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El Victorioso materialismo
El materialismo filosófico o naturalismo en sentido amplio es la tesis de que todos los entes son materiales o concretos; que no hay seres inmateriales tales como deidades, fantasmas o ideas de existencia independiente a la espera de ser atrapadas. El materialismo filosófico no está relacionado con el materialismo moral, la exclusiva búsqueda del placer o el provecho. Tanto es así que Epicuro, uno de los primeros filósofos materialistas, vivió una vida extremadamente austera. A pesar de ello, todo aquel que está interesado únicamente en los llamados placeres de la carne es aún denominado epicúreo, mientras que aquellos cuya principal ocupación es acumular riquezas tienden, en cambio, a profesar filosofías idealistas, cuyo principal dogma es que hay objetos ideales que existen por sí mismos, comenzando por los valores y la moral.
Hay toda una familia de ontologías materialistas, desde el fisicismo[14] (o materialismo vulgar) hasta el materialismo dialéctico (la ontología del marxismo). El fisicismo sostiene que todo lo que existe son entidades físicas, de donde se desprende que todas las ciencias deberían ser reducibles a la física. Este programa reduccionista, aunque extremadamente exitoso en sus inicios, no ha sido llevado a termino. Hay una buena razón para este fracaso: la física nada sabe de la vida, la mente, el artefacto o la sociedad. Los organismos, los artefactos y las sociedades poseen propiedades (emergentes) que no aparecen en sus componentes y el fisicismo se rehúsa a reconocer la emergencia: es radicalmente reduccionista.
En cuanto al materialismo dialéctico, aunque de modo correcto hace hincapié en el cambio, en particular en el de clase cualitativa, está malogrado por la dialéctica hegeliana. Ésta es una doctrina confusa centrada en la tesis de que toda cosa es una unidad de opuestos y que la «contradicción» o «lucha de los opuestos» es la fuente de todo cambio. Los materialistas dialécticos no se sienten perturbados por contraejemplos tan obvios como los cuantos, que no tienen partes y por tanto no pueden ser unidades de opuestos; ni se preocupan por la existencia de la cooperación paralelamente a la competencia. El particular materialismo que aquí se defenderá, el materialismo emergentista, se halla equidistante entre el fisicismo y el materialismo dialéctico: es riguroso como el primero y amigable con la novedad como el segundo.
El materialismo ha tenido mala prensa desde sus inicios nace unos veinticinco siglos, en las antiguas Grecia e India Ha sido desacreditado por los filósofos idealistas y aún está notablemente ausente de la mayoría de los programas de estudios universitarios. Sin embargo, nada hay de malo, o de esotérico en el materialismo: es la filosofía inherente a todas las ciencias fácticas y las tecnologías. En efecto, todas ellas tratan únicamente con cosas concretas, sin invocar ninguna clase de poderes espirituales o ideas de existencia independiente. Sólo los matemáticos encuentran conveniente fingir la existencia autónoma de las ideas (tema sobre el que volveremos luego).
Uno de los motivos por los cuales se tiene poca estima por el materialismo es la concepción popular, basta y obsoleta de que la materia es pasiva. Comencemos, pues, examinando esta idea. Luego intentaremos mostrar cómo es posible renovar el materialismo para ponerlo a la altura de los actuales cánones de rigurosidad.
3.1. ¿Materia inerte?
La concepción irías antigua sobre la materia, y que aún cuenta con partidarios, es la de Platón. Según ésta, la materia es el receptáculo pasivo de las «formas» (propiedades), las cuales son, a su vez, ideas: sólo el alma (o mente) tiene movimiento propio. Ésta no era la posición de Aristóteles, de acuerdo con la cual, lejos de ser anteriores a la materia y provenir desde fuera, las «formas» eran originadas por y en la materia misma. En particular, el alma, en lugar de poseer existencia autónoma y ser separable del cuerpo, era para Aristóteles la forma específica o esencia de lo viviente. Sin embargo, el discurso de Aristóteles sobre las «formas» era tan impreciso que dio lugar a dos escuelas divergentes. Mientras que una de ellas continuó la concepción tradicional que considera el alma como insubstancial, la otra, liderada por el discípulo directo de Aristóteles, Dicearco, negaba la existencia del alma. (Ver, por ejemplo, Calvo Martínez, 1978.)
Desde la Antigüedad, todos los materialistas han sostenido que el cambio es la esencia de la materia. Aun cuando los materialistas ambiguos concebían a los átomos como inalterables, suponían que se hallaban eternamente en movimiento. Epicuro les adjudicó, incluso, una desviación aleatoria espontánea del movimiento rectilíneo (clinamen). Y, si bien los materialistas de los siglos XVIII y XIX, por lo común, concebían la fuerza como algo externo a la materia y como la causa de los cambios en ella, también sostenían que ninguna porción de materia puede hallarse eternamente libre de la acción de fuerzas. El materialismo, en resumen, ha sido siempre dinamista (aunque sólo ocasionalmente dialéctico). La tesis de la materia pasiva es típicamente no materialista. En particular, la idea de que la materia viviente se distingue por ser «animada» (habitada por un anima o alma) es no materialista.
También los físicos y químicos desde Galileo, Descartes, Boyle y Newton profesaban la concepción dinamista de la materia. En particular, el principio de los estados de inercia de Newton —en oposición a la física de Aristóteles—, el cual afirma que una vez en movimiento, un cuerpo prosigue moviéndose por sí mismo a menos que sea detenido por una fuerza externa. Y tanto la teoría corpuscular y la teoría ondulatoria de la luz suponen que ésta se propaga por sí misma, es decir, se mueve por sí misma.
Además, la luz y los campos de otras clases oponen en nacimiento a los corpúsculos cuando chocan con ellos. Éste es el motivo por el cual todas las fuerzas que aparecen en las ecuaciones de campo son aquellas que los campos ejercen sobre las partículas.
(Kant, quien no podía leer las ecuaciones de Newton por carecer de conocimientos matemáticos, entendió de modo erróneo que la física newtoniana afirmaba la perspectiva de Aristóteles de que todo lo que se mueve lo hace bajo la acción de una fuerza. Por esta razón, para explicar la estabilidad del sistema solar, Kant postuló una fuerza de repulsión universal junto a la fuerza de gravitación universal. Y Voltaire, quien tanto hizo por divulgar la física de Newton entre sus compatriotas cartesianos, estaba muy impresionado por la ubicuidad de la fuerza de gravedad, pero no pudo comprenderla adecuadamente debido a que él tampoco podía leer las ecuaciones de movimiento de Newton. Por tanto, ni Kant ni Voltaire se percataron de que la inercia de los cuerpos y la luz refuta la creencia de que la materia es inerte, o sea, incapaz de moverse por sí misma).
La física clásica, en suma, concibe la materia —sea del genero de cuerpos o del de campos— como esencialmente activa. Tanto es así que el núcleo de toda teoría física desde Newton es un conjunto de ecuaciones de movimiento o ecuaciones de campo, según el caso. Estas describen, explican y predicen el movimiento de partículas, el flujo de fluidos, la propagación de campos o algún cambio de clase diferente. Resulta innecesario decir que la química ha adoptado esta concepción dinamista de la materia. En efecto, la química estudia no sólo la composición y la estructura de los compuestos químicos, sino también los procesos de formación y transformación (en particular la disociación y substitución) de tales compuestos. Por ello, las reacciones químicas constituyen el núcleo mismo de la química. Más aún, como bien se sabe, mientras que la mecánica ignora las transformaciones cualitativas, la química se especializa en ellas. Lo mismo puede decirse de la biología a partir de Darwin y de las ciencias sociales a partir de Tocqueville y Marx, por cuanto la primera está especialmente interesada en las transformaciones de la materia viviente y la segunda en las transformaciones de la materia social.
La ciencia moderna, pues, ha puesto el énfasis tanto en el dinamismo de la frutería cono en su ilimitada, capacidad de originar nuevas «formas» o propiedades, una idea original de Aristóteles. Piénsese en el humilde electrón al cual se atribuye, aun cuando se halle aislado, no sólo un movimiento de traslación, sino también un movimiento vibratorio espontáneo (Zitterbewegung) así como un spin. O piénsese en los modestos fotones y neutrinos, o en cualquier cuanto de campo, viajando hasta ser dispersado o absorbido por alguna partícula, Por lo tanto, incluso las partículas y campos elementales cambian eternamente. A fortiori, todos los sistemas materiales complejos son mudables. Y, de acuerdo con la electrodinámica cuántica, incluso el vacío —esto es, el espacio propiamente dicho— fluctúa espontáneamente en todo momento, de modo tal que puede ejercer una fuerza sobre un átomo excitado causando su decaimiento luminoso. Y por si todo esto no fuese suficiente, piénsese en los átomos, moléculas, cristales, fluidos, células, organismos multicelulares, sistemas sociales, sociedades como totalidades y artefactos: piénsese en la maravillosa diversidad de sus propiedades, en particular de sus propiedades sujetas al cambio o causantes de éste.
La ciencia, de la física a la historia, parece estudiar diversas clases de materia y sólo materia, ya sea «inanimada», ya sea viva, en particular materia pensante y materia social. Esta es, sin duda, una perspectiva muy diferente de la ofrecida por los filósofos no materialistas, especialmente por los inmaterialistas (o idealistas), quienes rechazan la materia por completo. La clase de materialismo sugerido por la ciencia contemporánea es dinámico en lugar de estático. Es, también, pluralista, en el sentido de que reconoce que una cosa material puede poseer muchas más propiedades que aquellas que le atribuye la mecánica. Más sobre esto luego.
En verdad, toda teoría científica suficientemente desarrollada contiene alguna ley de conservación u otra —por ejemplo, teoremas de conservación de la masa total, el momento total lineal o angular, la energía total, etcétera—. Ocasionalmente se ha interpretado que tales leyes de conservación refutan el dinamismo. Pero esto es un error, debido a que toda fórmula de conservación propone la permanencia de alguna propiedad de una cosa material de cierta clase en medio del cambio. Estas propiedades son constantes de movimiento o, en general, constantes de transformación de las cosas, (Ejemplo trivial: la diferencia de edad entre progenitor e hijo permanece constante mientras ambos están con vida).
