Capítulo 25:

ES una de esas mañanas crudas en la que la silueta de la ciudad apenas se deja entrever entre una capa de neblina flotante. Con el rostro pálido y macilento Simone camina con largas zancadas, como si quisiera escapar de su propia sombra. El viento sopla en su rostro y hace volar dos lágrimas contenidas que escapan en el aire. Miles de pensamientos aúllan como un lobo feroz en su cabeza, hacen que sienta un dolor punzante en el pecho, el corazón no detiene su ritmo frenético y parece querer escapar por su garganta en un grito de amarga agonía. No puede ser, se lamenta una y otra vez, preguntándose a la vez de dónde va a sacar las fuerzas para terminar con el hombre que le ha robado el corazón y ahora le arrebatara la vida. Un timbrazo sacude el bolsillo de su chaqueta, a la altura de su muslo derecho, Simone cierra el puño en el interior y contesta a la llamada:

—¿Qué pasa, Ean? ─inquiere sin ganas de hablar.

—Me tienes olvidado, nena, desde que has conocido al bohemio ya no quieres saber nada de mí.

—¿Sabes algo, Ean? Estoy harta de tus bromas, de tus juegos de palabras; y lo que es más, no tengo ganas de perder el tiempo con tonterías de hombre inmaduro, ¿sabes?

Un silencio áspero flota a través de la línea. Simone se lamenta de haber escupido esas palabras que ni tan siquiera han rodado por su cabeza, han huido de sus labios como un náufrago del mar.

—Disculpa, Ean, no quería...

—¿No quería...? ¿Qué coño está pasando, Simone? No entiendo nada, tan solo llamaba para recordarte que tenías que buscar una cosa mía; ¿lo recuerdas, Simone?

—Perdóname, en serio. No tienes ni idea de lo que estoy pasando, tan solo te preocupas de ti, de tus salidas nocturnas y de hacer bromas cuando los demás estamos de mal humor ─la ira regresa a través del tono de se voz─.Hazte un favor y madura ya.

—No puedo creer esto de ti, Simone, después de lo que yo he hecho por ti.

—Esto es surrealista. ¡Tú no has hecho nada por mí!; ¡nada por nadie, Ean!, ¡por nadie! Vives por ti y lo demás no importa; no sabes nada de mí, ni de mis problemas, ¡no sabes nada!

—¿Es eso lo que crees? ¿que no me importa nada de lo que pueda sucederte?

—Sí, Ean. Eso es lo que creo ─afirma apartándose el pelo de la cara.

—Tienes razón, no sé nada, ¡no tengo ni una jodida idea de quién eres!; ¿sabes?... Lo cierto es que si no me importaras no hubiera mentido a la policía sobre lo qué pasó el día en qué salimos; quería contártelo, pero estabas demasiado ocupada como para hablar con un viejo amigo, y sí por algún motivo te interesa saber más, ya me buscarás. Sabes dónde encontrarme.

—¿Qué has dicho? ¿Qué sabes, Ean, con quién has hablado?

Ya no hay nadie al otro lado del teléfono. Aturdida, siente como si el mundo girara sobre ella y éste se dilatase volviéndose cada vez más y más grande .Un mareo vertiginoso la aborda a la vez un frío cruel y denso la penetra hasta generarle un reflujo ácido que puja por escapar de su garganta. Confusa, avanza en sus pasos, torpes y desmedidos, y estos se hacen más presurosos, casi ciegos. Corre entre el ensordecedor ruido que emana la ciudad. Simone advierte como el tiempo se desmenuza como la ceniza de un cigarrillo, y se desperdiga en el espacio, ahora vacío y sin sentido. Oye alaridos, y quejas de personas que chocan contra ella, un frenazo seco y chirriante a escasos centímetros de sus rodillas temblorosas. La respiración entrecortada se vuelve huracanada frente a la terraza de Le Rostand. Tras el cristal, Ean habla con un cliente; a su lado, el oscuro reflejo de ella, con el rostro descompuesto, la mirada encogida y el cuerpo tenso. Inmóvil, deja que su respiración regrese, la envuelve un soplo de aire frío, húmedo y silente. Simone serpentea entre las sillas de mimbre que dan a la calle y entra en el local inducida por el desconcierto, cruza a toda prisa el pasillo central paralelo a la barra mientras Ean la observa aproximarse.

—Simone...

Ella lo toma por un brazo ante la mirada curiosa, y a la vez inquisitiva, de varios clientes, y lo arrastra hacia el servicio de señoras, da un portazo y corre el cerrojo con un movimiento brusco. Ean se siente atemorizado por la reacción de ella, como si de repente se encontrara acorralado por una desconocida; traga saliva antes de que Simone le cruce el brazo bajo la nuez, obligándolo a mantener la barbilla alta.

