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La candidata elegida

EIREN

En la casa de las Matres de Amma…

La mañana de la audiencia con las reverendas matres, dos días después del banquete en el palacio del primer arconte, Eiren se levantó con las primeras claras del día; tras desayunar un trozo de pan, algo de queso curado y dos arenques salados, regado todo con una copa de vino muy aguado, se lavó, y vistió con la ayuda de Thoren, poniendo especial atención a su apariencia.

Eligió para la ocasión una bajotúnica de algodón sin teñir y una túnica de seda de color rojo con bordados arabescos de hilos de oro en el pecho y las bocamangas. Anudado a la cintura, un ancho cinto de cuero donde portaba prendidas una daga y su espada, las cuales habían salido de la real armería del castillo de su padre, en Althir, y que formaban parte de su dote. Calzones blancos también de algodón y botas de media caña de piel negra cubrían su parte inferior. Remataba su atuendo un largo manto de lana roja en forma de capa, que le rodeaba los hombros, quedando sujeto al izquierdo por un pasador de oro, y a su cabeza se ceñía el delgado cerco de oro de la corona.

Una vez estuvo listo, desembarcó junto a Orisses y la escolta de guardias reales que protegerían su persona. En el muelle esperaban los caballos que habían alquilado para desplazarse hasta la casa de las reverendas matres.

El comandante ayudó a Eiren a montar en un bello zaino casi negro, de crines y cola negra como la noche. A continuación montó Orisses, y tras él, los demás, e iniciaron la marcha hacia su destino.

La ciudad vista, ahora sí, con la luz de la mañana le pareció al rey consorte que era realmente una hermosa urbe. Sus calles estaban uniformemente empedradas; siendo las avenidas principales de la ciudad, una vez salieron de la zona portuaria, anchas y rectas, con edificios altos, de hasta cinco pisos algunos de ellos. La mayoría de las construcciones eran de una extraña piedra muy clara y desconocida en los reinos del norte, y de las fachadas o terrazas colgaban plantas verdes y frondosas. Eso le daba a la ciudad un aspecto fresco y muy bonito, como si los jardines interiores se desbordaran desde las casas, además parecían conseguir refrescar el ambiente caluroso que tanto notaban los skhonianos.

Los ciudadanos uxamitas llamaron mucho la atención de Eiren. Parecía como si mil razas distintas habitaran la gran urbe, aunque se dio cuenta el joven rey, que las pieles tostadas, cuando no oscuras, eran mayoritarias, igual que los cabellos negros y rizados. Orisses le explicó cuando le preguntó que no era extraño dada la situación de la ciudad, en la costa al borde de las tierras del mediodía y separada tan solo por las Montañas de La sombra del gran desierto de Lôum y los reinos del sur de más allá.

Al cabo de lo que le pareció a Eiren un par de buenas horas, la avenida por la que cabalgaban desembocó en una gran plaza rectangular en el extremo este de la cual se levantaba el enorme templo dedicado a la gran madre Amma y, adosada a su lado, la casa de las matres.

Los jinetes se acercaron hasta las grandes puertas de roble ennegrecidas por el tiempo y desmontaron. El edificio, era a diferencia del templo, de gruesos muros de adobe. No obstante era también muy grande, aunque no tan alto como este.

El comandante se adelantó y golpeó el pesado aro del aldabón que sostenía entre sus fauces una horrible cabeza de demonio las tres veces rituales; esperó unos segundos y volvió a golpear esta vez en dos ocasiones, de nuevo se tomó unos segundos, para después finalizar con otros tres toques.

Los tres primeros golpes representaban al cuerpo, la mente, y el espíritu abierto que debían poseer los solicitantes de los servicios de las reverendas mujeres.

El toque dual era por el principio y fin del contrato que uniría a la hermana procreadora con el mahel matriâe.

Los últimos tres golpes simbolizaban el tiempo pasado, presente y futuro en el que las matres de Amma realizarían el deber que les había encomendado la Diosa.

Apenas el sonido del último aldabonazo se había perdido por la plaza, las puertas comenzaron a abrirse hacia dentro, revelando un oscuro vestíbulo en cuyo centro se podía ver un conjunto escultórico de la Diosa Amma tocando con la punta de sus dedos la frente de una mujer joven postrada ante ella. No había que ser muy listo para darse cuenta que era una representación en mármol del momento justo en el que la divinidad ordenó a las matres ceder sus vientres para beneficio de los humanos.

