XIX

Se ha ido la escritora. Ayer por la tarde, casi de noche. Yo le dije que se quedase hasta esta mañana, pero se empeñó; dijo que así no encontraría atascos en Madrid. Es muy cabezona.

Me dio un poco la lata con tantas preguntas, a veces me ponía nervioso, porque hace como Maíta, que a todo le saca punta, y, además, hay cosas sobre las que no se puede indagar tanto, qué empeño, a fin de cuentas lo que quiere escribir no es más que una novela.

Ya veremos lo que acaba contando… Un día tuve con ella un pequeño rifirrafe… He tenido varios, porque a ratos se ponía hasta impertinente, pero el de aquel día fue por esta cuestión de lo que va a escribir. Le dije que quería ver la novela antes de que la publicase. Y me dijo que no, que tú tampoco habías visto la anterior y que eso sería como pedirme permiso. A mí me parecía normal que me pidiese permiso, a fin de cuentas está contando mi vida, pero ella dijo que detestaba las biografías autorizadas en las que el protagonista da de sí mismo la imagen que quiere y no la que el autor ve, y que, además, esto no iba a ser una biografía sino una novela. Y volvió a contarme la historia de la tal señora que escribió sobre Adriano, que ahí tengo el libro, me lo mandó Maíta, y he estado hojeándolo y para mí que es una biografía. La escritora dice que no, que no lo es y que nadie en el mundo considera ese libro una biografía, y que el suyo también será una novela, aunque se base en personas y en hechos reales.

En fin, que se puso tan en sus trece que no me dejó más que dos opciones: o la echaba o lo dejaba pasar. Y lo dejé pasar, porque, la verdad, Laura, desde que tú te fuiste no había vuelto a hablar tanto y tan seguido con nadie. Y la voy a echar en falta. Por una parte me incordiaba y hasta me ha revuelto por dentro más de una vez, pero por otra ha sido bueno poner en orden tantas ideas, tantos sentimientos acumulados a lo largo de los años.

Ahora tengo las cosas más claras y eso me ha ayudado a tomar una decisión que venía rondándome, que estaba ahí en el fondo, pero de la que no te había hablado, ni a ti ni a nadie. Y ahora ya lo he hecho. Quizá debía habértelo dicho antes a ti, pero al fin es Maíta la que tendrá que ocuparse de los aspectos prácticos y fue a ella a quien se lo dije primero.

Es algo que tenía ya decidido, pero que uno lo va dejando, como lo del testamento, por pereza y porque da cierto malestar entrar en esos detalles. A nadie le gusta hablar de la muerte. Pero ya está dicho y dispuesto: me voy a enterrar aquí. Contigo, Laura.

Se lo he encargado a Maíta. Que me incineren, que eche las cenizas aquí y que se lleve la urna al cementerio.

Que lo haga discretamente, como hicimos contigo. He pensado que será mejor que lo sepa también mi hijo Francisco. Él está viviendo ahora conmigo en el Pazo y no es cosa de andarse ocultando de él. Y además así le ayudará a cavar el hoyo. Los otros no tienen por qué enterarse…

No es que me oculte, no se trata de nada vergonzoso, pero es mejor que no se enteren en el pueblo, y cuantos menos lo sepan, mejor. Los nietos acabarían contándolo. Y, ya te lo dije otra vez, no quiero convertir este rincón en un panteón ni en un monumento funerario. Ahora está muy agradable para venir a sentarse, el árbol está precioso y con el muro queda muy resguardado, incluso en invierno. Pero con un muerto aquí sería otra cosa. Lo tuyo es distinto, sólo lo sé yo, y Maíta, que apenas viene. Y a mí no me molesta que estés aquí, al contrario…

Cuando tú lo hiciste dije que era una extravagancia, y es una extravagancia, Laura. Aquí nadie se ha enterrado nunca debajo de un árbol, eso son cosas de película o de novela. La gente se entierra en el civil o en el otro, pero en el cementerio. Aunque ahora a los artistas les ha dado por echar las cenizas al mar, se ha puesto de moda. La familia va en una lancha y con la televisión para que se entere todo el mundo.

