Capítulo 9

Yegor había recibido un mensaje de texto de Patrick en el que le pedía que, cuando dejara a las pelirrojas, se acercara de nuevo a Heathrow porque había conseguido «un tercer paquete». Le había dicho que apenas tenía batería y no podía llamar.

Al cabo de dos horas le esperaba de nuevo allí. Yegor tardaría eso. Las jóvenes estaban en Oxford, tal y como habían escuchado Markus y Leslie. Y el trayecto hasta el centro de Londres desde el aeropuerto era de una hora.

Hora de ida y hora de vuelta.

Markus y Leslie permanecían en el exterior de las terminales, los dos sin más equipaje que la bolsa que llevaban colgadas a la espalda.

La de Markus era una Calvin Klein negra de piel, lo suficientemente grande para cargar con los utensilios necesarios para permanecer con vida durante cuarenta y ocho horas en Londres y rodeados de la mafiya.

Leslie tenía una sencilla Michael Kors gris y negra bien pegada a los omóplatos. Sentía las cartucheras de sus dos armas, que le rozaban la parte baja de la espalda. Las tenía por dentro de la camiseta ancha de hombre que llevaba. Estaba más nerviosa y excitada que nunca.

Durante años había deseado enfrentarse cara a cara con los mafiosos, poner su mundo patas para arriba, como hacían en las películas.

Siempre creyó que era una falacia y que las películas de Hollywood se pasaban de fantasiosas. Al único al que había creído en su papel había sido a Liam Neeson, y también a Matt Damon en su serie de Bourne.

Sin embargo, uno siempre pensaba que las escenas en las películas eran fruto de la exageración. Pero ella ya no pensaba así.

Las personas podían actuar como quisieran y cuando quisieran, tal y como habían hecho ellos en los baños del aeropuerto. Durante cinco largos minutos, los que había necesitado Markus para dejar inconsciente a Patrick y darle una paliza, alguien podría haber entrado en el baño. Podrían haber ignorado el cartel de fuera de servicio y llamar a la puerta.

Leslie no les habría abierto, por supuesto, pero todo podría haberse desarrollado de otro modo.

¿La clave para que todo hubiera salido bien?

Su naturalidad y su falta de escrúpulos. Actuar fríamente, sin fisuras ni entretenimientos vacuos, proporcionaba una tranquilidad y un disimulo fuera de lo normal.

Eso había propiciado que se encontraran a un paso de meterse de lleno en el primer escalón de la cadena de las mafias. Y, por lo visto, iban a ir a por todas.

Leslie miró a Markus, el cual, la estaba observando a su vez de un modo intrigante mientras se frotaba la barbilla.

Lo cierto era que no tenía muchas ganas de hablar con él.

Había tirado su teléfono de contacto con el FBI, y la había dejado con el culo al aire. Mientras que él conservaba el suyo y estaba un paso por delante de la investigación en todo.

Leslie solo conservaba su pasaporte, el falso que le habían facilitado al inicio de Amos y Mazmorras, y su tarjeta de crédito, que estaba vinculada a una cuenta en el extranjero. Si la cogían, a menos que ella no hablase, no podrían identificarla.

Como mínimo, su tapadera seguía siendo de fiar.

De repente, Markus se sentó a su lado y, sin dejar de mirarla con sus penetrantes ojos amatista, le dijo:

—A partir de aquí, empezamos los dos de cero, Leslie. Ahora sé tanto como tú.

Ella sonrió, incrédula.

—Deja de decir estupideces, ruso. Sabes mucho más que yo, porque tú estás familiarizado con esto. Belikhov dijo que querías ser un vor v zakone, que tus tatuajes te delataban y que habías traicionado el código de los ladrones de ley. ¿Crees que soy imbécil? Entiendo que lo que fuera que hiciste a las órdenes del SVR te metió de lleno en las bratvas de las cárceles rusas. Y que lo que fuera que te sucedió ahí te ha reportado varios estigmas. —Echó un vistazo a sus brazos tatuados no solo con tribales, sino con alambres metálicos con pinchos. ¿Por qué no los había visto antes? Estaban difuminados con los tribales, pero, si observabas bien, podías ver que se unían unos con otros hasta que vislumbrabas dibujos en el interior de los dibujos. Era un mapa—. Calaveras, cruces invertidas, gatos, alambres, estrellas, tribales… Todas tus marcas hablan sobre ti. Mi pregunta es…: ¿hasta qué punto te has metido de lleno en su mundo, Lébedev?

Markus apretó los dientes y la miró iracundo.

—¿Qué estás insinuando, vedma? ¿Crees que estoy de su parte?

—No tengo ni idea. —Se encogió de hombros—. No te conozco y haces cosas que no me gustan. Solo sé que, hasta que no me cuentes la verdad, tendré que convertirme en una puta estrábica, y utilizar un ojo para controlar a los miembros de la mafiya, y otro para controlarte a ti.