Eiren y el comandante entraron junto con cuatro capas rojas al interior de la casa.

Una mujer vestida con una túnica negra de largas mangas, cuyas puntas casi rozaban el suelo, con la cabeza cubierta por la famosa toca que se llamaba stolâe matronâe y oculto su rostro por un tupido velo blanco, se encontraba esperándoles entre dos macizas sacerdotisas guardianas bastante altas y de fuertes brazos. Estas vestían un hábito tan rojo como el manto de Eiren y, a diferencia del que llevaba la mujer del centro, no tenía mangas, por lo que los bíceps eran muy visibles. Estaba abierto a cada lado desde la cintura hasta el bajo y cubrían sus piernas con unas calzas negras, algo que evidenciaban por su posición al mantenerlas abiertas mientras protegían a la otra mujer. El rey tomó nota de que las manos de ambas sacerdotisas guardianas estaban armadas con una maza de madera cuyo extremo terminaba en una formidable bola reforzada con remaches metálicos, y del largo suficiente para llegarles al hombro.

Eiren se acercó a la mujer y cuando estuvo frente a ella, anunció con fuerte voz:

—Por el mandamiento de la gran madre Amma, yo, un necesitado, suplico se me ceda un vientre que geste a mi hijo.

—¿Qué ofreces a cambio? —preguntó la velada mujer ritualmente.

—A cambio de ello ofrezco comida, bebida y agradecimiento eterno para la que me brinde el fruto de su vientre. Mientras mi corazón lata y mi sangre corra por mis venas nada le faltará. Ofrezco mi amistad —respondió él.

—Que Amma mustie tus labios y pudra tu cuerpo si mentira has pronunciado.

Eiren se inclinó profundamente ante la mujer y una vez se alzó, ella le dijo:

—Os esperábamos hace dos días, aunque ya sabemos que fue por causa de nuestro buen príncipe gobernante, a quien los Dioses llenen de bendiciones, el que casi consigue que no llegarais. Bien, venid conmigo, os conduciré a presencia de su santidad la matre superiora Nunn Likinette.

No se le escapó al rey consorte el tono irónico de la mujer cuando le deseó bendiciones al orondo primer arconte. Dirigió una mirada de soslayo a Orisses quien puso los ojos en blanco y frunció el ceño, como queriéndole decir que pocas cosas le sorprenderían ya a esas alturas.

Fueron conducidos por una serie de pasillos, y atravesaron distintas salas hasta encontrarse ante la puerta de lo que supusieron era el estudio de la dirigente de las sacerdotisas. Se equivocaron. A lo que entraron cuando la mujer llamó a la puerta, fue a un salón muy espacioso y mínimamente amueblado.

En el centro del mismo se hallaba sentada en una especie de trono, sobre una tarima de unos dos palmos de altura, una anciana vestida igual que la reverenda matre que los había recibido, solo que esta lucía un collar de gruesos eslabones de oro con las formas de las runas que formaban el nombre de la Diosa en la extinta lengua imperial Vaccea. Al lado y delante del trono, pero fuera de la tarima, había otro asiento, menos importante, aunque también lujoso en su manufactura.

—Santidad, el rey consorte Eiren de Skhon —anunció otra reverenda matre que se encontraba fuera de la vista junto a la puerta, pero ya en el interior de la gran sala.

Eiren oyó a la mujer del trono decirle:

—Si mi señor Eiren toma asiento podremos comenzar la selección de candidatas.

Él se sorprendió, pensó que primero deberían pactar el precio del servicio, pero luego decidió que quizás luego pasarían a tratar el tema porque sus palabras rituales en la entrada, de seguro no sería lo que esas mujeres pedirían.

—Con placer santidad, cuanto antes comencemos mucho mejor —le dijo mientras se acercaba y tomaba asiento.

