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Bajan a Linnéa por la escalera hacia el gimnasio. Ha dejado de oponer resistencia. Son demasiados y tienen demasiada fuerza. Y debe ahorrar energía.
Llama a Vanessa y a las demás en sus pensamientos, pero no recibe respuesta.
Y cuando entran en el gimnasio comprende por qué.
La magia que hay aquí dentro es tan potente que la suya no tiene la menor posibilidad de atravesarla.
La multitud se va abriendo para dejar paso a quienes la llevan. Linnéa observa la expresión de sus caras.
Son caras diferentes, pero todas tienen la misma mirada. La mirada de Olivia.
El único que conserva la suya es Gustaf. Y parece aterrorizado. Linnéa aparta la vista de él enseguida, no quiere arriesgarse a que lo descubran.
Ve a Anna-Karin, que está rodeada, cerca del escenario. Linnéa va a llamarla justo cuando Backman y Tommy la sueltan y se estrella contra el suelo.
—¡Linnéa!
Es la voz de Vanessa. Y en medio de tanto terror, Linnéa siente un alivio tremendo.
Trata de sentarse pero la vuelven a empujar contra el suelo. Entre un bosque de piernas vislumbra a Vanessa, a la que Rickard y Mehmet sujetan con fuerza.
Linnéa consigue soltarse de las manos que la retienen pero de inmediato aparecen otras para inmovilizarla.
—¡Dejadme pasar! —se oye la voz de Helena.
Tommy se hace a un lado y Linnéa ve que se ha formado un largo pasillo a su espalda en la marea humana. En el otro extremo está Olivia, con Helena y Krister.
Los ojos de Helena refulgen de odio mientras se encamina con Krister hacia Linnéa.
—Solo quiero decirte que me alegra que estés aquí, Linnéa. Me alegro de que Olivia cambiara de opinión.
—Si hay alguien que se merezca esto, esa eres tú —dice Krister.
Linnéa intenta incorporarse, y nadie la retiene. Krister y Helena se le ponen delante.
Verlos así habría destrozado a Elias por completo. A pesar de todo, los quería.
Le debe a Elias el esfuerzo de conseguir que sus padres entren en razón.
—Elias no se suicidó. Fueron los demonios los que lo asesinaron. Los mismos demonios que le otorgan a Olivia el poder de hacer todo esto. Los mismos demonios que consiguen que creáis que habláis con Elias. Os han engañado sus asesinos.
—Eso es mentira —dice Helena, y Krister hace un gesto de aprobación.
—¿Cómo podéis creer que él respaldaría todo esto? —sigue Linnéa. Vuestro hijo, Elias. El que nunca quería hacerle daño a nadie. El que jamás devolvía los golpes. ¿De verdad pensáis que habría querido que matarais gente en su nombre?
Helena y Krister la miran. Y por un breve instante, Linnéa se pregunta si habrá conseguido llegar a ellos.
Las luces del techo parpadean.
Al otro lado de la sala está Olivia, de cuyas manos surgen rayos azules que crepitan a su alrededor. Krister y Helena se dan la vuelta.
—¡No! —grita Linnéa, pero es demasiado tarde.
Olivia eleva las manos. Los rayos salen disparados, cruzan la sala, y alcanzan a Krister y a Helena en el pecho con un chisporroteo. Los dos gritan de dolor. Y entonces todo queda en silencio. Olivia baja las manos. Krister y Helena se tambalean un instante. Se apoyan el uno en el otro antes de desplomarse en el suelo.
La masa de gente se ondula como por una corriente de aire, pero nadie hace nada. Están bajo la influencia de Olivia.
—Dios, cuánto tiempo llevaba esperando este momento —dice Olivia.
—Para —dice Linnéa—. Por favor, Olivia, para.
Olivia le sonríe, y Linnéa ve los círculos de ectoplasma que se van formando en el suelo a su alrededor.
Ida está espiando bajo las gradas, intentando hacerse una composición de lugar.
Así que la bendecida por los demonios es la perturbada de Olivia Henriksson.
Debería salir y aplastarla contra la espaldera más cercana. Pero ha visto lo que les ha hecho a Krister y a Helena. Y controla a todos los miembros de EP de la sala. No tendría ninguna posibilidad.
Además, puede que sea demasiado tarde.
Los círculos de ectoplasma van apareciendo lentamente en la pared que tiene detrás y por el suelo, rodeándola. Siente que emanan una magia muy potente. Le resuena en la cabeza la voz de Mona Månstråle.
La gente que tiene que ver con la magia de verdad sabe que este día solo sirve para una cosa. Sacrificios humanos.
Ida se toquetea el corazón de plata, se retuerce la cadena con fuerza alrededor del dedo. ¿Qué más dijo Mona?
