Capítulo 26
De pequeño, Josh había sufrido una serie de extrañas y espeluznantes pesadillas.
Soñaba que estaba de pie junto a su cuerpo dormido, observándolo. A veces se sentaba en los pies de la cama y se quedaba contemplándolo, pero la mayoría de ocasiones volaba hasta el techo y miraba su cuerpo desde arriba. Ni una sola vez sintió que estaba en peligro, pero las imágenes eran tan confusas que siempre se despertaba gritando. Después de una de esas pesadillas, al pequeño Josh le costaba una eternidad coger el sueño.
A medida que se hacía mayor, aquella especie de sueños desapareció casi por completo. Durante períodos de tensión y estrés extremos, normalmente cuando se acercaban los exámenes finales, las pesadillas volvían a abrumar a Josh, pero con el paso del tiempo habían dejado de asustarle. Ahora no eran más que una colección de imágenes raras a las que no encontraba explicación plausible. A veces, en ese instante del crepúsculo, entre el sueño y la vigilia, Josh rememoraba las viejas pesadillas y, durante un instante, se veía a sí mismo de pie, junto a su cuerpo dormido, observándolo con atención.
Un día estaba navegando por Internet cuando, por accidente, descubrió que existía un término para designar aquella situación: una experiencia extracorpórea.
Ahora, sentía que estaba sufriendo una de esas experiencias.
Era idéntica a la que aparecía en sus pesadillas.
Estaba mirándose a sí mismo, sentado a una mesa con sus padres y su hermana. Todo parecía normal: había un plato con fruta y un vaso de zumo de naranja. La mesa estaba repleta de cuencos con ensaladas en el centro y había dos jarras de agua, una con hielo para su padre y Sophie y una segunda sin hielo, tal y como su madre y él preferían.
Todo resultaba muy familiar.
Excepto por el hecho de que realmente no cuadraba.
La pareja que les acompañaba parecía sus padres, Richard y Sara Newman. Tenían los ojos del mismo color, las mismas líneas de expresión y arrugas idénticas en la boca y los ojos. El tipo que tenía el aspecto de su padre incluso tenía la diminuta cicatriz en forma de media luna en la parte superior de su cabeza, un semicírculo pálido que destacaba en la tez bronceada de Richard.
Pero aquellos no eran sus padres.
La mujer que aseguraba ser su madre llevaba la ropa y las joyas del Antiguo Egipto.
No había nada de malo en eso. Cuando habían viajado al país egipcio, hacía ya varios años, su madre había llevado ropa parecida en el crucero que recorría el río Nilo.
Pero tanto Isis como Osiris llevaban las uñas pintadas de color negro.
Eso le pareció extraño, pues jamás se había fijado en que su padre se pintara las uñas de los pies y el negro no habría sido el color que su madre hubiera escogido para el esmalte.
Cuando aquellas personas sonreían, mostraban unos dientes demasiado largos y, aunque no había podido verlos más de cerca, creyó atisbar una lengua de color púrpura en vez de rosada.
Eso no lo había visto en ningún lugar.
Y ahora que les observaba, incluso la comida y la propia mesa no parecían normales.
La mesa era un círculo de oro y plata, formada con dos piezas que simulaban el símbolo del ying y el yang. Osiris y él estaban sentados juntos en la parte dorada de la curva e Isis y Sophie se habían acomodado delante, en la sección plateada.
¿Josh?
Los platos que tenía delante eran dorados y estaban repletos de una aparentemente deliciosa selección de fruta pero, tras una inspección más cuidadosa, no logró reconocer más que dos o tres piezas de aquella montaña de fruta. Y el vaso de zumo era de oro macizo.
Y su hermana…
Josh miró al otro lado de la mesa, a Sophie. Su melliza tenía la mirada clavada en un plato de plata donde se apilaban cerezas y uvas de un tamaño demasiado grande para ser naturales. Un vaso de plata rebosaba agua y el cuchillo desafilado y el tenedor también eran de plata. Sophie se percató de que su hermano la estaba observando y levantó la cabeza. En ese preciso instante, el joven distinguió la misma confusión en los ojos de su hermana.
¿Josh?
