LA PAREJA REAL
I
Después de los obreros y de los soldados o amazonas, encontramos el rey y la reina. Esta melancólica pareja, confinada a perpetuidad en una celda oblonga, está exclusivamente encargada de la reproducción. El rey, especie de príncipe consorte, es miserable, pequeño, ruin, tímido, furtivo, siempre escondido bajo la reina. Esta presenta la más monstruosa hipertrofia abdominal que se encuentra en el mundo de los insectos, en el que, sin embargo, la naturaleza no es avara de monstruosidades. La reina no es más que un gigantesco vientre inflado de huevos hasta reventar, absolutamente comparable a un budín blanco, de donde apenas emergen una cabeza y un corselete minúsculos, parecidos a la de un alfiler negro clavado en una miga de pan en forma de salchichón. Según una plancha del informe científico de Y. Sjostedt, la reina del Termes natalensis, reproducida a tamaño natural, tiene una longitud de 100 milímetros y una circunferencia uniforme de 77, mientras que el obrero de la misma especie no tiene más que 7 u 8 milímetros de largo y 4 ó 5 de contorno.
No teniendo más que insignificantes patitas en el corselete sumergido en la grasa, la reina está imposibilitada del menor movimiento. Pone, por término medio, un huevo por segundo, es decir, más de 86 000 en veinticuatro horas y 30 millones por año.
Si nos atenemos a la estimación más moderada de Escherich, que en el Termes bellicosus evalúa en 30 000 por día el número de huevos expulsados por una reina adulta, llegamos a 10 950 000 huevos por año.
En lo que se ha podido observar, parece que durante los cuatro o cinco años de su vida no puede interrumpir su puesta ni de día ni de noche.
Excepcionales circunstancias han permitido al eminente entomólogo K. Escherich violar un día, sin turbarlo, el secreto de estos departamentos reales. Tomó un croquis esquemático, alucinante como una pesadilla de Odilon Redon, o una visión interplanetaria de William Blake. Bajo una bóveda tenebrosa, baja y colosal, si se la compara con la talla normal del insecto, llenándola casi completamente, se alarga como una ballena rodeada de langostinos la enorme masa grasa, blanda, inerte y blancuzca del horrible ídolo. Millares de adoradores la acarician y lamen sin descanso, pero no sin interés, porque la exudación real parece tener tal atractivo, que a los pequeños soldados de la guardia les cuesta mucho trabajo impedir a los más celosos llevarse algún trozo de la divina piel con el fin de saciar su amor o su apetito. Por eso las viejas reinas están cosidas de gloriosas cicatrices y parecen remendadas.
Alrededor de la boca insaciable se agitan centenares de obreros minúsculos que la ingurgitan la papilla privilegiada, mientras que en el otro extremo otra multitud rodea el orificio del oviducto, recoge, lava y lleva los huevos a medida que fluyen. Por entre esta multitud atareada circulan pequeños soldados que mantienen el orden, y guerreros de gran talla rodean el santuario volviéndole la espalda, cara al enemigo posible y alineados en buen orden, las mandíbulas abiertas, formando una guardia inmóvil y amenazadora.
En cuanto su fecundidad disminuye, probablemente por orden de estos veedores o consejeros desconocidos, cuya implacable ingerencia encontramos por todas partes, se la priva de toda alimentación. La reina muere de hambre. Es una especie de regicidio pasivo y muy práctico, del cual nadie es personalmente responsable. Se devoran sus restos con placer, pues es extremadamente grasosa, y se la reemplaza por una de las ponedoras suplementarias, de las que nos ocuparemos en seguida.
Al contrario de lo que hasta ahora se había creído, la unión no se realiza durante el vuelo nupcial como en las abejas, pues en el momento de éste los sexos no son todavía aptos para la reproducción. El himeneo no se hace más que después que la pareja, arrancándose mutuamente las alas —extraño símbolo sobre el cual se podría largamente epilogar—, se ha instalado en las tinieblas de la comejenera, que no abandonará hasta la muerte.
Los termitólogos no están de acuerdo acerca de la manera como se consuma este himeneo. Filippo Silvestri, gran autoridad en la materia, sostiene que la copulación, dada la conformación de los órganos del rey y de la reina, es físicamente imposible y que el rey se contenta con derramar su semen sobre los huevos a la salida del oviducto. Según Grassi, no menos competente, la unión se verificaría en el nido y se repetiría periódicamente.