CRUCE DE LLAMADAS

—¿Conocías a Lola? —preguntó Mark, saliendo de la morgue y dirigiéndose hacia la salida del hospital.

—Sí. Era una buena amiga —dijo con amargura—. ¿Y tú?

—Me presenté en la reunión de la embajada en la que estabas tú.

—¿La has visto últimamente? —interrogó Kay, muy serio.

Mark se tomó unos segundos para responder, mirándole de soslayo.

—No, le pedí el teléfono para hacerle una entrevista, pero al final no me ha dado tiempo. Ni la he llamado.

Kay no quiso preguntar más, habría tiempo más adelante y ahora solo podía pensar en Lola. Caminaba por un inmenso pasillo en silencio; hay que aplazar el dolor, se decía, hay que evitar que maten a alguien más, con un mundo de recuerdos agolpándose en su cabeza, la risa inconfundible de su amiga, sus ganas de vivir. Su generosidad absoluta, su devoción por el país. Quiso sentarse y recorrer los fotogramas de lo vivido con ella, eliminar la última imagen que había quedado en su mente de lo que fue. Pero Kay era un profesional. Siguió caminando, mirando al frente.

Luchaba por frenar el torbellino de sentimientos que se acumulaban en su corazón cuando vio a lo lejos un celador empujando una pequeña camilla que transportaba lo que parecía otro cadáver. No le habían cubierto el rostro aún, giraba por el pasillo de la izquierda. Se detuvo de golpe. ¡Era la cara de Jan, el indonesio compañero de Lola! Se lanzó a por el celador corriendo y forcejeó con él para destapar la sábana. Ahí estaba el chico, con el cuello degollado. El sello inconfundible de Khalil, el de Kapisa.

De pronto, todo adquirió sentido. La conversación que escuchó en el UNICA comiendo una hamburguesa, Jan, Lola y Yulia hablando de la corrupción en la embajada. Las pruebas, Domar.

Cogió el teléfono y marcó el número de su superior, pero de repente la batería murió, con un sonido agónico que marcó el estallido final de su paciencia infinita.

—¿Tienes teléfono? —preguntó a Mark con ansiedad.

—Sí —respondió confundido el reportero, que no comprendía muy bien de quién era ese otro cadáver y el repentino nerviosismo de Kay.

—¿Quién es este tío?

—Ahora te lo cuento. Pásame el teléfono, por favor.

Mark buscó en su riñonera y sacó el móvil negro. Kay se lo arrancó de las manos, se apartó a un pasillo contiguo y marcó el teléfono de Nico.

Mario y Nico charlaban animadamente mientras caminaban hacia la entrada del Cuartel General de la OTAN, conversando sobre el viejo afgano que les había traído el supuesto veneno líquido a casa y poniendo en entredicho su fiabilidad como fuente. Aseguraba que los talibán iban a impregnar el interior de los zapatos de los soldados para cometer un atentado a gran escala.

—Pues anda que si es tóxico de verdad... Y nosotros aquí paseándonos por todo Kabul con él, madre mía —dijo Mario, entre risas.

Habían tomado algunas precauciones teniendo en cuenta la entrega, una chapuza. Llegó metido en un bote de conservas de cristal y los agentes lo habían intentado sellar con algo, pero no encontraron cinta aislante ni cosa que se le pareciera. Kay subió a la habitación y bajó con un paquete de preservativos, rieron de buena gana. Protegieron el recipiente con un primer condón que ataron con un nudo y decidieron poner dos más, por si acaso. Habían pedido ayuda a todos los servicios secretos conocidos para analizar el contenido, pero desgraciadamente tuvieron que llevárselo a los estadounidenses, que tenían el instrumental necesario. La última opción.

Entraron por los controles de seguridad mostrando sus acreditaciones y nadie se extrañó al ver en las máquinas de infrarrojos una conserva de guisantes con látex alrededor. Avanzaron entre los barracones muy deprisa y llegaron al descampado de las tiendas, donde les habían pedido que esperasen a un contacto. A los pocos minutos, apareció un hombre vestido de Neil Armstrong, con una especie de traje espacial blanco que le cubría de la cabeza a los pies. Mario y Nico se miraron sin saber si reír o llorar, habían tenido aquel producto en casa un par de días, Dios sabe de qué se trataba, aunque aquello les pareció un poco exagerado. El astronauta no medió palabra, alargó el brazo y Nico hizo el honor. Entregaron ceremoniosamente el misterioso producto y dieron la misión por finalizada.

Sonó el móvil de Nico.

—Aquí está pasando algo gordo —dijo Kay, sin preámbulos—. El cuerpo sin cabeza no es Yulia, es Lola.

Nico se quedó desconcertado, procesando la información unos instantes. Era amiga de los tres. Cerró lo ojos. Kay siguió hablando.

—También he encontrado aquí el cuerpo de Jan. Degollado. ¿A qué te suena?

Nico se tomó un minuto para recomponerse.

—A Khalil —dijo finalmente.

—Bingo.

