Capítulo 12

—¡Hija de la gran puta! —gritó Kirnov, llevándose la mano al arañazo en la mejilla que le había hecho Leslie.

La agente iba drogada hasta las cejas, pero se resistía a desfallecer. Rehusaba la idea de que ese tipo la violara en un club de mala muerte, cuando ella había salido airosa de otras situaciones más comprometidas. Pero la droga la debilitaba.

Se sentía extraña, caliente y totalmente descontrolada.

Veía algo borroso y todo parecía un sueño confuso de luces y sombras.

¿Dónde habían ido a parar las demás chicas a las que estaban subastando? ¿Qué habrían hecho con ellas? De repente, sintió unas horribles e incontenibles ganas de llorar.

Lloraba porque sabía que sus extremidades se relajaban y dejaban de luchar.

Lloraba porque se sentía vacía y deseaba que alguien la llenara, y se odió a sí misma por sentir aquella necesidad humillante en un momento como aquel.

Kirnov la cogió del pelo negro y la empujó contra la camilla en la que, momentos antes, el supuesto doctor con guantes de goma blanca le había metido un dedo para saber si continuaba virgen.

A las vírgenes las mostraban en la criba.

A las que no eran vírgenes las pondrían a trabajar allí mismo. Como si fueran meros cromos con los que se pudiera coleccionar.

Kirnov le bajó las braguitas con rabia, y le arañó la pierna con el diamante que tenía en uno de sus dedos. Sostuvo su cabeza con una mano.

Leslie escuchó como el tipo se bajaba los pantalones y le abría los globos de las nalgas.

—Eres del Drakon. Pero incluso el caviar también puede ser para los pobres, ¿eh, guapa? Ahora —le dijo pasando su sucio dedo por el agujero fruncido del ano— voy a follarte el culo.

Leslie levantó la mano y le agarró del pelo con fuerza.

—¡No! —gritó ella.

Pero Kirnov le golpeó a la altura del hígado, entre las costillas, y eso dejó a la joven sin respiración.

—Ya lo creo que sí —gruñó Kirnov en su oído, mordiéndole duramente—. Ya verás cómo te duele, zorra. Voy a meter…

¡Zas!

Kirnov salió despedido hacia atrás y Leslie dejó de sentir su contacto. Eso hizo que se deslizara por la camilla, todavía sin aire y dolorida por el puñetazo, y cayera desmadejada como una muñeca de trapo al suelo.

Abrió los ojos solo para ver a su héroe. A su salvador.

***

Markus estaba pateando a Kirnov en el suelo, como si fuera una pelota de fútbol. Después, lo agarró por la camiseta y buscó una tira de goma como la que utilizaban para drogar a las jóvenes y buscarles las venas.

Cuando la localizó, le ató las manos a la espalda y lo subió a la camilla, atándole los tobillos a cada pata y manteniendo sus piernas abiertas. Aquella consulta médica improvisada debería de tener aparatos hidrófugos para preparar a las jóvenes para todo tipo de prácticas sexuales, y Markus encontró lo que buscaba.

Encontró la bombona llena de agua y el tubo de goma de tres centímetros de grosor: un kit de lavativas.

Le bajó los pantalones y los calzoncillos.

—Se te ha bajado el empalme, campeón —gruñó Markus completamente ido por la rabia y la impotencia de haber visto a Leslie tan sometida. Le metió un par de rollos de vendaje en la boca, para que sus gritos no se escucharan. Cogió el extremo del tubo de goma y se lo introdujo en el ano, colando un centímetro tras otro hasta que estuvo bien dentro—. A ver si el agua purga tus pecados, cabrón.

Enganchó el tubo a su cuerpo con esparadrapo para que no lo extrajera con el movimiento involuntario de los músculos internos y después abrió el agua.

Kirnov moriría. Le reventaría el estómago.

Markus no encontraba muerte más dolorosa para un tipo que había estado a un segundo de violar a la bruja.

La bruja y el demonio eran un equipo. Y si le hacían daño a uno, se lo hacían al otro.

El ruso se dio la vuelta y fijó sus ojos asustados en Leslie, que estaba doblada como un ovillo y se sostenía el estómago, sin dejar de mirarle.

Markus caminó apresuradamente hacia ella y la levantó en brazos para colocarla sobre la camilla. Encontró su ropa mal doblada sobre una silla empotrada en la pared. Le colocó la camiseta de tirantes por encima y después intentó meterle los pantalones, hasta que se dio cuenta de que había un hilo de sangre en el interior del muslo de Leslie.