En resumen, la ciencia niega la tesis de que la materia es inerte y, en cambio, apoya la generalización filosófica de que la materia se halla continuamente en uno u otro proceso de cambio. Ser material es cambiar (Bunge, 2000).
3.2. ¿Materia desmaterializada?
Otra opinión bastante difundida es que la física moderna ha desmaterializado la materia (Véase, por ejemplo, McMullin, comp., 1964, en particular el artículo de N. R. Hanson). Hay varias versiones de esta posición. La más antigua sostiene que la física ha demostrado que la materia es sólo un conjunto de ecuaciones diferenciales y, por lo tanto, una entidad inmaterial Sir James Jeans (1930) pretendía que ello es así debido a que el universo fue creado por un Matemático Puro.
Esta tesis se apoya en una semántica errónea, de acuerdo con la cual una teoría científica no es más que una formalización matemática, tesis expuesta por primera vez por Fierre Duhem. Todo físico sabe que es falsa. A un conjunto de fórmulas matemáticas debe asignársele un conjunto de «reglas de correspondencia» o supuestos semánticos, para que adquiera contenido físico, es decir, para que describa una entidad física. Así, la fórmula «F = e1e2/εr2» no es la ley electrostática de Coulomb a menos que le sean añadidas las suposiciones semánticas de que F representa la interacción entre dos partículas puntuales con cargas eléctricas e1 y e2, separadas por la distancia r e inmersas en un medio de capacidad dieléctrica ε.
Para resumir, una teoría física es una formalización matemática con una interpretación física. Y la teoría, lejos de ser idéntica a su referente (una entidad física), lo representa o describe (de manera exacta o pobre según sea el caso). Lo mismo ocurre en todas las ciencias fácticas y en las tecnologías: la matemática que aparece en ellas sólo cuenta la mitad de la historia. Toda teoría precisa que intente representar una entidad real puede ser analizada como una formalización matemática y su interpretación en términos fácticos. (En símbolos obvios: T = M + I). A propósito, es escandaloso fue la mayoría de los semánticos y filósofos de la ciencia hayan ignorado los conceptos semánticos clave de referencia y representación. (Más sobre este rechazo y su remedio en el capítulo 10.)
Una segunda versión dé la tesis de la desmaterialización es que, a fin de cuentas, toda entidad física es un campo o es reducible a campos; y que, puesto que los campos son inmateriales (es decir, no poseen masa), estas entidades físicas tampoco son materiales. Esta concepción fue defendida un siglo y medio atrás, cuando el concepto de campo era joven e inseguro y parecía a algunos —los convencionalistas— que sólo se trataba de un modo conveniente de resumir información acerca de acciones sobre o entre cuerpos. Pero puesto que en aquellos tiempos la física no consideraba que los cuerpos fuesen reducibles a campos, esta posición hubiera sido inmediatamente descartada. Desde que Maxwell formuló la teoría electromagnética clásica en 1865, que Hertz produjo ondas electromagnéticas en 1885, que Marconi las utilizó en 1897 para las telecomunicaciones y que Einstein despojó a la teoría del mítico éter en 1905, los campos han recorrido un largo camino. Ya no son considerados ficciones convenientes, sino entidades reales, si bien sutiles.
Poco antes de la aparición de la teoría cuántica, podría haberse definido la materia como la unión de dos géneros: cuerpos (en especial partículas) y campos. A partir de entonces, hemos aprendido a considerar las partículas como cuantos (unidades) de campos de una clase desconocida para la física clásica. (Por ejemplo, los electrones son cuantos del campo electrón). Y analizamos los cuerpos en términos de partículas de los campos que las unen. Por tanto, los campos se han transformado en la forma fundamental de la materia. (Este descubrimiento podría haber agradado a Aristóteles y a Descartes).
Una tercera versión de la tesis de la desmaterialización está basada en la interpretación de Copenhague de la teoría cuántica, según la cual esta teoría no trata de entidades físicas cuya existencia es independiente, sino de dispositivos experimentales que incluyen a los experimentadores. Entonces, todo evento cuántico sería, en última instancia, el resultado de decisiones arbitrarias tomadas por un sujeto humano. La teoría, que es una maravilla de exactitud, trataría así de compuestos mente-materia. Más aún, la frontera entre los componentes materiales y mentales podría ser trazada por el experimentador mismo, de tal modo que no habría materia existente de manera absoluta u objetiva. Hasta aquí la interpretación de Copenhague.
Un error de esta interpretación consiste en que ninguna fórmula de la teoría contiene variables que describan propiedad alguna de sujetos humanos, en particular propiedades psicológicas. (Nótese especialmente que el operador de energía total no contiene contribución alguna del sujeto: se supone que éste se halla a cierta distancia del objeto). Otro defecto de la interpretación es que todo experimento puede ser automatizado, de tal modo que sus resultados puedan ser impresos y leídos por el experimentador una vez que el experimento haya concluido, garantizando así la no intervención del sujeto en el proceso. Por lo tanto, la teoría cuántica no apoya en modo alguno la tesis de que la materia ha sido espiritualizada. (Para más críticas, véase Bunge, 1959,1973; Popper, 1967; Rohrlich, 1983).
Finalmente, una cuarta versión de la tesis de la desmaterialización es la afirmación neohegeliana de Alfred N. Whitehead acerca de que el mundo está compuesto de sucesos. Esta creencia es lógicamente insostenible. De hecho, por definición, un suceso es un cambio en el estado de alguna cosa o entidad material. No hay sucesos en sí mismos, sino sólo sucesos en alguna u otra cosa, ya sea ésta un cuerpo o un campo o cualquier otro objeto concreto. Tanto es así que el análisis más simple del concepto de suceso es éste: «un suceso es un par de estados de una cosa, relativos a algún marco de referencia». La física no concibe el mundo como compuesto de sucesos inmateriales o de objetos materiales inmutables. El universo —el mundo de la física— es un sistema de cosas mudables y, por supuesto, el sistema de esta clase más abarcador. (Recuérdese la sección 2.12).
Como conclusión, el rumor de que la física contemporánea ha desmaterializado la materia ha mostrado ser falso. En lugar de ello, como veremos luego, la neurociencia cognitiva ha materializado la mente.
3.3. ¿Cuantos irreales?
Los materialistas identifican realidad con materialidad. Más precisamente, afirman que, aunque los predicados «es leal» y «es material» tienen sentidos diferentes, convienen a los mismos objetos, es decir, son coextensivos. Pero ¿y si no hubiera nada allí fuera?, ¿y si todo fuese sólo un producto de nuestras mentes?, ¿y si, como afirman los constructivistas sociales, todos los hechos que los científicos aseguran estudiar no son más que construcciones sociales o convenciones? Es cierto, Einstein (1949: 81) sostenía que «La física es un intento de atrapar conceptualmente la realidad tal como es pensada, independientemente de que sea observada. En este sentido, se habla de “realidad física”». Pero ¿acaso los experimentos no han refutado la afirmación de Einstein? Al menos esto es lo que se nos dijo cuando Alain Aspect y sus colaboradores (1982) refutaron las malogradas, aun cuando celebradas, desigualdades de Bell sobre la posibilidad de separar cosas inicialmente apareadas.
Sin embargo, puede mostrarse (Bunge, 1985: 205-219) que esta interpretación del famoso experimento es incorrecta. Lo que falló no es el realismo, sino la hipótesis intuitiva de que la separación es imparcial entre dos cosas entrelazadas siempre debe tener por resultado un debilitamiento del vínculo original. En efecto, el experimento en cuestión muestra que un par de fotones inicialmente entrelazados que viajan en direcciones opuestas continúa siendo una única cosa no separable, aun cuando están distanciados por centenares de metros. El origen de este error está en la confusión de Einstein del realismo con el clasicismo, el cual incluye la hipótesis intuitiva de que una separación espacial siempre debilita la interacción. Otra suposición clásica que falla en la física cuántica es que todas las propiedades de las cosas poseen valores precisos en todo momento, como ocurre con la edad y el peso. Pero esto no es válido para variables dinámicas tales como posición, momento, energía y spin (o momento angular intrínseco). Por ejemplo, los tres componentes del spin de un electrón no conmutan, por lo tanto no poseen valores precisos todos a un tiempo, de allí que no puedan ser medidos simultáneamente de manera exacta. La concepción subjetivista que sostiene que el experimentador inventa el electrón o sus propiedades al medir su spin es falsa. De hecho, cuando se diseña el dispositivo experimental, así como cuando se realiza el experimento, el experimentador supone la existencia independiente de electrones provistos de todas sus propiedades, Lo hace cuando manipula un cañón de electrones, un detector de electrones o un magneto (caracterizado por la alineación dé los momentos angulares intrínsecos de sus átomos constituyentes). Lo correcto es algo completamente diferente, a saber, si uno de los componentes del spin adquiere un valor preciso, ya sea de manera natural, ya sea en una situación experimental (por ejemplo, bajo la acción de un campo magnético), los otros dos componentes se vuelven borrosos. Gran parte de la realidad microfísica es borrosa o confusa: eso es todo.
3.4. ¿Vida inmaterial?
El vitalismo, un descendiente del animismo, sostenía que la vida es una entidad inmaterial (entelequia, élan vital) que anima a los organismos y que éstos están diseñados de modo tal que puedan alcanzar su finalidad: la preservación de su clase. En cambio, de acuerdo con el materialismo, la vida es una propiedad de cosas materiales pertenecientes a clases particulares, y la conducta con finalidad es exclusiva de mamíferos y aves. Sin duda, el materialismo mecanicista niega que haya diferencias cualitativas entre los organismos y las cosas no vivientes: sostiene que la diferencia consiste, únicamente, en la complejidad. Esta clase de materialismo es una presa fácil para el vitalismo, puesto que una fábrica moderna no es menos compleja que una célula y es claro que la biología estudia un gran número de propiedades desconocidas para la física y la química. Por lo tanto, el materialismo mecanicista no es una respuesta correcta al vitalismo. Una concepción materialista de la vida debe reconocer la emergencia, es decir, el hecho de que los sistemas poseen propiedades de las cuales sus componentes carecen. En particular, los biosistemas poseen la capacidad de mantener un medio interno bastante constante; las actividades de sus diversas partes están coordinadas; pueden repararse a sí mismos hasta cierto punto; algunos pueden reproducirse; cooperan en algunos aspectos y compiten en otros; y todos esta sométalos a evolución, El materialismo emergentista no halla problema alguno en recocerlas peculiaridades del biosistema. Más aun, a diferencia del holismo, el materialismo emergentista alienta la búsqueda de explicación de la emergencia en términos de propiedades y procesos correspondientes a niveles inferiores. (Más sobre la emergencia en la sección 3.12.)