Josh escuchó la palabra en su mente y se dio cuenta de que aquel no era un sueño. Su corazón empezó a latir con fuerza y empezaba a notar los pulmones tensos. Su subconsciente le estaba diciendo algo importante. Pero aún no había averiguado de qué se trataba.
¡Josh!
La voz de Isis era seca.
El muchacho tomó aliento y, un tanto tembloroso, sintió que el mundo daba vueltas a su alrededor. Miró a ambos lados y descubrió que todos le estaban mirando. Se dio la vuelta y movió la cabeza de un lado a otro. No pudo ocultar el rubor en las mejillas.
—Lo siento, he desconectado un minuto. No sé si me he quedado dormido —se justificó. Después se volvió hacia su padre y preguntó—: ¿Cómo lo llamaste una vez?
Osiris se quedó un buen rato mirándole inexpresivo.
—Ah, sí. Ahora me acuerdo: un microsueño. Debía de estar teniendo un microsueño.
—Concéntrate, Josh —espetó Isis—. Esto es importante.
El muchacho estaba a punto de soltar una contestación a la Inmemorial, pero una patada de su hermana le frenó. Inspiró hondamente en un intento de tranquilizarse.
—Claro. Perdón, Isi… mamá. Supongo que estamos agotados por todo lo que nos ha pasado. Al menos yo me siento muy cansado.
—Yo también. Hemos tenido que asimilar demasiadas cosas —añadió Sophie.
La joven pinchó una de las enormes uvas con el tenedor y se la metió en la boca. Después se bebió el vaso de agua de un trago. En cuanto dejó el vaso sobre la mesa, una de las mujeres con cara gatuna apareció a su lado y le rellenó el recipiente.
—¿Podemos irnos a dormir? —propuso Josh.
—Me temo que eso tendrá que esperar. Se ha alterado el horario que teníamos planeado —explicó Osiris—. Comed, recuperad energía. Tenéis una noche muy larga por delante.
Josh miró a su hermana y arqueó las cejas a modo de pregunta silenciosa. Su hermana respondió meneando negativamente la cabeza.
—A estas alturas ya sabéis que poseéis unos poderes extraordinarios —dijo Isis mirando primero a Sophie y después a Josh—. No hace falta que os repita que sois dos personas increíbles. En una semana, os han Despertado e instruido en la mayoría de Magias Elementales. En cuestión de siete días —continuó dirigiéndose ahora a su marido—. Es realmente asombroso.
—De media, se trata de un proceso que lleva décadas —comentó Osiris.
—¿Por qué no nos Despertasteis vosotros? —quiso saber Sophie.
Pero, sin tener que acudir a los recuerdos y sabiduría de la Bruja de Endor, la joven contestó su propia pregunta de inmediato.
—Porque no podéis.
La sonrisa de Osiris fue gélida.
—Tenemos otras destrezas, Sophie, pero tienes razón, no somos capaces de estimular el proceso del Despertar.
—Entonces, ¿no es un rasgo familiar? —preguntó Josh, algo confuso.
—No de la familia más cercana. Pero sin duda es una característica relacionada con el clan —explicó Osiris.
—¿Estamos emparentados con esos Inmemoriales? ¿A aquellos que nos Despertaron, que nos formaron y enseñaron Magias Elementales: Hécate y Marte, Prometeo, Gilgamés, Saint-Germain y la Bruja? —cuestionó Sophie.
—Son familia lejana —murmuró Osiris.
—Pero no son vuestros amigos, ¿verdad? —afirmó Josh en vez que preguntar.
Isis y Osiris negaron con la cabeza de forma simultánea.
—No, no lo son.
De repente, todo lo que había pasado en los últimos días empezó a tener sentido para Josh.
—Puesto que nadie sabía que éramos familia, os las arreglasteis para que vuestros enemigos nos Despertaran, instruyeran y formaran porque creían que trabajaríamos contra vosotros —murmuró Josh, casi hablando para sí.
—Bien pensado y, a decir verdad, estamos muy orgullosos de esa estrategia —opinó Isis sonriendo a su marido.
—Genial —susurró Josh.
—Gracias —dijo Osiris—. Veo que todas las clases de ajedrez a las que asististe no fueron en vano.
