Varias sesiones con Mariano en diferentes días
AUNQUE algunas han sido por la mañana, la mayor parte de ellas fueron por la tarde o la noche. Exigencias de nuestro trabajo, nos obligaban a escoger horarios que pueden parecer inoportunos. Mezclo fragmentos de varias sesiones. Me reservo todo aquello que estimo puede lesionar la intimidad de la persona. Reproduzco cosas que han sido o han podido ser de dominio público y otras conocidas a nivel personal fuera de la profesión. No rompo en ningún momento el secreto profesional en aquellas situaciones en que se me pidió. En cualquier caso puedo decirles que no guardo demasiadas cosas importantes y que las pocas que guardo no ocultarían ni aclararían nada en el caso.
Llevamos conversando un rato, de cosas intrascendentes respecto al motivo de la visita. Tocamos el tema de la cárcel, las costumbres allí, el tiempo, lo frioleras que son algunas personas, lo largos que se hacen a veces los días...
—Pregunte Vd. No ha venido a informarse sobre mi vida aquí. Demuestre Vd. si soy o no un enfermo mental.
—¿Qué ocurrió aquella noche Mariano?
—Lo que tenía que ocurrir. El Príncipe de las Tinieblas estaba allí. El mató a Encarni, bueno a Encarnación. Ella ha muerto, pero el demonio se encarnará en otra persona. ¡Tenía Vd. que haber visto aquello! Hablaba con voz de personas que hacía mucho que habían muerto...
—¿Cuándo hablaba con esas voces, movía los labios del
mismo modo que cuando hablaba ella? ¿Era una voz que no saliese de su boca?
—Hablaba ella, pero con voz a veces de hombre o de mujer, pero que en nada se parecía a la suya. Después, cuando dejaba de hablar por boca de un muerto, no solía recordar lo que había dicho. Mire Vd. eso era para haberlo visto. ¿Y qué me dice Vd. de las cosas que hacía con el cuerpo? Eso no hay quien lo haga. Ni los del circo. Si parecía que tenía roto el cuello y el cuadril. Yo se algo de francés y ella habló además otros idiomas porque aquello no era ni Francés ni Español.
—Mariano, tengo la impresión de que allí pudo haber mucho teatro.
Carcajadas que terminaban en su sonrisa patriarcal y comprensiva. Me miraba fijo a los ojos, aspiraba y expelía mucho humo del cigarrillo. Se volvía a reír. Movía la cabeza. Se quedaba después muy serio y decía:
—Don Manuel, allí estaba el demonio. Se lo digo yo. Nada gano ni pierdo con que Vd. se lo crea. Haga lo que quiera. Las cosas que pasaron allí no eran normales. Recuerdo cuando a Encarni se le erizaron los pelos. Se pusieron de punta. Los ojos como con sangre, pero vueltos, en blanco y los gritos que daba no eran de mujer.
—Vd. pudo estar sugestionado, incluso tener alucinaciones y ver cosas que no existieron...
—Alucinado, ¿verdad? Pregunte Vd. a las otras. Pregunte a Enriqueta a Pepi, a Isabel. Además Vd. lo sabe, aunque no quiera reconocerlo.
—¿Tomaron drogas?
Esta vez la carcajada de Mariano fue mucho más larga de lo habitual y su mirada mucho más condescendiente a la hora de «indultarme».
—Nunca he probado eso. No lo nombre Vd. siquiera. Drogas... drogas. Lo que estaba pasando lo veíamos todo. Los que estamos aquí en la cárcel y algunos que no están. Mire Vd. el demonio estaba dentro de Encarni.
—¿Le gustaba a Vd. Encarni?
—Como Vd. está pensando, no. Eramos amigos, porque los dos queríamos ayudar a su familia. Si seguían las apariciones, aquello iba a quedar mal. Había muertos que no hacían luz y no podían retirarse a descansar.
—¿Es Vd. católico, Mariano?
