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Interpretación e hipótesis en los estudios sociales

Los positivistas clásicos, de Ptolomeo en el siglo II a Bacon en el XVII y a Mach en el XIX, identificaron la investigación científica con la recolección de datos. En consecuencia, consideraban la formulación de hipótesis y la teorización como meros resúmenes económicos de datos empíricos, y manca como faros para alumbrar la búsqueda de nuevos datos, ni mucho menos para comprenderlos. La estricta distinción entre investigación y teoría, ahora inconcebible en la tísica, es aún habitual en los estudios sociales. E incluso en 1967, cuando el apogeo del positivismo ya había pasado, no se incluyó una entrada para «hipótesis» en la prestigiosa Encyclopedia of Philosophy.

A pesar de ella, es obvio que, de modo rutinario, los científicos presuponen, formulan y ponen a prueba multitudes de hipótesis. Éstas no son otra cosa que conjeturas cultas que, en amplitud o en profundidad, van más allá del sentido común y la experiencia inmediata, o aun en contra de ellos, La siguiente muestra aleatoria de ideas científicas contraintuitivas bastará para comprobarlo: los principios de inercia y de inducción electromagnética; la teoría atómica y la hipótesis de los fotones, la hipótesis de evolución a través de la variación génica y la selección natural; la hipótesis de que el material genético está constituido por moléculas de ADN; la hipótesis de que los procesos mentales son procesos cerebrales; la hipótesis de que la legalización del aborto contribuiría a la disminución del delito; y la hipótesis de que todo avance tecnológico posee efectos perversos imprevistos. Tal como observara Darwin, incluso la recolección de datos está precedida por hipótesis, comenzando por la hipótesis de que lo que uno busca puede existir y puede, además, ser relevante para el problema que se tiene entre manos. Sin hipótesis no hay ciencia propiamente dicha: ni datos interesantes, ni explicación bien fundada. (Véase, por ejemplo, Herschel, 1830; Whewell, 1848; Naville, 1880; Peirce, 1958 [1902]; Poincaré, 1903; Popper, 1959 [1935]; Bunge, 1998a [1967]; Wolpert, 1992.)

Los idealistas afirman que, aunque lo anterior puede ajustarse ad caso de las ciencias naturales, no lo hace a las ciencias sociales, a las cuales denominan «ciencias del espíritu» (Geisteswissenschaften) o «ciencias morales». Esto vale particularmente para la escuela hermenéutica, fundada por el filósofo neokantiano Wilhelm Dilthey (1883-1900) y a la cual se adhirió —sólo con palabras, pero no con hechos— Max Weber (1913-1922). Los hermenéuticos proponen remplazar la hipótesis y la explicación por la Verstehen (interpretación o comprensión). Esta tesis merece ser discutida no tanto por sus méritos, como por su popularidad entre los llamados científicos sociales «humanistas» (de escritorio), así como en el movimiento posmoderno. (Véase, por ejemplo, Garfinkel, 1967; Taylor, 1971; Geertz, 1973, 1983; Ricoeur, 1975; Dallmayr y McCarthy, 1977; Mueller-Vollmer, 1989.)

6.1. ¿Significado, finalidad, función o indicador?

Según la hermenéutica, los hechos sociales, a diferencia de los naturales, poseen «significados».[17] De allí que no haya que explicarlos a la manera de los hechos naturales. En lugar de ello, los hechos sociales deben ser «interpretados» o «comprendidos» a la manera de los textos, antes que explicados en términos causales.

Desafortunadamente, los hermenéuticos no se preocupan por elucidar este peculiar concepto de significado. Aun así, por el contexto, parece que quieren significar algo así como propósito, finalidad o función. O sea, parecen utilizar el sentido vulgar de «significado», prevaleciente en el alemán y el inglés coloquiales, como cuando se dice que una acción determinada es «significativa»[18] o tiene «sentido»,[19] porque lleva a la finalidad o realiza la función deseada o, en caso contrarío, «no tiene sentido»[20] si falla en alguno de estos aspectos. En este sentido, el «significado» de las pirámides del Antiguo Egipto es que simbolizaron el poder del Faraón, o quizá su construcción «tenía como finalidad»[21] proveer de empleo a los labradores entre una y otra de las inundaciones periódicas de las márgenes del Nilo.

En otras palabras, los hermenéuticos no utilizan el concepto semántico de significado, a saber, sentido junto con referencia (o connotación-cum-denotación) de un predicado o una proposición. (Por ejemplo, «comercio» denota personas y connota convenido mutuamente para cambiar de manos, a diferencia tanto de regalo como de robo). Como se ha observado antes, los hermenéuticos utilizan los conceptos vulgares (o pragmáticos, o praxiológicos) de significado, y los aplican no a predicados y proposiciones, sino a actitudes, intenciones, decisiones y acciones. Sin embargo, se equivocan sistemática, si bien involuntariamente, al afirmar que puesto; que los hechos sociales tienen «significado», son textos o semejantes a textos. Lo cual es como afirmar que la cultura y la horticultura son Una y la misma cosa porque ambas implican el cultivo de algo. En cuanto a la «interpretación» o Verstehen, en los estudios sociales se supone que significa captar el «significado» (finalidad) de una acción, una costumbre o un símbolo. En realidad, el contexto sugiere que «interpretar» una acción o una costumbre es conjeturar su finalidad o su función con la sola ayuda de la intuición, y de las propias ideas preconcebidas acerca de la naturaleza humana. Por ejemplo, quien crea que todos los seres humanos son fundamentalmente egoístas, «interpretará» cada acción humana como un acto egoísta. Y si, en cambio, uno cree que los seres humanos son complejos, variados y algo impredecibles —por lo cual no se comportan como autómatas— probablemente suspenda el juicio hasta que una investigación detallada revele la real motivación de la acción en cuestión. Pero, por supuesto, esa investigación, si es científica, involucrará la explícita elaboración y puesta a prueba de hipótesis precisas, y escrutables. El recurso a la «interpretación» no es más que una licencia para la fantasía arbitraria.

Tómese, por ejemplo, el trabajo de Clifford Geertz (1973,1983), un famoso etnógrafo de «significados y símbolos» quien no cree en lo que él llama «la cosa científica». Geertz ha realizado su trabajo de campo en Java, Bali y Marruecos. Comencemos por su concepción del aldeano javanés típico, cuya ocupación y status no se aclaran. Parece ser que la finalidad en la vida de esta persona es ser alus (refinado), tanto en batin o vida interior, como en lair o conducta exterior. La primera se logra a través de la disciplina religiosa y la segunda por medio de la etiqueta.

Incluso un antropólogo psicoanalítico que no vacila ante las fantásticas «interpretaciones» de Freud, cuestiona las fantasías de Geertz acerca de la lucha de gallos balinesa, a la cual considera un drama de la jerarquía y el status: «Debemos preguntar: ¿con qué fundamento atribuye [Geertz] “vergüenza social”, “insatisfacción moral” y “alegría caníbal” a los balineses? ¿A todos los varones balineses? ¿A un varón balines en particular?» (Crapanzano, 1992: 65).