¿Cómo les va al vitalismo y al materialismo emergentista en la biología moderna? La respuesta depende de la clase de elemento de prueba textual que uno elija. Mientras que unos pocos todavía prefieren el vitalismo, otros defienden el mecanicismo (o fisicismo), en tanto que otros se adhieren tácitamente al materialismo emergentista De hecho algunos biólogos caen en el uso de expresiones vitalistas, en particular teleológicas, como cuando escriben acerca de «la finalidad del órgano X) o la utilidad del proceso Y», o «el plan (o diseño) del sistema Z». De seguro, no les gusta ser acusados de vitalistas, por lo cual a menudo reemplazan el término «teleología» por «teleonomía». Pero esto es solo una hoja de parra yerbal para ocultar la vieja y desacreditada causa final o finalidad. Por lo tanto, si uno está interesado en recolectar pruebas verbales a favor del pensamiento teleología) entre los biólogos contemporáneos, seguramente hallará un gran número La cuestión es averiguar si tal profusión de frases vitalistas es un bel indicador de la naturaleza vitalista de la biología o si sólo se trata de una reliquia de la biología antigua o, incluso, de un indicador de educación no científica. Esta pregunta no puede ser respondida leyendo los mismos textos una y otra vez: sólo puede responderse examinando piezas genuinas de investigación biológica.
Ahora bien, la biología contemporánea es observacional experimental y teórica. Puesto que los conceptos de fuerza vital y finalidad son teóricos, no empíricos, es inútil buscar el vitalismo en las observaciones o en los experimentos biológicos. Todo lo que estas operaciones empíricas pueden lograr es manipular trozos de materia viva, suministrar datos acerca de ellos y controlar hipótesis que relacionan propiedades de la materia viva de ciertas clases; por ejemplo, la relación entre la masa de un cuerpo y su tasa metabólica o los efectos mutagénicos de los rayos X. El único ámbito en el cual puede hallarse a las hipótesis idealistas es en la biología teórica. Echémosle, pues, un vistazo.
Varias de la biología se han vuelto teóricas en el sentido moderno, es decir se han materializado. Baste mencionar la genética de poblaciones (que constituye una buena porción de la teoría de la evolución), la biofísica (en particular el estudio de los procesos de flujo y difusión), la fisiología (en particular los sistemas de biocontrol), la ecología, (en particular los procesos de competencia y cooperación) y algunos pocos más. Cada año se publican cientos de modelos matemáticos de biosistemas en las diferentes revistas de biología teórica (o matemática). Seria infructuoso buscar en estas publicaciones modelos que incluyan la hipótesis de que la vida es un principio inmaterial. También es improbable que se encuentre un modelo matemático correcto y empíricamente exitoso que involucre la noción de proceso finalista (teleológico). Lo que la literatura reciente si muestra, en cambio e, (a) un aumento en el número de explicaciones de propiedades y procesos fisiológicos con el auxilio de la física y de la química; y (b) un incremento del número de explicaciones de aparentes finalidades ya sea en el término de los circuitos de retroalimentación estudiados por la teoría del control, ya sea por la teoría de la evolución.
En conclusión, la biología contemporánea, no es vitalista, a pesar de que muchos biólogos emplean, a veces, modos vitalistas de expresión. (Recuérdese que el lenguaje es la vestimenta de la ideas y que algunas vestimentas pueden disfrazar más que revelarlo. Por lo tanto aunque el análisis filosófico comienza en el lenguaje, es menester ir más allá del mismo si se desea lograr alguna profundad o provecho). Si hay alguna tendencia, ésta es que la biología se está volviendo más y más materialista en el proceso estudiar a los sistemas vivos y sus componentes no vivos con el auxilio de la física y de la química, lo que no implica que la biología haya sido reducida a estas ciencias. (Más sobre esto en Mahner y Bunge, 1997.)
3.5. ¿Mente inmaterial?
El dualismo psicofísico o la tesis de que hay mentes además de cuerpos es posiblemente la más antigua de las filosofías de la mente. Es parte esencial de las prácticas chamanísticas y de la mayoría de las religiones, fue incorporada a la filosofía por Platón. Descartes le dio un nuevo giro al expulsar a todos los espíritus del cuerpo, dejando este último en manos de la ciencia; sí bien conservó para la teología y la filosofía los derechos exclusivos sobre el alma. Muchos filósofos moderaos, así como cierta cantidad de científicos en sus momentos filosóficos, han adoptado el dualismo en una forma u otra; unos pocos de manera explícita, la mayoría de ellos tácitamente. Escuelas enteras de pensamiento se han adherido a esta posición. Un ejemplo es el psicoanálisis, con su discurso acerca de entidades inmateriales, tales como el yo, el superyó, el ello y la libido morando en el cuerpo y ejerciendo influencias psicosomáticas. Otro ejemplo es el discurso antropológico e histórico acerca de una superestructura espiritual que cabalga sobre la infraestructura material. Sin embargo, la suerte del dualismo psicofísico comenzó a declinar hace aproximadamente un siglo, bajo la acción no concertada de la filosofía, la neurociencia y la psicología. Permítaseme explicar.
Hay dos caminos para minar la doctrina de la inmaterialidad de la mente u otra concepción cualquiera sobre este asunto. Uno de ellos es mostrar que se trata de una doctrina defectuosa y el otro es exhibir una alternativa mejor. Permítaseme ahora bosquejar la primera tarea, dejando la segunda para el capítulo 4. El defecto conceptual más flagrante del dualismo psicofísico es su imprecisión: no dice: claramente qué es la mente, porque no ofrece ni una teoría ni una definición del concepto de mente. Todo lo que el dualismo nos da son ejemplos de estados o sucesos mentales: no nos dice que hay en esos estados o qué sufre esos cambios, salvo, por supuesto, la mente misma, lo cual constituye un procedimiento circular. Un segundo error fatal del dualismo psiconeural es que separa estados y sucesos mentales de cualquier cosa que pueda hallarse en tales estados o sufrir tales cambios. Esta manera de concebir los estados y los sucesos va a contrapelo de la ciencia. En efecto, en todas; las ciencias los estados son estados de entidades materiales y los sucesos son cambios en esos estados. La psicología fisiológica (alias neurociencia cognitiva) cumple con este requisito, en tanto que el dualismo psicofísico no.
Un tercer defecto grave del dualismo psiconeural es que es compatible con el creacionismo, pero no con la biología evolutiva. En efecto, si la mente es inmaterial, entonces se halla, por sobre de las vicisitudes de la materia viviente, en particular por encima de la selección natural. En cambio, según el materialismo, la mente evoluciona junto con su órgano, el cerebro. Por ello, cuando el Papa Juan Pablo II por fin admitió, en 1996, que la evolución biológica es real, excluyó de ella el alma.
Pero el peor rasgo del dualismo psiconeural es que obstaculiza la investigación. Esto es así porque posee una respuesta pronta para todo problema que se presente bajo el paraguas del problema mente-cuerpo y porque rehúsa observar dentro del cerebro para indagar acerca de la mente. (De este modo, refuerza la separación entre la psicología y la neurociencia, y favorece así la psicoterapia verbal por encima de las terapias de conducta y aquellas que utilizan drogas). Del mismo modo, el dualismo fomenta la superstición, especialmente la creencia en la telepatía, la psicokinesia, la clarividencia, la precognición y las diferentes entidades inmateriales psicoanalíticas.
Y aun así, la escuela de psicología cognitiva más influyente de todas sostiene que los procesos mentales consisten en el procesamiento de información y que la información, a su vez, no es material. Pero rara vez, si es que alguna, se nos dice qué es la información. Sólo una cosa es segura: que la noción de información utilizada por los psicólogos y los neurocientíficos está definida de modo erróneo y es completamente diferente del concepto de información definido en la teoría de la información elaborada por Shannon y Weaver para su utilización en la ingeniería de telecomunicaciones (véase por ejemplo, Bunge y Ardila, 1987; Fotheringhame y Young 1997).
En efecto, la teoría de la información trata acerca de la propagación de señales, no de la transducción de señales que es la transformación de estímulos externos en procesos específicos (dependientes de la materia), tales como las reacciones químicas que constituyen las unidades de los procesos vitales, por ejemplo, la unión de una molécula de neurotransmisor con un receptor de membrana neuronal. Ninguna teoría tan general como la teoría de la información podría explicar procesos específicos como éstos: éste es un punto elemental de metodología. Más aún, el concepto central de esa teoría es la probabilidad de que una señal en viaje por un canal con ruido llegue a destino. Pero ni los psicólogos ni los neurocientíficos miden jamás esa probabilidad. Y en todo caso, este concepto exacto sólo tiene sentido con referencia a un sistema material de información como una red de televisión: no existe tal cosa como la información en y por sí misma.
Algunos expertos afirman, incluso, que todo lo mental es algo rítmico: que ocurre según reglas matemáticas precisas tales como la regla para Una división larga. Esta tesis es, como mínimo, controvertible. En primer lugar, es altamente implausible que existan algoritmos para procesos prerracionales tales como las emociones y los sentimientos. En segundo lugar, no hay indicio alguno de que sea posible diseñar algoritmos para inventar nuevas ideas, en particular nuevos algoritmos. Sin embargo, en relación con la controversia materialismo-dualismo lo anterior carece de importancia. Lo que realmente importa es que todos los algoritmos, lejos de existir por sí mismos, de manera independiente, son ideados por seres humanos y, más aún, todos ellos están «encarnados» o «materializados», ya sea en cerebros vivientes o en disquetes o en flojas de papel. (Intente el lector manipular su computadora empleando solamente su «poder mental»). Después de todo, los algoritmos son reglas para combinar símbolos; y todo símbolo es una cosa concreta, tal como esta serie de signos: 10110001111. (Cuando se escribe «0» y «1», se introduce signos físicos de los números cero y uno respectivamente: la computadoras no conocen los números). Sin materia no hay procesamiento de información. Por lo tanto, el discurso acerca de la información inmaterial es, en el mejor de los casos, una ficción.