—Si soy católico. Lo que pasa es que no practico. Voy alguna vez a misa cuando hay un funeral o algo así. Pero sí, creo en Dios.
—Cree en la resurrección?
—Mire Vd. no resucitamos, lo que pasa es que pasamos a otra vida. Los que hacen luz, siguen buscando luz entre las tinieblas. A veces se retiran a descansar para siempre a otra vida. Otras veces no pueden hacer luz y piden cosas a los seres de éste mundo y entonces tenemos que ayudarles. Hay que ser humanitario, pero también con los espíritus.
—¿Qué o quién cree Vd. que mató a Encarnación?
—Se mató ella sola. Conocía muy bien los brebajes y sabía lo que había que darle. Ella sabía que podía morir, o por lo menos yo me lo creo, pero si vivía sin echar a Satanás, la poseería para siempre y su hijo sería hijo también de Lucifer.
—Vd. sabe Mariano, que yo hice la autopsia y abrí la matriz de Encarni y allí no había nada, ni hombre, ni Satanás.
Nueva sonrisa de Mariano, esta vez más picaresca e intencionada.
—Se quiere Vd. quedar conmigo. ¿Acaso pensaba Vd. ver a Satanás? Se pudo hacer humo o irse a otro vientre para habitarlo.
—Le importa Mariano que hagamos unos test. ¿Sabe Vd. lo que es eso?
—Más o menos, sí.
—Le pido que escuche bien mis instrucciones.
Le referí todo aquello que es de interés para obtener mayor rendimiento. Le presenté láminas del test de Rorschach. En una de ellas, invirtió tanto tiempo en contestar que pense que atravesaba un periodo de enajenación. Me sorprendió poco después con una serie de respuestas muy elaboradas y curiosas. El test de Rorschach consiste en presentar al explorado una serie de láminas con unos dibujos que parecen manchas. El tiempo de observación, el tipo de respuesta, la visión, el colorido, la asociación de ideas, el concepto estático o dinámico de la respuesta, el parecido que vea, según sea con animales, personas, objetos, etc. además de otros muchos factores permiten conocer muchas peculiaridades del individuo. Se llegan a conocer muchos rasgos de su personalidad y hay patrones establecidos para diagnosticar una serie de enfermedades mentales como la esquizofrenia, psicosis maníaco depresiva, etc, etc. Por la experiencia en este tipo de exploración, nada más concluirla y antes de su corrección e interpretación, ya tenía una cosa muy clara: Mariano no era un simulador.
—¿Qué ven Vds. con estas pruebas?
—Muchas cosas.
—¿Y con esto se sabe si una persona está loca?
—Hombre, no solamente con esto. Hay que hacer más
pruebas. Incluso puede ocurrir que después de muchos estudios, no sepamos si la persona está o no está bien de la cabeza.
—¿Y cómo estoy yo?
—Hasta ahora normal.
—¿No me miente Vd?
—No le miento y si algún día llego a la conclusión de que es Vd. un loco, se lo diré.
—Estas pruebas tenían que habérsela hecho a la muerta.
—¿Por qué?
—Se podrían descubrir muchas cosas. Dentro de esa mujer había varios espíritus y podían contestar ellos.
—Mariano. ¿No habría una motivación sexual en todo lo que pasó?
—No le entiendo. ¿Qué quiere Vd. decir?
—Que si no sintió Vd, deseos de... ya me entiende de estar con Encarnación.
—No señor, nunca. Eramos buenos amigos y nada más. ¿Vd. cree que con todo lo que allí estaba pasando, estaba uno para pensar en esas cosas?
—Mariano, me gustaría hacerle un test para explorar su esfera sexual y saber cómo es Vd. ¿Le importaría?
—No. Haga Vd. todo lo que tenga que hacer.
El test se practicó y Mariano resultó ser normal sin ninguna patología, con un concepto liberal, sin repercusión alguna sobre el sexo.
—Mariano, ¿Llegó Vd. a ver a Satanás en algún momento?