Aun admitiendo que el alus (refinamiento) es una finalidad de ese pueblo, ¿se trata de la finalidad superior, más importante que la satisfacción de sus necesidades básicas? Presumiblemente, un antropólogo de mentalidad científica hubiese sostenido que esta pregunta sólo puede responderse por medio de la observación del comportamiento de los javaneses en tiempos difíciles. Y supondría que, probablemente, en medio de una hambruna, una plaga, un huracán o una guerra, ese pueblo se comportaría como cualquier otro: sacrificaría el ceremonial por la supervivencia. Un antropólogo científico se preguntaría, también, cómo podría explicar la lucha por el refinamiento, por qué los holandeses conquistaron Java o por qué los javaneses Lucharon eventualmente por su independencia, únicamente para terminar, junto a los demás indonesios, explotados y oprimidos por su propia oligarquía. Hipotetizaría que los símbolos y las ceremonias no explican rotundos cambios. Y podría concluir que la psicología individual no puede explicar los hechos macrosociales, del mismo modo que la física de partículas no puede explicar el fluir de los ríos.

Veamos ahora el informe de Geertz acerca de los balineses. Aparentemente, este pueblo rio necesita afanarse o luchar, y no tiene problemas sociales acuciantes. Para ellos, el mundo es un teatro y la vida una obra con símbolos. Su sociedad, y por cierto toda sociedad, debe ser representada «como un juego serio, y drama callejero o un texto comportamental» (Geertz, 1983: 23). Así pues, todo balines interpreta un papel en una obra eterna caracterizada por un significado espiritual, como supuestamente atestiguan la lucha de gallos, la quema de viudas y otros alegres espectáculos. Lo que más importa en la vida no es cultivar arroz, prepararse para el Monzón, criar una familia, llevarse bien con los vecinos, enfrentar los problemas de la comunidad, o resistir al terrateniente o al administrador colonial. En lugar de ello, lo que importa es superar el lek (temor escénico) y evitar el faux pas (Geertz, 1983: 64). Pero ¿cómo sabemos que se trata de una fiel «descripción densa», libre de hipótesis, en lugar de la fantasía de un antropólogo? No se nos dice: después de todo, si la antropología es un género literario la posibilidad de poner a prueba las ideas es irrelevante.

Otro original hallazgo de Geertz se refiere al modo en que los marroquíes individualizan a las personas. Se nos dice que su principal medio es la nisba, una forma lingüística que puede traducirse aproximadamente como atribución o imputación (Geertz, 1983: 65 y ss.). Por ejemplo, Muhammed será caracterizado como un hijo nativo de Fez, y un miembro de tal o cual tribu, profesión, hermandad religiosa, etcétera. O sea, todo marroquí es individualizado como la persona que es un miembro de la intersección de cierto número de grupos sociales. Pero ¿qué es lo que resulta tan especial de este método de individualización que no puede ser utilizado por un nativo de Manhattan? ¿Y por qué debería considerarse a ese procedimiento universal como un dispositivo lingüístico en lugar de un dispositivo cognitivo? Dado que muchos animales subhumanos y todos los humanos mudos poseen la capacidad de individualizar a sus congéneres, ésta debe ser una operación prelinguística. Y por ser universal, no contribuye a la comprensión de las particularidades de la vida en Marruecos.

Afirmo que estos descubrimientos de Geertz caen en alguna de estas tres categorías: trivial, conjetural y falso. Esto no significa menospreciar la importancia de los llamados componentes simbólicos de toda sociedad. Pero la parte no es el todo, particularmente si es de importancia secundaria. Después de todo, primum vivere, deinde philosophari.[22] Algo semejante vale para las convenciones sociales: se trata de reglas de moderación y coexistencia social (o sumisión de clase, según el caso). Ni los símbolos ni las convenciones sociales pueden remplazar al motor social fundamental: el trabajo. Una antropología que ignora el modus vivendi de la gente no es sólo idealista y fragmentaria: es fantasiosa hasta el extremo de la frivolidad. Y alguien que propone interpretaciones simbólicas arbitrarias de experiencias personales y costumbres sociales sin ponerlas a prueba, sigue los pasos de la «interpretación» de los sueños de Freud, la cual a su vez no era mejor que los calendarios de sueños populares de épocas anteriores. (Véase más críticas a la antropología literaria en Cohen, 1974 y Reyna, 1994.)

El culto de los símbolos recuerda a Maximiliano, el emperador que los franceses impusieron a los mejicanos en la década de 1860. Mientras los revolucionarios mejicanos asaltaban su palacio de Chapultepec, Maximiliano se hallaba ocupado dando los últimos retoques a su manual de etiqueta. Por estar interesado sólo en símbolos sociales, no tema la menor idea de los asuntos sociales, ni indicios acerca de que pronto se enfrentaría a un pelotón de fusilamiento. Moraleja: retirarse al mundo de los símbolos puede ser peligroso para la salud.

Hay aún otro sentido de «significado» en uso en los estudios sociales, a saber el asociado a los indicadores sociales, económicos y políticos. Así pues, se dice que un incremento del número de motines callejeros significa, o indica, malestar social o descontento político, de igual modo en que el humo indica fuego y la fiebre enfermedad. En general, un indicador es una variable observable (o incluso mensurable) que se supone (correcta o incorrectamente) se halla relacionada con una variable inobservable de una manera más o menos precisa. Esta relación es generalmente (y erróneamente) denominada «definición operacional». Prefiero llamarla hipótesis indicadora (véase, por ejemplo, Bunge, 1996a, 1998b). Idealmente, se trata de una relación causal representable por medio de una dependencia funcional.

Pero los indicadores sociales son notablemente ambiguos. Es decir, la mayoría de las hipótesis indicadoras son correlaciones estadísticas en lugar de relaciones funcionales. Por ejemplo, una caída en el precio de una mercancía puede indicar ya sea una disminución de la demanda por ella, ya sea un descenso de su costo de producción. De modo similar, un incremento del número de camas de hospital cada mil habitantes en una región determinada, puede indicar un mal estado de salud de la población o un excelente servicio de salud pública. Debido a esa ambigüedad, baterías íntegras de indica dores se utilizan rutinariamente para revelar inobservables tales como el desarrollo humano o el estado de la economía, la política o la cultura de una sociedad.

Hay dos razones que explican la ambigüedad de la mayoría de los indicadores sociales. Una es que se refieren a relaciones causales múltiples disyuntas de la forma «C1 o C2 o… CnE». (Esto se refleja en la existencia de n correlaciones estadísticas significativas, pero no decisivas, entre las n causas posibles y el efecto). La segunda razón de la ambigüedad de los indicadores sociales es que son empíricos: no están relacionados legalmente con otras variables del modo en que los están los indicadores físicos. En otras palabras, la mayoría de las hipótesis indicadoras están aisladas en lugar de hallarse insertas en teorías.

La moraleja es que la palabra «significado» es polisémica, y por lo tanto debería ser poco o nada utilizada en los estudios sociales. En algunos casos, se la puede remplazar con provecho por las palabras «finalidad» o «función» y en otros por el término «indicador». Más aún, la palabra en cuestión debería estar siempre acompañada por la advertencia de que lo que se halla en juego es una hipótesis clara y pasible de puesta a prueba antes que de una intuición oscura e infalible. En ciencia, a diferencia de lo que ocurre en literatura, las intuiciones son, en el mejor de los casos, precursoras de hipótesis: pertenecen al andamiaje, pero no al edificio que se construye.

