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Las proteínas y el pueblo feroz

La guerra y la valentía masculina juegan un papel tan destacado en la vida de los yanomamo que el antropólogo Napoleón Chagnon, de la Universidad del Estado de Pennsylvania, denomina a éstos el Pueblo Feroz. Dramáticas monografías y películas muestran que los yanomamo, que viven en los bosques que circundan la frontera entre Brasil y Venezuela, cerca de las cabeceras del Orinoco y del Río Negro, practican una guerra virtualmente perpetua entre sí. Ya he mencionado que el 33 por ciento de las muertes de hombres yanomamo son provocadas por las heridas recibidas durante la batalla. Además, los yanomamo practican una forma especialmente brutal de supremacía masculina que incluye la poligamia, el frecuente castigo de las esposas y la violación en pandilla de las mujeres enemigas capturadas.

Los yanomamo constituyen un caso crucial no sólo porque son una de las sociedades aldeanas mejor estudiadas en las que la guerra se practica activamente, sino porque Chagnon —que es quien mejor los conoce— ha negado que el alto nivel de homicidios dentro y entre las aldeas sea causado por presiones reproductoras y ecológicas:

Enormes extensiones de tierra, en su mayoría cultivables y pródigas en animales de caza, se encuentran entre las aldeas… Al margen de cualquier otra cosa que pudiera citarse como «causa» de guerra entre las aldeas, la competencia por los recursos no es muy convincente [la cursiva es de Chagnon). Las pautas bélicas, generalmente intensas, descubiertas en las culturas aborígenes del bosque tropical, no se corresponden claramente con la escasez de recursos ni con la competencia por las tierras o las zonas de caza… Las tendencias recientes de la teoría etnológica cristalizan cada vez más en torno a la idea de que la guerra… siempre debe ser explicable en términos de densidad de población, escasez de recursos estratégicos como territorio o «proteínas», o una combinación de ambos. Los yanomamo constituyen una sociedad importante porque su belicismo no puede explicarse de este modo.

A pesar del cultivo de llantenes, plátanos y otras mieses, la densidad global de los yanomamo sólo es de aproximadamente 0,5 personas por milla cuadrada, no muy distinta a la de los cazadores-recolectores del Amazonas. Según las pautas de los cazadores-recolectores sus aldeas son grandes, pero las colonias «se fisionan» (es decir, se dividen) mucho antes de alcanzar un total de 200 habitantes. Esto hace insignificantes las aldeas yanomamo en comparación con las colonias indias de los cursos principales de los ríos Amazonas y Orinoco, donde los primeros exploradores europeos encontraron aldeas de 500 a 1.000 habitantes e hileras continuas de casas que bordeaban las orillas a lo largo de ocho kilómetros. Si como sostiene Chagnon hay abundancia de tierra y de animales de caza, ¿por qué la densidad total y el tamaño de las aldeas entre los yanomamo han permanecido tan bajos? La diferencia no puede atribuirse a la guerra puesto que, en todo caso, los pueblos de los cursos principales eran más belicosos que los que habitan en los bosques. Donald Lathrap ha sostenido con argumentos bien fundados que todos los grupos que viven lejos de los ríos principales, como los yanomamo, son las «ruinas» de sociedades más evolucionadas «obligadas a abandonar las llanuras anegables hacia entornos menos favorables».

Los yanomamo no intentan ocultar el hecho de que practican el infanticidio femenino. Esto provoca una proporción por sexos sumamente desequilibrada en la categoría de edades inferiores a los 15 años. Chagnon ha estudiado doce aldeas yanomamo situadas en la zona bélica más intensa, donde la proporción media era de 148 muchachos por 100 muchachas. En una aldea belicosa estudiada por Jacques Lizot, la proporción juvenil por sexos era de 260:100. Por otro lado, tres aldeas estudiadas por William Smole en la sierra de Parima, fuera de la zona bélica más intensa, tenían una tasa promedio juvenil por sexos de 109:100.

