II

SOÑABA QUE VIVÍA CON MI PAPÁ y mi mamá en una casa de nylon en Arica, y aunque había miles de chocolates importados a ella le daba por preparar sopas de pollo, y échale pollos y más pollos, y dale y dale hasta que por fin desperté con odio a los pollos. Y otra vez nos dio hambre.

El tren era una especie de Jett y volaba con un zangoloteo furibundo que me tiraba la guagua encima a cada instante. Junto con el olor a sopa de pollo salían todo el tiempo por la puerta del carro unos mozos con chaqueta casi blanca y montones de platos chorreando guisos ricos. Cada vez creía yo que era para nosotros, pero seguían de largo. Hasta que al fin le pregunté a uno:

—¿A qué hora nos va a servir a nosotros, señor?

—Sirvo al vagón comedor —contestó con cara de león de la Metro, y nos hizo un desprecio.

—Vamos al comedor —le dije a mi hermana.

—Te te te te —me contestó ella amablemente…

—A lo mejor está ahí mamá y los demás… —le dije a la Ji.

—Te te te te.

Lo bueno de la guagua es que entiende todo lo que le dicen, pero contesta siempre lo mismo.

—Ponte de lado para que camines de frente.

—Te te te te. —Pero era inútil, porque el apuro del tren nos hacía chocar y chocar. Llegamos a un vagón con mesitas que tenían pan, mantel, mostaza, florero y aceitero. Pescamos un asiento y ahí nos instalamos perpetuamente; le di un pan a la guagua y se quedó tranquila baboseándolo. En la mesa de nosotros una señora y un caballero comían una chuleta jugosa que me daba tilimbres en las tripas. Por fin se acercó un mozo y preguntó:

—¿Qué le sirvo, joven?

—Lo mismo que al caballero —dije.

—¿Y a la criaturita?

—Ídem —contesté.

El caballero sonrió y se hizo amigo mientras volvía el mozo.

—¿Viajan solitos?—preguntó.

—No, en familia —expliqué— a mi papá lo han trasladado al Norte.

—¿Al Norte? Pero este tren va hacia el sur… —me contradició.

—No digas tonterías —dijo la señora, soltando la chuleta—. Eso depende del pueblo en que viven.

—Pero este tren va al sur —alegó, un poco furioso—. Tú siempre me discutes.

—Sólo cuando dices tonterías —dijo ella y volvió a morder el hueso. Por suerte apareció el mozo con los platos de chuletas. Cuando uno come algo tan sabroso no se oye, y sólo se ven las caras llenas de furia.

La guagua se atoraba porque no tiene dientes, pero tragaba por fin, y cuando llegó el postre y estábamos contentos y sin hambre, se armó el enredo grande. Porque el caballero y la señora se agarraron a pelear con el mozo porque no querían pagar nuestra comida. Pero menos mal que aunque estaban furiosos, ya no peleaban entre ellos.

—Jovencito —me dijo a mí el caballero—. Haga el favor de decirme dónde está su padre…

—No tengo la mayor idea —contesté.

—Es que tendrá que decírmelo. Me debe su almuerzo y el de su hermana… ¿En qué vagón viaja su familia?

—Eso es lo que no sé.

—Explíquese.

—A mi papá lo trasladaron al Norte y hoy fuimos juntos a la estación a tomar el tren. A mí me dejaron con la guagua mientras iban a ver no sé qué enredo de maletas. Cuando vi que el tren se iba, nos subimos y… nada más.

—Vamos viajando hacia el sur —dijo con cara de odio.

Sentí una cosa rara. La guagua y yo íbamos viajando al sur, ¿a qué parte del sur? Menos mal que estábamos en el tren y ahí la cosa era segura. La cuestión era no bajarnos nunca del tren, así tendríamos comida y de todo. Además, mientras más lejos fuera el tren más se demoraba en llegar y más tiempo les daría a mi papá y a mi mamá para alcanzarnos.

—Parece que tomarnos el tren equivocado —le dije a mi hermana.

—Te te te te —me contestó y se rió. Eso bueno tiene, que ni es miedosa ni acomplejada.

La señora seguía alegándole al marido:

—Hay que darle cuenta al conductor —decía.

—Déjate de tonterías. . . ¿Qué sabe el conductor?

—Telegrafiará a Investigaciones. ¿No te das cuenta que son niños chicos y van viajando solos? ¿No comprendes todavía que son niños perdidos?

¡Dios mío! Éramos igual que la tía Erna. Lo que yo no había querido ni pensar… PERDIDOS… No en un teatro, no en la calle: ¡En una tierra extraña! Recé: «San Antonio, haz que alguien te haga una promesa y nos encuentren. Te ofrezco que mi mamá vaya de rodillas a alguna parte y mi papá dé todo lo que tiene a los pobres… ¡Pero haz que aparezcamos pronto!»

No sé qué cara puse ni sé por qué me dio tanto romadizo (de esos que dan sin pañuelo), pero la cuestión es que de repente la señora y el caballero se volvieron como tíos, de esos tíos que vienen de Europa en avión, y nos empezaron a decir: «Mijito y mijita», y como a cuidarnos y a mostrarnos el paisaje y a decirnos que ligerito íbamos a encontrar a nuestra mamá y a nuestro papá.

Y me compraron una revista de historietas y me fui a sentar bien lejos para poder leer y leer y no pensar más.