—Yo no te traicionaría jamás. No intentes ofenderme.

—Ya lo has hecho —contestó ella, clavando sus ojos grises en los de él—. Me has obligado a jugar tu juego, ¿no? Pero ¿sabes una cosa?

Markus negó con la cabeza, aunque se mostraba visiblemente afectado por aquellas palabras.

—Que si me hicieras partícipe de lo que piensas, de lo que hiciste… Tal vez yo…

—No. No hace falta ese tipo de proximidad entre nosotros. Solo tenemos que trabajar bien juntos. No tenemos por qué hacernos amigos. Yo no soy Lion Romano.

Aquello la enfureció.

—Yo tampoco soy mi hermana Cleo. No te estoy pidiendo que me abras tu corazón, memo. Solo te he dicho que, si quieres que me involucre más y ponga algo más que mis sentidos para salvar mi pellejo, podría ayudarte, podría entenderte. Podría darte más de mí incluso.

—Ya te he dicho que eso no me interesa ahora…

—No te confundas conmigo. No te estoy hablando de nada emocional, que no te entren los miedos… —apuntilló con ironía y despecho—. Creído gallina…

—No tengo miedo…

—Déjame que lo dude. —Lo miró de reojo y clavó la vista al frente. El taxista que esperaban estaba llegando. Exhaló, ligeramente cansada—. Está bien, Markus. Como quieras. —Se apartó de la pared en la que ambos estaban apoyados y se recolocó bien la gorra—. Prepárate, el tal Yegor está al caer.

Markus se quedó mirando a Leslie y la admiró todavía más de lo que ya lo hacía.

La chica no solo era valiente, sino que sabía plantarle cara a su situación y, sobre todo, a alguien tan borde y huraño como él.

Pero era lo mejor para los dos: las distancias.

Suficiente hacía con no dejarse llevar por sus ojos y su cuerpo, como para encima tener que preocuparse de acorazar también su corazón.

No lo iba a permitir.

Los que llegaban a él morían uno a uno.

Leslie Connelly había tenido la mala suerte de cruzarse en su camino y de trabajar a su lado, pero ella debía vivir.

A ella no se la llevarían.

—Pero ¿qué demonios están hasiendo aquí? ¡Salgan de mi taxi!

Yegor era un hombre moreno de piel, con pronunciadas entradas, un bigote negro muy fino y los dientes blancos y separados. Llevaba gafas de pasta marrón y tenía un tatuaje de un dragón que se mordía la cola en el espacio entre el pulgar y el índice del dorso de su mano derecha.

Escuchaba el Light them up de Fall Out Boy.

Por supuesto, esperaba que un nuevo paquete entrara recomendado por su compañero Patrick; sin embargo, en vez de eso, se habían subido en su coche un hombre y una mujer, y ni siquiera habían esperado a que llegara al inicio de la larga cola de clientes.

No veía a Patrick por ningún lado y, para colmo, el hombre, que parecía un punk enorme de ojos embrujados, había tenido la desfachatez de sentarse delante, a su lado.

En el asiento de detrás, una mujer de piel blanca y esbelta miraba al frente. Pero no podía vislumbrar sus rasgos, ya que los tenía cubiertos por una gorra negra lisa.

—Vas a hacer lo que yo te diga si no quieres que te agujeree el estómago. —Markus cubría su Beretta con la mano en la que tenía tatuada las calaveras.

—¿Eres de las bratvas? —El hombre miró los tatuajes de sus dedos y preguntó horrorizado—: ¿De quién?

Lo primero que hizo Leslie fue cogerle del músculo que unía el cuello con el hombro y presionarle lo suficientemente fuerte como para que supiera que estaba de todo menos a salvo.

—Haz lo que te dice mi compañero.

Yegor gruñó de dolor, encogiéndose como un hombre débil y sin fuerzas.

Mientras Leslie utilizaba sus puntos de Hapkido, Markus desconectó la radio y le quitó el móvil del pantalón. Se lo guardaba junto con el de Patrick y le indicaba que siguiera todo recto hasta coger la autopista.

—¿Tu taxi tiene chip?

—No… No.

Markus levantó el brazo y le golpeó el pómulo con el codo.

Ne, ne… No me has entendido.

—¿Quién demonios eres tú? —preguntó en fenya.

—No te importa quién sea yo —contestó Markus en el mismo idioma—. Lo único que importa es quién quieres seguir siendo tú. ¿Hombre vivo o hombre muerto? Responde. ¿Tu taxi tiene chip localizador?

El hombre tragó saliva y asintió con la cabeza, nervioso.

Leslie se sacó su mochila y se la puso sobre las piernas; la abrió y tomó entre sus manos un pequeño estuche de color negro. Deslizó la cremallera y sacó un dispositivo circular y metálico. Se lo dio a Markus, para que este lo colocara sobre la consola del coche.

