7

Al final resultó que Tanis y Flint no se marcharon de Solace ese verano.

Caramon ya se había ido a trabajar con las primeras luces del alba y Raistlin estaba recogiendo sus libros, preparándose para ir a la escuela, cuando sonó una llamada a la puerta. Al mismo tiempo que la llamada, la puerta se abrió de par en par y Tasslehoff Burrfoot cruzó el umbral.

Flint había estado intentando enseñar al kender que una llamada a la puerta se entendía entre la gente civilizada como un anuncio de la presencia de alguien que pedía ser admitido. Uno esperaba pacientemente en la puerta hasta que la persona que residía en la casa acudía a la llamada y franqueaba el paso.

Pero Tasslehoff era incapaz de captar la idea, simplemente.

Lo de llamar a las puertas no era una práctica habitual en el país de los kenders. No era necesario, ya que por lo general las puertas kenders estaban siempre abiertas. La única razón para cerrarlas era el tiempo inclemente.

Si un kender iba de visita y se encontraba con que sus anfitriones estaban ocupados en algún pasatiempo en el que no era particularmente bienvenido, el visitante podía sentarse en la sala y esperar hasta que sus anfitriones aparecieran o podía marcharse si quería; después de registrar la vivienda en busca de cualquier cosa interesante, por supuesto.

Algunas personas ignorantes de Ansalon sostenían que esta costumbre existía porque los kenders no tenían cerraduras en las puertas. Eso no era verdad. Todas las puertas de las viviendas kenders tenían cerradura; generalmente, muchas cerraduras de diferentes tipos. Aunque sólo se utilizaban cuando se celebraba una fiesta, y es que en esas ocasiones nadie llamaba a la puerta. Se esperaba que los invitados forzaran las cerraduras para poder entrar, ya que esta era la principal diversión de la velada.

Hasta el momento, Flint había conseguido enseñar a Tas a llamar a la puerta, cosa que el kender hacía, por lo general llamando al mismo tiempo que entraba o abriéndola y llamando después, a fin de anunciar su llegada en caso de que nadie hubiera reparado en él.

Raistlin estaba preparado para la llegada de Tasslehoff porque había oído al kender llamándolo a voces desde seis puertas más abajo y a los vecinos gritándole si no sabía qué hora era. También escuchó a Tas pararse para informarles de la hora exacta.

—Bueno, fueron ellos quienes lo preguntaron —dijo Tasslehoff, indignado, entrando al mismo tiempo que la puerta giraba hacia adentro—. Si no querían saberlo, ¿por qué gritaban de ese modo? ¿Sabes una cosa? —Soltó un suspiro mientras se sentaba a la mesa de la cocina—. En ocasiones no entiendo a los humanos.

—Buenos días —dijo Raistlin, quitando la tetera de la mano del kender—. Llegaré tarde a mis clases. ¿Quieres algo? —preguntó con severidad en tanto que Tas cogía el pan y el tenedor para tostarlo.

—¡Oh, sí! —El kender tiró el tenedor con mucho ruido y se puso de pie de un brinco—. ¡Casi me olvidé! Menos mal que me lo recordaste, Raistlin. Estoy muy preocupado. No, gracias, me sería imposible comer nada. Estoy demasiado disgustado. Bueno, quizás una galleta. ¿Tienes mermelada? Yo…

—¿Qué quieres? —demandó Raistlin.

—Es Flint —dijo el kender, comiéndose la mermelada a cucharadas del tarro—. No puede ponerse de pie y tampoco puede tumbarse. Ni sentarse, dicho sea de paso. Está en muy mal estado y realmente me tiene preocupadísimo. Muy, pero que muy preocupado.

Eso era obvio, desde luego, ya que Tas retiró el tarro de mermelada aunque todavía quedaba un poco. La cuchara se la guardó en el bolsillo, pero eso era de esperar.

Raistlin recuperó el cubierto e hizo más preguntas sobre los síntomas del enano.

