10
—¿Dónde has estado metido todo este tiempo, arrastrao? ¿No podías pasar por casa?
—¿Yo?
—Tu abuela.
—¿No lo sabe?, —pregunta Templado a Riquelme y a Manuela.
—No.
—Ah, bueno. Entonces no hay problema: con la Pompadour.
—Estuve detenido.
—¿Tú? ¿Por qué?
—Por idiota, que es siempre por lo que enchiqueran a la gente.
—¿Quién fue? ¿En qué lío te metiste?
—En el que nos han metido a todos.
—Pues de aquí no sales.
—Es lo más probable.
Mercedes vive fuera de la política, no se le alcanza las razones que la determinan aun cuando la gente se esté matando en las calles. Pregunta a Manuela, que hace tiempo la dejó por imposible:
—¿Es verdad?
—Si no es por Carlos, me escabechan.
—¿Sí?, —pregunta a Riquelme.
—No lo sé.
—¿Qué vas a hacer?
—No lo sé.
—Vas a ir con González, en la Casa de Campo. Se ha quedado sin gente.
—Allí habrá poco que hacer: no atacan.
—Por eso mismo: estarás tranquilo. Te haré llevar en una ambulancia.
—¿Ahora?, —pregunta Mercedes.
—Cuanto antes mejor.
—¿No puede esperar un rato?
Carlos Riquelme se alza de hombros. —Vente— le dice a Manuela.
Los dejan solos. El catre.
«Si lo que yo tengo es hambre» —piensa Templado.