38

Ida sostiene el cuenco de cerámica con la mitad de esa plasta gris asquerosa. Es tan espesa y tan densa que le recuerda al barro. Minoo está a su lado preparada con un cuenco igual en las manos.

Mona Månstråle les ha dicho que deben sacar de la habitación todos los aparatos eléctricos antes del ritual. Vanessa y Anna-Karin han encendido velas rojas, y las sombras se deslizan danzando por las paredes al aleteo de su resplandor. Las puertas parecen bocas abiertas.

El tictac del despertador viejo que ha traído Minoo resuena ruidosamente. Pronto será medianoche.

—Queda un minuto —dice Vanessa en voz baja.

Ella, Anna-Karin y Linnéa están sentadas alrededor del espejo con las piernas cruzadas, preparadas para darse las manos. En este ritual no van a dibujar un círculo interior. Son las propias brujas las que lo forman. El círculo exterior, que van a dibujar Ida y Minoo, protege al entorno de la posible aparición de huéspedes no deseados. Pero a Ida no la protege nada.

Piensa en todas las historias que ha oído de gente que juega a hacer espiritismo. Historias que siempre acaban en muerte, locura y obsesión.

—Treinta segundos —dice Vanessa.

—Suerte —susurra Minoo mirando a Ida.

Ella no responde. Nota el calor del cuenco en las palmas de las manos.

—Veinte.

Anna-Karin ahoga un estornudo e Ida siente un hormigueo de irritación.

—Diez… nueve… ocho…

Ida trata de concentrarse. No quiere pensar en la oscuridad. Ni en que van a invocar a un espíritu. En medio de las sombras. A medianoche. Joder, la hora de las tinieblas.

—…cuatro …tres…

Piensa en la promesa del libro.

—…dos…

Piensa en Ge.

—Adelante.

Ida mete en el cuenco los tres dedos centrales de la mano izquierda. La plasta está completamente fría, tan fría que casi le hace daño, aunque el exterior del cuenco está caliente.

—El círculo que une —dice Vanessa.

Ida se pone de rodillas en el suelo y empieza a dibujar el círculo. A su lado, Minoo hace lo propio. Cada una dibuja la línea en su dirección, alrededor de las demás, con cuidado de permanecer en todo momento dentro del círculo.

Ida siente la magia fluyéndole por el cuerpo, los brazos y las puntas de los dedos. Le hace cosquillas. Es como si el ectoplasma helado le absorbiera la magia mientras pasa los dedos por el suelo de Linnéa. Empieza a sudar. La camiseta se le pega a la espalda, es asqueroso.

Vuelve a meter los dedos en la mezcla y continúa.

En la habitación se ha impuesto un silencio absoluto. Como si el aire aspirase cada sonido y se condensara a medida que Minoo y ella se van acercando. El círculo exterior no tardará en completarse.

Que acabe pronto, piensa Ida, y vuelve a meter los dedos en el cuenco. Que acabe pronto.

Es como si a Minoo le estuvieran dirigiendo la mano, haciendo que el ectoplasma se disponga en una línea perfecta para formar el círculo perfecto.

Percibe la magia en el aire, siente cómo la irradia. Como si estuviera disolviéndose, pasando a formar parte de algo más grande.

Disolviéndose.

El miedo se va haciendo con ella.

Tiene la misma sensación que aquella noche en el comedor. Cuando venció a Max.

Minoo toma conciencia de lo que está sucediendo. El humo negro se encuentra cerca. Casi puede percibir cómo se arremolina, justo fuera de su campo de visión, cómo se extiende hacia las demás.

Se obliga a continuar. Una vez comenzado el ritual, deben terminarlo, les ha dicho Mona. De lo contrario, quién sabe qué seres podrían pasar a nuestro mundo.

Vuelve a sumergir la mano izquierda en el fango helado. Solo faltan unos metros para que Ida y ella se encuentren.

Si pudiera, saldría corriendo, pero no es ella quien está al mando. El círculo crece a su propio ritmo.

Una voluta tenue de humo negro se enrosca ante sus ojos y ve unos jirones como antenas que se extienden sinuosos hacia Ida.

Pero nadie más parece advertir qué está pasando. Ninguna se da cuenta de que Minoo está transformándose en un monstruo. Siente el pánico latiéndole por dentro, le fluye por las venas.

Ida se acerca. Más. Y más.

Sus manos se rozan y los dos extremos de la pasta se funden en los últimos centímetros. El círculo está completo.

El humo negro se disipa y desaparece.

Minoo se levanta tambaleándose y se sienta con Ida entre las demás. Levantan el espejo todas a una y entonces Ida extiende la mano y dibuja en el suelo el símbolo del metal con ectoplasma.

Ida asiente y vuelven a dejar el espejo con cuidado.

—El círculo que da poder —dice Vanessa.

Minoo aprieta con fuerza las manos de Ida y de Linnéa.

—Vale —susurra Vanessa—. ¿Empiezo…?

—Sí, hazlo ya —dice Ida enfadada.

—Concentraos en el vaso —dice Vanessa.