—Ocurrió esta mañana. Flint se levantó de la cama y lo oí chillar, lo que hace a veces por la mañana, pero eso es generalmente cuando entro en su habitación para darle los buenos días y todavía no está exactamente preparado para asumir que ha amanecido. Pero hoy no entré en su cuarto, y chilló. Así que fui para ver qué pasaba, y allí me lo encontré, doblado por la mitad, como un elfo en medio de un vendaval. Pensé que miraba algo que había en el suelo, así que me agaché para ver qué era, pero entonces descubrí que no estaba mirando nada, y, si lo estaba, no era esa su intención. Estaba mirando el suelo porque no podía hacer otra cosa.

—¡Estoy atascado en esta postura, miserable kender!

»Eso me dijo. Yo me sentía muy desdichado por él, así que no andaba muy desencaminado. Le pregunté qué había pasado.

—Me agaché para atarme las botas y la espalda me chascó.

»Le dije que lo ayudaría a ponerse derecho, pero me amenazó con darme un golpe con el atizador si me acercaba a él. De modo que, aunque habría sido interesante recibir un golpe con el atizador porque es algo que nunca me ha ocurrido, decidí que eso no iba a servirle de mucha ayuda a Flint, y que lo mejor era venir a buscarte para ver si podías sugerirme algo.

Tasslehoff miraba a Raistlin con ansiedad. El joven había soltado los libros y estaba buscando entre las jarras donde guardaba los ungüentos y pócimas preparados con las hierbas que cultivaba en el jardín.

—¿Sabes lo que le pasa? —preguntó Tas.

—¿Le ha dolido la espalda en otras ocasiones?

—Oh, sí —respondió alegremente Tas—. Dice que le ha estado molestando desde que Caramon intentó ahogarlo en la barca. La espalda y la pierna izquierda.

—Entiendo. Es lo que imaginaba. Creo que Flint sufre una fluxión aguda reumática.

—Una fluxión aguda reumática —repitió Tas lentamente, saboreando las palabras. Estaba impresionado—. ¡Qué estupendo! ¿Es contagioso? —preguntó, esperanzado.

—No, no lo es. Es una inflamación de las articulaciones. También puede llamarse lumbago. Aunque —añadió, frunciendo el entrecejo—, el dolor en la pierna izquierda podría significar algo más serio. Iba a mandar contigo un poco de esencia de gaulteria para darle unas friegas en la zona dolorida, pero ahora creo que será mejor que vaya y le eche una ojeada yo mismo.

—¡Flint, tienes un flujo rúnico! —gritó, excitado, Tas mientras entraba corriendo por la puerta, que había olvidado cerrar al salir y a la que el enano, en su lamentable estado, no podía llegar.

Flint apenas se había movido del sitio en el que lo había dejado el kender. Estaba doblado casi por la mitad y la barba le arrastraba por el suelo. Cualquier intento de enderezarse provocaba que la frente se le perlara de sudor y que se le escaparan gemidos de dolor. Las botas seguían sin atar y él permanecía inclinado hacia adelante, soltando juramentos y gemidos alternativamente.

—¿Rúnico? —chilló el enano—. ¿Qué tiene esto que ver con las runas?

—Reuma —aclaró Raistlin—. Una inflamación de las articulaciones ocasionada por una exposición prolongada al frío o la humedad.

—¡Lo sabía! ¡El condenado bote! —exclamó Flint con un timbre de amargo triunfo—. Lo repito: jamás volveré a poner un pie en uno de esos malditos artilugios en lo que me resta de vida, lo juro por Reorx. —Habría dado un fuerte pisotón para poner énfasis al juramento, ya que tal cosa se consideraba apropiada entre los enanos, pero el movimiento lo hizo gritar de dolor y se aferró el muslo izquierdo.

»Tengo que salir a vender mi mercancía este verano. ¿Cómo voy a viajar así? —demandó, irritado.

—No vas a viajar —dijo Raistlin—. Vas a volver a la cama y te vas a quedar allí hasta que los músculos se relajen. Tienes todo el cuerpo agarrotado. Este ungüento te aliviará el dolor. Tas, necesito que me ayudes. Levántale la camisa.

—¡No! ¡No os acerques a mí! ¡No me toquéis!

—Sólo intentamos ayudarte…

—¿Qué es ese olor? ¿Un ungüento de qué? ¡De pino! ¡No vas a hacerme tragar el jugo de ningún árbol!

—Voy a frotarte con él.

—¡Te digo que no! ¡Ay! ¡Ay! ¡Apártate! ¡Mira que tengo el atizador!