Han conectado a todos los miembros de EP que hay en el instituto a una única red enorme.
Ida se queda mirando el signo del metal que hay en los círculos de ectoplasma.
El brujo de metal que esté manipulándolos a todos también tiene que llevar puesto el amuleto.
El brujo de metal que esté manipulándolos a todos.
Ida suelta el corazón de plata. Se mete la mano en el bolsillo de la chaqueta, busca la cadena del amuleto y la saca. La levanta.
Cualquier bruja de nacimiento cuyo elemento sea el metal podría hacerlo.
Claro que no puede estar segura. Pero lo que sí sabe es que si no hace nada, se convertirá sin remedio en víctima de un sacrificio humano dentro de unos minutos.
Ida se lleva las manos a la nuca. El amuleto tintinea al dar con el corazón de plata. Se lo pone. Se convierte en una más de la red.
Y de pronto siente al gimnasio entero. No tiene que ver toda la sala para saber que los círculos cubren el suelo y la parte más baja de las paredes. Cada uno intensifica el campo de fuerza del otro, transforman el gimnasio en un microondas gigante.
Todos los miembros de EP están allí. Como palomitas a punto de estallar. Sus conciencias son manchas claras, portales en los que puede adentrarse. Ve a Olivia como un sol negro resplandeciente entre la candidez de las estrellas. Ella es quien lo controla todo. Los círculos. A los miembros de EP. Y lo hace mediante la red de amuletos.
Primero, voy a apagar el microondas, piensa Ida. Luego, apagaré a Olivia.
Concentra todo su poder en los círculos, comienza con los que están pintados en la pared, por encima del escenario. Los apaga lentamente, pero con seguridad. Luego dirige su atención hacia el siguiente círculo. Y al siguiente.
Sabe que Olivia ha notado su presencia. La siente con claridad como un movimiento en la red. Olivia trata de orquestar las conciencias de los demás, pero Ida es ahora más fuerte. Ella es quien manda. Controla los círculos. Tiene a los miembros de EP en jaque.
—¡Para! —grita Olivia.
Ida abre los ojos.
Los círculos de ectoplasma que la rodean se han apagado. Los tubos fluorescentes del techo centellean como luces estroboscópicas.
—¿Dónde estás? —grita Olivia.
Ida sonríe. Ya no tiene que esconderse.
Innéa se pone de pie. Backman, Tommy y los demás miran inmóviles al vacío bajo la luz parpadeante.
Ve venir a alguien desde las gradas. Ve el amuleto que le cuelga del cuello. Linnéa nunca creyó que ver a Ida Holmström llegara a hacerla tan feliz.
La muchedumbre se divide en dos mientras Ida camina lentamente por la sala.
—¡Para! —grita Olivia—. ¡Lo estás estropeando todo!
—Esa es mi intención —dice Ida.
Los miembros de EP buscan sonámbulos las paredes. Aquí y allá siguen brillando círculos de ectoplasma en el suelo.
—¿Puedes hacer que se quiten los collares? —le pregunta Linnéa a Ida.
—Antes tengo otras cosas de las que ocuparme —dice Ida sin aliento—. Y me vendría bien un poco de ayuda.
Linnéa va hasta donde está Ida y le da la mano. Anna-Karin y Vanessa la imitan. Juntas, forman una cadena, le prestan a Ida su poder.
—¡Parad! —grita Olivia—. ¡No es justo!
El círculo de ectoplasma que tienen más cerca se apaga lentamente.
Un torrente de endorfinas recorre el cuerpo de Ida.
Lleva tanto tiempo luchando contra sus poderes, tratando de deshacerse de ellos. Ahora, por primera vez, siente que forman parte de su ser. Y los quiere. Incluso quiere en cierto modo a las demás Elegidas. Debe de estar totalmente colocada a consecuencia de la magia.
Ida se siente tan poderosa como una divinidad mientras va apagando los círculos de ectoplasma uno tras otro, al mismo tiempo que mantiene controlados a los miembros de EP.
Ve a Erik. A Robin. A Felicia. A Julia. A Kevin. Están pegados a la pared, con la mirada perdida y las caras iluminadas por el parpadeo de los fluorescentes. Podría vengarse de ellos en este momento. Conseguir que se despedazaran los unos a los otros. Que pagaran cara su traición. Es una idea de lo más seductora y de pronto piensa que es admirable que Anna-Karin no hiciera cosas peores con sus poderes. Ahora entiende lo fuerte que debe de haber sido la tentación.
Gustaf.
Ida casi suelta la mano de Linnéa cuando lo ve caminar hacia ella. La mira fijamente. Se detiene a tan solo unos pasos.
Ve su expresión atónita. ¿Cómo van a poder explicarle todo esto?
