraba, se correspondía con su idea de que en la ópera la poesía debía estar al servicio de la música. Este era el motivo, según él, de que la ópera cómica italiana tuviera tanto éxito, puesto que la música dominaba por encima de las palabras.

Desde luego, Mozart no vivía entonces como un anacoreta. Amaba a las mujeres y sin duda encontró en Viena más mujeres a su gusto a las cuales, por su parte, también gustaba el joven músico de físico no muy favorecido, pero lleno de vivacidad, inteligencia e increíble talento. No sabemos hasta dónde llegaron estas aventuras. Pero seguramente vale la pena mencionar una de ellas que, como una pequeña comedia, concuerda a la perfección con los acontecimientos dramáticos de aquella época.

Entre las damas de elevada posición que se interesaron por Mozart se destacaba la baronesa Von Waldstätten. Estaba separada de su marido y tenía fama de ser una mujer un tanto frívola. Por lo que se puede apreciar, el vínculo con ella, perteneciera al género que perteneciera, fue la única relación de Mozart que siguió el conocido modelo aristócrata-cortesano de enredo entre una mujer mayor y con experiencia, y un joven relativamente inexperto. La baronesa Von Waldstätten, cuyo nombre de familia era Von Schäfer, nació en 1741, era por tanto 15 años mayor que él. Una atractiva cuarentona, cuando Mozart la conoció, fue para él durante una cierta época madre, amiga y protectora a la vez. El 3 de noviembre de 1781, le contaba a su padre, no sin cierto orgullo[108], que después de realizar sus oraciones y cuando se disponía a escribirle a él precisamente, recibió la visita de gran cantidad de gente que quería felicitarle por su onomástica. Después, al mediodía, se fue a Leopoldstadt a casa de la baronesa Von Waldstätten, donde pasó el día de su santo. Por la noche, a las 11 —tenía la intención ya de desvestirse e irse a la cama— se apostaron seis músicos en el patio y le tocaron una pequeña serenata, su propia serenata de viento en mi bemol mayor (KV 375). Nos podríamos imaginar la escena tal como se encontraría en una de sus óperas: a él escuchando desde el balcón los instrumentos de viento contratados evidentemente por la baronesa, dándoles las gracias y retirándose.

Algo más tarde, 15 de diciembre, le comunicó a su padre que había resuelto casarse con una de las hijas Weber, con Constanze, y le pedía que lo entendiera y que diera su consentimiento. Reconocía que se había demorado en escribir esa carta porque preveía su reacción. Sin duda, el padre diría que cómo podía pensar alguien en casarse sin tener unos ingresos estables. Pero su decisión estaba bien fundada: la naturaleza hablaba con tanta fuerza en su interior como en cualquier otro y, añadía, «quizá con más fuerza que en muchos mozos grandes y fuertes[109]». Por otro lado, él no era del tipo que andaba con prostitutas o que seducía a jovencitas. Amaba a Constanze, así como ella a él y puesto que él necesitaba algo seguro en el amor, el matrimonio para él era lo más adecuado.

Para el padre, esta decisión de su hijo significaba el fin de toda esperanza. Intentó disuadirlo de su propósito; lo amenazó y le negó su aprobación. Esto se puede consultar en cualquier biografía de Mozart. Al final fue la baronesa Von Waldstätten la que arregló la boda de la pareja. Leopold Mozart no llegó a reponerse nunca de este golpe[110].