La anécdota siguiente ilustra los peligros de la interpretación no controlada. En 1983 me hallaba dando una serie de conferencias frente a una numerosa audiencia en la Universidad Ains Shans, en el Cairo. Una vez, en medio de una conferencia, un hombre se puso de pie, gritó airadamente algo en árabe y dejó la sala seguido por al menos un tercio de los asistentes. Regresó al día siguiente, convencido por mi anfitrión de que debía discutir sus diferencias conmigo. Supe, entonces, que ese hombre era profesor de física y se había enfurecido por mi intento de mostrar que la ciencia y la religión son mutuamente excluyentes. El hombre se había irritado particularmente por mi afirmación de que, a diferencia de la ciencia, la cual siempre busca verdades nuevas, toda religión es un puñado de dogmas, algunos falsos y otros imposibles de poner a prueba. Mi opositor sostenía, en cambio, que el Corán contiene todo lo que vale la pena conocer. Cuando le pregunté «¿Incluso la física atómica?», respondió, «Sí, si es interpretada de modo adecuado». ¿Por quién? Por los que saben. ¿Por medio de qué reglas? Las que son establecidas por los que saben. Fin de la discusión.

6.2. ¿Interpretación, inferencia o hipótesis?

Los datos empíricos son mudos: nada nos dicen por sí mismos. Son la materia prima que ha de ser procesada. Hay cinco concepciones principales con respecto a qué hacer con ellos. Denominaré a estas perspectivas hermenéutica, seudodeductivista, inductivista, deductivista y científica. La primera es, como vimos, el intento de captar directamente la intención o la finalidad que hay detrás de los datos: ésta es la supuesta función de la Verstehen. Sin embargo, esta palabra es ambigua. En efecto, el filósofo Dilthey le daba el sentido de empatía o ponerse en el lugar del agente. En cambio, Weber entendía por Verstehen conjeturar el «significado» (Sinn, Deutung, Bedeutung) de una acción en el sentido de su intención o finalidad. Más aún, Dilthey consideraba que esta operación era subjetiva, intuitiva e infalible, en tanto que Weber la consideraba objetiva, racional y falible. El debate acerca de la correcta interpretación de la «interpretación» lleva ya más de un siglo, pero no se atisba resolución alguna, tal como corresponde a la filosofía inexacta. (Véase, por ejemplo, Hinco, 1981;Dahrendorf, 1987;Bunge, 1996a).

En todo caso, ya sea que se trate de la empatía o de conjeturar la intención o la finalidad, la Verstehen concierne sólo a acciones individuales, no a eventos o a procesos macrosociales. Por tanto, difícilmente contribuya a comprender procesos macrosociales tales como el desempleo masivo, la inflación, los ciclos económicos, o el surgimiento y caída de supersticiones populares, para no mencionar las consecuencias sociales de las catástrofes ambientales. Suficiente en cuanto a la «interpretación». Pasemos a las estrategias alternativas.

Lo que he denominado estrategia seudodeductivista consiste en afirmar que uno debe hacer «inferencias» o «deducciones» a partir de los datos. Por ejemplo, los paleobiólogos, los prehistoriadores y los arqueólogos tienen el hábito de decir que «infieren» o «deducen» el comportamiento e incluso las ideas de nuestros remotos antepasados a partir de los huesos y artefactos que encuentran en los sitios arqueológicos, como si pudiese haber un cálculo lógico que llevase de los datos a las conjetura (véase, por ejemplo, Renfrew y Zubrow, 1994). Pero, por supuesto, tales inferencias son nada más y nada menos que conjeturas acerca de la conducta humana. En efecto, un conjunto de datos empíricos difícilmente implique algo. (Así pues, del dato de que determinado individuo posee cierta propiedad P, sólo se sigue que algunos individuos poseen P. Y el dato de que todos los individuos en una muestra de una población son Ps sugiere, pero no demuestra, que todo miembro de la población es un P).

El arqueólogo que intenta develar el origen o la posible utilidad de un artefacto antiguo no infiere un conjunto de proposiciones a partir de otro siguiendo regla de inferencia alguna: lo que hace es proponer conjeturas más o menos plausibles. Más aún, lejos de confiar en su intuición, del modo en que lo hacen los hermenéuticos, los científicos ponen a prueba sus hipótesis. Por ejemplo, fabrican réplicas de los artefactos y las prueban para controlar si, de hecho, los originales podrían haber realizado las funciones hipotetizadas.

En resumen, en las ciencias, sean éstas naturales, sociales o biosociales, se intenta dar cuenta de los datos empíricos en términos de hipótesis. Una hipótesis científica, ya sea estrecha, ya sea amplia, sea superficial o profunda, concierna o no a las motivaciones de un actor cualquiera, no es exudada por los datos pertinentes, y a menudo es cualquier cosa menos autoevidente. Si resulta confirmada, la hipótesis H, junto con los datos empíricos pertinentes D, darán cuenta del hecho (o los hechos) F en cuestión, según el esquema lógico: H & DF. Ejemplo: El desempleo engendra criminalidad. Ahora bien, la criminalidad ha disminuido. Se infiere, por consiguiente, que el desempleo debe haber disminuido, tal como de hecho ocurrió en EE. UU., durante la década de 1990. (Incidentalmente, esta hipótesis en particular es del tipo mecanísmico: sugiere un mecanismo del cambio en la tasa de crímenes. Un mecanismo adicional es la legalización del aborto, dado que ésta disminuye el número de niños no deseados, y por ende rechazados, que se desarrollan como criminales debido a la anomia y la falta de instrucción [véase Bunge, 1999b para el papel de los mecanismos en la explicación].)

Los inductivistas sostienen que hay una «lógica» para confirmar hipótesis, o incluso para construirlas, fundándose en los datos empíricos. Esta lógica funcionaría así: dado un conjunto de datos de la forma «x es un P», donde la variable x puede tomar cualquier valor de entre los números naturales, es posible asignarle una probabilidad a la hipótesis «todos los individuos dados son Ps». Esta probabilidad funcionaría como crédito o grado de creencia (véase Carnap 1950). Hay por lo menos tres objeciones en contra de esta afirmación. Una es que el concepto de grado de creencia es psicológico, no semántico: no está relacionado con la verdad. Más aun, como Peirce (1958 [1902]: 101) observara hace un siglo, tal «probabilidad» es ajena a la teoría de la probabilidad matemática. Segundo, el procedimiento inductivista es inaplicable a las variables continuas (no enumerativas) tales como la posición y el tiempo. Tercero, tal como observara Einstein (1951), las hipótesis científicas básicas (o de alto nivel) contienen predicados (tales como «energía» y «elasticidad de la demanda») que no aparecen en los datos empíricos que les son pertinentes. En suma, el inductivismo no funciona, aun si producimos generalizaciones inductivas de bajo nivel a partir de datos e inducimos nuevamente al confrontar las consecuencias comprobables de una hipótesis con los datos pertinentes, como cuando concluimos que los datos proveen un fuerte indicio de que la hipótesis es verdadera.