A las dos primeras hermanas procreadoras que le fueron presentadas, las descartó rápidamente Eiren. Una porque le pareció que olía raro, y le causó una pobrísima impresión cuando respondió a lo que le preguntó; la otra por ser muy morena de piel y cabellos. Karos lo único que le había pedido, es que la elegida tuviera el cabello lo más rubio que fuera posible; cuando preguntó el porqué de eso, el rey le explicó que si la procreadora era miembro de otro pueblo, sería más fácil para su heredero ser aceptado si nacía con el físico lo más parecido posible al de los anani, riéndose escandalosamente después.

Con la tercera necesitó un poco más tiempo para decidirse, le cayó simpática, y parecía inteligente, pero acabó descartándola finalmente porque, además de tener el cabello pelirrojo y el rostro lleno de pecas, pensó que era demasiado dentona. Eso último le avergonzó un poco, más que nada porque su madre siempre le había inculcado que no debía apreciar en demasía los dones físicos, pues estos, el tiempo se encargaría de ponerlos a un mismo nivel.

«Qué demonios, si puedo elegir prefiero que mi hijo no sea dentón ni tenga pecas por toda su faz» terminó pensando enfurruñado consigo mismo por la vocecita interior, que tanto se parecía en lo que decía a las palabras de su madre.

La cuarta entró a la sala y la miró Eiren con aprobación, era menos alta que las anteriores, pero bajo el hábito se le adivinaba una bonita forma.

—La hermana procreadora Geseladin, de dieciocho primaveras —fue leyéndole la matre superiora—. Pupila de la reverenda matre Loucia Anu-Nesile. Procede de la ciudad sureña de Ocalam. Está versada en romanzas, las cuales canta con una bella voz, y gusta también de los cantos de los trovadores. Es una adepta del quinto círculo, al igual que las anteriores, por tanto, está capacitada para decantar el sexo del feto. Además ha sido adiestrada en las técnicas sexuales por lo que puede asegurarle el placer incluso al hombre más reacio. Y es rubia.

Lo que no le hizo ni pizca de gracia a Eiren. Un ramalazo de celos le brotó en el pecho y sintió como se le enredaba en el corazón. Poco a poco fue dominándolo, pensando que era absurdo que sintiera celos, ya que la chica únicamente yacería con su esposo en su presencia y las pocas veces que necesitara para preñarse.

—Hermana Geseladin por favor, ¿me podrías mostrar tu rostro? —preguntó Eiren a la joven. Asintiendo, se fue levantando el velo despacio hasta descubrir por completo su cara.

Varios jadeos se oyeron en la sala por parte de algunos de sus capas rojas, y lo que más sorprendió al rey consorte, también de la boca de Orisses escapó uno. Eiren se volvió para mirar al comandante, el cual se encontraba de pie justo detrás de su silla, manteniendo su mano sobre el respaldo de la misma.

Al joven consorte no le quedó más remedio que reconocer que la belleza de Geseladin era impresionante. Tenía unos ojos tan azules que parecían casi negros. Boca de labios generosos, rojos y gruesos, pero sin llegar a ser excesivos. Nariz pequeña y recta. El ovalo de su cara estaba muy bien formado, con el sonrojo justo en sus pómulos para indicar que, sin ser imposiblemente tímida, tampoco era una inconsciente sin vergüenza alguna.

Otra cosa que a Eiren le gustó mucho de ella era la fragancia que despedía la chica, no podía decir a qué olía exactamente, pero si que era algo delicioso. «Y con todo, hay algo que me repele de ella, no sé qué es, pero tengo la sensación de que es peligrosa» no pudo dejar de pensar no obstante la buena planta que reconocía presentaba la muchacha.

—¿Estarías dispuesta a abandonar esta casa que te ha visto crecer para venir a Skhon que tan lejos de todo lo que conoces se encuentra? —le preguntó a la joven el rey consorte.

—Para eso he sido educada mi rey, además no será algo permanente, y mi regreso sería como reverenda matre porque habría cumplido con el mandato de Amma al darte a tu hijo —le contestó con aplomo Geseladin.

—¿Qué sabes del reino?