—Antes de nada, déjame mirar la última dirección que has puesto en el monitor GPS. —Markus buscó en el menú la última calle grabada y salió Portman St con Oxford Street—. ¿Las dos chicas que has llevado viven aquí?

—Sí —contestó él acobardado.

—¿Cuándo las van a ir a buscar?

—No…, no estoy seguro…

—¿No estás seguro? —El ruso le puso el cañón de su Beretta en la sien—. Asegúrate.

Mientras le amenazaba le dio una vuelta al anillo rotor metálico del dispositivo y, de repente, la radio, el GPS y las pantallas eléctricas del taxi dejaron de funcionar.

—Piensa bien lo que me vas a responder, porque no van a encontrar este coche, y puede que tampoco encuentren tu cuerpo. Dependerá de cómo me contestes…

—Al anochecer. Primero recogerán a las dos hermanas. —Hablaba de las dos pelirrojas—. Después irán a por las otras dos.

—¿Qué otras dos?

—Una chica en el dos de Grafton Square; una rubia americana y… otra más; una morena, de ojos claros, en el número uno de Princeton St.

Markus y Leslie se miraron a través del retrovisor y los dos pensaron lo mismo.

—¿Qué harán con ellas? —preguntó Leslie.

—Las pasarán por la criba.

—¿Qué es la criba? —Markus empujó su cabeza con el cañón de la pistola.

—Un local… móvil. No…, no tiene lugar fijo, es una especie de club clandestino donde se reúnen las bratvas. Valoran a las chicas y el brigadier decide entregarlas a unos o a otros compradores, dependiendo de lo que exijan.

—¿Cómo se llama el brigadier?

—Ilenko.

Ni un milímetro de su cuerpo se movió. Estaba paralizado, sumido en sus recuerdos.

Ilenko… Ilenko salió en el vídeo que le pasaron en la cárcel.

Ilenko y Tyoma. Ambos habían sido compañeros de celda, ambos se enteraron de que había violado el código de los ladrones. Ambos hicieron de sicarios para el Pakhan que estaba a cargo de su evolución como ladrón de ley dentro de la cárcel.

Ambos le jodieron.

Y ahora tenía a tiro a uno de ellos.

Por fin.

—¿Estará ahí la bratva al completo? —preguntó con los ojos rebosantes de promesas de venganza.

Yegor no quería decir nada más, pero ya estaba muerto de todas maneras. Los sicarios de Pakhan, que era el jefe máximo de la bratva, lo matarían y lo marcarían por chivato.

—No…, no… No lo sé.

—¡Sí lo sabes! —gritó Leslie cogiéndole de la nuca. Yegor dio un volantazo. Markus quien recuperó el control del coche.

—¿Quién estará allí? —preguntó la agente.

—No sé… ¡Estarán los boyevik! Y el brigadier.

—¿Ilenko? —repitió Leslie.

—Sí. Pero no podréis llegar a él… Es imposible. Los asesinos os degollarán antes de que le echéis vuestro aliento. No os podéis enfrentar al ejército del Drakon. Es altamente improbable que salgáis con vida de allí.

Markus se acercó a Yegor para hablarle al oído.

—También era imposible que David ganara a Goliat. Y lo hizo.

Yegor observó a Markus de soslayo, como si le perdonara la vida.

—Este Goliat es invisible, asesino. —Le escupió en la cara.

Markus se limpió el rostro con el antebrazo y sonrió diabólicamente.

—Nadie es invisible para el demonio.

Cuando el taxi llegó a una zona descampada todavía fuera de la periferia londinense, hizo que se detuviese.

—Les, avísame si ves que llega alguien —pidió el ruso, sacando a Yegor del taxi a trompicones.

—¡Por favor! ¡Por favor! —Yegor buscaba la complicidad de Leslie—. ¡No dejes que me mate!

Ella desvió la mirada, impasible, hacia Markus y contestó.

—Avísame tú cuando acabes —contestó sentada en el capó del coche.

Les cubría un alto cerco de árboles que solo podría verse desde la autopista. Estaban resguardados de la vista de los conductores y nadie podría adivinar que tras la frondosa vegetación que había en el horizonte, un miembro de la mafia rusa estaba siendo apaleado por un agente de la SVR.

Leslie escuchaba los gritos de dolor y sufrimiento de Yegor, y se sorprendía de que no llegara a estremecerse.

En realidad, ella podía ser muy dura y fría, pero no era partidaria de torturar a nadie. No tenía estómago para ello. Sin embargo, admiraba a aquellos que debían acometer ese trabajo.

¿De qué estaban hechos? ¿Cómo podían martirizar a alguien y continuar, a pesar de las lágrimas y los gritos de pánico?

¿A pesar de la sangre y las súplicas?

Tal vez porque ¿eran personas que habían experimentado aquel tipo de tortura en sus propias carnes? No lograba entenderlo, pero, aun así, ella estaba siendo cómplice de aquella tortura, al no hacer nada por evitarlo.