—Tas, ve a buscar a Tanis —ordenó Raistlin al ver que su paciente iba a plantearle problemas.

Aunque lamentaba extraordinariamente tener que alejarse de una situación tan excitante, el kender corrió a llevar el mensaje. Tanis regresó a toda prisa, alarmado por las confusas explicaciones de Tas sobre que a Flint lo habían atacado unas runas y que Raistlin intentaba curarlo haciéndole tragar agujas de pino.

Raistlin le explicó la situación con más detalle y en términos coherentes. El semielfo estuvo de acuerdo tanto con el diagnóstico como con el tratamiento. Haciendo caso omiso de las vehementes protestas del enano (y quitándole ante todo a la fuerza el atizador), lo frotaron con el ungüento al tiempo que le daban masajes en los músculos de las piernas y los brazos hasta que finalmente pudo enderezar la espalda lo suficiente para tumbarse.

Flint insistió en todo momento en que no pensaba acostarse, que iba a emprender viaje como cada verano para vender sus mercancías y que no podrían hacer nada para impedírselo.

Siguió con la misma retahíla mientras Tanis lo ayudaba a llegar a la cama, cojeando; siguió insistiendo aunque tuvo que apretar los dientes para aguantar el dolor que, según él, era como una daga goblin envenenada que le hubieran clavado en la parte posterior de la pierna. Y siguió rezongando y protestando hasta que Raistlin le dijo a Tas que corriera a la posada y le pidiera a Otik un jarro de brandy.

—¿Y eso para qué es? —preguntó Flint, desconfiado—. ¿Vas a darme friegas con eso también?

—No. Vas a tomar una dosis cada hora, para el dolor —contestó Raistlin—. Mientras permanezcas en la cama.

—¿Cada hora? —El rostro del enano se animó. Buscó una postura más cómoda sobre las almohadas—. Bueno, quizá me tome el día libre. Aplazaré la partida hasta mañana. Asegúrate de que Otik te da un brandy de buena calidad! —le gritó.

—Mañana no irá a ninguna parte —le dijo Raistlin al semielfo—. Ni pasado mañana ni en fecha próxima. Tiene que estar en cama hasta que desaparezca el dolor y pueda caminar bien. Si no lo hace así, podría quedar lisiado de por vida.

—¿Estás seguro? —Tanis parecía escéptico—. Flint se ha quejado de dolores y achaques desde que lo conozco.

—Esto es diferente. Es algo serio. Tiene que ver con la columna vertebral y los nervios que llegan a la pierna. Meggin la Arpía trató en una ocasión a una persona que sufría síntomas similares a estos y yo la ayudé. Me lo explicó utilizando un esqueleto humano que tiene. Si me acompañas a su casa, puedo enseñártelo.

—¡No, no! ¡No hace falta! —se apresuró a contestar Tanis—. Me fío de tu palabra. —Se frotó la barbilla y sacudió la cabeza—. Pero, en nombre del Forjador del Mundo, no sé cómo vamos a conseguir que ese viejo enano irascible guarde cama si no lo atamos a ella.

El brandy los ayudó en este cometido dejando calmado al paciente, aunque no callado, y con un relativo buen humor.

De hecho hizo lo que le dijeron y se quedó tumbado voluntariamente.

Para todos fue una agradable sorpresa. Tanis alabó a Flint por ser un paciente modelo.

Lo que ninguno sabía era que Flint había hecho un intento de levantarse la primera noche del tratamiento. El dolor fue muy intenso y la pierna le falló. Este incidente amedrentó muchísimo al enano, que empezó a pensar que quizá Raistlin sabía lo que decía. Regresó arrastrándose a la cama y decidió para sus adentros que permanecería en reposo todo el tiempo que tardara en curarse. Entre tanto, se lo pasó en grande dando órdenes a todo el mundo y haciendo que Caramon se sintiera terriblemente mal por haber sido el culpable de todo.

A Tanis, ni que decir tiene, no le importó quedarse en Solace en lugar de viajar por Abanasinia. También Kitiara permaneció en la ciudad, para gran asombro de sus hermanos.

—Jamás pensé que vería a Kitiara enamorada de ningún hombre —dijo Caramon a su gemelo mientras cenaban una noche—. No parece una persona afectiva.