Está colocado boca abajo en un círculo vacío en el centro del espejo. Minoo mira el logotipo en relieve de Ikea que tiene en el borde inferior. Han engrasado los bordes con ectoplasma puro.

—Eh… Hola —dice Vanessa—. Estamos intentando ponernos en contacto con Matilda, hija de Nicolaus Elingius y de su mujer, Hedvig. ¿Estás ahí?

El vaso se tambalea. Empieza a deslizarse por el espejo, se mueve en línea recta hacia la palabra SÍ.

—Joder —dice Linnéa.

Minoo traga saliva.

—Te damos la bienvenida a esta hora de la medianoche, cuando los vivos y los muertos pueden encontrarse —dice Vanessa en tono formal. Nos reunimos en este círculo de respeto y consideración mutua.

Por lo visto es importante decirlo al pie de la letra. En la nota de instrucciones, Mona ha subrayado este punto muchas veces. Ahora que ha terminado, Vanessa parece haber perdido el hilo. Minoo tiene que resistirse a su pedantería, que la impulsa a tomar el control.

—La presentación —susurra, y Vanessa asiente.

—Me llamo Vanessa Dahl y hablo en nombre del grupo. Tengo a mi izquierda a Ida Holmström. A su izquierda, Minoo Falk Karimi; después, Linnéa Wallin y a continuación, a mi derecha, Anna-Karin Nieminen. ¿Das el visto bueno a todas las participantes de este círculo?

El vaso vuelve a tambalearse, pero se queda donde está. Otro SÍ.

—¿Es el Consejo el peligro del que nos advertiste?

Un nuevo tambaleo del vaso. SÍ. Y luego se desliza hasta el NO.

—¿Qué tratas de decir? —pregunta Vanessa—. ¿Que hay más peligros? ¿Engelsfors Positivo?

El vaso se precipita hacia las letras y deja un rastro de ectoplasma tras de sí.

—EME —dice Vanessa—, A, ESE. Más. ¿Además de Engelsfors Positivo?

El vaso llega con un silbido hasta el SÍ y se detiene con un chirrido de los cristales al rozarse, que a Minoo le causa mucha dentera. A continuación vuelve a moverse hacia las letras, mucho más despacio, casi como si le costara trabajo. Se para de golpe en la letra M.

—EME… —dice Vanessa—. ¿EME?

Se oye un chirrido agudo y Minoo siente el impulso de taparse los oídos, pero se aferra con más fuerza a las manos de Ida y Linnéa. El círculo no puede romperse.

El vaso cruje. Se resquebraja.

—¡Cerrad los ojos! —grita Minoo y aprieta los ojos con fuerza.

Agacha la cabeza en el momento en el que oye estallar el vaso. Le caen cristales en el pelo.

Y luego explota todo.

Una luz blanca y deslumbrante le inunda la cabeza a Minoo.

Ve el Libro de los paradigmas en un cerco de llamas.

Ve al hombre desdentado de la sonrisa torcida, el carcelero de Matilda.

Ve un puñal con el filo de plata sin brillo.

Ve la cara de Nicolaus. Parece más joven. Tiene el pelo oscuro y lleva una túnica negra con el cuello blanco. Tiene los ojos azul hielo embargados por la pena.

Ve una cara reflejada en el agua, una adolescente de larga melena rojiza, cuyos rizos enmarcan un rostro pecoso. Minoo sabe al instante quién es. Es ella. Matilda.

—Estoy aquí.

La voz procede de las cuerdas vocales de Ida, pero no es ella quien habla.

Una ola de electricidad atraviesa a Minoo, que abre los ojos. La mano de Ida se le resbala.

Ida flota a unos centímetros del suelo con las piernas cruzadas. Un hilillo de ectoplasma le chorrea de la comisura de los labios. Tiene las pupilas tan dilatadas que el azul de sus ojos se ha tornado casi negro.

—Hijas mías.

—¿Matilda? —dice Anna-Karin insegura.

Ida exhala un suspiro como de alivio. El aliento sale de su boca como una nubecilla de vapor blanco.

—Hace tanto tiempo que no oigo a nadie pronunciar mi nombre.

—Nicolaus nos lo contó todo —dice Minoo—. Nos habló de ti. De lo que ocurrió.

Las luces de las velas refulgen en las pupilas de Ida.

—Lo sé.

—No podemos ni imaginarnos por lo que has pasado —empieza a decir Minoo.

—No me compadezcáis —la interrumpe Matilda—. Han pasado siglos desde entonces. Y yo elegí mi camino.

Minoo querría preguntarle en qué consistió esa elección, qué pasó realmente con sus poderes. Pero Matilda continúa hablando.

—Se agota el tiempo. El curso de los acontecimientos se va acelerando y no estáis preparadas. Corro un riesgo enorme al venir aquí, en muchos aspectos. No estoy segura de que tengáis la madurez suficiente para lo que pienso contaros. Es una temeridad. Espero que seáis dignas de ello.

Matilda recorre con la mirada los rostros de todas. Se detiene en Minoo.

—Especialmente tú, Minoo —añade—. Ahora sabrás la verdad sobre tus poderes.

Guardan silencio. A Minoo se le pone la piel de gallina.

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Fuego
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