Markus palideció y sus ojos enrojecieron.

Volvía a pasar. Volvía a recordar. Volvía a verlo todo, secuencia tras secuencia… Pero, sumado a ese duro recuerdo, se le añadían nuevas sensaciones. Extrañas e indescriptibles para él.

Lo que sucedió dos años atrás le dolió como compañero.

Lo que le había pasado a Leslie le dolía como hombre, como persona. Sus sentimientos se mezclaban con instintos posesivos, y su rabia era la del hombre que había sido herido por lo que le habían hecho a la persona que deseaba.

Kirnov había tocado a Leslie, que, para su sorpresa, era virgen. Y solo el demonio podía tocar a la bruja. Nadie más. Solo él.

Posesión. Dominio. Salvajismo respecto a ella. Todo le azotaba la cara y el corazón para dejarlo inmóvil, dispuesto a volar aquel lugar por los aires. Dispuesto a acabar él mismo aquella misión y resguardar a Leslie en algún refugio donde solo él pudiera tocarla. Donde nadie le hiciera más daño.

Leslie lo tomó de las mejillas y le obligó a mirarla.

—No me ha hecho nada.

—Tu sangre…

—No. No es lo que tú crees. Me ha cortado con su anillo… —explicó fascinada por la expresión de su rostro. ¿Qué era lo que se reflejaba en sus ojos bermellones?—. ¿Markus? Eh, Markus, ¿me oyes? —Leslie necesitaba hacer desaparecer la mirada atormentada de aquel rostro tan atractivo y exótico. Se subió los pantalones ella misma.

—¡Te ha tocado! —gritó como un hombre que se resistía a aceptar una realidad.

—¡No! Ne, ne… —susurró Leslie mirando a su alrededor y colocándose los zapatos de tacón—. Estoy bien. Solo… Solo estoy mareada… No me ha hecho nada porque tú has llegado a tiempo. Me has salvado… —Renqueante, caminó de nuevo hacia él y le acarició la mejilla con dedos temblorosos y calientes—. Sácame de aquí, por favor… Busca una salida y sácanos de este agujero. Yo no… No puedo mantenerme en pie… La droga me deja fuera de juego —añadió, agarrándose a sus hombros.

Markus apretó la mandíbula y la cargó en brazos, arropándola con su cuerpo, dándole el calor que a ambos les faltaba. El ruso cargó con ella para salir de la sala, y, justo cuando estaban a punto de cruzar el marco de la puerta, alguien le disparó por la espalda y le dio en todo el hombro derecho.

Leslie llevó su mano a la parte trasera del pantalón de Markus y tomó entre sus dedos la Kalashnikov que el mohicano había dejado ahí mientras pateaba a Kirnov. Levantó el arma, apuntó al hombre que la había inspeccionado, y que tenía pinta de médico, y le disparó en la frente.

El tipo murió en el acto.

Markus se aguantó en el marco de la puerta, y Leslie soltó el arma para taponar la herida.

—¡Mierda! —La joven apretó la herida con fuerza por delante y por atrás—. Dios, Markus… ¿Puedes continuar?

—Sí, sí…

—Eso espero, ruso. Tienes que sacarnos de aquí a los dos, vivitos y coleando, ¿de acuerdo?

Markus levantó el labio en una sonrisa ladina y la miró de soslayo.

—Buena puntería, superagente.

—Soy buena, nene. —Ella le guiñó el ojo, instándole a que continuara—. Vámonos.

Markus asintió y la obedeció. Pegándola más a su cuerpo, subió las escaleras y buscó una salida de emergencia que les sacara a la calle.

La encontró. Salieron a un patio exterior en el que solo había dos pastores alemanes, atados con cadenas. Les ladraron, pero eso no evitó que los dos agentes salieran a toda prisa y abrieran la verja del patio interior.

Estaban al otro lado de la calle, así que Markus aceleró el paso y corrió hasta dar la vuelta a la manzana y llegar hasta su moto.

Se subieron en ella.

Leslie rodeó su cintura con fuerza y pegó el torso a la espalda del chico.

Markus arrancó la Ninja y salieron del Soho derrapando por las esquinas.

Buscarían un lugar para pasar la noche y curarse las heridas.