La chica por un instante endureció el rostro y dirigió su mirada fugazmente hacia la puerta junto a la que se encontraba su maestra la reverenda matre Loucia, fue casi imperceptible, pero como Eiren estaba atento a la respuesta lo notó. «Vaya, qué tenemos aquí, algo hay que la ha asustado, pero ¿qué?» pensó el rey, volviendo a sentir la peligrosidad que había detectado antes en la joven hermana. A punto estuvo de descartarla inmediatamente, pero se dijo así mismo que no debía precipitarse, escucharía lo que tuviera que decir primero. Sus siguientes palabras tranquilizaron un poco el recelo de Eiren.

—Mi rey, temo que si os digo la verdad de lo que he oído, pensarás mal de mí —dijo Geseladin—; pero me has preguntado así que responderé con sinceridad.

—Siempre te pediré que seas sincera conmigo, hermana, es una cualidad que aprecio sobre todas —adujo él. Ella asintió e inhaló profundamente.

—Sé que Skhon es un reino grande y frío, además también he oído que se le considera el más bárbaro de los que quedan en el norte. Su pueblo es considerado extranjero e invasor entre las gentes de los países vecinos —se calló un momento, cerró los ojos y volvió a tomar aire, después continuó—. Sé que su familia real es de dudoso origen, estando manchada con el estigma de la bastardía.

La risa de Eiren hizo que diera un respingo sobresaltada. De todas las reacciones que se había esperado, la espontaneidad del joven hombre que la estaba valorando era la que más sorprendente le parecía. Terminó casi sin querer respondiendo con una gran sonrisa que le iluminó su muy hermoso rostro. Otro jadeo proveniente de algunos de los hombres del rey se escuchó en la sala. No le extrañó, se sabía guapa y no tenía ningún empacho en reconocerlo. Con algo de suficiencia pensó que ya estaba todo hecho, lo había conseguido, había encandilado al pequeño rey. Sería la elegida.

—Gracias por tu respuesta hermana Geseladin, aunque algo ofensiva, no se te puede negar que has sido sincera y valiente al darla —le dijo Eiren clavándole la mirada—. Por favor retírate ahora, pensaré seriamente en tus aptitudes, pero debo recibir a la próxima candidata.

Fue un jarro de agua fría las palabras del rey para la muy ufana joven. Rápidamente se echó el velo sobre la cara en un intento de ocultar su enfado, se recompuso e inclinándose respetuosamente, dio media vuelta y se alejó hacia la salida.

—Bien, mi señor, si la próxima es la herm… —la mano del rey consorte cortó de golpe las palabras de la matre superiora.

—Si me lo permitís santidad, me gustaría departir un momento privadamente con mi comandante —le dijo.

La mujer asintió comprensiva y respondió:

—Por supuesto mi señor, si lo deseas puedes utilizar mi estudio, está tras la puerta que ves a tu derecha a mis espaldas.

Una vez en el estudio Eiren se volvió hacia Orisses.

—Bien comandante, qué os ha parecido Geseladin —le preguntó directamente.

—Mi señor, es indiscutible la belleza que posee. Parece también muy despierta e inteligente, pero… —Se cayó el comandante por lo que Eiren impaciente saltó.

—¿Pero? Vamos amigo mío, valoro mucho tu opinión. Dime qué has visto.

—Hay algo en ella que me atrae y me repele a un tiempo, me’hssur. Lo que no sé es por qué tengo esta extraña sensación, pues la chica parece muy dulce y no le falta belleza.

—Sí, a mí me pasa otro tanto —estuvo de acuerdo Eiren—. Algo tiene que hace que no confíe. Lo malo es que a falta de conocer a la última, es la que más me gusta.

—Siempre podemos concertar otra selección, me’hssur.

—No, no podemos, sabes muy bien que esta misma noche tenemos que salir de Uxama, recuerda que Zuqaquip nos dio tres días y ya hemos consumido dos —argumentó el rey consorte—. Realmente es una pena que las matres nos castigaran por no presentarnos a tiempo haciéndonos esperar dos días.

—Cierto Koningur siôur, lamentablemente tienen la espada por la empuñadura, por lo que de nada servirá ya que nos condolamos de nuestra situación.

—Bueno veamos a la quinta candidata y confiemos en los designios de los Dioses, Orisses —finalizó Eiren—. Volvamos a la sala, no nos sobra el tiempo, amigo mío.

Cuando volvieron a su sitio la matre superiora hizo entrar a la última candidata.