En resumen, el dualismo psicofísico no es una teoría científica. Más aún, no es siquiera una teoría propiamente dicha, o sea, un sistema hipotético-deductivo. Es un elemento fundamental de antiguas cosmovisiones mágicas y religiosas sobre el mundo: es un trozo de mito e ideología antes que de ciencia. No es sorprendente que esté siendo desplazado por el enfoque materialista, según el cual la mente es un conjunto de funciones cerebrales especiales. (Más en el capítulo 4.)
3.6. ¿Cultura inmaterial?
Las filosofías idealistas de la cultura nos han acostumbrado a considerar la cultura y los objetos culturales como si fuesen inmateriales. Esta concepción abre un abismo entre el ser humano y otros animales, así como entre las ciencias de la cultura y todas las demás. También hace difícil comprender por qué la cultura de una sociedad depende de, y coevoluciona junto con, su economía y su organización política. Por ejemplo, el historiador de arte idealista separa el par autor-obra del par cliente-público, y de este modo no puede explicar por qué a algunos artistas se les paga y sus obras son exhibidas, en tanto que a otros, a los mejores quizá, no les ocurre lo mismo.
Los materialistas históricos y culturales han criticado el idealismo cultural, y han intentado mostrar que las circunstancias materiales y las actividades del ser humano —a saber, el entorno natural, su transformación a través del trabajo y las relaciones resultantes de esta actividad— determinan todo lo demás. (Véase Engels, 1878; Harris, 1979.) En particular, la cultura intelectual y artística, así como la ideología de una sociedad, se transforman en epifenómenos a los que se refiere colectivamente como la «superestructura» (ideal) montada sobre la «infraestructura» económica (material). De este modo, los materialismos histórico y cultural quedan reducidos, básicamente, al determinismo económico. De seguro, esta doctrina es suavizada a menudo mediante la adición de una nota al pie: una vez formada, la superestructura adquiere una importancia propia y puede actuar sobre la infraestructura. Aun así, esta última se mantiene como el primer motor y la superestructura es considerada inmaterial (o ideal); un caso claro, si bien inadvertido, de dualismo.
Sostengo que los materialismos histórico y cultural son materialistas sólo a medias (porque incorporan el dualismo mente-materia); y más aún, que no pueden explicar las interacciones reales entre la cultura de una sociedad y otros subsistemas de ésta. Que los materialismos histórico y cultural son dualistas parece obvio: para un genuino materialista no hay tal cosa como una entidad inmaterial (o ideal), sin importar que esté montada o no sobre una entidad material. Y que la tesis de la primacía absoluta de la economía por sobre todo lo demás es inadecuada, parece evidente cuando se piensa que un cambio social puede comenzar tinto en la economía como en la cultura o la política y que algunos cambios culturales tales como la invención y difusión del arte, la religión, la escritura, el cálculo, la ciencia y la tecnología fundida en la ciencia han tenido importantes efectos económicos y políticos.
Una concepción materialista alternativa y coherente es la siguiente. Puede concebirse una sociedad humana como un sistema concreto (material) compuesto de seres humanos y sus artefactos, tales como herramientas, máquinas, animales domésticos, organizaciones formales y documentos. Este sistema, a su vez, puede dividirse en cuatro grandes subsistemas: el biológico, el económico, el cultural y el político. La cultura de una sociedad, no importa cuán primitiva ésta sea, es un sistema compuesto por personas vivas y artefactos culturales tales como grabados y pinturas, papiros y disquetes de computadora, planos y mapas, partituras musicales y tablas estadísticas. Este sistema se mantiene unido por medio de vínculos de información, del mismo modo que un sistema biológico es integrado por las relaciones de parentesco y amistad, como la economía se mantiene unida gracias a los vínculos de trabajo y comercio, y del mismo modo que la política se sostiene en las relaciones de administración y poder. Por lo tanto, la cultura de una sociedad puede ser considerada como un sistema material, aunque no como un sistema físico, puesto que está caracterizada por propiedades, relaciones y procesos no físicos (emergentes), tales como la creación y difusión del conocimiento, la elaboración e interpretación de símbolos, el diseño de artefactos, la danza, la escultura y la devoción religiosa.
Una actividad cultural es una actividad cerebral de una clase determinada —cada vez más auxiliada por artefactos de diferentes clases— que influye sobre el modo en el cual otras personas piensan, sienten o actúan. El producto de esta actividad se denomina «objeto cultural», sea éste un poema o un teorema, una receta de cocina o una prescripción médica, un plan o un diagrama, un proyecto legislativo o una sonata, o lo que fuere. En tanto ese «producto» permanezca dentro del cráneo de su creador, se trata sólo de un proceso cerebral: para ser considerado un objeto cultural es necesario que sea comunicable a otras personas. Tal socialización u objetivación no necesita ser permanente, pero sí debe ser accesible a otras personas. Una canción que nunca es cantada o una partitura que jamás es ejecutada pueden ser bellas (para su creador) pero no pueden ser motivo de regocijo eterno puesto que no pueden ser transmitidas y, de esta manera, disfrutadas por otros. El modo más eficaz de transformar un producto mental en uno cultural es, por supuesto, la «encarnación» (o transubstanciación, para emplear un término teológico) en un artefacto cultural ampliamente asequible, tal como un bajorrelieve, una tablilla de arcilla, un diagrama, un disco o un vídeo, o un suceso social, tal como un concierto, una exhibición de arte o una conferencia pública.
De seguro, si así lo deseamos, podemos fingir que la música y la poesía, la matemática y la filosofía, la biología y la teología son objetos ideales (o abstractos), a condición de que reconozcamos que ninguno de ellos existiría si no fuese por sus creadores y usuarios, todos los cuales son sistemas materiales (aunque no físicos) incluidos en un sistema social. Aun la biblioteca, la galería de arte, el museo o el laboratorio más completos del mundo dejarían de ser objetos culturales tras un holocausto nuclear, debido a que no quedaría nadie que interpretase y comprendiese sus contenidos. En otras palabras, la Tercera Guerra Mundial no dejaría una brizna de la «mente objetiva» de Dilthey o del igualmente imaginario «mundo 3» de Popper. No porque la explosión nuclear pudiese destruir ese «mundo» puesto que sólo las entidades materiales pueden ser disgregadas sino que para empezar no existe ese «mundo 3». Los artefactos culturales como libros, los pianos y las computadoras son solo desechos, si no pueden ser utilizados por un cerebro viviente y pertrechado.
Esta visión materialista de la cultura como un sistema material compuestos por cerebros y artefactos culturales no desvaloriza ni profana la cultura: sólo la desmitifica. En cambio en la concepción de que los libros, los discos, las pinturas, y otras cosas parecidas son intrínsecamente valiosas, es decir que tienen existencia y valor por si mismas, aun cuando no haya personas capaces de utilizarlas, es una versión materialista tosca, debido a que transforma estos objetos en mera mercancía que puede ser acumulada por coleccionistas egoístas. Evitando la cosificación y absteniéndose de colocar los valores fuera de los cerebros que evalúan, los materialistas cabales otorgan mayor valor al individuo humano, el único creador y consumidor conocido de bienes culturales. Como consecuencia, el materialismo sofisticado puede ser considerado como una variedad de Humanismo. (Más sobre esto último en el capítulo 1).
En resumen, la cultura no es inmaterial. Si se la concibe como un proceso (de creación o difusión), la cultura es tan material como el moral ético o las reacciones químicas, dado que las actividades culturales ocurren en y entre nosotros, que somos sistemas materiales, si bien altamente evolucionados. Y si se la concibe como un sistema —el sistema compuesto por productores y consumidores de bienes culturales— la cultura es una cosa material En cualquiera de estos casos, la cultura no es menos material que la economía o la política. Y no es verdad que la cultura sea siempre derivada o epifenoménica: la mayoría de los cambios culturales y políticos en la sociedad moderna han tenido su origen en doctrinas o descubrimientos científicos, tecnológicos o ideológicos.
En conclusión, no hay buenas razones para suponer que la cultura es material. En cambio, existen ventajas —tanto intelectuales como practicas— en la tesis de que la cultura de una sociedad es un subsistema material de esta última, y por ello puede ser tanto nutrida como sofocada por la economía o la política. Una de las ventajas de esta concepción es que contribuye a explicar la fértil simbiosis entre cerebros individuales y artefactos culturales. Esto es lo que Merlin Donald (1991) denomina el almacén simbólico externo esa enorme expansión artificial de la memoria de trabajo (o de corto plazo), que Donald considera característica de la mente moderna.
Otra ventaja de la concepción materialista dé la cultura es que les recuerda a los administradores que la cultura no se puede comprar que el único modo de promover la cultura es ayudando a nutrir cerebros prometedores, dejándoles desarrollarse en libertad, favorecido su asociación, y facilitando su acceso a artefactos culturales tales como revistas e instrumentos de medición. Esto es así porque las obras culturales residen en cerebros bien nutridos y bien relacionados, no en el reino idealista de las ideas puras.
Sin embargo no todos lo materialistas comparten esta perspectiva. Los materialistas toscos —en particular los utilitaristas y los economicistas— promueven la cultura basura, ya sea porque vende, ya sea porque se espera que «contribuya a la causa». En cambio, los materialistas sofisticados sólo están interesados en mostrar que la cultura no es inmaterial. No les importa ni el contenido ni la forma de las obras de arte, la ciencia o las humanidades, en tanto sean creaciones originales en lugar de refritos o mercancía fabricada con el exclusivo fin del provecho económico, el poder puro o la promoción académica.