Y no lo haría. Porque tenía in mente a todas las mujeres que ese hijo de puta había llevado a sus casas para que luego las secuestraran y vendieran sus vidas y su sexualidad.

Markus salió de entre los árboles. Como siempre, se había manchado las manos de sangre. En su mano derecha tenía un puño americano tintado de rojo. Se lo quitó mientras se acercaba a Leslie. Respiraba con tranquilidad, como si desfigurar a un hombre fuera su pan de cada día.

—Inyéctale lo que te dé la gana.

Leslie lo miró de reojo al pasar por su lado.

—Supongo que sigue vivo, ¿no?

Markus se encogió de hombros.

Ella siguió hacia delante y se internó en la frondosidad de aquel claro inglés entre la maleza. La maleza de la vida y de la naturaleza.

Cuando vio lo que había quedado de Yegor, supo que si Markus no lo había matado, aquel hombre desearía morir en cuanto se despertara.

Se acuclilló frente a él y, con la jeringa entre sus dedos, se preguntó si era justo emprender la ley del talión.

Al hacer aquello, ¿no se convertían también ellos en monstruos?

Después de dejar atrás a Yegor en el bosque, cogieron el coche y se dirigieron a Oxford Street.

Markus hizo dos llamadas a la policía inglesa. Les llamaron para darles el chivatazo de que en el número dos de Grafton Square y en el número uno de Portman con Oxford Street, se iban a realizar sendos secuestros. La policía debería quedarse en esas casas y esperar a ver si la noticia era verdadera, que lo era.

A esas alturas sabrían que tanto él como Leslie no daban señales de vida, y, si recibían una llamada anónima, sabrían que había sido uno de ellos quienes habían alertado a las autoridades, por eso no avisaron directamente a los miembros de la SOCA.

Detuvieron el coche frente al uno de Princeston St. La chica que se hospedaba ahí, y a la que iban a secuestrar, era una morena de pelo liso y ojos claros. Como Leslie.

Iban a dar el cambiazo. Sería a Leslie a la que se llevaran.

Para ello se presentaron en la casa de Princeston y llamaron a la puerta al grito de «¡Su pizza!».

La chica, esbelta, sonriente y asombrada, miró atónita a Markus.

—¿Es usted Clarie? ¿Ha pedido una pizza? —preguntó con dos cajas del Pizza Hut en las manos.

—¿Clarie? No, Clarie es la dueña de la casa. Pero no está. Está en España, en Barcelona.

—Ups. —Markus sonrió con fingida dulzura—. Entonces, usted no es Clarie. Pero alguien ha llamado desde aquí —insistió, como si no comprendiera qué estaba pasando.

—Bueno, pues yo no —dijo la joven apoyándose en el marco de la puerta y mirando las pizzas con interés—. ¿Qué harás con esas pizzas?

—Las devolveré, supongo.

—¿Tienes mucho trabajo?

—Esta es mi última entrega de hoy.

—Hum —murmuró la joven de modo conspirador—. ¿Tienes hambre? ¿Las compartimos? —Sonrió, tonteando con descaro.

Leslie, oculta tras el marco de la puerta, puso los ojos en blanco. ¿Qué demonios tenía Markus que atraía a las mujeres de ese modo? Y, además, ¿esa chica no tenía ni una sola neurona decente en su cabeza? ¿Cómo se atrevía a invitar a alguien que no conocía a una casa que no era la suya?

—De acuerdo…

—Sofía —se presentó ella con una sonrisa de oreja a oreja.

—Bien, Sofía.

—Pasa, por favor.

Cuando Sofía se dio la vuelta para entrar en la casa, esperando que Markus la siguiera hasta su interior, fue Leslie la que se adelantó, empujando al ruso con brusquedad y tocando en un punto en la nuca de Sofía que hizo que la morena cayera desmayada e inconsciente al suelo.

Markus arqueó las cejas castañas oscuras y sonrió.

—¿No hay inyección para ella? —Leslie lo miró enfadada.

—Es un punto llamado «sentido común», y se lo he tocado para que no se olvide nunca de él. No voy a desperdiciar una de mis inyecciones con una fresca de este calibre.

—Oh, vaya, vaya… —Markus cargó a la joven entre sus brazos—. ¿La llamas fresca por coquetear?

—No, Lébedev —repuso ella—. La llamo fresca por invitar a una casa que no es suya a un hombre que reparte pizzas que no ha pedido. Corrijo: fresca descerebrada.

—No. Es una mujer confiada, no es descerebrada. ¿Dónde la pongo?

—Es una petarda que se ha dejado llevar por un tío bueno.

Él se echó a reír y decidió no insistir en esa descripción de su anatomía. Pero…, finalmente, las ganas de saber más le pudieron.

—¿Le parezco un tío bueno, agente Connelly?