—Os presento mi rey, a la hermana procreadora Adalis. Tiene diecisiete años. Es pupila de la reverenda matre Muna Sakarbik. Nacida en la ciudad libre de Myrtilis, al sur de Sekaissa, aunque de madre venida del reino de Oskumken en el profundo sur. Como las otras, pertenece al quinto círculo. Su habilidad más lucida es la danza; las mujeres del reino de su madre son maravillosas danzarinas y ella ha heredado esa cualidad. Posee una viva inteligencia y un carácter dulce. Es voluptuosa y posee los conocimientos sexuales requeridos para hacer placentero lo que se tenga que hacer como una imposición.

Al rey no le gustó demasiado escuchar que había nacido al sur del reino enemigo del suyo. Del que procedía su madre le era totalmente desconocido a Eiren, eso al menos le daba algo de exotismo.

—Bienvenida hermana Adalis. Confieso que no conozco nada del reino de tu madre, ¿cómo es?, me imagino que será muy distinto a estas tierras, ¿verdad? —Comenzó el rey a entrevistarla.

—Mi señor, lo lamento, pero nada sé del país de mi madre. Salí de la casa de mi padre con cuatro años —le explicó ella—. He estado aquí desde entonces. A las hermanas procreadoras se nos recluta desde muy pequeñas.

Eiren se ruborizó al darse cuenta de su ignorancia en cuanto a las formas de actuar de esas mujeres.

—Oh, lo siento hermana, te ruego me perdones si te he herido al traerte recuerdos dolorosos —se disculpó consternado.

Ella movió la cabeza negando.

—No, mi señor, no os sintáis mal porque apenas guardo recuerdos de mis padres, las reverendas matres son mi familia y aquí he sido feliz —concluyó sonriéndole bajo el velo que cubría su semblante.

—Me gustaría poder veros el rostro, si me lo permites —pidió Eiren, que había apenas vislumbrado la sonrisa, pero gustándole la calmada actitud de la chica.

Adalis no se hizo esperar y subió su velo. Lo primero que vieron cuando se lo echó hacia atrás completamente, fue unos impresionantes ojos verdes. No era el típico verde más o menos desvaído, los suyos realmente eran verde esmeralda; intensos, grandes, con pupilas oscuras en un fresco prado primaveral tras recibir una revitalizante lluvia.

No menos espectacular que sus ojos era el rostro de Adalis. Su nariz podría ser modelo para las estatuas que representaban a Varnaë, la hermosa diosa de la sexualidad, el amor y la belleza. Su boca pequeña, pero de bonitos labios rosados, de fácil y deslumbradora sonrisa de dientes blancos perfectamente alineados. Los pómulos de la joven tampoco se podían desdeñar, eran sencillamente perfectos. Poseía una piel sin marcas, lunares o pecas, levemente tostada con un bonito tono dorado.

Eiren no se pudo contener, y miró un momento hacia atrás al comandante, que continuaba extasiado contemplando el bello rostro. Al rey consorte casi se le escapa una risa ante la cara de alucinado que mostraba su amigo. Repentinamente tuvo el deseo de comprobar algo.

—Hermana Adalis, ¿podría abusar un poco más de tu buena voluntad y solicitar que descubras completamente tu cabeza? —Le pidió a la joven mirando a la matre superiora cuando acabó—. Con el permiso de su santidad, por supuesto.

La mujer lo miró a él y exclamó:

—Mi rey, lo que pedís es muy poco común, la hermanas procreadoras siempre deben llevar el velo, pero en esta ocasión y para compensar la prolongada espera que tan pacientemente supisteis aceptar, voy a permitir a la hermana Adalis una excepción a la regla. Si ella consiente, nada objetaré.

La joven no se lo pensó, se quitó el velo con un movimiento elegante, dejando a la vista de los hombres un larguísimo pelo rubio oscuro, pero con mechones más claros, liso y brillante. El sonido de una pluma al caer se habría podido escuchar en la sala.