Según Chagnon, el hecho de que las hembras sean muy solicitadas, exacerbado por la práctica de la poligamia, constituye una fuente principal de desunión y lucha:

La escasez de mujeres, consecuencia indirecta de una actitud que admira la masculinidad, conduce finalmente a una fuerte competencia y refuerza todo el complejo de waiteri [complejo de ferocidad masculina], que da por resultado más luchas y agresión. En términos prácticos, casi todas las aldeas que investigué se fisionaron a causa de una disputa crónica interna por las mujeres y, en muchos casos, los grupos finalmente iniciaron las hostilidades después de separarse.

Los mismos yanomamo consideran la lucha por las mujeres como la causa principal de «sus guerras».

Pero no todas las aldeas yanomamo están habitadas por hombres feroces y agresivos. Chagnon pone de relieve las diferencias de ferocidad entre las aldeas situadas en lo que él denomina las zonas «central» y «periférica». Entre las aldeas de la «periferia»:

Los conflictos con los vecinos son menos frecuentes… la intensidad del combate está ampliamente reducida… Las aldeas son más pequeñas… las muestras de agresión y violencia se ven ampliamente reducidas en frecuencia y limitadas en su forma…

En consecuencia, estos son los hechos con respecto a los yanomamo que necesitan explicación: 1) las aldeas pequeñas y la baja densidad de población total a pesar de la abundancia evidente de recursos; 2) la mayor intensidad de la guerra y del complejo de ferocidad masculina en la tierra «central» de los yanomamo; y 3) el asesinato de las niñas a pesar de la necesidad de más mujeres a causa de la proporción sexual desequilibrada y de la práctica de la poligamia, necesidad lo bastante poderosa para constituir la motivación de la lucha perpetua y la violencia homicida.

Todas estas características de la vida social de los yanomamo parecen coincidir con la explicación general que he dado del origen de la guerra entre las sociedades grupales y aldeanas. Creo que es posible demostrar que los yanomamo han adoptado recientemente una nueva tecnología o intensificado una preexistente; que eso ha provocado una verdadera explosión demográfica, que a su vez provocó el agotamiento del medio ambiente; y que el agotamiento ha conducido a un aumento del infanticidio y la guerra como parte de un intento sistemático para dispersar las colonias y para impedir que se vuelvan demasiado grandes.

Analicemos en primer lugar la situación demográfica. Según Jacques Lizot:

Las colonias indígenas tradicionalmente se asentaban lejos de los ríos navegables y era necesario caminar varios días a través de un bosque denso e inexplorado para encontrarlas… Sólo recientemente, después de su excepcional expansión hacia zonas no ocupadas —expansión debida tanto a la fisión, la guerra y los conflictos como a un sorprendente aumento demográfico—, algunos grupos se asentaron, alrededor de 1950, en el Orinoco y sus tributarios.

James Neel y Kenneth Weiss consideran que la cantidad total de aldeas yanomamo en la zona estudiada por Chagnon ha hecho más que duplicarse durante los últimos cien años. Calculan que la tasa global de crecimiento de la población durante el mismo período ha mediado entre el 0.3 y el 1% anual. Empero, la tasa de crecimiento en las aldeas donde la guerra es aún hoy más intensa parece haber sido mucho mayor. Partiendo de una sola aldea hace 100 años, ahora hay 2.000 personas en las doce aldeas estudiadas por Chagnon. Si la aldea original se dividió por la mitad cuando su población alcanzó los 200 habitantes, la tasa de crecimiento de estas colonias sería superior al 3% anual. Pero dado que la aldea promedio actual en la zona bélica se escinde antes de contar con 166 habitantes, supongo que en esta zona la tasa de crecimiento ha sido aún más alta.