El deductivismo, la cuarta concepción sobre el papel de los datos en la investigación científica, se basa en la regla de inferencia denominada modus tollens, a saber: a partir de AB y no B, inferimos no A. Así pues, si conjeturamos que A causa B y no observamos B, entonces inferimos que A no era el caso. Por lo tanto, los datos sirven para refutar[23] hipótesis. Popper y los otros deductivistas afirman que ésta es la única función de la observación y el experimento: eliminar hipótesis. Pero esto, obviamente, es falso, puesto que estamos más interesados en cosechar verdades que en hallar falsedades. Y una hipótesis puede ser considerada verdadera, al menos con cierta aproximación, cuando se corresponde con un cuerpo sustancial de pruebas empíricas. Éste es el motivo por el cual los científicos se interesan por la confirmación tanto, al menos, como por la refutación.

Es verdad, la confirmación es raramente concluyente, en tanto que la refutación es definitiva, a condición de que la prueba negativa no sea ambigua. Aun así, la confirmación empírica puede ser concluyente en el caso de las hipótesis existenciales, tales como «hay átomos», «hay genes», «existen oligopolios» y «hay democracias políticas». En tales casos, un único ejemplo favorable basta para confirmar la hipótesis.

Además, deductivistas e inductivistas, por igual, pasan por alto un paso importante del proceso de confirmación. Éste consiste en examinar la compatibilidad de la nueva hipótesis con el grueso del 1 conocimiento antecedente. En efecto, uno no se toma la molestia de diseñar la puesta a prueba empírica de la hipótesis en juego a menos que ésta sea plausible, es decir, compatible con el mejor conocimiento disponible. Denomino a éste, requisito de consistencia ex terna (Bunge, 1998b [1967], capítulo 15). Resumiendo, los científicos no se guían por el seudodeductivismo, el inductivismo o el deductivismo: utilizan los datos para controlar hipótesis, así como para motivar su construcción, proponer explicaciones, y realizar predicciones y retrodicciones.

Suficiente en lo tocante a las concepciones seudodeductivista, inductivista, deductivista y científica del papel de los datos empíricos. Volvamos ahora a la escuela hermenéutica. Cuando la idea sea investigar materias sociales, los hermenéuticos seguramente arriesgarán hipótesis. Esto es lo que hacen cada vez que imputan determinados motivos a sus actores. Pero, como Durkheim (1988 [1894]: 188) advirtiera hace mucho tiempo, tal imputación es demasiado subjetiva para ser manejada objetivamente, en particular con respecto a Los agentes que se hallan demasiado alejados en el espacio o en el tiempo como para ser entrevistados. Después de todo, las intenciones son imperceptibles; personas diferentes pueden realizar las mismas acciones observables por razones diferentes, o llevadas por pasiones diferentes; y muchos fríos cálculos tienen consecuencias imprevistas, algunas buenas y otras malas.

Además, aun si pudiésemos leer las intenciones a partir de las acciones, esto sólo explicaría la conducta individual bajo circunstancias dadas o supuestas, tales como restricciones institucionales. Pero ésta es la parte comparativamente sencilla de la tarea del científico social. Como ha observado James Coleman (1990), la parte difícil es pasar del micronivel al macronivel: o sea, descubrir los mecanismos a través de los cuales los individuos, ya sea de manera independiente, ya sea de manera concertada con otros individuos, alteran la estructura social. Pero los interpretativistas de ambas escuelas ni siquiera intentan resolver el problema: simplemente suponen que la acción individual cambia el mundo social. En otras palabras, no resuelven el problema de encontrar los modos (mecanismos) a través de los cuales las acciones del nivel microsocial tienen un efecto macrosocial: la flecha hacia arriba, que va de lo micro a lo macro en los diagramas de Boudon-Coleman, permanece inexplicada. (Recuérdese el capítulo 5, sección 1). Pasemos ahora a examinar dos ejemplos clásicos de tal análisis micro-macro.

Recuérdese primero, cómo abordó Tocqueville (1998 [1856] Libro 2, capítulo 1) el problema de la tenencia de la tierra en Francia previamente a la Revolución de 1789. Tocqueville comenzó preguntándose si los registros administrativos apoyaban la difundida hipótesis de que la reforma de la tierra había sido un resultado de la Revolución. Su investigación le mostró que esta reforma había ido avanzando lentamente a lo largo de varios siglos con anterioridad a la Revolución. Los granjeros habían ido comprando pequeñas parcelas de tierra que trabajaban tanto como deseaban, aunque sujetos a cientos de restricciones mezquinas, injustas y, por ende, odiosas. En otros países, el siervo o arrendatario no era víctima de tales restricciones porque no era dueño de la parcela que cultivaba. Por ejemplo, no pagaba tributos o impuestos al comprar o vender la tierra o sus productos, debido a que sólo el dueño de la tierra podía realizar esta clase de operaciones.

Tocqueville admite, por supuesto, que la Revolución distribuyó algo de tierra, en particular aquellas pertenecientes a la Iglesia y los émigré. Pero muestra que su principal efecto fue liberar a los granjeros de las ataduras feudales remanentes. El pueblo francés fue el primero en rebelarse contra el orden feudal, no porque sufriese más bajo este régimen sino, por el contrario, porque su condición había mejorado hasta un punto tal que ya no podía seguir tolerando la multitud de exacciones impuestas por los ausentes señores de la tierra, quienes ningún servicio ofrecían a cambio. En pocas palabras, la Revolución fue la abrupta e imprevista culminación de un proceso de siglos de transformación de la estructura de la sociedad francesa, y no tuvo equivalente en el resto de Europa. Esta transición puede resumirse en el siguiente diagrama de Boudon-Coleman:

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En el mismo trabajo (Libro 2, capítulo 9), Tocqueville plantea el problema del origen y las consecuencias del proverbial individualismo francés. Lo rastrea hasta las sucesivas fragmentaciones de la sociedad francesa, causadas conjuntamente por la ausencia de los señores de la tierra y los privilegios sin obligaciones. Todos los grandes aristócratas vivían en París, en tanto que los pequeños aristócratas permanecían en los pueblos, pero —a diferencia de los hacendados ingleses— no ejercían funciones públicas y, de este modo, se hallaban aislados de los campesinos, a quienes veían sólo como deudores. Divisiones similares tuvieron lugar en las ciudades entre el clero, la burguesía, los artesanos 7 los funcionarios. Cada pequeño grupo trabajaba para sí mismo, todos ellos (involuntariamente) para la corona y ninguno para el bien común. La administración central absoluta había despojado a los franceses de la posibilidad y el deseo mismos de ayudarse los unos a los otros, hasta el extremo de que la búsqueda de diez hombres acostumbrados a actuar juntos se transformó en una tarea vana (Libro 3, capítulo 8).

El efecto neto sobre la sociedad francesa como totalidad fue un debilitamiento tal de la estructura social, que aquélla se desmoronó sin derramamiento de sangre en el transcurso de la noche del 14 de julio de 1789. El proceso de fragmentación, que llevó tres siglos, puede ser resumido en el siguiente diagrama de Boudon-Coleman de tres filas:

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Nótese, a propósito, que lejos de ser un individualista metodológico de convicciones hermenéuticas o de la teoría de la elección racional, Tocqueville puede ser considerado un materialista y sistemista avant la lettre. En efecto, afirmaba que la finalidad de la ciencia social es «comprender el movimiento general de la sociedad» (Libro 3, capítulo 1). Más aún, Tocqueville no sólo ubica a los individuos en sus clases sociales y en sus redes (urbanas o rurales): afirma explícitamente (Libro 2, capítulo 7) que habla de clases, debido a que «sólo éstas deben ocupar a la historia». Esto es exactamente lo que Tocqueville logra en su trabajo, un soberbio análisis de clases. Este análisis es superior al análisis de clases marxista estándar, porque abarca e interrelaciona a los tres subsistemas artificiales de toda sociedad: su economía, su política y su cultura.