—Ida —dice Linnéa—. Concéntrate.
Ida suspira. Pero Linnéa tiene razón. Tienen que poner fin a todo aquello.
Olivia chilla de frustración cuando se apaga el último círculo de ectoplasma.
—¡Se acabó! —grita Linnéa.
—¡Lo has estropeado todo! ¡Ahora Elias no va a poder volver jamás! ¡No va a volver jamás!
La voz de Olivia resuena por la sala.
Todas las luces se apagan al mismo tiempo. Se produce la oscuridad más absoluta.
El terror se apodera de Ida. Escucha en tensión total. Lo único que se oye es el sonido de doscientas personas respirando exactamente al mismo tiempo.
—Mira —susurra Anna-Karin.
Una luz débil y azulada se vierte por el fondo de la sala. Es Olivia quien la irradia. Crece en intensidad hasta que la luz azul centelleante la rodea chisporroteando mientras se dirige hacia las Elegidas.
Levanta la mano derecha. Unos rayos azules se ensortijan a su alrededor, como una madeja de serpientes eléctricas que se retuercen.
Ida observa preocupada a Gustaf, que se ha quedado como petrificado. Le gustaría gritarle que se pusiera a cubierto.
—Eres una fiera difundiendo rumores, Ida —dice Olivia—. Pero también hay rumores sobre ti. Como que estás completamente obsesionada con Gustaf Åhlander.
Ida no se atreve a contestar, no se atreve a mirar a Gustaf. Se concentra en utilizar su poder. No se parece a nada que haya sentido antes. Las demás Elegidas la fortalecen. Levanta la mano que tiene libre. Arde con una llama azul en la oscuridad, más intensa que la luz de Olivia.
—Me arrebataste a la persona que amaba —dice Olivia—. Jamás podré volver a estar con él. Y ahora yo te voy a hacer lo mismo.
Apunta a Gustaf con la mano.
Ida no se para a pensar. Suelta la mano de Linnéa y se precipita delante de Gustaf. Un rayo deslumbrante sale de la mano de Olivia y golpea a Ida. El suyo choca con el de Olivia en el aire, se retuercen y, durante un segundo, forman una bola ardiente, antes de volver a separarse.
A Ida le da en el pecho, la tira hacia atrás, cae con fuerza en el suelo y se queda sin aliento. Un cosquilleo le recorre el cuerpo, los brazos, las piernas, incluso las yemas de los dedos.
Los tubos del techo vuelven a encenderse con un tintineo.
Ida se estremece y se incorpora despacio. Se encuentra con los ojos de Gustaf. Está ilesa. Al menos físicamente.
Olivia yace inmóvil al otro lado de la sala. Linnéa ya está yendo hacia ella.
—¡Ten cuidado! —le grita Vanessa.
Linnéa se pone en cuclillas y le baja la cremallera de la sudadera a Olivia. Le quita el amuleto y lo levanta en el aire.
Ida se quita su propio amuleto. Lo tira a las gradas con asco.
La red se ha roto.
Minoo ha recorrido medio patio del instituto cuando se abren las puertas del vestíbulo y sale Kevin caminando directo hacia ella.
Se para con el pulso desbocado. Lo siguen muchos miembros de EP. No hay ningún sitio donde poder esconderse.
Pero cuando se acercan, se da cuenta de que algo va mal.
O mejor dicho. Algo vuelve a ir bien.
Las personas que ve no están teledirigidas. Parecen inseguras. Asustadas. Van en grupos, algunos se apoyan en otros. Unos cuantos lloran.
Minoo se apresura hacia los escalones, corre a contracorriente, aparta de un codazo a Hanna A, que se pone a hablar por el móvil.
—Mamá —dice entre sollozos—. Tienes que venir a recogerme…
El vestíbulo está lleno de gente y mucha más sale del gimnasio. Tommy Ekberg la agarra del brazo cuando trata de abrirse paso.
—Ha habido un accidente. Algo con la electricidad. Puede que todavía sea peligroso, no vayas.
Se zafa de él y corre escaleras abajo, empujando y apartando a la gente hasta llegar a las puertas del gimnasio.
Lo primero que ve son los cuerpos inertes de Helena y Krister. Están tumbados uno junto al otro. Ninguno de sus acólitos los mira siquiera al pasar por su lado de camino a la salida.
—¡Minoo! —grita Anna-Karin.
Las ve a lo lejos, junto al escenario. Anna-Karin, Vanessa, Linnéa e Ida. Gustaf también está con ellas.
Minoo corre aliviada y los abraza uno a uno.
—¿Qué ha pasado con Adriana? —pregunta Anna-Karin cuando Minoo la suelta.