—No. Escuchamos su voz en boca de Encarnación.
—¿Es cierto que salió humo de la vagina de Encarni?
—Claro que salió. ¿No le digo que allí estaba Lucifer? Vd. puede creerlo o no, pero yo le digo que las cosas que allí pasaron no eran normales.
—¿Quién había cohabitado con Encarni para engendrar a Satanás?
—No le entiendo. Hábleme Vd. más claro.
—Quiero decir que si el engendro era de un hombre o del demonio.
—Fue el propio demonio quien poseyó a Encarnación con algunos trucos de magia negra y la preñó.
—Es un poco complicado asimilar todo esto... pero quiero entender que Satanás estuvo con ella y después dentro de ella.
—Exactamente, exactamente... Eso, eso es lo que ocurrió.
A Mariano se le pasaron además de varias entrevistas los siguientes test: Rorschach, Raven, Wais, Harri, Egun y otros. Varios de inteligencia. Algunos test se le pasaron con varias metodologías, entre ellas la de respuestas inducidas. Se cotejaron los resultados de unos y otros.
Mariano no era un simulador. El resumen de una de las exploraciones con test que constan en sumario y que se hizo pública en varias ocasiones durante la vista oral fue el siguiente:
«Este estudio nos ha permitido en gran parte descartar la simulación en el explorado. No se han apreciado alteraciones psicopatológicas en la esfera intelectual. No se han apreciado alteraciones que permitan hablar de psicopatología sexual. Existe labilidad afectiva, escasa confianza en si mismo, no conducta anti social, rasgos paranoicos, contenido estereotipado o cristalizado en algunas facetas de la personalidad. En resumen puede hablarse de desorden paranoico, perseveración reactiva de los personajes y otros desórdenes encubiertos (Resultado de Test de apercepción temática de Henri A Muray)».
Los test de ansiedad que se le pasaron en diferentes ocasiones nos permitieron confirmar que existía un mínimo de ansiedad en Mariano, aunque a veces se detectó una ansiedad fóbica subclínica, algo elevada.
Las conclusiones psicodiagnósticas que se hicieron públicas durante el proceso fueron:
«Hombre con síndrome esquizofreniforme paranoico compensado, crónico, que le permite una vida sociolaboral en su entorno y cuya patología se manifiesta en lo referente a su poder de curación que tiene en las manos y a hechos paranormales. No se aprecian desviaciones sexuales, especialmente sadomasoquistas. Inteligencia y voluntad sin alteraciones».
Respecto a la imputabilidad de Mariano se dijo:
«...al no darse otros factores de inimputabilidad y el que se da no lo encontramos de suficiente profundidad y agudización para nublar su YO—Conciencia, sino para limitarlo en la concepción y ejecución de los hechos es por lo que estimamos que existe una imputabilidad restringida o limitada».
El día del juicio, el conjunto de peritos dictaminarían y matizarían muchos conceptos nuevos, llegando incluso a la conclusión de que Mariano podría ser totalmente inimputable.
Entre las muchas anécdotas que pueden referirse en este caso, hay una en relación con este estudio. Fue una de las noches que yo acudí a la cárcel acompañado de los dos médicos. Estaba mi juzgado de guardia y llevábamos un día de mucha agitación y trabajo. Había salido de casa sin desayunar. No me había dado tiempo a almorzar. Había tomado cinco o seis cafés. Eran sobre las nueve de la noche cuando llegamos a la cárcel y nos entrevistamos con Mariano. Nada más llegar me sentí mal. Una especie de desvanecimiento. Al parecer me quedé muy pálido. Mariano con mucha autoridad me dijo:
—Ya lo sabía yo. Esto no quedará así. Van a pasar muchas cosas antes de que todo esto termine.