Tal vez parezca desconcertante que, a pesar de tener tasas de infanticidio y de guerra excepcionalmente altas, los yanomamo hayan sufrido una explosión demográfica. Al fin y al cabo, se supone que belicismo e infanticidio impiden dicha explosión. El problema consiste en que carecemos de un registro continuo de la relación cambiante entre el crecimiento de las aldeas yanomamo y la práctica del infanticidio y la guerra. No he dicho que los pueblos que practican la guerra nunca sufrirán un incremento de la población. Más bien sostuve que la guerra suele impedir que la población aumente hasta el punto en el que agota permanentemente el medio ambiente. De acuerdo con esto, los años inmediatamente anteriores y posteriores a la escisión de una aldea yanomamo deberían caracterizarse por una intensidad máxima de la guerra y el infanticidio femenino. La intensidad máxima de la guerra corresponde a la presión para mantener las pautas de vida mediante la explotación de zonas más amplias o más productivas en competencia con las aldeas vecinas, en tanto la intensidad máxima del infanticidio femenino surge de la presión para poner un tope al tamaño de la aldea, a la vez que se maximiza la eficacia colectiva. En consecuencia, el hecho de que, globalmente, los yanomamo están implicados tanto en la guerra como en una explosión demográfica no invalida la teoría de que los agotamientos ambientales y las presiones reproductoras subyacen en ambos fenómenos. Por desgracia, todavía no se han reunido los datos necesarios para demostrar mis predicciones acerca del aumento y la caída de la intensidad bélica en relación con el crecimiento y la escisión de aldeas específicas. Sin embargo, la cuestión puede demostrarse de un modo más general al analizar nuevamente las variaciones de las proporciones por sexo entre los grupos yanomamo más pacíficos y los más combativos: la proporción juvenil por sexo de 109:100 en las tres aldeas de la sierra de Parima de Smole comparada con los 148:100 de la zona bélica de Chagnon.

La zona de Chagnon es la que ahora sufre el aumento de la población más rápido y la dispersión más acelerada hacia territorios no ocupados. Por otro lado, ahora la zona de Smole cuenta con una población estable o, quizá, decreciente. Las intensidades máximas de la guerra y el infanticidio en la zona de Chagnon pueden interpretarse fácilmente como intentos para dispersar a la población creciente y, al mismo tiempo, para poner un límite al tamaño máximo de las aldeas. Como ya he dicho, si no existieran limitaciones ecológicas no habría incompatibilidad entre la práctica de la guerra y la crianza de tantos varones como niñas. Es verdad que la guerra en sí plantea una demanda con respecto a la crianza de varones para el combate. Pero el modo más rápido para que los yanomamo críen más varones no consiste en matar o descuidar al 50 por ciento de sus niñas sino en criar a todas hasta la edad reproductora. Únicamente si la población apremia en contra de los recursos, tiene sentido no criar tantas niñas como varones. En seguida analizaré de qué recursos se trata.

¿Por qué la población yanomamo comenzó a aumentar súbitamente hace alrededor de 100 años? No se conoce lo suficiente acerca de la historia de la región para dar una respuesta definitiva, pero puedo apuntar una hipótesis verosímil. Hace alrededor de 100 años que los yanomamo comenzaron a conseguir hachas y machetes de acero de otros indios que estaban en contacto con los comerciantes y los misioneros blancos. En la actualidad su confianza en esos instrumentos es tan completa que ya no saben fabricar las hachas de piedra que en otra época utilizaron sus antepasados. Los instrumentos de acero permitieron que los yanomamo produjeran más plátanos y llantenes con menos esfuerzo. Y, como la mayoría de las sociedades preindustriales, utilizaron las calorías extra para alimentar a niños extra.

Es posible incluso que los plátanos y los llantenes hayan representado un nuevo medio de producción. No son cultivos americanos nativos, ya que entraron en el Nuevo Mundo desde Asia y África en el período poscolombino. Tradicionalmente, la mayoría de los indios del Amazonas confiaban en la mandioca para su provisión de calorías feculentas. La prueba de la aparición de un interés relativamente nuevo en el llantén y el plátano es el hecho de que son los hombres yanomamo quienes los plantan, los cuidan y los poseen. Las mujeres ayudan a transportar los pesados esquejes utilizados para iniciar nuevos huertos y a llevar a casa cargas deslomadoras de tallos maduros; pero, entre los yanomamo, la horticultura es un trabajo básicamente masculino. Como sostiene Smole: «Esto contrasta notablemente con muchos otros pueblos horticultores, de aborígenes sudamericanos», en los que los huertos son «un reino exclusivamente femenino».