También los entierros se anuncian y va gente, es cierto, pero es diferente, van los amigos, y lo de andar tirando las cenizas a mí me parece que son ganas de llamar la atención. A mí siempre me ha gustado hacer las cosas discretamente. Así que he decidido que la urna se la lleven al cementerio, y que las cenizas las dejen aquí, sin alharacas. Va a ser la única extravagancia de mi vida, y no quiero dar pie a comentarios… En fin, no sé por qué te doy tantas explicaciones: creo que estoy en mi perfecto derecho a enterrarme debajo de un árbol que he cuidado durante veinticinco años. Y en una tierra que habrá sido de tus antepasados, pero que ahora es mía…

Perdóname, Laura. No quería decir eso. Venía contento a decirte que he tomado esa decisión, y me he cabreado yo solo. Últimamente me pasa con frecuencia, debe de ser que chocheo. Pero has de entender que me cabree estar dando explicaciones cuando tú a mí no me las diste. Ni siquiera instrucciones…

La idea de llevar al cementerio la urna vacía fue mía, desde luego, y me parece que no fue una mala idea. No te explicaste bien y tu hijo quería meter la urna aquí, como si esto fuese un nicho. Y yo pensé que lo que te gustaría es que las cenizas se mezclaran con la tierra y subieran por el árbol convertidas en savia. Y eso mismo es lo que yo quiero. Y en cuanto a la urna, algo había que hacer con ella, y, además, había que poner tu nombre en la lápida.

Tú querías estar en el cementerio con tu padre y que la gente leyese allí tu nombre junto al de él, al menos eso decías antes, hasta que de repente decidiste venirte aquí. Ya sé que las personas cambian, con los años se piensa de diferente forma, lo veo por mí mismo. Pero tú lo hiciste sin explicaciones, Laura, sin pedirme permiso, como si esta tierra siguiese siendo tuya…

En cierto modo lo era, lo sé. Había sido de los tuyos durante siglos… A veces pienso si lo hiciste para que quedase claro que seguía siendo tuya, aunque yo la hubiese comprado. Hay tantas cosas que no sé por qué hiciste… Otras veces pienso que este árbol fue un regalo tuyo para mí, para mi vejez.

¿Sabías que esta variedad tarda más de veinte años en dar flor?… Quizá por eso quisiste venirte aquí, porque imaginaste que yo lo cuidaría y que vendría a sentarme bajo él a disfrutar de su sombra y de sus flores. Tú ni siquiera llegaste a verlo florecer. Me costó mucho que no se malograse, pero ahora es una belleza, hasta de fuera vienen a verlo. Me hubiera gustado que lo vieses, pero las cosas son como son, y cuando Maíta me habló de traerte aquí para reponerte, yo… En fin, no era de esto de lo que quería hablar ahora.

Lo que quiero que entiendas es que esta discreción mía no significa que me parezca vergonzoso, o que lo haga de tapadillo. Es algo íntimo, Laura. Intimo, entiéndeme. No quiero que nadie haga conjeturas ni que saquen consecuencias equivocadas. Si mis hijos llegan a enterarse de que tú estás aquí, se preguntarán por qué yo no me entierro en el cementerio, al lado de su madre y de su abuela, ¿comprendes? Ya me basta con que lo piense Maíta, que es la que sabe la historia completa.

Se imaginarían lo que no hubo. Y también lo que pudo haber. Se imaginarán que, si hubiera tenido la oportunidad, habría abandonado a su madre en vida, como la abandono después de muerta. Y eso no quiero que lo piensen porque no es cierto.

Mira, Laura, si tú te hubieras separado de Fernando y hubieras querido venir conmigo, yo no habría dejado a Isabel. Eso quiero que lo sepas, ahora que vengo a decirte que quiero enterrarme a tu lado. Fue mejor así porque los dos hubiéramos sido muy desgraciados. Yo no podía dejar a Isabel, no podía. Creo que tú lo entiendes. Ella me acompañó y me ayudó en los años difíciles. Ella crió a los hijos. Yo no tuve que ocuparme sino de mi trabajo. Sin el dinero de su padre yo no hubiera despegado, no habría pasado de ser un miserable aparejador. No hubiera podido hacer nada de lo que quería hacer en la vida. Y me dio ánimos. Me hizo sentirme capaz de hacer cosas importantes.