—Gracias hermana, es suficiente, puedes volver a cubrirte —dijo finalmente Eiren. Casi estaba decidido a elegirla cuando un efluvio picante le llego a la nariz, no sabía que era, pero no le gustó. Miró a la muchacha que terminaba de colocarse el velo y se dio cuenta de que provenía de ella. Le entristeció y le desagradó ahora tanto la bella joven, como antes le había gustado. Volvió a mirar a Orisses, y se sorprendió por el arrugado entrecejo que presentaba. Se fijó a continuación en las caras de sus capas rojas, los cuatro hombres, tanto los más cercanos como los que estaban más alejados, se veían también con gesto de desagrado.

«Por las garras de Arconi, el Dios demonio, que aquí pasa algo raro» pensó Eiren «¿qué ha ocurrido? Es como si hubiéramos escapado de un hechizo lanzado por esta mujer horrible y ahora la podamos ver todos nosotros tal como es en realidad». El rey no sabía que pensar, pero si de algo estuvo repentinamente seguro es que Adalis no sería la elegida. «No, mejor escojo a Geseladin, es la más hermosa, y mis recelos de ella, ridículos. Que cerca he estado de elegir a esta falsa beldad, una verdadera bruja. Quizás deba denunciarla ante la matre superiora antes de partir».

De esta manera discurría el pensamiento de Eiren. Decidió empero por último que nada diría a la superiora, igualmente no se fiaba de la mujer mayor. «No sería raro, que estuviera compinchada con la joven bruja» acabó por pensar, por lo que se calló, la decisión estaba tomada.

—Retírate hermana Adalis. Deseo hablar con su santidad ahora —despidió a la chica, su tono más seco y cortante de lo habitual en él. Por extraño que le pareciera, la presencia de la muchacha lo enervaba hasta el extremo de ser cruel.

La joven acolita lo miró sintiendo dolor y vergüenza por el tono desagradable que el hasta entonces amable hombre había utilizado. Sus enormes ojos verdes se le humedecieron e hizo probos esfuerzos por evitar que las lágrimas terminaran por desbordarse. Incluso bajo la protección del velo, no quería que el cruel rey consorte del bárbaro reino norteño, tuviera ni la más mínima posibilidad de entrever el mal que la humillante despedida le había producido.

Se retiró todo lo deprisa que su orgullo le permitió. Cuando llegará a la intimidad de su celda podría dar rienda suelta a sus lágrimas, pero no antes, no delante de esos hombres ni en presencia de sus compañeras.

Cuando se quedaron solos, empezó la dura negociación sobre los honorarios que las reverendas matres percibirían por el regalo de la maternidad cedida al joven rey consorte.

Eiren ya se imaginaba que la cantidad sería abultada, pero cuando oyó la primera cifra, un sudor frío comenzó a bajar por su espalda.

Tres mil piezas de oro, ochocientas piezas de ámbar skhoniano, y quinientos quintales de trigo, fue la desproporcionada cifra sugerida por la matre superiora Nunn Likinette como pago por el necesitado heredero de Skhon. Eiren suspiró pensando que la vieja mujer sería un hueso duro de roer.

El rey se giró hacia Orisses y no se sorprendió al ver el intenso color rojo que mostraba su rostro; los labios fuertemente apretados y la mandíbula tensa, le dijeron que el buen comandante estaba casi al borde de una apoplejía.

Habría sido gracioso si no fuera por lo serio del chalaneo que las presuntamente piadosas mujeres hacían del mandato de la Diosa.

* * *

Todo estaba listo para que el dragkis se hiciera a la mar.

Tan solo esperaban la llegada de la hermana procreadora Geseladin para zarpar y abandonar, Eiren esperaba que para siempre, la hermosa, pero odiada para esos momentos, ciudad.

El acuerdo con la matre superiora había sido rápido. Finalmente el contrato que habían formalizado dejaba abierta la posibilidad de dos embarazos con una estancia permanente de dos años de la hermana procreadora en Skhon.

Eiren aunque eligió a la joven, no estaba completamente convencido de que lo mejor era que el vientre de Geseladin gestara a dos de los hijos y herederos de Karos, pero como entendió que realmente esa cláusula del contrato no lo ataba, terminó por aceptarla.