Así, paradójicamente, los materialistas filosóficos pueden ser amigables con el arte, la ciencia o la filosofía por sí mismos, en tanto que los idealistas filosóficos pueden exigir que se los ponga al servicio de una u otra causa «más elevada», como si el arte, la ciencia o la filosofía no fuesen ellos mismos suficientemente elevados. Esta política liberal hacia la cultura desinteresada da excelentes resultados. Por ejemplo, las novelas de Tolstoi aún nos conmueven y nos instruyen, en tanto que su manifiesto del «arte para el pueblo» yace tan olvidado como el «realismo socialista».
3.7. La ciencia es el estudio de la materia
Podemos aprender un par de lecciones de lo dicho anteriormente. Una de ellas es que el concepto de materia ha cambiado drásticamente a través de los siglos, o mejor dicho que ha habido una secuencia histórica de conceptos de materia. No hay razón alguna para suponer que las teorías de la materia que hoy tenemos sean las definitivas: después de todo, la ciencia estudia la materia y, mientras haya personas que hagan investigación científica, es seguro que descubrirán nuevos hechos y nuevas ideas.
Aun así, para que un conjunto de conceptos pueda ser designado por un mismo término, aquellos deben compartir un significado central: de otro modo, estaríamos frente a una ambigüedad que generaría malentendidos, no frente a un cambio conceptual. La secuencia histórica de conceptos de materia cumple esta condición: cada miembro de esa secuencia incluye la idea de que todas las entidades materiales son mudables, al menos con respecto al lugar. Puesto en términos negativos: jamás la ciencia, en toda su intrincada trayectoria, ha afirmado la inmutabilidad o permanencia absolutas de la materia.
Otra lección que podernos deducir de lo anterior es que, en vez de alejarse del materialismo; la ciencia se va haciendo cada vez más explícitamente materialista. Lo hace no sólo al desechar entidades inmateriales (fuerza vital, fantasmas, pensamientos descamados, recuerdos colectivos, destino nacional, etcétera), sino también —e incluso fundamentalmente— al estudiar entidades materiales. En efecto, la ciencia investiga objetos físicos, tales como cuerpos y campos; sistemas químicos, tales como baterías y pilas de compost; biosistemas, tales como bacterias y cerebros; y sistemas sociales, tales como empresas de negocios y gobiernos. Tan es así que la ciencia fáctica puede caracterizarse como el estudio de objetos materiales de diferentes clases, con el auxilio del método científico y la finalidad de descubrir las leyes de tales objetos. En otras palabras, la investigación científica presupone y a la vez enriquece la ontología materialista. Corresponde a los filósofos desenterrar, desarrollar y sistematizar esta ontología. Veamos ahora cómo puede llevarse a cabo esta tarea.
3.8. El materialismo y cómo mantenerlo al día
El materialismo filosófico es una familia de ontologías o doctrinas extremadamente generales acerca del mundo. Lo que los miembros de esta familia tienen en común es la tesis de que todo lo que realmente existe es material o, puesto en términos negativos, que los objetos inmateriales tales como las ideas, no existen independientemente de objetos materiales tales como los cerebros. Aparte de este núcleo común, las ontologías materialistas pueden diferir ampliamente. Sólo puede individualizarse o construirse una ontología materialista específica añadiendo un mayor número de requisitos. Nosotros seleccionamos dos condiciones más: exactitud, y compatibilidad con la ciencia y la tecnología contemporáneas. Veamos estas condiciones, que son la marca distintiva de la filosofía científica.
Hasta ahora, el materialismo ha sido un cuerpo bastante amorfo de creencias algo vagas. ¿Cómo podemos transformar esta doctrina en un sistema de hipótesis claramente formuladas, compatible con el conocimiento contemporáneo, en particular con la lógica, la matemática, las ciencias naturales, las ciencias sociales y la tecnología? De manera general, ¿cómo podemos restaurar una filosofía determinada? Una respuesta resumida es ésta: substituyendo las metáforas por fórmulas exactas, descartando las tesis obsoletas e incorporando nuevas hipótesis compatibles con la ciencia y la tecnología contemporáneas.
Tratemos la exactificación en primer lugar. Consiste en reemplazar la vaguedad por la precisión. Esta meta se logra empleando, toda vez que sea necesario, los lenguajes ricos y exactos de la matemática y la lógica, en lugar del lenguaje común, que es necesariamente confuso y pobre porque debe servir para comunicar a personas con formaciones e intereses muy diferentes. (El requisito de exactitud es, quizá, la contribución más perdurable de Bertrand Russell). Esta condición descalifica a la fenomenología, al existencialismo e incluso a la filosofía lingüística como filosofías rigurosas. También descarta como compañera digna del materialismo a la dialéctica, que es vaga, oscura y metafórica. (Más en Bunge, 1981, cap. 4). El materialismo moderno debe ser lógico y científico, no dialéctico.
He aquí unos pocos ejemplos de exactificación en un nivel de formalización muy modesto.
- Ejemplo 1. «Todo suceso es un cambio en una entidad material (es decir, no hay sucesos en sí mismos)» puede exactificarse como «Para todo suceso x, hay al menos un objeto material y un cambio de estado z, tal que x = z».
- Ejemplo 2. «Sólo los objetos materiales pueden actuar unos sobre otros» se transforma en «Para objetos cualesquiera x e y, si x actúa sobren y o viceversa, entonces x es material e y es material».
- Ejemplo 3. «El espacio físico es un modo de existencia de la materia» puede ser exactificado como «Las relaciones del espacio físico son relaciones entre objetos materiales».
- Ejemplo 4. «La vida es una forma de la materia» debería convertirse en «Todos los organismos son objetos materiales».
- Ejemplo 5. «Una sociedad es una totalidad orgánica» debería ser convertido en «Una sociedad es un sistema compuesto por organismos y artefactos unidos por relaciones de grados y clases diferentes».
Éstas son formalizaciones empleando la parte más modesta, si bien la más universal, de la matemática, o sea la lógica clásica. (Para reconstrucciones más profundas de conceptos e hipótesis ontológicas empleando instrumentos formales más poderosos véase Bunge, 1977,1979.) Por lo tanto, sólo exhiben Las estructura general de los enunciados originales. Sin embargo, a menudo esto es suficiente para eliminarla antigüedad o reducir la vaguedad. Por ejemplo, la tesis «El cambio proviene de la oposición (contradicción óntica)» puede interpretarse de varias maneras mutuamente incompatibles. Dos de ellas son «Todo cambio es generado por alguna oposición» (falso) y «Algunos cambios son generados por alguna oposición» (trivialmente verdadero). Toda la filosofía clásica, en particular la dialéctica, está plagada de tales ambigüedades y oscuridades.
Otro mérito de la exactificación es que ayuda a ubicar conceptos clave tales como los de objeto material, estado, suceso, espacio y tiempo, que deben ser elucidados en una segunda etapa. Los ejemplos anteriores muestran claramente, también, que en tanto que los primeros cuatro son hipótesis universales, el quinto es una definición. Por lo tanto, si queremos que nuestra ontología sea científica, debemos intentar ubicarlos primeros cuatro enunciados en teorías y someter a éstas a prueba, en tanto que el quinto es una convención, de donde sólo resulta la puesta a prueba de su validez.
Casi cualquier filosofía, suponiendo que no sea completamente irracionalista como la de Heidegger o irremediablemente absurda como la de Hegel, puede ser precisada y clarificada, es decir, puede ser reformulada con el auxilio de conceptos lógicos y matemáticos. (La excepción obvia es la filosofía del lenguaje ordinario, la cual rechaza el intento mismo de exactificación. Pero puesto que los filósofos lingüísticos no practican el proponer doctrinas filosóficas sustantivas originales, no constituyen una genuina excepción). Recuérdese, por ejemplo, los intentos de Alfred N. Whitehead, Bertrand Russell, Rudolf Carnap y Nelson Goodman de transformar el fenomenismo en una filosofía exacta. Tuvieron éxito en el sentido de que sus sistemas constituyeron, por cierto, elucidaciones claras y sistematizaciones claras del fenomenismo. Pero los resultados fueron superficiales y estériles, a la vez que iban a contrapelo de la ciencia moderna, que es materialista y realista, antes que fenomenista. (Si cabe alguna duda, inténtese describir las propiedades de un electrón o de la economía en términos de fenómenos, es decir, de apariencias para un observador).
La formalización, pues, aunque necesaria para transformar un cuerpo desorganizado de tesis vagas en un sistema hipotético-deductivo, es insuficiente para restaurar una filosofía. Cuando decimos que la filosofía Φ es obsoleta, intentamos enunciar que Φ no cumple con los cánones contemporáneos de exactitud o que Φ se halla en oposición con respecto al correspondiente conocimiento sustantivo actual sobre el mundo y la experiencia humana. El materialismo tradicional es un ejemplo apropiado porque no es sólo inexacto, sino que además no ha logrado formular respuestas precisas y actuales a la mayoría de las preguntas filosóficas propuestas por la ciencia moderna. Sin embargo, hay una diferencia entre el materialismo y las otras filosofías, a saber que sus principales axiomas, aunque imprecisos, están apoyados de manera general por la ciencia y la tecnología contemporáneas. En efecto, tal como se ha discutido en las secciones previas, la ciencia y la tecnología investigan y modifican sólo objetos materiales (o concretos) y no reconocen objetos inmateriales, excepto en el caso de conceptos, propiedades y relaciones, de ninguno de los cuales es preciso suponer que existen por sí mismos.
Hasta aquí lo referente a la exactitud como una de las dos condiciones necesarias para poner al día el materialismo. Apliquemos ahora la regla de la exactitud y la condición de ser compatible con la ciencia a la definición del concepto de materia.
3.9. Definiendo «materia»
Las definiciones más difundidas del concepto de materia ofrecidas en el pasado son inadecuadas. Las entidades materiales no pueden identificarse con objetos sólidos y mucho menos con objetos compactos desde el descubrimiento de campos sin masa, como es el caso de los campos electromagnéticos. Y los objetos materiales no deberían ser definidos como aquellos que existen independientemente del sujeto cognoscitivo, porque un idealista objetivo afirmará la existencia autónoma de objetos inmateriales tales como las ideas. (En otras palabras, Materialidad → Objetividad). En resumen, mientras que la primera definición se ha tomado científicamente obsoleta, la segunda siempre ha sido filosóficamente inadecuada, por cuanto confunde una categoría oncológica corí una categoría gnoseológica. (Véase más ejemplos de concepciones erróneas en Cornman, 1971.)