—Oh, por favor. —Leslie bizqueó—. Ahora no me vengas con esas… No voy a bailarte el agua, guapo. Déjala dentro del armario. Cuando vengan a llevársela, registrarán las habitaciones para asegurarse de que está sola de verdad. En el armario no buscarán. Seguro que tiene un habitáculo de resguardo. Esta casa es de gente adinerada.

Y lo era. Lámparas de piedras de cristal que refulgían con la luz del sol que entraba por las ventanas. Suelos de madera pulida, chimenea, altos techos, muebles de diseño, sofás de piel, esculturas de artistas de renombre y cuadros de pintores famosos. Cuadros auténticos.

—La amiga de Sofía es rica —repuso Markus entrando en una de las habitaciones y abriendo el armario de par en par. Golpeó las paredes con los nudillos y escuchó sonido hueco al golpear el lateral—. Bingo. Un armario con un escondite secreto. —Retiró el panel móvil y metió el cuerpo inconsciente de Sofía en el interior oscuro—. ¿Cómo lo has sabido?

—Soy así de lista.

—Tienes uno, ¿verdad?

—Claro, Lébedev. Ahí meto los cuerpos decapitados de mis amantes. —Se dio media vuelta para dirigirse al comedor y atacar las pizzas—. Y estoy hambrienta, así que, como no te des prisa, voy a hacerte lo mismo que les hiciste a todos los niños de nuestro vuelo.

—¿Qué les hice?

—¡Les dejaste sin comida! —gritó, fuera de la vista del soviético.

Markus se echó a reír en voz baja para que Leslie no descubriera que tenía sentido del humor y que le encantaba el de ella.

La agente Connelly era una bomba de relojería. Y aunque no lo quería, sabía que, estando con él, en cualquier momento podría cortarle el cable equivocado y hacer que explotara en el aire.

Y empezaba a sentirse mal, incómodo.

¿De dónde salía aquel temor?

La siguió hasta el salón.

Leslie se había sentado sobre la mesa maciza de mármol negro, como si no le importara romperla ni malograrla. Tenía un pie cruzado sobre el otro y balanceaba las piernas adelante y hacia detrás, mientras saboreaba un trozo de pizza carbonara de las que ellos mismos habían pedido para crear el ardid y entrar en la casa sin levantar suspicacias.

—Diossss… —dijo Leslie cerrando los ojos con gusto y permitiendo que el queso se estirara en su boca y colgara de la pizza como un chicle aceitoso y amarillo—. Hazme un favor.

—¿Qué quieres? —Se detuvo en el marco de la entrada del salón.

—Ve a comprarte otras. Estas son mías.

—Ni hablar.

—Ya —protestó, indiferente—. Sabía que no cederías. Al menos, ve a la cocina, abre la nevera y consígueme algo de beber. Estoy sedienta. Yo ganaré tiempo antes de que me dejes sin porciones.

Cuando Markus desapareció de su vista, Leslie se convenció de que iba a cambiar las cosas entre ellos.

Necesitaba relajar el ambiente. Estaba decidida a acercarse a Markus más personalmente y necesitaba cogerlo con la guardia baja.

Hasta ahora, todo lo que había descubierto sobre él había salido de boca de aquellos a los que acechaban.

Sabía que Markus se había infiltrado con el objetivo de ser vor v zakone, según Belikhov, pero una violación del código de honor le alejó de su objetivo de convertirse en un ladrón de ley respetable.

¿Después de incumplir el código? ¿Qué fue lo que le sucedió? ¿Cómo cambió su misión?

Y, lo más importante, ¿qué significaba aquello de Dina?

***

Markus había traído cuatro cervezas y una botella de Coca-Cola light. Estaba sentado sobre la mesa, al lado de Leslie, y disfrutaba de un apacible silencio en compañía de alguien con quien no le resultaba violento no hablar.

—Traigo Coca-Cola para las niñas —había dicho en tono de broma.

—Perfecto, ¿las cervezas son para mí? —repuso Leslie siguiéndole el juego y con la boca llena de pizza.

Ahora atacaban las porciones, intentando hacer una competición para comprobar quién de los dos se las comía más rápido.

La violencia, la acción y el estrés activaban el hambre, y los dos engullían ansiosos aquel plato italiano como si no existiera nada más que ellos y satisfacer sus necesidades básicas.

—Jesús… Este pepperoni está para correrse.

Markus sonrió y la miró como si quisiera desmontar un puzle, o al revés, como si quisiera comprender cómo estaba montada la agente Connelly.

—¿Por qué me miras así? —preguntó ella, relamiéndose una pizca de tomate que había quedado descuidada en la comisura de su boca.

—Me encanta ver cómo disfrutas comiendo.

—¿Te gusta verme comer?

—Hay pocas mujeres que, estando como tú estás, se sientan a gusto comiendo como un zampabollos ansioso, delante de un hombre.

Ella sonrió.