Josh bajó la cabeza y se concentró mientras jugueteaba con la fruta que tenía en el plato. No podía dejar de pensar y trataba de recordar un millón de detalles del pasado. De pronto, esos pequeños detalles cobraron un nuevo significado. Por fin separó un gajo de naranja y se lo llevó a la boca.
—Así que todo lo que ha pasado en la última semana…
—¡No hables con la boca llena! —regañó Isis.
—Lo siento, mamá. Lo siento, Isis —corrigió de forma deliberada. Tragó la naranja y continuó—: De modo que sois los responsables de todo lo que ha ocurrido esta semana.
—No solo esta semana —contestó Osiris—, sino durante los últimos quince años de vuestra vida y los diez mil años previos. Desde el día en que nacisteis, os hemos estado entrenando para esto, para el destino que os esperaba. Os enseñamos historia y mitología para que, cuando descubrierais la verdad, no fuera una revelación aterradora y estuvierais familiarizados con los personajes y criaturas que, sin duda, sabíamos que os encontraríais. Incluso insistimos en que os apuntarais a clases de artes marciales para que aprendierais a protegeros.
Los mellizos asintieron con la cabeza. Nunca habían querido asistir a clases de taekwondo, pero sus padres siempre se empeñaban en obligarles. Daba igual la ciudad donde estuvieran viviendo o la escuela a la que fueran, no tenían alternativa: debían apuntarse a un dojang para continuar su entrenamiento.
—Os enseñamos el mundo —dijo Isis—, os mostramos otras culturas para que, cuando vinierais aquí, el impacto fuera menor.
Osiris se inclinó hacia delante.
—Y entonces, cuando todo estuvo dispuesto, cuando los dos estabais preparados, te sugerí que fueras a la librería de los Flamel a buscar trabajo.
Josh parpadeó, sorprendido, y frunció el ceño mientras hacía memoria. Su padre le había mostrado un anuncio en el periódico de la universidad: «Se busca asistente. Librería. No queremos lectores, queremos trabajadores».
—No quería ese trabajo —susurró Josh.
—Y yo te dije que había trabajado en una librería cuando tenía tu edad. Escribiste la carta de motivación y redactaste el currículo, pero nunca los enviaste.
—Yo lo hice por ti —confesó Isis.
—Y te llamaron para la entrevista dos días más tarde.
—¿Sabías dónde se estaban escondiendo los Flamel? —preguntó Sophie.
—Siempre hemos sabido dónde están. No le hemos quitado ojo de encima al Codex.
—Y sabíais que, cuando me vieran, me reconocerían como Oro —farfulló Josh—. Y a Sophie como Plata.
La sonrisa de Isis fue amarga.
—Esa pareja de estúpidos arrogantes, Nicolas y Perenelle Flamel, llevan buscando Oros y Platas durante siglos. Simplemente les dimos lo que estaban buscando.
Osiris asintió con la cabeza.
—El Alquimista y su pareja llegaron a creer que su papel en la organización de las cosas era esencial, más importante de lo que en realidad era. No eran más que títeres. Igual que Dee y todos los demás humanos.
—¿Y nosotros? —preguntó Sophie—. ¿También somos títeres? —dijo mirando a su hermano.
—Sois Oro y Plata —dijo Osiris en voz baja—. Y sí, os hemos manipulado, pero jamás os hemos usado como títeres. Y solo para protegeros. Todo lo que hemos hecho ha sido para manteneros a salvo —insistió—. Sois como el rey y la reina de un tablero de ajedrez: ahora mismo, en este momento y lugar de la historia, sois las personas más valiosas y fundamentales de todo el mundo.
Isis se apoyó sobre la mesa, y los brazaletes metálicos tintinearon al tocar la mesa plateada.
—Nada de esto ha sido por azar: milenios de cuidadosa planificación han desencadenado esta secuencia exacta de acontecimientos.
—¿Lo habéis planeado todo? —preguntó Sophie. Tras cada nueva revelación, la joven notaba pinchazos en el estómago—. ¿Incluso las partes más desagradables?
—¿Acaso ha habido partes desagradables? —preguntó Isis, que miró a su marido atónita—. ¿A qué te refieres?
—Creo que se refiere a las partes en que estuvimos a punto de morir —respondió Josh en nombre de su melliza—. Un Nidhogg estuvo a punto de comerme en París.