Debemos tornar nuestras pistas de la ciencia moderna, De acuerdo con ella, todos los objetos materiales, a diferencia de los ideales, son mudables (sección 3.1). Aun. las llamadas partículas elementales o son inestables o, en caso de ser longevas, cambian en varias maneras, ya sea espontáneamente, ya sea en virtud de interacciones con otras entidades (partículas o campos). En cambio, se supone que un objeto conceptual, como el número 1 o el teorema de Pitágoras, no posee estado alguno, ni mucho menos va a sufrir cambios de estado. Así, pues, no tiene sentido preguntar «¿Cómo está hoy el 1?» o «¿Cuál es la ecuación de movimiento (o la ecuación de campo o el esquema de transmutación) del teorema de Pitágoras?».
Podemos, entonces, caracterizar un objeto material como un objeto que puede asumir, al menos, dos estados diferentes, de tal modo que, eventualmente, .puede saltar de un estado a otro. (En realidad, incluso la entidad material más simple —como un electrón o un fotón— puede hallarse en cualquier momento dado en uno de infinitos estados diferentes. Más aún, un fotón se mantiene en movimiento mientras existe y el spin del electrón rota espontáneamente alrededor de su dirección de movimiento). O sea, si E1 es un espacio de estado para todas las cosas materiales de la clase C, relativo a un marco de referencia 1, entonces la numerosidad del primero es al menos 2 y viceversa.
Podría objetarse que las almas descarnadas, tales como las propuestas por la mayoría de las religiones y los fantasmas que, se dice, acechan algunos castillos escoceses, son mudables y, a pesar de ello, inmateriales, lo que prueba lo inapropiado de nuestra definición. De ningún modo, ya que nuestra definición pertenece a una ontología materialista, en la cual no hay lugar para objetos sin cuerpo, y los estados mentales son estados cerebrales. Además, no hay pruebas de la existencia de fantasmas fuera de los cerebros de narradores y devotos religiosos.
(No es necesario incursionar aquí en la técnica para construir espacios de los estados, para lo cual puede verse Bunge, 1977a, 1979. Bastará decir que se trata de un postulado gnoseológico tácito de la ciencia moderna, que afirma que dada una cosa cualquiera x, de la cual conocemos algunas propiedades, es posible [a] representar cada propiedad de x por medio de una función matemática; [b] resumir todas esas funciones en una única función denominada función de estado de x, de la cual [c] se supone que satisface algún enunciado legal. Todo valor de la mencionada función representa un estado de x relativo a algún marco de referencia. La colección de esos valores, compatibles con las leyes de x, se denomina espacio de estado nomológico de x relativo al marco de referencia r. Con el paso del tiempo, el objeto se mueve de un estado a otro, lentamente con respecto a ciertos marcos de referencia, rápidamente con respecto a otros. Advertencia: no confundir marcos de referencia con observadores).
En resumen, adoptaremos la
DEFINICIÓN 1. Un objeto x es un objeto material (o entidad) si, para todo marco de referencia r: si Er es un espacio de estado para x relativo a r, entonces, Er contiene al menos dos elementos. De otro modo, x es un objeto inmaterial.
Más brevemente,
μx =df ∀r (Si r es un marco de referencia y Er es un espacio de estado para x relativo a r, entonces |Er| ≥ 2).
Esta definición permite dividir todo conjunto de objetos en entidades y no entidades. También permite construir la
DEFINICIÓN 2. La materia es (idéntica a) el conjunto de todos los objetos materiales.
En símbolos,
M =df {x|μx}
Adviértase que se trata de un conjunto y, por ende, de un concepto, no de una entidad concreta: es la colección de todas las entidades materiales pasadas, presentes y futuras. (O, si se prefiere, M es la extensión del predicado μ, que se lee «es material»). De allí que si deseamos mantenernos dentro del materialismo, no podemos decir que la materia existe, salvo, por supuesto, conceptualmente. En vez de ello, supondremos que los objetos materiales individuales —y sólo ellos— existen realmente. (Que tales individuos puedan ser simples como los fotones o complejos como las familias es algo ajeno a esta cuestión). Pero este punto requiere otra sección.
3.10. El postulado central del materialismo
Para formular el postulado central del materialismo necesitamos no sólo el concepto de materia, sino también el de realidad, ya que de acuerdo con el materialismo todos los objetos materiales, y sólo ellos, son reales. He aquí una definición simple del predicado «es real»:
DEFINICIÓN 3. (a) Un objeto es objetivamente real si existe independientemente de todos los sujetos cognoscitivos (o sea, en los mundos externos a ellos), (b) Un objeto es subjetivamente real si existe sólo como parte de una experiencia subjetiva de algún sujeto.
DEFINICIÓN 4. La realidad es la colección de todos los objetos reales.
Adviértase que, puesto que «realidad» se ha definido como una colección, es ella misma irreal, debido a que los conjuntos son incapaces de influir en cosa alguna. (No hay nada de malo en esto, ya que las totalidades no necesitan poseer todas las propiedades de sus partes).
Aun suponiendo que nuestras definiciones sean adecuadas, éstas no contribuyen a identificar algo como objetivamente real. Para realizar esta tarea no necesitamos una definición, sino un criterio general de realidad objetiva, es decir una regla que nos ayude a decidir en cada caso si lo que percibimos, sentimos o pensamos existe independientemente de nosotros. Para hallar este criterio basta observar cómo hacen los científicos experimentales para averiguar si un objeto que han hipotetizado o percibido existe independientemente de ellos. Para hacerlo, se preguntan si el objeto en cuestión puede actuar sobre cosas cuya realidad es certificable o si alguna de ellas puede actuar sobre él. Por lo tanto, establecemos el siguiente
CRITERIO. Un objeto x es real si (a) hay al menos otro objeto y, cuyos estados son (o serían) diferentes en ausencia de x; o (b) todo componente de x modifica los estados de otros componentes de x.
En otras palabras, para que una cosa —exceptuando al universo— sea real es suficiente (aunque no necesario) que influya sobre otro objeto o sea influida por éste. La primera disyunta hace lugar a los sujetos (cognoscitivos). La segunda disyunta es necesaria para hacerle lugar al universo como totalidad, el cual aun cuando no sea influido por cosa alguna, está compuesto por entidades reales.
Ahora estarnos preparados para enunciar la hipótesis que comparten todas las ontologías materialistas, tanto las vulgares como las sofisticadas:
POSTULADO 1. Un objeto es real (o existe realmente) si y sólo si es material. (Abreviado: todos los objetos materiales —y sólo ellos— son reales).
Este supuesto vincula las Definiciones 1 y 3. En virtud de las Definiciones 2 y 4, el Postulado 1 es equivalente a; la realidad es (idéntica a) la materia. Puesto en términos negativos: los objetos inmateriales (no entidades) son irreales. En particular las propiedades, relaciones y cambios de cada uno de los objetos materiales, son reales sólo de un modo derivado: en términos estrictos, se trata de abstracciones. Por ejemplo, las distancias entre entidades no son reales: sólo las cosas espaciadas lo son. Del mismo modo, los sucesos en sí mismos no son reales: lo que es real es la cosa íntegra que cambia. Sin embargo, no es perjudicial hablar de las propiedades de las entidades y de sus cambios como si fuesen reales, a condición de que no las disociemos de las cosas mismas. Así, la cohesión social puede ser real, aunque sólo como una propiedad de ciertos sistemas sociales.
Ahora podemos dar respuesta a una objeción que habitualmente se opone al materialismo. Esta objeción postula que, aunque de seguro son inmateriales, tenemos que habérnoslas con el espacio y el tiempo: puesto que ¿no se supone acaso que las cosas existen en (regiones de) el espacio y el tiempo? La respuesta materialista es la teoría relacional (o, mejor dicho, la familia de teorías) del espacio y el tiempo sugerida por lo dicho anteriormente. Según ésta, lejos de existir por sí mismo, el espacio-tiempo es la red fundamental de objetos cambiantes, es decir, de objetos materiales. Por lo tanto, en vez de decir que los objetos materiales existen en el espacio y el tiempo, debemos decir que el espacio y el tiempo existen de manera derivada, a saber, en virtud de la existencia (y, por consiguiente, del cambio) de los objetos materiales. Espacio y tiempo no existen de manera independiente, al igual que la solidez o el movimiento, la vida o la mente, la cultura o la historia no exigen independientemente de los objetos, (Para una teoría relacional matemática del espacio-tiempo véase Bunge, 1977a).
En suma, todo el moblaje del mundo real es material. Los «mundos» de la matemática, filosofía, la religión y el artesón ficticios, y toda, ficción es fin proceso dentro de un cerebro viviente, De modo irónico, hemos completado el círculo regresando a Platón, quien sostenía que, mientras que las cosas mundanas son corruptibles, (mudables), las ideas son inmutables, Con la diferencia de que los materialistas rechazan la tesis de Platón acerca de la existencia autónoma de las ideas.
3.11. Sistemas materiales
A continuación necesitarnos la noción de sistema, aunque no sea más que para justificar nuestra afirmación previa de que todos los sistemas sociales son tan materiales como los sistemas físicos Como mencionamos en el capítulo 2, un sistema concreto puede ser caracterizado como un objeto complejo cuyos componentes permanecen unidos, a consecuencia de lo cual el sistema se comporta, en algunos aspectos, como una unidad o totalidad. De todo sistema puede analizarse su composición (o conjunto de sus partes), su entorno (o conjunto de objetos distintos de sus componentes y relacionados con éstos), su estructura (o conjunto de relaciones, en particular conexiones y acciones, entre los componentes, y entre éstos y los elementos del entorno) y su mecanismo (o conjunto de procesos que le son peculiares o, en otras palabras, aquello que lo hace funcionar). En resumen, el modelo más simple de un sistema σ en cualquiera momento dado es éste: m(σ) = <C(σ), E(σ), S(σ), M(σ)>.