Tú le dijiste a la escritora que yo no estaba enamorado de Isabel, que ella era una buena chica y que me gustaba y que le había cogido cariño, pero que no estaba enamorado… Esas cosas no hay que decirlas, Laura, porque ¿qué es estar enamorado? ¿Lo que sentías tú por Fernando, por un hombre con quien no te entendías en la cama y que te engañó doscientas veces y que te hizo sufrir? ¿Es lo que yo sentía por ti? ¿Lo que sigo sintiendo?… No sé si contigo, día a día, hubiera sido más feliz que con Isabel. Tú y yo nunca hemos convivido y no sabemos lo que hubiera pasado. Mi amor por ti está hecho sólo de deseos y de palabras. Hemos hablado mucho y sólo hemos hecho el amor aquella tarde en el hórreo. No sé si esta necesidad de hablar contigo, si este deseo de estar a tu lado es lo que tú llamas estar enamorado. Lo que sé es que tú eres lo único que yo no he conseguido en la vida y que, si hubiera podido escoger, tú serías la mujer con la que hubiera querido pasar mi vida entera.

Pero a Isabel no podía dejarla. Si tú me hubieras buscado mientras ella vivió me habrías hecho el hombre más infeliz del mundo, porque habrías destruido mi felicidad con ella y tampoco podría tenerte a ti. Así que fue mejor que no lo hicieras.

Pero cuando Isabel faltó, sí. Cuando viniste a plantar este árbol hubiera sido el momento de rehacer nuestras vidas. Tú no eras feliz, Laura, reconócelo. Estabas tan harta de tu marido que no te importaba compartirlo con una jovencita. Un cirineo, decías… No sé cómo podías tolerar esa situación. Yo echaba de menos a Isabel, pero me sentía lleno de fuerza y estaba seguro de hacerte feliz, Laura. Feliz como aquella tarde en el hórreo y como lo fuiste conmigo tantos años en la infancia y en la primera juventud. Yo sé lo que podía darte, lo que te faltaba y encontrabas en mí. Lo que no tuviste con tu marido…

Es posible que hubieras continuado dando la tabarra con las grandes obras que yo podía haber hecho, en eso no me hago ilusiones, pero yo tenía entonces suficiente confianza en mí mismo y suficiente experiencia para que eso no impidiese nuestra felicidad. Pudieron ser veinte años felices, Laura. Pero tú no quisiste.

Y después, cuando murió Fernando, para mí era ya demasiado tarde. Y no sólo por orgullo, aunque quizá también haya influido. Pero no fue el orgullo la razón fundamental.

Me sentía viejo… Es cierto que todavía, de vez en cuando, veía a Marisa. La seguí viendo hasta hace dos años, hasta el final. Pero con ella era distinto porque ella me había visto ir envejeciendo poco a poco. Yo no quería que tú vieses mi decadencia, y no sólo física. Me sentía cansado y sin ilusión por el trabajo. Lo del rascacielos surgió después, cuando también tú habías desaparecido definitivamente.

Quizá te cueste creerlo, Laura, pero sentía que tenía poco que ofrecerte. Maíta no lo entendió, pensó que era egoísmo o resentimiento. Estuvo muy dura conmigo, muy seca. Me había dicho que estabas mal de salud, débil, deprimida y que estaba segura de que una temporada en el campo te reanimaría. Ella quería que vinieses aquí. Yo le dije que muy bien, pero que yo me iba a vivir a otro lado.

He de confesar, Laura, que le dije eso porque sabía que si yo no estaba tú no vendrías. Maíta también lo sabía. Me preguntó de sopetón: «¿Te vas con la maestra?». Y después añadió: «Laura nunca vendrá si tú no estás aquí para recibirla». No dijo más ni falta que hacía. Sé que pensó de mí que era un egoísta y un cobarde y, como algo de razón llevaba, lo dejé pasar. Pero me dolió que se pusiera de tu parte, Laura, que pensara sólo en tu posible bienestar y no en lo que yo podía sufrir con tu presencia. A todos sus hermanos les hubiera molestado que vinieses aquí, a la casa donde viví con su madre, a la casa que fue de tu familia. Parecería que quería compensarte por habértela comprado. A mí, puedes estar bien segura, eso me tenía sin cuidado, si no la hubiera comprado yo se la habrías vendido a otro por menos dinero, eso lo he tenido siempre bien claro.