—¿Me acabas de llamar zampabollos? Olvidas que tú no eres un hombre. Eres el monstruo de las galletas: el terror de los niños. Me puedo permitir el lujo de arrasar con la comida en tu presencia. Es eso, o morir de hambre a tu lado.

Markus se echó a reír y se metió la corteza de la pizza en la boca.

—Eres graciosa, Connelly.

—¿Graciosa? Ya… —Decidió seguir con su broma un poco más allá—. Te pongo muy cachondo, admítelo. Por eso me tratas mal… Te gusto tantísimo que quieres regalarme ositos de peluche y anillos. No te avergüences… —dijo, segura de sí misma, a sabiendas de que aquello incomodaría a Markus.

—No me avergüenzo —replicó él—. Me pones cachondo. Pero no del tipo de ositos y anillos, sino de la clase de ponerte a cuatro patas y tirarte del pelo mientras te follo. Del tipo de decirte guarradas al oído y de comerte entera como haría con una bola de helado.

Leslie, estupefacta, lo miró a los ojos y tragó la masa que tenía en la boca.

Glups. ¿Y ese ataque repentino de sinceridad?

«JO-DER. Se me va a ir la conversación de las manos».

—¿Qué has dicho?

—¿Qué? ¿Pensabas que solo tú podías ser osada, agente? Yo también lo soy —aseguró, fulminándola con la mirada—. Y mucho. Pero serlo aquí no nos lleva a ningún lado. Así que no tenses demasiado la cuerda o podríamos echarlo todo a perder.

—Juraría que reconocer que quieres follarme a lo bestia ya es tensar mucho la cuerda, ruso. Pero, allá tú. —Alzó las manos como si fuera inocente de los cargos—. Tal vez en tu país eso no es del todo fuerte.

—¿En mi país? —continuó él dando un largo sorbo a la cerveza con tequila—. Mi país está teñido de corrupción, Leslie. Nada es ya demasiado fuerte. Asesinan a gente en las calles por ajustes de cuenta entre bratvas, y ya nadie se sorprende ni se acongoja por ello. Matan a mujeres, secuestran a niños: chechenos, albano-kosovares, georgianos… Todos están en el negocio de las mafias. Si quieres sobrevivir, si quieres asegurar tus negocios o si solo quieres ganar dinero, tienes que estar dentro. —Hablaba con amargura y desprecio hacia su tierra—. Decirle a una mujer que la deseas no es nada del otro mundo.

Guau. De repente el ruso hablaba de algo serio y que lo afectaba.

—¿Cómo fue crecer ahí?

Markus no sabía qué hacer.

¿Le explicaba la verdad? No. Nadie debía saber demasiado de él, era una de las normas de su trabajo. Pero aquella chica le hacía sentir bien y a salvo; seguro, como solo el mejor confidente puede lograrlo. Y en su vida solo había tenido dos. Tristemente, las dos personas estaban muertas.

—No me vas a decir nada, ¿me equivoco? —preguntó Leslie mirándolo compasiva—. Debe ser duro no poder confiar en nadie, Markus. —Quiso acariciarle la espalda y abrazarlo como a un niño, pero si lo hacía, teniendo en cuenta el carácter esquivo de aquel hombre, la apartaría como a una mosca. Como había hecho la noche anterior en el hotel Ibis.

—Hablemos de otra cosa —sugirió él de pronto—. Nada de hablar de mí. Yo no soy importante.

—Como quieras. —Leslie se repuso del nuevo varapalo y de la tajante actitud de su binomio y cogió otro trozo de pizza carbonara—. ¿Cómo funciona una bratva exactamente?

Markus, al ver que Leslie tocaba terreno neutral, se relajó.

—Siguen una estructura piramidal, parecida a la de la Cosa Nostra, pero mucho más difíciles de desentramar, porque son más complejas. Yo los divido en dos partes. La parte baja de la bratva está constituida por el shestyorka y los boyevik. Los shestyorka’s todavía no están dentro de la banda, pero hacen trabajos para ellos, para poder entrar: son los asociados.

—¿Patrick era un asociado?

—Sí, eso es. Patrick no está dentro de la banda, pero hace encargos para que lo tengan en cuenta.

—¿Y los boyevik?

—Son todos guerreros y forman parte de la cúpula de protección de la parte superior de la bratva. Están divididos en cuatro grupos: grupo de élite, de seguridad, de apoyo y unidad de trabajo. Yegor, el taxista, forma parte de la unidad de trabajo de la banda. Digamos que son captadores y facilitadores de presas.

—¿Y la segunda parte de la bratva?

—Son los auténticos líderes. El brigadier dirige la célula constituida por los guerreros que forman los grupos y las unidades. Todos hacen trabajos distintos, y eso lo controla el intermediario, que es el que informa a la cúpula superior del trabajo que realizan sus soldados. La cúpula superior —enumeró cogiendo la botella de CocaCola— son los peces gordos. Los verdaderos jefes de todo el entramado. Está el obshchak, que es el cobrador; el sovetnik, esto es, el consejero mayor; y el pakhan, que es el gran y único jefe.