Ahora que estaba en el barco, y en realidad casi desde el mismo momento en que respiró el cálido aire del exterior de la casa de las matres de Amma, comenzó a sentirse mal por su comportamiento con la hermana Adalis. No comprendía el profundo desagrado que había sentido repentinamente por la bellísima mujer. No se reconoció a sí mismo, él, normalmente era mucho más cuidadoso con los sentimientos de las personas con las que se relacionaba. ¿Entonces por qué había sido tan seco, rayando en lo grosero con la pobre chica?, ahora que lo pensaba, se sintió avergonzado por los epítetos que había utilizado en su interior para calificarla.

La voz de Eurol, el sanador, lo interrumpió de sus remordimientos.

Koningur siôur, ¿me permitís que os hable antes de que zarpemos?

A Eiren le costó no torcer el gesto. Aunque intentaba no evidenciar lo que aún recelaba del joven y atractivo sanador, todavía le costaba ímprobos esfuerzos que no se le notará en cuanto tenía que mantener un mínimo trato con él.

—Dime Eurol, de qué se trata.

El joven hombre entró en la cabina y dejó caer la cortina para resguardar en lo que pudiera la intimidad de lo que le iba a decir.

—Es Hanon, me’hssur —le dijo—. Después de examinarlo he mantenido una larga conversación con él.

—¿Y?

Me’hssur, por lo poco que recuerda; sospecho que fue raptado siendo muy pequeño, no más de siete u ocho años, pero en la casa de su amo continuaron educándolo, seguramente con vista a prepararlo para el puesto de mayordomo o algo así, cuando dejara de ser un joven paje. Es muy inteligente y despierto, y por esto koningur siôur, me preguntaba qué habíais decidido sobre su futuro. Si tenéis a bien el decírmelo.

Eiren se lo quedó mirando, no sabía que pensar. El sanador había demostrado en repetidas ocasiones que poseía una inteligencia fuera de lo común, por lo que no sería raro que reconociera esa misma cualidad en el niño, pero el rey no lo había tratado lo suficiente como para dejar que se ganara su confianza.

—Eurol si te soy sincero no he decidido nada sobre el tema. La verdad es que apenas he tenido tiempo —respondió finalmente Eiren.

—Os agradezco vuestra paciencia me’hssur. ¿Puedo esperar no obstante que el koningur siôur me tenga presente como tutor de Hanon cuando decidáis su destino?

—¿Crees que el niño podrá estar interesado o incluso contar con la inteligencia suficiente para convertirse en sanador, Eurol?

—Sé que puede sonar a locura, pero creedme me’hssur. He pensado mucho en esto, y todo hace pensar que posee el don, además es muy curioso; mientras lo examinaba no paró de hacerme preguntas, y algunas realmente muy certeras —razonó el sanador.

—¿Has podido averiguar la procedencia del muchacho?, quizás tenga familia y pueda ser devuelto a ella, ¿no te parece?

—Hanon es un nombre sureño, koningur siôur, más concretamente muy habitual en el pequeño reino de Samala, justo al sur de Uxama. Podríamos intentar indagar allí, aunque él no recuerda mucho de su familia lamentablemente.

—¿Y cómo sabes tú eso? —Por más que lo intentaba el rey no conseguía evitar un tono de desafecto cada vez que se dirigía al sanador. Eso era algo que le desagradaba profundamente, pero por más intentos que hacía, el impertinente tonillo siempre estaba ahí, justo arañando la superficie.

El joven sanador lo miró serio y dio la impresión de tomar una decisión sobre algo que le producía inseguridad por el modo en que refregó sus manos como si las estuviera lavando.

—Ruego al Koningur siôur me perdone si me atrevo a preguntarle, ¿qué he hecho para que me apreciéis tan poco?

«Y aquí lo tienes Eiren, al final has conseguido que el pobre sanador haya reunido el valor de enfrentarte, bien merecido lo tienes» no pudo dejar de pensar el rey consorte. Miró a Eurol con una mezcla de vergüenza y compasión porque se daba cuenta en ese momento más que nunca, del daño que el siempre frío trato recibido por su parte le ocasionaba al joven.

—Eurol sinceramente lamento el no haber ocultado mejor mis recelos por tu persona. Créeme por favor —le explicó Eiren—. No debería haber dejado que lo notaras, pero para ser completamente franco, cada vez que estás en mi presencia apenas puedo contener los celos que siento por tu relación con mi real esposo.