De esta definición de sistema, conjuntamente con el Postulado 1 y la Definición 3, se sigue que si un sistema está compuesto por objetos materiales (reales), entonces él mismo es material. De modo más preciso, derivamos el
TEOREMA 1. Un sistema es real (material) si y sólo si está compuesto exclusivamente por partes materiales (reales).
Este enunciado puede parecer trivial, pero no lo es. Por lo pronto, nos dice que existen otros sistemas materiales, entre ellos los organismos y las sociedades, además de los así considerados por los físicos o los químicos. En segundo lugar, de él se sigue que, al menos según el materialismo, los «mundos» compuestos de ideas, tales como las historias, los argumentos y las teorías son irreales. Los que sí son reales son los creadores de tales «mundos» ideales.
Ahora que tenemos la noción de sistema real (material) podemos, asimismo, añadir el supuesto que transforma al materialismo en sistémico, a saber:
POSTULADO 2. Todo objeto real (material) es o un sistema o un componente de un sistema.
En términos negativos, no hay cosas aisladas, excepto como ficciones. La consecuencia metodológica es obvia: búsquense relaciones, en particular vínculos (o acoplamientos o conexiones) entre las cosas. Esta prescripción viene al caso, particularmente, para contrarrestar el individualismo de moda en los estudios sociales.
Adviértanse los siguientes puntos. Primero, nuestra versión del materialismo es dinamista, puesto que identifica la materialidad con la mutabilidad. Dadas las oscuridades de la dialéctica, nada se ganaría y mucho se perdería agregando el calificativo de «dialéctico». Segundo, el Postulado 1 no debe confundirse con el nominalismo (o materialismo vulgar o reísmo), es decir la tesis que sostiene que sólo existen cosas, que las propiedades no son más que colecciones de cosas y que las relaciones son idénticas a n-tuplas de cosas. Es verdad, negamos la existencia independiente de propiedades y relaciones, pero en vez de ello afirmamos que todas las cosas poseen propiedades y se hallan relacionadas.
Tercero, ni el postulado del materialismo ni las definiciones que lo acompañan conllevan restricción alguna acerca de la clase de materia, es decir, de la composición de la realidad. En particular lo dicho anteriormente no lleva al fisicismo, la tesis que afirma que todo objeto real es físico. Más sobre esto en la próxima sección. Cuarto, el Postulado 2, la hipótesis de sistemicidad, no debe confundirse con el holismo. En efecto, el holismo concibe los sistemas como totalidades imposibles de analizar. En cambio, ye concibo un sistema como una cosa compleja con una composición, un entorno, una estructura y un mecanismo definidos (aunque modificables) y, por ende, como una cosa pasible de ser analizada.
3.12. Emergencia
El materialismo es un tipo de monismo ontológico: afirma que sólo hay una clase de sustancia, a saber la materia. (El pluralismo ontológico, por otra parte, sostiene que hay múltiples sustancias, por ejemplo, materia, energía, mente e información). Pero el materialismo no necesita ser monista con respecto a las propiedades de las cosas: es decir, no es necesario afirmar que todos los objetos materiales poseen una propiedad única, tal como la extensión espacial, la energía o la capacidad de unirse a otras cosas. El materialismo ni siquiera necesita afirmar que todas las propiedades de los objetos materiales son de la misma clase: físicas, por ejemplo. En particular, el Postulado 1 y las definiciones que lo acompañan hacen lugar al pluralismo de propiedades tanto como a la hipótesis de emergencia y a las conjeturas acerca de la estructura de niveles de la realidad.
Puesto que las nociones de emergencia y nivel son algo engañosas, y suenan de modo sospechoso en muchos cuarteles —especialmente entre los ultrarreduccionistas—, es mejor que las definamos. Para hacerlo, necesitamos una noción previa que aparece en la definición del concepto de sistema, a saber la de composición. La composición de un sistema es, por supuesto, el conjunto de sus partes. Más precisamente, la composición en N, CN(σ), de un sistema σ, o composición de σ en el nivel N, es el conjunto de partes, todas de la clase N, de σ. (Recuérdese la Sección 2.11.) Por ejemplo, la composición atómica de una molécula es el conjunto de sus átomos; la composición neuronal de un cerebro es el conjunto de sus neuronas; y la composición individual de un sistema social es el conjunto de personas que lo componen. Ahora estamos listos para la
DEFINICIÓN 5. Sea σ un sistema con composición en N, CN(σ), y sea P una propiedad de σ. Entonces
- (i) P es resultante en N (o resultante relativa al nivel N) si todo componente en N de σ posee P;
- (ii) de otro modo, es decir si ningún componente en N de σ posee P, entonces P es emergente en N (o emergente relativa al nivel N).
Por ejemplo, la masa y la energía son propiedades resultantes de todo sistema material. Una vez más, los componentes de una célula no están vivos: la vida es emergente, no resultante, con respecto a los componentes de la célula. La percepción, los sentimientos y la ideación son funciones de sistemas neuronales multicelulares que, por lo que se sabe, ninguna neurona individual puede realizar: estas propiedades son, también, emergentes. Del mismo modo, la estructura social, la distribución de los ingresos y la organización política de una sociedad son propiedades emergentes de ella.
Nada hay de misterioso en la emergencia, si se la entiende en el sentido ontológico sugerido más arriba. La emergencia se vuelve misteriosa sólo cuando se la caracteriza desde el punto de vista gnoseológico, a saber cómo una propiedad de un sistema que no puede ser explicada a partir del conocimiento de sus componentes y sus relaciones. Pero esta caracterización es incorrecta, dado que en este caso es necesario poder postular tanto la tesis de la posibilidad de explicar la emergencia como la de su irracionalidad esencial. (No es necesario decir que sólo adopto la primera de estas tesis. Pero no la discutiremos aquí porque se trata de una tesis gnoseológica, no de una de índole ontológica).
Todo aquel que desconfíe de la emergencia debería pensar acerca de esto. Se estima que el precio en el mercado de los principales componentes del cuerpo humano —esto es, carbono, nitrógeno, calcio, hierro, etcétera— es alrededor de un dólar. En contraste, el precio en el mercado de las biomoléculas de nuestro cuerpo (ADN, ARN, proteínas, etcétera) es de varios millones de dólares, puesto que esto es lo que costaría sintetizarlas. Se ha dicho que éste es el precio de la información. Prefiero decir que éste es el precio de la estructura emergente.
Y ahora una hipótesis sobre la emergencia:
POSTULADO 3. Todo sistema posee al menos una propiedad emergente.
En algún sentido, se trata de una hipótesis trivial, puesto que todo sistema posee una composición y una estructura que difieren de las de sus componentes. (Piénsese en un sistema con tres componentes que se mantiene unido debido a interacciones de una sola clase. Se lo puede representar como un triángulo en el cual cada uno de los vértices representa un componente y los lados las interacciones. Quítese ahora un componente y compárese el sistema resultante con el primero). Sin embargo, el postulado es útil, dado que lleva nuestra atención a la emergencia, una propiedad muy mal comprendida y muy calumniada.
El concepto de emergencia sugiere la división de la familia de ontologías materialistas en dos subconjuntos. Uno de ellos es la clase de ontologías que puede denominarse materialismo emergentista, debido a que reconocen la emergencia (por ejemplo, R. W. Sellars, 1922). Su complemento es el fisicismo (o mecanicismo o materialismo reduccionista). Ésta es la clase de ontologías que afirma que, ya sea en la superficie, ya sea «en la base» (o «en último análisis»), toda entidad es física (por ejemplo, Smart 1963; Churchland, 1984). En; otras palabras, el fisicismo, también denominado materialismo eliminatorio, rechaza el concepto mismo de emergencia.
Debido a su rechazo de la emergencia, el fisicismo es el miembro más vulnerable de la familia materialista. Es particularmente inadecuado como filosofía de la mente y como filosofía de la materia social, puesto que la física no puede explicar ni los hechos mentales ni los sociales. En cuanto al naturalismo, si bien puede ser interpretado de un modo mucho más amplio que el fisicismo, fracasa al rehusar preconocer el carácter no natural de los artefactos, de los lenguajes a las teorías y de las computadoras a los tribunales de justicia.
Las desventajas del materialismo reduccionista son particularmente obvias en tres de sus formas actuales: la sociobiología humana, el conductismo y el maquinismo. La sociobiología humana es insostenible, aunque sólo sea porque no logra dar cuenta de la variedad y variabilidad de las instituciones y las culturas. En efecto, si toda porción de comportamiento social fuese sólo un mecanismo de supervivencia, todas las instituciones deberían estar presentes en todas las culturas y no habría prácticas sociales que constituyesen una amenaza para la vida, tales como la contaminación del ambiente, la reproducción sin límites y el militarismo. En lo que respecta al conductismo, se trata, si fuese posible, de una posición más menos adecuada, porque pasa por alto la totalidad de la biología al modelar los organismos como cajas de estímulos y respuestas cuyo interior está vacío. De allí que soslaye las fuentes internas de la acción, así como los procesos mentales sin respuestas motrices, tales como el soñar despierto y el hipotetizar. A fortiori, lo mismo vale para el maquinismo o concepción de que los seres humanos son autómatas que pueden ser replicados con éxito por expertos en robótica inteligentes (es decir, no mecánicos).
No es coincidencia que esta concepción del hombre como una sofisticada cucaracha que puede estudiarse mejor en un laboratorio de inteligencia artificial, haya congeniado con el existencialismo, la seudofilosofía par excellence. En efecto, si se desvaloriza la razón, si la cognición queda reducida a una herramienta para la supervivencia, si la sociabilidad y todas las emociones con excepción del temor son ignoradas, y si la conciencia moral se deja de lado, entonces, por supuesto, la brecha entre el hombre y la cucaracha desaparece. (Véase Clark, 1997, para la relación cucaracha-robótica-existencialismo).
En resumen, la negación de la emergencia es incompatible con la ciencia. Más aún, la pobreza del materialismo reduccionista invita al contraataque idealista.
3.13. Niveles y evolución
El postulado de emergencia sugiere la búsqueda de mecanismos de emergencia, tales como el agrupamiento de entidades semejantes y la combinación de las que no son semejantes, así como los procesos evolutivos y de desarrollo en el curso de los cuales emergen sistemas de especies nuevas. Puede distinguirse, al menos, las siguientes clases o niveles de entidad:
- Nivel físico = El conjunto de todas las cosas físicas.