Yo como católico creo en el demonio, aunque no en el mismo que Mariano y del mismo modo, aquella noche y sólo por un instante, sentí deseos de «tirar la toalla». En fin y por si acaso al día siguiente me sometí a un chequeo médico y se me diagnosticó un excelente estado de salud. Había tenido una simple lipotimia por agotamiento físico y falta de ingesta alimentaria. Después comentándolo con un funcionario de la cárcel, me dijo que a él le ciaba miedo todo esto y que debíamos de tener cuidado, que con el demonio no se juega. Mariano no nos convenció. Seguimos en el caso y fueron muchas horas de entrevistas. No se repitió ninguna lipotimia más, porque yo tampoco repetí ningún exceso como aquel día.
* * *
Llegué a la cárcel a la caída de la tarde. Era muy desapacible el día. Había neblina a lo lejos y unos nubarrones con tonalidades grises y negras, que parecían arropar el tejado de la prisión. A la entrada sólo me encontré con dos gitanas jóvenes que me preguntaron si sabía yo a qué hora salían los presos que quedaban en libertad. Lo ignoraba. Ese día, fui solo. Me correspondía trabajar con Pepi.
—¿A cuál de ellas va Vd. a ver? —Me preguntó la funcionaria de turno que amablemente, al igual que otros días me cedió la salita donde las entrevistábamos.
—Josefa Fajardo.
—Estaba muy nerviosa esta tarde. Esta chica cada día acepta menos la realidad.
Al rebasar la puerta coincidí con una señora que cumplía prisión preventiva y que pocos días antes había visto para valorar unas lesiones. Su saludo fue una advertencia.
—Tenga Vd. cuidado con estas mujeres. No se cómo no las llevan a otro sitio.
—No tienen nada especial. Son como nosotros, normales y corrientes.
—Eso no se lo cree ni Vd.
La quedé sin respuesta, porque me invitaron a pasar a la dependencia que daba acceso al lugar donde explorábamos a las procesadas. Pepi no tardó ni cinco minutos en venir.
—Buenas noches. Menos mal que ha venido Vd. Tenía ganas de contarle muchas cosas. Necesito hablar. Necesito que me escuchen. Yo no puedo continuar aquí. Me estoy volviendo loca. Si no salgo acabaré loca... loca. Veo visiones. Oigo voces...
—Cálmese. No está en mí el sacarla de aquí.
—Hable Vd. con la juez.
—Pepi, entiéndame. Yo sólo soy médico y estoy aquí para reconocerla, para estimar si es Vd. una mujer normal.
—Venga, vamos. ¿Qué quiere Vd. que le cuente?
—Antes de que empiece, quiero advertirle que el tratar de engañarme, es engañarse Vd. misma. Sólo con la verdad podremos saber qué fue lo que pasó y si la participación suya fue voluntaria y consciente o no. Necesito saber todo lo que pasó para así poder deducir el estado emocional de Vds.
—Fue horrible.
—Empecemos hablando de Bernardo. Ese personaje que decía que le hablaba José.
—Parece que es cierto. Bueno en mi familia son muy dados a hablar de estas cosas. José murió de una enfermedad de la sangre. Creo que ya desde el principio Mariano le calentaba la cabeza a Bernardo.
—¿Cree Vd que Bernardo está loco?
—Yo pienso que no.
—¿Miente acaso?
—Yo no sé. — Se pone muy nerviosa— ¿Qué me importa a mí todo esto? ¿Para qué sirve todo esto y qué tiene que ver con mi libertad?
—Cuando Vd. llegó por la mañana, ¿Cómo encontró a Encarnación?
—Yo qué sé. Estaba muy rara.
—¿Vd. cree que realmente lo que presenció no fue teatro?
—Yo qué sé... Yo me lo creí. Me dijeron lo del demonio. — Se echa a llorar. —Mire Vd. yo me iba a casar ya mismo. Me dicen que el demonio va a entrar en la barriga y se va a adueñar de mí. Esa mujer no estaba normal. Mi tía estaba poseída. Que sí, que se le notaba.
—¿Qué pasó con los pelos, que creo que se pusieron de punta?