Claramente, el trabajo de Tocqueville es muy superior al de los hermenéuticos. Sean intuicionistas o racionalistas, los interpretativistas pasan por alto el núcleo mismo de la vida social porque se concentran en la acción individual, rechazando los vínculos que mantienen unido al eterna social, y porque prefieren la especulación libresca a las arduas recolección de datos y puesta a prueba de hipótesis. Éste es el motivo por el cual no pueden explicar satisfactoriamente cómo emergieron la división del trabajo y las clases sociales; por qué el excedente agrario hace posible y necesario al estado; por qué han declinado y caído los imperios; por qué las personas se unen en sociedades de ayuda mutua, cooperativas o sindicatos; por qué alguna gente se molesta en votar; por qué tantos estadounidenses, aunque renombrados por su individualismo, dedican gran parte de su tiempo al trabajo voluntario; por qué los precios de las materias primas y los alimentos quedan cada vez más rezagados con respecto al de los bienes manufacturados; por qué en Estados Unidos los sindicatos están declinando, mientras que en otros lugares aún se están fortaleciendo; por qué en algunos países prosperan las cooperativas en tanto que en otros países languidecen; por qué se mantiene la OTAN luego del fin de la Guerra Fría; por qué la globalización ha hecho más frágil al capitalismo en lugar de fortalecerlo; o por qué los políticos de todo el mundo no están encarando los nuevos hechos con nuevas ideas Ni los hermenéuticos, ni los expertos de la elección racional han abordado, ni mucho menos resuelto, estos problemas sociales.

En particular, estas escuelas han evitado cuidadosamente graves patologías sociales tales como desequilibrios del mercado duraderos (por ejemplo, el desempleo crónico); la creciente desigualdad en los ingresos que acompaña al aumento de productividad; las inesperadas y catastróficas crisis financieras (en especial los derrumbes del mercado de valores) y la intensificación de los conflictos étnicos y el fundamentalismo religioso en la era de la ciencia. Con respecto a las patologías sociales, el interpretativismo y la teoría de la elección racional se asemejan a la medicina sin enfermedad, a la meteorología sin tormentas y a la geología sin terremotos. Son apenas mejores que jeux d’esprit.[24] (Más en Bunge, 1996a, 1998a).

Sugiero que el fracaso de los teóricos interpretativistas y de la elección racional para, siquiera, abordar los problemas sociales de gran escala, deriva de su equivocada perspectiva metodológica. Deriva, en especial, de poner la atención en los individuos pasando por alto a los sistemas sociales, las clases sociales y los mecanismos sociales, y de su incapacidad para diagnosticar la clase de problemas que se espera que estudien los científicos sociales. Sin embargo, este asunto merece una nueva sección.

6.3. ¿Por qué parecen intratables los problemas de las ciencias sociales?

Los matemáticos clasifican a los problemas en directos e inversos. Por ejemplo, la operación de sumar números es directa, en tanto que la de descomponer un número mayor que 2 en dígitos es un problema inverso. También, mientras que la deducción de un conjunto de premisas es un problema directo, inventar las premisas de las cuales se seguirá un conjunto de teoremas dado es un problema inverso. La existencia de un algoritmo para resolver problemas directos de un tipo determinado no garantiza la existencia de un algoritmo para resolver los problemas inversos correspondientes, los cuales, en general, poseen múltiples soluciones o ninguna.

En las ciencias del hombre, de la psicología a la historia, un problema directo se presenta así: dadas las motivaciones o circunstancias (restricciones y estímulos) de un agente humano, así como las regularidades o normas comportamentales que se espera respete, averígüese su conducta. El problema planteado para un sistema social es equivalente, con la diferencia que las motivaciones personales hipotetizadas serán remplazadas por el mecanismo social hipotetizado. En cada caso, el enunciado del problema directo puede resumirse como sigue:

Dada una motivación o mecanismo M, y las circunstancias C, averígüese la conducta B = MC.

(B y C pueden ser interpretadas como matrices columnares, y M como una matriz rectangular). Desde ya, ésta no es una tarea sencilla, principalmente debido a la escasez de leyes mentales y sociales conocidas. Pero, en principio, es soluble; y si puede resolverse, posee una única solución.

Sin embargo, esta dificultad es ínfima comparada con la del correspondiente problema inverso, el cual se presenta así: dadas la conducta y las circunstancias observables de un agente, averígüese sus intenciones. En el caso de los sistemas sociales, se nos pide «inferir» (conjeturar) el mecanismo, conociendo únicamente su conducta y los estímulos que la generaron. En forma resumida: dados B y C, averígüese M.

La dificultad en interpretar la intención a partir de la conducta y la circunstancia se acentúa en el juego del póker, y en sus análogos en la vida cotidiana, los negocios y la política. Cada participante conoce sus cartas e intenta adivinar las de los demás. Pero el éxito en adivinar depende no sólo de las habilidades del jugador, sino también de la habilidad de sus oponentes para simular. En los «juegos» serios de la vida real, la dificultad está conformada por las inconsistencias y las inconstancias de cada uno de nosotros. En efecto, un experimentado psicólogo social ha hallado que «casi todo el mundo está de acuerdo con dos o tres posiciones acerca de casi todo lo que tiene real importancia social» (Bales, 1999: 89).

En nuestros símbolos, el problema inverso acerca del motor de la conducta de las personas y los sistemas sociales, se lee así:

Dadas las circunstancias C y la conducta B, averígüese la motivación o el mecanismo M:

M = BC−1, donde C−1 es la inversa de la matriz de circunstancias.

Pero este problema, como todo problema inverso, posee múltiples soluciones o ninguna.

Sin embargo, éste no es el final de la historia metodológica. En efecto, mientras que tanto los problemas directos como los inversos pueden estar bien formulados, si bien raramente bien resueltos, el problema típico de los estudios sociales ni siquiera está bien planteado. De hecho, debido a la pobreza de la teoría social, en la mayoría de los casos, el investigador no sabe cuál motivación o mecanismo M es probable que intervenga entre la circunstancia y la conducta. Peor aún, debido al subdesarrollo de la metateoría social, ese investigador quizá ni siquiera se percate de que siempre es necesario hipotetizar algún M u otro. En efecto, comúnmente, tiene que luchar con problemas mal planteados de los siguientes tipos:

Directo: Dadas sólo las circunstancias, conjeturar la conducta. (O dada la causa, conjeturar el efecto).

Inverso: Dada únicamente la conducta, conjeturar las circunstancias. (O dado el efecto, conjeturar la causa).