—Bah —resopló Raistlin—. «Enamorada» no es la palabra, hermano. Estar enamorado implica cariño, interés, respeto. Yo calificaría de «pasión» o, tal vez, «lujuria» lo que une a nuestra hermana con el semielfo. Imagino, por lo que nos contaba nuestra madre, que Kitiara se parece mucho a su padre en ese aspecto.

—Supongo —respondió Caramon, que parecía incómodo.

No le gustaba hablar de su madre si podía evitarlo.

Los recuerdos que guardaba de ella no eran agradables.

—El amor de Gregor por Rosamund fue extremadamente apasionado… mientras duró —dijo Raistlin poniendo un énfasis irónico en la última parte de la frase—. La encontró distinta de las otras mujeres, le divertía. Estoy seguro de que existe cierto factor divertido en la relación de Kitiara con el semielfo. E, indudablemente, es muy distinto de los otros hombres que ha conocido.

—A mí me cae bien Tanis —manifestó Caramon a la defensiva, creyendo que el comentario de su hermano menospreciaba a su amigo—. Es un gran tipo. Me ha estado dando lecciones de esgrima, y estoy progresando mucho. Lo dice él. En algún momento te lo mostraré.

—Pues claro que te gusta Tanis. Nos gusta a todos —abundó Raistlin, encogiéndose de hombros—. Es honrado, sincero, leal, digno de confianza. Como he dicho, es muy distinto de todos los hombres que ha amado nuestra hermana.

—Eso no lo sabes con certeza —protestó Caramon.

—Oh, sí que lo sé, hermano. Lo sé.

Caramon quería saber cómo, pero Raistlin rehusó contestar.

Los gemelos acabaron de cenar en silencio. Caramon comía con voracidad, devorando todo lo que había en su plato, y después miraba alrededor buscando más. Sólo tenía que esperar. Raistlin picoteaba de su comida, tomando sólo unos pocos bocados escogidos, apartando todos los trozos de carne que tuvieran el más ligero rastro de cartílago o cualquier parte que estuviera poco hecha. Caramon no puso pega alguna a acabar con las sobras.

Se llevó los platos de madera para lavarlos. Raistlin dio de comer a sus ratones y limpió la jaula; después fue a la cocina a ayudar a su hermano.

—No querría que le ocurriera nada malo a Tanis, Raist —dijo Caramon sin levantar la vista de su tarea.

—Mi querido hermano, hay más agua en el suelo que en el balde. ¡No! Acaba con lo que estás haciendo. Yo lo limpiaré. —Cogió la bayeta, se agachó y la pasó sobre las baldosas de piedra—. En cuanto a Tanis, es bastante mayor para cuidar de sí mismo, Caramon. Tiene, creo, casi cien años.

—Puede que sea mayor en cuanto a la edad, Raist, pero en ciertos aspectos no es mayor que tú o yo —dijo Caramon.

Amontonó los platos y los cubiertos húmedos, escurrió el paño, y se sacudió el agua de las manos, que se enjugó en la pechera de la camisa.

Raistlin resopló manifestando su incredulidad por el comentario de su hermano.

—Como es sincero —intentó Caramon explicar su razonamiento—, cree que todo el mundo es sincero también. Y leal y honrado. Pero tú y yo… Sabemos que eso no es verdad. Sobre todo no lo es en el caso de Kit.

—¿Qué quieres decir? —Raistlin había levantado la cabeza rápidamente.

—Le mintió a Tanis sobre ese dinero, Raist. —El mocetón enrojeció, avergonzado de su hermana—. Sobre las monedas de Sanction. Le dijo a Tanis que había ganado el dinero jugando a los dados con un marinero. Bueno, pues estuve con ella hace unos cuantos días cuando me vino a buscar por si quería practicar con la espada. Cuando iba a marcharse, me mandó a recogerle su capa, que había dejado sobre el arcón del dormitorio. Cuando cogí la capa se cayó la bolsa del dinero y las monedas se desparramaron por el suelo. Miré una de ellas porque nunca había visto otra igual. Le pregunté de dónde las había sacado.

—¿Y qué contestó?