Y tampoco fue por orgullo o por resentimiento, o una venganza porque tú hubieras preferido siempre a Fernando, aunque eso me doliera y me siga doliendo. Pero me hubiera compensado tenerte aquí. Hubiéramos vuelto a hablar de todo, a arreglar el mundo, a cortar un pelo en cuatro. Estoy seguro, porque Maíta me contaba lo que hablaba contigo y seguías siendo la misma, abierta a todo, con la misma curiosidad y el mismo interés que a los quince años, cuando metiste el dedo en el nido para saber lo que se sentía, ¿te acuerdas?…

Hubiera vuelto a ser feliz contigo, a girar en torno a ti, a necesitarte para vivir, para disfrutar de la vida. Y tuve miedo… No quise que vinieras porque no quería verte morir, Laura, ésa fue la razón fundamental. Fui cobarde. Venías a morirte aquí y yo no quería. No quería acostumbrarme a ti y perderte otra vez. Ojos que no ven, corazón que no siente. Pero no es cierto. Te eché de menos desesperadamente y además me sentí culpable.

Maíta me dijo que te habrías muerto de todas formas. Me vio tan abatido que creo que me lo dijo para consolarme, pero yo no puedo dejar de pensar que aquí habrías vivido más tiempo. Yo te habría cuidado, como cuidé del magnolio, y el corazón, aunque no se cure, con una vida tranquila puede tirar muchos años. Fui egoísta y cobarde y te perdí por tercera vez.

Pero ahora se han acabado los desencuentros. Me ha venido bien hablar con la escritora, aunque de esto no le he dicho nada. Quizá sepa algo por Maíta. Quiso venir hasta aquí el último día y me dio la impresión de que se estaba despidiendo, y no sólo de mí. Pero fue discreta y no hizo comentarios. Espero que siga siéndolo. Es por los chicos, ya te lo he explicado, aunque, a decir verdad, Laura, ya no me importa lo que piensen o lo que digan, ni ellos ni nadie. Lo único que me importa es estar aquí contigo. Estar a tu lado mientras exista este árbol.

Si tú no estuvieras aquí yo no me enterraría bajo el magnolio. A mí no se me ocurren esas ideas; tú, como tantas otras veces, me abriste el camino. Ahora me gusta pensar que algo mío pasará a este árbol y a esta tierra que nunca quise abandonar. Pero si tú no estuvieras aquí yo me iría al cementerio. No es la idea de perdurar en la naturaleza lo que me lleva a enterrarme bajo el magnolio.

Es por ti, Laura. Para que se vuelva a unir lo que queda de nosotros. Creo que también tú lo has hecho por eso: porque ésta era tu casa y porque querías estar cerca de mí, cuidada por mí, acompañada por mí.

No sé si creo o no en la otra vida, Laura. Si lo pienso, diría que no, que todo se acaba en este mundo. Pero después voy al cementerio y le pongo flores a tu padre, y a mi madre y a Isabel. Y me vengo aquí a hablar contigo. Y pienso qué pensarán ellos de que quiera enterrarme aquí. Ellos, los muertos, qué pensaran. Y me gusta creer que lo entienden, que hay otro mundo en el que ya no existen celos, ni orgullos, ni vanidades, ni resentimientos, y que todos entenderán que llevo toda la vida queriéndote y que ahora ha llegado el momento de estar contigo al pie de este magnolio del que tanto he renegado y al que tanto he cuidado…

Y otras veces me digo que todo esto es una ilusión, que no hay nada más allá, que lo único que queda es lo que hemos hecho en la vida, y que todo lo demás, nuestros deseos insatisfechos, nuestra amargura, también nuestra felicidad acaba con la muerte… Pero sigo viniendo aquí y, cuando veo las ramas de este árbol que tú plantaste para mí, siento una voz dentro de mí que dice «¡quién sabe!».

Por eso, por si todo acaba y por si todo no acaba, quiero estar aquí contigo, Laura, para siempre ya, contigo…

Fin