Obviamente, falta algo crucial en el enunciado mismo de cada uno de estos problemas: una pista acerca de cómo proceder. Recuerdan el cartel en las fábricas de investigación de Edison: «Debe haber un modo mejor. ¡Hállelo!». Claramente, los problemas mal planteados, o sea, problemas enunciados de modo incompleto, no son problemas científicos propiamente dichos. A lo sumo estimulan el surgimiento de problemas científicos. De allí que no sea raro que estos problemas sean insolubles salvo por accidente, un nombre para una conjetura afortunada. Esta profunda falla en la problemática de los estudios sociales explica en gran medida su atraso.

Considérese los siguientes ejemplos. ¿Por qué hubo un levantamiento en la ciudad X? ¿Por qué no se recogió la cosecha en el territorio X? ¿Por qué fracasó la campaña de alfabetización en X? ¿Por qué se derrumbó el mercado de valores? ¿Por qué la informatización no incrementó la productividad en la mayoría de los sectores industriales (la llamada paradoja de Solow)? Es imposible decirlo sin más información. Pero, incluso, añadir información acerca de las circunstancias sería insuficiente para hallar una única solución a cualquiera de estos problemas, puesto que en todos los casos podría haber operado más de un mecanismo. Por ejemplo, un levantamiento puede ser causado por la escasez de alimentos, un aumento injustificado de impuestos, una presión impositiva no equitativa, la brutalidad policial, el odio entre etnias, el fanatismo religioso o, incluso, un rumor descabellado.

Sólo hemos citado unas pocas hipótesis alternativas para explicar un hecho social dado. Es probable que su sola enunciación explícita estimule la búsqueda de las circunstancias correspondientes que habrán de funcionar como nuevas pruebas. Una vez halladas, nos enfrentaríamos a un conjunto de alternativas que habrá que investigar:

B = M1C, B = M2C, … , B = MnC donde M1 con i = 1, 2, … , n, es la i-ésima hipótesis acerca de la motivación, el mecanismo o los medios que intervienen entre la circunstancia C y la conducta B. El objetivo de la investigación es averiguar cuál de estas n hipótesis (o «interpretaciones») es la más verdadera y la más profunda. Rehusarse a formular hipótesis mecanísmicas explícitas y razonablemente detalladas, es como limitar el estadio del metabolismo humano a observar a las personas comer y excretar. Y rehusarse a controlar cualquier hipótesis mecanísmica con datos, es mostrar arrogancia.

Para ponerlo en términos gráficos, el científico social enfrenta una diversidad de cajas alternativas que intervienen en el resultado B con el estímulo C:

CM1B, CM2B, … , CMnB

donde C y B son observables, en principio, aunque no necesariamente de hecho. De modo típico, el cronista registra B, pero no habiendo estado advertido por anticipado de que B sería importante, prestó escasa atención a C cuando ésta apareció. Por lo tanto, probablemente ha pasado por alto alguno de los más importantes factores involucrados en la producción del resultado B. Uno no registra hechos a menos que sospeche que puedan ser de interés.

En resumen, la gran mayoría de los problemas de las ciencias sociales son inversos y, para colmo, ni siquiera están bien formulados. Estas peculiares características de la problemática de las ciencias sociales rara vez, si es que alguna, se advierten. Lo cual constituye una triste observación acerca del estado de la metateoría social.

6.4. Similitudes básicas entre la verstehen y la teoría de la elección racional.

Como hemos visto anteriormente, en los estudios sociales han sido propuestos dos métodos, aparentemente diferentes, para resolver problemas: la «interpretación» (Verstehen) y la elección racional. La primera consiste en conjeturar la motivación del agente en cada, caso particular y la segunda en suponer que todas las personas se comportan siempre «racionalmente», o sea, conforme a su interés. Ambos procedimientos son a priori: usualmente no son sometidos a control por medio de nuevas observaciones, ni mucho menos mediante experimentos. Por lo tanto, desde el punto de vista metodológico son mucho más parecidas de lo que habitualmente se supone.

En efecto, estos métodos son versiones alternativas de «interpretación»: intuicionista y racionalista respectivamente. En la primera, el observador procede caso por caso, confiando siempre únicamente en sus ideas preconcebidas, el sentido común y la intuición. En cambio, el teórico de la elección racional supone la misma regla para todos los casos, es decir, que todas las personas de todas las sociedades y en todas las circunstancias se comportan como maximiza dores de utilidades.

En otras palabras, en tanto que el interpretativista inventa una historia particular en cada caso, el teórico de la elección racional emplea la misma historia en todos los casos. La diferencia metodológica puede ser caracterizada respectivamente como interpretativismo de caso e interpretativismo de regla, por analogía con las dos versiones del utilitarismo. Las escuelas en cuestión pueden denominarse también «apriorismo local» y «apriorismo universal», respectivamente.

La única diferencia importante entre estas escuelas es que, en tanto que los seguidores de Dilthey consideran a la gente manipuladores de símbolos, los teóricos de la elección racional los conciben como racionales maximizadores de utilidad. Vista desde esta perspectiva, la diferencia entre ambas escuelas se vuelve desdeñable. Tanto es así que un eminente defensor del enfoque de la elección racional describe el análisis estratégico, al que llama «resolución vicaria de problemas», exactamente del mismo modo que Dilthey (1959 [1883]) un siglo antes: «averiguamos lo que una persona podría hacer poniéndonos en su lugar» (Schelling, 1984:205). Paradójicamente, el mismo autor admite descaradamente que «ésta es una teoría de esas que se hallan fácilmente» (206).

La fundamental pobreza teórica y empírica de ambas escuelas, explica por qué ninguna de ellas ha realizado jamás descubrimiento alguno que valga la pena citar y utilizar en los negocios o en el diseño de políticas de administración pública. Se puede preguntar legítimamente porqué, si esto es así, Max Weber, quien es reclamado por amias escuelas, es correctamente considerado como el fundador de la sociología científica (por oposición a la sociología de escritorio). El primer punto que debe ser advertido es que, como entreviera su único discípulo (von Schelting, 1934: 370), Weber no practicó la metodología que preconizaba. En efecto, ni se volcó a la introspección, al practicó la psicohistoria. En lugar de ello, Weber estudió los hechos sociales tan objetivamente como sus archirrivales Marx y Durkheim. (Irónicamente, tanto Marx como Weber afirmaron que tal estudio era imposible). Más aún, lejos de centrarse en la acción individual, Weber trató principalmente con entidades y movimientos impersonales tales como el feudalismo, el capitalismo, la religión, la burocracia y la modernización. Más aún, Weber advirtió que, aun cuando la explicación del comportamiento humano en términos de su «significado» (finalidad) parece autoevidente, es sólo una hipótesis más que debe ser puesta a prueba (Weber, 1913: 437).

Además, contrariamente al idealista Dilthey, al wittgensteiniano Winch (1958) y al racionalista Popper (1974) —todos los cuales repudiaron la búsqueda de relaciones sociales en el mundo social externo— Weber las buscó justamente allí. En particular, Weber buscó relaciones causales, tales como las causas sociales de la declinación de la cultura antigua, el estrecho ajuste entre el sistema de castas y el hinduismo, y la opresión de la agricultura por parte de los terratenientes prusianos. (Aun así, no se debe exagerar la importancia del trabajo de Weber. Su mayor trabajo, el sólido Wirtschaft und Gesellschaft, de 1922, es libresco, no cuantitativo y casi puramente descriptivo. En consecuencia, aporta poco a la comprensión de los procesos sociales que allí se describen).