Isis ondeó la mano, quitando importancia al incidente de París.
—Josh, nunca estuviste en un peligro tan mortífero —dijo—. Estabas acompañado por los guerreros más feroces de cada generación. Te protegieron.
—Me enfrenté a las Dísir —añadió Sophie. No estaba dispuesta a permitir que Isis y Osiris infravaloraran lo ocurrido—. Me dio la sensación de que querían matarme, la verdad.
—Y no os olvidéis del proceso del Despertar —agregó Josh.
Isis dejó escapar una risa casi musical que sonó falsa y fingida.
—Oh, no corríais ningún peligro. Sois Oro y Plata —dijo—. Los verdaderos y auténticos. Tan solo los impuros sufren daños permanentes durante el Despertar.
—¿Y qué nos decís del ataque de los no-muertos en Ojai? —insistió Josh.
Isis soltó una segunda carcajada que sonó tan falsa como la primera.
—El doctor Dee no es lo bastante poderoso para enfrentarse a los dos. Les destruisteis minutos antes de que se colapsaran por sí mismos.
—¿Y Coatlicue? —preguntó Sophie—. Estuvo a punto de darse un festín a costa de Josh.
—Y casi no consigo escapar del edificio en llamas —añadió Josh.
—Y no nos olvidemos de aquella cosa con cuernos en Londres.
—¡Basta ya! —dijo Isis dando una palmada y haciendo sonar todos los anillos—. Todo esto estaba planeado y punto.
—¿Incluyendo la traición de Dee? —preguntó una Sophie desafiante—. Porque me ha dado la impresión de que no contemplabais esa posibilidad.
La mesa se quedó en silencio.
John se quedó mirando a su hermana con detenimiento.
—Dee decidió seguir su propio camino, ¿verdad?
El joven Newman no lo supo seguro hasta que oyó a su hermana decirlo en voz alta.
Sophie asintió.
—Se cansó de ser un simple sirviente. Quería ser el maestro.
Osiris alzó la mano.
—Ningún plan es infalible. Siempre puede haber factores que se pasen por alto. Variables. Al final, Dee se convirtió en una variable —dijo con una sonrisa que, al igual que la carcajada de su esposa, parecía ensayada y falsa—. Pero deberíamos compensar ese pequeño desliz con el hecho de que fue un sirviente leal durante siglos.
—Pero era vuestro agente en la Tierra —protestó Josh—. No es un pequeño factor, sino un gran error.
—Suficiente —espetó Osiris—. Ha pagado un precio por ello. Al igual que todo aquel que osa desafiarnos. No fue nuestro primer sirviente y, sin duda, no será el último. De hecho, estoy convencido de que la señorita Dare aceptará de buen grado reemplazar al doctor. Le he hecho una oferta que no podrá rechazar.
—¿Y ha aceptado tu oferta? —quiso saber Josh.
—Así es.
Josh no podía dar crédito a las palabras del Inmemorial. ¿Virginia Dare? ¿A las órdenes de Isis y Osiris? ¿De cualquiera?
—Creo que enseguida descubrirás que Virgina Dare no es como John Dee —susurró.
—La conozco —contestó Osiris.
Isis alargó la mano y la posó sobre el brazo de su marido, previniéndole de decir algo más.
—Josh tiene razón —interpuso mirando a su marido—. Dare es peligrosa. Y la flauta la convierte en una persona… incontrolable. Opino que deberías retirar la oferta. No tendremos problemas para encontrar otro agente humano.
—Desde luego —acordó de inmediato.
—Pero ¿qué pensáis hacer con ella? —preguntó Sophie.
—Eso depende —dijo Isis.
—¿Depende de qué? —exigió Sophie.
Una serie de imágenes empezó a parpadear en un rincón de su mente, y la jovencita visualizó la imagen de Virgina Dare cayéndose a una altura abismal hacia la boca de un volcán en erupción.
—De lo cooperativa que se muestre.
—¿Y si no está dispuesta a colaborar? —cuestionó Josh.
La sonrisa que torció los labios de Osiris sí fue genuina esta vez.
—La arrojaremos al volcán, tal y como hacemos con todos los traidores y criminales.
