Capítulo 11:
LA recibe una blanca e iluminada entrada; a ambos lados de los pasillos, hileras de sillas ocupadas por gente que espera noticias de algún familiar. Continúa hasta el fondo, esquivando personas que se mueven en todas direcciones, y al final descubre dónde se encuentra el mostrador de información. Tras el cristal se encuentran dos chicas de unos veinte y pocos años, la de la derecha toma los datos de un paciente y la otra, frente a ella, habla tranquilamente por teléfono, mascando chicle y enrollando un largo mechón dorado con sus dedos. Simone da unos golpes en el cristal con los nudillos y ella le responde con un gesto y la palma de la mano abierta. Simone vuelve a insistir:
—Disculpe, señorita, ninguno de los que estamos aquí dispone de paciencia para esperar nos atiendan.
La chica cuelga el teléfono con una mueca hastiada. Al rato le señala el pasillo de la derecha. Es un estrecho pasadizo franqueado por puertas que se abren automáticamente a su paso; a ambos lados cuelgan cuadros de dibujos en blanco y negro. Desemboca en otra sala de espera, mucho más pequeña que la de la entrada. Allí, en un rincón a la derecha, se encuentra Alexander, con las rodillas recogidas y la cabeza agachada.
—¡Alex!, ¿qué ha pasado? Me he dado un susto de muerte, pensé que te había pasado algo malo.
Simone lo recoge entre sus brazos, el pequeño está muy asustado y su semblante aparece pálido, mientras trata de titubear algunas palabras.
—Un... coche..., Eurielle... No quiero que se muera Eurielle..., mamá, Eurielle...
Al cabo de unos segundos, una doctora se agacha junto a ellos dos; pasa la mano por la espalda del niño, en un gesto tranquilizador.
—¿Es usted familiar de la niña? ─pregunta la doctora.
—Por supuesto, soy su tía ─.improvisa ella.
—Acompáñeme, por favor.
Los tres se encaminan hacia otro pasillo, desde donde Simone puede ver a Eurielle a través de un cristal que ocupa gran parte de la pared. Al otro lado, la adolescente reposa en una cama, mantenida por sueros y ligeramente adormecida.
—Tan solo ha sufrido golpes; su evolución es favorable. Lo que más nos preocupa es su enfermedad, puede que esté volviendo a experimentar un brote por lo que he podido averiguar sobre su historial clínico.
—¿De qué enfermedad me esta hablando?
—Si usted es su tía, debería conocerlo. Eurielle padece una enfermedad de las que denominamos “raras”, creemos que se puede tratar de un tipo de tumor que afecta a sus pulmones. Precisa de un tratamiento de alto coste, que no cubre la seguridad social. Es un tratamiento paliativo que podría aplacar los síntomas, ya que sus pulmones están envejeciendo a una velocidad vertiginosa. Tan solo existe una clínica privada que se dedica a esa clase de investigaciones.
—¿Han avisado a sus padres?
—La abuela está de camino, nos ha costado contactar con ella; al ser una anciana vietnamita, no entiende muy bien nuestro idioma.
—¿Podemos entrar a verla?
—Tan solo unos minutos, Eurielle necesita reposo.
Los dos se adentran dentro de aquella habitación alargada donde predomina un blanco nuclear producido por una luz artificial. Se percibe un desagradable olor a fármacos, y de fondo se oye el rumor de una respiración desacompasada. Eurielle descansa recostada sobre el hombro derecho, dando la espalda a la ventana cerrada que da a la calle. Sus ojos se han ensombrecido por lagunas azuladas, los labios resecos y la piel pálida. Simone pasa su mano por su tibia mejilla, y sus ojos realizan un ligero amago por despertar. Alexander continúa a los pies de la cama, entrecruzando los dedos, cabizbajo y mordiéndose el labio superior. Entonces Eurielle se despereza y descubre la preocupación en los ojos de Simone.
—Noté cómo se acercaba, fue un ruido espantoso. Luego una luz me golpeó ─revive Eurielle con la voz congestionada y los ojos encharcados.
—¿Por qué me ocultaste tu enfermedad? ─le pregunta.
Eurielle esquiva su mirada, y permanece unos segundos ausente. Aprieta los ojos antes de devolver la mirada a Simone, y traga saliva como si la acabarán de sorprender haciendo algo malo.
—No quería que pensaras que no sería capaz ocuparme de Alexander.
—Es obvio que puedes hacerlo; pero, por lo que acabo de descubrir, no sé absolutamente nada de ti. Es más, creo que debería hablar con tus padres.
La mirada de Eurielle se ensombrece.
—Mama murió. No me gusta hablar de ello, vivo con mi abuela y apenas somos capaces de reunir el dinero suficiente para comer ─hace una pausa para tomar aliento─. Mi padre..., no puedes hablar con él, no sé ni siquiera dónde se encuentra ahora. Ahora lo sabes todo, Simone; si no te importa, deseo descansar un rato, quisiera recuperarme pronto para volver a jugar con este superhéroe.
Ella asiente con la cabeza y el corazón en un puño, esboza una ligera sonrisa y toma a su hijo de la mano. Se despide con un gesto de sus dedos.
Alexander se suelta de su mano y se acerca despacio hacia Eurielle; consigue deshacer el nudo de su pañuelo, y con un mohín en sus labios se lo tiende a Eurielle. Ella lo mira segundos, estirando una mueca en sus labios.
—Alex, no puedo aceptarlo; es tu pañuelo favorito.
—Te lo regalo a ti, porque ahora tú eres mi héroe.