EPÍLOGO

DEBO confesarles que diversas circunstancias han impedido epilogar este libro como inicialmente estaba previsto. Había pensado que fuese Eva Mingorance, hija de la víctima, quien pusiese las últimas palabras, transmitiéndonos sus sentimientos, sus experiencias... Podía haber sido una nueva luz, una nueva óptica desde la que ver los hechos. La idea le pareció muy buena. Después, por razones que desconozco, puso ciertos reparos, cierta condiciones... No volví a pedírselo. Concebí la idea de que fuesen los propios implicados, una vez juzgados y con la serenidad y madurez que le han debido proporcionar estos años, los que ofreciesen su visión actualizada de los hechos. Pero corría el riesgo de que se avivasen las supuestas rencillas entre las familias implicadas. Renuncié al proyecto. El Capellán de la Prisión, por su trato con los personajes y por su cualificación para hablar del demonio y el exorcismo podría haber sido el indicado para ofrecernos una visión, tal vez novedosa de las personas y los hechos. Me pareció muy delicado implicarlo en un tema escabroso y complejo como éste. No le pedí su colaboración. Resumirles el libro no era mi intención. Había concebido un epílogo que fuese un verdadero apéndice, fuera del libro, excepto en un nexo que lo ligase conceptual y emocionalmente con él a través de personajes cualificados. No pudo o no debió ser.

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Han pasado dos años, con sus días y sus noches, los grises de la duda, los verdes de la esperanza o los negros del dolor. Son muchos días para cuatro personas encarceladas como consecuencia de unos hechos y creencias que tienen sus raíces fuera de nuestro tiempo. Les ha dado lugar a reflexionar, a mantener sus tesis o arrepentirse. Han recibido la sentencia del tribunal, entre relaciones de hechos, fundamentos y demás lexicología jurídica, que para ellos no es otra cosa que un jaral en el que sólo interesan dos palabras: cárcel o libertad. También recibieron la sentencia del pueblo, que mayoritariamente, sin connivencia alguna, fue condenatoria, aunque no faltaron grupos que con un concepto minorativo de la culpa los absolvieron. Queda por conocer el veredicto de sus conciencias, que podrá, se condone o no el pecado, dejar indelebles heridas. Por encima de la muerte y la cárcel han quedado sentimientos de aversión entre ramas de una misma familia, avivados por unos recuerdos que se animan en el señuelo de la venganza. Mientras para unos perdura el tañer de las campanas a difunto, para otros tañen a júbilo. Tal vez ni la mayor remotidad sea capaz de apagar las pasiones que laten en unos y otros, como si de sucesos recientes se tratase. Obviar al demonio en todo este tema es como pretender ocultar el sol con la mano, queda fuera de la realidad dimensional. Tengo la impresión que las versiones demoniológicas se han evitado, por distintas razones, en cada nivel cultural, sociológico, científico, jurídico...

¿Ha sido todo una comedia destinada a ocultar oscuros móviles?

¿Pudo llegar el grupo de personas a la locura colectiva como consecuencia de una inducción histérica y/o paranoica?

¿Está nuestra sociedad preparada para enjuiciar casos como éste?

¿Es cierto el suelto de prensa que un letrado leyó en el juicio donde se decía que en Italia hay al menos doce millones de personas que creen en las echadoras de cartas, medium, espíritus y demonios?

¿Por qué el padre Armorth demanda de la conferencia episcopal italiana más y mejor preparados exorcistas?

¿Es cierto que personas de la responsabilidad del Primer Ministro italiano o del Presidente del Senado están implicadas en estas prácticas, según el propio Diario de la República?

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«... como era de prever muchos artículos con su correspondiente titulación, estaban dedicados, no precisamente a los profundos análisis teológicos, exegéticos o eclesiológicos del Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sino más bien a las referencias (algunos párrafos entre decenas de cuartillas) a aquella realidad que la tradición cristiana designa con los nombres de Diablo, Demonio o Satanás. ¿Por el atractivo de lo pintoresco? ¿Por la divertida curiosidad hacia eso que muchos (incluso cristianos) consideran como una «supervivencia folklórica», como un aspecto «inaceptable para una fe que ha llegado a la madurez»? ¿O acaso se trata de algo más profundo, de una inquietud que se oculta detrás de la burla? ¿Serena tranquilidad, o exorcismo revestido de ironía? «(Informe sobre la Fe. Card. Joseph Ratzinbger. Vittorio Messori)».

Alocución de Pablo VI el 15 de Noviembre de 1972: «Tengo la sensación de que por algún resquicio ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios». Si en el Evangelio, en los labios de Cristo, se menciona tantas veces a este enemigo de los hombres, también en nuestro tiempo él, Pablo VI, creía en «algo preternatural que había venido al mundo para perturbar, para sofocar los frutos del Concilio Ecuménico y para impedir que la Iglesia prorrumpa en el himno de júbilo, sembrando la duda, la incertidumbre, la problemática, la inquietud y la insatisfacción».

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¿Podemos limitar el fenómeno diabólico al reducido microhábitat del Albayzín?