—Drakon.

—El Drakon.

—Markus… —dijo Leslie de repente—. ¿Conoces al pakhan personalmente? ¿Es de él de quien quieres vengarte?

Miró a Leslie, que clamaba por una respuesta, que exigía que la iluminara un poco, pues estaba perdida y a la deriva con él.

Había cosas que no le podía contar; otras que sí. Aquella era una pregunta que podía responder con sinceridad.

—Leslie… Me interné en los gulags soviéticos buscando las conexiones internas del pakhan que lleva parte de la trata de personas en todo el mundo y que blanquea el dinero en nuestro país. En Rusia hice de todo… No estoy orgulloso, pero me tenía que labrar mi propia reputación y hacer que los presos confiaran en mí.

—¿Mataste?

—Sí. Por salvar mi vida, por supuesto que sí —contestó sin dudarlo.

Leslie no iba a recriminarle nada ni por asomo. Infiltrarse conllevaba riesgos; arriesgar la vida y luchar por ella era uno de ellos.

—Yo también hubiera hecho lo mismo. Si el caso de Amos me obligase a matar, créeme que no dudaría en apretar el gatillo.

—No tienes ni idea de lo que he llegado a hacer… Rusia es un reino olvidado. Y es en los reinos olvidados donde todos pierden el corazón.

—¿Allí perdiste el tuyo? ¿Ya no tienes corazón? —preguntó cautivada por su expresión salvaje.

—Hay algo que late en mi pecho, pero no me vincula con nada. Es solo un motor.

—¿Lo olvidaste o lo perdiste?

—Decidí olvidarlo —replicó escuetamente, mirando al frente sin ver nada en realidad—. Decidí dejar de sentir.

—No seré yo quien te juzgue —aseguró ella, empática.

Markus había sufrido mucho. Detrás del hielo y la escarcha, residían los restos de una hoguera.

Él se sintió reconocido y agradecido con sus palabras, así que continuó.

—Hice amistad con el ladrón de ley más temido de mi gulag. Se llamaba Tyoma. Era un tío sangriento e iracundo, pero muy inteligente. —Se limpió con la lengua las migas de comida que le quedaban entre los dientes—. Si le caías bien, le mostrabas pleitesía y matabas para él, te ofrecía su amistad sin dudarlo. Compartí celda con él y me hice amigo suyo. Se estaba preparando para ser un vor dentro del mercado negro y de la prostitución. El vecino de nuestra celda, Ilenko, era su mano derecha.

—Así que conoces a ese tal Ilenko de la cárcel —susurró; no le sorprendía. Tenía dos opciones: o lo conocía de haber coincidido con él en la calle, o lo conocía de la cárcel. Al final, la segunda opción había resultado ganadora. Lo que estaba claro era que lo conocía—. Vi tu rostro cuando Yegor lo nombró. Le conocías.

—Sí. Tanto a Yegor como a Tyoma. A los dos. Si todo iba bien, Tyoma iba a salir antes que yo de allí y me facilitaría el acceso a la bratva del phakan más famoso de entonces. El que movía todos los hilos —aclaró con voz críptica—. No es nada fácil introducirse en las bratvas. Por eso la mejor escuela de preparación es el mundo sin ley y sin escrúpulos de los gulags.

—Claro, como hacen con las maras y los yakuzas… —dijo—. Y… ¿qué pasó?

—¿Perdón?

—¿Qué sucedió para que acabaras haciendo de amo de un torneo de BDSM y no directamente dentro de la cúpula de una bratva que querías desmantelar?

Markus tornó su mirada caliente y rojiza en una expresión vacía y llena de resentimiento.

—Tyoma e Ilenko salieron antes que yo. Una vez en la calle, indagaron sobre mí y descubrieron algo que no les gustó…

—Violaste el código de los ladrones.

—De alguna manera, sí. Y ellos… Bueno, ellos se encargaron de solucionarlo a su modo. —Los músculos de la mandíbula le palpitaron con rabia—. Cortaron mi mancha de raíz.

—¿Tu mancha? ¿Qué te hicieron, Markus?

Lo que hicieron era el motivo por el que Markus había seguido adelante con todo aquello y había aceptado ser el domador de un mafioso hijo de puta. Estaba de vuelta de todo y de todos. Y arrasaría con su objetivo sin importar a quién pisoteaba.

Las casualidades de la vida, que siempre daba segundas oportunidades, había hecho que el caso de Amos tuviese relación directa con la bratva del pakhan para el que trabajaba Ilenko y, seguramente, también Tyoma.

¿Cómo se había relacionado todo?