Un factor que promovió el cambio hacia la intensificación de la producción de plátanos y llantenes pudo ser la pacificación europea y la extinción (probablemente debido a la malaria y a otras enfermedades introducidas por los europeos) de los grupos arawak y carib que anteriormente dominaron todos los ríos navegables de esta región. En épocas aborígenes, los grandes huertos con árboles repletos de frutos habrían constituido un blanco tentador para esos grupos más numerosos y mejor organizados. Es importante recordar que las guerras yanomamo tienen lugar, principalmente, entre aldeas que se han separado de las colonias comunes de los padres. Los yanomamo se expanden hacia territorios anteriormente ocupados por pueblos ribereños más poderosos. He indicado que, en general, la adopción de un nuevo medio de producción —en este caso, instrumentos de acero, huertos de plátanos y llantenes— provoca el crecimiento demográfico que, a través de la intensificación, conduce a los agotamientos y a una presión renovada sobre los recursos en un nivel más alto de la densidad de población. El tamaño medio de las aldeas estudiadas por Chagnon ha hecho más que duplicarse: hasta 166 en los doce grupos registrados. Smole indica que la aldea típica, en el corazón del territorio yanomamo en la sierra de Parima, tiene entre 65 y 85 personas y que «las poblaciones muy superiores a 100 son excepcionalmente grandes». Otros cálculos sitúan las aldeas medias de precontacto en un promedio de 40 a 60 habitantes.

¿Qué recursos se han agotado al permitir que las aldeas crecieran hasta tener 166 habitantes en lugar del límite anterior de 40 a 85? Con excepción de los grupos que viven a lo largo de los ríos principales y que dependen de las reducidas llanuras anegables para el cultivo de hortalizas, los recursos más vulnerables de los pueblos grupales y aldeanos del Amazonas no son los bosques ni los suelos —de los cuales existen amplias reservas—, sino los animales de caza. Aunque los seres humanos no practiquen la caza en demasía, los bosques tropicales no pueden sustentar una vida animal abundante. Como ya he dicho, en épocas precolombinas las grandes aldeas amazónicas estaban situadas en las orillas de los ríos principales que suministraban peces, mamíferos acuáticos y tortugas. Los yanomamo sólo han ocupado recientemente los emplazamientos cercanos a dichos ríos y todavía carecen de la tecnología para aprovechar los peces y otros animales acuáticos. ¿Pero qué ocurre con la afirmación de Chagnon en el sentido de que las zonas entre las aldeas son «pródigas en animales de caza»? En observaciones anteriores, Chagnon daba la impresión contraria:

Los animales de caza no abundan y una zona se agota rápidamente, de modo que un grupo ha de mantenerse constantemente en movimiento… He asistido a cacerías de cinco días con los yanomamo, en zonas en las que durante décadas no se había cazado, y si no hubiésemos llevado algunos alimentos, habríamos estado sumamente hambrientos al final de ese período… ni siquiera capturamos comida suficiente para alimentarnos a nosotros mismos.

Chagnon podría haber sacado fácilmente una impresión falsa de superabundancia si su observación posterior corresponde a las «tierras de nadie» entre los territorios aldeanos. Ésa sería exactamente la impresión que uno esperaría si dichas tierras sirvieran como refugios animales donde se conserva el ganado de cría.

No sostengo que exista una disminución real en la ración de proteínas per cápita de los yanomamo como consecuencia del agotamiento de los recursos animales. Al recorrer distancias más largas, capturar animales menores, coger insectos y gusanos, sustituir las proteínas animales por las vegetales y aumentar la tasa de infanticidio femenino (reduciendo la tasa de crecimiento demográfico a medida que se aproxima el punto de escisión de la aldea), la gente puede evitar los síntomas clínicos reales de las deficiencias proteínicas. Daniel Gross, del Hunter College, ha señalado que esos síntomas rara vez han sido registrados entre los amazonas que mantienen su modo de vida aborigen. La ausencia de dichos síntomas ha conducido a algunos observadores a subestimar el significado causal de las proteínas animales en la evolución de las sociedades grupales y aldeanas. Pero si la guerra entre los yanomamo forma parte de un sistema de regulación de la población, el funcionamiento correcto de dicho sistema consiste en evitar que las poblaciones alcancen densidades en las cuales los adultos resultan desnutridos y débiles. Por ello, la falta de síntomas clínicos no puede tomarse como prueba en contra de la existencia de presiones ecológicas y reproductoras agudas. Gross ha calculado que la ingestión diaria de proteínas animales per cápita en los grupos aldeanos del bosque tropical alcanza un promedio de 35 gramos. Aunque está muy por encima de las necesidades nutritivas mínimas, es aproximadamente la mitad de los 66 gramos de proteínas animales consumidos diariamente per cápita en Estados Unidos. Los norteamericanos alcanzarían el cálculo de ingestión media de proteínas animales de Gross al comer una gran hamburguesa (5,5 onzas) una vez al día. No es una comparación muy impresionante para los habilidosos cazadores que viven en medio de la selva más grande del mundo. ¿Cuánta carne obtienen los yanomamo? William Smole ha hecho la única afirmación definida sobre el tema. Aunque la caza es indispensable para el estilo de vida yanomamo y a todos les gusta mucho comer carne fresca, Smole informa:

No es excepcional que pasen varios días seguidos durante los cuales ningún hombre de una shabono [aldea] sale de caza o en los que se come poca o ninguna carne.

El hecho es que, bajo las condiciones del bosque tropical, se necesita una enorme cantidad de tierra para asegurarse incluso la modesta ingestión de 35 gramos diarios per cápita de proteínas animales. Además, el aumento proporcional de la zona esencial para mantener este nivel de consumo es mayor que cualquier otro aumento en el tamaño de la aldea. Las aldeas grandes provocan disturbios proporcionalmente mayores que las pequeñas puesto que el nivel cotidiano de actividad de una aldea grande provoca un efecto adverso en la disponibilidad de animales de caza durante varios kilómetros a la redonda. A medida que una aldea se expande, sus partidas de caza tienen que recorrer distancias cada vez mayores para encontrar una abundancia razonable de animales de caza. Rápidamente se llega a un punto crítico cuando, a fin de no volver con las manos vacías, los cazadores deben pasar fuera la noche y esto no es algo que les guste hacer en una región de combates intensos. En consecuencia, los aldeanos están obligados a aceptar una reducción de las raciones de carne o a dividirse y dispersarse. Al final escogen esta última posibilidad.

¿Cómo reaccionan los yanomamo ante la presión contra los recursos proteínicos y cómo la traducen en la división real de una aldea? Chagnon pone de relieve el hecho de que las divisiones de aldeas están precedidas por un incremento de la lucha por las mujeres. Gracias al relato de Helena Valero, una brasileña capturada por los yanomamo, sabemos que las esposas se dedican a insultar a sus maridos cuando la provisión de animales de caza merma, práctica común entre muchos otros grupos del bosque tropical. Los mismos hombres, después de regresar con las manos vacías, se muestran susceptibles con respecto a la insubordinación real o imaginaria por parte de sus esposas y de sus hermanos menores. Al mismo tiempo, el fallo de los hombres envalentona a las esposas y a los hombres jóvenes no casados para indagar la debilidad de los maridos, los mayores y los caciques. El adulterio y la brujería aumentan, de hecho y en la fantasía. Las facciones se solidifican y las tensiones crecen.

La escisión de una aldea yanomamo no puede ocurrir pacíficamente. Los que se alejan sufren inevitablemente grandes castigos pues están obligados a transportar los pesados esquejes de plátano y llantén hasta los nuevos huertos, a buscar refugio entre los aliados y a pagar la comida y la protección con dones de mujeres mientras esperan que los nuevos árboles maduren. Muchos ataques de una aldea contra otra representan la prolongación de las disputas intra-aldeanas. Las incursiones entre aldeas no emparentadas también aumentan con el ascenso de las tensiones dentro de las aldeas. A medida que las expediciones de caza recorren distancias mayores en busca de los recursos que disminuyen, los animales de caza, las incursiones en zonas tapón entre las aldeas, e incluso en los huertos enemigos, se tornan más frecuentes. Las tensiones en relación con las mujeres conducen a incursiones más frecuentes en busca de mujeres, como alternativa del adulterio y como validación de la masculinidad y de las jerarquías de caciques amenazados.

No intentaré describir detalladamente todos los mecanismos que sirven para anunciar y transmitir la amenaza del agotamiento de recursos animales y que movilizan la conducta compensatoria de las escisiones y la dispersión de las aldeas. Pero estoy convencido de que he ofrecido pruebas suficientes para demostrar que el caso de los yanomamo fortalece la teoría de que la guerra grupal y aldeana forma parte de un sistema para dispersar a las poblaciones y reducir su tasa de crecimiento.