¿No habrá sido este caso la efervescencia de un fenómeno tenido y silenciado por una gran parte de la sociedad, donde tal vez por su mayor cultura se establece un dique que contiene las tendencias?

Se ha dicho que esto sólo podía ocurrir donde ocurrió, en un lugar con las peculiaridades culturales y generacionales del Albayzín, pero creo que habría que añadir que hay cientos de millones de personas en el mundo, repartidas por millones de barrios donde de darse factores predisponentes, culturales y mentales, podría repetirse la historia granadina.

El ateo puede enjuiciar el fenómeno como una consecuencia negativa de la religiosidad.

Para el agnóstico puede ser un argumento más para defender que a lo sobrenatural se llega por la emoción, pero nunca por la razón.

Para el católico el suceso escapa de una verdadera posesión demoníaca y rechaza como exorcismo el método empleado para tratar de expulsar al demonio.

Para el sociólogo puede ser un fenómeno propio de la incultura la superstición, la religiosidad natural mal concebida...

En el ambiente judicial se han manejado diferentes argumentos: homicidio, imprudencia, lesiones con resultado de muerte, miedo insuperable, arrebato y ofuscación, trastorno mental transitorio, enajenación...

Fanáticos y sectaristas han querido ver más allá de la propia razón atribuyendo los hechos, incluso los que tienen explicación científica, a fenómenos sobrenaturales, haciendo de la superstición dogma de una doctrina negra.

El científico se ha interesado por aquellas facetas que despiertan su interés y aumentan su experiencia.

Para el pueblo el exorcismo del Albayzín han sido una noticia algo sorpresiva y novedosa, si es que en nuestro tiempo quedan personas con capacidad para sorprenderse. Pero en todo caso, y por diferentes razones, ha despertado el interés de la mayoría.

Una vez más estamos frente a la pluralidad conceptual, a la relatividad de las cosas según los puntos de referencia que se tomen, a la disparidad de concepciones y emociones que un mismo suceso despierta en unas u otras personas.

Personalmente pienso, que el «exorcismo del Albayzín», es una triste suceso más, de los muchos que a diario se dan, pero con unas connotaciones religiosas, pseudorreligiosas, supersticiosas, de incultura..., que le proporcionan una naturaleza muy peculiar.

Como Mariano ha manifestado al final del juicio se han debido decir muchas mentiras. Creo que se han ocultado muchas cosas. Y todos coincidimos en que Encarnación guarda con ella en la tierra la mayor parte de los secretos. Somos desconcertados espectadores, que movemos la cabeza de uno a otro lado y aguzamos el oído para tratar de descifrar lo que cada apuntador le dice al actor. Las familias implicadas creo que siguen enfrentadas. Las raíces supersticiosas no se acabado de pudrir y en cualquier momento y por cualquier parte pueden volver a brotar. Es posible que el demonio estuviese allí aquella noche. Puede que sea ahora cuando realmente está interviniendo. Desde mi modesta perspectiva pienso que pudo no actuar nunca, ya que basta la maldad que los hombres llevamos dentro para permitir la confusión.

Cuando los periódicos que dieron las noticias amarilleen por el paso del tiempo; cuando las ondas radiofónicas, que llegaron a tantos lugares, queden desnaturalizadas y perdidas por cualquier rincón del espacio; cuando los que, de uno u otro modo, intervinimos en todo este proceso, hayamos envejecido tanto que casi no tengamos capacidad de recuerdo; cuando la niebla que cubrió aquella noche a modo de sumario, el Instituto Anatómico, haya sido muchas veces agua y nubes; cuando este libro, ya raído, duerma en el fondo de un baúl olvidado, o esté de saldo en un tenderete, donde nadie compra; cuando la tierra egoísta e implacable haya apurado hasta la saciedad el cuerpo de Encarnación y nada visible quede de él; cuando los autores de esta muerte recuerden, si es que la ancianidad se lo permite, retazos de lo ocurrido, fuera de las emociones e intereses que en su día les motivaron...; cuando todo quede en el tiempo como el desvanecido y último hálito que se confunde con la nada...; cuando todo esto ocurra nos habrán sucedido las nuevas generaciones que nosotros habremos configurado. ¿Parecerá entonces, si se conoce, el exorcismo del Albayzín, una irrelevante anécdota propia de una generación malformada? ¿Habrán superado esas generaciones venideras la superstición, la incultura, los impulsos innobles? ¿Serán mejor que nosotros? ¿Más felices? En nuestras manos está.

Se han echado las cortinas. Ha caído el telón. Se ha disipado el eco de las últimas increpaciones y aplausos. Se han ido apagando luces. Público y actores han abandonado el teatro. Ha finalizado una tragicomedia que a muchos nos pone en la duda entre lo soñado o lo vivido. Escondido o aislado en el proscenio, a la luz de unas tímidas y tenues candilejas queda el autor, como un cenobita, en sus últimas reflexiones íntimas, en sus últimos análisis de la representación, porque él, como Vds., posiblemente ahora, en el sereno silencio del fin, tiene muchas más dudas.

FIN