Yuri Vasíliev había adoptado la personalidad de Venger en el torneo de BDSM de Dragones y Mazmorras DS. Markus y el SVR habían seguido sus pasos como mafiosos y blanqueadores de dinero, hasta que había llegado a la conclusión de que era la familia Vasíliev, multimillonarios a cargo de la empresa siderúrgica más importante de Rusia, la que con su interminable poder financiaba a las bratvas de trata de blancas, pornografía y tráfico de drogas. Y eso los llevaba directamente de vuelta al principal phakan que Markus buscaba. Al Drakon.

—Digamos —continuó el mohicano— que tuve que asumir mi error… Violar los códigos merece un castigo. Sin embargo, otro pakhan relacionado con el tráfico de drogas y de esclavas, que tenía en su poder otra parte de la cárcel controlada, me ofreció trabajar para él como domador de sumisas que serían vendidas posteriormente a sus acaudalados clientes.

—¿Decidiste trabajar para la competencia? ¿Te fuiste con otro pakhan?

—Sí. Necesitaba a un dominante que preparara a las mujeres para sus compradores sádicos. Probaría la derivación de popper y cristal con ellas, y, si todo salía bien, entraría a trabajar con él. Me marcaron el cuerpo para que los demás supieran que había transgredido el código. —Se tocó el interior del bíceps derecho—. Y, aun así, quisieron que trabajara para ellos, pues confiaban en que ya no tenía nada más por lo que preocuparme y así podría centrarme solo en el trabajo para la mafia. Tuve que empezar de cero y trabajar como un shestyorka, un asociado.

—Fueron condescendientes —dijo Leslie, sorprendida, intentando fijarse en el tatuaje del interior del bíceps, que apenas se veía porque lo recorría el tribal—. Normalmente, matan a los traidores.

—Necesitaban a alguien como yo —repuso él.

—¿Alguien como tú?

—Dentro del gulag, me llamaban el Demonio. ¿Por qué crees que era?

—Si no me lo cuentas, no lo sabré. Pero, últimamente, los motes están sobrevalorados… Yo llamaba a mi jefe Hulk y no era un bicho verde.

Markus parpadeó y sonrió.

—Dios, no me lo puedo creer… —dijo Leslie, sorprendida—. ¿Empiezas a coger mis chistes?

—No —contestó muy serio, aunque se le escapaba la risa—. Retomando el hilo… Mi mediador sería Belikhov.

—Así fue como os conocisteis.

—Exacto. Él me facilitaba a las chicas… El pakhan para el que él trabajaba tenía negocios con el phakan al que yo perseguía. Me dijeron que el jefe se pondría en contacto conmigo una vez que acabara todo el torneo y me haría miembro de su banda, cosa que —se bajó de la mesa de un salto— nunca sucedió…, porque el FBI se metió por medio y echó por tierra todo mi plan.

—Pero sabías que Belikhov podría darte el chivatazo. Por eso le interrogamos… —Leslie se quedó sentada sobre la mesa, viendo cómo Markus se crujía el cuello y rotaba la cabeza arriba y abajo.

—Sí.

—Y eso te ha llevado al phakan originario, al que se encarga de la trata y de los secuestros. Al Drakon. Para el que, curiosamente, trabaja Ilenko como intermediario. Incluso puede que Tyoma también esté en la cúpula superior. ¿Cuál es su nombre? ¿Quién es?

—Eso es lo que voy a averiguar. Hay una leyenda alrededor del Drakon. Decían que era inmortal, que nunca moría. Nadie lo ha visto jamás.

—¿Y crees que nosotros podemos dar con él?

Markus se encogió de hombros y contestó:

—Por ahora, estamos dentro de su bratva, y él no tiene ni idea. Y pronto habrá una reunión de compradores entre los que estará el Drakon, su consejero y su cobrador. Tendremos a los tres cabezas de su banda. Yo estoy dispuesto a dar con él.

—¿Y cómo lo haremos? ¿Cómo le arrinconamos?

Markus sonrió.

—Él te quería a ti. Ha pagado por ti. Tú eres el negocio que el phakan para el que trabajaba tenía con Drakon. De algún modo, él te escogió. Eres su elegida para vivir junto a él la vida eterna. Lo que no sabe es que también eres la elegida del Demonio. Y cuando crea que lo tiene todo bajo control, le demostraré que nada acaba hasta que acaba.

—¿También filosofas? ¿Nada acaba hasta que acaba? —repitió ella arqueando sus negras cejas.

—Sí. Es como decir: solo yo decido cómo termina esta historia. Y ahora, por favor, debemos preparar el plan para cuando lleguen parte de los boyevik.

—Perfecto.

Bajó de la mesa dispuesta a dar el doscientos por cien de sí misma. Era su trabajo. Y quería ayudar a Markus, porque, de un modo que no atinaba a comprender, él le importaba. Le importaba mucho.

—Por cierto… —dijo él poniéndole una mano cálida y enorme sobre su delgado hombro—. ¿Leslie?

—¿Sí, Demonio? —Levantó su plateada mirada con curiosidad.

—Prepárate… porque…, dentro de unas horas, van a secuestrarte.