En resumen, ni el interpretativismo ni los modelos de elección racional dan cuenta de las materias sociales. Esto se debe a que ambos se centran en las fuentes subjetivas de la acción, pasando por alto totalmente el hecho de que la acción es socialmente «significativa»[25] sólo en la medida en que afecta la estructura de algún sistema social. Aún así, la teoría de la elección racional posee la virtud de que intenta explicar los hechos sociales en términos de razones precisas, aunque estrechas —o sea, intereses— en lugar de en términos de motivos ad hoc que deben ser revelados por la algo misteriosa Verstehen, o en términos de no menos oscuros factores sociales, tales como la socialización, el Zeitgeist,[26] el destino nacional, la memoria colectiva o la necesidad histórica.

Más aún, el enfoque de la elección racional puede extenderse, como ha sugerido Boudon (1999), añadiéndole otras tres clases de racionalidad a la racionalidad instrumental (o económica). Éstas son (a) racionalidad restringida (al satisfacer en lugar de maximizar, a la luz de información incompleta y bajo la presión de tomar las decisiones en tiempo real); (b) racionalidad cognitiva (al bosquejar una semiteoría sobre la situación, de tal modo de presentar un sistema de fuertes razones para realizar la acción) y (c) racionalidad axiológica: al actuar sobre principios en lugar de sobre consecuencias esperadas, por ejemplo, al votar porque la participación política es necesaria para la democracia política.

Tal enriquecimiento es bienvenido, pero insuficiente, puesto que aún está restringido a la conducta individual. Debido a ello, no puede explicar por qué ciertas acciones racionales tienen éxito, en tanto que otras, no menos racionales, fracasan. La explicación de hechos sociales requiere de algún conocimiento de los peculiares rasgos de conjunto del sistema social en el cual la acción tiene Jugar, así como de los mecanismos que tal acción desencadena o bloquea. Por ejemplo, una pequeña banda de revolucionarios puede derrocar un gobierno inestable, en tanto que sería fácilmente eliminada por un gobierno estable. En resumen, la transición de la psicología social a la sociología aún está por hacerse. Esta transición exige ubicar la estructura y el mecanismo sociales —no la mente individual— en el centro del cuadro de la teoría social. La resultante inclusión social de los fines y elecciones individuales, es suficiente para mostrar que, dado que se hallan seriamente limitadas por vínculos sociales, raramente son (a) completamente «racionales», o sea, en el interés del individuo; y (b) relevantes para una adecuada comprensión de los hechos sociales.

En otras palabras, el problema de raíz de las diferentes versiones de la Verstehen que hemos examinado es su supuesto ontológico de que no hay sociedades sino sólo individuos, de donde surge la creencia de que el individualismo metodológico es el enfoque apropiado para los hechos sociales. La receta del individualismo metodológico es centrarse en los individuos y sus circunstancias. (Cuando se acentúa la importancia de estas últimas, se habla de individualismo contextual o institucional, en lugar de atomista). Esta receta funciona en dinámica para resolver problemas de un cuerpo: para hallar la órbita de un cuerpo sujeto a una fuerza externa, insértese ésta última en la(s) ecuación(es) de movimiento del primero y resuélvase para las coordenada(s) de posición. (Ejemplo: una esfera rodando por una rampa sujeta a la acción de la gravedad). Pero esta receta no funciona si la fuerza en cuestión es una interacción entre cuerpos, ya que en este caso, cada uno de ellos influye críticamente en la conducta de los otros. (Ejemplo: una estrella binaria). Como resultado, las trayectorias individuales se vuelven irremediablemente intrincadas y, en consecuencia, difíciles de calcular. De seguro, es posible escribir el sistema de ecuación de movimiento para cualquier número de cuerpos; pero este sistema no posee una solución exacta para más de dos cuerpos.

Si el individualismo metodológico no funciona en la dinámica, ni siquiera para los casos más simples, ¿por qué habríamos de esperar que lo hiciese en otros ámbitos, en particular en las ciencias sociales? De hecho, no funciona, tal como lo ha mostrado la multitud de eventos sociales no deseados por persona alguna en particular, como por ejemplo las dos guerras mundiales, los veinte millones de muertos de la primera y los cincuenta de la segunda; la Gran Depresión o la pauperización de los pueblos del ex imperio soviético justo antes de su caída; la epidemia actual de obesidad en los países ricos o la apatía de los votantes en Estados Unidos; el desempleo crónico en Europa o el último derrumbe de Wall Street, y los fallidos bombardeos sobre Iraq, Chechenia, Serbia y Afganistán. ¡Elecciones racionales, por cierto!

El individualismo metodológico es ineficaz porque menosprecia la interacción, la cual desvía las acciones individuales mejor calculadas y es la médula de los sistemas sociales, y por lo tanto también de las estructuras y mecanismos. Por ejemplo, el bienestar del amo proviene de la miseria de su esclavo, en tanto que la felicidad de cada esposo proviene en gran medida de la felicidad del otro. Altérese de modo drástico el vínculo en cada caso y resultarán conductas individuales muy diferentes, junto con sistemas diferentes. O añádase una tercera persona y el sistema puede o fortalecerse o debilitarse debido a las nuevas interacciones, tal como Georg Simmel (1950 [1908]) mostrara claramente mucho tiempo atrás. Así pues, en tanto que el agregado de un hijo a una pareja casada probablemente tenga el primer efecto, el hijo proveniente de un amante seguramente tendrá el segundo efecto. En resumen, sin desmedro de cuan importantes puedan ser el contexto y la circunstancia, la interacción es aún más importante porque es la fuente del sistema y el combustible del mecanismo, sin los cuales no hay hecho social. Y el rechazo de la idea misma de un sistema social dotado de propiedades emergentes es la marca distintiva del individualismo metodológico.

Conclusión

Los científicos sociales, al igual que los científicos naturales, abordan problemas de conocimiento: buscan el conocimiento por sí mismo. La diferencia entre estos dos grupos es metateórica en lugar de teórica. En las ciencias naturales hay una tradición bastante larga de abordar problemas bien planteados, e intentar resolverlos por medio de la invención y puesta a prueba de hipótesis definidas o, mejor aún, sistemas de hipótesis, o sea, teorías. Esta tradición es bastante débil en los estudios sociales, en los cuales la mayoría de los problemas están mal planteados, las hipótesis están encubiertas ya sea como interpretaciones, ya sea como inferencias, las teorías no están bien organizadas, o se adoptan de modo acrítico las hipótesis, del conflicto de clases y la maximización de la conducta, que a todo se ajustan.

La escuela hermenéutica o interpretativa posee el mérito de evitar las explicaciones que a todo se ajustan, favoreciendo en su lugar las «interpretaciones» (hipótesis) particulares o locales para dar cuenta de cada categoría de hechos. Pero va demasiado lejos al re chazar a todas las hipótesis generales. Ésta es una estrategia objetable, porque, como enseñaba Aristóteles, no hay otra ciencia que la que trata de lo general. Y, en todo caso, hay algunos patrones y reglas de conducta sociales muy difundidos, tales como la evitación del incesto, la defensa territorial, la difusión cultural y la invención de muevas instituciones para enfrentar situaciones radicalmente nuevas.