—Que era la paga que se había ganado por un trabajo que había hecho en el norte. Dijo que había montones de dinero más de donde había salido ese y que me podía ganar parte de ello y tú también si te olvidabas de esa tontería de la magia y te venías con nosotros. Dijo que todavía no estaba preparada para volver al norte, que lo estaba pasando muy bien aquí y que, de todos modos, yo necesitaba practicar más y que a ti había que convencerte de que eras… —Caramon vaciló.

—¿Que era qué? —instó Raistlin.

—Un fracasado en la magia. Es lo que dijo ella, Raist, no yo, así que no te enfades.

—No me enfado. ¿Por qué diría algo así?

—Porque nunca te ha visto hacer magia, Raist. Le contesté que eras realmente bueno en ello, pero se echó a reír y dijo que yo era tan cándido que me tragaba cualquier truco de feria barato. Sin embargo, no soy un necio. Tú me has enseñado a no serlo —manifestó con énfasis el mocetón.

—Y por lo visto lo he hecho mejor de lo que creía —contestó Raistlin, que observaba a su gemelo con cierta admiración—. ¿Sabías todo esto y aun así te lo callaste?

—Me advirtió que no dijera nada, ni siquiera a ti, y no pensaba hacerlo, pero no me gusta que mintiera sobre lo del dinero, Raist. ¿Quién sabe de dónde lo ha sacado? Y tampoco me gusta ese dinero—. Se estremeció—. Me da mala espina.

—Empero, a ti no intentó engañarte —comentó su gemelo, pensativo.

—¿Eh? —Caramon estaba sorprendido—. ¿Cómo lo sabes?

—Una corazonada —respondió evasivamente—. Ya había hablado antes de trabajar para gente del norte.

—Pues yo no quiero ir allí, Raist. Lo he decidido. Prefiero ser un caballero, como Sturm. A lo mejor te permiten ser un mago guerrero, como Magius.

—Me gustaría adiestrarme como tal —repuso Raistlin—. Pero sospecho que los caballeros no me admitirían y creo que a ti tampoco. Aun así, podemos trabajar juntos, tal vez como mercenarios, combinando la hechicería y el acero. Los magos guerreros no abundan, y la gente pagaría bien por ese tipo de servicio.

—¡Qué gran idea Raistlin! —Caramon no cabía en sí de gozo—. ¿Cuándo crees que podríamos empezar? —Por su actitud, él estaba dispuesto a salir corriendo por la puerta en ese mismo momento.

—No durante cierto tiempo todavía —contestó Raistlin, conteniendo la impaciencia de su hermano—. Tendría que abandonar la escuela, y maese Theobald sufriría una apoplejía sólo con que le mencionara tal cosa. A su entender, la magia tiene que utilizarse exclusivamente en situaciones tan apuradas como prender las hogueras de campamentos si la madera está mojada. No debemos actuar con precipitación, hermano —lo reprendió, viendo que su gemelo se pondría a lustrar la espada si no lo frenaba—. Nos hace falta dinero. Tú necesitas experiencia. Y yo, más conjuros en mi libro de hechizos.

—Claro, Raist. Creo que es una gran idea, y me propongo estar bien preparado. —Caramon dejó la tarea que tenía entre manos y alzó la vista con una expresión solemne y preocupada—. ¿Qué le diremos a Kit?

—Nada. No hasta que llegue el momento —contestó Raistlin. Hizo una pausa y luego añadió, sonriendo sombríamente—: Dejemos que siga pensando que no tengo talento para la magia.

—Claro, Raist, si es eso lo que quieres. —Caramon no entendía la razón de aquello pero, imaginando que su hermano sabía lo que hacía, se amoldó a sus deseos, como siempre—. ¿Y qué hacemos con Tanis?

—Nada —repuso Raistlin quedamente—. No podemos hacer nada. No nos creería si le contáramos algo malo sobre Kit porque no querría creernos. Tú no me habrías creído si te hubiera contado algo malo sobre Miranda, ¿verdad? —preguntó con un atisbo de amargura.

—No, supongo que no. —Caramon soltó un borrascoso suspiro. Seguía afirmando que tenía roto el corazón, aunque en ese momento sostenía relaciones con, al menos, tres chicas—. ¿No hay nada que podamos hacer respecto a Kit?

—La vigilaremos, hermano. La vigilaremos con mucha atención.