—Ha funcionado —responde Minoo.
Todas parecen aliviadas. Todas, menos Gustaf, que tiene la cara lívida.
Minoo se pregunta de qué habrá sido testigo. Nota restos de una magia poderosa en el aire.
—¿Qué tal?
—No lo sé. No sé nada. Esto es como un sueño extraño…
Lo comprende. La realidad que conocía se ha vuelto del revés.
—Lo sé, pero ya se ha acabado —dice Ida, que está junto a él.
—No era Rickard —dice Linnéa señalando.
Un grupo de alumnos de tercero pasa a su lado y Minoo ve un cuerpo tendido de costado en el suelo. Si no fuera por los mechones de pelo azules, jamás la habría reconocido.
Se pregunta cómo se sentirá Linnéa. Era su amiga.
—¿Está viva? —dice Minoo.
Linnéa asiente.
—Por los pelos. La ambulancia viene de camino.
—He visto a Tommy Ekberg ahí arriba —dice Minoo—. Ha dicho no sé qué de un fallo eléctrico.
—Eso le hemos dicho a todo el mundo —dice Vanessa—. Nadie se acuerda de lo que ha pasado. Ha sido como lo de Diana.
—Joder —dice Vanessa, que acaba de ver algo—. Qué putada.
Minoo levanta la vista y ve a Alexander entrar en el gimnasio. Con él vienen dos de los guardias que estaban en el juicio. Los últimos miembros de EP dejan sitio para el trío que va cruzando la sala.
Debería haberlo sabido, piensa Minoo. Ha cambiado de opinión.
Pero Alexander ni siquiera la mira.
Va derecho hacia Olivia y se pone de rodillas a su lado. Minoo lo sigue. Ve cómo Alexander le vuelve la cabeza a Olivia. Unas gotas de sangre le caen resbalando por los ojos cerrados.
Luego levanta en brazos con mimo el cuerpo menudo de Olivia.
—¿Qué haces? —grita Linnéa.
—Si la dejamos aquí se va a morir —dice Alexander—. Somos los únicos que podemos proporcionarle los cuidados que necesita.
—¿Y luego qué? ¿Qué vais a hacer con ella? —dice Minoo.
—Olivia Henriksson ya no es vuestro problema —responde Alexander.
Minoo ve las botas de Olivia colgando lánguidamente en el aire mientras se la lleva hacia la salida.
Ida siente un escalofrío que le recorre todo el cuerpo. Está tan exhausta que apenas se mantiene en pie. Lo único que la sostiene es Gustaf, el hecho de que esté a su lado, tan cerca de ella.
—¿Quién era ese? —pregunta mirando la puerta por la que acaba de salir Alexander.
—Un policía —dice Ida débilmente, porque no se le ocurre nada mejor.
Pero Gustaf apenas parece oírla.
—No entiendo nada… ¿Qué ha pasado? ¿Qué has hecho con ella? ¿Quiénes sois en realidad?
Ida abre la boca para responderle, pero no sabe por dónde empezar. Solo quiere decirle a Gustaf una cosa. Solo puede decirle una cosa.
—Te quiero.
La está mirando fijamente y vuelve a sentir un escalofrío.
—Sí, al menos hay una cosa de lo que ha dicho la loca esa que era verdad. Y ya sé que ni siquiera te caigo bien… Pero… De verdad que estoy intentando… Y me siento…
La cara de Gustaf se le desenfoca y luego vuelve a enfocarla.
—¿Ida? —dice, y el cuerpo de Ida se estremece.
—Sí…
Se le doblan las rodillas y cae. Pero no se hace daño, porque Gustaf la sujeta. Cae en sus brazos, esos brazos tan fuertes, y la coloca con cuidado en el suelo.
—¡Ida! —grita Minoo desde algún lugar lejano.
La llaman todas a la vez, las demás Elegidas.
¡Ida, Ida, Ida, Ida!, gritan, como si estuviera sorda.
¡Ida! ¡Ida, qué te pasa!
Y quiere responder que está bien, que todo es fantástico. Porque Gustaf la está tocando, la está mirando, habla con ella, dice su nombre una y otra vez. Oye su voz claramente, aunque a distancia.
¡No respira!
Lo mira a los ojos, esos ojos tan maravillosamente hermosos. Por fin la mira de esa forma, como ella siempre ha querido.
¡No respira!
No pasa nada, quiere decir. No pasa nada en absoluto.
Están tan cerca… Muy cerca de la cara de Gustaf. Lleva sus labios hacia los de ella y ambos se funden hasta que apenas sabe dónde empieza la boca de Gustaf y dónde acaba la suya.
Es un sufrimiento quererlo tanto.
Y ni siquiera se da cuenta cuando el corazón le deja de latir.