—Haz lo imposible para distraer a la policía, ¡me da igual cómo!, simplemente hazlo o descubrirás realmente quién soy.

Los ojos de Ean se mueven inquietos, no entiende nada, nota el temblor de su muñeca apretándole el cuello, su rostro cada vez más encendido. Luego la presión se afloja gradualmente y Simone se deja caer en el inodoro cubriéndose la cara con las manos, sufre una crisis nerviosa.

—Cuéntame lo que está pasando, ahora mismo.

—¡No puedo más, no lo aguanto, quiero terminar con esto ya! ─brama con impotencia encogiendo la cabeza entre sus rodillas

—Sea lo que sea, te ayudaré, Simone.

—No te metas en esto, Ean, simplemente encúbreme. Dos días, por favor, solo dos.

—¿Qué necesitas, dímelo?─pregunta él imprimiendo urgencia en sus palabras

—Veinte mil jodidos euros, o Alexander correrá un serio peligro ─confiesa en un arrebato, el rostro empapado.

—Cuéntamelo todo y mañana los tendrás

—¿Qué has dicho? Tú no tienes ese dinero, me dijiste que no tenías... ─aturdida, no cree las palabras de Ean.

—Tengo lo suficiente para lo realmente necesario, y tú ahora lo necesitas.

—No puedo creerlo ─los pensamientos de Simone se difuminan, si eso fuera cierto todos sus problemas se desintegrarían como el humo de un cigarrillo en el aire. Y nadie, absolutamente nadie más debería morir.

—No es necesario que lo creas, basta que lo aceptes.

Simone se echa a sus brazos con el rostro empapado de lágrimas, Ean la aprieta contra su pecho tratando de acallar el temblor que sacude su cuerpo.

Como si estuviera viviendo un sueño, Simone ya sabe a dónde ir. Corre con lágrimas en los ojos, esta de vez de alegría. A lo lejos divisa el Sena, dividido por elegantes puentes que ahora mira desde otra perspectiva. Sus pasos avanzan, con una sonrisa que desvela la ausencia de miedo; el corazón late deprisa, como si a escasos metros el momento nunca fuera a llegar. Y allí está él, acuclillado frente a la barcaza, con el pelo suelto al viento, ajeno a lo que estaba sucediendo a su alrededor. Simone se acerca por su espalda con pasos ligeros y le toma por la cintura, como si fuera un cuerpo volátil que se fuera a escapar de entre sus brazos como un sueño antes de despertar. Y llora, desparramando sus lágrimas sobre su hombro, en un abrazo que cuenta sin palabras todo lo que ha tenido que sufrir.

—Perdóname, Mark ─repite hasta la saciedad

—Simone..., ¿qué ha pasado? ─le susurra besándole las mejillas.

—Todo ha terminado, Mark, solo necesito que me abraces. Abrázame fuerte, Mark.

Él la estrecha contra su pecho, acurrucada bajo su barbilla. Huele al mismo perfume con el que lo conoció, y sus brazos guardan el calor.

—Siempre estaré a tu lado, no quiero verte sufrir, por ti sería capaz de dar mi vida.

—No digas eso, por favor ─suplica enjuagando la humedad de su rostro─;verte morir sería lo peor que podría pasarme.

—No entiendo nada, Simone, solo quiero que me quieras.

—Mark, sería absurdo decirte que te quiero. Te deseo con todas mis fuerzas y nadie va a cambiar mi destino, ahora no.

Es una noche clara, y ellos dos se preparan para una velada serena a luz de las velas. Mark ha colocado una mesa para dos, y de fondo se oye una sutil melodía que acompaña las miradas que se cruzan entre ellos. Él la guía hasta el sofá, con dos copas de vino blanco en la mano, y tras dar el primer sorbo la toma por la barbilla para imprimir suaves besos en su cara. Ella intenta no parecer distante, aún no le ha abandonado el miedo, aún teme enfrentarse a que algo salga mal. Él la abraza transmitiendo todo el calor de su cuerpo, un cariño desconocido que recibe con gratitud. Sus cuerpos son ahora uno. Lentamente Mark le desabrocha la blusa, y con calma van descubriendo sus cuerpos hasta fusionarse las dos pieles, ardientes de deseo. Él la cubre de besos, mientras sus manos pasean por su vientre y se pierden más allá de la pasión. Simone se deja llevar por una sensación tan confusa y placentera que le hace perder el valor del tiempo, y se entrega a él en la más absoluta intimidad. Ahora sabe que es él el hombre que siempre a amado, incluso antes de conocerle.