El sanador hizo una mueca de dolor y a continuación soltó un profundo suspiro.

Me’hssur, creo que ha llegado el momento de que os asegure que jamás ha habido nada entre el koningur Karos y yo. Os lo juro me’hssur. El comandante Orisses es mi testigo.

—Lo sé, Eurol, mi esposo ya me lo explicó —aquí Eiren no pudo evitar fruncir ligeramente el ceño—; pero aun así, me cuesta no seguir teniendo dudas sobre lo que hacía Karos en tu carromato tanto tiempo, ni las razones que tenía para acudir tan seguido a su interior —terminó confesando el rey consorte, y paradójicamente, sintió un intenso alivio al desnudar sus temores ante el que interiormente seguía catalogando como rival.

—El koningur, me’hssur Eiren, departía mucho con el comandante, yo intentaba mientras tanto mantenerme todo lo alejado que podía teniendo en cuenta las dimensiones reducidas con las que contaba para ello —le fue explicando el sanador sin ocultar la profunda pena que sentía por la mala impresión que había provocado en su rey—. Creedme me’hssur, el koningur Karos os ama sin reservas, se lo oí decir en muchas ocasiones cuando hablaba con el comandante. Por lo demás, en cuanto el comandante Orisses caía en un sueño, me’hssur Karos se marchaba inmediatamente. Es cierto que en todo momento me demostró un inmejorable trato, pero pensé y sigo pensando que fue provocado por su agradecimiento al colaborar en la recuperación de su amigo y no por que me mirase de ninguna manera inapropiada.

Eiren pensó en lo que le había dicho y acabó por ver la sinceridad que había en las palabras y gesto compungido del joven sanador, por lo que por primera vez se propuso así mismo el firme propósito de dar a Eurol una oportunidad real para darse a conocer sin tener que luchar contra los prejuicios que siempre, se reconoció el rey, había tenido hacia él.

—Te agradezco lo dicho, y te doy mi palabra que desde este momento por mi parte no volverás a notar menosprecio o desagrado alguno —lo tranquilizó—. En cuanto a Hanon, pensaré sobre qué sería mejor para él y te informaré cuando haya tomado una decisión. Muchas gracias Eurol, puedes retirarte.

Koningur siôur, como siempre estoy a vuestro servicio —dijo inclinándose y seguidamente se dio la vuelta y salió de la cabina real.

Un rato más tarde llegó al muelle una litera, dentro de la cual iba la hermana procreadora Geseladin acompañada de su maestra la reverenda matre Loucia Anu-Nesile. Esto último sorprendió y disgustó por igual al rey consorte. Eiren no simpatizó con la mujer mayor desde el mismo momento en que se conocieron, pero en bien de evitar cualquier tipo de escándalo, hizo de tripas corazón y las recibió con su mejor disposición.

Acompañó el rey a ambas mujeres a la pequeña cabina que habían preparado bajo la cubierta, y donde Geseladin dispondría de un lugar privado para poder descansar al resguardo de las miradas de los marinos skhonianos.

Una vez se hubieron despedido las dos mujeres, dándole la maestra las últimas recomendaciones a su pupila, desembarcó la reverenda matre, y el dragkis se aprestó a salir del muelle.

Los remos se hundieron profundamente en las calmas aguas del puerto y lentamente, gracias al esfuerzo de los brazos de los que bogaban, el navío fue separándose del lugar donde había permanecido amarrado.

Eiren, de pie en la proa del dragkis, fue viendo como el barco se alejaba despacio de la ciudad navegando hacia atrás mientras el timonel no pudiera ir haciendo girar al navío una vez llegaran a la zona despejada de otros barcos y que aún se encontraba bastante distante.

«Adiós hermana Adalis, en verdad deseo no haberme equivocado, y si es así, espero que sepas perdonarme y aceptarme de nuevo como mahel cuando mande a por ti».

Con esas silenciosas palabras Eiren se hizo el propósito de rectificar una elección que, en su interior lamentaba, y a la que había sido empujado aunque no comprendiera el modo utilizado.

El dragkis en ese momento comenzó a girar, de manera que su proa fue apuntando al ritmo constante de los remos hacia mar abierto.

El rey dio un suspiro y se encaminó con pasos pausados hacia su cabina.