Kay puso al corriente a sus compañeros de la conversación que escuchó en el UNICA aquel día, ahora tan lejano. Les transmitió sus temores, podría haber sido capturada por la gente del embajador. Habían matado a Lola porque tenía pruebas y se las iba a dar a Yulia, explicó.

—¿Y el traductor? Hay que interrogarlo —dijo Nico.

—No sé dónde está. Hay que localizarlo, ayudadme.

La voz de Kay sonaba implorante.

—Kay, tranquilo. Vamos a encontrarla. Déjame hablar con los de la NIC, que nos echen una mano. Estamos en el HQ, vamos recabar algo de información con nuestros amigos aquí y con nuestro contacto en la embajada, ¿de acuerdo?

—Daos prisa.

Colgó. Kay se quedó un momento mirando la pantalla, pensando en las personas que podrían ayudarle, cuando de pronto vio un número familiar en la lista de llamadas del teléfono. Era el número de Lola. Dos llamadas. A las 12.30 de hoy y a las 23.45 de ayer. Abrió mucho los ojos, incrédulo. Una rabia indescriptible nació de sus entrañas y se instaló poco a poco en su entrecejo. Instintivamente, se agachó con lentitud y cogió la pistola de la bota, poniéndola a la vista. Luego se giró como un autómata para salir en busca de Mark, fuera de sí.

El periodista no tuvo tiempo de reaccionar. Kay le propinó un golpe certero en la sien con la culata de la Glock que le pilló por sorpresa. Cayó al suelo.

—¡Qué te pasaaa! —gritó Mark, palpándose la herida de la cabeza.

Kay se quedó de pie e hizo caso omiso a la pregunta del reportero, que no se movía y estaba con los ojos cerrados, mostrando una mueca de estupefacción. Kay levantó la pierna y le dio una patada en el esternón sin toda la fuerza de la que era capaz. El grito ahogado de Mark resonó con eco en el pasillo vacío.

—Pasa que estás metido en todo esto. ¿Con que no has llamado a Lola? —preguntó, con los dientes muy apretados.

Mark contestó desde la oscuridad, con un hilo de voz y una sensación extraña en un lado del cerebro.

—¡Que nooo, joder! —vociferó de nuevo, mirando ahora a Kay con sorpresa.

El celador observaba la escena escondido detrás de una esquina, temeroso de intervenir. Kay tenía los ojos inyectados en sangre. Se agachó y miró fijamente a Mark.

—¿Y qué significan estas dos llamadas? —preguntó, con una calma escalofriante, mostrando la pantalla del teléfono.

—¿Qué llamadas?

Kay escudriñó el movimiento de los ojos, detectaba perfectamente cuándo la gente mentía.

—La de esta mañana... a las 12.30 de hoy, y la de las 23.45 de anoche. Es el número de Lola...

Mark abrió los ojos de par en par y movió las pupilas hacia la izquierda. Diría la verdad.

—La de esta mañana, ni idea...

Kay mostró un gesto de impaciencia.

—Joder, joder, espera, espera... anoche... ¡Ese jodido Castilla!

—Habla —la voz del espía sonaba hueca.

—Estuve tomando una copa con él, vino a verme al Serena. A veces me pasa información y tenía cosas sobre la matanza de los surcoreanos en la Jalalabad Road. Me estuvo contando cosas que metí en la crónica de hoy. Yulia dormía.

—Y qué tiene que ver...

—... déjame hablar, por favor. Durante la cena perdí de vista la riñonera. Al despedirnos, un tipo afgano que lo acompañaba apareció con ella en la mano, dijo que la habían encontrado tirada en el suelo del hall, junto a la mesita en la que estuve escribiendo.

Mark hablaba muy deprisa.

—¿Cómo era el tipo?

—Pues más o menos de tu estatura, la piel oscura, vestido de blanco y con... sí, con un puñal o algo así en la cintura.

El espía se incorporó, no necesitaba más. Khalil. El dato completaba el cuadro, el de Kapisa habría buscado el teléfono de Lola en el móvil de Mark. Y estaba claro que habían dado con ella. Cogió de nuevo el teléfono del periodista y marcó el número con el que se comunicaba con Abdelrazaq.

- Vale —dijo el afgano al descolgar.

—Soy Kay. Necesito información ya. Yulia, la periodista española de la que nos hablaste en Le Petit Pain. Ha desaparecido. Mueve cielo y tierra, amigo mío. Llama a todos tus contactos. Encuéntrala. Es muy importante. Busca pistas en la embajada española y tus primos de Herat.

—Dame un tiempo...

—Lo quiero ya. Por favor.

Abdelrazaq se tomó unos segundos para responder.

—Hablo con los míos y te llamo.

—No tengo mi móvil. Llámame a este número.

Kay salió a toda velocidad del edificio sin mirar atrás, dejando a Mark en el suelo del pasillo gritando frases ininteligibles que ya no le importaban lo más mínimo. La prioridad ahora era dar con Yulia. Cuanto antes.