De pronto se abrió una puerta que rompió el silencio en que se había sumido la mesa. Tras la puerta apareció un anpu de mirada carmesí. Una de las mujeres-gato se dirigió hacia la criatura monstruosa y se puso de puntillas para parecer más alta. Las dos bestias se comunicaban en silencio, pero de repente la criatura gatuna se dio media vuelta y correteó hacia la mesa, meneando la cola de un lado al otro. Ipso facto, Isis y Osiris se pusieron en pie.
Josh se inclinó sobre la mesa para charlar con su hermana.
—Apuesto a que Virginia se ha ido.
Sophie asintió con la cabeza.
Osiris e Isis escucharon con atención el informe de la sirvienta y, cuando acabó, Osiris se dio la vuelta y se marchó a toda prisa.
—Por lo visto, la señorita Dare ha decidido que no necesita dormir después de todo —informó—, pero no hay de qué preocuparse, la encontraremos. Hasta un niño podría seguir su peste por la ciudad. En fin. Ahora id arriba a vestiros. Esta vez como exige la ocasión, por favor. Con ropa apropiada para este tiempo y lugar.
Josh abrió la boca para protestar, pero Isis alzó la mano.
—Nada de discusiones, Josh. Encontrarás una armadura dorada en tu habitación; Sophie, tú tienes una plateada en el armario. Ponéosla.
—¿Por qué? —preguntó Josh.
—Esta misma noche se os presentará al Consejo Gobernador de Danu Talis.
Sophie lanzó una mirada a su hermano.
—¿Y entonces a qué viene tanta prisa?
—Parece ser que Danu Talis necesita un gobernante. Aten, el soberano anterior, bueno, técnicamente sigue siendo soberano de la isla, hasta que sea arrojado al volcán, ha sido destituido de su poder. Bastet se cree muy lista y, en nuestra ausencia, ha hecho de las suyas. Presentará a su hijo Anubis al consejo, defendiéndole como el heredero adecuado de Amenhotep y siguiente gobernante de Danu Talis —explicó. Isis torció la boca formando una mueca desdeñosa y continuó—: Está convencida de que apoyaremos su candidatura y, por supuesto, no sabe que los verdaderos herederos de Danu Talis, vosotros, estáis aquí.
Sophie meneó la cabeza.
—No sé de qué estás hablando.
—Vosotros, los dos, Oro y Plata, sois los gobernantes legítimos de Danu Talis —contestó Isis que, al inclinarse, les envolvió en una nube de canela—. En una hora, el Consejo Gobernador os reconocerá. Mañana, al despuntar del día, seréis coronados como soberanos del mayor imperio que jamás se ha levantado en la Tierra.
Sophie dio un paso atrás, alejándose de la mujer que tenía el mismo aspecto que su madre mientras negaba con la cabeza.
—No, eso no es lo correcto. No puede ser —dijo con el ceño fruncido, mientras los recuerdos de la Bruja danzaban en su cabeza—. Eso no fue lo que ocurrió antes.
—En una versión, sí —rectificó Isis enseguida—. Yo misma estuve presente en ese hilo del tiempo y pude verlo. Vi a los mellizos luchar y fui testigo de la caída de Danu Talis.
—Espera un segundo. ¿Qué mellizos? —preguntó Josh.
—Nosotros —respondió Sophie con amargura.
—¿Nosotros?
—En una hebra del tiempo distinta nosotros luchamos. Solo ha habido un par de mellizos verdaderos: nosotros. Somos los mellizos originales de la leyenda.
De pronto, Josh sintió que todo el mundo daba vueltas a su alrededor y notó un martilleo insoportable en la sien.
—Espera, espera. Somos los mellizos originales. Los primeros Oro y Plata.
—Así es —confirmó Isis.
—Y en una hebra del tiempo distinta luchamos. ¿Qué ocurrió después?
El joven estaba desesperado e intentaba recordar los fragmentos de la historia que había descubierto en los últimos días.
—¿Qué nos ocurrió, Sophie?
Pero fue Isis quien contestó al muchacho.