—Sí. De pronto se le pusieron de punta y comenzó a retorcerse y hablaba en muchos idiomas.
—¿Sabe idiomas?
—No. Pero Mariano decía que a veces era francés, pero que había palabras que él no entendía y que eran otras lenguas.
—¿Qué me dice de Enriqueta? Quiero saber cómo la ves tú. ¿Crees que hizo teatro?
—Yo no sé. Habló como si fuese la abuela y la voz le cambiaba. Pero yo no sé. Yo ya estoy hecha un lío.
Era la tercera o cuarta jornada de trabajo con Pepi. Le habíamos pasado varios test. Hoy haríamos el de Rorscharch. Había observado cómo a medida que pasaban los días estaba menos segura de que todo lo ocurrido hubiese sido cierto, obra de Satanás. Pero aun le quedaban muchas dudas. Muchos miedos, que tardaría tiempo en desechar.
Le expliqué en qué consistía el test. Tomó la primera lámina y la devolvió de inmediato.
—Yo no veo aquí nada.
Hizo lo mismo con la segunda.
—Si quieres— Unas veces la tuteaba y otras le hablaba de Vd. La veía muy joven y parece que le daba más confianza, aunque no lo manifestaba, el tuteo— lo dejamos, pero lo que hagamos, hay que hacerlo bien. Estoy aquí para estudiarte.
Puede ser una de tus salidas y te encierras en no colaborar. No lo entiendo.
—¡Qué quiere que haga! ¡Si yo no hice nada! ¿Porqué me tienen aquí? ¿Sabe Vd. cuándo saldré?
—No lo sé.
Le mostré nuevamente la primera lámina a la que siguió la segunda, tercera... y así hasta el final. Las conclusiones del test fueron que podía valorarse como normal, sin manifestaciones patológicas apreciables, pero con matices de defensa y desconfianza en el conjunto de actitudes e interpretación de las láminas.
De pronto se echó a llorar de nuevo.
—Es que tengo mucho miedo. No quiero quedarme sola. Tengo mucho miedo. He pasado mucho miedo, Vd. no lo sabe bien... Vd. no sabe lo que allí pasó.
Nuevamente volvía a creer que no había farsa en lo ocurrido. Había que aprovechar estos momentos de extroversión de Pepi, movidos por el estado anímico. La dejé hablar durante largo rato.
—...Yo me lo creí todo. De pronto no sé lo que me entró. Recuerdo las cosas sólo a medias. Dicen que le pegué a mi tía y que le metí la mano. Yo no le entré la mano. No recuerdo si le pegué. Me temblaban las piernas. Se me nublaba la vista. Creí que iba a morirme. Me volví loca y hubo un momento que creí que el demonio ya estaba dentro de mí. De verdad que no se lo que pasó. Allí estaban todos cómo locos. Ocurrían cosas muy raras. No habían dormido. Tenían todos cara de sueño. No paraban de hacer cosas. Quemaban ropa. Me ducharon con agua fría. Limpiaban el suelo. Le daban a beber cosas... Cuando la vi retorcerse y empezar a hablar como lo hacía... ¡Sí, aquello era el propio demonio! Mi tía era buena. Yo la quería mucho. ¿Cómo iba yo a querer hacerle daño? Pero esa no era mi Ha, era Satanás...
Siguió hablando largo rato, pero repitiendo la mayor parte de las cosas. Fue uno de los momentos de máxima sinceridad de esta mujer. De ese largo monólogo saqué muchas conclusiones. Entre ellas que Pepi había llegado aun estado de terror que le había motivado lagunas amnésicas. Debió sufrir un shock emocional muy intenso.
Habían pasado unos días. Era la última jornada con Pepi. Le habíamos practicado gran cantidad de test. Habíamos mantenido largas entrevistas. Habíamos estudiado sus reacciones, conducta, comportamiento, emociones... A pesar de su resistencia, habíamos penetrado en su interior. Empezábamos a entenderla.