- Nivel químico = El conjunto de todos los sistemas químicos (aquellos en los que se dan reacciones químicas).
- Nivel biológico = El conjunto de todos los organismos.
- Nivel social = El conjunto de todos los sistemas sociales.
- Nivel técnico = El conjunto de todos los artefactos.
- Nivel semiótico = El conjunto de todos los sistemas simbólicos.
No nos extenderemos en esta tipología. Este advertir los puntos siguientes. Primero, los componentes de todo sistema perteneciente a un nivel por encima del nivel físico pertenecen a niveles inferiores. (Esta relación de precedencia de nivel sirve para refinar el concepto de nivel). Segundo, a medida que subimos por la pirámide de niveles, aparecen algunas propiedades (emergentes), en tanto que desaparecen otras. Por ejemplo, el nivel social está compuesto por animales, pero no es él mismo un organismo. Tercero, los niveles social y técnico se superponen parcialmente, porque todas las organizaciones formales son artefactos. (Por ello nuestra lista anterior es una tipología en lugar de una clasificación). Cuarto, la colección de sistemas semióticos tales como lenguajes o diagramas, puede considerarse un subconjunto del nivel técnico, puesto que se trata en todos los casos de herramientas fabricadas.
Finalmente, establecemos una hipótesis de desarrollo:
POSTULADO 4. Los sistemas de todos los niveles han emergido en el curso de algún proceso de ensamblado de entidades pertenecientes a niveles inferiores.
Los postulados 3 y 4 en conjunto implican el
TEOREMA 2. Todo proceso de ensamblado va acompañado de la emergencia de al menos una propiedad nueva.
Supuesto una enorme variedad de procesos de ensamblado, desde el mero agrupamiento a la formación de circuitos neuronales y la fusión de sistemas sociales, y aún puede haber tipos enteramente nuevos de procesos de ensamblado. Más aún, mientras que algunos de esos procesos han sido naturales, otros son artificiales: éste es el caso de los sistemas sociales humanos y de los artefactos (incluyendo los seres vivientes seleccionados por el hombre y, quizá en el futuro cercano, sintetizados en el laboratorio). Además de los procesos de desarrollo mencionados, debemos hacer lugar a los procesos evolutivos, esto es, procesos únicos en el curso de los cuales emergen cosas totalmente nuevas. Éstas son cosas con propiedades que ninguna otra cosa anterior ha poseído. En la evolución biológica, tales novedades derivan de la mutación o recombinación, selección y adaptación; en la evolución cultural, de la ideación y el comportamiento social. Puede decirse mucho más acerca de la evolución en distintos niveles, pero debemos cerrar aquí, con el añadido de sólo un supuesto más:
POSTULADO 5. Algunos procesos son evolutivos.
Nuevamente, este postulado está lejos de ser trivial. En efecto, los creacionistas sostienen que toda novedades una gracia otorgada por una deidad y los fisicistas (o materialistas mecanicistas) mantienen que nunca hay novedad cualitativa, sino sólo reordenamiento de unidades preexistentes. El postulado recién mencionado es distintivo del materialismo emergentista. (Véase Blit2, 1992, para una fascinante historia del concepto de emergencia en relación con las nociones de evolución y nivel).
3.14. Un nuevo materialismo
Los postulados, teoremas y definiciones tratados anteriormente, constituyen el núcleo de un proyecto de investigación tendiente a reconstruir la ontología sobre bases científicas, uno de los proyectos inconclusos de Charles S. Peirce. Esta nueva ontología se caracteriza por la posesión simultánea de todos los atributos que se listan a continuación. Es:
- a) exacta: todo concepto que merezca ser utilizado es exacto o pasible de exactificación;
- b) sistemática: toda hipótesis o definición pertenece a un sistema hipótetico-deductivo;
- c) científica: toda hipótesis que merezca ser adoptada es compatible con la ciencia contemporánea y, por lo tanto, debe sostenerse o caer con ella;
- d) materialista: toda entidad es material (concreta) y todo objeto ideal es, en última instancia, o un proceso en algún cerebro o una clase de procesos cerebrales;
- e) dinamista: toda entidad es mudable, ser es devenir;
- f) sistemista: toda entidad es un sistema un componente de un sistema;
- g) emergentista: todo sistema posee propiedades de las cuales sus componentes carecen;
- h) evolucionista: toda emergencia es un estadio en algún proceso evolutivo o de desarrollo.
Hasta aquí la nueva ontología en construcción. (Para más detalles; véase Bunge, 1977, 1979a, 1980, 1996a). Puesto que se supone que esta ontología posee todos los atributos listados anteriormente, resulta difícil hallarle un nombre apropiado. «Materialismo emergentista» podría no ser mejor que «materialismo exacto (o lógico)» o «materialismo sistémico». Sin embargo, se necesita un nombre para fines prácticos. Puestos a elegir, tomaremos el más comprensivo. La denominación adecuada parece ser materialismo científico, debido a que actualmente «científico» abarca «exacto», «sistemático», «dinamista», «sistemista», «emergentista» y «evolucionista». Además, se espera del materialismo científico no sólo que sea compatible con la ciencia, sino también que le sea amigable e, incluso, útil.
De seguro, hay alguna superposición entre el materialismo científico y las filosofías materialistas alternativas, de otro modo, no merecería el nombre de «materialismo». Sin embargo, todas’ las otras ontologías materialistas carecen de al menos una de las características enumeradas anteriormente. Particularmente, la mayoría de estas alternativas son inexactas (por ser verbales o metafóricas en lugar de matemáticas y literales); son no sistemáticas o fragmentadas; atomistas en lugar de sistémicas, o fisicistas (mecanicistas) en lugar de emergentistas; o son dogmáticas (inmutables y, por ende, se vuelven anticuadas rápidamente) en lugar de mantenerse a tono con la ciencia y la tecnología.
Conclusión
El materialismo ha resultado victorioso en todas las ciencias naturales, desde la física a las ciencias de la vida. Pero el inmaterialismo aun es fuerte en psicología y estudios sociales. En efecto, aún hay mucha psicología sin cerebro y parte de ella es buena, aunque necesariamente superficial. Sin embargo, en años recientes, la neurociencia cognitiva se ha convertido en la principal productora de psicología. Y en todo caso, la ausencia de referencias explícitas al órgano de la emoción, la cognición y la volición no implica un rechazo de la identidad psiconeural: sólo indica que, en una primera aproximación, es posible estudiar algunos procesos mentales sin necesidad de sumergirse en su «sustrato». Del mismo modo, los ingenieros de comunicaciones pueden estudiar algunas características del flujo de información sin especificar necesariamente la naturaleza de las señales, los transmisores, los canales o los detectores. Sólo necesitan prestar atención al «sustrato» material del flujo de información cuando se trata de diseñar, reparar u operar sistemas de información.
Los estudios sociales se hallan en una situación similar a la de la psicología: aún están fuertemente apegados al idealismo. Esto es evidente en, al menos, dos escuelas: el interpretativismo y la teoría de la elección racional. La primera sostiene que los hechos sociales necesitan ser «interpretados» del mismo modo en que son interpretados los textos, en tanto que la segunda intenta explicar todo lo social en términos de deliberaciones, elecciones y decisiones «racionales». Es decir, ambas escuelas prestan atención sólo a los aspectos «simbólicos» de la acción individual. Aunque ambas admiten la existencia de restricciones materiales, ninguna presta atención ni a los recursos naturales ni al trabajo, y tampoco tienen en cuenta las peculiaridades de lo social, a saber los sistemas sociales y cualquier otro mecanismo que no sea el intercambio.
Esta limitación autoimpuesta de ambas escuelas explica su relativa esterilidad. En efecto, ninguna de ellas ha dado cuenta de ningún hecho macrosocial importante tal como los ciclos de los negocios, La hiperinflación y la deflación, el desempleo masivo crónico, la explotación y la opresión, el hambre en medio de la opulencia, las epidemias en la época de oro de la medicina, la revolución en la edad de la reforma o la superstición en la era de la ciencia. En especial, todas las grandes crisis económicas o políticas han tomado a los idealistas por sorpresa. En resumen, la ignorancia voluntaria de la materia que constituye las cosas concretas ha de producir, necesariamente y en el mejor de los casos, resultados muy limitados.
Finalmente, ¿qué ocurre con la matemática?, ¿cómo puede el materialismo dar cuenta de ella? No lo hace ni necesita hacerlo, porque el materialismo sólo se ocupa de las cosas concretas, tales como los matemáticos y las comunidades matemáticas. El materialista no apoya la existencia independiente de las ideas, salvo como ficción, aunque sólo sea porque no hay la más mínima prueba de la existencia del platónico Mundo de las Ideas. Más aún, ningún idealista seria lo suficientemente tonto como para declarar que las ideas matemáticas descarnadas, en lugar de los matemáticos con vida, pueden ofrecer y nuevas ideas matemáticas. Todo lo que dirían es que los matemáticos únicamente descubren, que nunca inventan. Pero, nuevamente, no pueden probar su afirmación; buscarán en vano el yacimiento en el cual los teoremas esperan a ser descubiertos. En resumen, el materialismo no es una fantasía filosófica más: es inherente a todas las ciencias «duras» y a la tecnología. Más aún, es un eficiente desacreditador de desenfrenadas fantasías idealistas. Puede argumentarse, incluso, que un área de estudios acerca del mundo; real es blanda en la medida en que permite el mito de que el mundo está gobernado por las ideas en sí mismas. Es cierto, aún quedan algunos grupos idealistas en las ciencias «blandas». Pero no les han faltado; desafíos, como se verá en los próximos tres capítulos. Más aún, todos se reducen a la afirmación de que las ideas y símbolos de diferentes clases son importantes. Pero ¿quién niega tal cosa? La única controversia filosófica es si ideas y símbolos existen por sí mismos y son causalmente eficientes, o si son creados y utilizados por cerebros reales, ya sea para afrontar asuntos de la vida real, ya sea por mero disfrute estético o intelectual, lo cual nos lleva al próximo capítulo.