—En otra hebra temporal los mellizos lucharon sobre la Pirámide del Sol. Fallecieron sobre la pirámide y Danu Talis se hundió —explicó con frialdad—. Eso no va a volver a pasar. Esta hebra de tiempo en particular es una de las excepcionales Hebras Auspiciosas, esos momentos del tiempo en que el futuro no está todavía decidido. Hay una ventana, una pequeña ventana, donde podemos cambiar y alterar las cosas. No repetiremos los errores que cometimos. Sois los mellizos de la leyenda, de la original, creados por vuestro padre y yo: uno para salvar el mundo, otro para destruirlo.
—¿Quién lo salva y quién lo destruye? —preguntó Josh—. ¿No lo sabéis?
—No se refiere a vosotros como individuos, sino al mundo —explicó Isis—. Juntos, salvaréis un mundo: Danu Talis.
—Pero solo si destruimos otro mundo: la Tierra —susurró Sophie.
—Todo tiene un precio. Ahora, por favor, id a cambiaros de ropa. Nos iremos en cuanto vuestro padre regrese —dijo Isis. La Inmemorial se marchó y, a medio camino, se detuvo y miró por encima del hombro—. Hace una semana no erais más que dos adolescentes normales y corrientes. Ahora estáis a las puertas de convertiros en dioses. Vuestros poderes no tendrán límites.
—No quiero ser una diosa —desafió Sophie en voz alta.
La Inmemorial cerró la puerta del jardín de golpe y dejó a los mellizos a solas en el jardín. Se quedaron en silencio durante un buen rato, tratando de entender todo lo que acababan de descubrir. Cuando por fin Josh se volvió hacia su hermana, la vio llorando desconsoladamente.
—Ei… ei… ei… —empezó—. Todo va a salir bien. Ya lo verás.
—¡No es cierto! —exclamó la joven—. Josh, no lloro porque esté triste. Lloro porque estoy rabiosa. Ellos… —dijo señalando hacia la puerta cerrada—, sean quienes sean, creen que lo tienen todo resuelto, que somos fichas que pueden mover a su antojo sobre su tablero de ajedrez cósmico y están convencidos de que todo irá tal y como lo han planeado. Están seguros de que obedeceremos todas sus órdenes sin rechistar y que haremos todo lo que nos dicen. ¡Creen que vamos a destruir la Tierra! —gritó sacudiendo la cabeza. En ese instante, el jardín se inundó del aroma a vainilla—. Y eso no va a ocurrir.
—¿No? —preguntó Josh.
Le encantaba que su hermana se enfadara tanto.
—No si somos los mellizos de la leyenda —dijo con convicción.
—No quiero llevarte la contraria, Sophie, ni enfrentarme a ti —añadió Josh arrastrando los pies—. Los últimos días… No sabía qué estaba ocurriendo. Dee… Bueno, Dee me confundió. Pero te eché de menos. De veras, te añoré muchísimo.
—Ya lo sé —dijo Sophie con una sonrisa entre lágrimas—. No sabes lo que tuve que hacer para llegar hasta ti.
—Seguirme hasta Alcatraz, para empezar. ¿Cómo lo lograste?
—Es complicado. Y recuerda que te cuente algo de la tía Agnes.
Josh parpadeó, atónito.
—Supongo que no es la tía Agnes.
—Oh, claro que sí. Y es algo mucho más que eso. Me enseñó que todas las magias son iguales y que no hay una más poderosa que otra.
—Virginia me instruyó en la Magia del Aire —comentó Josh con timidez.
—Te cae bien, ¿verdad?
—No está mal.
—¡Te gusta! —exclamó. Y, de repente, su sonrisa se desvaneció—. Ojalá estuviera ahora aquí. Desearía que hubiera alguien que pudiera aconsejarnos.
—No necesitamos a nadie, hermanita —dijo Josh—. En realidad, nunca hemos necesitado a nadie más. Haremos lo que consideremos más correcto. No lo que Isis y Osiris quieran. Somos poderosos, puede que más poderosos de lo que ellos creen.
Sophie asintió, mostrando así su acuerdo.
—¿Cómo ha dicho Osiris? «En este momento y lugar de la historia sois las personas más valiosas y fundamentales de todo el mundo».
—Oh, creo que somos más importantes que eso —bromeó Josh—. Somos otra de las variables que han olvidado tener en cuenta.
—Una variable incontrolable.