Más aún, la escuela hermenéutica es dogmática al proponer «interpretaciones» particulares, porque aparecen como plausibles a la luz de nociones preconcebidas o de la experiencia ordinaria. (Un punto del intuicionismo es que la intuición es infalible). La tradición no puede tratar con la novedad radical y la experiencia ordinaria es insuficiente o aun irrelevante con respecto a los grandes sistemas sociales, puesto que éstos poseen rasgos suprapersonales que a menudo desafían el sentido común (o sea, la sabiduría heredada). Por ejemplo, la legalización del aborto disminuye la criminalidad; el J mercado de valores cae cuando el empleo se incrementa; la difusión de la educación superior disminuye las oportunidades de desarrollo social; probablemente la inversión extranjera empobrecerá a una; nación subdesarrollada en el largo plazo; y la globalización introduce peligrosas inestabilidades financieras.

Si el sencido común fuese suficiente para comprender los hechos sociales, los científicos sociales serían redundantes: periodistas y escritores podrían realizar el trabajo. De modo irónico, éste es exactamente el punto de la superficial moda «humanista» o literaria: que el modo narrativo de pensamiento es suficiente, en tanto que el modo abstracto y argumentativo —característico de la matemática, la ciencia, el derecho, la ingeniería y otros logros intelectuales de nuestra civilización— es inadecuado para dar cuenta de los asuntos sociales. Lo que proponen los hermenéuticos es nada menos que remitificar (o reencarnar) la cultura, volviendo atrás el calendario sólo unos tres milenios. (Para el efecto semejante del holismo, véase Harrington, 1996).

Está demás decir que las circunstancias locales también deben ser atendidas. Pero, seguramente, algunas motivaciones individuales y; mecanismos sociales son universales, dado que todos los humanos, y en consecuencia sus interacciones y organizaciones sociales básicas, recuerdan unas a otras en muchos aspectos. O sea, existen ciertos patrones sociales universales, o transculturales, junto con muchos otros que son específicos de cierto sistema o cierta cultura, es decir, restringidos en el espacio y en el tiempo. Aun así, los modelos de elección racional no pueden distinguir las familias de los clubes, los ejércitos de las iglesias, las escuelas de los comercios minoristas, etcétera. Necesitamos, pues, teorías sociales diferentes para diferentes clases de sistemas sociales. Lo mismo vale para las políticas sociales. No hay más panaceas en materia social que las que hay para asuntos médicos.

Para concluir. Es un error oponer la interpretación a la explicación o, incluso, afirmar que ambas son mutuamente complementarias. Esto es erróneo porque la «interpretación» es sólo otro nombre para «conjetura ad hoc de sentido común», en tanto que toda explicación propiamente dicha es un argumento deductivo, al menos en lo que a su forma lógica se refiere. Lo contrario de «interpretación» es «formulación de hipótesis científicas», es decir, plantear conjeturas cultas y pasibles de ser puestas a prueba, referentes a objetos y procesos imperceptibles. En las ciencias sociales, tales conjeturas pueden referirse no sólo a hechos, sino también a valores y normas. En consecuencia, algunas de las premisas de la explicación de un hecho social serán, probablemente, juicios de valor, en tanto que otras serán normas morales.

Para hacer progresar nuestra comprensión del mundo social, debemos ir más allá, tanto de la comprensión intuitiva (Verstehen), como de los modelos de elección racional, debido a que ambas estrategias ignoran los vínculos sociales —y, por ende, a los sistemas sociales— y no se interesan por la puesta a prueba empírica. El estudio científico de los problemas sociales implica la formulación de hipótesis explícitas —si es posible, de mecanismos sociales tales como imitación, división del trabajo, ayuda mutua y lucha de clases— y la puesta a prueba empírica, del mismo modo que en las ciencias naturales.

La principal diferencia entre las ciencias sociales y naturales no radica en el método, sino en la materia. En particular, los humanos cumplen lo que Merton (1957) ha denominado teorema de Thomas, de acuerdo con el cual las personas reaccionan no a los hechos sociales sino, más bien, al modo en que los «perciben». En otras palabras, las relaciones sociales, a diferencia de las relaciones físicas, pasan por las cabezas de las personas. Sin embargo, tal intervención de factores subjetivos no transforma necesariamente en subjetivos a los estudios sociales. Las ciencias sociales son, por definición, el estudio científico de la realidad social. Y la realidad social, aunque construida y reconstruida por las personas, una vez que se la ha producido se halla allí fuera, incluida en la naturaleza, del mismo modo que las rocas y los ríos. Más brevemente: la ciencia social es tan materialista y realista como la ciencia natural, aunque no es reducible a esta última. (Más en Bunge, 1996a, 1998b, 1999b).

Algo similar vale para las tecnologías sociales en comparación con las demás. La vasta mayoría de los estudiosos de este campo dan por sentado que los sistemas sociales que estudian con el fin de ejercer un control sobre ellos existen objetivamente y pueden ser conocidos en alguna medida. También ellos son realistas: distinguen el territorio de nuestros mapas del mismo. También ellos hacen uso de observaciones, de hipótesis y, ocasionalmente, del experimento. También ellos son falibilistas así como menoristas. También ellos tratan con problemas del tipo acción-estructura antes que sólo con individuos o totalidades. También ellos aprenden —aunque no con la frecuencia suficiente— de las disciplinas contiguas. Y también han sido tanto bendecidos como plagados por una diversidad de enfoques.

Por ejemplo, Mintzberg, Ahlstrand y Lampel (1998) sostienen que existen nueve diferentes concepciones influyentes de la administración estratégica. Tres de ellas son prescriptivas: las escuelas de diseño, planeamiento y posicionamiento. Los seis enfoques restantes son descriptivos: las escuelas empresarial, cognitiva, del aprendizaje, del poder, cultural y ambiental. Cada una de estas concepciones da cuenta de un aspecto de la administración estratégica, el proverbial elefante. Por lo tanto, aquellos expertos en administración proponen una décima posición que incluye a las perspectivas anteriores y algo más. Le llaman «configuracional». Prefiero llamarla «sistémica», porque «configuracional» sugiere una concepción gestalt u holista, en tanto que Mintzberg y sus colaboradores intentaron asomarse al interior de la empresa, para averiguar cómo cooperan los individuos en algunos aspectos y compiten en otros, y cómo se adaptan a su ambiente modificándolo, así como cambiando su propia conducta y, de este modo, la de la empresa.

En resumen, los estudios sociales, ya sea descriptivos, ya sea normativos, exigen hipótesis. Pero para que una hipótesis se califique como científica debe ser susceptible de ser puesta a prueba, en lugar de ser una mera «interpretación», por más plausible que pueda parecer a primera vista. Y si la hipótesis se refiere a seres humanos, no debe suponer que los individuos se hallan todos igualmente motivados y son igualmente libres para elegir el curso de la acción que más probablemente haga progresar sus intereses. De hecho, individuos diferentes pueden poseer motivaciones diferentes, y algunos son más libres y están mejor informados que otros. En pocas palabras: si se desea llegar a la verdad o a la eficiencia, los estudios sociales deben ser científicos y no literarios.