Capítulo XXXIII: El futuro incierto

Las frías aguas del lago se mecían suavemente por el viento. Anaíd recorrió sus orillas sin desfallecer y sin apartar ni un segundo la mirada del fondo de su lecho. Su imagen, la imagen que le devolvía el lago la incomodaba y la llenaba de orgullo. Creía ver a Selene en esa joven esbelta, de largos cabellos y movimientos felinos. Pero esperaba encontrar otro rostro. El rostro amado de Criselda, que permanecía prisionero del embrujo.

Por fin lo halló.

— Ahí, está ahí —señaló Anaíd emocionada.

Selene se arrodilló junto a ella. Las dos contemplaron a Criselda que peinaba sus largos y hermosos cabellos junto a la orilla. Parecía más joven, más serena, más ausente.

— ¿Nos puede ver? —preguntó Anaíd.

Selene se lo confirmó.

— Sabe que la estamos mirando. Fíjate.

Y Criselda sonrió con la dulzura del que siente la paz.

— ¿Es feliz?

Selene la abrazó.

— Tú eres la elegida y estás viva. Eso le basta.

— Y ya soy mujer.

— Eso no lo sabe pero lo puede intuir. Mírala, díselo con tu mirada.

Anaíd sonrió a su vez a Criselda y su sonrisa contenía la promesa del regreso. Nunca la olvidaría.

Anaíd suspiró.

— Tengo miedo.

Selene la reconfortó.

— Es natural. El poder produce vértigo.

— ¿No me dejarás, verdad?

— Serás tú quien me deje a mí.

— ¿Yo?

— Es ley de vida, Anaíd.

— ¿A ti te ocurrió?

— Claro.

— ¿Y fue entonces cuando conociste a Cristine?

Selene palideció.

— Ésa es una larga historia.

Anaíd ya lo sabía.

— ¿Algún día me la contarás?

Selene calló, estaba pensando.

— Algún día.

De pronto Anaíd se llevó las manos a la cabeza.

— ¡Mierda!

Selene se asustó.

— ¿Qué ocurre?

Anaíd inició su regreso.

— Que me he olvidado por completo de cumplir un juramento.

— ¿Un juramento?

— Juré a la dama traidora y al caballero cobarde que los liberaría de su maldición.

— ¿Cómo?

— Lo que oyes.

— Pero...

— Es una larga historia —la cortó Anaíd.

Selene comprendió y le guiñó un ojo con complicidad

— ¿Algún día me la contarás? Anaíd calló y simuló pensar.

— Algún día.