Las conclusiones que después se harían públicas y debatirían en el juicio oral fueron:
«Conclusiones psicodiagnósticas sobre Josefa Fajardo Guardia: No encontramos patología del estado de ánimo. Tendencia depresiva reactiva propia de su situación en la cárcel. No hay alteraciones de la inteligencia que es media normal. No encontramos patología de la personalidad, si bien hemos de significar que se trata de una persona temperamental, movida siempre por conveniencias o incentivos, apasionada, orgullosa y, con cierta autoestimación. No encontramos patología de la voluntad. No encontramos patología de la memoria tanto cualitativa como cuantitativa. No hay alteraciones en la yoidad—conciencia. No hay ninguna enfermedad mental. Desde el punto de vista médico, existe imputabilidad plena en los hechos presuntamente delictivos en que puede estar implicada.»
Me quedé con una sensación de tristeza e impotencia por no poder llegar más lejos. Sabía y sé que dentro de Pepi quedaron guardadas muchas cosas. También sé que algunas están en lo más profundo de su subconsciente y que ni ella misma conoce. Pero ella no se abrió más o nosotros no supimos profundizar más en busca de las verdaderas razones y la verdadera situación psíquica y anímica de la procesada. Tengo la sensación de que la cárcel la está erosionando en lo más profundo del alma.
* * *
Es la primera noche que trabajamos con Isabel, exceptuando aquél primer contacto para establecer las líneas de trabajo y darnos a conocer.
—Antes de hablar de ti, hablaremos de Enriqueta —iniciamos ésta táctica de trabajo para conocer hasta qué punto, Isabel podía estar dominada por su hermana mayor—. Cuéntanos el concepto que tienes de tu hermana y qué papel jugó el día de los hechos.
—Bueno... pues yo qué sé... Ella estaba allí...
—¿Es cierto que entró en trance y habló por algunos difuntos?
—Sí es cierto. No era ella. No era su voz.
—¿Crees en el demonio?
—Sí.
—¿Crees que estaba dentro de Enriqueta cuando hablaba por voz de personas muertas?
—No. Pero como estaba allí mi prima Encarni... Yo creo que por eso hablaba así mi hermana.
—¿Qué echabais en los vasos que le dabais a Encarnación?
—Yo no sé muy bien... Ella decía lo que había que echarle. Yo sólo ayudé a preparar alguno.
—¿Salió humo de Encarnación?
—Sí.
—¿Se le pusieron los pelos de punta?
—Sí, como una esponja y la cara y los ojos muy raros.
—¿Es cierto que echasteis al water todas las joyas de Encarni por mandato de ella y quemasteis sus ropas?
—Sí. Estaban embrujadas.
—¿Llegasteis a creer que Enriqueta estaba embrujada?
—No... pero estaba muy rara. Yo creo que fue culpa de Encarni...
—¿Quieres mucho a Enriqueta?
—Sí. Es muy buena.
—¿Quieres decirme qué fue lo que más te impresionó aquella noche?
—Los espíritus. Todos estábamos llenos de espíritus. Hasta que no echásemos a Satanás, no se irían.
Seguimos hablando un rato. Después le pasamos algunos test y volvimos a los hechos nuevamente. Había cambiado de actitud. La frialdad inicial, se convirtió en una acalorada defensa de Enriqueta y un continuo inculpar a Mariano y a su prima Pepi.
Se le hizo un estudio muy amplio. Se le pasaron los mismos test que a los demás. No se apreció ninguna enfermedad mental y se estimó que era plenamente imputable. Tenemos la sensación de que nos faltan muchas cosas que conocer de esta mujer. Manifestamos en el informe que en su personalidad, había unos rasgos psicopáticos de ánimo frío, que saldrían nuevamente a relucir en el juicio oral en la fase pericial. Tengo la impresión de que de Isabel sabemos lo que Enriqueta ha querido que sepamos.
Una vez más, abandonamos la cárcel con esa sensación de estar rodeados de gente extraña, supersticiosa, que ven y oyen demonios en cualquier rincón. Estábamos ya cansados de tanto fenómeno paranorma). Pero los testimonios de unos y otros coincidían. Quedaba mucho por aclarar y estábamos llegando al final de las exploraciones. Sólo nos quedaba Enriqueta.
Algún problema debió tener Enriqueta aquel día, y probablemente en relación con la familia, aunque una funcionaría nos había dicho que las mujeres de la cárcel, tenían mucho miedo. Cada día más y que ninguna quería dormir cerca de ellas. Alguien había insultado a Enriqueta según nos dijeron, incluso llegaron a amenazarla. Otras versiones circulantes, que no pasarían de ser bulos callejeros, decían que la familia de Encarnación, se la tenía guardada a Mariano y a Enriqueta. Parece que se había desviado la atención de Pepi, hacia su prima.
—Me gustaría que me cuentes qué sientes cuando vas a entrar en trance.
—No sé explicarlo. Es que no me acuerdo casi de nada. — Enriqueta «padecía» una extraña amnesia. Cuando no quería decir algo o prefería evitar imprecisiones, manifestaba haber olvidado, no acordarse—. Dicen que yo miraba como si no viese a la gente y me ponía a hablar y me preguntaban y contestaba. Me hacían preguntas del más allá y yo las respondía.
—¿Has estado alguna vez en el «más allá»?
—Yo no. Pero los espíritus hablaban por mí y respondían a cosas que yo no sabía.
—¿Has presenciado muchas sesiones espiritistas?
—No, sólo dos, con mi prima Encarni.
—¿Crees en los espíritus?
—Claro que creo. Estoy convencida. Después de lo que yo he visto, cómo para no creer.
—¿Es cierto que hablastes con voz de personas que hacía mucho que habían muerto y conocías cosas de ellas que por tu edad no era posible?
—No me acuerdo. Pero han dicho eso los que me oyeron.
—¿Crees en el poder de Mariano?
—Sí. El era el único que conocía bien cómo echar a Satanás del cuerpo de mi prima.
Hablamos al final bastante relajados y llegamos a la conclusión de que Enriqueta se había convertido en la estrella de un espectáculo y subconscientemente no estaba dispuesta a abandonar.
La visitamos al menos en cinco ocasiones más. Le hicimos los mismos test que a los demás. En las conclusiones del estudio, dijimos que no había enfermedad mental alguna. Trastornos menores de la personalidad con tendencia a la autoestimación, la simulación y la fabulación. En la vista oral, se manejarían nuevamente todos estos conceptos y cada uno trataría de apropiarse de aquella frase o concepto que mejor viniese a sus proyectos de acusar o defender a Enriqueta.
Fuimos a la cárcel durante al menos tres meses. Dedicamos al estudio directo con los procesados unas ochenta horas. En la corrección de los test y las conclusiones invertimos unas cien horas. El informe final que entregamos en el Juzgado de Instrucción número ocho de Granada que instruía el sumario, constaba de 41 folios mecanografiados, aparte de los gráficos.
Una vez más circunstancias especiales, este caso está lleno de éstas circunstancias, nos obligaron a trabajar día y noche para entregar el informe. La Magistrada Juez que instruía el Sumario, se marchaba fuera de Granada en una comisión de servicio y quería dejarse terminado lo último que faltaba.
Se han omitido detalles del test de inteligencia, personalidad, sexualidad, etc. que aunque pueden hacerse públicos en la vista oral, estimo que no deben quedar como testimonio escrito por poder dañar la intimidad de la persona y perjudicar sus intereses. No quitan ni ponen nada a lo esencial del caso, tampoco ayudaría a esclarecer muchas cosas. Solamente creo que pueda tener efectos sobre la curiosidad de algunos lectores, tal vez estimulada por mi propio silencio. Les aseguro que lo que oculto no es relevante.